La sala Diez-Proa de la Enterprise estaba casi vacía, con sólo un puñado de tripulantes fuera de servicio dispersos en solitario o en pequeños grupos que charlaban en las mesas del salón tenuemente iluminado. Frid Undrun entró con pasos tímidos, sin tener la seguridad de que realmente quisiera estar allí. Pero la sala era lo bastante grande y estaba lo suficientemente vacía para que pudiese pasar inadvertido. Los pocos ocupantes se encontraban reunidos cerca de las grandes ventanas de observación, contemplando la oscuridad del espacio. Undrun se sentó todo lo lejos que pudo, la espalda vuelta tanto hacia la ventana como hacia la gente. Profirió un profundo suspiro, y los hombros se le relajaron bajo la arrugada chaqueta.
—¿Puedo servirle algo, señor Undrun?
Undrun se puso rígido y se volvió para echarle una mirada de enojo al intruso. Se trataba de una mujer de piel oscura vestida con una flotante túnica marrón y un sombrero más grande que el que llevaba él.
Durante un momento se sintió tentado de sonreírle, pero mantuvo su actitud.
—¿Qué le hace pensar que quiero algo?
La mujer se encogió de hombros.
—Parecía un poco tenso. —La mujer sonrió—. Soy Guinan. Supongo que podría decirse que soy una especie de azafata. —Sacó de detrás de sí una bandeja pequeña y le ofreció una copa llena con una humeante bebida de color borgoña—. Pensé que tal vez le gustaría probar el vino kinjinn.
—No, gracias.
—Tiene un sabor delicioso. Es incluso mucho mejor que el original.
—¿Qué quiere decir? —preguntó Undrun ladeando pensativo la cabeza.
—Es simulado, hecho con sintehol.
—La única cosa buena que los ferengi han dado jamás a la galaxia —bufó Undrun.
—Puede disfrutar del sabor sin temer ningún efecto negativo.
—Bueno… —Tras un momento de reflexión, Undrun aceptó la copa y sorbió delicadamente, como un niño obligado a tragarse alguna medicina asquerosa. Tragó y sus ojos se abrieron de par en par—. Hummm. No está mal.
—Y ahora, ¿puedo llevarlo a disfrutar de nuestra magnífica vista? Es una de las mejores cosas que tiene la sala Diez-Proa.
—Prefiero no hacerlo, pero gracias de todas formas —respondió Undrun, tenso. Volvió a sorber vino y su rostro chupado se relajó visiblemente. Se inclinó hacia delante, bajando una pizca la guardia—. El vuelo espacial siempre me ha revuelto un poco el estómago. Es soportable mientras no vea lo que está sucediendo en el exterior.
—Lo comprendo. En ese caso, quédese aquí mismo. ¿Sabe?, yo he descubierto que si no miro por esas ventanas, me olvido de que estoy en una nave.
—Sí, sí —asintió Undrun—. Yo he descubierto lo mismo. Es como si ni siquiera estuviésemos moviéndonos. Por favor… siéntese, Guinan. Puedo llamarla Guinan, ¿verdad?
—Ése es mi nombre.
—Y usted puede llamarme embajador.
—¿Es ése su nombre?
—No, pero me gusta oír el título.
—Muy bien… pues lo llamaré embajador.
Undrun acabó con el contenido de la copa.
—¿Puedo beber un poco más de este vino kinjinn?
Guinan alargó la mano hacia la jarra que había sobre la bandeja, volvió a llenarle la copa, y luego se sirvió una para sí misma.
—Gracias —dijo él—. Esta nave es asombrosa. Tiene que requerir una buena dosis de talento el estar a cargo de ella, a cargo de toda la gente.
—¿Quiere decir como en el caso del capitán Picard y el primer oficial Riker?
—Exacto. Yo nunca podría desempeñar un trabajo como el de ellos. Me… me temo que no soy muy bueno para tratar con la gente.
Guinan fijó en él una cálida mirada.
—Usted tiene que tener cierto don de gentes, más de lo que imagina, si se ha convertido en embajador.
Undrun sacudió la cabeza con gesto triste.
—Soy mucho mejor con la planificación y las plantas. Mi mundo natal, Noxor Tres, solía estar sujeto a grandes oscilaciones en las precipitaciones, lo cual redundaba en las provisiones de alimentos. Finalmente tuvimos que dedicar una gran cantidad de esfuerzo y dinero a aprender cómo mejorar nuestra agricultura y a la vez ser respetuosos con la ecología. Allí fue donde adquirí interés por este trabajo. Quiero enseñarles a otros mundos cómo hacer lo que nosotros hicimos. —Hizo una pausa y volvió a suspirar—. Sólo desearía no tener que hablar directamente con la gente a la que quiero ayudar.
