Wesley Crusher estaba sentado con las piernas cruzadas sobre su cama.
—De verdad que te echo de menos, mamá, pero no es tan malo como había pensado.
Beverly Crusher, en la pantalla del camarote de Wesley, fingió profunda congoja.
—Palabras para alegrar el corazón de una madre.
—Ya sabes qué quiero decir —rió Wes—. Apenas tengo tiempo para pensar en ello.
—¿Comes bien?
Wes puso los ojos en blanco ante lo ofensivo de la actitud que reflejaba esa pregunta materna.
—Por supuesto. ¿Qué tal va tu trabajo?
—Bueno, he descubierto que el ser jefe de medicina de la Flota Estelar tiene cosas buenas y cosas malas. Demasiada administración, poca práctica médica.
Wesley miró la hora que aparecía en la pantalla de su computadora.
—Mamá, tengo que marcharme.
—¿Turno en el puente?
—No, tengo que entregarle un informe al capitán Picard.
Las cejas de Beverly se alzaron bajo sus rojos cabellos.
—Estoy impresionada.
—No es nada del otro mundo. —Wesley se encogió de hombros—. Se trata de un pequeño proyecto de investigación que me asignó Data.
—¿Ha aprendido ya a contar chistes?
—No exactamente —contestó Wesley—. Pero continúa intentándolo. Tal vez la próxima vez que te veamos…
—Oh, Wes. Desearía que eso pudiera ser pronto, pero no tengo ni idea de cuándo podré escaparme de este agujero negro burocrático.
—Lo comprendo, mamá. Bueno, será mejor que me marche.
—Hasta pronto, cariño. Te quiero.
—Yo también te quiero, mamá. Hasta pronto.
La melancólica sonrisa de la doctora Crusher desapareció de la pantalla y Wesley se sintió un poco deprimido, como se sentía siempre después de hablar con ella por un canal de comunicaciones. Éstos eran los momentos en los que más solo se sentía. Pero se había quedado en la nave por propia elección, y ahora tenía trabajo que hacer.
Bajó de la cama, se estiró el uniforme, y se encaminó hacia el puente.
El capitán Picard miró desde el otro lado del escritorio de su despacho.
—Yo le había asignado esto a usted, teniente Data.
—Y yo se lo asigné al alférez Crusher, señor. Pensé que le sería útil adquirir experiencia en realizar investigaciones que no estuvieran relacionadas directamente con sus habilidades en ingeniería.
Sentado sobre una esquina del escritorio de Picard, Riker inclinó la cabeza en gesto aprobatorio.
—Ha sido una readjudicación razonable, Data. Muy bien, alférez Crusher, informe sobre los nómadas.
Wesley tragó saliva mientras deseaba no tener en la boca el mismo sabor que si hubiera tomado pegamento industrial. Estaba tan rígido que apenas podía respirar.
—Sí, señor.
—Descanse, alférez —dijo Riker—. Mi abuelo solía decirme: «Míralos a los ojos y diles lo que sabes».
—Sí, señor. —Wesley se relajó y comenzó—. No había demasiada información en los archivos de la Federación, así que investigué un poco. Los nómadas eran originalmente un pequeño grupo religioso que comenzó en el reino de Endraya… la provincia contigua a la que ocupa ahora el gobierno… hace unos dos mil años. Creían en una vida armónica con la naturaleza. Supongo que podría decirse que esa creencia era la base de toda su religión. El reino en el que vivían no era muy fértil, pero resultaban posibles los cultivos mediante la ayuda de la irrigación. Y había muchos yacimientos de minerales, así que allí se originó la minería.
—A pequeña escala, sin duda —dijo Picard.
—Muy pequeña, señor, dado que no hubo industrialización ninguna en Thiopa hasta hace más o menos un siglo. Pero los otros endrayanos, los que no se unieron a los nómadas, comenzaron a explotar las tierras a gran escala, cavar zanjas de irrigación, desviar arroyos y ríos, excavar minas. Para los nómadas, todas esas cosas eran violaciones de la tierra… ellos llaman a Thiopa su Mundo Madre.
—Una imagen —intervino Data—, que es común en muchas culturas humanoides primitivas de toda la galaxia.
—En cualquier caso —prosiguió Wesley—, los nómadas abandonaron la parte de Endraya donde había asentamientos y se marcharon a un desierto al que llaman del Sa’drit. Incluso en la actualidad, esa región está prácticamente deshabitada. Cuando llegaron allí, construyeron una aldea en un lugar denominado Cañón Santuario. Tienen una arraigada creencia en los lugares sagrados, y decidieron que ése sería su lugar más sagrado.
—¿Qué sucedió después de eso? —preguntó Picard.
—Esa pequeña aldea y centro religioso existió durante un par de siglos, casi como un monasterio. Algunos dejaron el grupo, otros llegaron para unirse a él, pero la población nunca varió mucho de trescientos o cuatrocientos pobladores. Los nómadas dedicaban gran parte de su tiempo a escribir y orar, y enviaban a otras partes del mundo a quienes llamaban mentores para que trataran de convertir a la gente a las costumbres de los nómadas, sin mucho éxito. El movimiento se deshizo al cabo de unos doscientos años y los nómadas volvieron a mezclarse con la sociedad en vías de desarrollo de Endraya…
—Hasta que Ruer Stross lideró un golpe militar y se apoderó de Thiopa —interrumpió Data.
Picard le echó una mirada de soslayo.
—Gracias, Data… pero el alférez Crusher lo está haciendo bien.
—Data tiene razón, señor —continuó Wesley—. Cuando Stross se convirtió en soberano protector y comenzó a hacer tratos con los nuaranos, fue como si la sociedad thiopana entrara en un progreso acelerado. Muchas personas que no eran nómadas se asustaron a causa de lo que estaba sucediendo. Un profesor llamado Evain, que vivía en Endraya, comenzó a estudiar lo que los primeros nómadas habían escrito casi dos mil años antes. Esos escritos son conocidos como los Testamentos. Evain se consagró a actualizar todos esos antiguos libros y predicar una versión moderna de la antigua religión.
