La mina había sido excavada descuidadamente en la ladera de la colina, y dejada como una herida bostezante cuando la mina fue abandonada, muda prueba del saqueo al que fue sometida Thiopa. Era una cicatriz permanente, abierta hasta una profundidad tal que dejaba a la vista roca sedimentaria de millones de años acumulada por las no menos indiferentes fuerzas de la naturaleza… o desgarrada por las indiferentes manos del hombre.
Todo eso podría haberle interesado a Will Riker en cualquier otro momento. En éste, sin embargo, sus únicas preocupaciones eran los siete helijets que se reagrupaban para volver a bombardear el punto desde el cual ya habían derribado a otras naves atacantes.
Riker y Mori se encontraban agazapados cerca del borde inferior de la vieja mina, ocultos por dos montones de roca que se unían para formar una especie de ángulo protector. Protector, pero lejos de resultar invulnerable. Hasta el momento, la puntería de Mori había sido milagrosa, pero Riker sabía que las probabilidades estaban en contra de que continuara teniendo éxito. Si hubiera tenido para ofrecer alguna alternativa viable al intento de derribar a otras siete naves aéreas del cielo, se habría alegrado de hacerlo. Pero no había ninguna otra escapatoria de este lugar. Era luchar o echar a correr. Riker temía que el resultado final de ambas posibilidades sería el mismo: los chamuscados restos de dos cuerpos ardiendo sin llama en el lugar en que habían estado acuclillados él y su certera acompañante.
Mori equilibró el lanzamisiles sobre el hombro y luego apuntó a un helijet que se dirigía hacia ellos.
—Si puedo darles a dos más, el resto huirá.
Antes de que ella pudiera hacer fuego, el helijet lanzó una descarga de disparos en dirección a ellos, haciendo saltar por los aires piedrecillas junto con polvo y obligándolos a cubrirse la cabeza hasta que cesó la terrosa lluvia.
—¡Número uno!
Ante el inconcebible sonido de una voz familiar y muy bienvenida, la cabeza de Riker se levantó de pronto.
—¡Capitán!
Otra ráfaga de disparos levantó una cortina de polvo y piedras. Riker se lanzó hacia un brazo de Picard y tiró de él hacia el suelo.
—¿Qué demonios está usted haciendo aquí, señor?
—Vengo a sacarlo de aquí. —Picard pulsó la insignia-comunicador prendida al pecho—. Enterprise, tres para ser transportados… ¡ahora!
—No —gritó Mori mientras se alzaba de la postura acuclillada y seguía con la mira de su arma a uno de los helijets que se precipitaba—. Déjeme disparar…
—¿Está loca? —gritó Riker.
Aferró el lanzamisiles con ambas manos y se lo arrebató… cuando los tres volvían entre fluctuaciones luminosas a la existencia en la sala del transportador de la Enterprise. Mori todavía estaba luchando para recobrar su arma, cuando la golpeó de forma repentina la conciencia del brusco cambio de entorno. Se quedó inmóvil… aunque sólo durante un breve instante. Entonces se irguió con una dignidad que sobrepasaba la edad que tenía.
—Podría haberlos derribado a todos.
Riker sacudió la cabeza con una combinación de alivio y diversión destellándole en los ojos.
—En mi sala de transportador, no. Capitán Picard, le presento a Mori.
Picard asintió con rigidez.
—¿Qué tal lo estaba haciendo?
—Tres de diez cuando usted me interrumpió —declaró Mori.
—Excelente. Número uno, no lleva usted su uniforme.
—Es una larga historia, capitán.
—Estaré deseando oírla… más tarde. —Se encaró directamente con Mori—. Me han dicho que es usted una joven dama con una determinación poco corriente.
Ella abrió la boca, pero Riker la silenció con una mirada.
—Yo se lo explicaré, señor.
Le recordó a Picard el caso de Evain, el moderno profeta que había revivido el movimiento nómada con sus escritos y prédicas.
—¿Qué tiene todo eso que ver con esta joven dama? —preguntó el capitán.
—Mori es la hija de Evain.
Mori explicó el resto.
—Y yo creo en todas las narraciones que he oído de prisioneros contando que han visto a mi padre vivo mucho después de que el gobierno dijera que había muerto.
—Ah, ya veo.
—Capitán —dijo Riker—, yo le hice la promesa de que intentaría averiguar si Evain está vivo o muerto.
