La enorme mano de Worf se cerraba en torno a la pequeña insignia-comunicador mientras regresaba al montacargas del depósito de almacenamiento donde habían encontrado a Undrun y al supervisor thiopano, los dos inconscientes. Kate Pulaski tomó algunas lecturas de las funciones vitales y realizó rápidos cálculos con su tricorder para poder ajustar la dosis de estimulante a los metabolismos no terrícolas de sus pacientes. Presionó la hipodérmica contra los cuellos de ambos y les administró inyecciones precisas. Segundos más tarde, los dos recobraban el conocimiento.
—Quédense tendidos y dejen que el medicamento haga efecto —les dijo la doctora con firmeza.
Worf abrió un canal de comunicaciones con la nave.
—Capitán Picard, Riker no está aquí. Hemos encontrado inconscientes tanto al embajador Undrun como al supervisor del almacén, pero la doctora Pulaski dice que se recuperarán.
—¿De qué se recuperarán? ¿Puede saber qué les ha sucedido, doctora?
Pulaski pulsó su comunicador.
—Los desmayó alguna clase de gas paralizante. Eso los dejará un poco aturdidos durante un rato.
—¿Están lo bastante recobrados como para decirnos qué ha ocurrido?
—Lo estarán dentro de pocos minutos, capitán.
—¿Cómo se llama el supervisor?
El thiopano sacudió la cabeza para aclarársela y se puso en pie con movimientos inseguros.
—Ése soy yo… Chardrai —dijo mientras se reclinaba sobre la rejilla de la pared del montacargas para tenerse en pie—. ¿Y quién es usted?
—El capitán Picard de la Enterprise. Superior Chardrai, ¿nos permitiría transportarlo a bordo de nuestra nave?
Los ojos de Chardrai se entrecerraron y su gesto compuso un aire de sospecha.
—¿Para qué?
—Para proporcionarle más cuidados médicos en nuestra enfermería… y me gustaría oírle en persona qué ha sucedido. No tardaremos mucho.
—No veo qué daño podría haber en ello. Claro.
—Gracias. Teniente Worf, ¿han tenido usted y sus hombres oportunidad de echar una mirada por ahí abajo?
—Sí, señor. No hay ninguna prueba ni huella.
—Muy bien. Reúna a su grupo y a los pacientes de la doctora Pulaski, y transpórtense cuando estén preparados.
El capitán aguardó a que la doctora Pulaski lo llamara a la enfermería, y entonces bajó a entrevistar a los únicos testigos de lo sucedido a William Riker. Undrun y Chardrai estaban sentados en el despacho de Pulaski cuando él llegó acompañado por la consejera Deanna Troi. Las habilidades empáticas betazoides de ella eran siempre útiles en situaciones semejantes, pues le proporcionaban al capitán una estimación fiable de la veracidad de las afirmaciones de los interrogados.
Los recuerdos de Undrun eran confusos en el mejor de los casos, como si no hubiera estado poniendo demasiada atención. El supervisor Chardrai, sin embargo, fue capaz de darles una breve relación de lo ocurrido, momento a momento, justo hasta el instante en que los guardias los redujeron a la inconsciencia.
—¿Había visto antes a estos guardias? —quiso saber Picard.
—Uno de ellos, ya lo creo que sí. Jeldavi. Ha sido mi guardia personal durante meses. A los otros dos no los conocía. Yo dirijo el lugar, pero no entablo amistad con todos los que tenemos trabajando allí.
—¿Ha tenido otros incidentes en los que los nómadas hayan intentado infiltrarse entre su personal?
—No. Pero puede estar condenadamente seguro de que haré comprobar a todo el mundo cuando regrese allí.
Picard cruzó los brazos con impaciencia.
—Al parecer, tiene usted un importante problema de seguridad, señor Chardrai. Dos transgresiones de la misma en dos días, y mi primer oficial secuestrado.
—Como usted dice, capitán, tengo mis problemas… y ahora usted tiene los suyos. ¿Puedo marcharme ya?
—Sí, por supuesto… y apreciamos su cooperación. —Las palabras de Picard eran corteses, pero sus modales distraídos. Hizo un gesto hacia donde se encontraba su jefe de seguridad, de pie junto a la puerta de la oficina—. Teniente Worf, acompañe al supervisor Chardrai a la sala del transportador y encárguese de que sea devuelto a la superficie.
Cuando se hubieron marchado, el capitán Picard se volvió a mirar a Undrun, que parecía aún más pequeño de lo habitual, en posición fetal.
—¿Está seguro de que no puede agregar nada a lo que nos ha contado el supervisor Chardrai?
Undrun levantó la mirada y se subió el cuello del jersey hasta el mentón.