—¿Cómo eran de numerosos los seguidores que tenía? —inquirió Riker.
—No muchos al principio, tal vez unos pocos miles. Pero tendían a ser personas jóvenes y cultas. Luego, tras unos diez años, más o menos, Thiopa comenzó a ver el lado negativo del progreso tecnológico descontrolado… como, por ejemplo, toda la contaminación que hay en el planeta en la actualidad. Y más y más gente comenzó a prestar atención a lo que Evain y los demás nómadas decían. Hicieron manifestaciones y hubo levantamientos populares y huelgas. El gobierno tuvo incluso que declarar la ley marcial durante casi dos años. Pusieron soldados a vigilar las fábricas, y comenzaron a arrestar a los que eran sospechosos de pertenecer al movimiento nómada.
—Interesante —comentó Picard—. ¿Arrestaron a este Evain?
—Tardaron. Las cosas mejoraron durante un tiempo, y luego volvieron a empeorar. Especialmente en Endraya, que era el reino menos próspero del planeta a causa de su clima seco. Hace unos veinte años, los endrayanos comenzaron a quedarse sin agua para la irrigación de las tierras, y más y más personas del territorio se unieron a los nómadas, o al menos simpatizaron con ellos. Stross tuvo miedo de que los nómadas amenazaran su gobierno, así que arrestaron a Evain.
—¿Lo ejecutaron?
—No, señor. Pero murió en prisión pocos años más tarde, o al menos eso dicen. Más o menos en la misma época, los nómadas más recalcitrantes se trasladaron al desierto del Sa’drit, donde comenzó su religión. Y allí es donde todavía viven. Como ya hemos visto, son capaces de organizar ataques terroristas contra el gobierno con mucho éxito, incluso en la propia Bareesh, la capital.
—Hummm —meditó Picard—. ¿Me pregunto de dónde sacan las armas esos nómadas?
—También yo me hice la misma pregunta, capitán —dijo Wesley—. Pero no pude descubrir nada.
—Gracias, señor Crusher… ha sido una labor de investigación muy minuciosa —comentó Data.
—Será mejor que se cuide las espaldas, Data. —Una sonrisa danzó por los labios de Riker.
La cabeza de Data giró sobre sí, al interpretar él la frase de forma literal…
—Eso resulta difícil sin un espejo, señor.
Riker y los demás contuvieron la risa.
—No importa, Data.
—Ah —dijo Data pasado un momento—. Es una frase coloquial.
Él y Wesley regresaron a sus puestos del puente, y dejaron a Picard y Riker con sus deliberaciones.
—Está claro que hay muchos simbolismos implicados en este conflicto —comentó el primer oficial—. Dos mil años de pasiones religiosas…
—Mmmmm. ¿Es usted un hombre religioso, número uno?
—Uno no puede crecer en Alaska, como yo, con toda esa majestuosa naturaleza a su alrededor, y no preguntarse cómo llegó hasta allí. —La voz de Riker adquirió un tono reverencial—. El estar de pie sobre el borde de un glaciar, con asombrosas montañas a un lado y una manada de oreas saltando por el océano al otro… eso es una experiencia religiosa. Pero si se refiere a religioso en el sentido estricto y como creencia en un corpus dogmático, no lo soy, señor.
Picard apoyó el mentón sobre una mano.
—Cuando era niño canté en el coro de una iglesia.
—Yo no lo sabía, señor.
—Sí, bueno, fue una experiencia extraordinaria, más musical que religiosa. Pero cantábamos en una de esas impresionantes catedrales… tenía que tener más de un milenio de antigüedad y se tardarían generaciones en construirla. Una arquitectura y unas obras de arte increíbles, encumbradas agujas y arcos…
—Sé a qué se refiere. Vi algunas cuando viajé por Europa.
Picard guardó silencio durante un prolongado momento y luego miró directamente a Riker.
—Pero nunca sentí una presencia sagrada en aquel lugar, número uno. Nunca tuve esa sensación de admiración y de pertenencia a un plan trascendente hasta mi primer viaje por el espacio profundo. Fue entonces cuando me di cuenta de que ninguna estructura ni filosofía creada por el hombre podría jamás aspirar a representar o reproducir la divinidad. —Se encogió de hombros—. Al menos, ésa es mi opinión.
—También es la mía, capitán. Así que aquí estamos, mezclados en una lucha que parece ser tanto religiosa como política.
—Sí. Ojalá tuviera una mejor comprensión de las peligrosas implicaciones que parecen ser inherentes a esa combinación. ¿Cuál es el pronóstico de usted sobre un arreglo pacífico en Thiopa?
—No es bueno, señor.
El sonido del intercomunicador fue seguido por la voz de Data.
—¿Capitán Picard?
—¿Sí, Data?
—Voy a transportarme ahora a Thiopa para acudir a la reunión que tengo concertada con la doctora Keat. ¿Hay algo en concreto sobre lo que desea que intente reunir información?
—Sí, claro. Averigüe lo que pueda sobre ese supuesto proyecto de control climático. Pero también necesitamos saber más sobre el papel de la ciencia y los científicos en esa sociedad… y cómo se relaciona todo eso con el conflicto entre el gobierno y los nómadas. Hágame un informe completo en cuanto regrese.
—Sí, señor.
El teniente Data avanzó hasta colocarse en el círculo del transportador.
—Active.
Su silueta fluctuó entre parpadeos y desapareció… para recuperar su forma sólida en el vestíbulo del Consejo Científico thiopano, una de las resplandecientes estructuras gubernamentales de Bareesh. Kael Keat descendía por una ancha escalera curva para recibirlo.