Guinan hizo un gesto de invitación hacia la copa vacía de Undrun.
—Me alegro de que esté disfrutando del vino. ¿Puedo servirle otra copa?
—Oh, vaya… ni siquiera me había dado cuenta de que la había vaciado. —Acercó los brazos al pecho—. La verdad es que no tenía intención de quedarme aquí durante tanto rato ni… ni de hablar con nadie. Lo… lo siento. Espero no haberla aburrido.
—En absoluto. Sólo ha hecho lo que todos hacen en la sala Diez-Proa. Se ha relajado.
—Me… me he relajado ya bastante por ahora, creo. La verdad es que debería volver a trabajar. Gracias por… por escucharme. —Undrun se deslizó fuera del asiento y se alejó con cuidado de Guinan, como si esperase que hubiera una correlación directa entre el aumento de la distancia y el restablecimiento del debido orden de las cosas.
—Regrese cuando le apetezca, embajador —le dijo ella en voz alta.
Undrun bajó la cabeza no sin una leve incomodidad y salió de la sala sin decir una palabra más.
Picard entrelazó las manos sobre la mesa de la sala de reuniones y se inclinó hacia delante.
—¿Qué sabemos con exactitud acerca de los nuaranos, Data?
El androide parpadeó ligeramente mientras accedía a la información solicitada.
—El imperio nuarano es una dictadura militar que posee el control absoluto sobre cuatro sistemas estelares, lo cual incluye un total de siete planetas habitados. Poco es lo que se sabe sobre la historia o el desarrollo de la sociedad nuarana. El primer contacto del que se tiene noticia se produjo hace sesenta y siete años solares, cuando ellos intentaron conquistar Beta Li’odo que, sin que los nuaranos lo supieran, acababa de firmar un tratado con la Federación. El crucero Polaris de la Flota Estelar, que acababa de partir de Beta Li’odo, respondió a la llamada de socorro li’odana y trabó con la flota invasora una corta pero decisiva batalla durante la cual la Polaris dañó seriamente una nave nuarana.
—A juzgar por los cazas que nos han atacado, los nuaranos no se han dormido —comentó Riker.
—Estoy de acuerdo —dijo Picard—. En número suficiente, podrían haber representado una amenaza incluso para una nave estelar. Data, ¿qué relación tienen con Thiopa?
—Es de lo más interesante, capitán. Es evidente que los nuaranos habían visitado Thiopa y comerciado con el planeta antes de que el actual gobernante, Ruer Stross, alcanzara la máxima jefatura. Luego, una vez que Stross se hizo cargo del gobierno, la relación se hizo cada vez más activa. Los nuaranos encontraban que Thiopa era valiosa tanto por sus riquezas naturales como por su emplazamiento. Los thiopanos accedieron a dejarles que buscaran y explotaran varios recursos, minerales, vegetales, productos fósiles, y los nuaranos comenzaron a utilizar el planeta como instalación portuaria.
—¿Qué obtuvieron los thiopanos a cambio de eso? —preguntó la consejera Troi.
—Tecnología —informó Data—. Cuando Stross llegó al poder, Thiopa apenas había comenzado la etapa de industrialización. En menos de cuarenta años avanzaron desde el motor de vapor a la fisión y fusión nucleares y el vuelo espacial intrasistema.
La frente del capitán Picard se frunció con aire pensativo.
—Un avance rápido, en efecto. El mismo desarrollo duró dos siglos en la Tierra.
—Es cierto —dijo Riker—, pero lo hicimos sin la ayuda del exterior.
La cabeza de Data se ladeó con aire interrogativo.
—¿Se le ofreció a la Tierra asistencia extraterrestre?
—Que nosotros sepamos, no —respondió Riker con una media sonrisa—. Puede que hayamos tardado más en llegar hasta donde estamos, y puede que hayamos cogido algunas sendas equivocadas por el camino, pero al menos lo hicimos a nuestra manera, sin entregarles el planeta a alienígenas predadores.
—¿Habría rechazado la Tierra una ayuda semejante en caso de que hubiese estado disponible? —inquirió Data.
