Entre tanto, ¿qué les había ocurrido a los tres chicos? Habían caminado despacio a lo largo del subterráneo, examinando con atención las vías para ver si quedaban rastros de que el tren hubiera pasado por allí recientemente. En el oscuro y poco aireado túnel crecían muy pocas hierbas, de modo que no podían deducir gran cosa por el estado de las mismas. Habían llegado poco más o menos a medio camino, cuando Julián descubrió algo interesante.
—¡Mirad! —dijo, iluminando de modo alternativo con su linterna las vías delante y detrás de él—. ¿Veis esto? Las vías están negras y herrumbrosas detrás de nosotros, pero a partir de aquí se vuelven brillantes, como si se utilizasen a menudo.
Tenía razón. A sus espaldas se extendían los raíles sucios y oxidados. Por el contrario, frente a ellos, en dirección a la boca del túnel que conducía hasta el depósito de Olly, el carril estaba brillante como si las ruedas de un tren hubieran pasado hacía poco por él.
—Es extraño —comentó Dick—. Parece como si el tren fantasma se limitase a ir de aquí al depósito de Olly y volver. Pero ¿por qué? ¿Dónde se puede haber metido? ¡Se ha desvanecido en el aire!
Julián se sentía tan sorprendido como Dick. ¿Dónde podía encontrarse el tren si no estaba en el túnel? Era evidente que había alcanzado la mitad del túnel y se había detenido allí. Pero ¿dónde se había ido entonces?
—Continuemos hasta la salida para ver si las vías siguen brillantes todo el camino —determinó Julián, al fin—. No podemos descubrir nada por aquí, excepto en el caso de que el tren se materializase delante de nosotros.
Siguieron por el túnel, alumbrando el camino con las linternas. Hablaban muy entusiasmados mientras andaban, por lo cual no advirtieron que cuatro hombres estaban esperándolos, cuatro hombres escondidos en un pequeño nicho excavado a un lado, acechando en la oscuridad.
—Bueno —empezó Julián—. Creo…
Se vio obligado a interrumpirse, porque cuatro figuras se habían abalanzado de repente sobre ellos, dejándolos inmovilizados en un santiamén. Julián dio un grito y se debatió. Sin embargo, el hombre que lo sujetaba era demasiado fuerte para poder librarse de él. Las linternas rodaron por el suelo. La de Julián se rompió con el choque, mientras las otras dos permanecían encendidas, iluminando con sus rayos los pies del pequeño grupo que pataleaba.
No fueron necesarios más de veinte segundos para convertir a cada uno de los muchachos en un prisionero, con los brazos detrás, a la espalda. Julián intentó moverse, pero su guardián le retorció el brazo con tanta ferocidad que gritó de dolor y cesó de moverse.
—¡Oigan! ¿Qué significa esto? —preguntó Dick—. ¿Quiénes son ustedes y qué, imaginan que están haciendo? Sólo somos tres niños que exploran un viejo túnel. ¿Cuál es la razón de todo esto?
—Sacadlos a todos —ordenó una voz que reconocieron al instante.
—¡Señor Andrews! ¿Es usted? —gritó Julián—. Déjenos libres. Usted nos conoce. Somos los chicos del camping y Jock está aquí también. ¿Qué es lo que pretenden?
El señor Andrews no contestó. Furioso, pegó al pobre Jock tal bofetada en la oreja derecha que por poco lo hace caer rodando por el suelo.
Sus captores los forzaron a seguir por el túnel hasta más allá de la mitad. Ninguno llevaba linterna, así que toda la escena se desarrollaba en la oscuridad. Los tres muchachos caminaban dando traspiés. Sin embargo, los hombres parecían conocer muy bien el camino.
Al cabo de un rato se detuvieron. El señor Andrews se apartó de ellos y Julián le oyó dirigirse hacia la izquierda. En aquel momento sonó un extraño ruido, una especie de chirrido, como de algo que se deslizaba. ¿Qué estaba sucediendo? Julián abrió los ojos en la oscuridad, pero no alcanzó a ver nada. Ignoraba que el señor Andrews estaba maniobrando el resorte que servía para correr la pared tapiada a través de la cual había pasado el tren.
