8
Constelaciones locas

Bink hizo un alto para cumplir con una llamada de la naturaleza, no de la magia…, momento en el que descubrió un trozo de madera tan oscuro y lleno de moho que parecía una roca. Si un monstruo les atacaba durante la noche, algo así les resultaría de utilidad. La madera parecía estar bien equilibrada, ideal para arrojarla. Se agachó para cogerla…, y se detuvo, por si estuviera encantada. Sin embargo, su talento le protegería; si la pieza fuera peligrosa, no sería capaz de tocarla.

La recogió y observó su constitución, de color marrón, verde y blanco, totalmente intrigante. Para ser madera, era sorprendentemente pesada y dura; se preguntó si flotaría o se hundiría en el agua. Sintió un cosquilleo mientras la sostenía en la mano. Había una cualidad peculiar, algo mágico, extraño y poderoso, en ella. Notó que su talento respondía, tomando el mando de forma nebulosa, apoderándose de la cosa, tal como lo había hecho cuando bebió del manantial de la vida. Igual que aquella vez, su magia cercó a la otra, y la aceptó sin ningún castigo. El talento de Bink poseía la categoría de un Mago; jamás sentía su acción de forma directa, salvo cuando se encontraba con una magia muy fuerte o compleja que se le oponía. No obstante…, ¿un trozo de madera?

Se llevó el trozo de madera hasta el campamento temporal que habían establecido.

—No sé qué es esto; sin embargo, parece tener una magia poderosa. Puede que nos resulte de utilidad.

Chester lo cogió.

—Madera, rara, resistente. Tal vez provenga de un árbol muy grande y viejo. No reconozco la especie, lo cual la convierte en algo notable. Quizá podrías buscar parte de la corteza…

Crombie graznó.

—Pásamelo, cara de caballo. En mi época vi muchos árboles.

Chester se envaró ligeramente.

—Claro, pico de pájaro.

Crombie sostuvo el trozo de madera con una garra delantera y lo inspeccionó de cerca.

—Squawk.

—Hay algo extraño en él.

—Sí —estuvo de acuerdo Bink—. Antes de que te concentres demasiado, ¿por qué no nos indicas dónde se encuentra la comida más cercana? Podemos comer mientras lo analizamos.

Crombie accedió, giró y señaló. Bink miró en la dirección que indicaba y vio un gran hongo que brillaba.

—Debe ser eso. Nunca antes comí hongos brillantes; sin embargo, tu talento jamás se equivoca.

Llegó hasta donde estaba y se agachó para arrancar una porción. El hongo era firme y seco, de color claro por dentro, y emitía un olor agradable.

—¡Squawk! —protestó Crombie al centauro—. Aún no he acabado de inspeccionar la madera.

—Has dispuesto de tiempo suficiente, cerebro de ratón —repuso Chester—. Ahora es mi turno.

Bink tuvo que volver corriendo para evitar otra rencilla. ¡El problema con las criaturas de pelea es que tendían a pelear! Ni siquiera les podías volver la espalda para recoger comida.

—¡Es el turno del Mago! —gritó—. Quizás él pueda reconocerla. —Cogió la madera y se la llevó al Mago—. Señor, si te tomaras la molestia de clasificar este raro espécimen…

Había pronunciado las palabras mágicas. Logró atraer la atención del Mago. La miró. Parpadeó.

—¡Es el hongo de la Agonía Azul! ¡Deshazte de él!

¡Ooh! Bink había bajado la mano equivocada, metiéndole el hongo al Mago debajo de la nariz.

—Lo siento. Pretendía mostrarte esta madera, no el… —se interrumpió—. ¿El hongo es venenoso?

—Su magia volvería todo tu cuerpo azul, justo antes de que te transformaras en un charco azul que mataría toda la vegetación por donde se filtrara —le aseguró Humfrey.

—¡Pero Crombie nos lo señaló como algo que se podía comer con tranquilidad!

—¡Ridículo! Es inofensivo si se toca; sin embargo, es lo más peligroso que uno pueda comer. En la época de las primeras Oleadas, solían emplearlo para las ejecuciones.

Bink dejó caer el hongo al suelo.

—Crombie, ¿no te…? —Se detuvo, pensándolo mejor—. Crombie, ¿podrías indicarnos lo peor que podríamos comer?

El grifo se encogió de hombros y señaló. Hacia el hongo.

—¡Estúpido, idiota! —exclamó Chester, dirigiéndose al grifo—. ¿Es que las plumas de tu cerebro se han podrido? ¡Hace un momento lo señalaste como algo seguro!

Crombie graznó, colérico.

—Bink debió coger la planta equivocada. Mi talento nunca se equivoca.

Humfrey ya estaba examinando el trozo de madera.

—El talento de Crombie siempre se equivoca —comentó, con aire ausente—. Esa es la razón por la que nunca me fío de él.

Incluso Chester se sorprendió ante esa aseveración.

—Mago, el soldado no es ningún premio, yo mismo estoy dispuesto a reconocerlo; no obstante, su talento casi siempre acierta.

Crombie graznó, irritado por el tratamiento que recibía.

—Quizá. Yo no puedo saberlo. —El Mago escudriñó un mosquito del sudor que pasó delante de él—. ¿Qué criatura es esa?

—¿No reconoces a un corriente mosquito del sudor? —preguntó Bink, sorprendido—. ¡Sólo hace un momento estabas clasificando a los mosquitos más extraños, descubriendo especies nuevas!

La frente de Humfrey se frunció.

—¿Por qué iba a hacerlo? No sé nada sobre los mosquitos.

El hombre, el centauro y el grifo intercambiaron miradas.

—Primero Crombie; luego el Mago —murmuró Chester—. Debe tratarse de la locura.

—Pero ¿no debería afectarnos a todos? —inquirió Bink con preocupación—. Se parece más a un mal funcionamiento de los talentos. Crombie señaló la peor comida en vez de la mejor, y Humfrey saltó del conocimiento a la ignorancia…

—¡Justo en el momento en que el trozo de madera cambió de manos! —finalizó Chester.

—Será mejor que lo alejemos de la madera.

—Sí —aceptó Chester, dando un paso hacia Humfrey.

—No, por favor… deja que lo haga yo —repuso rápidamente Bink, confiado en que su talento podría manejar mejor la situación. Se acercó a Humfrey—. Con tu permiso. —Con suavidad, le quitó el trozo de madera de las manos.

—¿Por qué a ti no te afecta? —preguntó Chester—. ¿O a mí?

—A ti te afecta, centauro —respondió Humfrey—. Pero, como desconoces cuál es tu talento, no notas cómo lo invierte. En lo que respecta a Bink…, es un caso especial.

Así que el Buen Mago ya había recuperado su buena forma.

—Entonces, esta madera…, ¿invierte los hechizos? —inquirió Bink.

—Más o menos. Como mínimo, cambia el impulso de la magia activa. Dudo que restaurara al grifo hembra o a los hombres estatua, si es que piensas en ello. Esos hechizos son ahora pasivos. Sólo una interrupción completa de la magia los anularía.

—Ah, sí —aceptó, inseguro, Bink.

—¿Qué tipo de caso especial eres tú? —le exigió Chester a Bink—. No realizas ninguna magia.

—Podríamos decir que soy inmune —contestó con cautela Bink, preguntándose por qué su talento no seguía protegiéndose contra el descubrimiento. En ese momento bajó la vista a la madera que sostenía en las manos. ¿Era inmune?

Soltó la madera.

—¡Squawk! —exclamó Crombie—. ¡Esa es la razón de que mi talento fallara! La madera me hizo… pumf squawk screech…

El golem se había acercado a la madera, y su traducción se desintegró. Bink, con suavidad, alzó a Grundy y lo alejó de ella.

—…de lo que pretendía —terminó el golem, alegre, sin percatarse del cambio—. ¡Es peligrosa!