—Ya se lo he dicho, capitán Picard, no recuerdo los detalles… y creo que estoy teniendo una reacción a cualquiera que sea la solución venenosa que su médico me ha inyectado sin mi permiso.
—Las personas inconscientes tienen una tremenda cantidad de dificultades para dar su permiso, señor embajador, y a veces mueren si no se les administra tratamiento alguno —replicó la doctora Pulaski, cuyo tono cortante se hacía por segundos más afilado.
—Bueno, pues todo lo que sé es que me siento mareado. —Con un visible esfuerzo, el noxorano se enderezó—. Y toda esta misión es un desastre, capitán. Espero que utilice el poder que tenga para conseguir un poco de cooperación por parte de estos thiopanos. Esas provisiones de socorro tienen que llegar hasta la gente que las necesita.
Los músculos de la mandíbula de Picard se tensaron.
—Embajador Undrun, parece no haber advertido usted que mi primer oficial ha sido raptado por una fuerza de oposición que ya ha demostrado su peligrosidad.
—Lo he advertido, capitán Picard —replicó Undrun en un tono que subía, a la defensiva—. Lamento mucho que el primer oficial Riker haya sido secuestrado, pero culparme a mí…
—En ningún momento he dicho que fuera culpa suya —le disparó Picard a modo de respuesta mientras intentaba mitigar su exasperación—. La situación de Thiopa es mucho más complicada de lo que se nos indujo a creer. La seguridad de esta nave y su tripulación se ha visto comprometida, y su resuelta determinación en la entrega de estas provisiones de emergencia…
En un arrebato de indignación, Undrun saltó y se irguió en la totalidad de su metro cuarenta.
—Perdóneme por intentar hacer mi trabajo, señor. Me voy a mi camarote a descansar de la penosa prueba por la que he pasado.
Con eso, pasó disparado ante un atónito Picard y salió de la enfermería.
El enojo del capitán se desinfló, y él dejó caer los hombros.
—Bueno, no cabe duda que lo he sabido manejar. —Consiguió un asomo de sonrisa irónica.
—No sin considerable provocación —dijo la doctora Pulaski—. Es un piojo incordiante.
—Está más preocupado de lo que deja entrever, capitán —comentó Troi—. Parece culparse a sí mismo.
Picard y Pulaski clavaron la mirada en la consejera.
—¿Que hace qué? —preguntó Picard—. ¿Que se culpa a sí mismo?
—Ciertamente, lo esconde bien —agregó Pulaski.
—La propia recriminación no parece encajar con su carácter, basándonos en lo que hemos visto hasta ahora del señor Undrun —dijo Picard.
—He realizado algunas investigaciones sobre su perfil en los archivos de personal de la Federación —dijo Troi—. Proviene de una familia acomodada de Noxor y ha disfrutado de todos los privilegios que acompañan a la riqueza. Pero los noxoranos están muy dedicados a los servicios públicos. Cuanto más rica es la familia, mayor es la presión para que uno dedique su vida a ayudar a los demás. Es casi una disciplina que les inculcan a los jóvenes noxoranos.
—Muy bien —dijo Pulaski—, así que él ingresó en el Ministerio de Ayuda y Socorro de la Federación.
—Y ascendió a mucha velocidad. Es difícil saber qué edad tiene porque todos los noxoranos parecen jóvenes, pero es muy joven para haber llegado a este nivel de responsabilidad. La observación del capitán sobre su resolución fue muy perspicaz.
—Es muy evidente —exclamó Picard.
Deanna sonrió.
—Las burocracias no son famosas por alentar la creatividad. La combinación de la estricta educación de Undrun, su comentada determinación a triunfar en los servicios públicos, su total aceptación de las limitaciones burocráticas, y su inseguridad, son cosas todas que contribuyen a lo que nosotros vemos como una insensible e inflexible concentración en una sola tarea.
—Funciona de acuerdo con las reglas —comentó Picard en tono conciliador—. He conocido a muchísimos oficiales así. Con franqueza, y a riesgo de parecer insensible, debo admitir que los traumas de infancia de Undrun son la menor de mis preocupaciones. El averiguar quién se ha llevado a Will Riker y traerlo de vuelta con rapidez y a salvo, está por encima. Consejera, la necesito en el puente.
Hydrin Ootherai entró apresuradamente en el escasamente amueblado despacho del soberano protector, llevando una rechoncha ayudante pisándole los talones, pero se detuvo en seco al ver a Ayli sentada en el mullido sillón junto a lord Stross. La lectora de sombras se hallaba medio reclinada contra el acolchado posabrazos, las piernas recogidas debajo del cuerpo con una indiferencia felina que de alguna forma la hacía parecer más joven. Los leonados cabellos le caían sobre el rostro, pero la astuta sonrisa denunciaba el placer que sentía ante la consternación de Ootherai.
