Wesley Crusher entró una última orden en su terminal.
—Establecida la órbita estándar, capitán.
—Los sondeos realizados desde la proximidad inmediata, confirman lo descubierto antes por Wesley, señor. —El androide dio media vuelta para encararse con Picard y Riker, que se encontraban sentados detrás de él—. Puesto que las causas de los problemas medioambientales de Thiopa serán vitales para nuestra evaluación, voy a necesitar datos históricos adicionales sobre Thiopa.
—¿Qué clase de datos? —quiso saber Picard.
—Los registros del tiempo atmosférico y la temperatura del agua, lecturas de los niveles de contaminación atmosférica y oceánica, ritmo y métodos del desarrollo industrial. Me gustaría llevar a cabo mi investigación por medio del contacto directo con los científicos y bancos de información thiopanos, con su permiso, capitán.
—Desde luego. Si ellos están dispuestos a hablar, usted tiene libertad para escucharlos. Manténgame informado. Worf, comunique con el gobierno planetario.
—Canal abierto, señor.
—Les habla el capitán Jean-Luc Picard de la Enterprise, para solicitar contacto con el soberano protector Stross.
La respuesta les llegó con rapidez.
—Enterprise, aquí la red de comunicaciones espaciales thiopana. Por favor, rogamos esperen mientras transferimos la llamada.
—Enterprise a la espera.
Tras un par de segundos, la imagen de un hombre calvo con barba reemplazó a la del planeta en la pantalla principal.
—Capitán Picard, soy el primer ministro de Thiopa, Ootherai. El soberano protector Stross me ha pedido que les dé la bienvenida a nuestro mundo.
—¿No está disponible su soberano protector?
—En este momento, no. Pero estoy autorizado para hablar en su nombre y el de nuestro gobierno, capitán. Le damos la más cordial bienvenida y nuestro agradecimiento por las provisiones de socorro que han traído para ayudarnos en este momento de necesidad. Lord Stross está ocupado preparándose para el festín del aniversario que tendrá efecto esta noche, en nuestra capital, Bareesh.
—¿El festín del aniversario? —Picard no estaba seguro de haber oído correctamente la primera de las palabras.
—Sí. El cuadragésimo aniversario de su elevación al protectorado. Ha sido nuestro gobernante durante más tiempo que cualquier otro en la historia de Thiopa. Nos sentiremos muy honrados de tenerlos a usted y sus oficiales superiores como invitados. ¿Necesita algún tiempo para considerar la invitación, capitán Picard?
Picard le dedicó una cautelosa sonrisa.
—No, en absoluto. Estaremos encantados de asistir.
Ootherai aplaudió.
—Maravilloso. El festín dará comienzo dentro de unas dos horas. Transpórtense a las coordenadas del centro del gobierno que ya les han sido transmitidas. Yo mismo estaré allí para recibirlos.
—Gracias, ministro Ootherai. Y ahora, respecto al principal propósito de nuestra misión… ¿han sido preparadas sus instalaciones de almacenamiento para recibir el cargamento de provisiones?
—Sí, lo han sido. Si desea transportarse aquí abajo e inspeccionarlas…
—De hecho, enviaré a mi primer oficial, William Riker, con ese propósito. Tenemos las coordenadas.
—Excelente, capitán. Informaré al supervisor de las instalaciones, Chardrai. Y el emperador y yo estaremos esperando con impaciencia reunimos con usted y su grupo en la recepción. Hasta entonces, capitán Picard…
—Apreciamos su hospitalidad. Corto.
El planeta reapareció en la pantalla, rotando sobre su eje a diez mil kilómetros por debajo de la Enterprise.
Los ojos de Riker se entrecerraron con escepticismo.
—¿Un festín? ¿Están en medio de una hambruna y celebran un banquete?
Picard lo miró.
—Tal vez no será un verdadero banquete, número uno. Si la comida es ahí abajo tan escasa como nos han inducido a creer, el menú podría ser exiguo.
—La celebración podría ayudar a levantar la moral —sugirió la consejera Troi—. Cuando las circunstancias son especialmente penosas, la gente puede beneficiarse de una celebración, siempre que se guarde la debida proporción, para que les levante el ánimo y les ayude a mirar adelante, hacia tiempos mejores.