—Claro que lo es —corroboró Bink. De una patada lanzó lejos la madera.

Chester no quedó conforme.

—Lo que significa que sólo se trató de algo incidental. Aún hemos de enfrentarnos a la locura.

Crombie localizó la comida más cercana, esta vez con éxito. Era un apetitoso matorral de galletas que crecía en la rica tierra que había al lado de los huesos. Se dieron un festín de galletitas de chocolate. Un castaño de agua cercano les proporcionó bebida suficiente: lo único que tenían que hacer era arrancar las castañas y pincharlas para extraer el agua.

Mientras Bink comía y bebía, sus ojos se posaron en otro montículo de tierra. En esta ocasión lo dispersó cuidadosamente con un palo; no obstante, sólo encontró más tierra.

—Creo que estas cosas me están siguiendo —dijo—. ¿Con qué fin? No hacen nada, simplemente se quedan ahí.

—Por la mañana le echaré una ojeada —comentó el Mago, con la curiosidad moderadamente despierta.

Cuando la oscuridad se cerró sobre ellos, establecieron la morada en el interior de la austera celda de huesos. Bink se tumbó en la alfombra de moho de esponja debajo del esqueleto —la había comprobado con detenimiento para asegurarse de que era inofensiva— y contempló la salida de las estrellas. ¡Acampar a la intemperie no era tan terrible!

Al principio, las estrellas fueron meros puntos de luz que se asomaron por entre las barras de la estructura ósea. Sin embargo, Bink pronto comenzó a percibir una organización: las constelaciones. No solía observar mucho las estrellas, ya que Xanth no era seguro por la noche; siempre había permanecido bajo techo y, cuando la noche lo pillaba en el exterior, se había apresurado a buscar algún refugio. Por este motivo, encontró el cielo nocturno fascinante. De alguna forma, sin motivo aparente, había pensado que las estrellas tendrían un resplandor equivalente y que estarían separadas de forma equilibrada. En cambio, variaban en los dos aspectos, yendo desde la luz más penetrante hasta el brillo más tenue, y del esplendor solitario al racimo más confuso. De hecho, parecían formar esquemas. Mentalmente, comenzó a trazar líneas entre ellas, creando dibujos. Ahí estaba la cabeza de un hombre, el curvo trazo de una serpiente, un borrón con tentáculos parecido a un árbol ahorcador. A medida que se concentraba, esas cosas se definieron más. Los trazos adoptaron una convicción y claridad mayores; casi parecieron reales.

—¡Vaya, hay un centauro! —exclamó.

—Por supuesto —dijo Chester—. Es una de las constelaciones establecidas. Lleva ahí siglos.

—¡Pero parece viva! Creo que la vi moverse.

—No, las constelaciones no se mueven. No de esa forma. Ellas… —Chester guardó silencio.

—¡Se movió! —gritó Bink—. El brazo fue en busca de una flecha de su caja…

—Carcaj —le corrigió Chester—. Hay algo extraño aquí. Debe ser la atmósfera.

—O quizás el aire al moverse —dijo Bink.

Chester bufó. Observaron cómo el centauro en el cielo extraía la flecha, la encajaba en el arco y buscaba algún blanco. Se vio un cisne, pero se trataba de un ave muy grande y dócil, no apta para ser cazada. Había un zorro, pero se escabulló fuera de la vista, detrás de unos pastores, antes de que el centauro pudiera tomar puntería. Entonces apareció un oso enorme. Intentaba coger a un cachorro de león, pero el león adulto estaba cerca; casi era del mismo tamaño que el oso y estaba del mismo humor. Los dos grandes predadores giraron en círculos, al tiempo que la flecha del centauro seguía sus movimientos; ¿cuál caería primero?

—Mata al león, estúpido —musitó Chester—. Luego, el oso cogerá al cachorro y te dejará en paz.

Bink observaba fascinado la animación de las constelaciones y la fuerza y gracia de las extrañas bestias. Claro que el centauro era una criatura normal…; sin embargo, sólo en las mitologías de Mundania existían animales como el león, el oso y el cisne. Parte de esa mitología aparecía en forma de esfinges, quimeras, grifos y animales parecidos; pero en realidad no importaban mucho. También se podía considerar al león de Mundania como el cuerpo de un grifo con la cabeza de una hormiga león, una mezcla que derivaba de los originales de Xanth. Ahora que se había desactivado el escudo, los animales podían cruzar la frontera con libertad y, con toda seguridad, allí se mezclarían. Bink lamentó no haber tenido la oportunidad de ver criaturas como el oso en carne y hueso cuando estuvo en Mundania. ¡No obstante, había experimentado la suficiente alegría al poder regresar a Xanth!

Casi debajo de la cola del centauro apareció otra extraña criatura mundana: un lobo. Se parecía a un perro de una sola cabeza. Bink había visto a hombres lobo, aunque no eran lo mismo. ¡Qué horror debía ser para los lobos de Mundania, que estaban obligados a permanecer siempre en su forma animal, incapaces de volverse de nuevo hombres!

El centauro del cielo se volvió hacia el lobo, apuntándole con el arco. Pero el lobo había reanudado la marcha, ya que le seguía un escorpión enorme. Y este era perseguido por un hombre…, no, únicamente pensaba que el hombre iba detrás de él. En realidad, el hombre, un bruto con unos músculos muy desarrollados, perseguía a una serpiente, cuya cabeza trataba de aplastar con un garrote. Un dragón seguía la huella del hombre, y un animal verdaderamente extraño, de cuello largo, iba tras el dragón. De hecho, todo el cielo estaba vivo con cosas raras, lo que lo hacía parecer un lugar mucho más interesante que la Tierra de Xanth.

—¿Qué es eso del cuello largo? —preguntó Bink.

—La zoología mitológica no es mi especialidad —repuso Chester—. Pero creo que se trata de un monstruo mundano llamado gaffe. —Se detuvo—. No, no es así. Una gaffa. No. Una…, ¡una jirafa! Eso es. El cuello largo es para mantenerla lejos de la magia hostil del suelo, o algo parecido. Me parece que su característica más extraña es que, a pesar del largo cuello, no tiene voz.

—¡De veras que es una magia peculiar! —admitió Bink.

—Técnicamente, una carencia de magia peculiar. La Tierra de Mundania podría aprovechar una buena dosis de magia.

A medida que iban apareciendo el resto de las estrellas, el cielo se pobló de animales. En un extremo había un cangrejo, y un toro sin alas, y un genuino perro de una sola cabeza. Los pájaros proliferaban…, algunos familiares, como el fénix y el ave del paraíso, y otros muchos extraños, como la grulla, el tucán, el águila, el pavo real, la paloma y el cuervo. También había gente: hombres, niños, y varias mujeres jóvenes y hermosas.

Eso le recordó a Bink de nuevo a Camaleón. Cuanto más tiempo pasaba lejos de ella, más la echaba de menos. ¿Y qué si tenía su fase fea? También poseía su fase adorable…

—Mira…, ahí está el Río Erídano —exclamó Chester.

Bink lo encontró. El río fluía atravesando medio cielo; nacía en los pies de un gigante y… Bink no pudo ver dónde acababa. ¿Adónde podía ir un río celeste? Se decía que contenía todo tipo de peces, y…

—¿Qué es eso? —exclamó de pronto Bink.

—La fabulosa ballena mundana —contestó Chester—. ¡Me alegra saber que no existe semejante monstruo en nuestra tierra!

Bink lo corroboró con énfasis. Otra vez localizó el río, en busca de su final. Se extendía y se estrechaba, haciéndose difuso, eludiéndole. Entonces descubrió un pequeño lagarto.

—¡Un camaleón! —exclamó.