—¿Qué está haciendo ella aquí?
—Yo le pedí que viniera. Quería conocer su opinión.
—¿Tienes miedo de otra opinión? —preguntó Ayli en tono desafiante.
—Desde luego que no. ¿Tresha? —Chasqueó los dedos y su joven ayudante saltó a la acción, instalando un alto caballete y colocando varios cartones grandes en el mismo. Los cartones estaban cubiertos con un paño que los ocultaba.
Cuando sus preparativos quedaron acabados, Ootherai adoptó una pose profesional ante la tela, deleitándose en uno de sus pasatiempos preferidos: el dar conferencias.
—Tú vives para estas pequeñas conferencias tuyas, ¿no es cierto? —dijo Ayli, con una chispa divertida brillando en sus profundos ojos ambarinos.
—Los símbolos crean realidad. Tú sabes todo lo referente a crear realidad, Ayli.
Stross se puso rígido, impaciente.
—Ve al grano, Ootherai.
—Por supuesto, señor. Es inmensamente importante que presentemos tu plan de control del clima como el medio para salvar el mundo.
—Es que salvará el mundo —declaró Stross con firmeza—. Pero ¿volverá a poner a los ciudadanos de nuestra parte?
Ootherai avanzó describiendo un círculo.
—Sin duda alguna. Tiene los elementos apropiados. Presentamos a los nuaranos como villanos detestables. Ofrecemos una solución nacida en nuestro propio mundo para la crisis causada por esos villanos, y elaboramos un programa osado que apunta a las preocupaciones que nos causan a todos noches de insomnio. Es la epopeya más antigua del universo: los buenos contra los malos, nosotros contra ellos… y tú, el soberano protector Ruer Stross, eres el héroe de la misma.
Stross entrelazó los dedos y descansó las manos sobre su barriga, mientras reflexionaba sobre lo dicho.
—¿Cómo lo presentamos?
—Organizamos un asalto en todos los frentes. Cobertura especial en todos los medios de comunicación, inundando todos los hogares thiopanos con nuestro mensaje. Manifestaciones. Implicamos a los niños desde el mismo principio… captamos a la generación más vieja por el sistema de captar primero a los jóvenes. Hacemos nuestra la música con la cual marcharán todos los thiopanos de inteligencia. Refuerzo positivo en todas las formas concebibles. Montaremos una cruzada religiosa que abrumará a esos despreciables nómadas y sus obsoletas creencias. Y en el centro de la campaña, esto…
Con un ceremonioso ademán, el primer ministro arrancó la tela del caballete, dejando a la vista un logotipo de dibujo enérgico con el globo thiopano en el centro, un anillo de diminutas chispas en torno al mismo, y una sola flor estilizada floreciendo desde detrás y por encima del planeta, todo hecho en tonos vibrantes que no guardaban parecido ninguno con la niebla sepia que rodeaba al planeta más allá de las ventanas de Stross.
Ayli contempló el dibujo con un asomo de sonrisa.
—No te quedes aturdido, Hydrin… pero me gusta. Tiene una especie de encanto magnético.
Stross asintió.
—No está mal, Ootherai.
—Sólo una pequeña pregunta —dijo Ayli—. ¿Funcionará de veras este proyecto de control del clima? ¿O estamos vendiendo una fantasía?
—Funcionará —gruñó Stross—. Sé que lo hará.
Ootherai barrió el aire con una mano.
—Eso no tiene ninguna importancia. Lo importante es la percepción, no la realidad. El conseguir que la gente consagre su apoyo a lord Stross… eso es lo que importa.
—Seguramente estás bromeando —dijo Ayli con la mirada torcida de escepticismo—. Si el proyecto de control del clima no tiene éxito, este planeta podría convertirse en inhabitable. ¿O es que ese hecho trivial se os ha escapado a ti y a tu simbólico cerebro?
—Digiere este hecho trivial, Ayli —paró Ootherai el ataque, señalándola con un dedo—. Si no recobramos el control de la situación política de Thiopa… si no aplastamos a esos miserables anarquistas debajo de una montaña de revitalizado apoyo popular… este gobierno hará mucho que habrá desaparecido cuando la última molécula de aire quede contaminada hasta resultar imposible de respirar.
El intercomunicador del sencillo escritorio de madera sonó.
—Lord Stross, llamada de Comunicaciones Planetarias —dijo una controlada voz femenina.
Stross alargó una mano y pulsó el interruptor con el pulgar.
—Stross… ¿qué sucede?
Ootherai frunció el entrecejo.
—Desearía que usara todo el título cuando trata con subordinados —masculló.
