—Un, dos, cha-cha-cha, un, dos, cha-cha-cha.
Sólo había dos personas ensayando en el local, que olía a gimnasio. El hombre que revoloteaba por la sala tenía unas espaldas de torero. Llevaba un jersey de lana corto y amplio encima de un tricot amarillo. Era de estatura media y de complexión atlética; tenía una melena rizada. Giraba en torno a una chica de unos diecisiete o dieciocho años que intentaba seguir sus movimientos. La atronadora música que salía por los altavoces de una torre estereofónica instalada en el suelo era dominada por la voz chillona del hombre.
—Un, dos, cha-cha-cha.
El hombre daba fuertes taconazos en el suelo.
—¡Venga, vamos! —vociferaba, echando teatralmente la cabeza hacia atrás y haciendo que su encantadora melena rizada se alborotara—. ¡No seas tan perezosa! ¡Levanta las piernas hacia adelante!
La chica llevaba un chándal y unas gruesas tobilleras. Su rubia cola de caballo estaba a punto de deshacerse. El hombre la soltó y le mostró el paso de nuevo, mirando su propio cuerpo en el espejo. Por debajo del tricot destacaban los muslos y la musculatura del trasero. Por un momento se encontró con la mirada de Frølich, que desvió la vista a su reloj de pulsera. La chica parecía tan agotada que el policía supuso que la clase de baile terminaría en seguida.
Al cabo de cinco minutos, los dos hombres se quedaron solos en la sala.
—¿Eyolf Strømsted? —preguntó Frølich, tendiéndole la mano al profesor de danza—. Se trata de Ingrid Jespersen —dijo después de presentarse.
—¡Dios mío, vaya situación más lamentable! —exclamó Strømsted, limpiándose el sudor de la cara.
—Tenemos motivos para suponer que usted conoce muy bien a Ingrid Jespersen.
—Es una manera de expresarlo —respondió Strømsted mirando a lo lejos.
—Formo parte del equipo que investiga el asesinato del marido de Ingrid Jespersen —dijo Frølich.
Eyolf Strømsted todavía seguía mirando al infinito.
El policía se concedió un tiempo para pensar en una inteligente formulación de lo que tenía que decir.
—Sabemos que usted e Ingrid Jespersen mantienen una relación muy íntima.
—¿Quién ha afirmado tal cosa? —preguntó Strømsted con cierta reserva.
—Los hemos visto juntos. —Frølich se levantó y rebuscó en su bolsillo—. Tenemos unas cuantas fotos que lo demuestran, pero… —renunció a seguir buscando— no las llevo conmigo. En cualquier caso, la viuda y usted han sido observados en íntimo contacto dentro de un coche aparcado, la noche siguiente a que fue hallado el cadáver de Reidar Folke Jespersen.
Eyolf Strømsted respiró pesadamente.
—¿Cuándo la vio por última vez? —preguntó Frølich sin inmutarse.
—El domingo. Fuimos al aparcamiento del museo de Munch.
—¿Y anteriormente?
—El viernes, 13 de enero.
Frølich tomó nota y levantó la vista.
—¿Puede contarme lo que pasó ese viernes?
—Ella vino a hacerme una visita, entre las once y media y las doce de la mañana. Al cabo de una media hora, nos fuimos a la cama. Primero tomamos un té y charlamos. Eso lo hacemos todas las veces… todos los viernes.
Frølich alzó la vista cuando el otro se detuvo.
A Eyolf Strømsted se le demudó la expresión.
—Aproximadamente media hora después llamó su marido. Llamó mientras estábamos follando. ¡Así de simple! —Strømsted esbozó una sonrisa.
—¿Cómo ha dicho?
—Que llamó mientras follábamos.
Frølich miró al hombre severamente. Le sudaba la frente bajo sus abundantes rizos.
—¿Y quién llamó?
—Su marido. El muerto. Reidar Folke Jespersen.
—¿Qué quería?
—Hablar con su mujer.
—¿Y habló con ella?
—Sí, claro.
Eyolf Strømsted seguía mirando tan tranquilo hacia adelante, hacia el espejo de la pared de enfrente. Las miradas de ambos se cruzaron en el espejo.
—¿Mantienen esa relación desde hace tiempo? —preguntó el policía.
—¡Demasiado!
—¿Qué quiere decir?
Strømsted se pasó las manos por su rizada cabellera.
—Quiero decir que la situación me parece un tanto jodida.
—¿Qué situación?
—El tener que estar aquí respondiendo a sus preguntas capciosas, mientras en cualquier momento puede entrar por la puerta alguna alumna.
—¿Desde cuándo mantienen esa relación?
—Desde hace unos tres años.
—¿Se ha encontrado alguna vez con Reidar Folke Jespersen? —quiso saber Frølich.