A medida que pronunciaba el nombre, el lagarto cambió, transformándose en el camaleón humano que él conocía y amaba: su esposa. Ella le miró desde las más recónditas profundidades del cielo, y su boca se abrió. Bink, Bink, pareció decirle. Ven a mí…

Bink se incorporó en el acto; estuvo a punto de golpearse la cabeza contra un hueso.

—¡Voy! —gritó con júbilo. ¿Por qué la había abandonado?

Sin embargo, no tenía ninguna forma de llegar hasta ella. No podía subir por el aire, o volar, y de todos modos sabía que ella sólo era una imagen, que no era real. Se trataba, simplemente, de un lagarto transformado, en sí mismo imaginario. No obstante, deseaba…

En ese momento, la constelación centauro disparó su flecha. El proyectil destelló mientras volaba por el aire y formó una estela brillante en el cielo, haciéndose cada vez más intenso a medida que se aproximaba. De repente se volvió alarmantemente grande y cercano, como si estuviera atravesando los cielos…, y se clavó en un árbol próximo. Era un árbol perro: aulló de dolor; luego, gruñó y mostró sus ramas interiores, parecidas a dientes, con furia canina, buscando a su enemigo. En un segundo había despedazado la flecha.

Bink miró a Chester, pero no pudo distinguir la expresión del centauro en la oscuridad. Esa flecha de la constelación, que era una estrella fugaz, ¡había caído sobre un árbol de verdad!

—¿El centauro nos estaba disparando a nosotros?

—Si no fue así, mostró un descuido criminal —replicó Chester sombríamente—. Y si lo fue, realizó un disparo muy malo. Es un mal ejemplo que se reflejará en todos los centauros. Le enviaré un recordatorio.

Chester, con su silueta visible contra el destellante cielo, se irguió alto y magnífico, un excelente pura sangre de hombre, y encajó una de sus flechas en el arco. Tiró de la cuerda con toda su formidable fuerza y soltó la flecha hacia arriba.

Voló muy alta, visible de algún modo a pesar de la noche. Hacia arriba, imposiblemente alta, justo al borde mismo del domo nocturno, justo hacia la constelación centauro.

Bink sabía que ninguna flecha física podía golpear una estrella o un dibujo formado por estrellas. Después de todo, las constelaciones eran simplemente líneas imaginarias trazadas entre esas estrellas. Sin embargo…

La flecha de Chester se clavó en el flanco de la constelación centauro. La criatura dio un salto de dolor. De su boca salieron dos cometas y una estrella fugaz: ¡una exclamación formidable!

—¿Sí? ¡Lo mismo te digo, cabeza hueca! —devolvió Chester.

La constelación se llevó la mano atrás y se arrancó la flecha. Una nova estalló de su boca mientras contemplaba la herida. Varias estrellas tenues pulsaron en ella, sugiriendo el daño. Cogió un puñado de suaves plumas del cisne y se las frotó contra el corte. Ahora fue el turno del cisne desplumado de emitir estrellas fugaces de la boca; no obstante, el ave no se atrevió a atacar al centauro.

El centauro celeste sacó el tubo extensible llamado telescopio y se lo llevó a los ojos. La magia de ese tubo le permitía ver mucho más lejos de lo normal. «¡****!», exclamó, con una invectiva realmente desagradable, buscando al que le había lanzado esa objetable flecha.

—¡Estoy aquí, cabeza de casco! —gruñó Chester, y apuntó otra flecha hacia las alturas—. ¡Baja y pelea como un centauro!

—Eh, yo no haría… —le advirtió Bink.

Pareció como si la constelación hubiera oído el desafío. Giró el telescopio y lo centró en el campamento óseo. De su boca salió un planeta con una malsana aureola.

—¡Aquí estoy, imbécil! —gritó Chester—. ¡Ven a demostrar que eres merecedor de tu nombre!

¿Merecedor del nombre «imbécil»? A Bink no le gustaba nada la situación, pero era incapaz de detenerla.

La constelación encajó otra flecha. Lo mismo hizo Chester. Durante un momento los dos se miraron, con los arcos tensos, incitando a que el otro lanzara primero. Luego, casi al unísono, sus flechas salieron disparadas.

Los dos disparos resultaron incómodamente certeros. Bink contempló cómo las dos flechas atravesaban el mediocielo y se dirigían hacia sus blancos, como si estuvieran guiadas por la magia. Ningún centauro se movió: no había duda de que se trataba de una cuestión de honor en duelos semejantes. El primero que se apartara mostraría poco temple; pocos eran los centauros débiles en ese aspecto.

Las dos flechas fallaron…, aunque no por mucho. El disparo de Chester casi rozó la frente de la constelación, mientras que la flecha del centauro celestial se clavó en el suelo, al lado de la pata delantera izquierda de Chester; daba la casualidad de que se hallaba muy próxima a la cabeza del Buen Mago.

Humfrey se despertó con un sobresalto.

—¡Amenaza equina! —gritó de malhumor—. ¡Ten cuidado con lo que haces!

—Lo tengo —replicó Chester—. Esa no es mi flecha. Mira, tiene polvo de estrellas.

Humfrey extrajo la flecha de la tierra.

—Vaya, sí, es cierto. —Escudriñó el cielo—. Se supone que aquí no hay polvo de estrellas. ¿Qué está ocurriendo?

El que se despertó en ese momento fue Crombie.

—¡Squawk!

—Tú eres el Mago —tradujo el golem—. En principio, eres tú el que tiene que saber las cosas.

—¿Sobre las constelaciones estelares que cobran vida? Ha pasado mucho tiempo desde que revisé esa magia específica. —Humfrey siguió mirando el cielo—. No obstante, sería un estudio muy valioso. Crombie, ¿dónde se encuentra el acceso más cómodo a ese reino?

Crombie señaló. Entonces, Bink notó un patrón formado por estrellas, muy parecido a unos escalones que descendían por el horizonte. Su aspecto era cada vez más sólido y, a medida que miraba, parecían estar más cerca, bajando casi hasta el mismo borde de los huesos. ¡Quizá, después de todo, fuera posible ascender!

Miró de nuevo las estrellas. Eran más brillantes que antes, y las líneas entre sí más nítidas. Las figuras inmóviles habían adquirido tonalidades que las hacían mucho más reales. Otra vez vio a Camaleón que le llamaba con gestos.

—¡Voy a subir!

—¡Squawk! —aceptó Crombie—. Siempre estoy dispuesto para una buena pelea, y ese centauro con boca de cometas necesita una lección.

Chester ya se hallaba de camino hacia los escalones; sin embargo, al oír eso, se detuvo.

—No seas tonto —restalló el Mago, corriendo detrás de ellos—. Crombie se refería al centauro celeste, no a ti. Tú eres un bocazas, no tienes una boca de cometas.

—Oh, claro —corroboró Chester, sin mucho entusiasmo. Hizo un esfuerzo visible para olvidar la molestia—. ¡A la carga!

Cargaron hacia los escalones.

—Idiotas, ¿es que estáis locos? —aulló Grundy—. ¡Ahí arriba no hay nada para vosotros!

Chester le miró; Bink vio el cambio en la forma de la cabeza del centauro reflejado contra las constelaciones arracimadas.

—No escuché graznar a Crombie.

—¡No graznó! —gritó el golem—. Esta vez estoy hablando por mí mismo. ¡No subáis al cielo! ¡Es la locura!

—Es fascinante —dijo Humfrey—. ¡Un estudio de primera mano de las constelaciones animadas! Tal vez nunca tengamos una oportunidad mejor.

—Tengo que enseñarle una lección a ese centauro —repuso Chester.

Los ojos de Bink habían retornado a Camaleón. Su necesidad de ella se había vuelto tan grande como el cielo. Continuó andando.

—Es la locura —repitió Grundy, tirando de las plumas del cuello de Crombie—. A mí no me afecta. Yo sólo veo los hechos debido a que no soy real. Se trata de una magia hostil. ¡No vayáis!