—Como esos conciertos de esa música, jazz, que ha estado tratando de organizar usted —le dijo Picard a su primer oficial—. Que sirven para levantar la moral en los tiempos en los que el capitán se comporta de una forma particularmente tiránica.
Riker sonrió.
—Lo cual me recuerda, Worf… Geordi me vendió la idea de que hiciera usted una audición para mí. Dice que es usted bastante bueno con ese instrumento klingon que toca.
—Es un chuS’ugh, comandante.
—En cuanto tengamos una oportunidad, lo haremos.
Picard se acercó más a Riker.
—¿Worf en una banda de jazz? —murmuró—. ¿Por qué me cuesta tanto imaginármelo?
—Podría descubrir una carrera totalmente nueva —repuso Riker encogiéndose de hombros. Se daba cuenta de que Picard necesitaría más persuasión.
—Troi, Data —dijo Picard—, me gustaría que ustedes dos me acompañaran a esta recepción en Thiopa.
—No estoy seguro de si me gusta la idea de que se transporte usted a la superficie, capitán —declaró Riker.
—Cuestión de protocolo, número uno. Además, ¿qué peligro puede haber? Y usted tiene que atender a otras responsabilidades en Thiopa.
—Para lo cual tengo que llevar conmigo a Undrun —dijo tras un suspiro Riker.
—Me temo que sí. Confío en su buen juicio y contención en el trato.
Riker se levantó y sacudió repetidamente la cabeza.
—Así que mientras yo someto mi contención a una dura prueba, a usted, Deanna y Data les servirán vino y comida como si fueran diplomáticos. Yo estaré recorriendo un almacén…, no parece justo. —Ya había avanzado varios pasos largos hacia el turboascensor.
—No es probable que nos encontremos con lujos —comentó Picard—. Posiblemente comeremos algún sencillo guiso en cuencos de madera.
Esa conjetura provocó un asomo de sonrisa.
—Así lo espero.
—Número uno…
Riker se detuvo ante la puerta abierta del turboascensor.
—¿Señor?
—Tenga cuidado ahí abajo, y no deje que el fastidioso señor Undrun le impida realizar las observaciones más útiles que le sea posible. La Federación confía en nosotros y yo confío en usted.
Riker asintió.
—Comprendido, capitán.
Riker aguardaba junto a la consola del transportador e intentaba controlar su creciente impaciencia mientras Undrun se arreglaba cuidadosamente el sombrero y el cuello para dejar al descubierto la menor cantidad posible de piel.
—Embajador Undrun, no hace frío en Bareesh.
—El frío es relativo, primer oficial.
—Cuando esté dispuesto, señor…
Tras manosearse un poco más el cuello, Undrun anunció por fin:
—Estoy dispuesto.
—Bien. Tome esto. —Riker le tendió a Undrun una máscara filtrante diseñada para que encajara sobre ojos, nariz y boca.
Undrun la sostuvo a la distancia del brazo extendido.
—¿Y qué hago con esto? —exigió saber.
—Nuestros sensores han detectado una gran contaminación atmosférica en el área a la que vamos a transportarnos. No estamos autorizados a transportarnos sin el adecuado equipo protector. Si desea que le ayude…
—Soy capaz de ponerme una máscara filtrante, Riker.
Riker retrocedió un paso.
—Bien. —Se puso la máscara sobre la cara y subió a la plataforma del transportador. Undrun lo siguió y, cuando los dos estuvieron colocados, Riker dio la orden—. Active.
La imagen y los volúmenes de sus cuerpos fluctuaron hasta desaparecer y volver a la existencia en un enorme muelle de la orilla del río Eloki… o lo que quedaba del río. Aunque la otra orilla se encontraba a un kilómetro de distancia por lo menos, el río en sí no era más que un débil hilo que corría tímidamente por un fangoso cauce ya sin sentido. El resto del lecho del río era ahora suelo duro, quemado y levantado por el sol. Las gabarras estaban alojadas en fango seco como fósiles atrapados por un mundo cuyo clima se hubiera trastocado.
