Undrun se hallaba de pie en una inclinada duna situada ante los riscos que guardaban el cañón de los nómadas, donde corpulentos centinelas asomaban contra el cielo de carbón. El sol naciente apenas había comenzado su jornada, y Undrun agradeció el contar aún con el manto de la oscuridad para ocultar su llegada.
No tardó mucho en alcanzar la estrecha abertura que mediaba entre los riscos. Undrun se sorprendió de lo entusiasmado que se sentía allí, en solitario, mientras atravesaba un desierto alienígena, dando un osado paso hacia la solución de problemas para los que no había ningún procedimiento ministerial aprobado. Su estómago gruñó, descontento por el desayuno que se había saltado, pero éste no era momento de detenerse a pensar en comida. Avanzó a través del paso, traspasando el invisible umbral que conducía al interior del barranco. En su férrea determinación, no vio nada más que la polvorienta senda que lo llevaría hasta los nómadas.
Justo entonces, sin previo aviso, un lazo de fuerte cuerda arrojado desde lo alto le pasó por la cabeza y se deslizó hasta su pecho, punto en el que tiraron de él de forma repentina y lo tensaron, levantándolo del suelo. Tenía la parte superior de los brazos sujeta contra el cuerpo, pero las manos estaban libres y él intentó soltarse. Antes de que pudiera hacerlo, tuvo encima a dos nómadas que le ataban las manos y pies y lo arrojaban sobre una camilla hecha con una manta. La dura caída lo dejó sin aliento, y él consiguió inspirar el aire suficiente como para hablar.
—Soy… soy Frid Undrun —dijo jadeando. Realizó unas cuantas trabajosas inspiraciones más antes de poder seguir—. Con la Federación… la Enterprise… tengo que ver a Lessandra…
—Allí es donde irás —dijo Durren a la derecha de Undrun.
Mikken sujetaba el otro lado de la manta.
—Uno se marcha… otro cae.
—¿Qué quiere decir?
—Ya lo sabrá.
—He venido a negociar por Riker.
Mikken y Durren se miraron el uno al otro y estallaron en carcajadas. Undrun frunció el entrecejo con confusa frustración.
—¿Por qué les resulta divertido? Yo… yo tengo comida, provisiones, todo lo que ustedes necesitan. —Cuando se dio cuenta de que hacían caso omiso de él, Undrun guardó silencio.
—Al menos éste es ligero —comentó Mikken mientras lo levantaban del suelo y comenzaban a subir hacia el cañón.
La puerta del turboascensor se abrió de golpe y el capitán Picard entró en el puente. Se encaminó a zancadas directamente hacia el puesto de la teniente White, emplazado en el nivel superior.
—Informe, teniente.
—La alférez Trottier fue encontrada sin conocimiento en la sala del transportador dos.
La boca de Picard se contrajo en una estrecha línea. Este día no estaba empezando bien. Pero permaneció en silencio, permitiendo que White continuara.
—Ha sido llevada a la enfermería, así que todavía no sabemos qué sucedió. Hemos obtenido las coordenadas del transporte de la memoria de la unidad. Alguien se ha transportado al desierto del Sa’drit, señor. A medio kilómetro de Cañón Santuario en concreto.
Mikken y Durren llevaron a Undrun sendero arriba hasta la Ciudad de Piedra, donde encontraron a Lessandra en su árida huerta. Estaba en medio de una amarga discusión a gritos con Glin. Jaminaw se encontraba mansamente de pie detrás de Glin, a la cual le proporcionaba un exiguo apoyo siempre que conseguía reunir el valor para hablar. Ambas mujeres guardaron silencio cuando Durren y Mikken se acercaron y pusieron al embajador de pie como si fuera una estatua, entre ellos, con los pies aún atados.
Lessandra se apoyó en la muleta y le echó una glacial mirada al pequeño noxorano que se erguía en toda su estatura… lo cual aún lo dejaba una cabeza por debajo de la diminuta líder nómada.