Los tres chicos fueron empujados en la oscuridad, sin que se atrevieran a protestar.
Se encontraban ya en aquel extraordinario lugar, entre las dos paredes que se habían construido para tapiar el sitio en que el túnel se bifurcaba. El lugar en que el tren fantasma reposaba en silencio, con Jorge y Tim escondidos en uno de los vagones. Aunque nadie sabía esto último, como es natural. Ni siquiera al señor Andrews se le hubiera pasado por la imaginación que una niña y un perro estuvieran observándolos desde un vagón cercano.
Encendió una linterna e iluminó las caras de los tres niños. Ellos procuraban no poner de manifiesto el intenso pánico que los invadía. ¡Todo era tan sobrenatural e inimaginable! Ni siquiera tenían la menor idea de adonde los habían conducido.
—Os avisaron que os mantuvierais alejados de este depósito —dijo la voz de uno de los hombres—. Os aseguraron que era un sitio malo y peligroso. No os mentían. Lo vais a pasar muy mal por no haber hecho caso de nuestras advertencias. Os dejaremos aquí atados hasta que hayamos acabado con nuestros negocios. Puede que tardemos tres días tan sólo. O puede que sean tres semanas.
—¡Oiga! No pueden tenernos prisioneros todo ese tiempo —protestó Julián, alarmado—. Saldrán equipos a buscarnos por todo el lugar. Sí, a buscarnos. ¡Y tenga usted por seguro que nos encontrarán!
—¡Oh, no! No lo harán —respondió la voz—. Nadie será capaz de encontraros aquí. Ahora, Peters, átalos.
Peters así lo hizo. Quedaron con las piernas atadas y también los brazos, apoyados de cualquier modo contra la pared.
Julián protestó nuevamente.
—¿Por qué hacen esto con nosotros? Somos inocentes. No sabemos ni una palabra de sus asuntos, sean los que sean.
—Tampoco os daremos una sola oportunidad para que os enteréis —aseguró la voz. No era la voz del señor Andrews, sino otra, fuerte y firme, llena de determinación. Expresaba a la vez una buena dosis de fastidio.
—¿Qué pasará con mamá? —preguntó de repente Jock a su padrastro—. Estará preocupada.
—Bueno, pues deja que se preocupe —contestó la voz en tono desdeñoso, antes de que el señor Andrews pudiera decir una palabra—. Es culpa vuestra. Se os advirtió con tiempo.
Los pies de los cuatro hombres se pusieron en movimiento. De nuevo se repitieron los mismos ruidos de antes. Salieron por el agujero de la pared y lo cerraron. Sin embargo, los niños no tenían la menor idea de qué era lo que los producía. No podían imaginarse de qué se trataba. Los ruidos desaparecieron y un silencio de muerte se enseñoreó del recinto. La oscuridad era muy profunda. Los tres niños aguzaron los oídos hasta estar seguros de que los hombres se habían marchado.
—¡Qué brutos! ¿Por dónde se habrán ido? —preguntó Dick—. ¡Corcho! Me han atado los pies tan apretados que la cuerda me está mordiendo la carne.
—Deben de tener algo muy importante que ocultar —comentó Julián en voz baja, intentando aflojar las cuerdas alrededor de sus manos.
—¿Qué va a suceder ahora? —dijo la asustada voz de Jock. La aventura ya no le parecía tan estupenda.
—¡Chits! —ordenó Julián de repente—. ¡Oigo algo!
Se callaron y escucharon. ¿Qué era aquello?
—Es… es un perro gimiendo —exclamó Dick de repente, muy asombrado.
En efecto. Lo era. Concretamente Tim, que seguía en el vagón con Jorge. Oyó las voces de los muchachos, las reconoció y deseaba reunirse con ellos. Pero Jorge no estaba segura de que los hombres se hubieran marchado de modo definitivo y mantenía la mano puesta sobre su collar. Su corazón palpitaba de alegría al pensar que ya no se encontraba sola. Los tres muchachos, y quizá también Ana, estaban allí, en el mismo extraño lugar que ella y Tim.