De inmediato, Riker se dio cuenta de lo acertado de que llevaran las máscaras. Por todas partes, en torno a ellos, se encumbraban las chimeneas industriales que vomitaban sucios gases y partículas al cielo de color mostaza. El sol apenas relumbraba a través de la contaminación, un vago disco pálido disminuido por el velo de veneno que asfixiaba al planeta.
Justo detrás de ellos, retirado hacia el interior de un gran edificio cuadrado, había un vestíbulo que, cuando lo alcanzaron, resultó ser una especie de cámara de vacío. Las puertas exteriores se cerraron herméticamente con un golpe, y una luz roja comenzó a parpadear encima de las puertas interiores. Sibilantes bombas extrajeron los humos de la cámara de vacío y los arrojaron de vuelta al exterior. La luz de advertencia se apagó y las puertas se abrieron deslizándose a un lado, permitiendo la entrada a un corredor mal iluminado construido con secciones prefabricadas. Riker se levantó la máscara con precaución. El aire del interior olía a rancio, y a artificial, pero resultaba respirable. Hizo una seña afirmativa a Undrun y éste se quitó su máscara, tras lo cual volvió a ponerse el sombrero con todo cuidado.
El corredor conducía en una sola dirección. Mientras Riker y Undrun lo recorrían, miraban a través de pequeñas ventanas hacia el cavernoso interior del depósito, que se extendía hasta diez niveles por encima de ellos y cinco bajo tierra. Algunas áreas estaban completamente abiertas, al parecer para permitir el almacenamiento de vigas y travesaños. Pero la mayor parte de la estructura estaba dividida en plataformas voladizas, divisibles según la necesidad, dependiendo de lo que uno colocara en ellas. Una variedad de contenedores y cajas, algunos hechos de plástico o metal, otros de madera al estilo antiguo, se hallaban dispersos por el interior del depósito.
El corredor los condujo a una galería de oficinas de paredes de vidrio, donde un solitario thiopano se hallaba sentado ante un escritorio y un guardia estaba de pie justo al otro lado de la puerta. Los dos hombres iban vestidos con uniformes similares, de una sola pieza y grises, con bolsillos y distintivos sencillos. El guardia llevaba puesto un casco cuadrado y tenía un fusil entre los brazos, que Riker supuso que sería algún tipo de arma de rayos. A la altura de la cadera le pendía una pistola enfundada, y en una vaina de hombro se veía un cuchillo.
El hombre del escritorio alzó la mirada al entrar Riker y Undrun, y el guardia no hizo ningún movimiento para detenerlos.
—Ustedes tienen que ser los de la nave estelar. Yo soy Chardrai, supervisor de este depósito.
—Yo soy el primer oficial Riker. Éste es el embajador Undrun, del Ministerio de Ayuda y Socorro de la Federación de Planetas Unidos.
Chardrai les hizo un brusco gesto de asentimiento a modo de saludo. Era bajo y rechoncho, con una gran papada y cabellos, así como pelos sensitivos, canosos.
—¿Puedo ofrecerles un trago para que se aclaren la garganta de la sopa que nosotros llamamos aire?
—No es necesario; llevábamos máscaras. ¿Siempre está así el exterior?
Chardrai metió una mano en un armarito que estaba detrás del escritorio y le quitó el tapón a una botella. Vertió un líquido de color verde claro en tres jarras desportilladas y sucias.
—Hoy está un poco peor de lo normal. El tiempo atmosférico se ha visto invertido durante las pasadas tres semanas… mantiene todos los humos atrapados en el interior. Pero, por otra parte, eso sucede más o menos cada dos meses. —Empujó las jarras al otro lado del escritorio—. Les pido disculpas por la vajilla, pero la bebida es refrescante. Garantizado.
Riker limpió el borde con los dedos y bebió un sorbo de su contenido. Fuera lo que fuese, era misericordiosamente fresca y sabrosa.
Undrun se limitó a contemplar la jarra con los labios fruncidos.
—Totalmente antisanitario —murmuró.
—Puede que sí —repuso Chardrai—, pero no lo es comparado con lo de fuera. —Acabó con una risa entre dientes que sonó más fatalista que humorística.
Undrun volvió a dejar la jarra sobre el escritorio.
—No, gracias, supervisor.
