Jock lo estaba pasando muy bien en el camping. Había ido de excursión con los otros y había comido tanto como le fue posible, y parecía sentirse muy feliz. El señor Luffy se reunió con ellos y Jock se entusiasmó con su presencia, considerándolo un verdadero amigo.
—¿Dónde está Jorge? —preguntó el señor Luffy.
—Se fue sola —respondió Julián.
El profesor Luffy miró a Julián y preguntó.
—¿No habréis peleado, por casualidad?
—Un poco —contestó Julián—. Tuvimos que permitirle marcharse. Ella es así.
—¿Y adónde se ha ido? —preguntó el profesor, sirviéndose un tomate—. ¿Por qué no ha vuelto a comer?
—Porque se llevó la comida —contestó Ana—. De todos modos, estoy un poco preocupada por ella. Incluso se llevó a Tim.
—Saldremos a explorar un poco —resolvió Julián cuando hubieron acabado de comer—. ¿Qué piensa hacer usted, señor?
—Creo que os acompañaré —dijo el señor Luffy de modo inesperado.
El corazón de los niños dio un brinco. Resultaba imposible investigar lo de los trenes fantasma y el túnel si el profesor iba con ellos.
—Bueno, no creo que le interese mucho, señor —objetó Julián, en tono más bien débil.
De todos modos, el señor Luffy recogió la indirecta, advirtiendo que aquella tarde no era muy deseado.
—Bien —asintió—. En ese caso me quedaré aquí y me dedicaré a mis cosas.
Los niños respiraron aliviados. Ana lo arregló todo con la ayuda de Jock. Dijeron adiós al señor Luffy y salieron, llevándose la merienda.
Jock estaba lleno de excitación, encantado de encontrarse entre sus amigos. No hacía más que pensar en que aquella noche dormiría en el camping. ¡Qué divertido sería! ¡Y el excelente señor Luffy, que siempre se lo tomaba todo por el lado bueno! Corrió detrás de los otros alegremente cuando salieron hacia el viejo depósito del ferrocarril.
Sam Pata de Palo se hallaba trajinando por allí como siempre. Le hicieron señas. No contestó. En vez de ello, levantó el puño y les chilló con voz ronca:
—¡Fuera de aquí! Entrometerse, eso es lo que hacéis. No os atreváis a venir por aquí, porque os echaré.
—Bueno, no nos acercaremos, no se preocupe —respondió Dick haciendo una mueca—. ¡Pobre viejo! Siempre pensando en echarnos con su pata de palo. No le daremos esa oportunidad. Sólo nos interesa encontrar las vías y seguirlas hasta el túnel.
Lo que hicieron resultó demasiado para la furia del pobre Sam. Gritó hasta enronquecer. Los niños no le hicieron el menor caso y se dirigieron sin detenerse hacia las vías. La boca del túnel les pareció muy redonda y negra cuando se hubieron aproximado.
—Continuaremos por el túnel hasta que logremos averiguar dónde se encuentra el tren fantasma que vimos la otra noche —dijo Julián—. No salió por el otro lado, de modo que tiene que estar en algún sitio del túnel.
—Si es un tren fantasma de verdad, debe de haberse desvanecido por completo —protestó Ana, quien había caído en la cuenta de que no le agradaba en absoluto la vista de aquel túnel. Los otros rieron.
—No habrá desaparecido —respondió Dick—. Recorreremos el túnel y lo examinaremos a fondo. Intentaremos descubrir qué es exactamente ese tren y por qué va y viene de esa manera tan misteriosa.
Se introdujeron en el negro túnel y encendieron las linternas que formaban pequeños regueros luminosos enfrente de ellos. Avanzaban por en medio de las vías, observando con atención por si descubrían cualquier cosa que pareciese tener la forma de tren.
Aquellas vías parecían no acabarse nunca. Las voces de los niños sonaban extrañas y llenas de ecos en el largo túnel. Ana no se atrevía a soltar el brazo de Dick. Ahora deseaba no haber venido. De pronto recordó que Jorge la había llamado cobarde e irguió orgullosa la cabeza, determinada a no demostrar que estaba asustada.
Jock hablaba casi sin parar.