—¿Quién demonios es éste? —exigió saber ella.
Durren le dio un codazo a Undrun, y luego tuvo que estabilizarlo cuando el diplomático se tambaleó a causa del empujón.
—Hable.
Undrun se aclaró la garganta reseca. Quería que su voz retumbara; necesitaba impresionar a aquella gente, y rápido.
—Soy Frid Undrun, embajador del Ministerio de Ayuda y Socorro de la Federación. Tengo entendido que usted es Lessandra.
—Tiene entendido bien. ¿Qué quiere?
—Quiero ayudarles.
La única respuesta de la mujer ante eso fue un bufido despectivo.
Tanto si el auditorio era hostil como si no, Undrun prosiguió.
—De verdad que estoy aquí para ayudarles.
Lessandra no le dio ninguna respuesta verbal. Pero unas arrugas de escepticismo se le formaron en la frente y su ojo sano concentró toda su suspicacia en aquel alienígena bajito.
—Dígale para qué ha venido —dijo Mikken con una risa tonta.
Undrun le echó una mirada abrasadora y luego volvió los ojos hacia Lessandra.
—He venido aquí a negociar por el comandante Riker. Yo tengo acceso a…
Antes de que pudiera continuar, Lessandra estalló en una breve risa sonora.
Undrun hubiera querido dar un pisotón para enfatizar su enojo, pero era claro que no podía.
—¿Por qué todos los de aquí piensan que eso es tan divertido?
Ahora, incluso Glin y Jaminaw estaban sonriendo.
—¿Qué, exactamente, está dispuesto a darnos a cambio de él? —preguntó Lessandra permitiéndose una sonrisa.
—Comida, medicamentos, herramientas que los ayuden a ser autosuficientes, que les permitan cultivar lo que necesitan para sobrevivir.
—Bueno, desde luego que es una oferta atractiva. Sólo existe un pequeño problema técnico.
—¿Qué?
—Nosotros no tenemos a su primer oficial.
—¿Qué…? Pero fueron ustedes, los nómadas, quienes lo secuestraron.
—Yo no estoy diciendo que lo hiciéramos o lo dejáramos de hacer.
—Si ustedes no lo tienen, ¿quién lo tiene?
—Una muchacha muy estúpida. —Frunció los labios adoptando un aire pensativo—. Aunque, gracias a usted, señor embajador, tenemos otro rehén.
—Oh, no, ustedes no pueden…
—Es posible que sea usted aún más importante que un humilde oficial.
Undrun sacudió la cabeza.
—No. Para el capitán Picard, no lo soy. Dudo muchísimo de que esté dispuesto a hacer trato alguno por mi rescate.
Picard se deslizó en el asiento de mando.
—Picard a embajador Undrun. —No hubo respuesta—. ¡Picard a embajador Undrun! —Sin contener la impaciencia, tamborileó con los dedos sobre el posabrazos del asiento. Cuando habló, esa impaciencia se advertía en el tono de su voz—. Computadora, ¿está Undrun en sus habitaciones?
—Negativo.
—Compruebe su localización. ¿Dónde está?
—El embajador Undrun no se encuentra en la Enterprise en estos momentos.
Los hechos estaban encajando, muy para disgusto de Picard.
—Enfermería, aquí el capitán. ¿Ha recobrado ya el conocimiento la alférez Trottier?
—Aquí la doctora Pulaski. Así es. Estoy con ella, y parece encontrarse bien.
—Me alegro de saber que está usted ilesa, alférez —dijo Picard—. ¿Qué le sucedió ahí abajo?
—El embajador entró a formularme algunas preguntas sobre transporte de carga. Lo siguiente que recuerdo es despertar en la enfermería, señor.
—¡¿Él la atacó?!
—«Atacar» no es exactamente la palabra que yo emplearía, señor. Tiene que haberse deslizado a mis espaldas. Lo último que recuerdo es sentir sus manos en el cuello y la cabeza.