—Como quiera. —Chardrai cogió la jarra de Undrun con una mano enorme y volvió a verter el contenido de la misma en la botella. Luego bebió de su jarra—. Aunque es bueno.
—Estoy seguro de ello. —Undrun recorrió con la vista la habitación en la que se hallaban: paredes de chapas metálicas onduladas que estaban oxidándose, desconchados, tuberías de conducción corroídas en las junturas, conductos desconectados que colgaban del techo…— ¿El resto de las instalaciones están en tan mal estado como esta oficina?
—Eh…, vaya —gruñó Chardrai—, esto no es ningún hotel, sino un depósito.
Undrun le echó una mirada gélida.
—Tenemos que transportar aquí abajo alimentos, semillas, plantas y medicamentos, señor Chardrai. No permitiré que se los almacene en una incubadora de bacterias.
El supervisor se levantó de la silla.
—Oiga, espere un minuto…
—Discúlpeme —dijo Riker, aferrando a Undrun por un hombro y conduciéndolo hacia el otro extremo de la oficina—. No estamos empezando aquí precisamente con el pie derecho, embajador Undrun.
—Ah, y supongo que la culpa es mía.
—No le ha dado al hombre oportunidad de…
—¿Decirme que esto —agitó una mano para abarcar la oficina—, no es un indicio de la forma en que dirigen este llamado depósito? Tengo la responsabilidad de…
—Entregar su cargamento y dejar que los thiopanos hagan con él lo que les parezca. Y si ellos deciden dejar que se lo coman las ratas, usted no tiene nada que decir al respecto.
—Lo lamento, Riker, pero ésa no es mi forma de obrar.
—Usted obrará de acuerdo con las reglas que establezcamos el capitán Picard y yo. Y el tomarse tantas molestias para ofender a esta gente no es…
—Usted no puede censurarme. Se me ha asignado para dirigir esta misión de la forma que me parezca más adecuada. —Undrun se sacudió la mano de Riker de encima y se apartó con brusquedad del primer oficial, que era al menos unos ochenta centímetros más alto que él—. Y si vuelve a ponerme una sola mano encima, me encargaré de que…
Chardrai estrelló la rechazada jarra de Undrun contra el escritorio, haciendo volar por la oficina esquirlas de cerámica y deteniendo la discusión en seco.
—Ni siquiera han visto las instalaciones. Se las enseñaré, y luego hablaremos de si el lugar está lo bastante limpio para sus contenedores.
—No se trata sólo de los contenedores —le espetó Undrun—. Quiero ver dónde se alojará mi personal de Ayuda y Socorro cuando sea transportado aquí.
Los ojos de Chardrai salieron disparados desde Riker a Undrun, y su voz subió de tono alarmada.
—Espere un momento. Nadie me dijo nada acerca de que iba a bajar gente. Si creen que van a enviar alguna clase de escuadrón policial para que se entrometa…
Undrun sacudió los brazos frenéticamente.
—Nadie va a entrometerse en nada. Estamos aquí a petición de su gobierno para salvar a Thiopa de la inanición y la sequía. Pero no puedo hacer nada por su pueblo en estas condiciones.
—Yo no tengo autorización para permitir que nadie…
Una explosión cuyo sonido les llegó amortiguado, sacudió la totalidad del edificio. Las ventanas de la oficina se rajaron y sobre ellos cayeron trozos del aislante del cielorraso y pedazos de tuberías, mientras un polvo fino cubría la habitación.
El guardia se volvió por acto reflejo hacia la puerta, apuntando con su arma. El supervisor Chardrai cogió su audífono de comunicación, un sencillo aparato inalámbrico, y se colocó el receptor en un oído.
—¿Qué demonios está sucediendo?
Una agitada voz le gritó la respuesta por el altavoz instalado en el escritorio.
—¡Explosión en el lado del río! ¡Ha volado la mayor parte de la pared! ¡Todo está en llamas!
—Aquí Chardrai —chilló el hombre por el micrófono—. ¡Todos los equipos de control de incendios acudan a la pared del río, ahora!