—Probablemente tengas razón, enano —admitió Humfrey—. Sin embargo, este ofrecimiento es demasiado tentador para ser rechazado.

—¡También lo fue el de la sirena! ¡No lo hagáis! —gritó Grundy—. ¿Dónde quedará vuestra búsqueda si dejáis que la locura se apodere ahora de vosotros?

—¿Y a ti qué te importa? —exigió Chester—. Tú no tienes sentimientos.

Apoyó las patas delanteras sobre el primer escalón. Era firme, y estaba sujeto en cada esquina por una diminuta estrella. Las líneas eran como hebras, y los paneles que había entre ellas parecidos al cristal. Una escalera translúcida, no del todo invisible, que ascendía hacia el cielo.

Bink sabía que era magia y que no se podía confiar en ella. Sin embargo, Camaleón se encontraba ahí arriba, esperándole, y él tenía que ir. Después de todo, si no fuera seguro, su talento no se lo permitiría.

—¡Bueno, pues yo no voy a ir! —aulló Grundy.

Saltó de la espalda del grifo y cayó sobre un matorral de moscas flor, ahuyentando a varias. Al instante se perdió en la noche.

—Por fin nos hemos deshecho de él —musitó Chester, subiendo por los escalones.

La superficie cedió un poco bajo su peso, haciendo que las estrellas de anclaje se inclinaran hacia dentro; pero resistieron. Crombie, impaciente por ese proceso, desplegó las alas y pasó al lado del centauro, posándose un trecho más arriba. Parecía que la ascensión era demasiado empinada para que a una criatura de su tamaño le resultara cómodo volar, razón por la que prefirió subirla a pie. El Buen Mago iba en tercer lugar, y Bink en cuarto.

Subieron en fila. La escalera giraba sobre sí misma, por lo que, pasado un rato, Bink vio a Crombie ascender justo encima de él. Se trataba de un efecto interesante; sin embargo, Bink estaba más fascinado por la visión de abajo. A medida que subía por encima de la copa de los árboles, el paisaje nocturno del yermo de Xanth se le abrió en su totalidad, impresionante debido a su naturaleza especial. Bink, en una ocasión, había sido transformado en un ave, y, en otra, había volado sobre una alfombra mágica; incluso, en otra, había volado con forma humana…, la magia le había brindado bastantes experiencias. No obstante, este lento ascenso por encima del nivel superior del bosque, con una superficie segura bajo sus pies…, era distinto de todas las formas de vuelo que había experimentado antes y, en cierto aspecto, único. Era muy consciente de que podía caerse; los escalones no tenían ninguna barandilla de la que pudiera sujetarse, ninguna barrera en los extremos. Eso parecía colocarle en la situación precisa que el vuelo le negaba. Estar por encima del suelo, aunque atado a él…

El bosque nocturno era hermoso. Varios árboles brillaban. Algunos alzaban tentáculos del color del hueso; otros tenían tonalidades pastel. Unos poseían flores gigantes que se asemejaban a ojos, ojos que parecían centrarse en Bink. Otras copas de árboles formaban laberintos de ramas entrecruzadas. Mientras observaba, todo el bosque adoptó la forma de un solo rostro humano. ¡NO VAYAS!, articuló.

Bink se detuvo, momentáneamente disgustado. ¿Realmente intentaba hablarle el yermo? ¿Los intereses de quién representaba? Podía estar celoso de su huida hacia el cielo. Hambriento de su cuerpo. O, simplemente, ser maligno.

Crombie había podido con el árbol ahorcador. Chester había perdido su capacidad de oír de forma casual, justo a tiempo para salvarles de la llamada de la sirena. En esas ocasiones, su talento había entrado en acción. ¿Por qué se hallaba quieto ahora?

Miró hacia arriba. El enorme panorama del cielo le aguardaba…, animales, monstruos y gente. En ese momento, todos se hallaban inmóviles en sus lugares, esperando la llegada del grupo de Bink. Allí arriba estaba la aventura.

Continuó el ascenso. Tenía que apresurarse, ya que los otros habían proseguido y, en este momento, se encontraban varias espirales más arriba. ¡No quería llegar tarde a la acción!

Cuando alcanzó al Mago, que se retrasaba con respecto a las vigorosas criaturas de cuatro patas, oyó el zumbido de algo en la oscuridad, a un lado. Parecía un insecto muy grande, uno de esos bichos exóticos. ¡Esperó que no se tratara de otro bicho de oro! Agitó los brazos para asustarlo.

—¡Bink! —llamó una voz pequeña.

¿Y ahora qué? Se estaba agotando debido a su rápido ascenso, al tiempo que tenía que vigilar con cuidado para no dar un traspié, mientras absorbía los esplendores del inmenso dosel de arriba y el ancho disco de abajo. Se hallaba en el centro mismo de una escena fenomenal, deseaba experimentar cada aspecto con total intensidad; no quería que ningún bicho le distrajera.

—¡Lárgate!

El bicho se acercó volando. Irradiaba algo de luz. Era un pez volador que se propulsaba con un chorro de burbujas que salían de su fuselaje, de modo que las alas rígidas le proporcionaban un ascenso suficiente. Las branquias eran tomas de aire, y varias aletas diminutas le suministraban estabilidad y capacidad de maniobra. Bink sabía que los peces voladores eran veloces; tenían que serlo, o de lo contrario caían al suelo. Este llevaba una luz a la espalda, parecida a una linterna en miniatura, y…

—¡Bink! ¡Soy Grundy! —Realmente era el golem, que se agarraba al lomo del pez y lo guiaba tirando de unas pequeñas riendas sujetas a su boca. La mano libre de Grundy sujetaba la lámpara, que parecía ser una estrella diminuta, aprisionada en una red—. Atrapé a este pez tentándole con el lenguaje de los peces; ahora me comprende y me ayuda. He traído la madera inversora de hechizos. —Dio una palmadita a la alforja con la mano que conducía las riendas. Se trataba del trozo nudoso que Bink había tirado.

—¿Cómo puede volar el pez? —inquirió Bink—. ¿Cómo puedes traducir tú? La inversión…

—No afecta al pez porque carece de talento; es mágico —explicó Grundy con impaciencia—. La madera sólo invierte la magia exterior, no la magia inherente.

—Eso no tiene mucho sentido —repuso Bink.

—La madera invirtió el talento de pico de pájaro, pero no le devolvió su forma humana —continuó el golem—. Estropeó la información del gnomo, pero tampoco le convirtió en un hombre normal. A ti no te afectó porque…

El golem no conocía el talento de Bink; sin embargo, seguía siendo una pregunta importante: ¿había conquistado el talento de Bink a la madera…, o había sido invertido por ella? ¡La respuesta podía ser una cuestión de vida o muerte!

—¿Y qué pasa contigo? —exigió Bink—. ¡Sigues traduciendo!

—Yo no soy real —replicó Grundy, conciso—. Quítame la magia, y no soy más que paja y arcilla. Para mí, la madera es sólo madera.

—¡Pero antes la madera te afectó! Hablaste de forma ininteligible hasta que yo te aparté.

—¿Sí? —preguntó Grundy, sorprendido—. No me di cuenta. Supongo que la traducción es mi talento, de forma… —Se calló, analizándolo—. ¡Ya lo sé! En este momento no estoy traduciendo. ¡Hablo por mí mismo!

Ahí estaba la respuesta.

—Bien, pero mantén alejada de mí esa madera —dijo Bink—. No confío en ella.

—No. He de acercarla a ti. Coloca tu mano en ella, Bink.

—¡No lo haré! —exclamó Bink.

Grundy tiró de las riendas hacia un lado, pateó los flancos del pez y se inclinó hacia delante. El pez giró y aceleró derecho hacia Bink.

—¡Eh! —protestó este, cuando le rozó una mano.

