—Wesley, ¿qué debo hacer?
La chica menuda de catorce años y oscuro cabello abundante, le susurró al alférez Crusher a través de los dientes apretados. Entre ellos había una brigada de oficiales liliputienses de la Flota Estelar, con sus pistolas fásicas, tricorders y uniformes en miniatura. Incluyendo a Wes y la niña que marchaba al frente del grupo, había ocho jovencitos que iban desde los diez años a los dieciséis de Wesley. Siete eran humanos, uno vulcaniano.
—¡Wesssleeeeyy!
—Gina, tú eres la capitana —le susurró él a modo de respuesta, al tiempo que intentaba dominar el truco del capitán Picard para parecer a la vez severo y tranquilizador—. Tienes que solucionar esto tú sola… y puedes hacerlo.
Gina devolvió su atención a la babeante manada de animales caninos que les cerraban el sendero del bosque. De pie sobre las manchas de luz solar que salpicaban el suelo húmedo y cubierto de musgo, a la docena de animales podía juzgársela como una auténtica monada. Medían apenas treinta centímetros hasta la paletilla, con cuerpos rechonchos, patas cortas, grandes orejas triangulares y hocicos con narices de botón. Adorables…, si se exceptuaban los dientes de sable, los ojos como fuego verde, los cuernos cubiertos de sangre como si la manada acabara de cornear a alguna pobre bestia hasta matarla. Agreguemos a eso los profundos gruñidos que tronaban manando de lo profundo de sus gargantas. No, en verdad, no era un conjunto demasiado bonito, después de todo.
La niña vulcaniana le tocó un hombro a Gina.
—¿Sería lógico ofrecerles comida?
Gina parpadeó mientras intentaba darle algún sentido a la situación.
—Comida, comida, comida… ¿Tenemos algo de comida? ¿Y qué les gusta a estos seres? ¿Y si les despertamos un apetito voraz? ¿Y si quieren más y no tenemos? Oh, ¿por qué el ingeniero en jefe no arregla de una vez ese maldito transportador? —Le asestó un puñetazo a la insignia-comunicador que llevaba prendida al pecho—. ¿Enterprise? ¡Enterprise! ¡Respondan o los fusilo a todos!
—Capitán —le recordó Wesley—, nuestro sistema de comunicaciones hace dos días que no funciona.
Ella volvió la cabeza con lentitud y le echó una mirada feroz.
—Echemos a Crusher a esos animales para que se lo coman.
T’Jai, la vulcaniana, se mordió el labio y señaló.
—¡Capitán, cuidado!
Gina se volvió a mirar al frente otra vez, justo a tiempo de ver tres violentos borrones de pelo y colmillos que se lanzaban directamente hacia su garganta. Presa del pánico, alzó un brazo para protegerse la cara y cayó hacia atrás, con lo que derribó a todos los otros como fichas de dominó. En el mismo momento, el bosque y los perros desaparecieron y los niños quedaron apilados sobre el piso desnudo del simulador con Wesley en la parte inferior.
—Justicia poética —le dijo Gina en tono burlón mientras se desenredaban y ponían de pie. Luego sintió algo en el tobillo. Bajó la mirada y vio allí a uno de los pequeños animales, profirió un chillido que envió al perro resbalando hacia el otro lado del simulador. El animal cayó sobre una posición divertida, se meneó con regocijo, gruñó dos veces y luego desapareció como el resto de sus compañeros de manada y su bosque simulados por computadora.
La entrada del simulador se deslizó hasta abrirse, y el programador del ejercicio entró riendo para sí. El teniente Data y el embajador Undrun marchaban justo detrás de él.
—Eso es todo por hoy —dijo—. ¿Has disfrutado siendo el capitán, Gina?
La chica se echó hacia atrás el cabello que le caía sobre la cara.
—No ha sido justo, teniente Berga.
—¿Por qué no, capitán?
—Porque Wesley no me proporcionó los consejos que necesitaba respecto a qué hacer con esas horribles bestezuelas.
—No podía —protestó Wesley—. Yo ayudé a programar la simulación.
—En ese caso, eras perfecto para decirme qué hacer.
—No era ésa la finalidad de la simulación —replicó Wesley a la defensiva.
—El alférez Crusher tiene razón —intervino Berga.