Los muchachos prestaron atención. El gemido sonó de nuevo. Entonces, Jorge soltó el collar de Tim, que saltó de cabeza del vagón. Sus pies patearon ansiosos por el suelo. Salió disparado hacia los niños en la oscuridad y Julián sintió una lengua húmeda que le lamía la cara. Un cálido cuerpo se apretó contra él y un pequeño ladrido le dio a entender quién era su propietario.
—¡Tim! ¿Oyes, Dick? ¡Es Tim! —gritó Julián lleno de júbilo—. Pero ¿de dónde sale? ¿De verdad eres tú, Tim?
—Buf —respondió Tim, y lamió después a Dick y a Jock.
—¿Dónde está Jorge, entonces? —preguntó Dick.
—Aquí —dijo una voz, y Jorge saltó a su vez del vagón, encendiendo su linterna al mismo tiempo. Se acercó a los niños—. ¿Qué os ocurrió? ¿Cómo vinisteis aquí? ¿Os capturaron o algo así?
—Sí —contestó Julián—. Pero, Jorge, ¿dónde estamos? ¿Y qué haces aquí tú también? ¡Es como una pesadilla!
—Os cortaré las cuerdas antes de explicaros nada —dijo Jorge, y sacó su navaja.
En unos momentos los niños quedaron libres de las ligaduras y todos se sentaron, frotando sus doloridos tobillos y muñecas.
—¡Gracias, Jorge! Ahora ya me siento bien —dijo Julián, levantándose—. ¿Dónde estamos? ¡Qué curioso! Y esa máquina, ¿qué está haciendo aquí?
—Éste es el tren fantasma, Julián —respondió Jorge con una carcajada—. Sí, de verdad. Lo es.
—Pero si recorrimos todo el túnel sin encontrarlo —dijo Julián, confuso—. Esto es de lo más misterioso.
—Oye, Julián —le explicó Jorge—, sabes dónde está cortado el segundo túnel, ¿verdad? Bien. ¡Pues hay un trozo de la pared que retrocede a manera del «Ábrete, Sésamo»! El tren fantasma puede penetrar en ese agujero a través de las vías. Una vez pasado el muro, se para, y el agujero se cierra de nuevo.
Jorge encendió otra vez la linterna para enseñar a los niños la pared a través de la cual habían pasado. Después iluminó el muro opuesto.
—¿Veis eso? —dijo—. Hay dos paredes que obstruyen este segundo túnel. Entre ellas queda un gran espacio que les sirve para esconder el tren fantasma. ¿Ingenioso, no es cierto?
—Me lo parecería si pudiera ver algún sentido en todo esto —dijo Julián—, pero no entiendo una palabra. ¿Por qué se dedican a trajinar de un lado para otro con un tren fantasma por las noches?
—Eso es lo que tenemos que descubrir —contestó Jorge—. Ahora tenemos oportunidad para investigar. Mira, Julián, mira todas estas cuevas que se extienden a un lado y a otro del túnel. ¡Serían magníficos escondites!
—¿Para qué? —preguntó Dick—. ¡No encuentro ni pies ni cabeza a todo esto!
Jorge volvió la luz de su linterna sobre los tres niños y de repente hizo una pregunta que los dejó desconcertados.
—Oíd, ¿dónde está Ana?
—¡Ana! No quiso volver con nosotros por el túnel, de modo que se fue por los páramos para encontrarnos al otro lado, en el depósito de Olly —dijo Julián—. ¡Caramba! Estará preocupadísima. Espero que no se le ocurrirá venir andando por el túnel a encontrarnos. Caería en las manos de esos hombres.
Todos se sintieron muy preocupados. Ana odiaba el túnel y se asustaría enormemente si alguien le agarrase en la oscuridad. Julián se volvió hacia Jorge.
—Haz girar tu linterna alrededor y echemos una ojeada a estas cuevas. Parece que no ha quedado nadie por aquí. Podríamos dar una vuelta.