—Teniente Data, tengo un transporte aguardando en el exterior. Hay algunas cosas que me gustaría mostrarle.
En contraste con el elegante atuendo que llevaba la noche anterior, la doctora Keat vestía pantalones cortos color caqui y una fresca blusa de cuello abierto.
El vehículo era bajo y brillante, diseñado de tal manera que permitía a los pasajeros una vista sin obstáculos. Data ocupó el asiento del pasajero y Keat se sentó junto a él. Las puertas se deslizaron mientras un techo en forma de burbuja se cerraba automáticamente por encima de ellos. Keat tocó un acelerador de mano y el vehículo partió con suavidad y un leve susurro de motor.
—Éste es nuestro modelo más reciente. Energía solar, limpio y silencioso. Obtuvimos la tecnología de los nuaranos antes de separarnos. De esta forma, no gastamos combustible fósil en transporte.
—¿Deriva esto en una diferencia muy grande en su coeficiente de contaminación?
—No mucha. Por desgracia, no hemos conseguido convencer a las altas esferas de que debemos eliminar de forma progresiva toda combustión fósil; así que lo que ahorramos en los transportes me temo que será quemado en otra clase de producción energética.
—¿Sería correcto deducir que usted y su gobierno no están de acuerdo en lo que a política medioambiental se refiere?
Keat echó la cabeza atrás y rió a carcajadas.
—Es evidente que está programado para la comprensión tácita, teniente.
«Humor —pensó Data—. Otra oportunidad para dominar su arte». El androide la miró con rostro inexpresivo durante un momento, y luego sonrió, logrando la mejor imitación de la risa de ella que era capaz de conseguir.
—No —contestó, reasumiendo al instante su ecuanimidad normal.
Ella le echó una mirada de sorpresa retardada.
—¿Una respuesta humorística por mi parte no era lo adecuado? —preguntó él.
—Era adecuada, sí. Sólo que… sólo que no ha sido muy lograda. No se ofenda.
—En absoluto —respondió él, animado—. Existen muchas complejidades en el comportamiento humano para las cuales no fui programado. Mis compañeros de tripulación se muestran algo circunspectos a la hora de administrar comentarios correctivos, incluso cuando yo los solicito. Así que aprecio su franqueza.
—Bueno, pues eso está bien, Data, porque yo no soy nada si no puedo ser franca. Es una cualidad buena, si bien algo problemática.
—¿Problemática? ¿Cómo es eso?
—No todo el mundo la aprecia. Mi tendencia a hablar sin tapujos probablemente me ha cerrado tantas puertas como me ha abierto… pero las que me ha abierto eran las importantes. Además, es sencillamente mi forma de ser. Usted parece carecer de la programación para ciertas sutilezas, y yo no tengo tiempo para ellas, así que pienso que vamos a llevarnos muy bien.
—Es gratificante saberlo, doctora Keat.
Salieron del centro gubernamental y describieron varios giros hasta llegar a una calle de dos carriles que rodeaba las laderas por encima del agonizante río Eloki. La elevación de la carretera permitía ver a una considerable distancia tanto corriente arriba como abajo. Ambas márgenes del río estaban densamente pobladas; la orilla por la que ellos viajaban parecía ser principalmente residencial, mientras que la del otro lado era industrial, con instalaciones fabriles y de procesamiento que se extendían a lo largo de varios kilómetros en todas direcciones. El aire estaba oscurecido en ambas orillas, pero el visible manto de niebla venenosa era mucho más pesado en la margen industrial.
—¿Los androides como usted son parte de la tripulación habitual en una nave de la Federación?
—Por el contrario, yo soy el único.
—¿De veras? ¿De dónde proviene usted? ¿Lo construyó la Flota Estelar?
—No, doctora. Procedo del sistema solar de Omicron Theta, donde fui construido por una colonia científica independiente; allí me encontró la nave Trípoli.
—¿Lo encontraron? ¿Quiere decir que esa colonia lo abandonó allí?
—En un sentido. La colonia fue destruida, no hubo supervivientes. Yo había sido completamente comprobado, pero no activado. Los colonos me dejaron en terreno abierto, cerca de un faro de llamada.
—¿Cuánto hace de eso?
—Veintisiete años.
Keat se quedó con la boca abierta, fascinada.
—¿Sabe quién es el responsable de haberlo diseñado?
—No lo sabía, hasta que una misión de la Enterprise nos llevó a Omicron Theta. Parece que un tal doctor Noonien Soong…
—He leído cosas sobre él.
—Eso no es sorprendente, para alguien con la formación científica de usted. El doctor Soong estaba considerado como uno de los más brillantes expertos en cibernética de la Tierra, pero fracasó en un intento de construir un cerebro positrónico, al que se le concedió mucha publicidad. Él consideró aquello como una desgracia definitiva y resulta evidente que creyó destruida su carrera.
—Eso es muy triste.
—Desapareció poco después de que el proyecto positrónico se derrumbara, y nadie supo qué se había hecho de él… hasta que encontramos su laboratorio en Omicron Theta. Se había marchado a la colonia con un nombre falso y reemprendido su trabajo allí. Yo soy el resultado —concluyó Data con absoluta modestia.
—Da la impresión de que tuvo éxito, después de todo. Es una verdadera lástima que no haya vivido para recoger la recompensa. Eso les sucede con frecuencia a los científicos. —La voz de ella se endureció—. Como grupo, nos atribuyen más culpas y menos crédito de los que merecemos… una trampa que yo tengo planeado evitar.
Kael Keat salió de la carretera principal con un giro cerrado y el vehículo recorrió dando tumbos un largo camino de grava que se internaba entre colinas bajas. Se detuvo al llegar a una valla de cinco metros de altura de cadenas soldadas, coronada por bucles de alambre de púas de aspecto letal. A varios cientos de metros más allá de la barrera se alzaba un voluminoso edificio destruido por una explosión, en su mayor parte escombros y vigas retorcidas, con pocas paredes reconocibles aún en pie.