—¿Cuál era la finalidad? —quiso saber Gina.
—Tal vez debería pedirle al teniente Data que respondiera a eso —contestó Berga—, dado que él es un miembro experimentado de grupos de expedición.
Los niños miraron al androide en busca de aclaración.
—El propósito de la simulación es el de entrenaros para que asimiléis lo que observáis con lo que ya sabéis a la mayor velocidad posible. Creo que la expresión es «pensar con los pies». —Pareció consternado cuando los niños estallaron en risillas.
—Quiere decir «con la cabeza», teniente —le corrigió Wesley.
Data sonrió.
—Por supuesto. Por ejemplo, Gina, tú malgastaste un tiempo valioso en pedirle a un participante inapropiado que compartiera contigo una información reservada.
—Se refiere a Wesley —dijo Gina.
—Correcto. Y te olvidaste de que el oficial científico Kolker había visitado antes este planeta y conocía las pautas de comportamiento de los animales caninos.
—Maldición —gimió Gina y le echó una feroz mirada acusadora a su oficial científico, un robusto chico de trece años—. ¿Por qué no me dijiste qué debía hacer? Se supone que no he de preguntar siempre.
—Olvidé que lo sabía —respondió él con timidez.
—Eso es todo por hoy. Cuando nos reunamos mañana, quiero que estéis preparados para analizar el ejercicio de hoy. Marchaos. —Conminó el teniente Berga, dando una palmada.
Los niños salieron a toda prisa del simulador.
—Teniente Berga —dijo Wesley—, ¿qué eran esos seres? ¿Eran reales?
Berga rió entre dientes.
—No, no… los fabriqué yo. —Obviamente satisfecho con los resultados, no pudo evitar reír un poco más—. Por cierto, Wesley, has hecho un buen trabajo como ayudante mío.
—Gracias, señor.
—Pero mañana, volverás a ser un estudiante, amigo mío.
Wes sonrió.
—Ya suponía yo que esto era demasiado bueno para durar. Ni siquiera me he escapado un solo día de los deberes.
—Alférez. —El embajador Undrun, que había observado el ejercicio con Berga, avanzó hacia él—. ¿No lo he visto a usted destinado también en el puente?
—Sí, señor.
—¿Oficial, estudiante, profesor, todo en el mismo paquete?
—¿Por qué no? Un montón de los chicos mayores de la nave, si están interesados en ser miembros de una nave estelar en el futuro, reciben experiencia práctica combinada con el aprendizaje de las aulas.
Undrun sacudió la cabeza con genuino asombro.
—¡Tanta libertad y flexibilidad! No se parece en nada a nuestro sistema educativo de Noxor cuando yo era niño. Considérese afortunado.
—¿Cómo es la escuela de Noxor? —preguntó Wesley.
—Teníamos maestros que nos conducían de forma muy estricta… muchísimo aprendizaje maquinal, vomitar datos, reproducir resultados producidos por generaciones de estudiantes antes de nosotros sobre las mismas pruebas y exámenes. —Exhaló un triste suspiro—. Aprendíamos muy pronto que la mejor forma de avanzar y ganarnos el favor de los maestros era hacer exactamente lo que ellos esperaban.
Wesley contempló al embajador, se hacía cargo de lo que debía de haber sido aquello.
—¿Y qué pasaba si no lo hacían?
—Éramos castigados —respondió Undrun con la boca fruncida ante los desagradables recuerdos.
Berga se estremeció al pensar en llevar las clases de la Enterprise por las líneas establecidas en Noxor.
—La disciplina es algo necesario, sí, pero también lo es el reto creativo.
—El único momento en que nos permitían ejercitar nuestra individualidad era en las competiciones de defensa. —Undrun levantó la mirada hacia las caras que lo rodeaban, y reparó en las cejas alzadas ante la idea de ver a seres tan pequeños como los noxoranos, más conocidos por el intelecto que por el músculo, trabados en competiciones de lucha. Se tomó a bien la reacción no verbalizada—. No permitan que nuestra estatura los engañe, caballeros. Las técnicas de defensa noxoranas pueden ser muy eficaces incluso contra oponentes de tamaño y fuerza considerablemente mayores.