—El capitán Picard lo llama desde la Enterprise. ¿Debo pasarle la comunicación?
—Déjame filtrar esto, excelencia —dijo Ootherai. Stross respondió haciendo un gesto afirmativo, y Ootherai avanzó hasta una pantalla de dos canales que había en una cavidad al otro lado de la habitación—. Control de comunicaciones, yo la recibiré.
El receptor se activó y la cara de Jean-Luc Picard apareció en el monitor.
—Capitán…
—Primer ministro, ¿está disponible el protector Stross?
—Me temo que no. Está ocupado en una consulta crítica y no puede molestársele. Tal vez yo le baste.
—Le agradeceré que le transmita nuestra conversación.
—Desde luego, capitán. Deduzco por el tono de su voz que el tema es bastante serio.
—Lo es en verdad. Durante la visita de inspección de sus instalaciones de almacenamiento, parece que mi primer oficial fue hecho prisionero por un grupo de guerrilleros nómadas. Solicito su ayuda en lo referente a su regreso sano y salvo.
La expresión del thiopano se hizo distante.
—Lamento el infortunio del primer oficial Riker, pero me temo que hay poco que podamos hacer para ayudarlo.
—Primer ministro —dijo Picard en tono de advertencia—, a pesar de que Thiopa no está obligada por las leyes de la Federación, su gobierno tiene la responsabilidad de…
—Capitán, antes de que concluya la frase, me veo obligado a señalar que su oficial estaría a salvo a bordo de su nave si ustedes se hubieran limitado a transportar las provisiones en cuanto llegaron. No había ninguna necesidad de que ninguno de los miembros de su tripulación pusiera los pies en Thiopa.
—No se nos advirtió de ningún peligro. Su gobierno sabía que íbamos a enviar personas a la superficie y sin embargo no nos avisó…
—Nosotros no sabíamos que surgirían circunstancias que requerirían advertencia. Visto en retrospectiva, por supuesto que le habríamos advertido que mantuviera a su gente a bordo de la nave. Pero me temo que la retrospectiva no ayudará al primer oficial Riker.
—¿Qué pueden hacer para ayudarnos?
—Nada, en realidad.
—¿Perdón?
—¿Tenemos problemas de comunicación, capitán Picard? Lo repetiré: hay poco que podamos hacer para ayudarlos a localizar a su hombre. Por supuesto que podemos instruir a nuestras fuerzas de seguridad para que se mantengan alerta por si lo ven, y podemos estar alerta por si podemos entresacar alguna información de lo que nos digan nuestros agentes que vigilan a los nómadas. Pero nosotros estamos luchando para conservar el control de este planeta. Sencillamente debemos dedicar todos nuestros recursos a controlar la creciente amenaza civil. Le aseguro que lamentamos no poder hacer más, pero lisa y llanamente, es que no podemos.
La mirada de Picard se tornó acerada, pero la inflexión de su voz se volvió casi indiferente.
—Sin más cooperación, me temo que no podemos entregarles las provisiones que es evidente que Thiopa necesita con bastante premura. Le daré doce horas para reconsiderar su postura actual. En ese momento, si su gobierno no se muestra mejor dispuesto, la Enterprise abandonará su órbita.
—¿Sin su oficial secuestrado?
—Ya hemos perdido hombres antes de ahora, primer ministro. Yo valoro por igual a todos los miembros de mi tripulación, pero ninguna vida está por encima de la seguridad de esta nave ni de la misión que tiene encomendada.
—Capitán, difícilmente puedo creer…
Picard le interrumpió.
—Doce horas. Esperaremos confiados un cambio de postura. Corto.
—Capitán —dijo Troi—, el partir sin entregarles las provisiones de socorro sería castigar a personas inocentes de Thiopa…
—Tal vez, consejera; pero todo lo que hemos visto hasta el momento arroja serias dudas sobre las afirmaciones de los thiopanos de que hay una hambruna. Tenían recursos suficientes como para dar aquel festín.
—Que podría haber sido organizado para causar efecto.
—O podría haber sido un ejemplo de mala administración de los recursos, más que de verdadera escasez. La Federación no está obligada a sancionar con su ayuda semejantes malas administraciones. Si los problemas de Thiopa son generados por ella misma, también deben solucionarlos.
Data hizo girar su asiento.
—El daño ecológico de Thiopa es verificable, señor.
—Soy consciente de eso y de la probabilidad de escasez de alimentos en determinadas áreas del planeta. Pero en el presente parece bastante improbable que las provisiones que hemos traído les lleguen a quienes más las necesitan, si están aliados con el movimiento nómada.
Wesley Crusher tragó saliva, y luego habló.