—Allí es donde puede decirse que nací tal como usted me conoce, teniente Data.
—No le entiendo.
—Ese edificio es nuestro monumento a la estupidez… los restos de nuestro Instituto de Energía Avanzada. El trabajo que se realizaba allí estaba supuestamente destinado a salvarnos de la dependencia de las fuentes energéticas no renovables, y reemplazarlas con un ilimitado suministro de energía limpia y segura.
—No funcionó.
—No, no funcionó. El Consejo Científico ha sido siempre responsable de supervisar todo el desarrollo tecnológico de nuestro mundo. Y cuando yo era joven, no podían hacer ningún daño. Para cuando me marché de Thiopa con el fin de estudiar para mi graduación superior, ya nos estábamos enfrentando con las consecuencias del progreso descontrolado. Cuando estuve fuera del planeta, vi una forma completamente nueva de abordar el asunto. Aprendí que el desarrollo tecnológico no tenía por qué ganarse a costa del medio. Para cuando regresé aquí, a mí y a otros científicos jóvenes nos resultó obvio que si no cambiábamos la forma de hacer las cosas, el progreso iba a ser fatal para Thiopa. Y así lo dijimos. De hecho, gritamos con todas nuestras fuerzas.
—Al parecer, nadie los escuchó.
—No hasta que la sede del Instituto de Energía Avanzada voló una mañana por los aires. El jefe del Consejo Científico, un enano mental que no veía más allá de sus narices, se llamaba Buvo Osrai. Siempre le decía a Stross lo que el protector quería oír, y a la porra con la verdad. Nunca le dijo que teníamos que dejar de contaminar nuestro mundo… y que también teníamos que impedir que los nuaranos continuaran haciéndolo. Osrai y los otros diez miembros del Consejo Científico estaban ahí abajo cuando el IEA explotó. Todos resultaron muertos, junto con un centenar de otras personas; además, otras trescientas resultaron heridas de gravedad. —Keat pulsó la apertura de la escotilla y la cúpula se abrió. Salieron del vehículo, y Data siguió a la doctora Keat hasta la formidable barricada—. Se produjo un pánico enorme. Stross recordó que yo había sido la voz de alarma más intransigente, y me colocó en el puesto de Osrai. Me dijo que podía nombrar a todo un nuevo consejo, y juró que a partir de entonces quería oír la verdad.
—¿Qué hizo usted?
—Temblé como un bebé asustado… y luego atrapé la oportunidad de mi vida. Tenía la oportunidad de construir toda una estructura científica nueva, y hacerlo bien.
—¿Tuvo éxito?
Ella le dedicó una sonrisa enigmática.
—Todavía es demasiado pronto para saberlo. Justo ahora estamos empezando a descubrir todos los pecados cometidos por los científicos que murieron en ese edificio. Pero fui yo quien por fin le hizo entender a Stross que estábamos destruyendo a Thiopa con la tecnología que habíamos aprendido de los nuaranos, los vampiros de la galaxia. Le dije a Stross que tenía que romper nuestros lazos con esos bastardos y solicitar ayuda a la Federación. Motivo por el cual su nave se encuentra aquí.
—¿Es ese proyecto de control climático una de las ideas de usted?
—Hummm. Pensé que había llegado el momento de hacer algo osado. A Stross le gustó como sonaba, y eso es cuanto necesitamos para conseguir la financiación.
Regresaron al vehículo y se dirigieron de vuelta al cuartel general de Consejo Científico.
Data continuó conversando sobre el plan de control climático.
—Por lo que hemos podido observar desde la órbita, el daño causado a la ecología thiopana parece bastante severo.
—Oh, también parece bastante severo desde dentro de la zona dañada, créame, teniente.
—He estudiado todos los informes disponibles sobre intentos similares en otros planetas.
—¿Ah, sí? Me encantaría verlos. Nosotros no tenemos acceso a todos los datos que tienen ustedes en la computadora de su nave. ¿Cree que su capitán lo permitiría?
—Le transmitiré su solicitud. Pero puede que esos archivos la desanimen. Ningún planeta ha conseguido lo que ustedes se proponen hacer.
—Bueno, es complicado… de eso no cabe duda. Pero tenemos en mente algunos puntos de vista nuevos. Mi opinión es que todo lo que ha sido hecho hasta hoy fue considerado imposible alguna vez. Pero alguien tiene que sentirse lo bastante desesperado para intentarlo primero. Y usted mismo ha venido a decir que nuestra situación en Thiopa es desesperada.
—¿Sería posible que yo examinara su propuesta detallada y viera algo del trabajo práctico que han realizado?
—Una parte, sí, pero una gran cantidad del mismo es información reservada. Lo entiende, ¿no?
—Completamente. Pero yo siempre estoy interesado en las innovaciones.
Cuando llegaron al Consejo Científico, la doctora Keat llevó al visitante a su despacho, que no tenía ni un libro, papel o disquete fuera de lugar.
—Soy bastante maniática —admitió ella—. A algunos de los otros los vuelvo locos cuando entro en sus laboratorios y oficinas y me pongo a ordenar y guardar cosas. Hay un tipo al que le encantan las pilas desordenadas, y maldito si no sabe dónde está cada cosa con total exactitud. Pero yo no puedo trabajar de esa forma.
Condujo a Data hasta un terminal, al cual le bloqueó el acceso a determinados archivos de memoria.
—Preséntele al teniente Data la propuesta original del control climático.
El sistema obedeció, y Data examinó el material denso en ecuaciones y diagramas con una velocidad que asombró a la doctora Keat.
—¿Puede su sistema avanzar a más velocidad? —preguntó el androide.
—Me temo que no.