—Hummm. ¿Qué lo impulsó a usted a hacerle una promesa semejante, número uno?
—No estoy seguro, señor. Supongo que me sentí impresionado por sus agallas, si bien no por su buen juicio. Me gustaría mantener la promesa, con su permiso.
—Se dará cuenta de que estamos caminando por una línea muy fina —le advirtió Picard.
—La Primera Directriz. Soy consciente de ello, señor. El conocimiento de que Evain está vivo podría, posiblemente, cambiar el equilibrio de poder de Thiopa; y si nosotros somos los responsables de eso… —su voz se apagó.
Picard exhaló el aire con lentitud mientras meditaba sobre las consecuencias.
—Deduzco que tiene usted algo en mente…
—Así es, señor.
Con los brazos cruzados sobre el pecho, Picard le dirigió a Mori una mirada severa.
—El comandante Riker no hace ese tipo de promesas a la ligera. Tampoco es impulsivo. Voy a permitirle que mantenga la palabra que le ha dado.
Mori le sostuvo la mirada sin acobardarse.
—Gracias, capitán.
—Vayamos a la enfermería —dijo Riker.
—¿La enfermería? —preguntó Picard.
—Voy a necesitar la ayuda de la doctora Pulaski para llevar mi idea a término.
—Eso suena a profanación de tumbas —dijo Kate Pulaski, encarada con el polvoriento trío dentro de su oficina.
—Profanación, no… sólo una especie de mirada furtiva —replicó Riker a la defensiva.
Pulaski alzó los ojos hacia los dos oficiales que la superaban en rango dentro de la Enterprise, y frunció los labios con aire de escepticismo.
—Vamos a ver si entiendo esto. Quiere que realice un sondeo genético de esta joven, luego me transporte al cementerio y sondee el interior de una tumba para ver si hay alguien en casa, como tan pintorescamente lo ha expresado usted, Will.
—Si hay un cadáver dentro de la tumba, podrá también hacer un sondeo genético del mismo para ver si coincide con el patrón genético de Mori —dijo Riker.
—Para ver si están emparentados. —La doctora sacudió sus rizos de color rojizo.
—¿Es algo técnicamente factible? —preguntó Picard sin disimular cierta impaciencia.
—Bueno, por supuesto que el sondeo genético nos dirá si existe un vínculo familiar. Pero dependiendo de qué material esté hecha la tumba, mi tricorder podría no ser capaz de penetrar en el interior.
—Pero si puede —insistió Riker—, ¿averiguaríamos lo que necesitamos saber?
Pulaski miró a Mori.
—Podremos determinar si es su padre quien está enterrado en la tumba, sí.
—En ese caso, lo intentaremos —decidió Picard—. ¿Dónde está esa tumba?
—En el parque monumental de guerra de Bareesh —respondió Riker—. ¿Sabe dónde exactamente, Mori?
—Yo nunca he estado en él, pero otra gente me ha dicho dónde se encuentra. Creo que podré hallarlo.
—¿Qué le hace pensar que usted va a transportarse a la superficie? —preguntó Riker.
Mori bajó los ojos; era una de las pocas veces en que Riker la veía manifestar algún tipo de vulnerabilidad.
—Por favor, déjeme hacerlo. Nunca antes he podido ir hasta allí, y puede que nunca más pueda hacerlo. Si mi padre está realmente enterrado en ese cementerio… —Hizo una pausa—. Para mí, significaría muchísimo… el poder decirle adiós.
—¿No va a hacer nada peligroso? —preguntó Riker.
—Lo prometo.
—Muy bien —dijo Picard—. Dele las coordenadas al jefe del transportador, número uno. Quiero que se transporten a la superficie vestidos con ropas thiopanas. Cuanto menos sospechas despierten, mejor.
—De acuerdo, señor. Hagamos una parada en los almacenes de la nave y acabemos con esto.
—Ah, número uno —lo llamó Picard, haciendo que se detuvieran en la puerta—. Lo felicito por haberse ceñido a la Primera Directriz. Si consiguen llegar a una conclusión definitiva en uno u otro sentido, sólo nosotros y Mori lo sabremos con seguridad. Y ella no podrá comunicárselo a nadie de Thiopa.
—Ésa era exactamente mi idea, señor.
—Espere —protestó Mori—. ¿Qué significa eso de que no podré comunicarlo?
