5

El capitán Picard, la consejera Troi y el teniente Data fueron transportados a una plaza rodeada por el grupo de edificios que constituían el centro gubernamental de Thiopa. La media docena de estructuras parecía haber sido construida más o menos en la misma época. Todas eran de brillante piedra blanca, vidrio y acero, y diseñadas con amplias curvas y duros ángulos. Su austeridad se alzaba en sorprendente contraste con las más antiguas y menos espectaculares estructuras de las calles externas a la plaza.

—Interesante arquitectura —observó Picard. El sol estaba poniéndose y proyectaba sombras alargadas. La nariz de Picard se frunció al inhalar un poco de aire a modo de prueba—. Ya veo lo que quiso decir Riker sobre la calidad del aire. Vayamos dentro.

El trío de la Enterprise se encaminó hacia el edificio que estaba iluminado con los focos más coloridos, el único de la plaza en el que entraba gente. Los grupos y parejas thiopanas no tenían aspecto de ser víctimas del hambre, según advirtió Picard. Iban todos excepcionalmente bien vestidos y parecían estar lejos de la demacración. En el interior del vestíbulo de frente acristalado, unas arañas de formas abstractas colgaban de arcos que se elevaban hasta un cielorraso de ondulación asimétrica. En el centro del vestíbulo, un grupo numeroso daba vueltas en torno a una vitrina de exhibición que contenía un modelo a escala de la ciudad con su actual centro de gobierno en el corazón. Pero los viejos edificios de ladrillo y bloques de piedra oscura que en la actualidad rodeaban la plaza, no formaban parte de la maqueta. Todos habían sido reemplazados por elevadas estructuras complementarias del complejo gubernamental.

Data giró en tomo a la maqueta igual que un niño curioso.

—Es muy interesante, capitán.

—Y extremadamente ambicioso —observó Picard con las cejas alzadas—, si consideramos todos los problemas con los que supuestamente se está enfrentando esta sociedad.

—¡Capitán Picard!

El primer ministro, Ootherai, avanzaba hacia ellos por el vestíbulo, diciendo una palabra por aquí y otra por allá al pasar por entre la bien vestida concurrencia. Por fin llegó hasta los oficiales de la nave estelar.

—Éstos son miembros de mi oficialidad superior —dijo Picard—. La consejera Deanna Troi y el teniente Data.

—Es un placer conocerlos y darles la bienvenida a tierra thiopana. Veo que están admirando la maqueta del complejo de nuestra capital.

Picard sonrió apenas.

—Muy impresionante. ¿Cuándo van a construirlo?

—Tenemos planeado comenzar la demolición de la zona vieja de la ciudad en cuanto el tiempo sea más fresco, dentro de unos dos meses. Por lo que parece, ya no tenemos invierno, así que estamos deseando avanzar con rapidez en la construcción de la plaza de Stross.

—¿Bautizada así, en nombre de su gobernante? —preguntó Troi.

—Sí, un monumento adecuado para el soberano protector, así la verá y disfrutará mientras aún esté vivo. Siempre he creído que los honores póstumos dejan mucho que desear. Que los honores sean para los vivos… y, ciertamente, Ruer Stross merece ser honrado en gran escala. Está ansioso por conocerlos. Vengan por aquí… y luego los escoltaré hasta sus asientos en la sala del festín.

—¡Deja de hacer aspavientos! —El protector Stross apartó, mediante una palmada, las manos de Supo del cuello que el pequeño ayuda de cámara estaba intentando enderezar. Supo salió despedido y retrocedió varios pasos, y Stross se acomodó él mismo el cuello con nerviosismo. Se miró en la pared espejada de la antecámara y asintió—. Así. Ya está bien. Todo está bien.

Supo bajó su cabeza de enorme nariz.

—No, no está bien, pero…

—Pero tendrá que servir —replicó Stross en tono terminante.

Volvió a mirar su imagen reflejada. Todas las medallas estaban rectas, el cuello subido, los galones bien colocados, las mangas fruncidas sin arremangar, el reluciente fajín bien liso y recto en torno a su barriga.

Ya se había recobrado de la impresión que le causó el saber que algunos de sus ciudadanos estaban ayudando a los nómadas —una o dos horas en su taller, entregado a su tarea, habían obrado el cambio—, y se sentía preparado para enfrentarse con su público de esa noche… incluso con los visitantes de la Federación.

Como si hubiera estado esperando el momento, la puerta de la antecámara se abrió y Ootherai entró acompañado por los oficiales de la nave estelar. Los presentó a cada uno por su nombre.

Luego el capitán Picard le tendió la mano en respetuoso saludo.

—Es un honor conocerlo, señor. Le agradezco que nos haya recibido.

—El honor es mío, capitán. Son ustedes quienes han traído las provisiones de socorro. Les damos las gracias a ustedes y a la Federación.

—La Federación es partidaria de prestar ayuda a los necesitados.

