El sonido de la batalla se desvaneció tras ellos. Los hombres, incluido Crombie, descendían por el sendero, atrapados por la canción de la sirena. La cualidad alienígena era más fuerte ahora, cosa que producía un escalofrío en la fibra más profunda de Bink. Sabía que la sirena significaba muerte, una muerte mucho más segura que el árbol ahorcador…; pero ¡qué muerte satisfactoria sería!
Era un buen sendero; nada se interponía en su avance. Pronto llegaron a la playa de un pequeño lago. En ese lago había dos islas diminutas, como las cimas de las montañas que en su mayor parte están ocultas bajo la superficie. El sendero llevaba por encima del agua hacia una de esas islas. Era la fuente de la música de la sirena.
Siguieron por el sendero. Bink pensó que Crombie se detendría de nuevo; en su interior esperó que así fuera, a la vez que temía que esa esperanza se cumpliera. Pero el grifo prosiguió. Aparentemente, su resistencia a las mujeres se había visto comprometida por el espíritu y el sacrificio de las mujeres del poblado; ya no podía mantener la misma suspicacia que antes. A cambio, él iba el primero por el sendero acuático; el agua se hundía levemente debajo de sus garras, pero soportaba su peso. El Mago iba segundo, Bink tercero y…
Desde un lado oyeron un balido colérico. A lo largo de la playa venía cargando una pequeña criatura. Tenía cuatro patas y era lanuda, como una oveja, con unos amplios cuernos que rodeaban por completo su cabeza. Resultaba claro que el sendero atravesaba el territorio de la criatura. Esto la había impulsado a entrar en acción.
Chester, que se hallaba en el camino de la criatura, se detuvo.
—Es un carnero —comentó, reconociendo la especie—. No se ve influido por la llamada de la sirena, ya que sólo es un animal. No tiene sentido que razonemos con él.
¡Un carnero! Bink se detuvo; su curiosidad, de momento, había podido más que la tentación de la sirena. Había oído hablar de esas criaturas y de sus parientes, los carneros hidráulicos, pero nunca se había encontrado con uno. Como le habían dicho, únicamente existían con el fin de golpear con sus cuernos, cosa que les encantaba. Si había alguna puerta que derribar, o un castillo en el que entrar, un carnero así era valiosísimo. En momentos de calma, sólo eran una molestia, ya que no dejaban de golpear sus cabezas contra todo tipo de obstáculos.
Chester era mucho más grande que el carnero…, pero le había interrumpido de seguir el sendero de la sirena. Chester lo esquivó con agilidad una vez; el carnero se frenó —un buen truco en la arena, incluso con magia— y dio media vuelta para cargar de nuevo. Si lo hubiera ignorado, habría chocado con el trasero de Chester…, y ese era el rasgo del que más orgulloso se sentía, a pesar de la reciente mancha de la savia del ahorcador. Y era mucho más atractivo que su cara. Así que él también se volvió de cara al carnero, y lo esquivó de nuevo.
Si continuaban así, no acabarían nunca. El carnero, feliz, seguiría indefinidamente, levantando arena cada vez que fallara y tuviera que frenar en seco; sin embargo, Chester tenía que responder a una llamada de la sirena. De alguna forma, había que detener al carnero.
Bink pensó: quizá su talento hubiera tenido algo que ver en salvarle del ahorcador, de la misma forma que otras veces había usado la magia de otros con libertad. ¿Era el carnero otro instrumento que quería impedirle que llegara a la sirena? En ese caso, debía ser él quien se enfrentara al carnero, no Chester.
Chester, que no era tonto, fue maniobrando entre carga y carga para quedar directamente delante de un gran árbol. En ningún momento apartó los ojos del carnero, no fuera que le cogiera por sorpresa. La siguiente carga lanzaría al carnero contra el árbol hacia el que Chester se había orientado periféricamente; con un poco de suerte, lo dejaría atontado. O, por lo menos, ayudaría en el proceso, ya que hacían falta muchos golpes para atontar a un carnero y dejarlo idiota. Bueno, para empezar, estas criaturas ya eran bastante tontas.
Entonces, Bink reconoció la variedad de árbol.
—¡En ese no, Chester! —gritó—. Es un…
Demasiado tarde. ¿Por qué siempre llegaba demasiado tarde? ¡Le irritaba cada vez más! El carnero cargó, Chester se hizo a un lado, brotó el sonido aflautado de una melodía, y el carnero dio de lleno contra el árbol. Tal fue la fuerza del impacto, fuera de toda proporción con respecto al tamaño del animal, que todo el árbol vibró con violencia.
—… árbol de piñas —finalizó Bink tardíamente.
Las frutas comenzaron a caer: enormes piñas doradas, bastante maduras. A medida que cada fruta tocaba el suelo, estallaba con una terrible fuerza. Esta era la manera en que el árbol se reproducía: las frutas detonadas lanzaban una metralla de semillas que se dispersaba por todo el paisaje, donde cada una pudiera florecer y, con suerte y magia, convertirse en un nuevo árbol de piñas. Pero no era muy seguro permanecer cerca del proceso.