Él hizo girar la silla para encararse con ella.
—¿Está planeando construir una red planetaria de cuatrocientos satélites?
—Correcto. Utilizaremos una radiación electromagnética para producir y manipular campos magnéticos así como para aumentar o disminuir las temperaturas atmosférica y oceánica.
—Sí, eso puedo verlo. Pero además del lanzamiento y mantenimiento de tantos satélites, su red requerirá grandes cantidades de energía y tendrá que ser controlada por un complejo e infinitamente modificable programa de computadora.
—Muy cierto, teniente Data. Cómo hemos superado esos obstáculos… bueno, ésa es la parte que no puedo contarle. Por ahora no.
Data ladeó la cabeza.
—¿Cuándo?
La enigmática media sonrisa volvió a levantar las comisuras de la boca de Keat.
—Eso dependerá de lo fuerte que sea la alianza que se forme entre Thiopa y la Federación. Nos sentimos más inclinados a revelarles los secretos a los amigos probados.
—Enterprise a teniente Data.
La voz del capitán Picard fluyó por el comunicador del uniforme del androide.
—Aquí Data, señor.
—Riker está preparándose para transportarse ahí abajo con el señor Undrun. Me gustaría que regresara usted a la nave. A la vista de los recientes acontecimientos, deseo reducir al mínimo la cantidad de oficiales superiores que se encuentren en el planeta.
—Sí, señor. Por favor, permanezca a la espera. —Se puso en pie y miró a su anfitriona—. Gracias por su tiempo, doctora. La visita me ha resultado tremendamente instructiva.
—Si usted y su capitán tienen alguna otra pregunta, siéntanse en libertad de formularla. No puedo responder a todo, pero les contestaré cuando pueda. Ah, y no se olvide de preguntarle al capitán si puedo ver esos archivos de proyectos relacionados con el clima.
Data asintió y volvió a pulsar la insignia-comunicador.
—Sala del transportador, aquí el teniente Data. Listo para transportarme a bordo… active.
Riker observó cómo la silueta de Data fluctuaba entre parpadeos y adquiría forma sólida en la cámara del transportador. El androide bajó de la plataforma.
—¿Ha reunido alguna información de utilidad? —preguntó el primer oficial.
—Bastante —respondió Data.
—Muy bien. Estoy deseando oírla.
La puerta se abrió con un silbido. Undrun entró procedente del corredor, y Data se encaminó al puente. El embajador iba arropado para defenderse de las temperaturas del interior de la nave que él continuaba percibiendo como árticas. Riker sintió el erizarse involuntario de los pelos de su nuca… la presencia de Undrun era todo lo que hacía falta para subirle la presión de la sangre.
—¿A qué se debe el retraso, primer oficial? —exigió saber Undrun.
—¿Retraso? Yo estaba esperando… —Riker se contuvo, cerró los ojos durante un segundo y respiró profundamente—. No tiene importancia. —Le hizo al diminuto enviado un gesto hacia la plataforma, luego ocupó su propio sitio… en el extremo opuesto. Ninguno de los dos miró al otro—. Active —dijo Riker.
—Si esa llamada instalación de almacenamiento no está limpia… —El zumbido del transportador ahogó la voz de Undrun.
Segundos después, su voz volvió a adquirir sustancia fónica a la misma velocidad con que su cuerpo se reintegraba.
—… no consentiré en entregar las provisiones.
Esta vez se habían materializado dentro del depósito, a medio camino entre la cámara de aire y la oficina del supervisor Chardrai. Con las manos en las caderas, Riker bajó la mirada hacia Undrun y realizó un infructuoso intento de suavizar la irritación de su voz.
—Embajador, al menos dele al hombre una oportunidad de mostrarnos algo más que el interior de su oficina.
—No es culpa mía que nuestra primera inspección se viese interrumpida por una bomba —replicó Undrun tras sorber por la nariz.
Caminaron a paso vivo hacia la oficina donde Chardrai estaba esperándolos. El mismo guardia se hallaba en su puesto, justo a la puerta. Chardrai los saludó con aspereza.
—Caballeros, si están preparados, ahora los llevaré a hacer ese recorrido por las instalaciones.
—¿No correremos peligro? —quiso saber Undrun.
—El lugar es tan seguro como podemos conseguir que sea. Si quieren hacer el favor de acompañarme…
Chardrai llevó a los visitantes de vuelta al corredor, y luego a través de una puerta metálica hasta un pasillo elevado rodeado por rejas, suspendido a cinco pisos de altura por encima del suelo. El guardia los seguía a pocos pasos. Este pasillo, provisto de un pesado enrejado por suelo, y con lados y techo de red metálica de trama abierta, conectaba con una red de pasadizos que serpenteaban por el cavernoso interior del almacén, con rampas, escalerillas y montacargas que conectaban las plataformas y secciones de depósitos superiores e inferiores. Había pocas paredes y suelos de obra, lo cual le confería al lugar el aspecto de un esqueleto.
—Allí abajo es donde guardaremos las semillas —dijo Chardrai al tiempo que señalaba la planta inferior—. Nosotros…
—Enterprise a Riker.
La voz pertenecía al capitán Picard y fluyó por la insignia-comunicador del pecho de Riker.
—Discúlpeme, supervisor —se excusó el primer oficial. Activó el canal de comunicación—. Aquí Riker. Adelante, señor.
—Estamos captando un número indeterminado de naves nuaranas en la periferia del alcance de los sensores.
—¿Intenciones?
—Desconocidas de momento, número uno.
—Me transportaré de vuelta a bordo, capitán.
—No es necesario.
—Pero si la nave puede ser objeto de un ataque, yo debería estar allí.
—¿Está diciéndome que el señor Worf y yo somos incapaces de manejar a unos cuantos interceptadores nuaranos sin usted?
