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Mi abogado sólo encontró un aspecto realmente interesante en mi teoría sobre la Reina de las Lilas, a saber, los amplios listones púrpuras para sujetar el cabello utilizados por las muchachas que participaban cada año en la carrera, incluyendo aquélla celebrada antes de la fuga carcelaria. Los reos prófugos descubrieron carretes y carretes de ese listón en un armario de la oficina de la Decano de las Mujeres. Alton Darwin ordenó a sus hombres que se anudaran un trozo de listón alrededor del brazo. El listón se convirtió en una especie de uniforme, en un medio para diferenciar a los amigos de los enemigos. Por supuesto, el color de la piel ya constituía, por sí solo, un buen distintivo.

La importancia de los listones púrpuras, según mi abogado, reside en que yo nunca me puse 1. Esto contribuye a probar que yo siempre fui neutral.


Los condenados no fabricaron una nueva bandera. Ondearon aquélla de las Barras y las Estrellas desde lo alto del campanario. Alton Darwin no dijo que hubiesen estado en contra de Estados Unidos, sino: «Nosotros somos Estados Unidos.»


Así que me despedí de Pamela Ford Hall la tarde en que me echaron del Tarkington. Nunca más la volví a ver. Supongo que el único favor verdadero que le hice fue decirle que buscara una segunda opinión, antes de admitir que Whitey VanArsdale le vendiera una caja nueva de velocidades. Según supe, pidió esa segunda opinión y resultó que su antigua caja de cambios estaba en perfecto estado.

La caja de velocidades y el resto del coche la transportaron hasta Key West, donde el ex Escritor Residente Paul Slazinger se había establecido, gozando de bienestar con base en la Beca para Genios que le había otorgado la Fundación McArthur. Nunca me di cuenta de que él y ella habían congeniado durante su estancia en el Tarkington, pero supongo que lo hicieron. Desde luego, ella nunca me habló del asunto. En todo caso, cuando trabajaba en Athena, me enteré de su boda inminente, planeada desde su permanencia en Scipio.

No obstante, resultaba evidente que iban a fracasar. Me imagino a Pamela bebiendo e insistiendo en seguir la carrera artística, aunque no fuera talentosa. Eso debió asustar al viejo novelista.


Claro que Slazinger tampoco constituía ningún galardón.


Después de la fuga penitenciaria, le conté a GRIOTMR todo lo que sabía sobre Pamela y le pedí que adivinara qué sería de ella al cabo de su ruptura con Paul Slazinger. GRIOTMR diagnosticó su fallecimiento por cirrosis hepática. Reintroduje en la máquina la misma información y, esta segunda ocasión, GRIOTMR predijo que se moriría de frío en un portal de Chicago.

Los pronósticos no eran buenos.


Después de dejar a Pamela, cuyo problema básico no era yo sino el alcohol, comencé a escalar la Montaña Mosquete, intentando reflexionar un poco bajo el depósito de agua. Pero me topé con Zuzu Johnson, quien caminaba cuesta abajo. Me dijo que había permanecido durante varias horas en ese lugar, tratando de construir sueños que sustituyeran a aquéllos relacionados con nuestra huida a Venecia.

Sostuvo que tal vez se iría sola a Venecia, donde tomaría fotos de los turistas que suben y bajan de las góndolas.

El pronóstico para ella era mucho mejor que el de Pamela, por lo menos a corto plazo. Ella no era una adicta y no estaba completamente sola en el mundo, aunque todo lo que tuviera se redujera a Tex. Además, no había hecho el ridículo ante los telespectadores de todo el país.

Por otra parte, Zuzu podía ver la parte humorística de las cosas. Recuerdo que me dijo que la no realización del sueño veneciano la había convertido en un cadáver viviente, pero que una zombie era la compañera ideal del Director de un Colegio.

Continuó expresándose de esa forma durante un rato y, sin llorar, se alejó con gran rapidez. Lo último que me dijo fue que no me culpaba.

—Asumo toda la responsabilidad de haberme enamorado de semejante idiota —afirmó con vehemencia.

¡Harto legítimo!


Cambié de opinión: no trepé a la cima de la Montaña Mosquete. En su lugar, fui a casa, pues consideré que sería más sabio reflexionar en la cochera, donde era improbable que otras balas perdidas de mi pasado me interrumpieran. Cuando llegué, encontré a un empleado del Servicio Unido de Paquetería (SUP), quien tocaba a la puerta. No lo conocía. Era nuevo en el pueblo porque, en caso contrario, no habría preguntado el motivo por el cual estaban cerradas las persianas. Cualquiera que hubiese permanecido en Scipio durante cierto tiempo sabía la causa de que las persianas estuvieran siempre cerradas:

Ahí adentro habitaban personas dementes.

Le expliqué que había un enfermo en casa y le pregunté qué quería.

Me respondió que traía una enorme caja para mí, proveniente de Saint Louis. Missouri.


Le comenté que no conocía a nadie en Saint Louis, Missouri y que no esperaba recibir ninguna caja proveniente de ningún sitio. Pero, me mostró que yo era el destinatario del paquete, de modo que repuse: «Está bien, vamos a ver su contenido.» Resultó ser el pequeño baúl que se hallaba al pie de mi cama en Vietnam, el cual abandoné cuando el excremento llegó al aire acondicionado, esto es, cuando me ordenaron que me hiciera cargo de la evacuación desde la azotea de la embajada.