Una piña golpeó al carnero en la grupa. El carnero baló y se volvió en redondo para enfrentarse a ella, con el trasero dolorido y chamuscado; sin embargo, estaba claro que era una acción fútil. Otras frutas estallaban a su alrededor. Una cayó delante del carnero. Con un resoplido desafiante, el animal saltó con decisión para interceptarla y cogerla de lleno entre sus cuernos. El golpe resultante lo dejó atontado; se tambaleó, balando feliz.
Mientras tanto, Chester realizaba una verdadera danza complicada de esquivar, tratando de mantener su larga cola y sus lustrosos flancos fuera de peligro. Pudo evitar las piñas que le caían a la izquierda, derecha y delante de él; pero las que le caían detrás resultaban más problemáticas. Una casi cayó sobre su cola; de hecho, rozó la parte superior. Chester, con un notable movimiento, apartó del camino toda su parte trasera…; sin embargo, en el proceso, colocó la cabeza en la sección que acababa de ocupar la cola.
La piña estalló. Chester recibió la explosión justo debajo de la mandíbula. Su cabeza quedó envuelta en humo y fuego; luego, el aire se aclaró y allí estaba él, atontado.
Bink vio que no podía retroceder por el sendero, pese a la preocupación que sentía por su amigo. Esto, en parte, se debía a que la continua llamada de la sirena le permitía detenerse, pero no retroceder; y, por otro lado, porque el sendero del agua sólo era de una dirección: se mantenía firme mientras uno avanzaba; pero, en el momento mismo en que uno trataba de regresar, se convertía en agua. El lago era pequeño, aunque parecía muy profundo, lo cual le hacía vacilar en lanzarse a él. La magia maligna tendía a acechar en las profundidades. Lo único que pudo hacer fue observar y gritar:
—¡Chester! ¿Te encuentras bien?
El centauro estaba allí, erguido, y sacudía lentamente la cabeza. La explosión no había dañado mucho el aspecto facial de Chester, ya que siempre había sido feo, pero lo que preocupaba a Bink era el estado de la fina mente del Centauro. ¿Había dañado la piña su cerebro?
—¡Chester! ¿Puedes oírme?
Entonces, cuando Chester le ignoró, Bink comprendió el problema. ¡La explosión le había dejado sordo!
Bink agitó las manos con frenesí y, por fin, Chester se percató.
—¡Habla más alto…, no puedo oírte! —Y el centauro también lo comprendió—. ¡Estoy sordo! ¡No escucho nada!
Por lo menos, en todos los demás sentidos, parecía hallarse bien. Bink, aliviado de la mayor parte de su ansiedad, se sintió abrumado una vez más por la continua llamada de la sirena. La siguió.
—¡Al infierno con la sirena! —exclamó Chester—. Ya no puedo escucharla. Es una estupidez ir hacia ella. Representa la muerte.
Crombie, con el árbol ahorcador, se había visto liberado momentáneamente de la compulsión, pero ahora la sirena lo había capturado de nuevo. Chester se vio liberado por la intervención del carnero. ¡Seguro que se trataba de su talento en funcionamiento! No obstante, el propio Bink aún seguía atrapado. Dio media vuelta y continuó hasta la isla. Crombie y el Buen Mago casi habían llegado, ya que no se habían detenido tanto como Bink.
Chester galopó a lo largo del sendero hasta que llegó a la misma altura que Bink. Sus poderosas manos sujetaron a Bink por los codos.
—¡No vayas, Bink! ¡Es una idiotez!
Pero a Bink nadie le detendría.
—Suéltame, culo de caballo. ¡Tengo que ir! —Y sus pies siguieron caminando en el aire.
—No puedo oírte, pero sé lo que estás diciendo, y no merece la pena que te escuche —comentó Chester—. Sólo hay una forma de parar esto antes de que los otros estén perdidos.
Soltó a Bink en el suelo, luego preparó su gran arco. La sirena aún se encontraba muy lejos; sin embargo, no existía ninguna arquería como la de un centauro. La cuerda del arco de Chester vibró, y la mortal flecha ascendió en un tremendo arco por encima del agua, buscando la isla y la figura femenina que allí había.
Se oyó un grito de angustia, y la melodía cesó bruscamente. La flecha de Chester había dado en el blanco. De repente, todos quedaron libres; la compulsión había desaparecido. Por fin el talento de Bink había prevalecido, salvándole del peligro sin revelar su presencia.
Corrieron hacia la isla. Allí yacía la sirena…, la más hermosa que Bink hubiera visto jamás, con un cabello que parecía una cascada de sol y una cola fluida como el agua clara. La flecha cruel había atravesado su torso, en el centro y un poquito hacia abajo de sus espectaculares pechos desnudos; sangraba por delante y por la espalda. Su torso estaba derrumbado sobre su dulcemele.
No obstante, aún no había muerto. Aunque la flecha, con esa increíble pericia del centauro, debió atravesarle el corazón, todavía respiraba. De hecho, no había perdido el sentido. Inclinó débilmente su hermoso rostro hacia Chester.
—¿Por qué me disparaste la flecha, macho hermoso? —susurró.
—No puede oírte; está sordo —dijo Bink.
—No quería ningún daño para vosotros…, sólo amor —continuó ella—. Amor a todos los hombres; vosotros…, ¿por qué tenéis que oponeros a ello?