—Gracias, alférez. Regrese a su puesto cuando la doctora Pulaski le dé el alta. Corto. —El capitán sacudió la cabeza—. Nuestro embajador Undrun parece tener talentos ocultos.
—Capitán —dijo Data—, el embajador mencionó haber practicado artes marciales cuando era niño.
—Por lo que parece, recuerda bien esas lecciones. Teniente White, examine los monitores de operación de misiones. ¿Cuál es la actual situación de Undrun?
Ella asintió y se inclinó sobre la consola mientras sus dedos corrían a toda velocidad por el teclado.
—Localizando…
Picard aguardó con los brazos cruzados.
—Está en la superficie de Thiopa, señor. Tiene su comunicador. Funciona con normalidad y él está vivo.
—Puede que yo altere ese estado personalmente —masculló Picard para sí.
Undrun estaba una vez más haciendo lo que parecía hacer mejor: causar complicaciones. ¿Por qué narices habría dejado inconsciente a la técnica del transportador y se habría transportado al planeta sin comunicarlo como exigía el procedimiento?, se preguntó el capitán. Semejantes actos parecían completamente impropios de él pero, por otra parte, ¿cuánto sabían en verdad sobre Undrun? «Maldición, maldición, maldición… ¡No sólo Will Riker está perdido ahí abajo, sino también ese enfurecedor pedante enano de cuya seguridad soy responsable!»
Picard se levantó y paseó por el perímetro frontal del puente.
—Data, realice un sondeo completo de Cañón Santuario. Al parecer, ése era el punto de destino de Undrun. Utilice la señal de su insignia-comunicador como referencia. Determine dónde está, quién está con él y cuántos thiopanos hay allí.
Con su acostumbrada eficiencia, Data acabó la tarea con rapidez. A petición de Picard, expuso los resultados en la pantalla principal, superpuestos sobre un mapa a escala del cañón.
La cara cubierta de niebla de Thiopa fue reemplazada por una parrilla cartográfica de líneas verdes. La computadora proyectó una imagen aérea bidimensional del cañón, que mostraba con toda claridad un estrecho barranco que conformaba la única ruta de entrada, la cuenca del cañón mismo, el saliente en el que se asentaba la Ciudad de Piedra, y todos los riscos y picos circundantes. Data tecleó una orden en su terminal y unos cientos de diminutos puntos azules aparecieron dentro y en los alrededores del cañón, tan concentrados dentro de la Ciudad de Piedra que se unían entre sí hasta formar una mancha. Luego un solo punto rojo destelló en el centro del parche azul.
—Explíquese, Data —pidió Picard en tono apacible, de pie, justo a un lado de la pantalla.
—Los puntos azules representan a los individuos thiopanos, basándonos en las lecturas que los sensores recogen de sus signos vitales. Hay trescientos setenta y nueve thiopanos en los alrededores del cañón.
—¿Cuántos están en esta área? —preguntó Picard al tiempo que señalaba la concentración azul.
—Trescientos tres, señor. Ésa es la zona habitada que los nómadas llaman la Ciudad de Piedra.
—¿Y el punto rojo?
—Es el embajador Undrun.
—¿Alguna señal de Riker en esa área inmediata?
Data negó con la cabeza.
—No, señor.
—Capitán —dijo Worf—, creo que es factible transportarse allí con un grupo de seguridad.
—¿Necesito recordarle —replicó Picard con tono severo—, que esa gente posee armas avanzadas? ¿Y que parecen ser muy capaces de utilizarlas, a la vista del hecho de que han conseguido mantener a raya a oponentes que los superan enormemente en número?
—Soy consciente de eso, señor, pero tendremos el elemento sorpresa de nuestra parte. Con las armas fásicas ajustadas para desmayar, podremos iniciar una acción.
—¿Transportarse con las armas fásicas disparando, señor Worf? —preguntó Picard—. ¿Cuál sería el propósito de una estrategia semejante?
—Asegurar la posición, rescatar al embajador y utilizar el área como base de operaciones desde la cual continuar la búsqueda del primer oficial Riker.