—Bueno, pues haremos todo lo posible para pagarles esta generosidad de buenos vecinos. Supo, ve fuera y mira si puedes encontrar a la doctora Keat. —El ayuda de cámara inclinó la cabeza y desapareció por una puerta lateral—. Quiero que la conozcan. Es uno de nuestros orgullos… una de nuestras mejores esperanzas para el futuro. La enviamos a estudiar fuera del planeta cuando era una niña… y ahora ha regresado para dar nuevo ímpetu a nuestro programa científico justo en el momento en que nos ha estallado en la cara.

—Lord Stross —dijo Ootherai con rigidez—, ¿es éste momento para…?

—Silencio, Ootherai. Estas personas han venido a ayudarnos. Quiero que sepan que no están arrojando tesoros a un albañal.

Data ladeó la cabeza.

—¿Un albañal, señor? Un lugar al que se arrojan desechos…

—Es una manera de hablar. ¿No lo tomará todo al pie de la letra, no, señor Data? —Stross rió entre dientes—. Lo que quiero decir es que queremos que sepan que estamos trabajando con ahínco para solventar nuestros problemas, capitán. El caso es que esta noche tenemos un gran anuncio que hacer… ah, aquí llega.

Supo había regresado escoltando a una esbelta joven vestida con un traje de cuello alto que era a la vez recatado y atractivo. Tenía la piel casi del color del bronce, mucho más oscura que la de los otros thiopanos que habían visto. Los enormes ojos claros y el cabello, los pelos sensitivos dorados, y la complexión morena se combinaban para conferirle un aspecto exótico que Picard halló impresionante. Su sonrisa se hizo más cálida al estrechar la mano de ella.

—Doctora Kael Keat —dijo Stross—, le presento al capitán Jean-Luc Picard, la consejera Deanna Troi y el teniente Data, de la nave estelar Enterprise de la Federación.

—Doctora Keat, su reputación le ha precedido —dijo Picard.

—Aunque sólo por uno o dos minutos —rió Stross.

—Su soberano protector tiene una muy alta opinión de usted. Le atribuye el mérito de salvar la comunidad científica thiopana de la catástrofe.

Las pestañas de la doctora Keat se agitaron.

—Lord Stross es propenso a la exageración en ocasiones. Pero estamos llevando a cabo algunos trabajos fascinantes… que no hacen más que sustentarse en lo que se hizo antes de que fuera elegida como jefa del Consejo Científico de Thiopa. Nuestra meta es hallar la forma de sobrevivir y adaptarnos a los efectos de los desastres naturales que hemos estado sufriendo hasta ahora.

—Parece un trabajo admirable, doctora Keat.

Data avanzó un paso.

—Estoy tremendamente interesado en aprender más sobre los cambios climáticos y las estrategias de ustedes destinadas a adaptarse a ellos. ¿Podríamos hablar de su trabajo con mayor detalle?

—No veo por qué no —repuso amable Keat—. Podríamos reunimos en los laboratorios del consejo, mañana por la mañana. ¿Estará usted desocupado a esa hora, teniente Data?

—Con el permiso del capitán Picard…

—Desde luego —dijo Picard.

—Siento no poder charlar con todos ustedes durante un rato más —intervino Stross—, pero Ootherai tiene otras personas con las que supuestamente tengo que hablar antes de que dé comienzo el festín de esta noche.

—Lo comprendemos —respondió Picard—. Un jefe de Estado tiene ciertas responsabilidades.

—Me gustaría que conversáramos más —agregó Stross—. Ootherai puede fijar una cita para mañana, si le parece bien, capitán. Él puede responder a cualquier pregunta que surja esta noche. Por lo demás, limítense a divertirse.

Supo le abrió la puerta lateral, y Stross salió de la habitación.

Ootherai hizo un gesto para sugerir que regresaran al vestíbulo.

—La sala del festín debe estar preparada. Si me permiten que los conduzca a sus asientos…

—¿Puedo acompañarlos? —preguntó la doctora Keat.

—Por favor —respondió al momento Data—. Siento gran curiosidad respecto al análisis que ha hecho usted de las causas que provocaron los problemas ecológicos de Thiopa. Uno puede discernir muy poco a partir de un breve período de observación orbital. Sin la adecuada perspectiva histórica, el examen contemporáneo posee sólo un valor limitado. La relación entre componentes atmosféricos y sus niveles relativos de modificación podrían resultar de lo más instructivos, tomando en cuenta, por supuesto, la curva de causa-efecto, que coincide en parte, de…

—Data —lo interrumpió Picard—, vuelve usted a ser prolijo, en exceso.

Los dorados ojos de Data se abrieron de par en par.

—Lo siento.

—Está bien, pero esto es un acontecimiento social.

—No soy del todo experto en acontecimientos sociales —se excusó Data, haciendo hincapié en las últimas palabras como si se refiriera a un curso que estaba a punto de suspender.

—¿Por qué no, teniente? —quiso saber Kael Keat.

—No fue parte de mi programación.

—¿Programación? ¿Es usted un androide? —preguntó Keat.

Picard y Troi intercambiaron una mirada de entendimiento. Por mucho tiempo que llevaran trabajando con Data, sus compañeros de tripulación nunca se cansaban de ver que otros seres se sorprendían al descubrir que habían estado conversando con una máquina en lugar de con un humano de encantadora candidez y piel insólitamente pálida.

—No es sólo un androide —declaró Picard con orgullo—. Es uno de mis oficiales más capaces.

