NOTA HISTÓRICA

La verdad es que Sharpe no tenía nada que hacer en Trafalgar, pero debía realizar la travesía de regreso a casa y el cabo de Trafalgar no se encuentra lejos de la ruta que hubiera tomado, por lo que bien podría ser que hubiera pasado por allí más o menos el 21 de octubre de 1805. Pero si Sharpe no tenía nada que hacer allí, el almirante Villeneuve, comandante de las flotas aliadas francesa y española, todavía menos.

La gran flota se había reunido para hacer frente a la invasión de Gran Bretaña, para la que Napoleón había congregado a su Gran Armada cerca de Boulogne. El bloqueo británico y el tiempo se conjugaron para mantener al enemigo en el puerto, excepto por una incursión por el Atlántico mediante la cual Villeneuve esperaba alejar a Nelson de la costa inglesa. La incursión fracasó, Villeneuve volvió a Cádiz y allí fue atrapado. Napoleón abandonó sus planes de invasión e hizo marchar a su ejército hacia el este, hacia su gran victoria en Austerlitz. La flota francesa y española era entonces una irrelevancia, pero Napoleón, furioso con Villeneuve, envió a un almirante para sustituirlo, y parece probable que Villeneuve, consciente de que se enfrentaba a la deshonra y ansioso por justificar su existencia antes de que su reemplazo llegara a Cádiz, se hizo a la mar. Aparentemente estaba llevando la flota al Mediterráneo, pero debió de haber albergado la esperanza de poder combatir a los barcos británicos que bloqueaban Cádiz, conseguir una victoria y así recuperar su reputación. Al cabo de un solo día en alta mar descubrió que la flota que estaba efectuando el bloqueo era mucho mayor de lo que había creído, de modo que viró sus barcos de nuevo hacia el norte con la esperanza de evitar la batalla. Ya era demasiado tarde; Nelson estaba a la vista y la flota combinada estaba condenada.

No hubo ningún Pucelle, ni ningún Revenant. Nelson combatió en Trafalgar con veintisiete navíos de línea, en tanto que la flota combinada francesa y española tenía treinta y tres. Al final de la jornada diecisiete de aquellos barcos enemigos habían arriado las banderas y uno había quedado destruido por el fuego, lo que hizo de Trafalgar la más decisiva de las batallas navales hasta la de Midway. Los británicos no perdieron ningún barco pero pagaron, por supuesto, con la vida de Nelson. Él fue el héroe incomparable de las guerras napoleónicas, tan querido por sus hombres como temido por el enemigo. También era, claro está, un famoso adúltero, y la última petición que le hizo a su país fue que Gran Bretaña cuidara de lady Hamilton. Acceder a dicha petición estaba en manos de los políticos, y los políticos no cambian, de modo que lady Hamilton murió en la miseria.

La noche después de la batalla se levantó una enorme tormenta y de las diecisiete presas de guerra se perdieron todas menos cuatro. Muchas de ellas iban remolcadas, pero la tormenta era demasiado violenta y se soltaron los cabos. Tres de las presas se hundieron, dos fueron incendiadas deliberadamente y cinco naufragaron. Otros tres barcos capturados, gobernados por unas tripulaciones demasiado pequeñas para poder hacer frente a la tormenta, fueron devueltos a sus tripulaciones originales y navegaron para ponerse a salvo, pero estaban tan dañados por la batalla y la tormenta que ninguno de ellos estaba en condiciones de volver a navegar. De los quince barcos enemigos que se salvaron de ser capturados en batalla, cuatro fueron apresados por la armada británica y uno de ellos naufragó durante las siguientes dos semanas. Muchos de los barcos británicos quedaron tan dañados como los franceses o españoles, pero un magnífico arte de la navegación los puso a todos a salvo en el puerto.

