INSTRUCCIONES AL MOZO DE CUADRA

Tú eres el sirviente de quien depende por completo el honor de tu amo en los viajes: tus hombros son su único apoyo. Si viaja por el campo y se hospeda en una posada, cada copita de coñac, cada jarra de espléndida cerveza que bebes eleva su figura, y, por tanto, debes tener en gran estima su reputación, y espero que no escatimes en una cosa ni en la otra. El herrero, el ayudante del talabartero, el cocinero de la posada, el palafrenero y el limpiabotas de la posada deben disfrutar, gracias a ti, de la generosidad de tu amo; así, su fama se extenderá de condado en condado, y ¿qué es un galón de cerveza o una pinta de coñac para el bolsillo de Su Señoría? Y, si es de aquellos que valoran menos su prestigio que su bolsa, tus desvelos por el primero deben ser aún mayores. Su caballo necesita herraduras; el tuyo, clavos; su ración de avena y grano es mayor de lo que requería el viaje; un tercio de los gastos pueden reducirse y convertirse en cerveza o coñac, y así su honor se verá protegido gracias a tu prudencia, y con un ahorro para él; o, si no viaja con otro criado, el asunto se puede resolver fácilmente en la cuenta entre el tabernero y tú.

Por ello, en cuanto os detengáis en una posada, entrega los caballos al encargado de la cuadra, y deja que los lleve al galope al estanque más cercano; a continuación pide una jarra de cerveza, pues resulta enteramente apropiado que un cristiano beba antes que una bestia. Deja a tu amo al cuidado de los sirvientes de la posada, y tus caballos, al de los de los establos; de ese modo, tanto él como ellos quedarán en las mejores manos. Pero debes ocuparte de ti mismo: cena, bebe en abundancia y acuéstate sin molestar a tu amo, que está en mejores manos que las tuyas. El palafrenero es un hombre honrado, ama profundamente a los caballos, y por nada del mundo perjudicaría a esas necias bestias. Sé atento con tu amo, y ordena a los sirvientes que no lo despierten demasiado temprano. Desayuna antes de que se levante, para que no tenga que esperarte; pide al palafrenero que le diga que los caminos son excelentes y la distancia corta, pero que le recomiende que demore su partida hasta que escampe, pues teme que va a llover, y llegará a tiempo si sale después de la comida.

Que tu amo monte antes que tú, por una cuestión de modales. Mientras abandona la posada, habla favorablemente del palafrenero, de lo bien que ha cuidado las monturas; y añade que nunca has visto sirvientes más solícitos. Que tu amo avance por delante de ti, y tú no salgas hasta que el posadero te sirva una copita; después, parte al galope tras él, atravesando la ciudad o el pueblo a toda velocidad, por si acaso te necesita, y para mostrar tu maestría como jinete.

Si sabes cuidar a los caballos, como todo buen mozo de cuadra debe saber, obtén vino dulce, coñac o cerveza fuerte para dar friegas en los talones de tu caballo todas las noches, y no lo escatimes, pues (si llegas a emplearlo), de lo que quede sabrás cómo dar buena cuenta.

Ten en consideración la salud de tu amo, y, en lugar de permitir que haga viajes largos, di que las monturas están débiles y famélicas de tanto cabalgar; háblale de una excelente posada cinco millas antes de su pretendido destino, o afloja una de las herraduras delanteras de su caballo por la mañana, o apáñatelas para que la silla apriete a la bestia en la cruz, o prívale de grano toda la noche y toda la mañana, para que se canse durante el camino, o introduce una fina plancha de hierro entre la pezuña y la herradura para hacer que se detenga, y todo esto en absoluta atención a tu amo.

Cuando vayas a ser contratado, y el caballero te pregunte si sueles emborracharte, admite sin ambages que no le haces ascos a una buena jarra de cerveza, pero que tienes por norma, sobrio o ebrio, no descuidar nunca tus caballos.

Cuando tu amo quiera montar para tomar el aire, o por placer, si por uno de tus asuntos privados no te conviene servirle, dale a entender que hay que sangrar o purgar los caballos; que su propia montura está agotada, o que hay que rellenar su silla y que han llevado a arreglar su brida. Esto lo puedes hacer con toda sinceridad, pues no supondrá un perjuicio para los caballos o para tu amo, y, al mismo tiempo, denota los grandes cuidados que profesas a las pobres y necias criaturas.

Si hay una posada particular en la ciudad a la que os dirigís, en la que conoces bien al palafrenero o al tabernero y a las gentes del establecimiento, sácale pegas a las otras, y recomienda a vuestro amo ir a ésta? probablemente sacarás una jarra y un par de copitas, y honrarás a tu amo.

Si tu amo te manda comprar heno, acércate a aquellos que sean más pródigos contigo, pues, como el servicio no es una herencia, no debes dejar escapar ninguna legítima y acostumbrada propina. Si tu amo lo compra personalmente, comete una ofensa contra ti, y, para que aprenda su obligación, asegúrate de encontrarle defectos al heno mientras dure; si éste resulta beneficioso para los caballos, la culpa es tuya.

El heno y la avena, manejados por un mozo hábil, dan lugar a una cerveza y a un coñac excelentes, pero esto es una mera sugerencia.

Cuando tu amo vaya a cenar o pase la noche en casa de un caballero en el campo, aunque no haya mozo de cuadra, o aunque no esté presente, o aunque no se ocupen mucho de los caballos, utiliza a uno de los sirvientes para que sostenga el caballo cuando tu amo monte en él. Te insto a que hagas esto cuando tu amo se detiene sólo para una visita de unos cuantos minutos, pues los sirvientes y compañeros deben siempre ser cordiales entre ellos, y esto también afecta al honor de tu amo porque no puede dejar de dar una moneda a quien le sostiene el caballo.