—¿Y qué hay de Riker, señor? No vamos a marcharnos realmente sin él, dentro de doce horas, ¿verdad?
—Haremos todo lo posible para localizarlo y traerlo de vuelta a la Enterprise con vida y sano —repuso Picard con tono más suave pero todavía decidido—. Tengo la poderosa corazonada de que el presente impasse no durará las doce horas. Entretanto, utilicemos nuestros propios recursos. Data, inicie una búsqueda por sensores del primer oficial.
Nada podía calmar a Ruer Stross como el dulce aroma del serrín cosquilleándole la nariz. Sabía que era la primera impresión sensorial que podía recordar, que se remontaba a su infancia. Más satisfactoria que la leche materna, la comida, la luz solar, el sexo. Su padre había sido ebanista y el recuerdo de dormir en la cuna junto al banco de trabajo de su padre aún le proporcionaba una cálida sensación de bienestar. A diferencia de algunos padres que quieren que su trabajo sea misterioso para sus descendientes, como si la retención del conocimiento por parte del padre lo ayudara a conservar el poder sobre el hijo, W’rone Stross había iniciado en él al niño antes de que éste tuviera la suficiente edad para usar las herramientas. Ruer atesoraba las imágenes que aún permanecían frescas y sin mácula en su corazón y mente… la enorme mano de su padre guiando la diminuta del hijo, con el fin de que el niño pudiera aprender el arte. Durante todos los años que observó a su padre, Ruer supo que el encontrar los objetos que se escondían en la madera era más que la forma que W’rone tenía de ganarse el sustento: era su vida misma. En todas las demás cosas, el padre Stross era el hombre más tranquilo del mundo. Amaba a su esposa de forma apacible. Se enorgullecía de su hijo sin jactancia. Ayudaba a sus amigos sin alharacas. Ruer no podía recordar que su padre hubiera alzado nunca la voz ni por enojo ni por alegría, y no tenía recuerdos de lágrimas ni anchas sonrisas. Excepto en el trabajo. Era como si W’rone hubiera guardado sus pasiones, reservándolas para el sacro lugar donde sus manos se unían con las invisibles manos de la naturaleza para hacer magia.
Dondequiera que habían vivido cuando Ruer estaba creciendo, el padre siempre había reservado un cobertizo, bodega o habitación, o sólo un rincón, para consagrarlo al lugar en el que su pasión pudiera cobrar vida. No era algo que Ruer hubiese entendido nunca del todo, pero jamás lo cuestionó. De alguna forma lo había absorbido y convertido en parte de sí mismo. Motivo por el cual, tras haber pasado tantos años, el hombre más poderoso de Thiopa podía hallar verdadera paz sólo ante su propio banco de trabajo.
—¿Es éste momento de perder el tiempo? —dijo Ootherai, hablándole a la espalda del soberano protector, puesto que eso era cuanto podía ver con Stross inclinado sobre sus herramientas de ebanista. El serrín hacía que la nariz del primer ministro se frunciera en el principio de un estornudo.
Ayli se hallaba de pie y acodada en el banco de trabajo, observando con interés cómo su gobernante tallaba formas en la madera. No tenía ni idea de en qué se convertirían finalmente.
—Cualquier momento es bueno para hacer esto —replicó Stross con voz calma.
—Necesitamos esas provisiones de la Federación —dijo Ootherai—. Serán nuestro seguro contra futuros problemas… además de un método de convencer al pueblo de Endraya de que renieguen de su lealtad para con los nómadas. Sin los alimentos de la Federación perdemos esa herramienta. Tú sabes de herramientas, soberano protector.
—De eso sí, amigo mío. Se necesita la adecuada para hacer un determinado trabajo. Y cuando no puedes encontrar la que quieres, tienes una alternativa: o no haces el trabajo, o buscas alguna otra cosa que te sirva.
—¿Serviría alguna otra cosa? —preguntó Ayli.
—Tal vez, tal vez. Si algo hemos aprendido de los nuaranos, es el valor de poseer algo que alguien más quiere. La Enterprise tiene lo que nosotros queremos. Los nómadas tienen lo que quiere Picard. Encontremos a Riker… y obtendremos las provisiones.
—¡Haces que parezca tan sencillo! —dijo Ootherai describiendo una mueca de burla.
—En cualquier caso, ¿quién está al mando aquí? —preguntó Stross sin alzar la mirada—. Tenemos una idea muy definida de adonde se llevan a Riker. Organiza una fuerza militar y tráelo de vuelta.
Ootherai bufó una risa.
—¿Invadir el Sa’drit? Imposible.
—No tenemos por qué invadir. Lo único que tenemos que hacer es castigarlos un poco. Tenemos armas que pueden hacer eso.