—En absoluto, señor. Es sólo que…
—Sin el elemento sorpresa, es improbable que los nuaranos representen peligro alguno para la nave, número uno. Sólo quería que estuviera usted informado de la situación por si se diera el caso de que fuéramos atacados y no pudiéramos transportarlo a bordo en un momento dado.
—Capitán —dijo Riker—, su estrategia es la de atacar con rapidez y huir. Cualquier hipotético combate es probable que resultara de una extrema brevedad.
—El teniente Worf está de acuerdo con su valoración, número uno, y estamos tomando las precauciones necesarias.
—¡Asegúrese de proteger esas naves de carga! —intervino Undrun, inclinándose hacia el pecho de Riker para asegurarse de que pudieran oírle.
—Lo haremos, señor embajador —replicó Picard con firmeza.
Riker continuaba estando preocupado.
—Me sentiría más cómodo si estuviera de vuelta ahí arriba, señor.
—Tiene una misión que llevar a término, Riker.
—Muy bien. Pero manténgame informado.
—Afirmativo. Corto.
Chardrai, que había permanecido en silencio durante la conversación, los brazos apretadamente cruzados sobre el pecho, ahora habló.
—Si está preparado, primer oficial…
—Estamos preparados, supervisor —respondió Riker—. Continúe.
Chardrai los llevó a él y Undrun por un pasaje que se tendía entre dos plataformas. Debajo de ellos había una caída a pico de quince metros hasta el suelo del sótano. Aunque podía verse poca actividad desde aquel punto elevado, los ruidos mecánicos de motores, cadenas y poleas resonaban y rechinaban por las vigas y enrejados que constituían los huesos y nervios del edificio. La habitual suficiencia de Undrun pareció mitigada por el momento a causa del miedo a caer; se aferraba con firmeza a la barandilla del paso elevado.
—¿Qué antigüedad tiene esta instalación? —preguntó Riker.
—Unos treinta años —aclaró el supervisor—. Los daños de la bomba han provocado por primera vez reparaciones estructurales. Es bastante sólida, en conjunto.
—¿Se han hecho ya esas reparaciones? —inquirió Undrun.
Chardrai le dedicó una fija mirada de incredulidad.
—Ni siquiera ha pasado un día.
—La Federación ha hecho una inversión importante en este envío de provisiones de socorro. ¿Qué sucederá si otra bomba daña otra parte del almacén? ¿Cómo sé que esa inversión estará a salvo?
—Como ya he dicho, hacemos todo lo posible. Si su Federación nos ayudara a controlar a los terroristas que están causando los daños…
—No podemos hacer eso —dijo Riker—. Nuestras leyes son muy estrictas en lo referente a interferir en los asuntos de otros mundos.
Chardrai profirió un gruñido de burla.
—Eso nos dijeron los nuaranos.
—Acercándose a alta velocidad —informó Data—. Esta vez son cinco naves.
Picard estaba sentado en su asiento, sereno.
—Frecuencias de llamada, Worf.
—Abiertas, capitán.
—Enterprise a las naves nuaranas. Les habla el capitán Jean-Luc Picard. Solicitamos comunicación con la finalidad de evitar nuevas hostilidades.
Worf frunció el entrecejo.
—Capitán, sugiero que levantemos los escudos y preparemos los sistemas armamentísticos, a la vista de la anterior acción nuarana.
—Paciencia, teniente. Levante escudos, armas en alerta. Espero que no vayamos a necesitarlas.
Picard repitió el mensaje.
—No hay respuesta, señor —dijo Worf.
—Continúan acercándose, capitán —dijo Data, estudiando su terminal—. Curso… evasivo.
«Una vez más», pensó Picard.
—Enterprise a naves nuaranas. Repito, hemos venido en una misión pacífica, y solicitamos establecer comunicación con ustedes. —Picard inspiró con frustración—. Teniente Worf, pase a alerta amarilla. Arme cañones fásicos y fíjelos hacia los blancos.
—Fijación de seguimiento sobre las cinco naves, capitán. Aguardando su orden.
Picard se inclinó hacia delante en su asiento.
—¿Distancia, Data?
—Veinte mil millas… diez…
—Distancia óptima, señor —dijo Worf.
—Soy consciente de ello, teniente —repuso Picard sin inmutarse.
En la pantalla principal, las cinco naves nuaranas habían aumentado desde veloces puntos reconocibles hasta heraldos brillantes de la muerte. Tres de las naves se separaron de su siempre cambiante formación y describieron un amplio giro en torno a la Enterprise, para luego lanzarse contra las transportadoras que la seguían mientras las otras dos intrusas giraban en el espacio hacia la nave estelar.
—No dispare aún —dijo Picard con calma.
Su mirada no se apartaba en ningún momento de la imagen de las naves enemigas que se acercaban cada vez más, describiendo bruscos virajes, evolucionando como acróbatas.
Worf se tensó sobre los controles del armamento fásico, con su musculatura de guerrero contraída para la batalla.
Las naves se acercaron más, llenando la pantalla, volando a toda velocidad como furibundas aves de presa, y luego pasaron rápidamente de largo junto a la Enterprise y se alejaron en el espacio sin disparar. Se produjo un audible suspiro de aliento contenido en el puente de la nave estelar.
Geordi meneó la cabeza.
—¿Haciendo el juego del pollo con una nave estelar?[4]
Data le lanzó una mirada interrogativa por encima del hombro.
—¿Se refiere a imitar aves de corral?
—Se trata de un antiguo juego de la Tierra que consistía en temeridades necias —explicó Geordi.
—Según yo lo entiendo —comentó Troi—, en este juego hay un propósito serio: poner a prueba el valor y la resolución del oponente.
—Correcto —dijo Geordi—. Hacer que el otro se comprometa y quizá forzarlo a cometer un error fatal.
Las cejas de Data se arquearon.
—Intrigante premisa. ¿Cuál es la reacción apropiada?