—Bueno, señor embajador —dijo Berga—, siéntase en libertad de visitar cualquiera de nuestras clases mientras esté a bordo.
—Gracias, teniente. Si mi tiempo lo permite. En cualquier caso, se lo agradezco, y también a usted… —Hizo un gesto con la cabeza hacia Data—, por mostrarme estas simulaciones holográficas. Son muy interesantes.
El suave sonido del intercomunicador interrumpió la conversación.
—Aquí Picard. Teniente Data, acuda a la sala de reuniones.
Data pulsó su insignia-comunicador.
—Aquí Data, señor.
—Ahora tengo un poco de tiempo libre, y me gustaría que me hablara de su segunda reunión con la doctora Keat… así como de esa teoría suya, si está lista para presentarla.
—Lo está señor. Voy hacia allí.
—Capitán Picard, aquí el embajador Undrun. Si esto es algo acerca de Thiopa, tengo derecho a escucharlo también yo. —Luego la confianza desapareció de su voz—. Es decir, si a usted no le importa.
En el extremo de Picard se produjo un momento de vacilación. La inusitada mansedumbre de Undrun lo había pillado por sorpresa.
—Por supuesto. Data, traiga al embajador Undrun con usted. Estaré esperando. Corto.
Con los dedos entrelazados, Picard descansaba pacientemente las manos sobre la larga mesa.
—¿Así que ella no vaciló en dejarle acceder a sus informes meteorológicos?
—No, señor.
—¿Qué estaba usted buscando, exactamente?
—Pautas.
—¿Qué clase de pautas, teniente? —preguntó Undrun.
—Cualquier cosa que indicara el verdadero estado ecológico de Thiopa. Qué parte de la situación actual es natural y cuánto es resultado del abuso que han hecho de los recursos y las capacidades correctivas de la naturaleza.
Picard miró a su oficial androide.
—Supongo que lo encontró.
—Así es, capitán. Y las noticias no son buenas. Thiopa parece estar llegando a la etapa más crítica de una fase cíclica de sequía. La mayoría de los planetas pasan por este tipo de ciclos. En algunos planetas se produce una desolación de la vida vegetal y animal, pero otros tienen las suficientes reservas de recursos naturales, como el agua, por ejemplo, para resistir el ciclo de sequía con pocos efectos permanentes sobre las formas de vida existentes y la orografía.
—Cuando dice orografía, ¿se refiere a la reducción de los bosques, a desiertos, la expansión de ese tipo de cosas? —preguntó Picard.
Data asintió.
—Exacto… En Thiopa, los pasados cuarenta años de rápido desarrollo se llevaron a cabo con total indiferencia hacia la conservación del medio.
La boca de Picard se torció con inquietud.
—Lo que significa…
—Por ejemplo, señor, un cambio en el régimen de precipitaciones y una reducción general de las lluvias no tienen por qué ser críticas si las reservas y depósitos subterráneos de agua han sido mantenidos a una alta capacidad. Pero los thiopanos han consumido una gran parte de sus reservas de agua dulce, y han permitido que sustancias tóxicas filtraran y envenenaran los depósitos de agua subterránea.
Undrun agitó una mano de disentimiento.
—Tienen agua dulce. La desalinización debería resolver cualquier…
—Hay mucho más, embajador —dijo Data con gravedad—. He combinado toda la información disponible sobre la meteorología de Thiopa y la velocidad de degradación medioambiental causada por la contaminación, la explotación de los recursos y otros elementos negativos, para crear un modelo que representara la situación de los próximos cincuenta años del planeta.
Picard dejó escapar el aliento pausadamente.
—Oigámoslo, Data.
—Computadora —dijo Data—, por favor, exponga gráficos indicados.
Los tales gráficos aparecieron suspendidos por encima de la mesa mientras Data continuaba.
—La actual tendencia de las pautas meteorológicas muestra una mayor deshidratación de las zonas fértiles septentrionales, con lluvias adicionales en los desiertos.
—¿No convertiría eso a los desiertos en tierra cultivable? —preguntó Picard.
