La naturaleza de tu empleo varía según la importancia, el orgullo o la riqueza de la dama a la que sirves, y este tratado debe poder aplicarse a toda clase de familias, de modo que me hallo ante grandes dificultades para precisar los asuntos para los que te contratan. En una familia que cuenta con una mínima fortuna, eres distinta de la criada, y teniendo eso en cuenta te doy mis instrucciones. Tu provincia particular es la cámara de tu señora, donde haces la cama y ordenas las cosas, y, si vives en el campo, te encargas de las alcobas donde se acuestan las damas que entran en la casa, cosa que produce todas las propinas que le corresponden a tu puesto. Tu amante más frecuente, según tengo entendido, es el cochero, pero si no rebasas los veinte años y eres pasablemente hermosa, cabe la posibilidad de que un lacayo se fije en ti.
Haz que tu lacayo favorito te ayude a hacer la cama de tu señora, y si servís en casa de una pareja joven, el lacayo y tú, mientras dais la vuelta a las sábanas, haréis los comentarios más ladinos del mundo, que, susurrados por doquier, entretendrán mucho a toda la familia, y se extenderán por el vecindario.
No bajes al piso principal esos necesarios recipientes para que la gente los vea; vacíalos por la ventana, por consideración hacia el prestigio de tu señora. Resulta en grado sumo indecente que los sirvientes de sexo masculino sepan que las damas elegantes requieren de esos utensilios; y no limpies el orinal, pues su olor es saludable.
Si por casualidad rompes porcelana de la repisa de la chimenea o del gabinete con el extremo de la escobilla, recoge los trozos, júntalos lo mejor que puedas, y colócalos detrás del resto, de forma que cuando tu señora los descubra, puedes decir con toda seguridad que llevan mucho tiempo rotos, antes de que tú entraras a servir en esa casa. Así, ahorrarás a tu señora muchos momentos de vergüenza.
A veces, un espejo se rompe siguiendo el mismo procedimiento mientras tú miras en otra dirección: cuando barres la estancia, el largo palo de la escoba choca con el espejo y lo deja hecho añicos. Ésta es la más profunda de las desgracias, porque es imposible ocultarla. Ese fatal accidente acaeció en una gran familia donde yo tenía el honor de servir como lacayo, y voy a referir los detalles para mostrar el ingenio de la pobre doncella ante tan súbita y horrible emergencia, cosa que quizá ayude a aguzarte la inventiva si la mala fortuna te deparara una ocasión semejante. La pobre muchacha había roto de un escobazo un gran espejo japonés de gran valor; no reflexionó sino un instante y, con prodigiosa presencia de ánimo, cerró la puerta, se introdujo en el jardín, metió una piedra de tres libras en la cámara, la colocó en la chimenea, justo debajo del espejo, y rompió un cristal de la ventana de guillotina que daba al mismo jardín; después cerró la puerta y siguió con sus asuntos. Dos horas después, la señora entró en el dormitorio, vio el espejo roto, la piedra debajo, y todo un cristal de la ventana destrozado, circunstancias a partir de las cuales dedujo, tal y como quería la doncella, que un vagabundo ocioso del vecindario, o quizá un sirviente sin empleo había, por maldad, por accidente o por descuido, tirado la piedra y causado el desaguisado. Hasta ahí todo fue bien, y la muchacha se creyó fuera de peligro, pero quiso la mala fortuna que pocas horas después llegara el clérigo de la parroquia, y la señora (naturalmente) le relató el accidente, que, como puedes suponer, la había sumido en una gran agitación. Pero el párroco, que sabía de matemáticas, después de examinarla situación del jardín, la ventana y la chimenea, no tardó en convencer a la dama de que la piedra no podía haber llegado al espejo sin describir una trayectoria con tres giros después de ser lanzada, y a la doncella, habiéndose demostrado que había barrido la habitación esa misma mañana, la interrogaron de cabo a rabo, pero ella declaró firmemente, poniendo a Dios por testigo, que no era culpable, y se ofreció a jurar sobre la Biblia, delante de Su Reverencia, que era inocente como un nonato; pero la pobre moza fue despedida, trato que considero despiadado, teniendo en cuenta su ingenio. No obstante, esto puede servirte de indicación en un caso parecido, para que elabores una historia con menos puntos flacos. Por ejemplo, puedes decir que mientras trabajabas con un cepillo o una escoba, un relámpago entró súbitamente por la ventana y casi te cegó; que oíste de inmediato el tintineo del cristal roto en la chimenea; que, en cuanto recobraste la vista, advertiste que el espejo estaba completamente hecho añicos; o puedes aducir que, al observar que el espejo tenía una fina capa de polvo, fuiste a limpiarlo con mucha suavidad, pero supones que la humedad del ambiente había disuelto la cola o la argamasa, y por eso cayó al suelo; o, en cuanto hayas hecho el desaguisado, corta los cordones que unían el espejo a la pared, y deja que se caiga al suelo, sal corriendo despavorida, díselo a tu señora, maldice al tapicero, y afirma que has escapado por los pelos de que te cayera en la cabeza. Ofrezco estos ejemplos por un deseo mío de defender a los inocentes, pues inocente ciertamente eres si no has roto el espejo a propósito, cosa que de ningún modo disculparía, si no es en respuesta a grandes provocaciones.