—Una vez. Hace muchos años, cuando iba a bailar a la escuela de danza de Ingrid.
—¿Lo ha visto alguna vez desde entonces?
—Jamás. —Strømsted se limpió la frente con el dorso de la mano y luego se ahuecó el jersey, como buscando aire—. ¿Qué hora es? —preguntó.
—Y cinco —dijo Frølich.
—Entonces estará a punto de llegar la siguiente alumna.
—No se preocupe. ¿Vio a Folke Jespersen el viernes?
Strømsted se estremeció.
—¿Que si vi a su marido? No.
Se limpió la cara con una toalla. Cuando se la retiró, estaba sonriendo. Tenía una sonrisa cautivadora, pero al mismo tiempo muy estudiada. Frank Frølich comprendió que ese hombre era un seductor empedernido.
—¿Cuánto tiempo estuvo la señora Jespersen en su casa?
—Hasta poco después de las tres.
—¿Qué hicieron después de que llamó el marido?
Strømsted sonrió pícaramente.
—¿Usted qué cree?
—Limítese a contestar a mi pregunta.
—Seguimos dale que te pego. —Miró al policía con gesto desafiante—. Me hizo una mamada —dijo sonriendo con la boca torcida.
—¿Hablaron de la llamada telefónica?
—En esa postura, a ella le resultaba difícil hablar.
Frølich respiró profundamente para armarse de paciencia.
Strømsted miró pensativo y con la boca entreabierta hacia el vacío.
—Oiga, lo siento, pero es que la situación se las trae. ¿Que de qué hablamos? Pues de su marido. Nos preguntamos desde cuándo sabría lo nuestro y qué podría significar su llamada.
—¿A qué se refiere con eso?
—¿Con qué?
—Con lo del significado de su llamada.
Strømsted esbozó una leve sonrisa ensoñadora.
—Se había desenmascarado su infidelidad, y a ella le preocupaba su matrimonio. Estaba simple y llanamente fuera de sí.
—¿De manera que su marido no tenía la costumbre de llamarlos por teléfono?
—¿Está usted loco?
—Así que fue descubierta por esa llamada telefónica de su marido. ¿Es eso lo que quiere decir?
—Sí.
—¿Cree que en realidad ella quería escapar de su matrimonio?
—¿A qué se refiere?
—¿Cree que le preocupó haber sido descubierta, que temía el divorcio?
—Bueno, imagínese la situación. Su marido llamando mientras ella… mientras ella… ¿entiende? Seguro que se le pasó algo así por la cabeza. Se quedó cortadísima… se llevó un chasco tremendo.
Su labio superior dejó otra vez al descubierto los bonitos dientes. Frølich se percató entonces de que era precisamente su sonrisa lo que le desagradaba.
—Creo que tenía un miedo atroz a que llegara la noche.
—¿Por qué?
—Imagínese… Después de haber quedado en evidencia, tener que volver a casa con su marido y pasar la noche con él…
—¿Fue ese el motivo de su llamada?
—Quería aguarnos la fiesta.
—¿Lo sabe a ciencia cierta?
—Sí, ella me contó lo que le dijo. Fue una conversación brevísima.
—¿Qué hizo usted esa noche? —preguntó Frølich.
—Me quedé en casa.
—¿Hay alguien que pueda atestiguarlo?
Strømsted se dirigió lentamente al espejo de la pared de enfrente. Se agarró a la barra de ballet y elevó la pierna derecha con un movimiento elástico. Era una postura clásica.
—¿Ha llegado la hora de la verdad? —preguntó en un tono exageradamente teatral, mientras contemplaba a Frølich en el espejo—. ¿Me dejará marchar, señor agente, si le digo que sí?
Frølich se miró al espejo. Él era todo lo contrario del bailarín. Su pelo gris parecía lacio y despeinado. La barba le confería un aspecto sombrío, y su cuerpo era demasiado gordo y demasiado pesado.
Eyolf Strømsted, en cambio, era como una estatua. Músculos y tendones envolvían su cuerpo, como la lana en torno a un huso. El pelo rizado subrayaba los rasgos casi femeninos de su cara recién afeitada.
—¿Significa eso que la respuesta es no? —preguntó el policía tan tranquilamente.
Strømsted disfrutó de la contemplación de su propio cuerpo, cuando bajó lentamente la pierna y comenzó a abrirse de piernas.
—En absoluto —dijo a su imagen reflejada en el espejo—. Después de la llamada telefónica tuve bastante claro que mantener una relación con Ingrid Jespersen no era lo más inteligente. La respuesta es sí —añadió con una sonrisilla—. Usted mismo podría haber comprobado que me quedé en casa… toda la tarde y toda la noche.