—¿Qué alegría existe en la muerte? —inquirió Bink—. Te hemos traído lo que tú misma les diste a cientos de hombres. —Habló con brusquedad; pero su corazón sufría al ver la angustia de esa adorable criatura. Recordó cuando Camaleón recibió una herida similar.
—¡No traje muerte alguna! —protestó con toda la vehemencia que pudo reunir; jadeó cuando el esfuerzo empujó un chorro de sangre de su pecho. Por debajo de los hombros, tenía todo el cuerpo bañado en brillante sangre…, se debilitaba a un ritmo creciente—. ¡Sólo… sólo amor!
Entonces, por fin, se rindió y perdió el sentido. Bink, conmovido a pesar de lo que sabía, se volvió al Mago.
—¿Es… es posible que esté contando la verdad?
Humfrey sacó su espejo mágico. Mostró la sonriente faz del bebé.
—Es posible —respondió, conocedor de la complejidad del espejo. Luego lo encaró directamente—: ¿Contó la verdad la sirena?
El bebé sonrió otra vez.
—No nos deseaba ningún mal —dijo el Mago—. No es una asesina, aunque tentara a los hombres a venir aquí.
Los hombres intercambiaron miradas. Entonces, Humfrey extrajo su botella de elixir curativo y derramó una gota sobre la terrible herida de la sirena. Curó al instante, y ella volvió a estar sana.
El Mago le ofreció a Chester una gota del elixir para los oídos, pero el centauro la desdeñó. De modo que Humfrey la arrojó sobre el trasero del centauro, que, de repente, retornó a su acostumbrada belleza.
—¡Me has curado! —exclamó la sirena, tocándose sorprendida el pecho—. ¡No queda nada de sangre, ni siquiera dolor! —Luego, estremecida, añadió—: ¡Debo cantar! —y alargó el brazo hacia su dulcemele.
Chester lo pateó lejos de su alcance. El instrumento voló por el aire, destrozado, hasta que cayó en el agua.
—¡Ahí radica la fuente de su magia! —gritó—. ¡La he destruido!
La fuente de la magia… destruida. ¿Era un presagio?
Insegura, la sirena empezó a cantar. La parte superior de su torso se expandió de forma maravillosa al inhalar aire; su voz era excelente…; sin embargo, ya no había compulsión alguna en ella. Ciertamente, el centauro la había privado de su devastadora magia.
Se detuvo.
—¿Quieres decir que era eso lo que llamaba a todos los hombres? Pensé que les gustaba mi canto. —Pareció desdichada.
En apariencia, ella era la inocente adorable, como Camaleón en su fase de belleza.
—¿Qué les ocurrió a todos los hombres? —preguntó Bink.
—Fueron a ver a mi hermana —repuso ella, indicando con un gesto la otra isla. Hizo un mohín—. Yo les ofrezco todo mi amor…, pero ellos siempre van a ella.
¡Peculiar! ¿Quién podría atraer a las víctimas, alejándolas de la misma sirena?
—¿Quién es tu hermana? —inquirió Bink—. Quiero decir, ¿cuál es su magia? ¿Se trata de otra sirena?
—¡Oh, no! Es una gorgona, muy bonita.
—¡Una gorgona! —exclamó Bink—. ¡Eso es la muerte!
—No, ella no le haría daño a nadie, no más que yo —protestó la sirena—. Adora a los hombres. Aunque me encantaría que me enviara algunos.
—¿No sabes lo que hace la mirada de un gorgona? —preguntó Bink—. ¿Lo que le ocurre a alguien que mira el rostro de…?
—¡He mirado la cara de mi hermana muchas veces! ¡No existe ningún mal en ella!
Humfrey alzó de nuevo el espejo mágico.
—¿Afecta sólo a los hombres? —preguntó, y el sonriente bebé estuvo de acuerdo.
Parecía que la sirena desconocía en realidad el efecto devastador que tenía el rostro de su hermana en los hombres. Así que, durante años, había estado tentándolos…, para que la gorgona los convirtiera en piedra.
—Tendremos que hablar con tu hermana —repuso Humfrey.
—El sendero sigue hasta su isla —le informó la sirena—. ¿Qué haré sin mi dulcemele?
—Tienes una voz lo suficientemente bonita como para no necesitar ningún acompañamiento; y tú también lo eres —repuso diplomáticamente Bink. Y, en parte, era verdad; si hubiera tenido unas extremidades inferiores acordes con las superiores, lo habría sido por completo—. Puedes cantar a capella, sin instrumentación.
—¿Puedo? —preguntó ella, al tiempo que se le iluminaba la cara—. ¿Hará que vengan hombres tan agradables como tú?
—No. No obstante, y a pesar de ello, quizás algún hombre agradable te encuentre. —Bink se volvió hacia el Mago—. ¿Cómo podemos acercarnos a la gorgona? Una mirada…
—Tendremos que tratar con ella por la mañana —decidió Humfrey. Bink había perdido la noción del tiempo. Cuando se dirigieron a luchar contra el árbol ahorcador, las estrellas comenzaban a asomarse en el cielo del poblado; luego, se encaminaron a esta isla…, donde parecía que empezaba a anochecer en este momento. ¿Tenía eso algún sentido? Bink había creído que el sol se ponía en el mismo instante en toda la Tierra de Xanth, pero se dio cuenta de que no tenía por qué ser así. Sin embargo, en este momento le preocupaban otras cosas, así que escuchó el resto de la frase de Humfrey—: Sirena, si nos pudieras proporcionar comida y un lecho donde dormir…
—En realidad, no soy esa clase de mujer —objetó la sirena.