Embadurna de aceite las pinzas, el atizador y la pala de la chimenea hasta arriba, no sólo para impedir que se oxiden, sino también para impedir que los metomentodos gasten la leña de tu amo avivando el fuego.
Cuando tengas prisa, barre el polvo y llévalo a una esquina de la estancia, pero deja la escoba encima para que no se vea, pues eso sería una deshonra para ti.
No te laves las manos, ni te pongas un delantal limpio, hasta que hagas la cama de tu señora, por si acaso arrugas el delantal o te vuelves a ensuciar las manos.
Cuando cierres las contraventanas del dormitorio de tu señora por las noches, deja la ventana abierta para que entre el fresco y que la habitación esté despejada por la mañana.
Cuando dejes las ventanas abiertas para que entre el aire, pon unos libros u otra cosa en el alféizar, para que también se aireen.
Cuando barras el aposento de tu señora, no te detengas a recoger vestidos sucios, pañuelos, alfileres, alfileteros, cucharillas de té, lazos, zapatos o cualquier cosa que te encuentres a tu paso; llévalos con la escoba a una esquina, y ahí puedes cogerlos haciendo un fardo y ahorrar tiempo.
Hacer la cama cuando el tiempo es caluroso resulta un trabajo muy laborioso, y es posible que sudes: por eso, cuando adviertas que las gotas te caen por la frente, enjuágatelas con una esquina de la sábana, para que no se vean sobre la cama.
Cuando tu señora te mande lavar una taza de porcelana y ésta se caiga, recógela y jura que tú sólo la has rozado con la mano y que se ha roto en tres mitades; y en este caso debo decirte, así como a los demás sirvientes, que siempre debes tener una excusa; no causa ningún perjuicio a tu amo y disminuye tu falta, como en este ejemplo. No te condeno por haber roto la taza; resulta evidente que no la has roto a propósito, y se te puede romper en la mano.
A veces deseas ver un funeral, una pelea, un ahorcamiento, una boda, una alcahueta en la picota, o algo por el estilo. Cuando pasan por la calle, tú subes la ventana de guillotina súbitamente; por desgracia se queda atascada. No ha sido tu culpa: las jóvenes son curiosas por naturaleza, y no te queda más remedio que cortar el cordón e inculpar al carpintero, a no ser que no te haya visto nadie, y entonces eres tan inocente como el resto de sirvientes de la casa.
Ponte el vestido de tu señora cuando ella lo deseche; te dará importancia, no gastarás tus ropas, y seguirá luciendo igual.
Al poner una funda de almohada limpia a tu señora, abróchala con tres alfileres de gran tamaño para que no se salga por la noche.
Cuando prepares pan y mantequilla para el té, asegúrate de que todos los agujeros de las rebanadas queden llenos de mantequilla, para mantener el pan blando hasta la cena, y haz que sólo resulte visible la huella de tu dedo pulgar en un extremo de todas las rebanadas, para que se vea lo limpia que eres.
Cuando te ordenen abrir o cerrar cualquier puerta, baúl o armario, y no encuentres su llave o no puedas distinguirla en el fajo, prueba con la primera llave que quepa, y gírala con todas tus fuerzas hasta que abras la cerradura o rompas la llave, pues tu señora te juzgará necia si vuelves sin haber hecho nada.