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Jerry Peck se desplazaba en silla de ruedas y cargaba un tanque de oxígeno en su regazo, cuando tuvo lugar la gran inauguración del Emporio de Helados de Mohiga. Él y Muriel experimentaron una pequeña pero agradable victoria. Tanto los tarkingtonianos como los lugareños estaban encantados con la decoración de la fuente de sodas y el delicioso sabor de los helados.

Sin embargo, cuando el establecimiento apenas llevaba 6 meses de haber abierto sus puertas, apareció un individuo que fotografió todo. Además desenrolló una cinta, hizo mediciones y anotó los datos en una libreta. Los Peck se sentían halagados y le preguntaron en qué revista de arquitectura se publicaría su artículo. Él les contestó que trabajaba para el arquitecto encargado de diseñar el nuevo centro de recreo estudiantil, el Pabellón Pahlavi, por edificarse en lo alto de la colina. Los Pahlavis deseaban que dicho centro incluyera una fuente de sodas idéntica, hasta el último detalle, a la suya.

En consecuencia, quizá no haya sido el removedor de pintura lo que mató a Jerry Peck.


Del mismo modo, el Pabellón sacó de la circulación al único boliche del valle. No pudo sobrevivir con base en los ingresos generados exclusivamente por los lugareños. De modo que cualquier habitante del área que quisiera jugar boliche y careciera de alguna relación con el Tarkington, se veía precisado a trasladarse 30 kilómetros, a fin de poder practicar su deporte favorito en 1 de los boliches situados junto al Complejo de Cines Meadowdale, localizado frente al Arsenal de la Guardia Nacional.


Era el momento del día en que había poco movimiento en el Café del Gato Negro. Es probable que algunas prostitutas hayan permanecido dentro de las camionetas estacionadas a espaldas del establecimiento, pero ninguna se hallaba en el interior del mismo.

El dueño, Lyle Hooper, quien era también Notario y Jefe del Departamento de Bomberos Voluntarios, se encontraba en 1 de los extremos de la barra, haciendo algún tipo de cuentas. Hasta el final de su vida, nunca admitiría que la disponibilidad de prostitutas en el estacionamiento del café se relacionaba en gran medida con las ganancias provenientes de la venta de bebidas alcohólicas y alimentos, así como con aquéllas generadas por la máquina despachadora de condones ubicada en el baño de caballeros.

Para los Sabios de Tralfamadore esa máquina de condones representaría sin duda alguna una amenaza contra su programa espacial.


Desde luego, Lyle Hooper estaba al corriente de mis hazañas sexuales, ya que había certificado los testimonios que versaban sobre tales proezas. Pero nunca mencionó nada al respecto, ni a mí ni tampoco, que yo sepa, a nadie. Era la personificación de la discreción.

Quizá Lyle haya sido el hombre más querido de este valle. Los lugareños, hombres y mujeres por igual, le tenían tanto cariño que nunca llamaban prostíbulo al Café del Gato Negro. En cambio, allá arriba, en la colina, todos denominaban de esa forma al Café.

Los lugareños protegían la imajen que él tenía de sí mismo, a pesar de los allanamientos de la Policía del Estado y de las visitas del Departamento de Salud del Condado. Dicha imagen era la siguiente: la de un jefe de familia que manejaba un negocio cuyo éxito dependía enteramente de la calidad de las bebidas y los alimentos que ahí se servían. Esta amable conspiración protegía también al hijo de Lyle, Charlton. Este joven medía 2 metros de alto, era 1 de los ases del equipo de baloncesto de la escuela de segunda enseñanza del Estado de Nueva York, cursaba el último año de estudios en el colegio de Scipio, y todo lo que podía decir acerca de su padre era que administraba un restaurante.

Charlton era un jugador de baloncesto tan fenomenal que había sido invitado a formar parte de los Knicker-bockers de Nueva York, equipo que en ese entonces pertenecía todavía a los estadunidenses, y cuyo nombre designa a los descendientes de los primeros colonizadores holandeses del área. En lugar de eso, Charlton obtuvo una beca para estudiar en el MIT y se convirtió en un científico de altos vuelos, puesto que era el responsable del funcionamiento del enorme acelerador de partículas subatómicas llamado «Superhostigador», instalado en las afueras de Waxahachie, Texas.


Tal como yo entiendo las cosas, los científicos de allá del sur obligan a las partículas invisibles a revelar sus secretos despachurrándolas sobre placas fotográficas. No es un trato muy diferente de aquél que a veces otorgábamos en Vietnam a los presuntos agentes del enemigo.

¿Ya comenté que en cierta ocasión lancé a 1 de ellos fuera de un helicóptero en vuelo?


Los lugareños no tenían que proteger la sensibilidad de la esposa de Lyle omitiendo la causa de la prosperidad del Café del Gato Negro. Ella lo había abandonado. A la mitad de su vida, descubrió que era lesbiana y huyó con la entrenadora de gimnasia femenil a las Bermudas, donde ofrecían, y quizá lo sigan haciendo, clases de navegación.

Una vez le hice proposiciones amorosas en la Reunión Anual de Gente del Pueblo y Miembros de la Universidad. Supe que era lesbiana antes de que ella lo supiera.