Su arribo no constituyó del todo una sorpresa. Varios meses antes, había sido informado de que el baúl se encontraba en un inmenso depósito del Ejército, situado en las afueras de Saint Louis, donde estaban almacenados los objetos personales de los soldados que nadie había reclamado, se trataba de pertenencias abandonadas en los campos de batalla o en otros lugares. Algún idiota debió colocar mi baúl en 1 de los últimos aviones estadunidenses que salieron de Vietnam, privando así al enemigo de mi rasuradora, mi cepillo de dientes, mis calcetines, mi ropa interior, y del último regalo de cumpleaños que me obsequió Jack Patton, a saber, un ejemplar de la revista Liguero Negro. Exactamente 14 años más tarde, el Ejército me notificó que tenía en su poder el baúl y me preguntó si quería recuperarlo. Contesté que sí. Y tuvieron que transcurrir otros 2 años para que, de repente, lo depositaran frente a mi puerta. Algunos glaciares se mueven más aprisa.

Le pedí al empleado del SUP que me ayudara a arrastrarlo hasta la cochera. No era muy pesado. Sólo voluminoso.

El Mercedes estaba estacionado enfrente. Aún no me había dado cuenta de que los muchachos del pueblo lo habían vuelto a descorchar. Los 4 neumáticos no tenían aire.


Cof. Cof.


El empleado del SUP era en realidad muy joven. Se veía tan niño y era tan novato en su trabajo, que me preguntó qué había dentro del baúl.

—Si la Guerra de Vietnam aún se estuviera escenificando, podrías ser tú su contenido —dije, dando a entender que quizá él habría regresado a casa dentro de un ataúd.

—No comprendo —señaló.

—¡Olvídalo! —repuse. Rompí el cerrojo con un martillo. Levanté la tapa de lo que de hecho era una especie de ataúd para mí, pues contenía los restos del soldado que alguna vez fui. Encima de todo, con la portada hacia arriba, se hallaba aquel ejemplar de Liguero Negro.

—¡Cáspita! —exclamó el muchacho. La mujer de la portada lo había asombrado. Parecía un Astronauta que realizaba su primer viaje al espacio.

—¿Has considerado alguna vez convertirte en soldado? —le pregunté—. Creo que serías bueno.


Nunca lo volví a ver. Quizá lo despidieron poco tiempo después y se marchó a buscar trabajo a otra parte. Sin duda, no iba a durar mucho como empleado del SUP, si persistía en la actitud de merodear, como un niño en la víspera de Navidad, hasta conocer el contenido de los distintos paquetes que entregaba.


Permanecí en la cochera. No quería entrar en la casa. Tampoco quería volver a salir. En consecuencia, me senté en el baúl y leí «Los Protocolos de los Sabios de Tralfamadore», artículo incluido en la revista Liguero Negro. Versaba sobre cierto tipo de rayos inteligentes de energía, ubicados a una distancia de billones de años luz. Estos seres buscaban formas de vida mortales y autorreproducibles, para poder expandirlas en el Universo. De modo que varios de ellos, los Sabios del título, se reunieron o cruzaron cerca de un planeta llamado Tralfamadore. El autor nunca menciona por qué los Sabios consideraban que la propagación de la vida es una buena idea. No lo culpo, pues es difícil encontrar un argumento sólido que apoye dicho planteamiento. En mi opinión, querer que cada planeta habitable esté habitado es como querer que todo el mundo tenga pie de atleta.

Los Sabios llegaron a la conclusión de que la única opción práctica de que una forma de vida pudiera viajar grandes distancias a través del espacio, residía en la transportación de plantas y animales extremadamente pequeños y durables, a bordo de los meteoritos que rebotaban en los planetas.

Sin embargo, aún no había evolucionado ningún germen lo suficientemente resistente para sobrevivir a un viaje semejante. La vida era demasiado fácil para los gérmenes. No eran sino un puñado de bollos rellenos de crema. Cualquier criatura por ellos infectada, en términos químicos, se volvía tan desafiante como un caldo de pollo.


Cuando se verificó la reunión, ya había seres humanos en la Tierra, pero éstos no constituían sino un fango caliente donde nadaban los gérmenes. Ahora bien, los hombres tenían cerebros muy grandes y algunos de ellos sabían hablar. ¡Incluso, unos cuantos leían y escribían! Por tal motivo, los Sabios centraron su atención en ellos y se preguntaron si los cerebros de los humanos no podrían inventar pruebas de supervivencia verdaderamente horribles para los gérmenes.

Vieron en nosotros el potencial para convertirnos en químicos perversos a escala cósmica. Y no los desilusionamos.


¡Qué historia!


De acuerdo con el cuento, la leyenda de Adán y Eva apenas estaba siendo redactada. Una mujer llevaba a cabo la labor de escritura. Antes, esas encantadoras palabras insinceras habían pasado de generación a generación en forma oral.

Los Sabios permitieron que transcribiera la mayor parte del mito de la creación justo de la manera en que ella lo había escuchado, del modo en que todo el mundo lo narraba. Al aproximarse al final del texto, se apoderaron del cerebro de la mujer y le ordenaron que incluyera algo que nunca había formado parte del mito.

Supuestamente, se trataba del discurso que Dios había pronunciado ante Adán y Eva. A continuación, cito el discurso en cuestión, destacando que la vida se convirtió después en un infierno para los microorganismos: «Llenad la Tierra y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la Tierra.»


Cof.