Bink miró su lustrosa cola de pez.
—Está claro que no. Sólo deseamos un lugar donde dormir.
—Oh. —Pareció desilusionada—. No obstante, puedo transformarme en esa especie si… —Resplandeció, y su cola se convirtió en dos arrebatadoras piernas.
—Sólo dormir —dijo Chester. Parecía que estaba recuperando la capacidad de escuchar de forma natural—. Y comida.
Sin embargo, la indignación de ella aún no se había aplacado.
—¿Pretendes que te dé mi hospitalidad después de haberme atravesado con tu mohosa flecha y haber roto mi dulcemele?
—Lo siento —se disculpó secamente Chester—. Me duele la cabeza.
Ya podía dolerle, pensó Bink. ¿Por qué esa irritante criatura no había aceptado una gota del elixir para su cabeza, del mismo modo que lo hizo para su cola?
—Si de verdad lo sintieras, lo demostrarías —dijo ella.
Crombie graznó.
—Te está tirando los garfios, asno —repuso el golem.
Irritado por partida doble, Chester miró con furia a la sirena.
—¿Cómo?
—Dándome un paseo sobre tu espalda.
Bink estuvo a punto de reírse. ¡A todas las ninfas les gustaba cabalgar!
—Monta, entonces —aceptó Chester, desconcertado.
Ella se dirigió a su flanco, pero fue incapaz de montar en él.
—Eres demasiado alto —se quejó.
Chester giró su parte frontal, le pasó un brazo alrededor de su esbelta cintura y la alzó con facilidad.
—¡Aay! —gritó ella, encantada, cuando sus pies se abrieron en el aire—. ¡Qué fuerte eres!
Crombie graznó otra vez, y su comentario no precisó de ninguna traducción. Ella estaba seduciendo al centauro sin su canción de sirena.
Chester, que no se hallaba en uno de sus mejores momentos después de su encuentro con la piña, se hallaba visiblemente irritado.
—Todos los centauros son fuertes. —La depositó con precisión en su espalda y echó a andar.
La sirena se sujetó a su crin.
—Vaya, ¡qué hombros tan anchos! Y qué pelaje tan sedoso tienes. ¡Seguro que eres el centauro más atractivo que existe!
—Quizás en la parte trasera —admitió él. Comenzó a trotar.
—¡Oooh, esto es delicioso! —gritó ella, soltándose durante un segundo para aplaudir con entusiasmo infantil—. Debes ser el centauro más inteligente, y el más rápido… —Se detuvo—. ¿Podrías, si no te molesta, dar un pequeño salto?
Chester, que no estaba demasiado harto de las alabanzas de ella, dio un tremendo salto. La sirena gritó y salió disparada de su lomo. Cayó en el agua, ya que, al tratarse de una isla pequeña, habían llegado a su extremo.
—Uh, lo siento —murmuró Chester, mortificado—. Creo que me excedí. —Se inclinó para pescarla.
Y eso hizo: sus piernas se habían vuelto a transformar en una cola.
—No ha pasado nada —dijo la sirena—. Me siento como en casa en el agua. —Y se revolvió en su brazo, acercando su rostro al de él y plantándole un húmedo beso en la cara.
Crombie graznó.
—No hay tonto más grande que el tonto con trasero de caballo —dijo el golem.
—Tienes toda la razón —admitió Chester, que ahora se hallaba de buen humor—. No se lo digas a Cherie.
—¿Cherie? —inquirió la sirena, frunciendo el ceño.
—Mi yegua. La cosa más bonita de todo Xanth. Ella se quedó en casa, cuidando de nuestro potrillo. Se llama Chet.
Ella lo asimiló.
—Qué bonito —comentó, de mal humor—. Será mejor que me ocupe de buscarte un poco de heno y un establo.
Bink sonrió para sus adentros. ¡Después de todo, Chester no era tonto!
Cenaron unos modestos pescados y pepinos marinos, y se tumbaron sobre unas esponjas suaves y secas. Bink extendió las piernas… y tocó otro montón de tierra. Como se encontraba demasiado cansado para aplastarlo, lo ignoró.
La sirena, que ya había renunciado al centauro, se acurrucó en la oscuridad al lado de Bink.
—Vaya —murmuró él, recordando—. ¡Hemos de dar un servicio a cambio de la hospitalidad!
Crombie graznó.
—Da el servicio tú, tonto —tradujo Grundy—. Estás más cerca de ella.
—¿Servicio? —preguntó la sirena.
Bink se dio cuenta de que se había sonrojado. ¡Maldita insinuación de Crombie!
—Oh, nada —comentó, y fingió quedarse dormido de golpe. Pronto lo estuvo de verdad.