—No, señor. En la mayoría de los lugares provocará inundaciones y erosión acelerada. El suelo no tiene la calidad suficiente para permitir la agricultura a gran escala. Además, todas las lluvias que ahora se producen en Thiopa son bastante ácidas, debido a la contaminación industrial. Las precipitaciones ácidas matan la vida vegetal, y cuando es recogida en pequeñas masas de agua como lagos y ríos, mata la flora y fauna acuáticas. La misma contaminación industrial junto con el consumo de combustibles fósiles en la producción de energía y vehículos de transporte, tendrá como resultado un incremento del cincuenta por ciento en los niveles de dióxido de carbono. Esto, en consecuencia, provocará un efecto invernadero, lo que obligará a la temperatura media del planeta a ascender cuatro grados centígrados… un aumento mayor, en sólo medio siglo, que el que ha tenido lugar en los últimos veintidós mil años fecha en que Thiopa conoció la anterior era glacial. Los casquetes polares se fundirán, provocando una subida de dos metros y medio en el nivel de los mares e inundando las zonas costeras e islas. Puesto que la intensidad de las tormentas está directamente ligada a la temperatura de la superficie oceánica, se producirá un incremento del cincuenta por ciento en la severidad de las tormentas.
—Traduciendo —dijo Picard—, ¿significa eso que no sería insólito que olas gigantes arrastren las comunidades costeras que no hayan sido inundadas ya por la subida del nivel de los mares?
—Correcto, señor. Y existen paradojas interesantes. Las temperaturas del aire más elevadas provocarán más evaporación de agua marina, la cual deberá condensarse en forma de precipitaciones. Pero ninguna de las principales masas de tierra de Thiopa está situada de modo que pueda beneficiarse de la lluvia adicional. Como resultado de esto, las áreas que ahora están pobladas se volverán cada vez más áridas, y los ríos, lagos y aguas subterráneas se secarán. Habrá un total desbaratamiento de los ciclos vitales y los frágiles equilibrios del ecosistema.
La frente de Picard se arrugó de preocupación.
—Ése es un catálogo bastante serio de horrores medioambientales.
—Oh, hay más, señor.
—Ya he oído bastante. ¿Qué significará todo eso para la vida inteligente de Thiopa dentro de cincuenta años?
—Si estas tendencias no son detenidas ahora mediante unas acciones correctivas de gran alcance, la mayor parte de las masas continentales serán prácticamente inhabitables. Millones de thiopanos morirán de inanición, y su civilización se derrumbará.
—¿Poseen los thiopanos la tecnología necesaria para invertir el ciclo? —preguntó Picard en tono desolado.
—No, señor… pero nosotros sí la tenemos. He desarrollado un extenso análisis, con medidas correctivas a largo plazo, lo que incluye la desalinización del agua marina, como ha sugerido el embajador Undrun, controles de la contaminación, alternativas al uso de combustibles fósiles, el cambio de la estructura de las masas continentales para reacomodar las pautas de las precipitaciones y volver a crear reservas de agua, renovación de las tierras de cultivo degradadas… ¿Debo continuar, señor?
—No, creo que ya nos hacemos una idea, Data —contestó Picard mientras reflexionaba sobre la enormidad del dilema de Thiopa—. ¿Cree usted que la doctora Keat es consciente de este desastre que se avecina?
—No, señor. Ella es un miembro influyente de la jerarquía gubernamental thiopana. Si fuera consciente de la situación que acabo de describir, es probable que hubiera conseguido convencer al soberano protector Stross de adoptar medidas correctivas de emergencia.
—Sí, uno pensaría eso. Un potencial desastre de esta magnitud sin duda debería trascender las tendencias inmovilistas.
Undrun se agitó en su asiento, como preparando una erupción.
—¡Ahí tenemos —dijo atropelladamente— la confluencia de circunstancias que necesitamos!
—¿Para qué? —preguntó Picard.
—¡Una vez que los thiopanos estén enterados de todo esto, tendrán que permitir que los ayudemos!
—Ellos no tienen ninguna obligación de dejarnos hacer nada, señor Undrun.
—¿Qué alternativa tienen, capitán? Si no atienden a razones, estarán condenando a todo su mundo a otra edad oscura. Nosotros podemos ayudarles a corregir el rumbo y encaminarlos hacia una sociedad no depredadora del medio.
Picard suspiró, y habló con suavidad para contrarrestar el entusiasmo de Undrun.