Cuando el Pucelle barrió el barco situado al lado del Victory, le estaba quitando la primicia al Temeraire. El Redoutable estaba comandado por un fiero francés llamado Lucas, probablemente el capitán francés más capaz de Trafalgar, que había entrenado a su tripulación en una técnica nueva encaminada solamente a abordar y capturar un barco enemigo. Cuando el Victory se acercó a su barco, mucho más pequeño, cerró las portas y congregó a sus hombres en cubierta. Sus jarcias estaban llenas de tiradores que lanzaban un fuego mortífero sobre el Victory, y fue uno de esos hombres el que disparó a Nelson. Lucas prácticamente despejó de hombres las cubiertas superiores del Victory, pero cuando estaba reuniendo a su tripulación para abordar al buque insignia británico, el Temeraire pasó por allí y vació sus carronadas sobre los asaltantes. El «Saucy» también barrió el barco de Lucas que, de todos modos, estaba siendo machacado por los cañones de la cubierta inferior del Victory. Aquello terminó con la lucha de Lucas. El Redoutable fue capturado, pero estaba tan dañado por el fuego de artillería que se hundió en la tormenta posterior. En el Victory murieron 57 hombres, incluido Nelson, y 102 resultaron heridos. El Redoutable, en contraste, quedó con 22 de sus 74 cañones desmontados y, de una tripulación de 643 hombres, 487 resultaron muertos y 81 heridos. Este índice de bajas tan extraordinariamente elevado (un 88%) se debió a la artillería, no a la mosquetería. Otros barcos enemigos sufrieron unos índices de bajas igual de altos. La andanada del Royal Sovereign (con doble carga) barrió al francés Fougueux y mató o hirió a la mitad de su tripulación sólo con aquella descarga. Cuando el Victory, más adelante en la batalla, barrió el buque insignia de Villeneuve, el Bucentaure, desmontó veinte de sus ochenta cañones y también mató o hirió a la mitad de la tripulación.

La disparidad entre los índices de bajas fue extraordinaria. Los británicos perdieron mil quinientos hombres, entre muertos y heridos, mientras que las bajas francesas y españolas fueron de aproximadamente unas diecisiete mil, lo que da testimonio de la terrorífica efectividad de la artillería británica. Varios barcos británicos resultaron barridos, tal como lo fue el imaginario Pucelle, pero nadie dejó constancia del elevado número de bajas sufridas a bordo de los barcos enemigos que se encontraron con la proa o la popa frente a un costado británico. El que tuvo la mayor lista de bajas de la flota británica fue el Victory, en tanto que probablemente el más maltrecho de todos los barcos británicos, el Belleisle, que se adentró en la refriega del sur y fue barrido más de una vez, perdiendo el bauprés y todos sus mástiles, tuvo tan sólo 33 muertos y 93 heridos. Catorce de los barcos enemigos perdieron más de un centenar de hombres que resultaron muertos, mientras que sólo catorce barcos británicos tuvieron diez o más muertos. Una nave británica, el barco de su majestad Prince, ese que «navegaba como un almiar», no tuvo absolutamente ninguna baja, probablemente porque su lenta velocidad le impidió entrar en batalla hasta media tarde, cuando pocos eran los enemigos que podían oponer una gran resistencia. El desequilibrio de bajas oculta la tenacidad con la que luchó buena parte del enemigo. Estaban siendo diezmados por la superioridad de la artillería británica y, no obstante, se mantuvieron tercamente en sus cañones. La mayor parte de las tripulaciones francesa y española estaban mal entrenadas, algunos no tenían ninguna experiencia previa en combates marítimos, pero aun así no les faltó coraje.

El elevado índice de bajas del Victory se debió en parte a la táctica de Lucas de inundarlo con fuego de mosquete y en parte a que era el primer barco británico en la parte septentrional de la flota enemiga, por lo que luchó solo durante un breve periodo de tiempo. Además, enarbolaba el gallardete del almirante y por eso se convirtió en el blanco de varios barcos enemigos. El buque insignia de Collingwood, el Royal Sovereign, el primero en la parte meridional de la flota enemiga y que también llevaba el gallardete del almirante, tuvo 47 muertos y 94 heridos, el mayor número de bajas de cualquier otro barco de la escuadra de Collingwood. Los almirantes conducían la batalla desde primera fila.