Por la mañana se despidieron de la sirena después de cortarle algo de madera para que pudiera emplear en el fuego de su cocina…, un servicio que apreció, ya que no se le daban muy bien esas cosas. Se dispusieron a ir en busca de su hermana.
—Tendréis que llevar los ojos vendados —decidió Humfrey—. Yo utilizaré el espejo.
Claro, así podría ver a la gorgona de forma indirecta. Era la única manera de mirar a esas criaturas; todo el mundo lo sabía. Sin embargo, ¿por qué funcionaba un espejo? La imagen en el cristal debería ser tan horrible como el original.
—Por la polarización —explicó el Mago, sin que nadie se lo preguntara—. La magia de las imágenes parciales.
Esa explicación no aclaró mucho las cosas. Sin embargo, aún quedaba una pregunta mucho más importante.
—¿Qué haremos para detener a la…? —Bink no quiso emplear la palabra «matar» delante de la inocente sirena. Una cosa era acercarse a la gorgona, y otra despacharla con los ojos vendados.
—Ya lo veremos —contestó Humfrey.
Todos se dejaron cubrir los ojos, incluido el golem. Luego formaron una cadena para seguir al Buen Mago, que utilizaba el espejo para ver hacia delante mientras caminaba hacia atrás por el sendero que unía las dos islas. En este caso no estaba usando su magia, simplemente su reflejo corriente: la magia natural que poseían todos los espejos.
Era extraño e incómodo cruzar el agua sin poder ver nada. ¡Qué terrible sería perder para siempre el poder de la visión! ¿Qué magia era mejor que los sentidos naturales de la vida?
Los pies de Bink notaron tierra firme.
—Por las dudas, permaneced aquí, de cara al agua —les recomendó Humfrey—. Yo me ocuparé de la gorgona.
Todavía nervioso, Bink obedeció. Se sintió tentado de quitarse la venda, volverse y mirar a la gorgona…, aunque la tentación no fue demasiado fuerte. De un forma parecida, una vez, subió a la cima de una alta montaña y sintió el impulso de arrojarse desde las alturas. Quizá el deseo de la aventura surgiera de la misma fuente.
—Gorgona —llamó Humfrey.
Ella respondió justo detrás de Bink.
—Yo soy. Bienvenidos a mi isla. —Su voz era suave; incluso sonaba más atractiva que la de su hermana—. ¿Por qué no me miráis?
—Tu mirada me convertiría en piedra —contestó con franqueza Humfrey.
—¿No soy hermosa? ¿Qué otra posee unos rizos tan serpentinos como los míos? —preguntó sin ambages, y Bink oyó el leve siseo de las serpientes.
Se preguntó qué sensación produciría besar a la gorgona y tener a todos esos cabellos-serpientes enroscándose alrededor de los rostros de los dos. La idea resultaba alarmante y tentadora. No obstante, ¿qué era la gorgona, sino la personificación literal de la promesa y la amenaza encarnadas en cada mujer?
—Eres hermosa —admitió Humfrey con gravedad. Cierto que debía ser hermosa, pensó Bink, ya que el Buen Mago no desperdiciaba sus halagos. ¡Oh, una sola mirada!—. ¿Dónde se encuentran los otros hombres que vinieron a ti?
—Se marcharon —repuso ella con tristeza.
—¿Adónde?
—Allí —dijo ella; Bink supuso que estaría señalando con el brazo—. Más allá de esas rocas.
Humfrey se movió para investigar más de cerca.
—Esto son estatuas —replicó, sin asomo de sorpresa—. Estatuas de hombres, de un realismo exquisito. Como si hubieran sido talladas de la vida.
De la vida…
—Sí —concedió ella con alegría—. Se parecen a los hombres que vinieron a mí.
—¿Y eso no te sugiere nada?
—Los hombres dejaron regalos al marcharse, imágenes de ellos, esculturas. Pero yo preferiría tenerlos a ellos conmigo. Las piedras no me sirven para nada.
¡No comprendía lo que había hecho! Pensaba que simplemente se trataba de imágenes dejadas como recuerdo. Tal vez se negara a enfrentarse a la verdad, apartándola de su consciente, fingiendo que era una muchacha normal. Se negaba a creer en su propia magia. ¡Qué fatídico engaño!
Sin embargo, ¿no era eso demasiado típico del proceso mental de las mujeres?, se preguntó Bink. ¡Si una sola decidiera reconocer el daño que su sexo causaba a los hombres!
Esa era la forma de pensar de Crombie, y por lo tanto casi seguro una exageración. Tal vez existiera una pequeña parte de una sirena y una gorgona en cada muchacha; pero no formaban parte importante de su ser. Camaleón apenas las tenía.
—Si vinieran más hombres —prosiguió Humfrey con inusual gentileza—, lo único que harían sería dejar más estatuas. Eso no es bueno.
—Cierto, ya hay demasiadas —admitió ella con ingenuidad—. Mi isla se está superpoblando.
—Los hombres tienen que dejar de venir —dijo Humfrey—. Han de quedarse en sus hogares, junto a sus familias.
—¿No podría venir uno solo… y quedarse un poco? —preguntó ella de forma directa.
—Me temo que no. Los hombres no son, hum, adecuados para ti.