La expresión de Riker no era demasiado amable, pero sí firme.
—Yo le dije que le hacía una promesa… entre usted y yo. No habrá ninguna constancia de nuestro descubrimiento, y no podemos ofrecerle nuestro testimonio para respaldarla.
La expresión de la joven nómada se entristeció, como si se sintiera engañada.
—Entonces, ¿de qué me sirve esto?
Picard se le acercó.
—Usted sabrá… con seguridad, según esperamos… si Evain está vivo o muerto. Será para su solo uso y conocimiento. Puede que le proporcione algo de paz… o puede que no. Pero la guiará en cualquier cosa que decida hacer a continuación. Si resulta que su padre está muerto, podrá continuar con su vida.
—¿Y si no está enterrado allí? Entonces, ¿qué?
Picard tendió ante sí las manos en gesto de incertidumbre.
—Entonces sabrá usted que el gobierno mintió sobre su muerte hace veinte años. Y tendrá una razón sólida para continuar la investigación acerca de su suerte.
—Eso es lo máximo que podemos hacer, Mori —dijo Riker—. Espero que sea suficiente.
—Es mejor que lo que nadie me ha ofrecido jamás —aceptó ella con un encogimiento de hombros de conformidad—. Supongo que tendré que arreglármelas.
Tres figuras ataviadas con ondosas túnicas provistas de capuchas anchas que les ocultaban la cabeza, parpadearon hasta materializarse en un sendero de guijarros del parque monumental de Bareesh. El sendero en el que se habían materializado era uno de la docena que irradiaban como rayos de sol de una plaza central con un edificio que tenía aspecto de oficina administrativa. Cada rayo estaba conectado con los demás por cortos caminos que subdividían cada segmento de la totalidad. Riker se dio cuenta de que se encontraban en un valle de suaves ondulaciones por las que ascendían los caminos y desaparecían de la vista. No quería pasar allí más tiempo del estrictamente necesario.
—Mori, ¿hacia dónde?
Por un momento, ella pareció perdida.
—Hummm… espere un minuto. Ya está… subiendo por aquí. Tenía que orientarme… no estoy habituada a transportarme a los lugares. Hace falta un segundo para identificar las direcciones.
Abrió la marcha por uno de los caminos y siguió hasta la mitad de una cuesta cubierta por los quebradizos restos de hierba privada de agua desde mucho tiempo atrás. Riker echó una rápida mirada a las lápidas y mausoleos. No había ninguna estatua representativa. En cambio, los thiopanos mostraban preferencia por las lápidas geométricas y los obeliscos.
Los pasos de Mori se hicieron más lentos al ver una pirámide blanca que se alzaba alta y majestuosa por encima de las tumbas que la rodeaban. Estaba hecha de mármol blanco, con un epitafio y unas fechas cinceladas en uno de los lados al nivel de los ojos.
—¿Qué dice? —preguntó la doctora Pulaski.
Mori guardó un amargo silencio. Cuando habló, tenía la voz cargada de incredulidad.
—«Evain - La Verdad de Thiopa Salvó Su Alma».
Riker le hizo un gesto a Pulaski y ella abrió el tricorder. Él intentó rodear a Mori con un brazo tranquilizador, pero ella se lo sacudió de encima y miró fijamente las palabras esculpidas como si intentara quemarlas hasta sumirlas en el olvido. Las palabras de quienes habían encarcelado a su padre por lo que había dicho y escrito. Palabras que constituían una burla de su vida y su memoria.
Pulaski apagó su tricorder.
—Hay alguien ahí dentro, ya lo creo.
Mori no la oyó. Dejó a Riker, rodeó la tumba y alargó una mano para tocarla.
—¡Eh! —llamó una voz desde el pie de la cuesta. Riker dio media vuelta y vio a un guardia que subía trabajosamente hacia ellos—. ¡Eh! —volvió a gritar—. Este sitio está cerrado. ¿Cómo han conseguido entrar?
Riker aferró a Mori por una muñeca, se metió una mano debajo de la túnica y pulsó su insignia-comunicador.
—Enterprise, aquí Riker. Activen.
Se materializaron en los seguros confines de la sala del transportador. Mori estuvo a punto de tropezar al descender por los escalones.
—Él está ahí dentro —murmuró con voz inexpresiva.