—El hacer un primer movimiento —contestó Picard—, que también pueda ser el movimiento final. Enterprise a grupo de descenso.
—Aquí Riker, señor. ¿Problemas?
—Afirmativo. Los nuaranos han vuelto a entrar en nuestro cuadrante orbital. Aún no han efectuado ningún disparo.
—Aquí estamos bien, señor. Todavía nos quedan más cosas que ver. Permaneceremos a la espera.
—Muy bien. Corto. Data, ¿alguna señal de los nuaranos?
—No, señor. Han vuelto a salir del radio de alcance de los sensores.
—Volverán —gruñó Worf desde lo hondo de su garganta.
—Los nuaranos no se sintieron precisamente contentos de marcharse cuando el soberano protector Stross rompió esas relaciones comerciales —les dijo el supervisor Chardrai a Riker y Undrun mientras observaban cinco grúas emplazadas en lo alto que realizaban una ralentizada danza, trasladando contenedores de almacenamiento por la amplia nave central del depósito.
Los brazos hidráulicos estaban anclados en lo alto, en algún punto de los oscuros cabríos metálicos, con cables plateados que descendían como seda de arañas.
—¿Qué pensaba la mayoría de los thiopanos acerca de los nuaranos? —preguntó Riker.
Chardrai se encogió de hombros.
—Estaban despojando a nuestro planeta y cubriéndonos de basura. Los amigos no hacen esas cosas —fue su sencilla respuesta—. Vayamos abajo, adonde tenemos pensado almacenar las provisiones de la Federación.
Riker y Undrun siguieron al thiopano hasta el final del paso elevado, donde una jaula montacargas colgaba dentro de un pozo enrejado. El guardia se rezagó para murmurar por el dispositivo comunicador de su muñeca.
—Jeldavi —llamó Chardrai—, ¿a qué se debe el retraso?
—No hay retraso, supervisor. Sólo hacía una comprobación.
El guardia se reunió con ellos en el montacargas. Pero antes de que pudieran cerrar la puerta de seguridad, otro par de guardias trotó hacia ellos desde un paso elevado de intersección.
—¿Bajan? —preguntó el más alto de ellos.
—Bajamos —dijo Jeldavi, al tiempo que mantenía la puerta medio abierta.
Los otros dos entraron y murmuraron un gracias. Tras una sacudida, la caja comenzó a descender.
Undrun miró hacia abajo y cambió de color al ver que el enrejado del suelo permitía una visión de todo el pozo.
Riker lo advirtió e intentó no pensar en ello.
—Simplemente no mire.
De repente, el montacargas se detuvo con un rechinar entre dos niveles, lo que hizo tambalearse a Riker, Undrun y Chardrai pero no al trío de guardias, cada uno de los cuales se había agarrado con una mano y sacado un aerosol del tamaño de la palma con la otra. Antes de que Riker pudiera reaccionar, los guardias lanzaron el contenido nebuloso al rostro de los otros tres. La sustancia hizo efecto de inmediato y Riker, el enviado y el supervisor Chardrai se desplomaron en un enredo de brazos y piernas.
Jeldavi, el guardia de la oficina del supervisor, volvió a poner el montacargas en marcha y lo llevó hasta el sótano, donde rosadas lámparas de gas arrojaban extrañas sombras por entre los puntales de soporte. Llevó con brusquedad la palanca de control a la posición de apagado, lo cual hizo detenerse al montacargas con una sacudida, y luego abrió la puerta. Se volvió a mirar al más alto de sus dos compañeros.
—Rudji, trae el carro. Ligg, ata a Riker.
Al cabo de unos instantes, el guardia más alto regresó a la carrera llevando un contenedor encima de una plataforma provista de ruedas. Levantaron a Riker, ahora bien atado de manos y pies, y lo arrojaron dentro. Rudji estaba a punto de cerrar la tapa cuando Jeldavi se lanzó hacia delante y metió un brazo dentro. Arrancó la insignia del pecho de Riker.
—¿Qué es eso? —preguntó Ligg.
—Es un comunicador. Lo vi usarlo para hablar con su nave.
Jeldavi arrojó el comunicador al otro lado del almacén. Éste rebotó y resbaló, deteniéndose en algún lugar entre las sombras.
—Muy bien. Cierra.
Rudji y Ligg obedecieron, ajustando los cierres de las cuatro esquinas del contenedor.
—¡Vamos! ¡Ya!
Los compañeros de Jeldavi hicieron rodar la plataforma y él corrió tras ellos. Encontraron un corredor a oscuras y describieron un giro, lo que los llevó hasta una pared que tenía una muy sólida compuerta cuya cerradura se accionaba mediante una rueda. El cierre ya había sido trucado. Jeldavi se adelantó de un salto y la abrió de par en par.
Los otros hicieron rodar al cautivo hasta un túnel de mantenimiento. Jeldavi dejó libre el cierre y cerró la pesada compuerta tras de sí. El cierre encajó en su sitio, sin dejar rastro alguno de los tres nómadas ni de su rehén.
La predicción del teniente Worf respecto al regreso de los nuaranos, pronto se hizo realidad. Los mismos cinco interceptadores se lanzaron hacia la Enterprise, mientras la nave estelar mantenía su posición sin hacer ningún movimiento abierto ofensivo o defensivo. Esta vez los nuaranos cargaron con una andanada de torpedos todos los cuales, menos uno, iban apuntados hacia las naves de carga. Los torpedos detonaron, pero los deflectores de la Enterprise se mantuvieron firmes ante la violenta embestida.
Una vez más las naves nuaranas se retiraron a gran velocidad, siguiendo su plan de ataque. Y una vez más, Picard les envió mensajes pacíficos en su apariencia pero implícitamente de advertencia. Picard era un hombre que valoraba la sutileza, pero no a costa de la claridad. No podía haber manera de confundir el significado de lo que decía: no se tolerarían más acosos.