—Bueno, pues no sé quién está más ansioso de hablar con quién, teniente Data —comentó la doctora Keat—. Nunca antes he conocido a nadie como usted. Tal vez pueda ayudarlo a darles forma a esas habilidades sociales durante esta velada. —Tomó a Data por un brazo y lo condujo fuera de la habitación.

Sonriendo, Picard y Troi los siguieron.

—¿Cómo dice que lo ha llamado? —le preguntó Riker a Geordi LaForge mientras ambos caminaban por un corredor de la Enterprise.

—Un chuS’ugh… y no me pregunte si estoy pronunciándolo bien. El idioma klingon siempre suena como si alguien estuviera haciendo gárgaras o siendo estrangulado.

—Le contaré que usted ha dicho eso —comentó Riker con una risa entre dientes.

—Él ya lo sabe.

—¿Cómo se traduce… —Riker dudó, y luego consiguió modular la mejor aproximación que podía del nombre del instrumento—, chuS’ugh?

—Es como un sonido arrastrado.

La expresión de Riker se hizo escéptica.

—¿Y usted lo ha oído tocarlo?

—Sí, señor.

—¿Cómo suena?

—Ésa es una pregunta difícil de responder, comandante. No se parece a nada que haya oído antes.

—En ese caso, no es probable que nadie haya escrito ningún arreglo de jazz para ese instrumento —dijo Riker esbozando una sonrisa torcida.

—Entonces, improvise. ¿No es eso el jazz, en definitiva?

Otra voz muy conocida los interrumpió desde detrás.

—Así que ahí está, Riker. ¡Alto!

Riker dio media vuelta y dejó caer los hombros mientras Frid Undrun se les acercaba arrastrando los pies.

—¿Qué sucede, señor embajador? Estoy fuera de servicio.

Undrun se detuvo y se balanceó hacia atrás sobre los talones.

—Ah, bueno… yo nunca ehhstoy fuera de shhervicio. Necshtamos dishcutir lo shucedio ahí abajo… Tenemosh que tomar algunash decshiones —declaró, perdiendo algunas letras por el camino.

Riker contempló al embajador con escepticismo.

—No podemos tomar ninguna decisión hasta que el capitán Picard regrese del planeta y usted haya dormido hasta eliminar el resto del sedante.

—¿Qué shdante?

—¿Lo ha dejado la doctora Pulaski marcharse de la enfermería?

El mentón de Undrun avanzó con gesto desafiante.

—Yo me dado permisho a mí mishmo. No neceshito que nadie me diga…

—Va a regresar de inmediato a la enfermería. —Riker intentó hacer que el enviado de turbia mirada diera media vuelta, pero Undrun eludió su mano—. O coopera…

Undrun dio marcha atrás. El cooperar no era lo suyo. Riker avanzó hacia él y con un solo movimiento fluido recogió a Undrun y se lo echó por encima de un hombro.

—Usted no ha visto esto, Geordi.

LaForge echó a andar tras él.

—¿Ver qué? Yo soy ciego, ¿recuerda?

—Riker —chilló Undrun—, le advertí que shi volvía a tocarme…

Por fortuna, la enfermería no estaba lejos, y no pasó mucho rato antes de que Riker dejara su carga ante una sobresaltada doctora Pulaski.

—Creo que ha perdido algo, Kate.

—¿De dónde ha salido?

—Si se refiere al amplio contexto antropológico, no tengo ni la más remota idea. Si yo fuera usted, cerraría bien mis escotillas.

—Considérelas bien cerradas.

Riker y Geordi reanudaron su interés por la ocupación musical, y llegaron a tiempo de oír un balido de bajo profundo. Algo así como una oveja de cuarenta patas a la que pincharan con una varilla eléctrica. Riker pareció horrorizado.

—¿Está seguro de esto, LaForge?

—Sólo está afinando. No se preocupe. Ya se lo he dicho, nunca he oído nada como este instrumento.

Otro «blaaaaaat», de tono ligeramente más agudo.

—¿Afinando?

—¿No quiere usted que esta banda de jazz suene original?

—Claro, pero a pesar de eso quiero que siga sonando a jazz. —La frente de Riker se arrugó en un gesto dubitativo—. De acuerdo, acabemos con esto de una vez.

Geordi respondió con una ancha sonrisa.

—Así se hace.

«Donde fueres…» Picard se encogió de hombros. Él y sus compañeros se pusieron en pie pero no se unieron a la ovación con que los festejantes thiopanos saludaron a su soberano protector cuando realizó su espléndida entrada en el salón del festín.

Al parecer, «festín» era la palabra correcta para la celebración, después de todo. Según la estimación de Data, había 2836 personas en el gigantesco salón. A juzgar por la entusiasta reacción ante la aparición de Stross, eran todos partidarios del gobierno. Los aplausos continuaron y continuaron mientras los focos y rayos láser danzaban por el estrado en que Ruer Stross agitaba los puños cerrados por encima de la cabeza y saboreaba la adulación.

