Shakespeare.
Creo que William Shakespeare ha sido el ser humano más sabio del que haya tenido noticia. Sin embargo, siendo completamente francos, eso no es mucho decir. Somos animales muy presuntuosos y, en realidad, del todo estúpidos. Pregúntale a algún profesor. Ni siquiera tienes que preguntárselo a un profesor. Pregúntale a cualquier persona. Los perros y los gatos son más inteligentes que nosotros.
Si afirmo que los Directivos del Colegio Tarkington eran imbéciles y que aquéllos que nos involucraron en la Guerra de Vietnam también lo eran, espero que se entienda que yo me considero a mí mismo el más grande imbécil de todos. Miren dónde me encuentro ahora y cuan duro trabajé para llegar a este sitio y no a ninguna otra parte. ¡Lotería!
Y si sostengo que mis padres eran borricos, ¿qué más puedo ser yo sino otro borrico? Pregúntale a mis hijos, tanto a los legítimos como a los ilegítimos. Ellos lo saben.
Ante los Directivos, no tuve ninguna probabilidad de alcanzar el éxito, ni siquiera aquélla remota con que contaron los inmigrantes chinos para descubrir oro en áreas desprovistas de ese metal, si se me permite un gastado refrán racista. Al menos, no la tuve con base en el informe escondido por Wilder en el fólder. Cuando intenté defenderme, ignoraba lo bien armados que estaban: situación básica en las comedias bufonescas más divertidas.
Argumenté que constituía un deber de todo maestro el hablar con plena franqueza a los estudiantes universitarios de los diferentes asuntos que atañen a la humanidad, y no sólo de aquello relacionado directamente con determinada asignatura.
—Ésa es la forma en que nos ganamos su confianza y los animamos a expresarse —afirmé—. Asimismo, es el modo en que pueden tomar conciencia de que ninguna asignatura se halla dentro de un pequeño compartimiento, sino que forma parte inseparable de la principal asignatura que nos hemos propuesto estudiar en la Tierra, a saber, la vida misma.
Aclaré que las dudas que pude haber provocado en los alumnos con respecto a las virtudes del Sistema de Libre Empresa, como resultado de la exposición de las ideas de mi abuelo, sólo podrían reforzar a la larga su entusiasmo por dicho sistema. Dichas dudas los conducen a extraer conclusiones propias en cuanto a la causa de que la Libre Empresa sea el único sistema digno de consideración.
—Las personas nunca son más fuertes que cuando han obtenido argumentos propios para tener fe en aquello en que creen. Sólo así pueden valerse por sí mismos —agregué.
—¿Acaso no dijo usted que Estados Unidos es un recipiente de individuos cortos de entendederas? —preguntó Wilder.
Reflexioné antes de contestar. Se trataba de algo que Kimberley no había registrado en su cinta.
—Lo que pude haber dicho es que todas las naciones más grandes que Dinamarca son recipientes de individuos cortos de entendederas, pero por supuesto era una broma —repuse.
Ahora sostengo 100% esa afirmación: todas las naciones más grandes que Dinamarca son recipientes de individuos cortos de entendederas.
Jason Wilder había escuchado lo suficiente. Pidió a los Directivos que pasaran de mano en mano el fólder hasta el sitio en que yo me encontraba.
—Antes de que vea lo que hay adentro, debe saber que esta Junta me prometió que nunca mencionaría su contenido fuera de este recinto. Quedará en su exclusiva posesión siempre que firme de inmediato su renuncia —señaló Wilder.
—Dios mío —repuse—. ¿De qué puede tratarse? ¿Y qué provocó que Tex Johnson abandonara esta habitación del modo en que lo hizo?
—El último documento del fólder —aclaró Wilder—, cuya lectura fue muy penosa para él.
—¿Qué puede ser? —volví a preguntar.
Honestamente, no imaginaba el motivo por el cual podía ser yo el causante de la pena de Tex. Cuando hacía el amor a su esposa, sólo intentaba que nosotros 2 fuéramos felices. Nunca pensé en ella como en la esposa de otro. Cuando hago el amor a una mujer, la idea más alejada de mi mente es con quién pueda estar casada. Me resulta imposible hablar por Zuzu, pero yo no deseaba provocarle a Tex el más mínimo dolor. Cuando Zuzu se refería a él despectivamente, me veía precisado a recordarle quién era él y a salir en su defensa.
La primera impresión que tuve del último documento del fólder fue que era una especie de horario, tal vez del autobús que va de Scipio a Rochester, una sugerencia no muy sutil de que debería abandonar el pueblo lo más rápido posible. Pero, entonces, me di cuenta de que quien hacía todas las llegadas y salidas era yo y de que la estación, por así decirlo, era la casa del Director del Colegio.