—¿Opiniones? —dijo Picard mirando a Data e invitándolo mediante un alzamiento de las cejas a hacer algún comentario.
—Para rescatar al embajador Undrun —comenzó a decir Data—, simplemente tenemos que fijar el transportador sobre la señal monitora de su comunicador y traerlo a bordo. Es dudoso que podamos conseguir asegurar la posición, debido a la naturaleza del terreno. Es probable que haya muchos puntos de escondite a disposición de los nativos, que están familiarizados con el entorno. Nuestras armas estarán ajustadas para no ser letales, pero probablemente las suyas no lo estén. Los nómadas nos considerarán invasores, y el riesgo de bajas entre los miembros del grupo de seguridad parece ser inaceptable cuando se lo compara con lo que podría conseguirse.
El capitán se volvió a mirar a Worf.
—¿Diría usted que la repentina llegada de una numerosa fuerza armada linda con un acto de confrontación, señor Worf?
—Sí, señor —fue la renuente respuesta—. ¿Debo transportar al embajador a bordo?
Picard regresó a su asiento.
—Todavía no. Fue idea suya, por estúpida que resulte, el transportarse a la superficie. El hecho de que aún continúe con vida indica que al menos les ha picado la curiosidad a los nómadas. Abra un canal.
—Canal abierto, señor —dijo Worf.
—Hagámosles una llamada. Enterprise al embajador Undrun…
Lessandra y los otros clavaron miradas fijas en el diplomático atado. La voz volvió a manar del interior de su ropa.
—Enterprise al embajador Undrun.
—Conteste —le ordenó Lessandra.
—No puedo. Tengo que activar la insignia-comunicador. La llevo prendida en la camisa.
—Durren, sácala.
Durren le abrió la chaqueta de un tirón y encontró el emblema en el pecho de Undrun. Lo cogió y sostuvo en la mano.
—¿Y bien…?
—Presione la parte delantera —indicó Undrun.
La teniente White miró a Picard desde el otro lado del puente.
—El comunicador ya no lo tiene Undrun. Estoy recibiendo lecturas desconocidas.
Los largos dedos de Data danzaron por su teclado.
—Un thiopano, capitán.
—Aquí Undrun, capitán Picard —dijo la voz procedente de los altavoces del puente.
—Señor embajador —respondió Picard en tono gélido—, me sorprendí mucho al descubrir esta mañana que usted no estaba en la nave. ¿Le importaría explicármelo?
—Tengo autorización para seguir todos los caminos disponibles con el fin de llevar a cabo mi misión aquí.
—¿Y ha dado frutos ese camino en particular? —Picard se erizó ante la imperiosa actitud de la respuesta de Undrun.
—Eh…, no; no exactamente. —La arrogancia había desaparecido—. De hecho, me vendría bien un poco de ayuda, capitán.
—¿Se encuentra en algún peligro?
Se produjo un momento de vacilación.
—No, realmente no.
—¿Entonces no quiere usted que lo transportemos a bordo? Podemos hacerlo. Tenemos determinado su emplazamiento.
—No…
—Muy bien. ¿Están con usted los líderes de los nómadas?
—Sí, capitán.
—¿Cuál es su situación exacta, señor Undrun?
—Yo… eh… soy un huésped de los nómadas.
—¿No se encuentra en ningún peligro?
—Ya le he dicho que no, capitán. —Undrun bajó la mirada hacia sus pies atados—. Pero no tengo precisamente libertad para marcharme.
—¿Quién está al mando ahí abajo? —preguntó Picard.
—Ésa sería Lessandra.
—Me gustaría hablar con ella, si fuera posible.
Undrun la miró directamente a los ojos.
—¿Es posible?
—¿Qué tengo que hacer? —preguntó ella.
—Sólo hablar.
—Capitán Picard —dijo ella—, aquí Lessandra.