Sin embargo, en ese momento todo cambió. Bruscamente, las estrellas se convirtieron en simples estrellas y los escalones… fueron las ramas de un árbol enrejador. Por encima de él, los otros estaban llegando a su cima, a punto de pisar las ramas más delgadas que no podrían soportar su peso. Crombie ya se hallaba manteniendo la mayor parte de su masa gracias a la ayuda de sus alas, y Chester…

Bink sacudió la cabeza, aturdido. ¡Un centauro trepando por un árbol!

Entonces el pez se alejó, haciendo que retornara la locura. Bink se encontró de nuevo sobre la escalera transparente, ascendiendo hacia las resplandecientes constelaciones.

—¡Es demencial, lo sé! —gritó—. Pero no puedo evitarlo. ¡He de continuar subiendo!

El golem acercó de nuevo el pez.

—¿No puedes rechazarlo ni siquiera cuando sabes que es tu perdición?

—¡Es una locura! —admitió Bink, experimentando una dosis de cordura cuando se le acercó la madera—. ¡No obstante, es verdad! No te preocupes por mí…, yo sobreviviré. ¡Ve a sacar a Chester de esa rama antes de que se mate!

—¡Correcto! —aceptó Grundy.

Espoleó a su montura, que zumbó más alto. Bink prosiguió el ascenso, maldiciéndose por su estupidez.

El pez desapareció en la noche. Únicamente la estrella aprisionada —que Bink ya sabía que se trataba de una baya brillante— indicaba el emplazamiento de Grundy. La luz se acercó al centauro.

—¡Por todos los diablos, golem! —exclamó Chester—. ¿Qué demonios hago subido a un árbol?

Bink no pudo escuchar la parte de Grundy, aunque adivinó su naturaleza. Pasado un momento, Chester comenzó a retroceder por los escalones.

—¡Eh, patán! —gritó el Mago—. ¡Quita tu culo de asno de mi cara!

—Desciende —ordenó el centauro—. No es una escalera, es un árbol. Estamos subiendo a nuestra muerte.

—Es información. ¡Déjame pasar!

—¡Es locura! Grundy, acércale tu madera.

La luz bajó.

—¡Por todas las mollejas galopantes! —aulló Humfrey—. ¡Es un árbol! ¡Tenemos que bajar de aquí!

Pero el centauro había empezado a subir de nuevo.

—Aún no he terminado mi asunto con esa constelación centauro —dijo.

—¡Estúpido equino! —exclamó Humfrey—. ¡Desiste!

El pez descendió a toda velocidad hacia Bink.

—No puedo manejarlos a los dos —indicó Grundy—. Vosotros sois cuatro, y yo sólo dispongo de un trozo de madera.

—El grifo puede volar; de momento estará bien —comentó Bink—. La escalera, quiero decir el árbol, es estrecho. Dale la madera a Chester; nadie podrá pasar al lado de él. Luego ve a buscar más madera.

—Ya había pensado en ello —dijo el golem.

El pez se alejó. Al cabo de un momento, Chester volvió a invertir su curso. El Buen Mago le maldijo con un lenguaje vernáculo nada mágico; sin embargo, se vio obligado a retroceder a la vista del trasero del centauro. Pronto estuvieron justo encima de Bink…; él también les maldijo por impedirle el ascenso.

Las constelaciones, viendo que retrocedían, estallaron con cólera. «¡***!», gritó en silencio el centauro celeste. Ante su llamada, los demás monstruos del cielo se agruparon: el dragón, la hidra, la serpiente, el caballo alado, el gigante y, en el río, la ballena.

La locura siguió dominándole, pero Bink ya no deseaba subir por la escalera. Los monstruos se estaban reuniendo en el extremo de la escalera de caracol. La serpiente comenzó a bajar, con su sinuoso cuerpo enroscándose alrededor de la espiral, al tiempo que los que poseían alas descendían volando. Bink no estaba seguro de si eran reales o ilusorios, o algo entre medio…; pero, al recordar el golpe de la flecha en el árbol perro, no tuvo ningún deseo de arriesgarse.

—¡Hemos de buscar un refugio! —gritó.

Sin embargo, Crombie, que se encontraba en la parte más alta de la escalera y no se veía afectado por la madera, se lanzó a la batalla con el caballo alado.

—¡Squawk! —rugió.

—¡Neigh! —replicó el caballo.

Grundy se dirigió hacia ellos con su montura.

—¡Oooh, lo que han dicho!

Con las alas desplegadas, el grifo y el caballo se enfrentaron, atacando con garras y cascos. Se estableció el contacto; no obstante, debido a la confusión de las alas y los cuerpos entrelazados, Bink no sabía quién iba ganando.

Entonces llegó la serpiente. Chester no podía utilizar con eficacia su arco, ya que ninguna flecha podía recorrer un sendero en espiral; decidió esperarla con la espada empuñada. Bink se preguntó qué veía el centauro; él tenía la madera en la mano y percibía la realidad… o algo. Con toda probabilidad, no se trataba de una serpiente, sino de una amenaza equivalente. Mientras tanto, Bink tenía que interpretarla tal como la veía.

A medida que la enorme cabeza de víbora se le acercaba, el centauro emitió un rugido de advertencia y la golpeó en la nariz. El acero se enfrentó a los colmillos. Los dientes de la serpiente eran grandes y reflejaban la luz de las estrellas, brillando con lo que podía ser veneno. Tenía dos que sobresalían del resto, y los movía con la precisión de un espadachín. Chester se vio obligado a retroceder, ya que sólo disponía de una espada.

En ese instante, Chester imitó al caballo alado y empleó sus cascos delanteros. Sacudió a la serpiente en el hocico, uno-dos, uno-dos, mientras la mareaba con la espada. Sus patas delanteras no tenían la fuerza de las traseras, pero los cascos disponían de bordes afilados y un efecto acumulativo que podía resquebrajar la corteza de un árbol, o las escamas de una serpiente.

¿Qué ocurriría si la madera tocaba a la serpiente?, se preguntó Bink. ¿Le proporcionaría una visión distinta de la realidad? ¿Le parecería, entonces, que el centauro era algo diferente? ¿Cómo podía estar seguro alguien de cuál era la magia real y cuál la falsa?

La serpiente siseó y abrió tanto sus fauces que su boca adquirió la altura del centauro. La sinuosa lengua se deslizó fuera para enroscarse alrededor del brazo con que el centauro empuñaba la espada, inmovilizándolo; sin embargo, Chester cambió el acero a su otra mano y, limpiamente, le cercenó la lengua. La serpiente emitió un aullido siseante de agonía y cerró la boca de golpe, castañeteando los colmillos. Chester se tomó un momento para quitarse el segmento de lengua que tenía en el brazo, y luego siguió cortándole el hocico. Mantenía su terreno.

Llegó el dragón. Se cernió sobre el Buen Mago. Quizás Humfrey estuviera atrapado en la locura, pero no era un idiota. Introdujo la mano en el interior de su chaqueta y la sacó con un frasco. No obstante, el ataque del dragón fue tan rápido que no le dio tiempo a abrir el contenedor. En vez de ello, Humfrey lo lanzó a las fauces abiertas. El dragón lo mordió de forma automática. El frasco se quebró entre sus dientes. El vapor estalló, expandiéndose en una nube que salió con fuerza por entre los dientes de la bestia y se solidificó alrededor de su cabeza. Sin embargo, no cobró ninguna forma…, ningún demonio, ninguna pantalla de humo, ni siquiera un sandwich. Simplemente permaneció ahí, endureciéndose.

—¿Qué ocurre? —inquirió Bink en voz alta—. ¿Ha funcionado mal el frasco?

—Tuve que coger uno al azar —replicó Humfrey—. Es…, me parece que es una espuma aislante.

—¿Qué?

—Una espuma aislante. Se expande, luego se endurece allá donde la colocaste y mantiene las cosas calientes… o frías.

Bink sacudió la cabeza. Ciertamente, el Mago estaba loco.