—Probablemente no —contestó Picard—. Hace falta una poderosa voluntad para decir «no, gracias», cuando se presenta alguien y le ofrece a uno un atajo hacia el futuro. Aunque la historia humana presenta abundancia de ejemplos de cómo la debilidad se venció, haciendo acopio de fuerzas y esfuerzos propios, que luego no pasan factura.
El aire inexpresivo del rostro de Data hacía evidente que aguardaba información adicional antes de que su confusión quedara resuelta.
—¿Así que está usted diciendo que sería preferible rechazar una ayuda de ese tipo?
—¿Cómo se lo diría yo? En el mejor de todos los universos conocidos, carente de cualquier motivación negativa, una mano servicial siempre sería bienvenida. Por desgracia, no todos los seres superiores tienen las más puras de las motivaciones. A cambio de su ayuda podrían exigir un precio, y ese precio es con frecuencia demasiado alto.
—Y a veces —intervino Troi—, incluso cuando los motivos son desinteresados, la tentación de jugar a ser Dios resulta irresistible.
—Ahhh —dijo Data—. ¿Por eso ha adoptado la Federación la directriz de la no interferencia?
—Correcto —respondió Picard—. Los que redactaron esa directriz tuvieron la sabiduría de aplicar el viejo refrán de que el camino al infierno está pavimentado de buenas intenciones.
—Data, ¿qué otra información tenemos sobre las actividades nuaranas en este sector? —preguntó Riker.
—Han establecido colonias en varios planetas y planetoides deshabitados. En esos puestos avanzados utilizaban esclavos thiopanos.
Los ojos de Troi se abrieron de par en par.
—¿Esclavos?
—Sí. El gobierno se deshacía de los presos políticos thiopanos intercambiándolos con los comerciantes nuaranos como si fueran una mercancía más. Esto, evidentemente, tuvo lugar en un punto más tardío de la relación, cuando los recursos que los nuaranos valoraban comenzaron a escasear en Thiopa.
Troi parecía pasmada.
—¿Tras sólo cuarenta años estaban ya acabándose esos abundantes recursos thiopanos?
—Sí, consejera.
Riker sacudió la cabeza, incrédulo.
—¿Los thiopanos permitieron que los nuaranos saquearan su mundo, se comprometieron en algo como el comercio de esclavos… y la Federación todavía está dispuesta a considerar la formación de una alianza con esa gente?
—No suena prometedor, estoy de acuerdo —admitió Picard—. Eso es parte del motivo por el que estamos aquí: para hacernos una idea de si esas cosas son pasadas actitudes en el desarrollo de Thiopa, o una continuada pauta de comportamiento que pueda juzgarse cuestionable según los patrones de la Federación.
—Los thiopanos han solicitado nuestra ayuda —señaló Deanna Troi—, con pleno conocimiento de los principios que defiende la Federación. Y han roto sus relaciones con los nuaranos. Tal vez están pidiendo una segunda oportunidad.
—Sí. Por el momento, intentemos ver la situación desde el punto de vista de los nuaranos —dijo Picard—. Se encontraron en una galaxia llena de civilizaciones más avanzadas. No estoy seguro de que pueda culpárselos por su deseo de ser arrastrados al siglo XXIV, fuera cual fuere el precio.
Las regulares facciones de Riker se entristecieron.
—Algunos precios son demasiado altos, independientemente de lo que se obtenga a cambio.
—No nos corresponde juzgar a nosotros, número uno —replicó Picard—. Consejera Troi, denos el perfil psicológico de los nuaranos, por favor.
—Según nuestros patrones, muy extraños tanto psicológica como intelectualmente. Totalmente motivados por el deseo del propio progreso…
—Eso suena como a los ferengi —dijo Riker.
—Sólo hasta un cierto punto —contestó Troi—. Los ferengi son muy cautelosos, pero los nuaranos están dispuestos a correr grandes riesgos si tienen expectativas de grandes beneficios.
—¿El riesgo de atacar a una nave estelar, por ejemplo? —preguntó Picard.
Troi asintió.
—Ellos no operan según las reglas que usamos nosotros en lo social y político. Los comerciantes y diplomáticos que han mantenido contacto con ellos informan de que los nuaranos no siguen ningún tipo de regla reconocible o no sienten escrúpulo alguno respecto a cambiar las reglas existentes en su propia conveniencia. Es posible que no les importen las consecuencias de sus actos. También es posible que su proceso de pensamiento no abarque el concepto de consecuencia.