—Por el lenguaje diplomático del embajador Undrun he deducido que él es de hecho un prisionero de ustedes. Me gustaría señalar que, por temerario que haya sido al transportarse solo hasta ahí, sin decírmelo a mí ni a nadie de esta nave, ha demostrado una valentía considerable. Ustedes son conscientes de que podría habernos pedido que lo transportáramos fuera de ahí ahora mismo, y que nosotros podríamos haberlo hecho antes de que ustedes pudieran causarle daño ninguno.
—Lo he supuesto, capitán.
—Pero no lo ha hecho. Espero que tomen eso como una señal de buenas intenciones. Él quiere en verdad ayudarles.
—Consideraré esa posibilidad, capitán.
—Sabemos que su parte del planeta ha sido la más seriamente afectada por la sequía. Eso significa que ustedes son la gente que más se beneficiará de las provisiones que ha traído la Enterprise.
—Capitán Picard —dijo Lessandra—, creo que está bien enterado de cuál es la situación política aquí abajo.
—Estamos recibiendo una rápida instrucción.
—En ese caso sabe que Stross hará todo lo que pueda para impedir que algo de sus suministros llegue a manos de nuestro pueblo. Su meta es la de asimilarnos por el procedimiento de la unificación… o eliminarnos mediante el asesinato y la inanición. Nosotros planeamos no permitirle ninguna de las dos cosas. Conocemos esta tierra. Si Stross envía una fuerza militar para que nos derrote, nos dispersaremos como arena al viento y luego nos reagruparemos y golpearemos como una tormenta cuando sea el momento propicio. Pueden intentar matarnos de hambre, pero nosotros sabemos que todo el mundo está sufriendo los mismos cambios de clima. Y nadie de Thiopa es más capaz de sobrevivir a un desastre semejante que nosotros, los nómadas.
—Pero, Lessandra, hay otras posibilidades además del apocalipsis.
—¿Las hay? ¿Esa mediación de la que habló su primer oficial…?
—Sí. Riker les dijo la verdad. Nosotros no podemos obligar a su gobierno a que cambie, pero sí podemos intentar reunir a los dos bandos para que negocien por la mutua supervivencia.
—¿Qué gana usted con eso?
—Nada. Esa mediación es parte de la misión que tiene esta nave.
—Riker dijo que usted no negociaría por su libertad. ¿Es eso cierto?
—Sí, lo es.
—Si nosotros le devolviéramos a Riker, ¿por qué iba usted a molestarse en ayudarnos?
—Porque la Federación cree profundamente en el derecho de todas las formas de vida a escoger el modo en que desean vivir, libres de cualquier dominación. ¿Puede devolvernos al primer oficial Riker?
—Nosotros no lo tenemos.
—¿Pero saben quién lo tiene?
—Tal vez sí, tal vez no.
—¿Qué tendríamos que hacer nosotros con el fin de conseguir que nos ayudaran a traer a Riker de vuelta sano y salvo?
—Pensaba que había dicho que no negociaría.
—Tal vez lo que me pidan sea algo que yo pueda proporcionarles.
Lessandra consideró sus opciones.
—Baje aquí y hable con nosotros.
Picard alzó una ceja.
—¿Con qué propósito?
—Para demostrar que lo que dice, lo dice en serio, que no hay engaño. Yo garantizo su seguridad. Como usted mismo ha señalado, su nave puede transportarle fuera de aquí en un segundo. Pero no creo que nosotros le importemos lo bastante como para…
—Estaré ahí abajo dentro de pocos minutos —dijo Picard con tono imperturbable.
—Seguro que vendrá con un grupo armado —le provocó Lessandra.
—Solo y desarmado.
—Lo creeré cuando lo vea.
—En ese caso, lo creerá dentro de poco. Por favor, quédese donde está. Usaremos estas coordenadas. Corto.
Picard vio que toda la tripulación del puente tenía la vista clavada en él, incluida la consejera Troi que había entrado silenciosamente durante la conversación con la thiopana. Worf fue el primero en expresar su desacuerdo.
—Señor, como su jefe de seguridad, le insto a que lo reconsidere. Si están mintiendo, podrían herirlo o matarlo antes de que pudiéramos transportarle y sacarle de apuros.