¿Cómo podía funcionar algo para mantener las cosas calientes o frías? O era como el fuego, para calentar, o era como el hielo, para enfriar. ¿Y por qué alguien se molestaría con una magia de ese tipo?

Sin embargo, el dragón no lo estaba tomando con ecuanimidad. Se dobló en medio del aire y sacudió la cabeza de lado a lado con violencia, tratando de quitarse de encima esa cosa pegajosa. Masticó y tragó con el fin de eliminar la espuma.

—Si yo fuera tú, no lo haría —le dijo Humfrey.

El dragón le ignoró. Rugió. Luego tosió y resopló, creando una cabeza de fuego en su estómago. Dio vueltas y sus aleteantes alas arrojaron trozos de espuma endurecida. Inmediatamente después, se orientó hacia el Mago y lanzó su terrible fuego.

Lo único que surgió fue una pequeña llama. Luego, de forma sorprendente, el cuerpo del dragón comenzó a hincharse. Se infló como un globo, hasta que sólo las patas, la cola, los extremos de las alas y el hocico quedaron fuera de la bola.

—¿Qué…? —preguntó Bink, sorprendido.

—El aislante se endurece en el acto con el calor —explicó Humfrey—. De modo que el propio fuego del dragón lo solidificó. Desafortunadamente, ese aislamiento en particular también es…

El dragón estalló. Un montón de estrellas salieron disparadas en todas dirección, chamuscando el follaje de la jungla, pasando al lado de Bink y realizando una maravillosa exhibición en el cielo.

—…explosivamente inflamable cuando se lo enciende —terminó Humfrey.

Observaron cómo las estrellas de curso ascendente llegaban a sus alturas y, luego, estallaban en una exhibición de chispas multicolor. Durante un breve momento todo el cielo nocturno se hizo más brillante.

—Intenté advertírselo al dragón —comentó Humfrey sin simpatía—. Uno no puede aplicar una llama abierta a un aislante inflamable.

Interiormente, Bink no pudo culpar al dragón por el malentendido. Él habría cometido el mismo error que el dragón. Si su talento se lo hubiera permitido. Sin embargo, esto le señaló una cosa: si alguna vez (¡que nunca ocurriera!) mantenía una disputa seria con el Buen Mago, ¡tendría que tener mucho cuidado con esas botellas mágicas! Nunca se sabía lo que podía surgir de ellas.

Ese fue el instante en que un monstruo encontró a Bink. Se trataba de la hidra. No tenía alas, y tampoco podía haber usado la escalera, ya que estaba bloqueada por la serpiente. Al parecer, la hidra había descendido por una cuerda…, pero no había ninguna a la vista.

Bink se volvió hacia el monstruo, blandiendo la espada. Estaba en una forma excelente; cortó la más cercana de las siete cabezas de un modo limpio, justo por detrás de los cuernos; salió despedida por los aires. De su cuello brotó un líquido viscoso, con tanta fuerza que el chorro se separó en dos. ¡Si eso hubiera sido lo único que hacía falta para derrotar al monstruo, Bink no habría tenido problemas!

Los dos chorros se coagularon en medio del aire, formando dos muñones gemelos que seguían unidos al cuello. A medida que continuaba saliendo el líquido salpicaba los muñones, endureciéndolos, haciéndolos más grandes. Brotaron excrecencias, y el color se oscureció, hasta…

¡Los muñones se convirtieron en dos cabezas nuevas! Cada una era más pequeña que la original, pero igual de feroces. Lo único que había conseguido Bink era duplicar la amenaza a la que se enfrentaba.

Eso era un problema. Si cada cabeza que cortara se transformaba en dos más, cuanto más tiempo y mejor luchara, ¡peor iba a ser! Pero, si no luchaba bien, pronto se vería consumido por siete…, no, por ocho cabezas.

—¡Toma, Bink! —llamó Chester, arrojándole algo.

A Bink no le gustó la interrupción de su concentración; sin embargo, tendió el brazo para coger lo que fuera. En la oscuridad, sus dedos sólo consiguieron cambiar su trayectoria. En el momento en que lo tocaron, recuperó su cordura. Se vio a sí mismo en una rama del árbol, con la espada apuntando a…

En ese momento la madera inversora de hechizos se alejó, y la locura retomó su dominio sobre él. Vio que el trozo de madera volaba hacia la hidra…, y una de las cabezas se tendió para tragarla.

Momento en el que Bink reanudó su anterior línea de pensamiento. ¿Qué haría un inversor de hechizos en el interior de un monstruo imaginario? Si de verdad la forma de la hidra era un producto de la percepción distorsionada de Bink —de la locura que compartía con sus amigos— debería ser anulada…; no, la madera tenía que hallarse cerca de él para anular a los monstruos que percibía. No obstante, como sus amigos también veían a los monstruos, y no podía estar cerca de todos al mismo tiempo…, eso significaba que la madera no podía afectar al monstruo, a no ser que este tuviera una realidad objetiva. Aun entonces, la madera no afectaría la forma de la hidra, sólo su talento…, si es que la hidra poseía algún talento. La mayoría de las criaturas mágicas carecían de talentos; su magia consistía en su misma existencia. Así que…, no debería ocurrir nada.

La hidra aulló con sus ocho bocas. Cayó bruscamente al suelo. Yació inmóvil, y sus estrellas comenzaron a desvanecerse.

Bink la observó con la boca abierta. La hidra no había cambiado de forma…, había sido destruida. ¿Qué había ocurrido?

Entonces lo analizó. Después de todo, la hidra poseía un talento mágico: el de sostenerse por una cuerda invisible. La inversión del hechizo producido por la madera había anulado esa magia, haciendo que el monstruo cayera hacia su muerte. Su cuerda invisible no había desaparecido; había actuado para tirar de la criatura hacia abajo con la misma fuerza con que la había alzado antes. ¡Desastre!

Pero ahora la madera había desaparecido. ¿Cómo iban a escapar de la locura?

Bink alzó la vista. El agente espumoso del Buen Mago había destruido al dragón, y los cascos y la espada de Chester habían hecho retroceder a la serpiente. El espíritu combativo de Crombie resultó ser demasiado para el caballo alado. Las batallas individuales se habían ganado. Sin embargo, la guerra seguía siendo poco prometedora.

Un cierto número de constelaciones habían permanecido en el cielo. El centauro, el gigante y la ballena no descendieron porque carecían de alas o de magia voladora, ya que la escalera estaba obstruida por la serpiente. En ese momento, al ver el destino de sus compañeros, los tres rugieron su cólera desde la seguridad de sus lugares nocturnos. De sus bocas salieron novas y planetas con anillos, truenos diminutos y cometas con las colas anudadas, en una confusa profusión y maravillosa invectiva, con la ballena lanzando los trazos más obscenos.

—¿Oh, sí? —inquirió Chester con bravuconería—. ¡Subiremos hasta ahí y os haremos lo mismo! ¡Vosotros sois los cobardes que comenzasteis todo!

Crombie, Humfrey y Bink formaron una pina a su alrededor.

—¡No, deteneos! —gritó Grundy desde su pez volador, dando vueltas en una trayectoria estable—. Todos habéis visto la naturaleza de vuestra locura. ¡No cedáis de nuevo ante ella! ¡Pasaos la madera, recuperad vuestra perspectiva, pisad de nuevo el suelo! ¡No permitáis que los fantasmas os tienten a vuestra destrucción!

—¿Sabéis?, tiene razón —murmuró Humfrey.

—¡Yo dejé caer la madera! —gritó Bink—. ¡Dejé caer nuestra cordura!

—¡Entonces, ve a buscarla! —exclamó el golem—. Y tú, trasero de caballo…, tú se la arrojaste a él. Baja y ayúdale.

—¡Squawk! —chilló Crombie.

—Pico de pájaro dice que subirá él solo para adjudicarse toda la gloria.