—Bastante espectacular —le comentó Picard a Troi, inclinándose para acercarse al oído de ella y hacerse oír por encima de los vítores—. Creo que el derroche de este banquete excede con mucho el umbral de fiesta para levantar la moral que usted sugirió. Han sobrepasado hasta el punto de la ostentación.

Troi asintió.

—¿Cree que le han mentido a la Federación respecto a la hambruna?

—No lo sé. Si así fuese, ¿realmente pensaban que saldrían con bien de ello?

Data se inclinó hacia ambos.

—Sus problemas ecológicos son bastante evidentes, señor, y bastante graves para contribuir a una escasez de alimentos.

—Esta celebración difícilmente refleja la contención que uno esperaría por parte de los líderes de un mundo cuyos habitantes se ven amenazados por la inanición.

—No sería la primera vez que unos líderes han demostrado falta de juicio —señaló Troi.

Picard profirió un bufido.

—¿Se refiere a que coman galletas?

—¿Galletas? —preguntó Data al tiempo que recorría el salón con los ojos—. No veo ningún alimento horneado.

—Es una expresión histórica de la Tierra, de finales del mil setecientos, María Antonieta, poco antes de la Revolución francesa.

—Ah, sí —comentó Data—. La tierra de sus antepasados, señor. María Antonieta, reina de Francia y esposa del rey Luis XVI, de la que se creía que había dicho «Que coman galletas» en respuesta a una crítica escasez de pan. Esa frase que le atribuían, sin embargo, nunca fue confirmada.

—Ése no es el asunto, Data —replicó Troi paciente—. La nobleza francesa vivía de forma extravagante mientras el resto de la gente soportaba la pobreza. La indiferencia cruel por parte de los líderes ha contribuido a muchas revoluciones a lo largo de la historia.

—¿Cree usted que eso es lo que tenemos aquí? —le preguntó Picard a la consejera.

—Es posible, señor —respondió Troi—, pero resultará muy difícil conseguir que alguno de los aquí presentes admita algo semejante, en especial cuando están tan emocionados con esta celebración.

—Mayor razón para que nos reunamos mañana con Stross y Ootherai.

Por fin, la ovación se apagó y los comensales volvieron a ocupar sus asientos. Un ejército de camareros comenzó a circular con carritos y bandejas de plata fina, todos repletos de comida. Los oficiales de la Enterprise se encontraban sentados en una pequeña mesa que habían colocado en una de las esquinas frontales del vasto salón. Un camarero los sirvió casi de inmediato, colocando ante ellos cuencos desbordantes de frutas.

—Generoso —observó Troi—. Si los thiopanos están realmente muriéndose de hambre, me siento un poco culpable de atracarme.

—Tenemos en órbita cuatro naves cargadas de alimentos, Deanna —dijo Picard—. Si hacemos nuestro trabajo, esas bocas hambrientas serán alimentadas… al menos por un tiempo.

—Ya está afinado —dijo Worf como si recitara. Tenía su chuS’ugh descansando en la curva del brazo. El instrumento, que estaba hecho de una madera mate, tenía una caja de resonancia en forma de pera de unos sesenta centímetros de alto. Su ancha base descansaba sobre un muslo de Worf. En el extremo ahusado superior había una pequeña rejilla. Un puente corto con cuatro cuerdas gruesas hechas de acero enrollado aparecía instalado en un ángulo extraño contra la sección media del instrumento. Con la otra mano, el klingon sujetaba un arco corto y grueso.

Para Riker, que había visitado muchos mundos diferentes y visto numerosas culturas alienígenas, éste era sin lugar a dudas el instrumento más extraño que había tenido ante sí. Tendió un dedo vacilante hacia las cuerdas.

—¿Puedo?

Worf asintió. Pulsó la cuerda más fina (la más gruesa era de un diámetro casi igual al de su propio dedo meñique). Un tono le llegó por la boca de la caja de resonancia, procedente de las profundidades del instrumento —agradablemente melodioso, para su sorpresa—, pero éste se vio ahogado un segundo más tarde por una áspera disonancia que aulló por la rejilla de la parte superior.

La mano de Riker se retiró con brusquedad, como por acto reflejo, igual que si se hubiera quemado.

—¿Qué diablos ha sido eso?

Worf casi sonrió.

—La armonía.

—De acuerdo, Worf. —Riker se reclinó contra la pared con los brazos cruzados—. Como solían decir en los viejos tiempos, «arránquese».

El klingon le echó a Geordi una mirada de vacilación.

—Quiere decir que toque —le aclaró Geordi.

Con un ademán ceremonioso e incongruente, Worf estiró el brazo del arco, lo colocó de través sobre las cuerdas, y comenzó a pasarlo por las mismas mientras las presionaba con la otra mano. Riker hizo una mueca de dolor ante el sonido que produjo… áspero, fragoroso, pesado y lo bastante grave como para hacer que la cubierta se estremeciera.

—Acelere el tempo —le gritó Geordi.

Tras unos dos minutos, que estuvieron entre los más largos de la vida de Riker, Worf se detuvo.

—Esto es… eh… diferente, Worf. ¿Cuánto tiempo hace que lo toca?