Kate Pulaski la cogió por los hombros, suavemente pero con firmeza.
—Mori, escúcheme. Todo lo que sabemos es que dentro de esa tumba hay un cuerpo. No sabemos si se trata de su padre.
—¿Quién otro podría ser?
—Podría tratarse de cualquiera —replicó Riker. Se encontraba molesto por el hecho de que ella estuviera tan dispuesta a abandonar la débil esperanza, tan dispuesta a olvidar lo mucho que desconfiaba del gobierno que había encarcelado a su padre hacía tantos años. Luego se reprochó el haber visto a Mori sólo de la forma en que ella quería que la vieran: una dura luchadora del desierto capaz de derribar a toda una escuadra aérea y más que dispuesta a morir en el intento. En este momento era una temblorosa joven abrumada por la posible realidad de la muerte de un padre al que apenas podía recordar. La expresión de Riker se suavizó—. Podrían haber enterrado a cualquier prisionero muerto y decir que era su padre.
—¿Quiere saberlo? —preguntó Pulaski.
Mori consiguió asentir con la cabeza.
—Tengo que saberlo.
—En tal caso, debemos regresar a la enfermería para que pueda obtener la identificación genética de usted y compararla con las lecturas que he obtenido de los restos del interior de la tumba. ¿Está preparada?
—Sí, doctora.
Picard estaba sentado en la sala de reuniones que daba al puente de la Enterprise, los codos apoyados sobre el escritorio, los dedos unidos en forma de cúpula y la mirada perdida en pensamientos lejanos. Con el regreso de Riker sano y salvo y la recuperación de Undrun, podría dejar atrás todo este mal asunto de Thiopa con la tranquilidad de que al menos todo el personal de su nave estaba intacto. A pesar de todas las valientes palabras acerca de que ni una sola persona era más importante que cualquier otra, y respecto a que todas las vidas de a bordo eran secundarias frente a la supervivencia de la nave y la mayoría de la tripulación, ningún oficial al mando podía aceptar la pérdida de un miembro de la tripulación o pasajero sin perder una parte de sí mismo, sin sentir que había fallado. «Soy responsable de cada una de las vidas de esta nave… y todas las vidas son sagradas». Durante un día más, por lo menos, ése era un conflicto interno contra el que no tendría que luchar.
También le complacía el haber establecido un diálogo, por incipiente que pudiera ser, con Lessandra y los nómadas. La gente más necesitada recibiría socorro, al menos en una cierta medida, con los envíos de comida y suministros que él había transportado al territorio de Endraya, azotado por la sequía. Pero el cabo suelto más difícil continuaba suelto: ¿qué iba a hacer él, si es que hacía algo, respecto a las dificultades a largo plazo que tenía Thiopa?
Data le había dado la seguridad de que sus proyecciones del nada prometedor futuro medioambiental de Thiopa contenían un 97,8876 por ciento de probabilidades de fracasar si ninguna de las variables menos halagüeñas se veía afectada por una corrección severa de carácter positivo. Y Picard había compartido la atónita reacción de Data ante lo que la doctora Kael Keat había admitido con prontitud. Data aún no conseguía entender el pasar por alto la verdad para reforzar un poder personal. Picard sí podía comprenderlo, pero eso no hacía que le resultase más fácil aceptarlo. Y la revelación de que la mayor responsable científica de Thiopa no pensara que las conclusiones incontestables de desastre irremisible fueran razones suficientes para cambiar su estrategia… la verdad, todo aquello no auguraba nada bueno.
Las regulaciones y leyes de la Flota Estelar y la Federación eran claras: no le correspondía a la Federación el decirle a ningún planeta cómo debía vivir… pero, a veces, algunas criaturas eran tan condenadamente estúpidas… Picard atajó ese pensamiento antes de que consiguiera emerger del todo. El acta de estipulaciones que él había jurado defender al aceptar su nombramiento en la Flota Estelar, limitaba sus acciones. Pero no le suprimía la conciencia.
Diario personal del capitán, suplemento.
Me enfrento con una decisión que es a la vez difícil y sencilla. A pesar de la paradoja, este tipo de decisiones son demasiado corrientes en este trabajo. La parte simple es la siguiente: Me siento moralmente obligado para con los actuales líderes de Thiopa —tanto con el gubernamental como con el de los nómadas— así como con los hechos tal y como sabemos que son; y a ofrecerles nuestra ayuda si ellos la solicitan. Después de eso, lo demás depende de ellos. Ésa es la parte difícil.