—Pero tengo tanto amor que dar…, ¡si únicamente un hombre se quedara! Incluso uno pequeñito. Le cuidaría para siempre, y le haría tan feliz…
Bink, que no dejaba de escuchar, comenzaba a entender la profundidad de la tragedia de la gorgona. Lo único que deseaba era amar y ser amada; y, en vez de ello, sembraba una cosecha de irreparable daño. ¿Cuántas familias habían sido destruidas por su magia? ¿Qué podía hacerse con ella… salvo ejecutarla?
—Tienes que marcharte al exilio —dijo Humfrey—. El escudo mágico ha sido desactivado por orden del Rey; puedes marcharte de Xanth con entera libertad. En Mundania, tu magia se disipará, y podrás relacionarte libremente con el hombre, o los hombres, que elijas.
—¿Abandonar Xanth? —gritó la gorgona, asustada—. ¡Oh, no, preferiría morir! ¡No puedo dejar mi hogar!
Bink experimentó una profunda simpatía hacia ella. Él mismo tuvo que enfrentarse una vez al exilio…
—Pero en Mundania serías una muchacha normal, ninguna maldición te seguiría. Eres extremadamente adorable, y posees una personalidad dulce. Allí podrías elegir a los hombres que quisieras.
—Amo a los hombres —repuso ella con lentitud—. Sin embargo, amo aún más mi hogar. No puedo marcharme. Si esa es mi única elección, te ruego que me mates ahora y acabes con mi sufrimiento.
Por una vez, el Buen Mago pareció impresionado.
—¿Matarte? ¡Jamás lo haría! Eres la criatura más atractiva que he visto nunca, ¡incluso a través de un espejo! En mi juventud, te habría…
Entonces ella manifestó un poco del artificio femenino normal.
—Vaya, si no eres viejo, señor. Eres un hombre atractivo.
Crombie contuvo un graznido, Chester tosió, y Bink se atragantó. La gorgona acababa de pronunciar una terrible exageración, ¡por no decir una distorsión total! Humfrey era un buen hombre, con talento, pero no se le podía llamar atractivo.
—Me halagas —contestó el Mago seriamente—. Pero tengo otras preocupaciones.
—De todos los hombres que han venido aquí, sólo tú te has quedado para hablar conmigo —continuó la gorgona—. ¡Me siento tan sola! Te lo ruego, quédate conmigo y permite que te sirva siempre.
En ese momento Crombie lanzó un agudo graznido.
—¡No te vuelvas, idiota! —gritó el golem, traduciendo—. ¡Sigue usando el espejo!
—Hum, sí —aceptó Humfrey. El oído del grifo debía ser muy agudo, pensó Bink, si pudo detectar el incipiente sonido del movimiento del Mago al intentar girarse—. Gorgona, si te mirara directamente…
—Te sentirías obligado a marcharte, dejando sólo un recuerdo con tu parecido —finalizó ella—. ¡No entiendo por qué los hombres son así! Pero ven, cierra los ojos si has de hacerlo, y bésame, deja que te muestre el amor que guardo para ti. ¡Si te quedaras, cualquier deseo tuyo sería una orden para mí!
El Mago suspiró. ¿Sentía la tentación el viejo gnomo? A Bink se le ocurrió que quizá no fuera el desinterés por las mujeres lo que mantenía a Humfrey soltero, sino la falta de una pareja adecuada. Un gran porcentaje de las mujeres no se sentían atraídas por un hombre viejo y arrugado, con aspecto de enano…; y, si alguna mostrara una cierta atracción, lo más probable es que únicamente se debiera a que deseaba parte de su formidable magia. Aquí en cambio había una mujer que lo desconocía todo de él menos su apariencia, y que sin embargo estaba ansiosa por amarle, y sólo le pedía su presencia.
—Querida, creo que es mejor que no —repuso por fin Humfrey—. Semejante acción tendría su recompensa, ¡no me atrevo a negarlo!, y, en circunstancias normales, me sentiría inclinado a quedarme contigo un día o tres, aunque el amor se hallara vendado. Sin embargo, harían falta los recursos de un Mago para poder asociarse libremente contigo, y ahora formo parte de una búsqueda que es más importante, por lo que no…
—¡Entonces quédate un día o tres! —exclamó ella—. ¡Véndate! Sé que ningún Mago sentiría interés por mí, ¡pero ni siquiera un Mago podría ser más maravilloso que tú, señor!
¿Sospechaba la magnitud del talento de Humfrey? ¿Le importaba? El Mago volvió a suspirar.
—Quizá, una vez que acabe esta búsqueda, si quisieras hacerme una visita a mi castillo…
—¡Sí, sí! —gritó ella—. ¿Dónde se encuentra tu castillo?
—Simplemente pregunta por Humfrey. Alguien te lo indicará. Aun así, no puedes mostrarle tu rostro a ningún hombre. Tendrás que llevar un velo…, no, ni siquiera eso bastará, debido a que son tu ojos los que…
—¡No me tapes los ojos! ¡He de ver!
Bink sintió otro toque de simpatía, porque, en este momento, él tampoco podía ver.