—En mi vida había hecho algo parecido. A esto le llamo yo una aventura de verdad, a la caza de trenes fantasma en un túnel oscuro. Me hace sentir a la vez magnífico y tembloroso. Espero que encontremos el tren. ¡Simplemente, tiene que estar en algún sitio!
Anduvieron, anduvieron y anduvieron. Pero no encontraron señales de ningún tren. Llegaron al lugar en qué el túnel se bifurcaba en dos ramales, uno hacia Kilty, y el que comunicaba con el valle de Rocker en otro tiempo. Julián reflejó la luz de su linterna en la enorme pared de ladrillos que atravesaba el segundo túnel.
—Sí, está tapiado. Y a conciencia —observó—. Esto nos deja un solo túnel para explorar. Sigamos.
Prosiguieron su camino. Poco se imaginaban que Jorge y Tim yacían temblorosos detrás del mismísimo tren fantasma. Durante mucho tiempo siguieron por las vías. De todos modos, no encontraron nada interesante. Al fin vislumbraron un pequeño círculo de luz brillando a lo lejos.
—¿Veis eso? —preguntó Julián—. Ése debe de ser el final del túnel. Bueno, si el tren no está entre nosotros y el depósito de Kilty ¡es que se ha marchado!
Recorrieron el resto del túnel en silencio y salieron al aire libre. El depósito de Kilty estaba compuesto por muchos edificios. La entrada del túnel estaba muy descuidada. La hierba había crecido atravesando las vías.
—Hace años que no ha salido ningún tren por aquí —dedujo Julián—. Las ruedas habrían desmenuzado la hierba.
—¡Extraordinario! —murmuró Dick, perplejo—. Hemos examinado todo el túnel y no había ningún tren, aunque sabemos positivamente que sale y entra. ¿Qué le habrá sucedido?
—¡Es un tren fantasma! —exclamó Jock, con la cara roja de excitación—. No puede ser otra cosa. Sólo existe por la noche y entonces sale por las vías como solía hacer hace años.
—No me gusta pensar en ello —dijo Ana, temblorosa—. Es una idea horrible.
—¿Y qué vamos a hacer ahora? —preguntó Julián—. Hemos llegado a un punto muerto. Ni tren ni nada que se le parezca. ¡El túnel está vacío! ¡Qué final tan triste para una aventura!
—Hagamos todo el camino otra vez —propuso Jock. Deseaba sacar el mayor partido de aquella aventura, fuese como fuese—. Sé que tampoco veremos nada, pero nunca se sabe.
—No pasaría otra vez por ese túnel por nada del mundo —dijo Ana—. Prefiero quedarme al aire libre. Iré por la parte superior, por donde Julián fue el otro día. Vosotros tres podéis encontrarme al otro lado.
—De acuerdo —respondió Julián, y los tres niños se adentraron de nuevo en el oscuro túnel.
Ana se encaminó hacia el sendero que pasaba por encima. ¡Qué bueno era estar al aire libre otra vez! ¡Ese horrible túnel! Corrió alegremente, contenta de sentir la caricia del sol. Pronto alcanzó el otro extremo y se sentó en la cima de la colina para aguardar a sus compañeros. Buscó con la mirada a Sam Pata de Palo. De todos modos, él la vería. Quizá se encontraba en su cabaña.
No habían pasado más de dos minutos, cuando sucedió algo sorprendente. Apareció un coche bamboleándose por el áspero camino del depósito. Ana se levantó con objeto de observar mejor. Un hombre se apeó del coche. Los ojos de Ana estuvieron a punto de saltarle de las órbitas. Estaba segura de que era el señor Andrews, el padrastro de Jock. Fue a la cabaña de Sam y abrió la puerta. Ana pudo oír un rumor de voces. De pronto recibió una especie de rugido, procedente de un pesado camión, que avanzaba con precaución por el escarpado camino. Se metió en un viejo cobertizo que amenazaba ruina y se quedó allí. Entonces bajaron de él tres hombres. Ana los miró con fijeza. ¿Dónde los había visto antes?
«¡Claro! Son los trabajadores de la granja de Jock —pensó—. Pero ¿qué están haciendo aquí? ¡Qué extraño!».