—¡Oh, no lo hará! —rugió Chester.

—¡Exacto! —estuvo de acuerdo el golem—. Para ser justos, tenéis que ir juntos. Vosotros, las criaturas reales, le dais importancia a la justicia, ¿verdad? ¿O el honor es ajeno a ti, pico de pájaro? ¿O no deseas la competencia de trasero de caballo, ya que sabes que te dejaría en mal lugar si no dispusieras de ventaja?

—¡Squawk! ¡Squawk!

Bink casi creyó que veía salir cometas de la boca de Crombie.

—¡Exacto! Prueba que eres su igual en cualquier lugar, en cualquier momento…, bajando para encontrar la madera antes de que lo haga él. Y llévate al gnomo contigo. Trasero de caballo puede cargar con el insípido.

¿Insípido? ¿Así había decidido llamarle el golem? La presión sanguínea de Bink empezó a aumentar. Sólo porque su talento no era visible…

—¡De acuerdo, que todo el estiércol caiga sobre vosotros! —dijo Chester—. Bajaré a coger la estúpida madera. ¡Luego, hacia la gloriosa batalla!

De ese modo tan poco glorioso descendieron por la escalera translúcida.

Los monstruos de arriba estallaron llenos de burla. El cielo se iluminó con sus exclamaciones: detonaron cerezas bomba de varios y silenciosos colores, tornados resplandecientes, incendios forestales. La ballena desvió al Río Erídano de forma que sus aguas cayeron en animada catarata. El gigante esgrimió su enorme mazo, sacando estrellas de sus órbitas, arrojándolas abajo. El centauro disparó flechas luminosas.

—¡Moveos, patanes! —aulló el golem—. Alejaos de sus desafíos. ¡Eso los enloquece más que ninguna otra cosa que podáis hacer!

—Hey, es cierto —corroboró Chester—. Eres bastante inteligente para ser un manojo de paja y brea.

—Estoy cuerdo… porque no dispongo de ninguna de las estúpidas emociones de realidad que pueden interferir con mis procesos mentales —dijo Grundy—. Cuerdo… porque soy de paja y brea.

—Por lo tanto, eres el único que está cualificado para sacarnos fuera de la locura —comentó el Mago—. Eres el único que puede percibir la realidad objetiva…, porque no posees un aspecto subjetivo.

—Sí, ¿no es fabuloso? —Sin embargo, el golem no parecía feliz.

De repente, Bink comprendió que Grundy se les uniría con todas sus ganas en la locura, aunque sabía que únicamente conducía al desastre, si con ello pudiera probar su realidad. Sólo la irrealidad del golem le permitía aferrarse a la vida que poseía. ¡Qué destino paradójico!

Una flecha golpeó en un arbusto con flores gato que había justo a su lado. La planta maulló y escupió, tirando de la flecha; luego, la atacó una y otra vez con sus patas pimpollo.

—¡Oh, cómo desearía meterle una flecha por debajo de la cola! —murmuró Chester—. Ese centauro es una desgracia para la especie.

—Primero, encuentra la madera —gritó Grundy.

Una de las estrella azotadas por el gigante pasó zumbando por encima de la cabeza de Bink e incendió un árbol de caucho. La planta se estiró de forma tremenda, tratando de apartarse de su propia substancia ardiente. El olor fue horrible.

—Entre el humo no podremos encontrar nada —se quejó Chester mientras tosía.

—¡Entonces, seguidme! —exclamó Grundy, mostrándoles el camino con su pez.

Asfixiándose, siguieron al golem. Las constelaciones se enfurecieron encima de ellos y lanzaron andanadas de proyectiles; ninguno dio en el blanco. La locura no tenía poder alguno sobre el liderazgo cuerdo.

¡Pero la locura lo intentó! La ballena volvió a coger al río y, con un tirón brutal, lo sacó de su nuevo canal. El agua chorreó a través del campo estrellado en un curso lechoso y delgado, formando una inundación. Entonces encontró un canal nuevo y siguió su curso, arrancando varias estrellas que crecían en su lecho, y se volcó en dirección del suelo.

—¡Cuidado! —gritó Bink—. ¡Nos hallamos al pie de ese manantial!

Era cierto. La masa de agua caía sobre ellos como una avalancha acuática. Con desesperación, intentaron apartarse de su trayectoria…; sin embargo los cogió, empapándoles con su fluido lechoso, rompiendo alrededor de ellos con el ruido del trueno, cubriéndoles hasta la cintura. Crombie arqueó la espalda, mojado; las plumas habían perdido todo su lustre. Chester pasó los brazos alrededor de su torso humano, como si buscara apartar al líquido. Y el Mago…

El Buen Mago se hallaba envuelto en una toalla grande, brillante, que una vez fue suave. Empapado, era peor que si no tuviera nada.

—El frasco equivocado —explicó con timidez—. Quería un impermeable.

Lograron salir penosamente de la cascada inmediata y más allá de los residuos. Bink estaba temblando; el agua del río celestial era helada. La locura había sido fascinante justo en el momento en que las constelaciones cobraron vida; pero, en ese momento, deseó estar en el calor de su casa, seco, junto a Camaleón.

¡Ah, Camaleón! Le gustaba especialmente en su fase «normal», cuando no era ni bella ni inteligente, sino de una agradable normalidad. Como cambiaba continuamente, en ese breve período en que era normal parecía siempre tan fresca. No obstante, la amaba con cualquier forma e intelecto…, más aún en momentos como este, cuando se encontraba mojado y helado, cansado y con miedo.

Le dio un manotazo a una estrella que pasaba, liberando parte de su incomodidad. Era muy probable que la mota brillante se sintiera tan miserable como él, arrancada de su lugar en el cielo, convertida en un simple residuo en la tierra.

El agua de aquí era muy poco profunda para la ballena, el único monstruo celeste que en este momento podría haber sido una verdadera amenaza. El grupo salió fuera del fango.

—En la vida real, esto debe ser una tormenta de truenos —comentó Chester.

La caminata se hizo interminable. El golem no cesaba de darles prisa a través de la noche. La ira de las constelaciones les persiguió un trecho, luego se perdió cuando ellos se introdujeron bajo el dosel de la selva. Sin embargo, la locura permaneció con ellos. El suelo pareció convertirse en una masa de mantequilla de cacahuetes, ondulando bajo sus pisadas. Los árboles, peligrosos en sí mismos, parecieron adquirir una amenaza alienígena: se volvieron de color púrpura y vibraron a coro, ofreciéndoles frutas oblongas y siniestras.

Bink supo que la locura, ya tuviera un aspecto benigno o maligno, les destruiría en un momento si cedían a ella. Su sentido de la autoconservación le alentó a resistir, y su resistencia se hizo más fuerte con la práctica…; aun así, todavía no pudo penetrar de lleno en la realidad. En un sentido, se parecía a la ilusión de la Reina…; pero esta afectaba a la emoción al igual que a la percepción, por lo que resultaba más traicionera.

Escuchó que el golem le graznaba a Crombie en el lenguaje de los grifos; luego vio que Grundy posaba su pez volador en la cabeza de Crombie. Aparentemente, el pez se hallaba cansado y tenía que reposar.

—Se merece un premio —comentó Bink—. Por su oportuno servicio.

—¿Lo merece? ¿Por qué? —preguntó Grundy.

Bink iba a responderle cuando se dio cuenta de la futilidad de ese acto. El golem no era real; no se preocupaba. Grundy hacía lo que tenía que hacer; la consciencia y la compasión humanas no formaban parte de su carácter.

—Acepta mi palabra: el pez deber ser premiado. ¿Qué le gustaría?

—Es muy complicado —murmuró Grundy. No obstante, le silbó y gorgoteó al pez—. Quiere una familia.

—Todo lo que necesita es una hembra de su especie —señaló Bink—. O un macho, en caso de que sea una hembra.