Una vez más, las naves nuaranas hicieron caso omiso de todas las llamadas. Y se reagruparon para atacar de nuevo.
Picard cruzó los brazos sobre el pecho. Sabía que estos adversarios no obedecían ninguna regla. Su calidad de impredecibles añadía un elemento inquietante al peligro de la situación. Más de una vez habían demostrado estar dispuestos a abrir fuego sin que mediara provocación. Se habían negado a responder a las repetidas solicitudes de comunicación. Y estaba bastante claro que no iban a desaparecer por propia voluntad. Jean-Luc Picard era, por lo general, lento en perder la contención, y prefería no utilizar el mayor poder armamentístico de la Enterprise. Pero ya era suficiente. Tenía una nave y una tripulación que proteger, además de una misión que llevar a término.
—Capitán —comunicó Data—, los interceptadores nuaranos acaban de volver a entrar en el radio de alcance de los sensores.
—Allá vamos otra vez —comentó Geordi.
—En esta competición conocida como del pollo —preguntó Data—, ¿hay estrategias destinadas a aumentar las posibilidades que uno tiene de ganar?
—La oportunidad —respondió Picard—. No sólo el movimiento correcto, sino el movimiento correcto en el momento adecuado… ¿posición de las naves nuaranas, Data? —preguntó.
—Cuarenta y cinco mil millas y acercándose.
Picard se inclinó hacia delante; la concentración ocultaba sus emociones.
—Señor LaForge, aumente la distancia entre la Enterprise y las naves de carga en un diez por ciento.
—¿Señor?
—Haga que parezca que están alejándose de nuestra protección.
—Sí, señor.
—Señor Worf —prosiguió Picard—, establezca y mantenga fijación de rayos fásicos sobre los cinco objetivos. Geordi, prepárese para bajar la protección de los escudos en torno a las naves de carga durante exactamente uno coma veinticinco segundos cuando dé la orden. Programe para restablecer protección de escudos completa después de ese tiempo. Worf, sincronice sus controles fásicos con los escudos de Geordi. Simultáneamente con la reactivación de los escudos, quiero que los cañones fásicos disparen contra los cinco objetivos. ¿Comprendido?
Ambos oficiales respondieron afirmativamente y cumplieron la programación para llevar a cabo el plan.
—Señor Data —dijo Picard—, avíseme cuando estén a tres mil millas.
—Sí, señor. —Al cabo de unos latidos de corazón, Data volvió a hablar—. Acercándose al margen, señor. En cinco, cuatro, tres, dos, uno… ya.
—Ahora, Geordi —ordenó Picard.
El momentáneo descenso de energía en la cobertura de los escudos se registró en los sensores nuaranos. Sólo uno de los intrusos continuó avanzando hacia la Enterprise. Los otros cuatro aprovecharon la oportunidad y se lanzaron directamente hacia el desprotegido convoy como tiburones que sienten que se agita una presa. Les llevó apenas más de un segundo el reaccionar ante esta aparente ventaja, momento para el cual había desaparecido. Durante apenas un instante, el plan del capitán Picard los dejó sorprendidos… justo el tiempo necesario para que Worf disparara los rayos fásicos.
—Disparo directo sobre cuatro. Uno parece haber quedado fuera de uso —informó el klingon.
—Capitán —dijo Data—, la tripulación de la nave fuera de uso está siendo transportada y…
Antes de que pudiera acabar la frase, la nave nuarana que había quedado a la deriva se autodestruyó, dejando tras de sí una nube de restos. Las cuatro naves supervivientes se alejaron maltrechas de la zona de combate.
—Supongo que no les gusta quedarse por los alrededores después de haber perdido —comentó Geordi LaForge. Miró las lecturas de su terminal de ingeniería—. No ha habido daño alguno por parte nuestra ni en las naves de carga, capitán.
—Abra un canal de contacto con el grupo de descenso —pidió Picard.
—Canal abierto —dijo Worf.
—Enterprise a Riker.
La frente de Picard se arrugó cuando no obtuvieron respuesta.
—Enterprise a Riker. —Aguardó durante un momento, luego se levantó de su asiento y se situó frente a los puestos de popa—. Geordi, compruebe los monitores de operaciones de misión.
LaForge se lanzó hacia la terminal que no controlaba ningún tripulante y se encontraba a poca distancia de la terminal de ingeniería. Sus diestros dedos corrieron por los sensores. Tragó saliva con dificultad y se volvió a mirar a Picard.
—Según el monitor, sus funciones vitales han sido interrumpidas.
—¿Qué estamos recibiendo?
—Nada, capitán, excepto una señal de localizador. Ni siquiera las lecturas que obtendríamos si él estuviese muerto.
—Canal de comunicación con Undrun —dijo Picard. El asentimiento de la cabeza de Worf le indicó que estaba abierto—. Picard al embajador Undrun. Por favor, responda. —Su tono se mantenía tranquilo. Hacía mucho que Picard había aprendido la necesidad de que un capitán conservara hasta la última pizca de serenidad por grave que fuera una situación—. Enterprise a Undrun. Por favor, responda. —Pasado un largo momento volvió a mirar a Geordi—. ¿Lecturas de Undrun?
—La telemetría es la normal. Está vivo.
—En ese caso, tiene que estar inconsciente. Worf, escoja un grupo de expedición integrado por miembros de seguridad adondequiera que esté Undrun. —Picard habló por el intercomunicador—. Puente a la doctora Pulaski.
—Aquí Pulaski, capitán.
—Acuda a la sala del transportador dos, por favor. Acompañe al teniente Worf y su grupo de expedición a la superficie de Thiopa. Él la informará de la situación.
—¿Cómo de serias son las heridas, capitán?
—No lo sabemos. Prepárese para lo peor, doctora.
—Siempre lo hago.