Jorge obedeció y Julián pudo ver que unas vastas e impenetrables cuevas se extendían a cada lado del túnel. Jock descubrió algo más bajo la luz de la linterna. Observó un interruptor en la pared. Quizá lograría abrir el agujero.
Fue hacia él y lo pulsó. En el acto el lugar quedó inundado por una brillante luz. Por un momento se sintieron cegados por el repentino resplandor.
—Así es mejor —exclamó Julián, encantado—. ¡Estupendo, Jock! Ahora podremos ver bien lo que estamos haciendo.
Observaron el tren fantasma, que permanecía silencioso cerca de ellos sobre sus raíles. Realmente parecía tan viejo y olvidado como si perteneciera al siglo anterior.
—Es una pieza de museo —comentó Julián con interés—. Así que fue este viejo fantasma lo que vimos resoplando dentro y fuera del túnel por la noche.
—Me escondí en este vagón de aquí —explicó Jorge, señalando, y les relató su propia aventura. Los chicos, a duras penas podían creer que hubiera sido capaz de introducirse en aquel escondite, en el propio tren fantasma.
—Venid, echemos un vistazo a estas cuevas —dijo Dick. Se dirigieron hacia las más próximas. Estaban llenas de cestos y cajas de todas clases. Julián abrió una de ellas y dejó escapar un silbido.
—Todo es género robado, me imagino. Mirad aquí: cestos de té, whisky y coñac, cajas y más cajas repletas de Dios sabe qué. Esto es un verdadero escondite de productos para el mercado negro.
Los niños exploraron un poco más allá. Las cuevas estaban llenas por completo de ricos géneros, que valdrían miles de pesetas.
—Todo robado, supongo —opinó Dick—. ¿Pero qué hacen con ello? Lo traen aquí en el tren, claro, y lo esconden. Sin embargo, de algún modo tienen que desprenderse de las mercancías.
—Las volverán a cargar en el tren y las llevarán al depósito. Allí las recogerán en los camiones. Disponen de bastantes para llevárselas —dijo Julián.
—¡No! —rechazó Dick—. ¡Claro que no! Dejadme pensar. Lo robaban. Lo colocaban en los camiones y por la noche lo guardaban temporalmente en algún lugar.
—En la granja de mi madre —intervino Jock con voz asustada—. No olvidéis todos esos camiones que había en el granero. ¡Era esto para lo que los usaban! Venían al depósito de Olly por la noche y el género era cargado a escondidas en el viejo tren, que les salía al encuentro. Y entonces lo transportaban aquí para esconderlo.
—Fiuiiiu —silbó Julián—. ¡Tienes razón, Jock! Eso es exactamente lo que sucedía. ¡Qué ingenioso plan! Utilizar una honestísima granja como escondite, dotar la granja con hombres del mercado negro como trabajadores —¡no es extraño que trabajen tan mal!— y esperar a las noches oscuras para llevar la mercancía al depósito y cargarlo en el tren.
—Tu padrastro debía de conseguir un montón de dinero con este juego —dijo Dick a Jock.
—Sí. Por eso podía regalarle a mamá tanto dinero para la granja —respondió Jock, apenado—. ¡Pobre mamá! Esto le partirá el corazón. De todos modos, no creo que mi padrastro sea el jefe de este negocio. Hay alguien detrás de él.
—Lo mismo creo yo —asintió Julián, pensando en el pequeño y estúpido señor Andrews, con su nariz grande y su débil barbilla—. Es seguro que lo hay… Pero queda una cuestión por resolver. Si sacan este género de aquí de alguna otra manera que no sea a través del túnel por el que vino, tiene que haber otro camino para salir de estas cuevas.
—Creo que tienes razón —respondió Jorge—. Si existe, lo encontraremos. Y, lo que es más, nos escaparemos por él.
—Venid —dijo Julián. Y apagó la brillante luz—. Tu linterna será suficiente por ahora. Probaremos primero en esta cueva. Mantened los ojos bien abiertos.