El señor Andrews se reunió con ellos y, para desesperación de la niña, emprendieron el camino en dirección al túnel. Su corazón casi dejó de latir. ¡Cielo santo! Julián, Dick y Jock continuaban en el interior del túnel. ¡Tropezarían de bruces con el señor Andrews y sus hombres! ¿Qué sucedería? El señor Andrews les había advertido que no pusieran los pies allí y se lo había prohibido de manera terminante a Jock.
Ana contemplaba a los cuatro hombres en tanto se encaminaban a la lejana boca del túnel. ¿Qué podía hacer ella? ¿Cómo conseguiría advertir a los chicos? ¡Era imposible! No le cabía otro remedio que permanecer allí, aguardando a que salieran, probablemente arrojados por un furioso señor Andrews. ¡Oh! Si los atrapaban, tenían segura una formidable paliza.
«Sólo puedo esperar —pensó angustiada la pobre Ana—. No hay otra cosa que hacer. ¡Por favor, Julián, Dick y Jock! ¡Venid pronto! No me atrevo a hacer nada para ayudaros».
Esperó cada vez más nerviosa. Ya hacía tiempo que había pasado la hora del té. Julián llevaba la merienda, de modo que Ana no podía entretenerse comiendo. Nadie salió del túnel. No se oía nada. Al fin decidió bajar y hacerle unas cuantas preguntas a Sam Pata de Palo. De modo que, aunque muerta de miedo, la niña se dirigió al depósito.
Sam estaba en su cabaña bebiendo cacao. Parecía muy enfadado. Evidentemente algo marchaba mal. Cuando vio la sombra de Ana cruzando la puerta, se levantó al momento, blandiendo el puño.
—¿Pero qué es esto? ¿Niños otra vez? ¿No os metisteis en el túnel esta tarde y no telefoneé al señor Andrews para que viniese y os cogiese a todos? ¿Por qué tenéis que andar metiendo las narices todo el rato por donde no os importa? ¿Cómo salisteis del túnel? ¿No os agarró el señor Andrews? ¿Eh?
Ana le escuchaba horrorizada. ¿Así que el viejo Sam había llamado por teléfono al señor Andrews para contarle que andaban por allí? Eso explicaba la presencia del padrastro de Jock. Había venido para atraparlos con sus hombres. La situación se estaba poniendo muy peligrosa.
—¡Ven aquí! —exclamó Sam de repente alargando su enorme brazo para cogerla—. ¡Ven, te digo! No sé dónde estarán los demás, pero, por lo menos, tendré a uno de vosotros.
Ana soltó un chillido y escapó disparada a pedir auxilio. Sam Pata de Palo la persiguió unos cuantos metros y después abandonó el intento. Se agachó y cogió un puñado de astillas, arrojándolas en su dirección. Unas cuantas cayeron sobre ella y la hicieron correr más de prisa que antes.
Tomó el camino hacia los brezos y pronto se encontró en los páramos, anhelante y sollozando.
—¡Julián! ¡Dick! ¿Qué os habrá ocurrido? ¿Dónde estará Jorge? Si por lo menos volviese a casa… Ella es lo bastante valiente para ir a salvarlos. Yo no lo soy. Debo decírselo al señor Luffy. Él sabrá qué hacer.
Corrió y corrió. Sus pies se enganchaban continuamente en los brotes del espeso brezo. Se caía y se levantaba otra vez. Continuaba su camino espoleada por una idea fija: encontrar al señor Luffy y contárselo todo. ¡Sí, se lo contaría todo acerca de los trenes fantasma! Había algo extraño e importante en aquel asunto y necesitaban una ayuda superior.
—¡Señor Luffy! ¡Oh, señor Luffy! ¿Dónde está usted? ¡SEÑOR LUFFY!
El señor Luffy no le respondía. Llegó a unas matas de espinos y creyó que eran las del camping. Pronto comprobó que se había equivocado. El camping no estaba allí. ¡Ana se había pedido!
—¡Me he perdido! —sollozó, y las lágrimas corrieron por sus mejillas—. Pero no debo asustarme. Tengo que encontrar el verdadero camino. ¡Dios mío! Estoy completamente perdida. ¡SEÑOR LUFFY!
¡Pobre Ana! Daba traspiés ciegamente, esperando llegar al camping, llamando una y otra vez:
—Señor Luffy, ¿no me oye? SEÑOR LUUUUFFY…