—Desde la infancia… Yo crecí entre seres humanos, como usted sabe, pero mis padres querían que también aprendiese mi propia cultura. Pagaron muchísimo dinero por este chuS’ugh, y luego se dieron cuenta de que no había nadie que pudiera enseñarme a tocarlo. Al fin, encontraron un programa de lecciones por computadora. No era tan bueno como un profesor de carne y hueso…

—Es demasiado modesto —declaró Geordi manteniendo la seriedad—, pero se ve que tenía un talento natural. Bueno… ¿Qué le parece?

Los dos miraron a Riker, que no quería otra cosa que escapar. Confiando en que sus sentimientos no se le manifestaran en los ojos, intentó con todas sus fuerzas formular una respuesta que no ofendiera al enorme guerrero klingon que acababa de desnudarle el rincón artístico de su alma. La boca del primer oficial se abrió, pero por ella no salió palabra alguna. «Piensa rápido, Riker…»

—Bueno, no es lo que yo esperaba —dijo al fin—. No sé qué esperaba. Nunca antes había oído música klingon.

—¿No se decía antes «bastante parecido al jazz»?

—Sí… sí, lo hay. No estoy seguro de si esto se parece lo bastante al jazz. No estoy subestimando su talento, Worf. Dios sabe que no podría tocar esa cosa. ¿Qué clase de pieza era ésa?

—Una pieza clásica klingon. —El rostro de Worf permanecía impasible, pero sus ojos manifestaban una mezcla de decepción, de orgullo herido—. No le ha gustado.

—Para ser honrado, no sé qué hacer con ella.

Los dos se volvieron a mirar a Geordi, que trató de salvar la situación.

—Eh, llegará a gustarle, Riker.

El primer oficial reculó hacia la puerta, la cual se deslizó hacia un lado obedientemente.

—Volveremos a hablar sobre esto.

—Tal vez sólo necesita un acompañamiento —gritó Geordi a sus espaldas.

—Tal vez —contestó Riker alzando la voz.

Luego, la puerta se cerró.

—No se preocupe, Worf. A mí me gusta su música. Hablaré más tarde con Riker. Entretanto, quizá deberíamos trabajar sobre su puesta en escena… ya sabe, un poco de charla entre canciones.

—Los seres humanos no reconocerían la buena música ni aunque se les amenazara —gruñó Worf—. Prefieren escuchar débiles imitaciones de lloriqueos de bebés. —Volvió a dejar con delicadeza el instrumento en su caja.

Los cuencos de frutas eran sólo el primero de cinco platos. Para cuando llegó el postre —torres de bandejas con bollería fina o así—, Picard se sentía más que lleno. Mientras recorría con la vista el gigantesco salón, acudieron a su mente imágenes de terneras engordadas listas para el sacrificio. La comida del ágape no dejaba duda alguna de que la cocina thiopana era excelente, pero no habían conseguido hasta el momento ni una pizca de información referente a lo que en verdad estaba sucediendo en el planeta. El importante anuncio al que Stross había hecho referencia, aún no había sido pronunciado; tal vez eso contendría una o dos migajas de información. Picard tenía deseos de comenzar a montar este rompecabezas de una vez.

Probó un sabroso espiral crujiente con un delicioso relleno cremoso. Hasta el momento, desde que la Enterprise se aproximó al espacio thiopano, les habían disparado los nuaranos, habían tenido un encuentro violento con los terroristas de Thiopa, tomado las primeras desconcertantes mediciones de la extensión del daño ecológico que sufría el planeta, y aguantado el constante malhumor del enviado de la Federación, Frid Undrun.

Tras acabar el bollo, Picard se lamió las puntas de los dedos y advirtió que Troi tenía la vista fija en él.

—¿Tiene algo en mente, consejera?

Su tono fue más seco de lo que él pretendía. No era que importase, en verdad; resultaba bastante difícil ocultarle el malhumor que a uno le iba por dentro a una telépata con el don de la empatía sentada a medio metro de distancia.

—Parece tenso, capitán.

Sus habitualmente estoicas facciones se arrugaron con resignación.

—Ha sido un día regido más o menos por una vieja ley, la ley de Murphy. Le aseguro que no me extrañaría nada que acabase con un camarero ferengi que se deslizara hasta aquí para servirnos café envenenado.

Sobre el estrado, el protector Stross había empezado a hablar.

—No voy a aburrirles con un largo discurso —dijo, lo que provocó un gorjeo de risas agradecidas—. Pero tengo que hacerles un anuncio. Algo grande, ya que en caso contrario no los apartaría de esos postres.

—Tiene un encanto natural —susurró Troi—. Es comprensible que los thiopanos hayan aceptado su gobierno durante tanto tiempo.

—Todos sabéis —prosiguió Stross—, que últimamente hemos tenido algunos problemas. Nuestro planeta se ha calentado, secado, algunas personas están pasando hambre. Pero pronto cambiaremos todo eso. Y quiero presentar a la científica que está haciendo posible ese cambio… la jefa del Consejo Científico, doctora Kael Keat.

La joven se levantó con gracilidad de su asiento y se reunió con el líder sobre el estrado, mientras los comensales aplaudían cortésmente. Picard se extrañó ante la falta de entusiasmo. ¿Era posible que aquella gente no supiera quién era Keat, o es que se habían quedado sin entusiasmo a causa de las excesivas viandas?