—Las conclusiones que a nosotros nos parecen evidentes podrían no coincidir con las conclusiones thiopanas basadas en el mismo conjunto de hechos. No creo que la situación de esa gente pueda haber llegado hasta un punto crítico como éste, sin una muy desarrollada habilidad para el autoengaño.
—En ese caso, simplemente tendremos que tratar de hacerles ver esos hechos de la misma forma que lo hacemos nosotros.
Data volvió a intervenir:
—Capitán, también he conseguido determinar el área más afectada por la sequía. Memoricé los gráficos y mapas de la doctora Keat, y ya los he entrado en nuestra computadora.
Picard se puso en pie.
—Entonces, expóngalas en la pantalla principal. Quiero que también el teniente Worf y la consejera Troi vean esto.
Undrun y Data lo siguieron a través de la puerta de la sala hasta el puente. Worf, como de costumbre, se encontraba ante su terminal de seguridad, a popa, y Deanna Troi estaba sentada con la doctora Pulaski en el más bajo nivel central. Picard acusó recibo de la presencia de Pulaski con un breve gesto de cabeza.
—Doctora, será mejor que también usted vea esto. Puede que sea necesaria su opinión médica. Data, proceda.
—Computadora —ordenó Data—, presente el mapa de la superficie de Thiopa en la pantalla principal.
La computadora reemplazó la visión orbital de Thiopa por un mapa cuadriculado de todo el planeta.
—El reino endrayano es el área que sufre más gravemente a causa de la sequía. Tiene el nivel anual de precipitaciones más bajo de todos los reinos de Thiopa con población densa, incluso en condiciones meteorológicas normales. Así pues, su producción agrícola descansaba en un precario equilibrio en el mejor de los casos.
—Y es el que con más facilidad puede verse trastornado —dijo Picard.
Wesley giró, apartándose de su terminal.
—¿Capitán?
—¿Algo que agregar, Crusher?
—El reino endrayano… allí es donde está emplazado el Cañón Santuario de los nómadas.
—Y donde probablemente retienen a Riker —dijo Picard, completando el pensamiento del alférez Crusher.
—Se podría organizar un grupo de rescate —sugirió Worf.
—Podríamos encontrarnos con una situación completamente desconocida y perder al primer oficial Riker además del grupo de rescate —replicó Picard sin perder la calma.
Pero la testaruda determinación de Worf ya había entrado en funcionamiento.
—Entonces, ¿qué tal si enviáramos primero a un grupo de expedición para que estudie el área y evalúe las posibilidades de llevar a término un rescate con éxito?
—Tengo una idea mejor, teniente. Data, prepare un mapa detallado del área de Cañón Santuario para el señor Worf.
—Ya está hecho, señor —respondió el androide al tiempo que le tendía a Worf un disquete—. Incluye las vistas orbitales desde la Enterprise, con una escala que permite ver objetos de hasta quince centímetros de ancho.
—Worf —dijo Picard—, estudie el terreno y trace un plan de reconocimiento adecuado para someterlo a mi aprobación. Esté preparado para dirigir un grupo de expedición al alba del planeta.
Frid Undrun había rodeado el puente por la parte trasera y ocupado una posición discreta cerca del nicho que albergaba la puerta de la sala de reuniones y el turboascensor delantero. Sin que repararan en él, estaba estudiando los mapas de Thiopa a medida que aparecían en la pantalla principal y, haciendo uso de sus habilidades de la época escolar, confiando las coordenadas a su memoria. Momentos más tarde, aún sin que nadie le prestara atención, entró con cautela en el turboascensor y abandonó el activo puente. Después de que la puerta se cerrara, permaneció dentro sin indicar el punto de destino.
—Destino, por favor —le preguntó la voz de la computadora.
—¿Hummm… destino? Eh…, salón Diez-Proa, por favor.
Cuando llegó, el salón estaba casi vacío. Primero avanzó en dirección al rincón interior en el que se había sentado cuando realizó la anterior visita. Luego se detuvo y miró hacia las amplias lunetas curvas que ofrecían una extensa vista del espacio.
—Me alegro de ver que lo ha reconsiderado —le llegó desde detrás la tranquila voz de Guinan—. Posee un cierto magnetismo.
Él contestó sin apartar la mirada del panorama.
—Sí, lo tiene. Hipnótico… pues puede verse el mañana si uno mira con la intensidad suficiente.
