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La Guerra de las Galaxias —dijo Alton Darwin.

Se refería al sueño de Ronald Reagan, de acuerdo con el cual los científicos construirían una bóveda invisible sobre este país, equipada con sistemas electrónicos, láser, etcétera, impenetrable para cualquier avión o proyectil del enemigo. Darwin creía que la posición social de los rehenes constituía una bóveda invisible sobre Scipio.

Me parece que tenía razón, aunque nunca supe si el Gobierno consideró seriamente la opción de bombardear el valle en su conjunto hasta devolverlo a la Edad de Piedra. Hace años, habría sido capaz de averiguarlo con base en la Ley de la Libertad de Información. Pero la Suprema Corte clausuró esa mirilla.


Darwin y sus tropas sabían que el Gobierno valoraba en alto grado la vida de los rehenes. Ignoraban la causa de ello, y creo que yo también. En mi opinión el número de individuos acaudalados y poderosos se ha reducido hasta el punto en que se sienten miembros de una sola familia. Con base en lo que los reos prófugos sabían de ellos, muy bien podrían haber sido cerdos hormigueros u otra especie animal que nunca antes habían visto.

Darwin lamentaba que yo también debiera permanecer en Scipio. Dijo que no podía permitir que me fuera, porque yo sabía demasiado de su despliegue defensivo. Hasta donde podía darme cuenta, dicho despliegue era inexistente, pero él hablaba como si hubieran trincheras, trampas para tanques y campos minados alrededor de nosotros.

No obstante, su visión del futuro era todavía más irreal. Pretendía restaurar la otrora vitalidad económica del valle. Lo convertiría en una Utopía para Negros. A todos los Blancos se les reubicaría en otra parte.

Iba a colocar de nuevo cristales en las ventanas de las fábricas, y hacer que sus techos volvieran a ser resistentes contra la intemperie. Conseguiría el dinero para llevar a cabo esto y tantas otras obras maravillosas vendiendo las maderas preciosas del Bosque Nacional a los japoneses.


Hoy día, gran parte de su sueño se ha convertido en realidad. El Bosque Nacional está siendo talado por trabajadores mexicanos que utilizan herramientas japonesas y son supervisados por suecos. Se espera que los ingresos generados por este concepto sirvan para pagar la mitad de los intereses causados el día de anteayer por la Deuda Pública.

Lo último es una broma mía. Ni siquiera sé si una parte de las utilidades resultantes de la tala del bosque serán destinadas al pago de la Deuda Pública que, según escuché, rebasa el valor de todas las propiedades localizadas en el Hemisferio Occidental, gracias al interés compuesto.


Alton Darwin me miró de arriba abajo y se expresó con la típica impulsividad sociopática.

—Profesor, no puedo permitir que te vayas porque te necesito.

—¿Para qué? —le pregunté aterrorizado, puesto que temía que quisiera convertirme en General.

—Para que nos ayudes con los planes.

—¿Qué planes?

—Los del futuro glorioso.

Me pidió que me dirigiera a la biblioteca y elaborara planes detallados para hacer de este valle la envidia del Mundo.

Y eso fue lo que hice principalmente durante la Batalla de Scipio.

Además, resultaba muy peligroso salir de este recinto, en virtud de las abundantes balas que surcaban el aire.


Mi mayor proposición utópica en relación con la República Negra ideal fue la «Cerveza del Luchador de la Libertad». De acuerdo con dicha propuesta, se reacondicionaría la vieja cervecería, a fín de producir una cerveza muy parecida a las demás, con la sola excepción de que ésta se llamaría Cerveza del Luchador de la Libertad, es decir, tendría un nombre mágico. Imaginé una época durante la cual, en todo el mundo, los aburridos, los oprimidos y los fatigados se animarían un poco tomando Cerveza del Luchador de la Libertad.


Desde luego, la cerveza es en realidad un sedante. Pero la gente pobre nunca dejará de desear otra cosa.


Alton Darwin murió antes de que yo pudiera concluir los planes de gran alcance. Como ya lo he mencionado, sus últimas palabras fueron: «Vean al Negro que pilotea un aeroplano.»

Ahora bien, decidí mostrar los planes a los rehenes.

—¿Qué se supone que significa todo esto? —preguntó Jason Wilder.

—Quiero que vean el trabajo que me ordenaron hacer —contesté—. Ustedes creen que yo tengo autoridad aquí para exigir su liberación. Falso. Estoy tan cautivo como ustedes.

—¿Esperan en realidad tener éxito con esto? —preguntó, después de haber estudiado el borrador.

—No —respondí—. Ellos saben que éste es su Álamo. Arqueó sus famosas cejas, expresando un escepticismo bufonesco. Siempre he considerado que Wilder se parece mucho al incomparable comediante Stanley Laurel.

—Nunca se me hubiera ocurrido comparar a los rabiosos chimpancés que nos mantienen en vil cautiverio con Davy Crocket, James Bowie y el tatarabuelo de Tex Johnson —comentó.

—Sólo me refería a situaciones desesperadas —aclaré.

—Así lo espero —repuso.

Debí haber agregado, pero no lo hice, que los mártires de El Álamo murieron luchando por el derecho de poseer esclavos Negros. Ya no querían pertenecer a México, porque en ese país estaba prohibida toda clase de esclavitud.

No creo que Wilder haya sabido eso. Ni tampoco muchos estadunidenses. Sin duda, nunca escuché ese planteamiento en la Academia. Jamás me habría enterado de que la esclavitud constituyó el motivo principal de disputa en El Álamo, si el Profesor Stern, el monociclista, no me lo hubiera dicho.


¡No es de extrañar la poca afluencia de turistas Negros a El Álamo!


Para ese entonces, algunas unidades del 82.° Destacamento Aerotransportado, recién desempacado del Sur de Bronx, habían recuperado el control del otro lado del lago y vuelto a apiñar a los reos tras las rejas.

Uno de los grandes problemas que enfrentaron allá fue que casi la totalidad de los retretes del penal habían sido destrozados. ¿Quién sabe por qué?

¿Qué se iba a hacer con la enorme cantidad de excremento producida hora tras hora y día tras día por todas aquellas lacras de la Sociedad?

En virtud de la abundancia de excusados en este lado del lago se decidió prácticamente de inmediato convertir a este lugar en una prisión auxiliar. El tiempo es esencial, como dicen los abogados.


¿Oué sucedería si una situación similar se presentara a bordo de una nave espacial dirigida a la estrella de Betelgeuse?