Todos los ojos se volvieron hacia Jean-Luc Picard cuando salió de la sala de reuniones. Ocupó su asiento entre Riker, ahora limpio y con su uniforme, y la consejera Troi.
—Tiene aspecto de haber tomado una decisión —comentó ella.
Él asintió.
—No le volveremos la espalda a una gente necesitada —dijo él con tranquilo valor—. A menos que nos obliguen a ello.
—¿Qué hay de la Federación, señor? —preguntó Riker—. No es probable que vayan a querer apoyar a un líder con un poder inestable.
—Bastante cierto, número uno; pero eso tendrá que decidirlo el consejo de la Federación, no un capitán de nave estelar con su primer oficial. Teniente Worf, abra dos canales de comunicación con Thiopa, por favor.
—Sí, señor. Canales abiertos.
—Enterprise a red de comunicaciones thiopana…
Una enérgica voz masculina le respondió.
—Aquí Thiopa, Enterprise.
—Les habla el capitán Picard. Me gustaría hablar con el soberano protector Stross.
—Por favor, permanezca a la espera, capitán Picard. —Un momento más tarde, la voz regresó—. Lo paso con el despacho del protector Stross… señal visual.
La pantalla principal del puente cambió de la imagen orbital del planeta al interior del despacho de Stross, donde el dirigente thiopano se encontraba sentado ante su escritorio. Junto a él se erguía el primer ministro Ootherai.
—Capitán Picard… Lamento que no hayamos conseguido averiguar nada sobre su oficial desaparecido.
—Nosotros hemos obtenido su libertad por parte de los nómadas.
Stross pareció impertérrito.
—¿Así que ha mantenido contacto directo con ellos, entonces? —observó con suavidad—. Aquí son considerados unos criminales terroristas, capitán. El que usted haya hablado con ellos no va a…
—Los detalles y consecuencias de ese contacto no constituyen el propósito de la presente comunicación. —El tono de Picard era directo y controlado.
—Ah. ¿Cuál es?
—Las consecuencias de la falta de consideración de Thiopa respecto a su propio futuro. Tengo que tomar una decisión: si entregarle o no a su gobierno el resto de las provisiones de emergencia. ¿Quiere esperar un momento, por favor? —No le dio a Stross la oportunidad de disentir—. Radio muda. —Aguardó un momento mientras Worf cerraba la parte auditiva de la señal—. Capitán Picard a Lessandra. Adelante, por favor.
Pasado un instante oyeron la áspera voz por los amplificadores.
—¿Es así como se hace funcionar esta cosa?
—Sí, lo es. La oímos, Lessandra —dijo Picard.
—Capitán, ¿consiguió rescatar a Riker con vida?
—Con vida e ileso. También hemos traído a Mori a bordo de forma temporal… por un asunto inacabado. Dentro de poco la transportaremos de vuelta a la superficie.
—Nos han enviado mensaje de Encrucijada para decirnos que ha enviado las provisiones que prometió. Es usted un hombre de honor, capitán… gracias. Nos encargaremos de que las reciban las personas que necesitan ayuda.
—Eso no era más que una fracción de lo que hemos traído para ayudar a Thiopa. Lo que hagamos con la ayuda restante depende de cómo responda usted a mi siguiente propuesta.
—Inténtelo.
—Le propongo una conferencia entre el soberano protector Stross…
—¡Nunca! ¡Jamás! —escupió Lessandra—. Una vez confié en él…
—No tiene por qué confiar en un enemigo para hablar con él —replicó Picard en tono vigoroso—. Ésta será una conferencia electrónica… ahora mismo. Teniente Worf, restablezca el segundo canal de audio. Soberano protector Stross, Lessandra… ahora pueden hablar directamente el uno con el otro.
La mirada de Stross era tempestuosa.
—Picard, si cree que puede forzarme con amenazas…
—Le pido disculpas por la rudeza, soberano protector. Tengo una propuesta, que le insto a aceptar. No implica riesgo ninguno para usted.
—¿Qué clase de propuesta?
—Que mantenga conversaciones con Lessandra.
—Stross no tiene más intención de hablar que yo —dijo Lessandra.
—Nosotros no tratamos con criminales —disparó Stross a modo de respuesta.