El supervisor y su guardia salieron corriendo de la oficina, con Riker y Undrun tras ellos. Mientras corrían de vuelta por el corredor, Riker sintió que un humo acre le abrasaba las fosas nasales y la garganta. Al girar en un recodo fueron sorprendidos por el calor de una furiosa llamarada que lamía los retorcidos restos de la pared del depósito. Lo que había provocado el incendio había explotado en el interior y hecho saltar el metal hacia fuera. Unos hombres con trajes protectores y cascos estaban ya combatiendo el incendio con espuma y agua. Pero el calor obligaba a retroceder a todos los demás.
Riker no podía dejar de toser mientras retrocedía tambaleándose hasta el relativo refugio de la oficina de Chardrai, que ya no era un lugar aislado. Hizo lo que pudo para cubrirse la boca y la nariz, pero tenía que respirar, y cada jadeo le producía la sensación de que alguien estaba pulverizándole ácido al interior de los pulmones. Chardrai y el guardia entraron dando traspiés después que él… y entonces se dio cuenta de que Undrun no había conseguido llegar.
Manteniéndose agachado para evitar el humo, Riker buscó hasta encontrar a Undrun desplomado sobre el suelo de reja metálica. Cogió al embajador en brazos y regresó a la oficina tan rápidamente como pudo. Una vez dentro, dejó al embajador sobre el mismo suelo y cayó de rodillas, el pecho agitado. Intentó hablar, pero eso sólo le provocó una tos agónica. Se dobló en dos mientras intentaba recobrarse.
Tres guardias que llevaban máscaras filtrantes pasaron como una tromba por su lado; llevaban algo que arrojaron sobre una silla. Riker se enjugó los ojos que le escocían y vio que se trataba de un thiopano huesudo que llevaba puesto un mono de trabajo raído. Tenía una manga rasgada y el rostro golpeado; sangraba.
—¿Quién es éste? —exigió saber Chardrai.
—El terrorista responsable de la explosión —contestó uno de los guardias—. Lo atrapamos cuando intentaba huir.
—Un nómada —dijo Chardrai con una voz tensa por la furia.
El cautivo no abrió boca. Chardrai lo alentó a hacerlo con un golpe de revés en la cara. La cabeza del hombre salió disparada hacia atrás y cayó sobre un hombro.
—¿Cómo conseguiste entrar? ¿Cuántos te ayudaron?
—Por lo general trabajan en grupos de tres —dijo el jefe de la guardia—. Creo que los otros dos escaparon.
Chardrai aferró al prisionero por el pelo y le echó la cabeza hacia atrás con brutalidad.
—Eres un traidor… y eres hombre muerto.
Los ensangrentados labios del prisionero se abrieron en una grotesca sonrisa.
—Eres hombre de pocas palabras, supervisor Chardrai.
—¿Cómo sabes mi nombre?
—Nosotros sabemos muchas cosas. Tu gente aún no se ha dado cuenta de que somos más inteligentes que vosotros.
Chardrai volvió a golpearlo, con lo que le abrió un corte encima de la ceja derecha.
—Si sois más inteligentes, ¿cómo es que te dejaste atrapar?
—Yo soy prescindible. Mis siete amigos consiguieron escapar.
—¿Siete? —rugió Chardrai a los guardias—. ¡Dijiste que eran dos!
—Está mintiendo —replicó el guardia aludido, aturdido—. Es un nómada. Nacen mintiendo.
El supervisor Chardrai soltó la cabeza del prisionero, pero éste la mantuvo erguida, más por orgullo que por otra cosa, según pensó Riker.
—No es ninguna traición —declaró el prisionero, haciendo una pausa para escupir sangre—, el luchar contra un tirano juramentado a destruir mi pueblo, un tirano cuya demencial política va a destruir a la civilización thiopana. Puedes matarme a mí…
—Lo haré —gruñó Chardrai—. Puedes contar con ello.
—… pero no puedes matar lo que nosotros defendemos. El pueblo nos escucha… y luchará a nuestro lado. Sólo si regresamos a las viejas costumbres podremos salvar al mundo de Stross.
—Ya hemos oído bastante basura de tu boca. —Chardrai volvió a darle un revés al hombre, dejándolo aturdido—. Matadlo —les ordenó a los guardias.
El jefe de la guardia parecía preocupado.