—No sé si el mañana, pero yo puedo ver el ayer.
—¿Hummm? —Continuaba sin poder, o sin querer apartar la vista del paisaje.
—La luz estelar. Estamos viendo estrellas que se encuentran a cientos y miles de años luz de distancia, así que vemos luz que tiene cientos y miles de años de antigüedad.
—Eso es fácil de ver, Guinan. Ver el mañana requiere un poco más de esfuerzo.
—¿Puedo servirle algo, señor embajador?
—Una copa de ese vino kinjinn, si no le importa.
Guinan le llevó la copa y él le dio las gracias. Luego ella se alejó.
—Creo que usted y las estrellas necesitan estar a solas —dijo.
Tenía razón, pensó Undrun. ¿Cómo lo sabía? Se preguntó qué más sabría de él. ¿Podía la gente de esta nave, con sólo mirarlo, saber cuánto envidiaba al joven Wesley Crusher por el caleidoscopio de oportunidades que tenía para escoger, y por el aliento que le daban sus profesores que lo invitaban a explorar cualquier cosa que despertara su imaginación? Les hacían a Wesley y a los otros niños de la Enterprise el regalo más precioso de todos: la oportunidad de fallar, y de aprender de los fallos sin miedo a represalias.
¿Podían saber cuánto admiraba él al capitán Picard y a William Riker por su infalible juicio de cuándo guiarse estrictamente por las reglas y cuándo ser más flexibles? ¿O lo acongojado que estaba, o lo responsable que se sentía, por la captura de Riker?
¿Tenían la más remota sospecha de con cuánta fuerza Frid Undrun, enviado de Ayuda y Socorro de la Federación, la persona más joven que había alcanzado ese rango en el ministerio, se sentía como si un desastre estuviera a punto de suceder? Y la misión thiopana, temía él, pondría al descubierto su verdadera naturaleza: un ineficaz y absoluto farsante. ¿Sabía alguien que él soñaba con ser un espadachín solitario que ganara cada día con absoluta brillantez? ¡Ja! No era una transformación probable…
«¿Por qué no? —discutió consigo mismo—. Te diré por qué no… Les dejaste que te arrancaran a golpes hasta el último jirón de pensamiento original cuando eras niño… les dejaste que te soldaran los pies a un camino que conducía a un previamente marcado éxito… aunque no fuera el deseado por ti. “De acuerdo con las reglas”, había dicho Data. ¡Una máquina tiene más conciencia de su identidad que yo! Si los thiopanos se guiaran por las reglas, habrían aceptado esta maldita ayuda y tú habrías acabado con tu trabajo… y tendrías la posibilidad de continuar tu vida bajo la ilusión de que eso era suficiente. Ésta es la primera vez que has visto que eso no es suficiente. ¡Para que luego me hablen de despertares difíciles!»
¿Entendía alguno de los oficiales con qué desesperación deseaba ayudar a la gente de Thiopa a solucionar sus problemas, alimentar a sus hambrientos y reparar todos los daños que por descuido le habían causado a su mundo? Debajo de la concha de mediocre, soberbia conformidad, Undrun sabía que poseía un impulso noble: de verdad quería ayudar donde se necesitaba ayuda y él podía proporcionarla. Lo cual dejaba sólo una pregunta monumental: «¿Tengo el valor para hacer lo que debería hacer en lugar de lo que se espera de mí?».
—¿Han encontrado usted y sus estrellas la respuesta que necesitaba?
Guinan estaba detrás de él, y sin embargo él sabía que no había estado allí un momento antes. Una vez más, había percibido de alguna forma el momento en que él se encontraba preparado para hablar.
Él se deslizó fuera del asiento.
—Sí… sí, lo hemos hecho. —Se detuvo con un aire de duda—. Así lo creo. Gracias otra vez, Guinan.
Ella ladeó la cabeza en un gesto de despedida, y él salió apresuradamente de la sala Diez-Proa con impulso decidido.
El titilar inicial de un rayo transportador adquirió forma en la oficina del laboratorio de Kael Keat. En pocos segundos el relumbrante haz de energía se convirtió en el teniente Data. Ella estaba sentada sobre el borde del escritorio con una bata de laboratorio color beige sobre unos pantalones cortos y una blusa nada rígida. Sus ojos brillaron con cautelosa curiosidad.