Más lenguaje de pez.

—En la región de la locura no puede encontrar ninguna —explicó el golem.

—Un poco de esa madera inversora de hechizos le solucionaría el problema —dijo Bink—. De hecho, a todos nos vendría bien un poco. La locura y el agua nos confundieron tanto, que en ningún momento pensamos en lo más obvio. Veamos si el talento de Crombie nos puede localizar un poco más de esa madera.

Crombie graznó consternado al darse cuenta de la razón que tenía. Giró y señaló… justo a un temblequeante montículo de gelatina.

—Eso es un árbol chupasangre —repuso Grundy—. ¡No podemos meternos ahí!

—¿Por qué no? —preguntó Chester, en broma—. Si tú no posees nada de sangre.

—La madera debe hallarse detrás —dijo Bink—. El talento de Crombie sigue funcionando; pero hemos de tener cuidado con los peligros incidentales que surjan a lo largo del trayecto, y ahora más que nunca. En la noche, con la locura…, sólo tú puedes hacerlo, Grundy.

—¡He estado haciéndolo! —exclamó Grundy, ofendido.

—Necesitamos un poco de luz —indicó Chester—. Pico de pá…, eh, Crombie, ¿dónde podemos conseguir una luz inofensiva?

El grifo señaló. Había una bandada de cosas gordas y de patas largas, con unos ojos horrendamente brillantes. Bink se acercó con cautela y descubrió que se trataba de plantas, no de animales; lo que les había parecido patas eran en realidad tallos. Cogió uno, y el ojo proyectó un haz que iluminó todo en lo que se posaba.

—En realidad, ¿qué es esto? —preguntó Bink.

—Una flor antorcha —contestó Grundy—. Ten cuidado de no incendiar el bosque.

La lluvia había cesado, pero el follaje seguía goteando.

—De momento, no hay peligro de que eso ocurra —comentó Bink.

Armados con sus luces, se encaminaron en la dirección que les había señalado Crombie en busca de la madera, dando rodeos para evitar los peligros que percibía el golem. Estaba claro que no podrían haber sobrevivido a las trampas naturales de la jungla sin la guía del golem. Habría sido bastante malo en circunstancias normales; la locura lo hacía imposible.

Llegaron de repente. Un tocón monstruoso crecía del suelo. En la base era tan grueso como lo que podía abarcar un hombre con los brazos, pero se interrumpía a la altura de la cabeza en una ruina irregular.

—¡Qué árbol debió ser! —exclamó Bink—. Me pregunto cómo habrá muerto.

Se acercaron al tocón y, de pronto, estuvieron cuerdos. Los ojos brillantes que sostenían quedaron revelados como las flores antorcha que les había dicho el golem; el corazón de la jungla mostró su verdadera magia en vez de su magia loca. De hecho, Bink sintió la cabeza más despejada que nunca en su vida.

—El hechizo de la locura…, ¡ha sido invertido para volvernos absolutamente cuerdos! —exclamó—. ¡Como el golem!

—¡Mirad el sendero por el que vinimos! —señaló Chester—. Esquivamos espinas venenosas, hierba carnívora, árboles de gasolina…, ¡nuestras antorchas podrían haber hecho que toda esta región volara por los aires!

—Como si yo no lo supiera —murmuró Grundy—. ¿Por qué crees que no paraba de gritaros? Si tuviera nervios, ahora estarían destrozados. Cada vez que os apartabais del camino que yo indicaba…

Las cosas siguieron aclarándose para Bink.

—Grundy, ¿por qué te molestaste en ayudarnos en vez de huir en tu pez? Te tomaste unas molestias extraordinarias…

—¡El pez! —exclamó Grundy—. ¡He de liberarlo! —Arrancó una astilla del enorme tocón y la fijó a la aleta dorsal del pez con un poco de su propia paja—. Ya está, ojos saltones —le dijo, con algo sospechosamente parecido al afecto—. Mientras lleves la madera, verás las cosas como realmente son en la región de la locura. Así podrás localizar a tu pez hembra. Una vez que lo hayas logrado, tírala; tengo entendido que no es bueno ver a una mujer de forma muy realista.

Crombie emitió con énfasis un graznido de asentimiento que no requirió traducción alguna.

El pez alzó el vuelo, subiendo al cielo con un poderoso impulso de burbujas, esquivando con habilidad las ramas que se interponían en su camino. Aliviado del peso del golem e ilusionado por la esperanza de un romance loco, se movía a gran velocidad.

—¿Por qué hiciste eso? —le preguntó Bink al golem.

—¿Te falla la memoria? ¡Tú me lo dijiste, zoquete!

—Quiero decir, ¿por qué lo hiciste con tanto cariño? Mostraste un sentimiento verdadero hacia ese pez.

—No es posible —restalló Grundy.

—¿Y por qué nos guiaste a todos a través de los peligros? Si hubiéramos muerto, tu obligación con el Buen Mago se habría terminado.

—¿De qué me habría servido? —exigió Grundy, dándole una patada a un trozo de hierba.

—Te habría liberado —dijo Bink—. En cambio, te tomaste un montón de molestias para sacarnos de la escalera y conducirnos a la seguridad. No tenías por qué hacerlo; tu trabajo es la traducción, no el liderazgo.

—Escucha, insípido…, ¡no tengo que soportar la mierda que me estás tirando!

—Piénsalo —comentó impasible Bink—. ¿Por qué ayudar a un insípido?

Grundy lo pensó.

—Veo que también yo padecí la locura —admitió.

—¿Cómo podías estar loco…, si la locura no te afectó?

—¿Adónde quieres llegar? —exigió Chester—. ¿Por qué acosas al golem? Realizó un buen trabajo.

—Porque el golem es un hipócrita —replicó Bink—. Sólo hay una razón por la que nos ayudó.

—¡Porque me preocupé por vosotros, zoquete! —aulló Grundy—. ¿Por qué he de justificar el haberos salvado las vidas?

Bink guardó silencio. Crombie, Chester y el Buen Mago miraron al golem sin pronunciar palabra.

—¿Qué he dicho? —exigió encolerizado Grundy—. ¿Por qué me estáis mirando, mangantes?

Crombie graznó.

—Pico de pájaro dice… —el golem se detuvo—. Dice…, ¡no puedo entender lo que dice! ¿Qué me ocurre?

—La madera de este árbol invierte los hechizos —explicó Humfrey—. Ha cancelado tu talento.

—¡No estoy tocando la madera!

—Tampoco nosotros —repuso Bink—. Sin embargo, todos estamos cuerdos, porque la atmósfera del tocón es mucho más fuerte que un fragmento de madera. Esa es la razón por la que ahora podemos percibirte tal como eres. ¿Te das cuenta de lo que has dicho?

—Así que la madera estropea mi talento lo mismo que el vuestro. ¡Ya lo sabíamos!

—Porque cambia nuestra magia sin modificarnos a nosotros —continuo Bink—. Porque lo que nosotros somos es real.

—¡Pero eso significaría que yo soy real en parte!

—Y que te preocupas en parte —dijo Chester.

—¡Fue una manera de hablar! ¡No poseo emociones!

—Aléjate del árbol —pidió Bink—. Apártate del alcance del tocón. Dinos lo que ves.

Grundy retrocedió y miró a su alrededor.

—¡La selva! —gritó—. ¡Ha cambiado! ¡Está loca!

—Sientes —comentó Bink—. La Respuesta del Buen Mago. En tu esfuerzo por salvarnos, recorriste la mitad de tu destino. Has comenzado a aceptar las responsabilidades de ser real. Sientes compasión, ira, experimentas el placer, la frustración y la incertidumbre. Hiciste lo que hiciste debido a que la consciencia va más allá de la lógica. ¿Vale la pena?

Grundy contempló las distorsiones que había fuera del tocón.

—¡Es la locura! —exclamó, y todos rieron.