—Gracias —dijo Keat—. Toda la abundancia de que hemos disfrutado esta noche tiene que hacerse asequible para todos los thiopanos, no sólo para los que son los afortunados presentes en este banquete. Pronto tendremos una forma de hacer realidad ese sueño. Nunca más estaremos a merced de los cambios del viento, las impredecibles lluvias, el calor abrasador y los fríos mortales. Nunca más nos harán sentir como a nuestros primitivos ancestros, acobardados ante fuerzas que no podemos entender. El Consejo Científico está preparado para desvelar un proyecto que nos hará más fuertes que la naturaleza… un escudo que resolverá nuestros problemas medioambientales por toda la eternidad.

Debido a su tono bajo de hablar, hizo falta que transcurrieran varios momentos para que el significado de lo dicho penetrara en el entendimiento de los asistentes. Luego la multitud comenzó a murmurar, y el murmullo se transformó en un retumbar de aplausos sostenidos que pronto se extendió por todo el salón como las ondas en el agua.

—En un plazo de diez años —continuó Kael Keat, con voz aún tranquila—, convertiremos a Thiopa en un paraíso de temperatura ideal.

El aplauso volvió a estallar, ahora más largo y sonoro.

Pasado un minuto, Stross hizo un gesto para pedir silencio.

—Ésa es nuestra meta, amigos míos —dijo—. Pero antes, tenemos que unificar este mundo y todos sus habitantes… una mente, una meta, una fe. —La multitud había quedado en silencio. Stross hablaba con apasionamiento sincero—. Armonía. Eso es lo que necesitamos. No más disputas sobre las antiguas y las nuevas costumbres. Limitémonos a tomar el mejor camino. Una vez que hayamos conseguido la unificación, seremos lo bastante fuertes para luchar contra el único enemigo que realmente puede matarnos: la naturaleza. Gracias a vuestra ayuda, sé que podremos hacer cualquier cosa que sea necesaria. Gracias, amigos míos. —El gobernante de Thiopa acabó su discurso inclinando humildemente la cabeza.

Y los comensales se pusieron en pie de un salto como si estuvieran programados para hacerlo. Por comparación, la ovación de bienvenida que le habían ofrecido a Stross al comienzo del festín fue contenida. Ahora el gran salón estalló con un fervor entre anheloso y devoto. Mientras él y sus oficiales permanecían de pie ante su mesa sin unirse a aquella manifestación, Picard comprendió que esas gentes eran adeptos ya ganados.

La cabeza de Data giraba con movimientos de pájaro mientras lo contemplaba todo, maravillado.

—El grado de entusiasmo es tremendamente interesante.

—No es más que una cuestión de saber decirle lo correcto a la gente adecuada —comentó Troi—. Eso forma parte de las cosas que convierten a alguien en un buen líder.

—O en un líder peligroso —agregó Picard.

Troi asintió, sintiendo un repentino recelo.

—Capitán, de hecho percibo peligro.

—¿Qué clase de peligro?

Antes de que ella pudiera explicarlo, uno de los camareros thiopanos pasó atropelladamente junto a su mesa y la derribó, salpicando comida sobre personas y paredes. Picard sujetó a Troi mientras ambos caían al derribarse las sillas. Los sorprendidos invitados guardaron silencio como si de pronto alguien les hubiera desconectado cuando el camarero saltaba sobre otra mesa y desplegaba una bandera.

—¡Estáis comiendo bien mientras las criaturas mueren de inanición en el reino endrayano… porque este corrupto gobierno quiere que mueran de hambre! ¡Su único crimen es que sus padres se niegan a vender su heredad a cambio de una comida que les pertenece legítimamente! ¡Se niegan a rendirse al genocidio que vosotros llamáis unificación! ¡Hay abundancia de comida para todos los thiopanos, pero Stross no quiere dársela a esos niños! ¿Por qué? —Giró para mirar directamente a Stross—. ¿Por qué, soberano protector? Los nómadas nunca aceptarán la unificación. ¡Uníos a nosotros y salvad a Thiopa! ¡Uníos a Stross y nuestro planeta morirá! Por favor…

Su discurso acabó con un penetrante gemido de un rayo explosivo. Picard volvió al instante la cabeza hacia la fuente del terrible sonido y vio a tres guardias disparando, mientras sus rayos azules arrojaban al hombre de su improvisado podio. Para cuando llegó al suelo ya estaba muerto, el pecho humeante donde los rayos le habían quemado.

Will Riker se quitó las botas y se echó de espaldas sobre la cama, indeciso sobre si leer o escuchar música. Se sentía demasiado cansado para leer…

—Primer oficial, aquí la teniente White desde el puente.

Riker rodó hacia la pantalla intercomunicadora que tenía junto a la cama.

—Aquí Riker. —El pecoso rostro de White apareció en la pantalla—. ¿Qué sucede, teniente?

—Lamento molestarle, señor. El capitán Picard y el grupo de descenso están siendo transportados de vuelta a bordo. Quieren que se reúna con ellos de inmediato en la sala de reuniones.

—Voy hacia allí.