—Y ellos tienen armas que pueden detenernos.
—Usa ese pretendido cerebro que tienes —lo pinchó Stross—. Encuentra una forma.
El capitán Picard se encontraba sentado de espaldas a las enormes lunetas de la sala de reuniones. Al otro lado de la mesa, Data estaba acabando su informe sobre la visita que había hecho a la doctora Kael Keat y al laboratorio de ésta, en el curso de aquella misma mañana.
—Su descenso parece haber hecho surgir tantas preguntas como respuestas nos ha proporcionado.
Data movió afirmativamente la cabeza.
—Podemos suponer, sin temor a equivocarnos, que hay muchas cosas que la doctora Keat no me ha contado.
—¿Averiguó lo bastante sobre ese plan de control climático como para juzgar si resulta factible?
—No, señor. Sólo se me permitió examinar las bases teóricas del proyecto.
—¿Y cuál es su opinión sobre eso?
—Teóricamente, el plan que tienen podría proporcionarles el tipo de modificación climática que buscan.
—Pero ¿pueden llevar esas teorías a la práctica?
—Lo pongo en duda, capitán. A menos que posean una tecnología que no les conocemos… lo cual resulta posible.
—Hablando de posibilidades, ¿cree que la doctora Keat le revelará a usted más información?
—Pareció fascinada conmigo.
Por parte de la mayoría de los otros, la frase habría tenido un regusto de engreimiento. En el caso de Data, no era más que la estipulación de un hecho.
—Bueno, usted es un tipo de lo más fascinante, Data. Dependiendo de lo que ocurra con…
El sonido del intercomunicador lo interrumpió, seguido de la molesta voz imperiosa de Frid Undrun.
—Capitán Picard, quiero una explicación.
—¿Sobre qué, señor embajador?
—Sobre sus actos no autorizados. Me reuniré ahora con usted.
—Si insiste. Acuda a la sala de reuniones. Corto.
Data comenzó a levantarse.
—¿Quiere que me marche, señor?
—No, no —contestó Picard con una pizca de urgencia, y luego su boca se afinó en una sonrisa carente de alegría—. No siento ningún deseo de quedarme a solas en compañía del señor Undrun. Y puede que usted me sea de alguna ayuda.
Momentos más tarde la puerta se deslizó a un lado y Undrun entró pavoneándose.
—No tiene usted ningún derecho a tomar decisiones unilaterales —dijo.
—¿Y qué decisión unilateral es ésa?
—Amenazar con marcharse de Thiopa sin entregar esas provisiones de socorro. Usted y su tripulación han interferido en mi misión de ayuda casi desde el mismo momento en que salimos de la Base Estelar.
—Usted no está llevando a cabo una cruzada personal —tronó Picard, llegando al límite de su paciencia. Durante un fugaz momento se preguntó si Riker no se habría escondido a fin de evitar tener que tratar con este tirano de tamaño de medio litro—. Nosotros estamos realizando una misión de la Federación y la Flota Estelar, y me resulta ofensiva en extremo su sugerencia de que mi tripulación haya actuado de una forma menos que ejemplar por lo que atañe a su relación con usted y la misión. Mi decisión, unilateral o no, es consecuente con mis atribuciones como capitán de esta nave.
Undrun asestó un puñetazo sobre la mesa.
—Poderes que yo puedo anular.
—No cuando esta misión está poniendo en peligro a mi tripulación y a la Enterprise. Cada vez estoy más convencido de que no deberíamos haber emprendido esta misión, y tengo planeado decir exactamente eso en mis informes tanto para la Flota Estelar como para su Ministerio de Ayuda y Socorro. Y eso, por el momento, es cuanto tengo que decir sobre este asunto.
Picard se puso en pie y salió de la sala a paso de marcha. Se encaminó directamente hacia el turboascensor sin decirle una palabra a sus tripulantes, todos los cuales lo conocían lo bastante para no apartarlo de su curso.
Undrun se derrumbó en uno de los asientos de respaldo alto de la sala de reuniones, poniendo buen cuidado en quedar de espaldas a las lunetas de observación. Data permaneció sentado pero guardó silencio.
Fue el enviado noxorano quien habló primero.
—Usted parece ser la única persona a bordo de esta nave que no me ha condenado como un viscoso sapo inútil, teniente Data.
—Tal vez si supiera lo que es un viscoso sapo… —repuso el androide con seriedad.
Undrun tuvo una reacción retardada, y luego se dio cuenta de que Data no estaba intentando mostrarse descarado ni cruel. Y eso, Undrun lo encontró lo bastante gracioso como para concederle una triste risa entre dientes.
—Quiero decir que no me ha juzgado como una mala persona sólo porque esté intentando hacer mi trabajo de la única forma que conozco.