—No esperaba volver a verle tan pronto, Data.
—Yo no esperaba estar de vuelta tan pronto.
—¿Qué hay que sea tan urgente? ¿Se trata de la teoría en la que usted estaba trabajando?
—Sí. Dije que la comentaría con usted en cuanto la hubiera investigado adecuadamente. Me sorprendió un poco encontrarla en su laboratorio a una hora tan avanzada de la tarde.
—Noche, Data. Cuando es tan tarde, ya es la noche —corrigió ella con una carcajada—. Pero yo no necesito dormir mucho, y me gusta estar aquí cuando no hay nadie más. Es agradable y tranquilo, y donde pienso mejor es aquí, a solas. Tome asiento y cuénteme qué ha descubierto.
Él repitió la explicación ofrecida al capitán Picard, entretejiendo una lista aún más detallada de pruebas estadísticas con el fin de reafirmar su conclusión. Kael lo escuchó sin la más leve grieta en su compostura, a pesar de las crecientes pruebas de la inminente condena del planeta. Cuando acabó su exposición, la miró con la cabeza ladeada de perplejidad.
Los oscuros ojos de Kael se abrieron más aún, haciendo arrugas arqueadas sobre su frente.
—Parece usted confuso.
—Lo estoy.
—¿Respecto a qué?
—A su reacción —dijo él.
—¿Qué esperaba?
—Ansiedad, asombro…
—¿Por qué?
—Porque mis hallazgos no auguran un futuro brillante para Thiopa.
—No, desde luego.
—Pregunta: ¿es común en el caso de los thiopanos el reaccionar de una forma tan desapasionada ante las noticias del próximo y seguro derrumbamiento de su civilización?
—No… pero es que no es una noticia nueva.
Ahora le tocaba a Data sorprenderse, y lo hizo.
—¿No lo es?
—Para mí, no.
El androide la miró, boquiabierto. En silencio.
—No sabía que a los androides pudiera dejarles sin habla el asombro —comentó Kael.
—Tampoco yo —respondió él por fin—. No lo entiendo.
—¿Qué es lo que no entiende en concreto?
Desplegando gran cuidado, Data intentó darle algún sentido a lo que no tenía ninguno.
—Usted es una científica que ha demostrado una minuciosa comprensión de los problemas con que se enfrenta Thiopa. Ha comenzado a reestructurar la organización científica de su mundo con el fin de que pueda proceder de acuerdo con la verdad empírica y sea menos susceptible de manipulaciones políticas.
—Hasta ahí es correcto.
—Sin embargo, usted reacciona ante mi informe de la naturaleza crítica de los cambios medioambientales que están teniendo lugar en Thiopa, y la crítica necesidad de adoptar estrategias correctivas, diciéndome que no es una información nueva.
—Cierto.
—Lo cual significa que usted ya sabía todo esto.
—Cierto otra vez.
—No obstante, su gobierno no ha puesto en práctica medidas destinadas a contrarrestar estas condiciones alarmantes. Lo que no entiendo es cómo pueden hacer caso omiso de unas pruebas tan abrumadoras cuando usted las ha expuesto ante ellos.
—Sencillo.
—¿Lo es?
—Yo no se lo he contado al gobierno.
A pesar de su vasta memoria positrónica, su total familiaridad con docenas de idiomas y su capacidad computacional que rivalizaba con la de cualquier computadora de la Federación, Data se encontró, por segunda vez en poco rato, sin saber qué decir.
Kael Keat pareció divertida.
—Esta noche le resulto una fuente de consternación, ¿verdad?
—Indudablemente. —Data vaciló—. ¿Le sorprendería si le dijese que también he concluido que su propuesta de red de satélites de control climático está muy fuera del nivel tecnológico de Thiopa… y del desarrollo tecnológico de la mayoría de las civilizaciones avanzadas de la Federación?
—No.
—¿También sabía eso?
—Sí, lo sabía.
A pesar de que sus amarillos ojos reflejaban toda la perplejidad que sentía, Data ya había pasado el punto de la pasmosa mudez. La velocidad de su interrogatorio se aceleró.