Cuando Riker llegó al puente, Picard y los otros ya lo estaban esperando. Entró en la sala y se detuvo en seco al ver las manchas de comida y bebida que salpicaban sus uniformes.

—Esos thiopanos deben de dar unas fiestas bastante alocadas.

Picard se paseaba ante la pared de lunetas. La atmósfera exterior de Thiopa brillaba de forma deslumbrante debajo de ellos al difractarse el sol sobre la gruesa capa de nubes y contaminación que amortajaba al planeta.

—Siéntese, número uno.

—¿Está seguro de que ustedes dos no quieren cambiarse antes?

—Tiene peor aspecto de lo que en realidad es. Quiero hacer esto lo antes posible, e irme a dormir.

Sin más preámbulo, Picard se lanzó a darle un escueto informe de la celebración del aniversario. Luego se sentó ante el extremo de la mesa.

La boca de Riker se torció en gesto incrédulo.

—¿El servicio de seguridad disparó contra este manifestante sólo por gritar y blandir una bandera?

—Un castigo bastante extremo —asintió Picard al tiempo que unía las puntas de los dedos en postura abacial—. ¿Sintió usted algo, consejera?

Ella suspiró antes de responder, claramente tratando de poner en orden las emociones que había absorbido durante el breve pero violento incidente.

—Terror, determinación… y enorme furia.

—¿Por parte de quién?

—De todos los que nos rodeaban.

—Entiendo —dijo Picard con expresión severa—. Está claro que los nómadas son una espina que lleva mucho tiempo clavada en el flanco del gobierno.

—Sin embargo —señaló Data—, a pesar de la importancia de las instalaciones de almacenamiento y el festín del aniversario, los nómadas consiguieron burlar en ambos casos las medidas de seguridad. Unas medidas que probablemente eran más estrictas de lo habitual.

—En ambos casos, el violar esas medidas le causó al gobierno situaciones muy embarazosas —comentó Picard—. Los nómadas obtuvieron poco más. Pero resulta evidente que estaban decididos a hacernos saber de su existencia, y de su determinación.

—No obstante —intervino Troi—, todo lo que sabemos sobre su causa son las consignas pronunciadas por un supuesto terrorista y un demostrado manifestante, antes de que fueran ejecutados. A menos que podamos averiguar más, no tenemos forma de saber si los agravios que tienen contra el gobierno son ciertos.

—Son ciertos para los nómadas —contestó Picard—. Están dispuestos a morir por su causa… sea cual fuere.

—¿Afectan en algún otro sentido estos incidentes a nuestra misión en Thiopa? —se preguntó Data.

Picard tendió las manos ante sí con gesto de incertidumbre.

—Buena pregunta, Data. No estamos autorizados a intervenir en las querellas internas de este mundo. Pero si Thiopa resulta ser inestable, la Federación tendrá que buscar en alguna otra parte de este sector un aliado contra los ferengi.

—Pero nosotros no tenemos que tomar esa decisión, capitán —dijo Riker—. Sólo hacer una recomendación.

—Exacto… pero sí tenemos que tomar una decisión referente a si llevar hasta su final la misión de socorro, o interrumpirla.

Los grandes ojos de Troi adquirieron una expresión preocupada.

—Capitán, si hay gente que muere de hambre en Thiopa…

—Puede que no estén muriendo de hambre sólo a causa de un desastre ecológico —sugirió Picard—. Su situación podría ser tanto, o más, causada por decisiones políticas tomadas por el gobierno en Bareesh. Si fuera ése el caso, ¿quién puede decirnos que nuestras provisiones llegarán a las manos de la gente que de verdad las necesita?

Riker apoyó los codos sobre la mesa.

—Los thiopanos deben necesitar de veras esa comida, y no sólo para alimentar a esos nómadas y sus simpatizantes de ese reino endrayano. Las cosas tienen que estar peor de lo que el festín hizo que pareciera, o ellos no habrían enviado semejante mensaje de socorro urgente a la Federación. ¿Están de acuerdo? —Miró en torno de sí para ver si había algún gesto de disentimiento, no advirtió ninguno y continuó—. Procedamos de acuerdo con la suposición de que tenemos algo que ellos quieren y ellos tienen algo que queremos nosotros.

—Información exacta sobre qué está sucediendo ahí abajo —dijo Troi.

—Correcto. Así pues, realicemos los movimientos destinados a entregar nuestro cargamento, pero hagámoslo con lentitud, que piensen que podríamos limitarnos a coger nuestras transportadoras y marcharnos a casa.

—Es una forma razonable de comenzar a abordar el asunto, número uno —reconoció Picard—. Apliquemos un poco de suave presión. Cosa que yo también puedo hacer cuando me reúna mañana con el soberano protector Stross.

—También yo tengo programada una reunión con la doctora Keat para mañana —agregó Data—. Así que lo abordaremos por tres frentes.

Picard se retrepó en el asiento; sus ojos revelaban el cansancio que sentía.

—Será mejor que el día de mañana nos proporcione algunas respuestas. Quiero comenzar a ligar cabos sueltos… cuanto antes, mejor. Data, ¿qué me dice de ese proyecto de control climático? ¿Es posible?