—Tenemos orden de interrogar a todos los cautivos nómadas.
—Yo acabo de hacerlo. Este hombre no nos dirá nada.
—¿Qué debemos hacer con el cuerpo?
—Me da lo mismo. —Chardrai hizo una pausa y pareció reconsiderarlo—. No, esperad… dejad el cuerpo donde sus amigos lo encuentren.
Riker se puso en pie con movimientos inseguros.
—No me gusta nada de lo que he visto aquí, supervisor. Me preocupa el hecho de traer las provisiones aquí abajo.
—La parte principal de este lugar no ha sido dañada. Todavía podemos darles cabida a esas provisiones. Garantizado.
—Tendré que hablar con el capitán Picard sobre eso. —«Y sobre muchísimas otras cosas», agregó Riker en silencio. Avanzó hasta el cuerpo inmóvil de Undrun y pulsó su insignia-comunicador—. Riker a Enterprise; dos para ser transportados a bordo. Y tengan un equipo médico esperando.
A Picard no le había hecho falta mucho tiempo para repasar los archivos sobre Thiopa. No había mucha información. Un mundo bastante primitivo que había tenido la buena suerte —o la mala, dependiendo del punto de vista— de estar emplazado en un sector en el que tenían interés varias potencias pequeñas y grandes. Picard reflexionó sobre los fríos hechos mientras se preparaba para transportarse a la superficie y asistir al festín del aniversario. Los nuaranos habían desempeñado el papel de Mefistófeles y hallado en el soberano protector Ruer Stross un Fausto más que dispuesto. Y estaba claro que Thiopa se había beneficiado del pacto resultante. La vida era, sin lugar a dudas, más cómoda para la mayor parte de la gente, gracias a los obvios beneficios de la tecnología moderna. Pero de una forma igualmente obvia, había habido una factura que pagar en ese negocio de vender el alma, como solía suceder.
Corrección: como siempre sucedía.
Las meditaciones de Picard se vieron interrumpidas por el tono del intercomunicador seguido de la voz de la doctora Kate Pulaski que sonó por el altavoz del camarote.
—Capitán Picard, por favor, preséntese en enfermería.
—¿Qué sucede, doctora?
—Su primer oficial y el señor Undrun han regresado en unas condiciones lamentables.
—¿Se encuentran bien?
—Se pondrán bien.
Picard ya estaba a medio camino de la puerta.
—Voy hacia allí.
Entró a toda prisa en la enfermería para encontrarse con Will Riker sentado en el borde de una cama. Tenía la cara y el uniforme manchados de hollín y polvo, pero al menos estaba erguido. Undrun no lo estaba. Se hallaba en la cama contigua, inconsciente.
—¿Qué les sucede, doctora?
—Inhalación de humo. Undrun está en peor estado. Le he dado un sedante.
Justo en ese momento, Riker tosió. Pulaski le aplicó un pequeño inhalador sobre la boca y él intentó zafarse.
—¡Respire! —le ordenó ella en un tono que sugería que no iba a aceptar un no por respuesta.
Riker obedeció dócilmente, luego dejó el inhalador a un lado y le ofreció a Picard una versión resumida de la azarosa visita a Thiopa.
El rostro de Picard denunciaba su aflicción.
—No parece usted complacido, señor —concluyó Riker.
—Yo no los envié ahí abajo para que les volaran un edificio encima.
—Capitán, no me entusiasma la idea de que baje usted a ese planeta —dijo Riker.
—Bueno, pues lo cierto es que usted no está en condiciones de asistir en mi lugar.
—Claro que sí —declaró Riker al tiempo que bajaba de la cama.
—No, no lo está —intervino Pulaski mientras lo empujaba de vuelta a la misma—. Pero estoy de acuerdo con él, capitán. No da la impresión de que Thiopa sea el lugar más seguro para ir a cenar.
—No, quizá no. Pero ellos me han invitado y yo he aceptado. Además de la trascendencia del festín, necesito más información sobre lo que está ocurriendo ahí abajo. El conocer a Stross y Ootherai podría añadir piezas clave a este rompecabezas.
—Continúa sin gustarme —insistió Riker.
—Tomo nota de la objeción, número uno. Tendré cuidado.