—Worf, es evidente que yo tengo una mayor confianza en sus reflejos, que usted.
—Riker no permitiría que usted se transportara a una situación con tantos factores desconocidos, señor —observó Data.
—Y como mi oficial superior en ausencia de él, se exige que usted exprese sus opiniones como lo haría Riker si estuviese aquí.
—Correcto, señor.
—Pero, de hecho, él no está aquí —señaló Picard—. Creo que los nómadas tienen una condenada buena idea de dónde está. Y, como capitán, la decisión final es mía. Consejera Troi, le toca a usted el turno de sugerir que lo reconsidere.
—Hay riesgos en esto, pero el puesto de capitán los lleva implícitos. Percibo que Lessandra se muestra cautelosa respecto a nuestra presencia. Duda de que podamos hacer realmente algo para mediar en el conflicto thiopano… pero parece sincera por lo que hace a garantizar su seguridad.
Picard asintió.
—Gracias a todos por sus opiniones. Tengo que cumplir con una promesa. —Se encaminó hacia el turboascensor de popa y transpuso las puertas abiertas—. No le quite la vista de encima a mi canal, teniente Worf. Si algo saliera mal, mi suerte está en sus manos. —Con una sonrisa confiada, se marchó del puente.
—¿Qué vas a decirle? —exigió saber Glin, dirigiéndose a Lessandra.
La mujer más vieja se mantuvo enigmática.
—Voy a ver qué tiene él para decirme… si es que viene.
—Vendrá —le aseguró Undrun. Ahora se hallaba sentado en un banco de piedra—. Si ha dicho que se transportaría aquí, lo hará.
Todo debate posterior acabó con el zumbido y la trémula luz del rayo transportador que adquirió forma a pocos metros de distancia. Una vez materializado, Picard se encaminó directamente hacia Lessandra y la saludó por su nombre.
—Espero que nuestro trato sea fructífero —dijo.
—Dudo de que eso sea posible, capitán.
—¿Querría desatar al embajador Undrun?
Lessandra le hizo un gesto de asentimiento a Mikken, el cual utilizó la hoja de su cuchillo para cortar las cuerdas que rodeaban las muñecas y los tobillos de Undrun. El pequeño embajador se frotó, agradecido, las zonas en las que habían estado las ataduras, intentando restablecer la circulación normal.
—Gracias, Lessandra —dijo Picard, en una voz que resonaba con una combinación impresionante de calma y autoridad—. Interpreto eso como un signo de buena fe, y me gustaría ofrecerle un signo similar a cambio.
Lessandra se le acercó cojeando.
—¿Y qué sería eso?
—Un pequeño envío de comida y medicamentos.
—Hummm. —El tono de ella era escéptico—. Y supongo que esperará otro gesto del mismo tipo.
Picard le sostuvo la mirada, con sus ojos fijos en los de aquella pequeña mujer que ejercía una extraordinaria influencia sobre el futuro de su planeta.
—No espero nada. No creo que se derive una obligación de un gesto.
Él sabía que la única forma de establecer alguna confianza era el proceder con pequeños pasos, cada uno sumándose al anterior. En este tipo de encuentros existían corrientes, y era obvio que el capitán de la Enterprise tenía la sensibilidad necesaria para discernirlas, para saber cuándo permanecer anclado y cuándo seguir la marea. Se trataba de una habilidad de la que Undrun creía carecer del todo, un instinto que, sencillamente, no poseía.
—Bien, pues, veamos su buena fe, capitán —dijo Lessandra.
Picard tocó su insignia-comunicador.
—Teniente Data…
—Aquí Data, señor.
—Desearía que transportara a estas coordenadas una tonelada de grano, una tonelada de semillas, y cien kilos de suministros médicos.
—Sí, señor.