—Deja que lo consulte —dijo Humfrey. Se escuchó el ruido de un roce mientras hurgaba entre sus posesiones mágicas. Luego añadió—: Esto no es lo ideal; no obstante, servirá. Sostén el frasco delante de tu rostro y ábrelo.
Más roces cuando ella aceptó el frasco que él le alcanzó por encima del hombro. Se escuchó el ruido del corcho al saltar, el siseo del vapor al salir, un jadeo y, luego, silencio. ¿El Mago había decidido ejecutarla con un gas venenoso que le había dado para que lo oliera?
—Compañeros, ya podéis quitaros las vendas de los ojos y volveros —comunicó Humfrey—. La gorgona ha sido anulada.
Bink rasgó su tela.
—¡Mago! ¿No has…?
Igual que los otros, Bink observó. Ante ellos había una mujer joven arrebatadoramente hermosa, con el cabello compuesto por pequeñas y delgadas serpientes. Pero su rostro… no estaba. Simplemente, allí no había nada.
—Le he aplicado a su rostro un hechizo de invisibilidad —explicó Humfrey—. No tiene ningún problema para ver, pero lamento que ningún hombre pueda mirar su cara, ya que es la parte más hermosa que tiene. Sin embargo, de esta forma es imposible recibir su mirada. Está a salvo… y nosotros también.
Bink tuvo que estar de acuerdo en que era injusto. Parecía una muchacha tan agradable, y pesaba sobre ella una maldición tan terrible. ¡La magia no siempre era agradable! El Mago había anulado la maldición; no obstante, desconcertaba mirar ese vacío que había en lugar de su cara.
Crombie recorrió la isla, analizando las estatuas. Algunas eran de centauros, otras de grifos.
—¡Squawk! —chilló.
—¡Mirad el daño que ha cometido la perra! Debe haber petrificado a cientos de machos inocentes. ¿De qué sirve anularla ahora? Es como cerrar la puerta de casa después de que el ladrón escapara.
Evidentemente, cada vez pensaba más como un grifo. Ese era el peligro de la transformación prolongada.
—Sí, hemos de hacer algo por las estatuas —admitió Humfrey—. Sin embargo, ya he gastado suficiente de mi valiosa magia. De hecho, demasiada. Crombie, señala dónde se encuentra la solución a este problema.
El grifo giró y señaló. Hacia abajo.
—Hum. Vuelve a indicarnos la fuente de la magia.
Crombie lo hizo. El resultado fue el mismo.
—Eso supuse —dijo Humfrey—. Nuestra búsqueda tiene más importancia que la simple información.
Para Bink, en ese momento, otro factor encajó en el esquema. La fuga que emprendieran del árbol ahorcador y de las devastadoras hermanas había parecido como una distracción de la búsqueda y una seria amenaza para el bienestar de Bink; sin embargo, su talento lo había permitido. Ahora se daba cuenta de que las experiencias estaban relacionadas con la misión. No obstante, no debería haber sido necesario que él se expusiera a esos peligros para poder llegar hasta la fuente de la magia. Algo que no era su talento estaba en acción.
Recordó el montón de tierra de la noche pasada. ¿Estaba relacionado? En realidad, no sabía cómo podía estarlo, pero desconfiaba de los acontecimientos que parecían coincidencias, menos cuando estos derivaban de su talento. Si un enemigo estuviera…
El Buen Mago extrajo de nuevo el espejo.
—Ponme con la Reina —le ordenó Humfrey.
—¿La Reina? —preguntó Bink, sorprendido.
El espejo se llenó de niebla, luego mostró el rostro de la Reina Iris.
—Ya era hora de que llamaras, Humfrey —comentó—. ¿Cómo es que pierdes el tiempo en la isla de la gorgona en vez de estar enfrascado en tu estúpida búsqueda?
Crombie graznó, furioso.
—¡No lo traduzcas! —le ordenó Humfrey al golem. Se volvió a dirigir a la Hechicera—: Es la búsqueda de Bink, no la mía. Hemos anulado a la sirena y a la gorgona, y nos encaminamos hacia la fuente de la magia. Notifícaselo al Rey.
Iris hizo un breve gesto de despreocupación.
—Cuando le vea, enano —dijo.
La imagen del Rey Trent apareció en el espejo a su espalda. Súbitamente, ella adoptó el aspecto de una jovencita dulce, incluidas unas largas trenzas.
—Lo cual será muy pronto, Buen Mago —corrigió con rapidez. Trent saludó con jovialidad y tiró de una de las trenzas a medida que el espejo se aclaraba.
—¿Cómo puede hablar a través del espejo? —inquirió Bink—. A todo el mundo le muestra únicamente imágenes silenciosas.
—Ella es la dueña de la ilusión —explicó Humfrey.
—Y también la dueña del Rey, a lo que parece —graznó Crombie.
—Sólo creemos que la estamos oyendo —prosiguió Humfrey, sin hacerle caso. Guardó el espejo—. Y el Rey sólo cree que puede tirar de una trenza ilusoria. No obstante, sin importar en qué se la emplee, la ilusión tiene sus ventajas.
—A mí me gustaría la ilusión de la realidad —comentó astutamente el golem.
Humfrey volvió a centrar su atención en la gorgona.