—Todo lo cual significa que, además de tener sobre nosotros la amenaza ferengi, vamos a tener que mantenernos en alerta constante mientras permanezcamos en las proximidades de Thiopa. No sabemos por qué los thiopanos rompieron relaciones con los nuaranos, pero ya ha quedado claro que los nuaranos no están dispuestos a aceptar que se los despida sin decir unas últimas palabras. —Picard retiró su asiento de la mesa y se puso en pie—. Gracias por sus opiniones. Pueden regresar a sus puestos.
—Capitán —dijo Troi—, me gustaría hablar unas palabras con usted y Riker.
Data salió al puente y Troi se encaró con el capitán y el primer oficial.
—Se trata del embajador Undrun. Percibo una profunda inseguridad por su parte.
Picard frunció el entrecejo.
—¿Qué clase de inseguridad?
—Como si tuviera la sensación de ser un farsante y temiese que los demás pudieran descubrirlo. Su inseguridad podría llevarlo a intentar compensarla en exceso, a disimular lo que él ve como sus propios defectos haciendo cosas que tal vez no serían lo que nosotros esperamos de él.
—Fantástico —comentó Riker—. ¿No sólo es insufrible… sino también impredecible?
Picard contrajo los labios.
—¿Está sugiriendo alguna clase de tratamiento preferencial para nuestro problemático señor Undrun?
—Estoy razonablemente segura de que no tendremos ningún problema importante con él mientras no lo acorralemos o abrumemos con acusaciones de incompetencia. Su historial en el desempeño de su trabajo es bueno.
—Lo que significa que si lo tratamos con cuidado —concluyó Picard—, podemos esperar que Undrun cumpla su tarea en Thiopa.
—Sí, señor. Sólo he pensado que deberían estar informados de que existía la posibilidad de que hubiera problemas.
—Gracias, consejera —dijo Picard.
Abandonaron la sala de reuniones y ocuparon sus asientos en el puente. Ahora la Enterprise estaba acercándose a Thiopa, y el planeta había crecido en la pantalla principal. No era un espectáculo bonito. Una bruma enfermiza de color marrón formaba una envoltura atmosférica en torno a Thiopa, y el continente principal estaba marcado por hendeduras dentadas abiertas en sus cadenas montañosas, de donde se habían extraído sin cuidado los depósitos minerales. Grandes extensiones boscosas habían sido taladas. Y a través de las intermitentes aberturas del aire sucio que amortajaba Thiopa, los ojos no tenían dificultad alguna para confirmar lo que los sensores registraban: el agua cargada de contaminación manchaba los mares thiopanos como un tumor en proceso de expansión.
—¿Está tan mal como parece? —preguntó Picard.
—Sí, señor —contestó Data—. Mientras estábamos reunidos, Wesley realizó una comparación con las lecturas de sensores recogidas en Thiopa hace veinte años.
—¿Su informe, alférez Crusher?
—Sí, señor. La atmósfera contiene ahora un quince por ciento menos de oxígeno, un veinte por ciento más de dióxido de carbono, y un setenta y cinco por ciento más de contaminantes industriales, entre los que se encuentran veinticinco cancerígenos conocidos y al menos una docena de desechos tóxicos. El agua revela más o menos lo mismo, y la temperatura media del planeta ha aumentado casi dos grados centígrados.
—Si Thiopa fuera un paciente humano —agregó Data—, su estado sería crítico.
El capitán Picard cruzó los brazos.
—¿Qué parte del desastre ecológico de Thiopa ha sido debido a la naturaleza misma, y qué parte fue causada por la mano de los propios thiopanos? —se preguntó—. Buen trabajo, alférez. Continúe en aproximación a órbita estándar… entre cuando esté preparado.
—Sí, señor.
Por el rabillo del ojo, Picard vio que Wesley sonreía para sí, claramente complacido por las palabras de elogio del capitán. También Data le dedicó a Wesley un alentador gesto de asentimiento.
Picard se volvió a medias hacia su primer oficial.
—¿Su valoración, número uno?
—Thiopa no tiene el aspecto de un lugar en el que me gustaría quedarme durante mucho tiempo.
—Estoy de acuerdo. Puede que, después de todo, su juicio sobre el precio del progreso pueda ser aplicable aquí.
—Puede ser, señor. Pero en este preciso momento, siento más curiosidad que otra cosa. ¿Qué fuerza puede impulsar tanto a un planeta hacia el suicidio antes de que sus habitantes clamen para pedir socorro?
Picard se retrepó en el asiento con expresión reflexiva.
—Pronto lo averiguaremos.