—No estoy pidiéndole que haga eso —aclaró Picard—. Con el fin de decidir cómo distribuir las provisiones de socorro enviadas por la Federación, tengo que presentarles antes a ambos una información de vital importancia. En interés de la imparcialidad… y de nuestros esfuerzos de permanecer neutrales en la disputa de ustedes… quiero que oigan la siguiente exposición simultáneamente. Cuando yo haya acabado, si uno, o ambos, no tienen nada más que decir, interrumpiremos las dos señales.
Hizo una pausa mientras se abría la puerta del turboascensor y de él salía el embajador Undrun.
—El futuro del mundo de ustedes está en peligro —prosiguió Picard—. ¿Es demasiado pedirles que los dos escuchen lo que tengo que decir?
Los hombros de Stross se alzaron con un encogimiento hostil.
—Yo escucharé.
—También yo. —La voz de Lessandra era igualmente antagónica.
Picard les dio las gracias, se llenó los pulmones de aire, y citó la letanía de hechos y proyecciones que Data había consignado en su informe. El efecto invernadero, sus causas y consecuencias; la catastrófica situación provocada en el agua y el aire; la salvaje expoliación de los recursos no renovables; la destrucción de bosques y otros elementos naturales que constituían una protección contra la ruina del medio ambiente… todo lo cual llevaba a una conclusión ineluctable: si los thiopanos no cambiaban su forma de hacer las cosas y aprendían a cooperar y a vivir en armonía con la naturaleza, su civilización se enfrentaba con el colapso seguro. La Federación podía ayudar a evitarlo, si dicha ayuda le era solicitada.
Cuando acabó, Picard se sentía cansado. Había sido franco, pero creía que no existía ninguna otra forma de transmitirles la gravedad de la situación ni de obviar las posturas políticas que esperaba por parte de ambos líderes.
Durante su conferencia, la doctora Kael Keat se había reunido con Ootherai en el despacho de Stross. Ella fue la primera en responder.
—Nosotros no discutimos los hechos que ha expuesto, capitán Picard; y, como le comenté al teniente Data, somos conscientes de los errores del pasado y de los problemas que éstos le han causado a nuestro mundo.
Picard se repantigó en su asiento.
—¿Pero discute usted nuestros hallazgos?
—Sí, lo hago. Están basados en un conocimiento limitado del trabajo que hemos estado llevando a cabo. Mucho antes de que se produzca el colapso medioambiental que está prediciendo, nosotros habremos enmendado nuestra forma de hacer las cosas. También habremos dominado los misterios de la naturaleza. Tendremos su control.
—Doctora Keat… —comenzó a decir Data.
Pero Picard lo interrumpió.
—Teniente Data, ocúpese de su puesto. Es…
Data se volvió rápido con una mirada de confusión.
—Pero, capitán, eso no es…
—No nos corresponde a nosotros contradecir a la doctora Keat. —Volvió a dirigirles la palabra a los thiopanos—. ¿Qué sucederá si sus científicos no pueden crear ese milagro de control meteorológico, soberano protector Stross?
—No hemos llegado hasta donde estamos por el sistema de dudar de la ciencia, capitán Picard.
—Antes confiamos en los de fuera de nuestro planeta —agregó Keat—, y eso nos llevó al borde de la catástrofe, capitán. Nunca más dejaremos que los de fuera nos digan qué hacer.
—¿Qué dice usted, Lessandra? —preguntó Picard—. ¿También usted cree que Thiopa no corre ningún peligro?
—¿Y qué si lo corre? El colapso de la civilización de ellos es lo que nosotros queremos. Si nosotros no podemos hacer que suceda, esperaremos a que el Mundo Madre los castigue. Entretanto, podemos defendernos… y cuando ella tome venganza por los estragos causados por otros, nosotros continuaremos estando aquí. —La voz de la anciana era calma, casi imponente por su tranquilidad—. Nosotros somos cuidadores, no conquistadores.
Stross no pudo contener su furia. Se levantó de su asiento.
—¡He oído eso, Lessandra!
—Ya lo sé.
—No podéis detener la unificación… no podéis interponeros en nuestro camino. No podéis impedir que construyamos un futuro en el que vuestro Mundo Madre pueda amenazarnos —bramó Stross.
Cuanto más se encolerizaba Stross, más plácida se hacía la voz de Lessandra.