En los viajes largos, pide permiso a tu amo para dar cerveza a los rocines; lleva dos cuartos de galón al establo, vierte media pinta en un cuenco y, si no quieren beberla, el palafrenero y tú debéis esforzaros en hacerlo. Quizá estén de mejor humor en la siguiente posada, pues te recomiendo que nunca olvides llevar a cabo el experimento.

Cuando saques los caballos al parque o al campo a que les dé el aire, dáselos a un ayudante de cuadra, o a uno de los golfillos, a los que, como pesan menos que tú, se les pueden confiar las carreras con menos daño para los caballos, y pueden enseñarles a saltar setos y zanjas mientras tú bebes una cordial jarra con los otros mozos. No obstante, tú y ellos podéis hacer carreras de tanto en tanto en honor de vuestros caballos y de vuestros amos.

En casa, sé generoso con los caballos en heno y avena, y llena el comedero hasta el tope y el pesebre hasta el borde, pues no sería apropiado que te mostraras avaro, aunque quizá no tengan ganas de comer; piensa que no tienen boca para preguntar. Si el heno se tira, no supone pérdida alguna, pues les servirá de lecho y ahorrarás paja.

Cuando tu amo se marche de la casa de un caballero del campo, en la que haya pasado la noche, piensa en su honor: hazle saber cuántos sirvientes hay de ambos sexos que esperan un estipendio, e indícales que formen dos filas cuando él salga de la casa, pero ruégale que no le confíe el dinero al mayordomo, por si acaso engaña a los demás. Esto obligará a tu amo a ser más generoso, y entonces puedes aprovechar la ocasión para decirle que el señor Fulano, el último con quien viviste, siempre daba tanto a cada uno de los sirvientes de menor rango, y tanto al ama de llaves y a los demás, dando una cantidad al menos doble de lo que él tenía pensado dar. Pero no olvides contar a los sirvientes el buen servicio que les has prestado; así ganarás en amor, y tu amo en honor.

Puedes atreverte a estar borracho muchas más veces que el cochero, diga él lo que diga sobre sí mismo, porque tú sólo pones en peligro tu propio pescuezo, pues el caballo seguramente se cuidará bien y como mucho sufrirá una torcedura o un hombro dislocado.

Cuando lleves la chaqueta corta de tu amo en un viaje, envuelve la tuya con ella y átalas bien con una correa, pero da la vuelta a la de tu amo para preservar el exterior de la humedad y la suciedad; así, cuando empiece a llover, la chaqueta de tu amo estará más que lista para que se la entregues, y, si se estropea más que la tuya, para él la pérdida es menor, pues tu librea debe durar todo tu año de aprendizaje.

Cuando llegues a la posada con los caballos mojados y sucios después de cabalgar a todo correr, y muy calientes, haz que el palafrenero los meta en agua hasta el vientre y que les deje beber todo lo que quieran, pero que galopen a toda velocidad al menos una milla, para que se les seque la piel y se caliente el agua de sus vientres. El palafrenero sabe de este asunto: déjalo todo a su cargo mientras tú tomas una jarra de cerveza y un poco de coñac frente al fuego de la cocina para consuelo de tu espíritu.

Si a tu caballo se le cae una herradura, no seas descuidado: bájate y cógela, y después cabalga todo lo rápido que puedas (con la herradura en la mano, para que todos los viajeros se percaten de tus cuidados) hasta llegar al primer herrero de la carretera. Manda que se la pongan de inmediato, para que tu amo no tenga que esperarte, y para que el pobre caballo pase el menor tiempo posible sin herradura.

Cuando tu amo pase la noche en casa de un caballero, si ves que el heno y la avena son buenos, quéjate de viva voz de su ínfima calidad: así serás conocido como un sirviente solicito, y no dejes de atiborrar a los caballos con toda la avena que puedan comer mientras estéis ahí. De ese modo podrás darles menos durante varios días en las posadas, y hacer cerveza con la avena. Cuando abandonéis la casa del caballero, dile a tu amo que ese caballero era un codicioso y un avaro, que sólo te han dado de beber suero de leche y agua; así, por compasión, tu amo te dará una jarra más de cerveza en la siguiente posada. Pero, si por casualidad te emborrachas en casa de un caballero, tu amo no puede enojarse, porque no le ha costado nada, y eso debes decirle todo lo claramente que tu condición de esos momentos te permita, y hacerle saber que es por su honor y el del caballero, y para darle la bienvenida al sirviente de un amigo.

Un amo siempre debe amar a su mozo de cuadra, y ponerle una librea hermosa, y otorgarle un sombrero con encaje de plata. Cuando formes parte de su séquito, todos los honores que recibe se deben sólo a ti; si los arrieros no le apartan del camino es por la cortesía que disfruta de forma indirecta gracias al respeto que tu librea inspira.

De tanto en tanto, puedes prestar la montura de tu amo a otro sirviente, o a tu criada predilecta, para una breve excursión, o alquilarla durante un día, porque el caballo se echa a perder por falta de ejercicio, y si tu amo lo pide, o tiene intención de ver el establo, maldice al bribón del ayuda, que se ha marchado con la llave.

Cuando quieras pasar una o dos horas con tus compañeros en la taberna y necesites una excusa razonable para tu ausencia, sal por la puerta del establo o por el camino de atrás con una brida, una cincha o una estribera viejas en el bolsillo, y cuando vuelvas, entra en casa por la puerta principal con la misma brida, cincha o estribera colgadas en la mano, como si volvieras del talabartero, donde las estabas arreglando; si no te echan en falta, no pasa nada, pero si te encuentras con tu amo, tendrás una reputación de sirviente solícito. Sé que esto ha sido puesto en práctica con buen éxito.