—El juzgar a otros seres no forma parte de mi programa… a menos que se me solicite llevar a cabo esa función analítica.
—Bien, pues, yo se lo solicito. Júzgueme. Deme una objetiva valoración de androide.
Data pensó durante unos momentos.
—Su pauta de comportamiento parece tener un factor común.
—¿Qué es…?
—Parece excesivamente atado a líneas de actuación previamente establecidas.
Los hombros de Undrun se alzaron en un encogimiento de impotencia.
—No puedo trabajar de ninguna otra forma. Necesito esas líneas de actuación. Funcionan casi como un embudo. Sé que cualquier cosa que vierta en ese embudo saldrá por el otro extremo en una corriente compacta y fluida.
—Los métodos de ese tipo son directos. Pero yo he advertido que los seres humanos, en particular los miembros de la tripulación de la Enterprise, no siempre abordan los problemas de la forma que yo determinaría como más directa. Su capacidad para ser impredecibles e irracionales es casi ilimitada. Y sin embargo, a pesar de que yo pueda hallar desconcertantes sus estrategias, ellos consiguen los resultados deseados. —Un toque de melancolía tiñó la expresión de Data—. A pesar de considerables estudios, no puedo entender ni imitar del todo esta caprichosa creatividad humana.
—Usted tiene una excusa —dijo Undrun al tiempo que se inclinaba sobre la mesa y descansaba la cabeza sobre los brazos cruzados—. Usted está limitado por su programación. Pero yo soy un humanoide de carne y hueso, y la creatividad también me elude a mí.
—Las formas de vida biológicas también pueden estar limitadas por una programación. Tal vez algo de su pasado…
—Tiene razón.
—Por favor, aclárelo.
—Prefiero no hacerlo. —El diplomático sacudió la cabeza con pesar—. Parecía todo tan sencillo. Si esta misión fracasa, mi vida estará acabada.
Los dorados ojos de Data se arrugaron con repentina preocupación.
—¿Hay algo que la doctora Pulaski pueda hacer?
—¿Qué?
—Acaba de decir que su vida está en peligro.
—Me refiero a mi vida profesional, teniente Data. Para mí, la vida es eso. Existe una expresión: somos lo que comemos. Bueno, algunos de nosotros somos lo que hacemos. ¿Cómo ha podido una misión tan sencilla convertirse en un desastre semejante?
—Si me permite disentir, esta misión no era tan sencilla como parecía. Estábamos enterados de la implicación de los nuaranos, de la amenaza ferengi, de un cierto nivel de inestabilidad social en el propio planeta. Incluso excluyendo otros factores de los que nada supimos hasta nuestra llegada, ¿cómo pudo haber considerado las complicaciones conocidas y continuar juzgando que era una misión sencilla?
—El hecho es que no consideré todo eso. Todo lo que vi fue un convoy que entregaría unas provisiones urgentes que los thiopanos habían prácticamente suplicado. El llevarle a la gente lo que quiere no debería ser una misión complicada.
—Eso es cierto… si se exceptúa que los seres humanoides a menudo se muestran reticentes a la hora de expresar con precisión sus deseos y necesidades. Es otro elemento del comportamiento humanoide que todavía no entiendo. Tanto si es resultado de la falta de honradez como del miedo, invariablemente, dicha reticencia causa complicaciones.
—Miedo… ¿Puedo contarle cuál es mi miedo?
Data respondió con un gesto de asentimiento.
—Mis superiores verán lo mal que yo he manejado esta misión… ellos también pensaban que era una asignación sencilla… y decidirán que soy un incompetente. Me he puesto en contra al capitán Picard, he sido la causa de que Riker fuera secuestrado…
Data lo miraba ahora con fijos ojos de asombro.
—Resulta muy intrigante. ¿Es eso lo que los seres humanos llaman autocompasión?
Undrun se interrumpió de forma brusca.
—Sí… supongo que lo es.
A Jean-Luc Picard le gustaba que su tripulación lo viera como un poco asceta. En ello no había ni simulación ni ostentación alguna. No era un hombre de grandes gestos ni especialmente abierto, característica nacida del haber pasado la mayor parte de su vida adulta como oficial superior, y el grueso de ese tiempo como capitán de la nave exploradora de espacio profundo Stargazer. El viaje exploratorio, de dos décadas de duración, de la Stargazer había alentado la camaradería, pero él no había visto como propio del capitán establecer ninguna relación profunda con los que servían bajo su mando.
Hasta el momento, había aplicado esa política también en el caso de la Enterprise. Empleada de forma juiciosa, le otorgaba una misteriosa reserva que provocaba un respeto adicional… cosa que tendía a facilitar el ejercicio de la autoridad.