—Entonces, ¿por qué hizo la propuesta, para comenzar? ¿Sabía desde el principio que no conseguiría su meta, o descubrió esto al continuar adelante con la investigación?
—Primero, la segunda pregunta. Siempre he sabido que no tenía posibilidad de funcionar. Así que, ¿por qué convencí a Stross y su gobierno de que lo haría?
—Yo no lo sé… por eso se lo pregunto.
—Después de haber estudiado fuera del planeta y regresado aquí, vi el embrollo que nuestros científicos habían creado. Aquí teníamos un líder…
—¿Stross?
Ella asintió.
—Él prácticamente rinde culto a la ciencia y la tecnología, como si fueran las salvadoras de Thiopa. Pero el hombre apenas está alfabetizado y no entiende la ciencia en lo más mínimo. Para él, muy bien podría ser magia. Nuestro Consejo Científico podría haber construido un imperio. En cambio, se contentaron con ser sirvientes… y contar con fondos muy pobres.
Data abarcó la habitación con un gesto.
—¿Es éste su imperio?
—El comienzo de uno. Soy joven, Data. Tengo planeado permanecer aquí durante mucho tiempo. Y supe de inmediato que no obtendría dinero ilimitado para investigar si les decía a los líderes cosas que ellos no querían oír.
—¿Ni siquiera si está diciendo la verdad?
—La verdad no tiene nada que ver con esto —replicó ella con tono de rechazo—. Incluso Stross tuvo que admitir que teníamos grandes problemas, gracias a que se dejó que los nuaranos nos enseñaran cómo arruinar un planeta en un par de décadas. Pero nadie podía decirle: «¡Eh!, esto es culpa tuya». Así que Stross culpa a los nuaranos y les dice que se larguen. Luego yo le doy los medios para que se convierta en un héroe que salve al planeta.
—¿La propuesta de control climático? Pero si acaba de admitir que no va a funcionar.
—Está siendo usted demasiado lógico. —Kael inspiró profundamente—. Mire, yo podría haberle dicho a Stross que necesitábamos eliminar la lluvia ácida y la contaminación industrial, que necesitábamos limpiar nuestra agua dulce, detener el vertido de desechos tóxicos en los océanos, dejar de talar los bosques, comenzar a utilizar fuentes de energía renovables…
—Pero no lo hizo. ¿Por qué?
—Porque esas cosas no son mágicas, Data —replicó ella al tiempo que daba un puñetazo sobre la consola de la computadora—. Yo necesitaba envolver todos esos objetivos realistas en algo que consiguiera emocionar a la gente. Eso hice, y ahora tengo todo el dinero que necesito para llevar a cabo todas esas aburridas pero necesarias investigaciones… investigación pura que realmente podría conducir a adelantos que salvarán a este planeta. Mientras ellos piensen que estoy trabajando en esa imposible red de control climático, obtendré todo el dinero que quiera y podré gastarlo de la forma que se me antoje, y, nadie me hará preguntas.
—Así que su trabajo se basa en un elaborado engaño.
Ella pareció levemente ofendida.
—No puedo decir que esa palabra me guste, pero supongo que podría llamárselo así.
—¿Ha pensado en las consecuencias del fracaso? ¿Qué sucedería si su investigación nunca llegara a ningún adelanto?
—En ese caso, no estaremos peor que antes. Si yo no hubiera elaborado este engaño, la ciencia thiopana avanzaría cojeando con una fracción del apoyo que tenemos ahora. Y aunque las grandes cantidades de dinero no garantizan el éxito, la falta del mismo sí que garantiza el fracaso.
—Pero la ciencia se basa en la búsqueda de la verdad.
—Puede que así sea. Pero yo prefiero ver que nuestro dinero se desperdicia en la ciencia, donde siempre hay una oportunidad de que surja ese milagro que necesita este mundo, antes que verlo gastado en otras cosas, como la compra de nuevas armas de unos oportunistas como los nuaranos.
—¿Cómo puede abrigar la esperanza de encontrar la verdad a través de medios engañosos?
—Data, a veces ésa es la única forma.
Tras un parpadeo de asombro, Data intentó reconciliar todas las contradicciones con que se había encontrado en esta breve conversación. Sólo necesitó un momento para darse cuenta de que no podía hacerlo. No ahora. «Probablemente nunca», se dijo.