—Nosotros poseemos el poder porque tenemos la sensatez de mantener intacto el círculo.
—¡Vosotros y vuestro círculo!
—Ya hemos oído bastante —tronó el capitán Picard. Cuando amainó el altercado, él continuó con voz áspera por la desesperanza—. No nos dejan otra opción que dejarles librados a su propia suerte.
—¿Qué pasará con el resto de las provisiones de socorro? —quiso saber Lessandra.
—Puesto que resulta evidente que los dos bandos son incapaces de comprometerse o cooperar siquiera en pequeña escala, transportaré la mitad de las provisiones de socorro a manos de su gente, Lessandra, y la mitad a la suya, soberano protector Stross.
—Capitán —protestó Stross—, yo soy la máxima autoridad del gobierno de este mundo.
Lessandra hizo caso omiso de la rabiosa afirmación de su oponente.
—Sabía que era usted un hombre honorable, capitán.
—Esto no tiene nada que ver con el honor. De eso parece haber demasiado poco en Thiopa —dijo Picard con tristeza—. No estamos haciendo más que cumplir con nuestra misión de la única forma factible.
—Enviaré una protesta oficial a la Federación —prosiguió Stross.
De repente, Frid Undrun habló mientras avanzaba hasta el centro del puente y se detenía junto a Picard.
—Siéntase en libertad de hacerlo, soberano protector Stross. Pero yo soy el enviado autorizado del ministerio en este asunto, y estoy completamente de acuerdo con el juicio del capitán Picard.
—Usen con sabiduría lo que les damos —agregó Picard con tono fatigado—. Dudo de que vaya a haber más.
—La Federación no nos dejará morir de hambre. Ustedes nos necesitan —se mofó Stross.
—Tal vez. Pero yo no apostaría mi futuro a eso. Transportaremos las provisiones a la superficie dentro de una hora. Después de eso, abandonaremos la órbita. Corto.
Con las comunicaciones cortadas, la pantalla volvió a presentar la brumosa faz de Thiopa. Riker estiró sus largas piernas y se repantigó.
—Ahí tiene una visión que no echaré de menos.
—Tampoco yo, número uno.
Riker se volvió ligeramente.
—Worf, encárguese de la transferencia de nuestro cargamento a Thiopa.
—De inmediato.
Picard se puso en pie ante el embajador Undrun.
—Gracias por su apoyo.
—Gracias a usted por su paciencia —respondió Undrun con cordialidad.
—Número uno —dijo Picard—, creo que tenemos otro asunto del que debemos ocuparnos.
El primer oficial se puso en pie.
—¿A la enfermería, señor?
Picard respondió con un asentimiento de cabeza y ambos subieron por la rampa.
—Data, el puente es suyo.
Cuando la puerta del turboascensor se cerró, quedaron aislados de la actividad del puente, Picard dijo:
—¿Qué le recomendaría usted a la Federación con respecto a Thiopa?
—Creo que la Federación debería buscar en otra parte a un aliado fiable.
—Estoy de acuerdo —observó Picard—. Aunque es una verdadera tragedia el futuro de este mundo.
—Bareesh todavía no está sintiendo realmente el dolor. Quizá cambien de idea cuando las cosas empeoren.
—Tal vez. ¿Pero habrá algún día algo que haga que los nómadas cambien la suya?
Llegaron al despacho de la doctora Pulaski y se encontraron con Mori paseándose nerviosamente en solitario.
—¿Dónde está la doctora? —preguntó Riker.
Antes de que Mori pudiera responder, Pulaski entró procedente del laboratorio.
—Aquí mismo.
Todo el cuerpo de Mori se puso rígido a causa de la expectación reprimida.
—¿Sabe si…?
La boca de Pulaski se suavizó con una sonrisa tranquilizadora.
—No es el cuerpo de su padre el que está en esa tumba.
La joven nómada exhaló sonoramente y se dejó caer en el asiento más cercano. Los tres oficiales de la nave estelar la rodearon con el rostro surcado de preocupación.
—Pensaba que se sentiría contenta de oírlo —comentó Pulaski.
—Y me siento contenta, en un sentido —repuso Mori con una vocecilla apenas audible—. No está enterrado en esa pirámide… pero aún podría estar muerto. —Se interrumpió; sus ojos manifestaban confusión y algo inesperado: vergüenza.