—En principio. El clima es producto de la densidad y los elementos que constituyen la atmósfera, la disposición de las masas continentales, la temperatura del aire y el agua, la velocidad y dirección del viento, la cantidad e intensidad de luz solar que llega al planeta, las radiaciones cósmicas, y los efectos causados por la flora y la fauna, lo que incluye…

Picard sacudió una mano con gesto de impaciencia.

—No necesito un catálogo de factores.

—Por supuesto. Como comencé a decir, el control climático es teóricamente posible, hasta un cierto punto. Los técnicos y científicos pueden crear un clima donde no exista ninguno en absoluto. Pero eso tarda años, o décadas, dependiendo del estado original del planeta. Sin embargo, ni siquiera la más avanzada tecnología de la Federación es capaz de controlar o manipular el clima en todo un planeta de forma simultánea.

—¿Qué puede hacerse?

—Pueden crearse claros de clima controlado de forma artificial por el método de interrumpir, redirigir o aumentar corrientes de viento clave, modificar la temperatura de las grandes masas de agua, agregar o reducir la humedad atmosférica…

—Todas esas estrategias parecen requerir inmensas cantidades de energía —dijo Picard.

—Es cierto, capitán.

—También suena como un castillo de naipes —comentó Riker. Data ladeó la cabeza con aire interrogativo, así que Riker se explicó—: Hay una compleja interrelación de factores… se cambia uno y ése afecta a todos los demás, los cuales, a su vez, añaden sus propios efectos.

Data comprendió el significado.

—Es correcto, señor. E incluso el avanzado diseño por computadora resulta inadecuado para predecir los resultados exactos, puesto que existen demasiadas variables que no pueden controlarse, ni siquiera trazar un modelo de ellas.

—Conclusión —dijo Picard—. ¿Pueden los thiopanos conseguir con éxito lo que Stross y Keat han dicho que van a hacer?

—Basándonos en nuestras limitadas observaciones del grado de desarrollo tecnológico de Thiopa, y la ausencia de éxito por parte de los thiopanos en la conservación de su medio, yo concluiría de modo provisional que dicho proyecto está fuera de sus capacidades.

—¿De modo provisional?

—Sí, señor. Es posible que posean conocimientos de los que no tenemos noticia. Posible… aunque improbable.

—Cuando se reúna mañana con la doctora Keat, intente averiguar lo suficiente para que ese análisis sea más definitivo. Muy bien, pues, si no hay nada más…

Riker alzó una mano.

—Hay una cosa.

—¿Qué es…?

—Undrun. ¿Le contamos lo que estamos planeando?

Picard hizo un gesto de asentimiento.

—Él es el nexo de la Federación con el gobierno thiopano por lo que se refiere a la entrega de las provisiones. Tiene derecho a estar informado por qué no vamos a entregarlas de momento. Computadora, ¿dónde está el embajador Undrun?

—En la enfermería.

—Picard a enfermería.

Le respondió Kate Pulaski, con voz cansada y enronquecida.

—Aquí enfermería. ¿Qué sucede, capitán?

—¿También usted ha tenido un día duro, doctora?

—Sólo desde que ingresó el señor Undrun.

—¿Está despierto y lúcido?

—Lo está.

—Embajador Undrun, le habla el capitán Picard.

La voz de Undrun le llegó por el intercomunicador.

—Quiero que obligue al gobierno thiopano a proporcionarnos un lugar de almacenamiento más adecuado para las provisiones de emergencia de la Federación.

Por el rabillo del ojo, Picard vio que Riker sacudía la cabeza con gesto de cansancio.

—No tenemos autorización para obligarlos a hacer nada semejante. Le enviaré una transcripción de la conferencia que acabo de mantener con el primer oficial Riker, el teniente Data y la consejera Troi. Si la examina con atención, quedará completamente informado de la decisión que acabamos de tomar de retrasar la entrega del cargamento de socorro a los thiopanos.

—Quiero que esa comida se entregue lo antes posible —bramó Undrun.

—Señor embajador, es usted quien acaba de decir que los thiopanos no nos han proporcionado unas instalaciones de almacenamiento apropiadas. De eso se encargarán usted y mi primer oficial a primera hora de mañana. La demora no es más que una cuestión de procedimiento.

Eso pilló a Undrun con la guardia baja, y tartamudeó durante un momento.

—Yo… yo… Esa comida tiene que llegarle a una gente que está muriendo de hambre. ¿Ha quedado claro?

—Muy claro, señor.

Undrun bajó la voz con suspicacia.

—Puede que esté drogado, pero no soy estúpido, capitán Picard. Si interfiere usted en el cumplimiento de mi misión de socorro de la forma que sea, presentaré una protesta formal ante la Flota Estelar. Puedo hacer que lo lamente de veras…

—Ya lo lamento de veras —dijo Picard en un susurro inaudible.

—¿Qué ha dicho? No lo he oído.

—He comenzado a decir que estoy de acuerdo con usted en lo referente a la importancia de esta misión. Buenas noches, señor.

Los músculos de la mandíbula de Picard se contrajeron. Por alguna razón, cuando se trataba del embajador Undrun, la simple y sencilla palabra «vejatorio» ya no parecía suficiente.