La exactitud de las horas y las fechas era atestiguada por Terrence W. Steel Jr., al que conocía simplemente como Terry. Nunca supe su nombre completo, y le había creído cuando me dijo que era el nuevo jardinero contratado por el Departamento de Terrenos en Construcción. De hecho, era el detective a sueldo de Wilder, cuya labor consistía en conseguir pruebas en mi contra. Lo poco que me había contado sobre su vida podía haber sido inventado por GRIOTMR o podía haber sido verdad. ¿Quién sabe? ¿A quién le importa?
Recuerdo que me dijo que su esposa era lesbiana y que se había enamorado de una dietista de una escuela de segunda enseñanza. Ambas mujeres desaparecieron junto con los 3 hijos de Terry. GRIOTMR pudo haber tramado ese desenlace.
El horario de mis encuentros amorosos con Zuzu estaba firmado por el detective y debidamente notariado. Yo conocía al Notario. Todos lo conocían. Era Lyle Hooper, Jefe de Bomberos y dueño del Café del Gato Negro. Él también fue asesinado poco después de la fuga de la cárcel. Ese documento con el sello notarial era todo lo que necesitaba ver para comprender que mi trabajo se iría por el excusado.
Wilder dijo que el resto de los papeles incluidos en el fólder eran declaraciones reunidas por su detective. Atestiguaban que yo había sido un adúltero desvergonzado desde el momento en que me establecí con mi familia en Scipio.
—Espero que esté de acuerdo conmigo en que la conducta que ha mostrado en este valle cae justo en el centro de la definición más estrecha de vileza moral —señaló Wilder.
Coloqué el fólder sobre la mesa para indicar que no necesitaba mirar su contenido. Mi gesto fue similar al del individuo que da por concluida una mano de póquer. Al hacerlo, deposité el fólder encima del Informe Anual del Tesorero del colegio. Antes de la reunión, se habían distribuido copias del mismo en los lugares de los asistentes. Sin darme cuenta, me llevé conmigo una copia del informe cuando abandoné el recinto. Más tarde, al leerlo, me enteré de algo muy importante. El plantel había vendido todas las propiedades que tenía en el pueblo, incluyendo las ruinas de la cervecería, de la constructora de carromatos y de la fábrica de alfombras, así como el terreno donde se hallaba el Café del Gato Negro, a la misma corporación japonesa que había adquirido la prisión.
Después, el Tesorero invirtió las ganancias de la venta, una vez descontadas las comisiones estatales y los honorarios de los abogados, en acciones preferenciales de la Microsecond Arbitrage.
—Éste no es uno de los momentos más felices de mi vida —dijo Wilder.
—Tampoco de la mía —repuse.
—Lamentablemente para todos nosotros, el dedo que se mueve escribe y, teniendo un mandato, no se detiene —afirmó Wilder.
—Muy bien dicho —contesté.
En ese momento, el Presidente de la Junta, Robert Moellenkamp, tomó la palabra. Aunque analfabeto, era un sujeto legendario entre los tarkingtonianos, y sin duda también en su casa, debido a su fenomenal memoria. Al igual que el padre del fundador del colegio, su antepasado, podía aprender de memoria cualquier cosa que se leyera en voz alta unas 3 veces. Conocí a varios reos de Athena, también iletrados, que podían hacer lo mismo.
En esta ocasión, quería citar a Shakespeare.
—Deseo que quede constancia de que este episodio también ha sido para mí extremadamente penoso —aclaró.
Luego, recitó un pasaje de Romeo y Julieta, donde el moribundo Mercutio, el amigo garboso e ingenioso de Romeo, describe la herida que recibió en un duelo:
«No es tan honda como un pozo ni tan ancha como el pórtico de una iglesia; pero basta. Si mañana preguntas por mí, verasme tan callado como un muerto. Me han derrotado, sin duda, en este mundo. ¡Que la peste devore ambas casas!»
Desde luego, las dos casas eran la de los Montesco y la de los Capuleto, las familias enemigas a que pertenecían Romeo y Julieta. El odio implacable entre ellas provocaría indirectamente la partida de Mercutio hacia el Paraíso.
He leído ese pasaje en Familiar Quotations de Bartlett. Si más personas confesaran que han tomado sus perlas de sabiduría de ese libro, y no de las obras originales, se aclararían muchos malentendidos.
Si en realidad hubiera existido Mercutio y si de verdad existiese un Paraíso, Mercutio haría buenas migas con algún soldado adolescente caído en Vietnam, pues ambos estarían de acuerdo en qué se siente morir a causa de la vanidad y necedad de otras personas.