Riker lo vio con claridad.
—Hay algo más que la inquieta… Sea lo que fuere, es correcto.
Ella sacudió la cabeza con vigor.
—No, no lo es. —Buscó las palabras adecuadas, cualquier palabra. Cuando las encontró, éstas fueron susurradas—. Una parte de mí abrigaba la esperanza de que fuera Evain quien estaba enterrado allí. En ese caso, al menos había tenido la certeza de saberlo. —Los hombros comenzaron a temblarle, pero ella impuso su control sobre el torbellino de emociones que giraba en su interior—. Así que no lo sé. Pero lo averiguaré.
—Yo creo que lo hará —dijo Picard mientras la ayudaba a levantarse con una mano paternal—. Dejaremos la órbita dentro de poco. Es hora de enviarla a casa.
Flanqueada por los dos oficiales superiores de la Enterprise, Mori se detuvo en la puerta de la enfermería.
—Doctora Pulaski… gracias.
—No hay de qué. Y buena suerte.
De camino hacia la sala del transportador, vieron al larguirucho Wesley Crusher y al diminuto Frid Undrun que avanzaban hacia ellos por el curvado corredor.
—Embajador Undrun —dijo Riker—, no he tenido oportunidad de darle las gracias.
—¿Por qué?
—El capitán Picard me ha contado cómo usted intentó conseguir que los nómadas me dejaran en libertad. Hacen falta muchas agallas para ir ahí abajo en solitario. No mucho cerebro… pero sí muchísimas agallas. —Le sonrió.
Mori le tiró a Riker de una manga.
—¡Eh! Eso es lo mismo que dijo usted de mí.
—Bueno, es que ustedes dos tienen algo en común… la testarudez.
—Es una buena cualidad —argumentó Undrun con voz tonante. Luego sonrió y agregó—: Cuando se la atempera con un poco de sentido común. En cualquier caso, sea bienvenido Riker.
—Creo que lo juzgué mal, señor embajador.
—No, no lo hizo —replicó Undrun al tiempo que sacudía la cabeza—. Pero me he dado cuenta de algo que tendría que haber sabido antes: no todos los obstáculos pueden ser obviados con un análisis de computadora y un estudiado plan de cinco años.
Riker le dedicó una ancha sonrisa.
—¿Cree que podrá nutrir esta sabiduría recién hallada?
—Tengo planeado hacerlo. Debo habituarme al concepto de que la experiencia es algo de lo que debe aprenderse, no sólo archivarla en los informes de misión.
—Vamos, embajador —le instó Wesley—. Llegaremos tarde.
—¿Tarde? —Las cejas de Picard se alzaron—. ¿Para qué?
—Wesley me ha invitado a darle una conferencia a su clase sobre los problemas en los contactos entre diferentes culturas. Tal vez puedan aprender de mis errores.
Wes tiró del diminuto diplomático y echó a andar mientras decía:
—Los conferenciantes invitados no son amonestados por llegar tarde… ¡pero yo sí!
Una vez hubieron llegado a la sala del transportador, Mori saltó a la cámara de transporte impulsada por un claro propósito.
—No veo la hora de regresar. Tengo mucho trabajo que hacer.
—Recuerde lo que acaba de decir el embajador —le aconsejó Riker.
—¿Respecto a aprender de la experiencia? Lo haré.
—Va a regresar a un mundo peligroso.
—Lo sé.
—Su propia gente podría no darle el apoyo que necesita para hacer lo que quiere.
—Entonces, lo encontraré en alguna otra parte. —Ella sonrió—. Y tal vez encontraré también a mi padre.
Riker asintió.
—Tenga cuidado ahí abajo.
—Lo tendré —repuso ella—. Y gracias, a los dos.
El jefe del transportador O’Brien entró las coordenadas.
—Preparado, señor —le anunció a Picard.
—Active —dijo el capitán.
O’Brien volvió a pulsar el panel de control, y Riker observó la silueta de Mori que se desvanecía, hasta que hubo desaparecido. La vida de la muchacha no había sido fácil, y las probabilidades contrarias a que encontrara a su padre y consiguiera la libertad de éste eran demasiado elevadas para calcularlas.
Sin embargo, cualesquiera fuesen las pruebas con las que aún tenía que enfrentarse, Riker tenía la sensación de que Mori se mantendría firme.