Picard, Undrun y tal vez dos docenas de nómadas, aguardaron. Undrun había observado toda la conversación sin pronunciar una sola palabra, admirando la aplicación que Picard hacía de los más fundamentales principios de la diplomacia. «Creo que he juzgado mal a este hombre, y si salimos de ésta, si tengo un solo gramo de honorabilidad en mi cuerpo, se lo diré». Treinta segundos más tarde, los contenedores se materializaron cerca de ellos.
—Gracias, Data. Permanezca a la escucha de futuras instrucciones. —Picard observó a varios nómadas que se acercaban a los contenedores, el asombro dibujado en el rostro—. Si desea comprobar el contenido, Lessandra…
—Eso no será necesario, capitán —respondió ella desde detrás de una máscara de frialdad. Luego guardó un significativo silencio.
Glin y Jaminaw se colocaron uno a cada lado de ella.
—Dile dónde puede encontrar a su primer oficial —murmuró Glin.
—Díselo —repitió Jaminaw como un eco—. Tienes que…
Pero la expresión de la mujer anciana no cambió. Tampoco lo hizo la de Picard. Se mostraban tan controlados como dos jugadores de póquer con manos insospechadas que jugaban las más altas apuestas. Cuando el intervalo de tiempo se hubo alargado lo suficiente como para que el siguiente movimiento pareciera idea suya y sólo suya, Lessandra habló.
—No hay ninguna garantía en esto, se lo advierto, pero sabemos quién se llevó a Riker, y tenemos una noción bastante segura de adonde se dirigieron.
—¿Pueden llevarnos hasta allí?
Ella negó con la cabeza.
—No podremos darles alcance a pie ni en ealix, pero usted podría transportarse hasta allí en un abrir y cerrar de ojos. —Llamó con un dedo a Durren—. Mapa…
Durren, obediente, desplegó un mapa muy gastado y lo extendió sobre el banco de piedra junto a Undrun. La nudosa mano de Lessandra revoloteó sobre el papel. Luego la punta de un dedo se apoyó sobre un punto cercano al pie de las colinas que se encontraban al oeste del cañón.
—Éste es su punto de destino probable. A estas alturas podrían incluso haber llegado allí.
—¿Qué hay allí?
—Una instalación de comunicaciones —explicó Glin—, capaz de contactar con las naves que se encuentran en la órbita planetaria. El gobierno solía usarla para intercambiar mensajes con las naves nuaranas que recogían los minerales de las minas que hay por allí.
—La gente que tiene a Riker… ¿a quién iba a llamar? —preguntó Picard.
—A usted —contestó Glin—. Y es sólo una persona quien lo tiene… una muchacha muy determinada a obtener algunas respuestas.
—¿Respuestas a qué preguntas?
Glin suspiró.
—Será mejor que se lo pregunte a ella cuando la encuentre, capitán. No creo que ninguno de nosotros pueda hablar por ella.
—Picard a la Enterprise —dijo él, tras activar su insignia-comunicador.
Data respondió.
—A la espera de sus órdenes, señor.
El capitán tenía un tricorder colgado de un hombro. Lo abrió y lo sostuvo sobre el mapa.
—¿Está recibiendo mi señal visual, Data?
—Afirmativo, señor. La estamos correlacionando con nuestras cartas.
—Bien. Calcule las coordenadas de la cruz cercana al pie de las colinas sternianas, según aparece en el mapa.
—Calculado, señor.
—Necesitamos un barrido inmediato de sensores de esa área.
—¿Qué estamos buscando?
—Al primer oficial Riker y a una forma de vida thiopana.
—Eso no debería ser difícil de encontrar —dijo Data.
—Bien, hágalo, Data. Infórmeme cuando haya encontrado algo. Corto. —Se volvió a mirar a Lessandra—. Estoy dispuesto a transportar aquí más comida y medicamentos, pero quiero que vaya a parar a manos de la gente que más lo necesite.
—Ésa sería la capital del reino endrayano, capitán. La ciudad de Encrucijada. Allí es donde acude la mayoría de los refugiados de las tierras de cultivo agostadas.