Hace 2 años, cuando se aproximaba al final de su vida, Lyle Hooper fue recluido en lo alto del campanario por los reos prófugos. En contraste con la actitud de los lugareños, ellos lo llamaban «Chulo». Le decían: «¡En!, Chulo, ¿te gusta la vista?», o bien «¿Qué crees que debemos hacer contigo, Chulo?», etcétera. Allá en la torre, había frío y humedad. La nieve y la lluvia se introducían al campanario a través de las innumerables perforaciones de bala producidas en el techo. Éstas eran resultado de los disparos hechos por los fugados, cuando se dieron cuenta de que un francotirador se hallaba arriba, esto es, entre las campanas.

No había electricidad. Los servicios eléctrico y telefónico habían sido cortados por completo. Cuando subí a visitar a Lyle, él ya sabía el origen de aquellas perforaciones, y que el francotirador había sido crucificado en el establo. Estaba al corriente de que los reos prófugos aún no habían decidido qué hacer con él. Estaba consciente de que había cometido lo que ellos consideraban un claro asesinato. El y Whitey VanArsdale habían emboscado y matado a 3 de los presos fugados que se encaminaban por el antiguo camino de sirga en dirección al nacimiento del lago, a fin de entablar negociaciones con los policías, políticos y soldados que se encontraban en la barricada. Estos reclusos ondeaban banderas de tregua, fundas blancas de almohada amarradas a palos de escoba, cuando Lyle Hooper y Whitey VanArsdale los aniquilaron.

Entonces Whitey recibió impactos de bala que provocaron su muerte casi instantánea, y Lyle fue hecho prisionero.

Con todo, lo que más le molestaba a Hooper, según me informó cuando hablé con él en el campanario, era que sus captores le llamaran Chulo.


En este punto, debo aclarar que, con fines de simplificación, del todo ajenos a consideraciones políticas, habré de referirme en adelante a los reos prófugos que se internaron en Scipio con la denominación que ellos mismos se autodesignaron: «Luchadores de la Libertad.»


En consecuencia, Lyle Hooper era, sin lugar a dudas, responsable de la muerte de 3 Luchadores de la Libertad que portaban banderas de tregua. Además, el Luchador de la Libertad que lo custodiaba en la torre era medio hermano y exsocio en el tráfico de crack, junto con la abuela de ambos, de 1 de los Luchadores de la Libertad que él o Whitey habían asesinado.

No obstante, lo único que preocupaba a Lyle era que le llamaran Chulo. Desde luego, para la mayoría, o quizá para la totalidad de los Luchadores de la Libertad, no constituía un insulto dirigirse a alguien con el término de Chulo.


Lyle me dijo que había sido criado por su abuela paterna, quien le hizo prometer que, una vez llegado el momento de abandonar el mundo, éste sería un sitio mejor que aquél con el cual se topó al nacer.

—¿Cumplí con mi promesa, Gene?

Le contesté que sí. Como se encontraba a punto de ser ejecutado, no le podía responder que, desde mi punto de vista, las emboscadas provocaban que el mundo aparentara ser un sitio peor que aquél de antaño.

—Manejé un negocio limpio y agradable, y crié a un hijo maravilloso —explicó—. Además, extinguí muchos incendios.


Fueron los Directivos quienes les dijeron a los Luchadores de la Libertad que Lyle administraba un prostíbulo. En caso contrario, habrían creído que sólo se trataba de un restaurantero y Jefe de Bomberos.


El estado de ánimo mostrado por Lyle Hooper durante su reclusión en el campanario me recordó la disposición exhibida por mi padre cuando lo despidió la Barrytron. Poco después de que perdió el empleo, viajó en crucero a lo largo de las aguas interiores de la Costa Oriental del país, desde City Island, Nueva York, hasta Palm Beach, Florida. Esta excursión turística la realizó a bordo de un yate de motor que pertenecía a un antiguo compañero de la Universidad, Fred Handy. Este individuo estudió también ingeniería química, pero se dedicaba al negocio de la chatarra. Se había enterado de que Papá estaba profundamente deprimido, y consideró que el crucero podría animarlo.

Sin embargo, durante el trayecto a Palm Beach, donde Handy tenía un muelle propio, en todos los lugares por los cuales pasaban a lo largo del estrecho East River, en las Bahías Barnegat, Delaware y Chesapeake, a través del Canal Pantanoso de Dismal, etcétera, el yate tenía que abrirse paso en medio de una alfombra flotante de botellas de plástico, la cual abarcaba de orilla a orilla y de horizonte a horizonte. Habían contenido en alguna ocasión líquido para frenos, blanqueadores de ropa y demás fluidos por el estilo.

Papá había tenido mucho que ver con el desarrollo de aquellas botellas. Además, sabía que podrían mantenerse a flote durante unos 1 000 años. No eran objetos de los cuales se pudiera estar orgulloso.

En cierto sentido, aquellas botellas otorgaban a Papá el mismo título que los Luchadores de la Libertad conferían a Hooper.

Las desesperanzadas últimas palabras de Lyle, pronunciadas cuando era conducido fuera del campanario, a fin de ser ejecutado frente al Salón Samoza, bien podrían servir como epitafio para la tumba de mi padre:

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