La batalla fue en verdad decisiva. Tuvo tal impacto en la moral de las armadas francesa y española que ninguna de las dos se recuperó en lo que quedaba de las guerras napoleónicas. El poderío marítimo británico era supremo y siguió siéndolo hasta principios del siglo XX. Nelson, más que ningún otro hombre, impuso Gran Bretaña al resto del mundo. Se dice con frecuencia que sus tácticas fueron revolucionarias, y lo fueron en el contexto de la guerra naval del siglo XIX, cuando el modo aceptado de combatir una flota contra otra era formar líneas de batalla paralelas y luchar costado con costado. Sin embargo, ya en 1797, frente a las costas de Camperdown, el almirante Duncan había formado a su flota de dieciséis buques de guerra británicos en dos escuadras que navegaron directas hacia los costados de dieciocho navíos de línea holandeses y al terminar la batalla había capturado once de aquellos barcos sin perder ninguno de los suyos. Con esto no se pretende subestimar a Nelson, que había demostrado su inventiva una y otra vez, sino sugerir que la armada británica estaba abierta al pensamiento innovador en aquellos años desesperados. Demostraba también una confianza extraordinaria. Al dirigir sus escuadras directamente hacia la línea enemiga, Nelson, al igual que Duncan antes que él, estaba apostando a que sus barcos podían soportar un continuo barrido. Lo hicieron, y procedieron a aniquilar al enemigo. En Trafalgar los barcos británicos no pudieron disparar ni una sola bala durante al menos los veinte minutos iniciales de la batalla, mientras que una docena de enemigos podían disparar a su antojo. Nelson lo sabía y corrió el riesgo, y tenía la certeza de que podía ganar pese a ello. La artillería británica no encontró a un igual hasta que la armada británica combatió contra la de Estados Unidos en la guerra de 1812, pero la armada norteamericana no desplegó buques de guerra, por lo que sólo pudo ser un incordio de escasa importancia para una flota mundial que en aquel entonces era globalmente destacada.

¿Hubo alguien que sirviera tanto en Trafalgar como en Waterloo? Sólo sé de una persona. Don Miguel Ricardo María Juan de la Mata Domingo Vicente Ferre Álava de Esquivel, conocido, gracias a Dios, como Miguel de Álava, era oficial de la armada española en 1805 y sirvió a bordo del buque insignia del almirante español, el Príncipe de Asturias. Dicho barco combatió noblemente en Trafalgar y, aunque sufrió graves daños, logró evitar que lo capturaran y pudo regresar a Cádiz. Cuatro años después, De Álava se había convertido en oficial de la armada española. Para entonces España había cambiado de bando y la armada española se había aliado con el ejército británico comandado por sir Arthur Wellesley, el futuro duque de Wellington, cuando luchaba en la Península; el general De Álava fue nombrado oficial de enlace español de Wellington y ambos se hicieron amigos muy íntimos, una amistad que perduró hasta sus muertes. De Álava permaneció con Wellington hasta el final de la guerra de la Independencia, cuando fue nombrado embajador español en los Países Bajos y pudo así unirse a los aliados en la batalla de Waterloo, donde permaneció al lado de Wellington durante toda aquella jornada. No tenía ninguna necesidad de quedarse allí, pero sin duda su presencia le fue de ayuda a Wellington, quien confiaba en el criterio de De Álava y apreciaba sus consejos. Casi todos los ayudantes de campo de Wellington resultaron muertos o heridos, pero De Álava y él salieron ilesos. Así pues, Miguel de Álava luchó contra los británicos en Trafalgar y con ellos en Waterloo, sin duda una extraña carrera. Sharpe se suma a De Álava en el hecho de haber sobrevivido a aquel extraordinario doblete.

Le estoy enormemente agradecido a Peter Goodwin, el asesor histórico, guardián y conservador del barco de su majestad Victory, por sus comentarios sobre el manuscrito, y a Katy Ball, conservadora en la Museum and Records Office de Portsmouth. Los errores que quedan son todos míos, o pueden achacarse a Richard Sharpe, un soldado a la deriva en un extraño mundo náutico. Pronto volverá a estar en tierra, que es a donde pertenece, y pronto partirá de nuevo.