Incluso su aspecto físico contribuía al aura de liderazgo de Picard. Sin ser un hombre convencionalmente apuesto, poseía un perfil aristocrático y una mandíbula severa. Una rala franja de cabello plateado contribuía a realzar sus claros ojos penetrantes. No era un hombre grande, y sin embargo podía imponerse sin esfuerzo, en parte gracias a su porte regio. Pero su voz —alternativamente templada por una franca comprensión, un saber ponerse en la piel del otro o vibrante con la resonancia de la confianza y el poder—, era el atributo clave con el cual ejercía el mando.
Dejando todo eso a un lado, no obstante, los pocos que lo conocían bien, eran sabedores de su proverbial galo por los placeres del vino, las mujeres y las canciones. Y, en todo caso, esos gustos se habían visto agudizados por los años de privaciones a bordo de la Stargazer. No obstante, ese aspecto vagamente hedonista de su personalidad era algo que él prefería mantener en privado, lo cual significaba reducir al mínimo sus visitas a la sala Diez-Proa de la Enterprise. Sólo acudía allí cuando estaba celebrándose una fiesta de asistencia obligada o cuando tenía una innegable necesidad de relajarse.
Sin duda alguna, el tratar con el enviado Frid Undrun provocaba la segunda categoría. Lo que explicaba la inusitada aparición de Picard al final de la tenuemente iluminada barra de Guinan. Ella lo saludó con un amistoso gesto de cabeza.
—Capitán.
—Guinan.
—¿Qué puedo servirle? Un poco de Wesburri de aguja le daría ánimos.
—Sólo agua mineral con gas y una rodaja de limón, por favor.
Un momento después ella colocó una copa ahusada delante de él.
—Aquí tiene.
—Gracias.
El capitán bebió. Ella permaneció allí, paciente como siempre, un asomo de sonrisa en las comisuras de los labios. Picard había advertido la destreza que tenía Guinan para captar el estado anímico de sus clientes, y luego elevar el de ellos por el sistema de cambiar el suyo propio con tanta sutilidad como para que no resultara detectable. Por el momento, sin embargo, ella aún estaba midiendo el de él.
—A veces, me gusta mirar cómo suben las burbujas —dijo Guinan.
Él bajó los ojos hasta la copa.
—Hummm… flotación… no siempre es fácil conseguir para los no carbonados humanos.
—¿Ha tenido días mejores…?
—¿Se me nota?
—Usted no es exactamente uno de mis clientes habituales.
La voz de él descendió hasta un susurro conspirativo.
—¿Qué aspecto tendría un capitán que estuviera constantemente bebiendo sintehol?
—Nada bueno en absoluto, capitán. Pero a veces debería de pasar aunque sólo fuera para saludar. Yo no estaría aquí de no haber sido por usted.
Él sorbió de su copa.
—Está haciendo un buen trabajo, Guinan.
—Gracias. ¿Sabe?, el embajador Undrun vino aquí ayer. —Vio que la expresión de Picard se volvía agriada, como si hubiera mordido la rodaja de limón—. Ah, es un punto delicado, ¿no?
—No sería mi primera elección como invitado a una cena.
—También supongo que no es lo único que le preocupa a usted.
Él frunció el entrecejo con burlón enojo.
—Usted y la consejera Troi están comenzando a hablar de una forma muy parecida.
Guinan sonrió.
—Nuestros trabajos tienen similitudes.
—Pero usted no tiene las capacidades empáticas betazoides de ella.
—Me las arreglo —contestó ella alegremente. Cogió la copa vacía de él—. ¿Más?
Picard negó con la cabeza.
—Será mejor que regrese al puente.
Ella dejó escapar un bufido.
—Es una buena cosa que el resto de su tripulación no sea tan reservado, o yo nunca tendría la impresión de estar logrando algo. Usted acude aquí para relajarse, pero a mí todavía me parece que está tenso, capitán.
—Digamos que sólo estoy un poco menos tenso.
—Los capitanes nunca se relajan de verdad, ¿no es cierto?
—Nos las arreglamos. —Picard sonrió—. Gracias por la charla.
Se sentía mejor de verdad cuando abandonó el salón, consciente de que los ojos de los miembros de la tripulación lo observaban al pasar. Guinan estaba en lo cierto al decir que los capitanes nunca se relajaban del todo. «Demasiada tensión y te quiebras. Demasiado poca, y te hundes al primer signo de tormenta. La justa —pensó—, y estás preparado para la acción». Mientras se encaminaba hacia el puente, Picard se sintió preparado para las siguientes horas, cuando las decisiones que tendría que tomar podrían salvar tanto a Thiopa como a Riker… o condenarlos.