—¿Hay una estructura de gobierno que funcione allí?
—Durren —dijo Lessandra—, tú fuiste el último que estuvo allí. ¿Qué está pasando en Encrucijada?
Él sacudió la cabeza con pesar.
—El gobierno local está derrumbándose.
—¿Tienen ustedes gente allí que pueda encargarse de que estas provisiones sean distribuidas con justicia? —preguntó Picard.
—Sí —contestó Lessandra—. Podemos hacerlo.
—Perfecto. En cuanto mi primer oficial esté de vuelta sano y salvo, transportaré el veinte por ciento de nuestro cargamento a cualquier emplazamiento que ustedes designen.
Undrun se puso en pie y se acercó cojeando.
—Capitán Picard, lo que usted está haciendo es tremendamente irregular y…
—¿Sí? —Los penetrantes ojos de Picard le echaron a Undrun una mirada indagadora.
—Y parece ser lo mejor que puede hacerse de momento. —El embajador sonrió—. Estoy incondicionalmente de acuerdo con su decisión.
—Me gustaría que se transportara de vuelta a bordo de la Enterprise, señor embajador —dijo Picard—. Soy responsable de su seguridad, y creo que le vendría bien un poco de alimento y atención médica. No aceptaré un no por respuesta.
Undrun respondió con un débil asentimiento de cabeza.
—Picard a Enterprise… Fijen sobre la posición del embajador Undrun y prepárense para transportarlo a bordo.
—Aquí Enterprise —respondió la voz de Worf—. Fijadas las coordenadas, capitán.
—Señor embajador —dijo Picard al tiempo que le tendía una mano a Undrun—, deme su insignia-comunicador.
Pero Undrun no la tenía. Estaba en poder de Durren, que se la lanzó a Picard, quien la atrapó limpiamente y luego se la entregó a Lessandra.
—Quiero que tenga esto por el momento, por si se diera el caso de que necesitáramos renovar este contacto. Worf, preparado para transportar… active.
La forma de Undrun se disolvió en un relumbrante haz y luego desapareció del todo.
—Capitán —dijo Lessandra que sujetaba la insignia metálica que Picard acababa de darle—, debe usted conocer la razón principal que tenía Undrun para venir hasta aquí en solitario.
—Imagino que tenía intención de buscar la forma de llevarle esa ayuda de emergencia a la gente que la necesitaba.
Ella negó con la cabeza.
—Su prioridad era la de conseguir la libertad de Riker.
Las cejas de Picard se contrajeron levemente.
—Vaya —murmuró.
—Data a capitán Picard —dijo la voz desde el comunicador de Picard.
—Informe, Data.
—Hemos localizado un par de formas de vida en los alrededores de la zona indicada.
—¿Es una de ellas Riker?
—No es seguro, señor. Hay algunas interferencias con nuestros sensores debido a las propiedades magnéticas de los varios minerales y metales presentes en la superficie. Eso, sumado a las similitudes entre las lecturas fisiológicas humanas y thiopanas, hace que sea difícil la individuación. Podría reprogramar los sensores para compensar.
—¿Tenemos tiempo para eso?
—No si consideramos un factor adicional.
—¿Qué factor adicional?
—Quienesquiera que sean, parecen estar siendo atacados por naves aéreas del gobierno thiopano.
—Helijets —declaró Lessandra en tono apremiante—. Si eso es cierto, se hallan en grave peligro.
Picard se volvió a mirarla de inmediato.
—¿Sabe de alguna otra gente… gente de usted… que pueda encontrarse ahí fuera?
—Es posible, capitán.
—Tenemos que saberlo con seguridad. Data, transpórteme a esa posición.
—Pero, señor, los riesgos…
—No discuta conmigo, teniente. Transpórteme directamente allí cuando se lo ordene. Luego permanezca a la espera para transportarnos a todos a la Enterprise. —Picard se apartó del resto del grupo—. Lessandra, volveremos a hablar.
—Buena suerte ahí fuera, capitán Picard.
—¡Data, active!