—Volveremos en su momento. Mientras tanto, te sugiero que vayas a consolar a tu hermana. Ha perdido su dulcemele.
—¡Lo haré, lo haré! —gritó la gorgona—. ¡Adiós, hermoso Hechicero! —Rodeó a Humfrey con sus brazos y le plantó un invisible beso en la boca, al tiempo que las serpientes trataban de morderle las orejas y siseaban frenéticas—. ¡Regresa pronto! Tengo tanto amor guardado…
—Hum. De acuerdo —aceptó el Mago, ruborizándose. Alzó un dedo para apartarse un cabello-serpiente que le mordía con demasiado vigor uno de los lóbulos de su oreja.
El sendero mágico acababa en la isla de la gorgona, de modo que era necesario volver a nado. Emplearon el talento de Crombie para localizar una ruta segura y evitar los monstruos del lago; luego, Bink montó sobre Chester, y Humfrey sobre el grifo. Estaba avanzada la mañana, y el regreso al poblado del polvo mágico fue fácil y rápido. La magia hostil aún no había dispuesto del tiempo necesario para reemplazar el anterior encantamiento del sendero.
El árbol ahorcador era un muñón chamuscado. Las mujeres habían realizado un trabajo concienzudo, acabando con un viejo enemigo. Sin embargo, el pueblo estaba en silencio, con las ventanas cubiertas por cortinas negras; era la señal de duelo por el último grupo de hombres que se habían perdido con la sirena.
¡Con qué rapidez cambió la situación cuando esos hombres entraron en el poblado!
—¡Habéis sobrevivido! —gritó Trolla, derramando unas inusuales lágrimas por su espantosa cara—. Intentamos seguiros, pero no pudimos oír a la sirena ni conseguimos localizar el sendero en la oscuridad. Por la mañana, supimos que ya era demasiado tarde; y teníamos que curar a nuestras heridas…
—Hemos anulado a la sirena… y a su hermana, la gorgona —indicó Bink—. Ningún hombre volverá a marchar por ese camino. No obstante, los hombres que fueron antes…
—Están todos muertos; lo sabemos.
—No. Son de piedra. Tal vez exista una forma de invertir el hechizo y restaurarlos. Si tenemos éxito en nuestra búsqueda…
—¡Venid, hemos de celebrarlo! —gritó Trolla—. Os daremos tal fiesta…
Bink sabía qué respuesta debía dar.
—Oh, no, gracias. Sois muy amables, pero lo único que deseamos en este momento es proseguir con nuestra misión. Buscamos la definitiva fuente de la magia…, la fuente de vuestro polvo mágico, que está bajo tierra.
—No hay forma de bajar allí —dijo Trolla—. Es roca sólida.
—Sí. Rastrearemos en otro lugar. Si existe otra ruta de acceso desde otro sitio…
Desilusionada, Trolla aceptó con gracia la situación.
—¿Por qué camino iréis?
—Por allí —contestó Bink, señalando la dirección que Crombie había indicado para que reanudaran su misión.
—¡Por ahí os adentraréis en el corazón de la Región de la Locura!
Bink sonrió.
—Entonces, quizá nuestro acceso sea a través de la locura.
—El camino del árbol ahorcador se encuentra abierto ahora. Podríais ir por allí y dar un rodeo para evitar la locura…
Bink sacudió la cabeza, con la certeza de que si ese hubiera sido el mejor trayecto, Crombie lo habría señalado.
—¡Vosotros, los hombres, sois poco razonables! Por lo menos, quedaos unos pocos días. Dejaremos de lanzar el polvo mágico al aire y su efecto decrecerá. Entonces podréis atravesar esa zona con menos peligro.
—No. Hemos decidido continuar de inmediato.
Bink temía que unos días de relajación en este pueblo de mujeres ansiosas fuera tan desastroso como la continuada compañía de la sirena y la gorgona. Debían partir enseguida.
—Entonces, os proporcionaremos una guía. Os podrá advertir de las trampas inmediatas y, quizá, sobreviváis hasta que hayáis pasado lo peor. Después de todo, ya estáis medio locos.
—Sí —admitió Bink, con una sonrisa irónica—. Somos hombres.
Ningún sexo entendía al otro; ese era otro de los aspectos de la magia de Xanth. Le caía bien esta mujer troll; aparentemente, casi cualquier monstruo era interesante cuando disponías de la oportunidad de conocerle en persona.
La guía resultó ser un bonito grifo hembra.
—¡Squawk! —protestó Crombie.
—¡Awk! ¡Awk! —replicó ella, con malicia.
Grundy tradujo con alegría:
—¡No nos cargues con una tía así!
—¿A quién llamas tía? ¡Soy una leona!
—¡Eres un estorbo!
—¡Y tú un pelmazo!
—¡Hembra!
—¡Macho!
—Oh, ya basta de traducir, Grundy —dijo Bink—. Ya han proferido los insultos definitivos. —Se volvió a Trolla—. Gracias por la guía. Nos marcharemos ahora.
Todas las mujeres del poblado formaron en fila para despedirse. Fue una separación triste, aunque necesaria.
El yermo de Xanth desterró pronto el sentimentalismo. Los árboles eran extremadamente grandes en esta zona, y se cerraban para formar una densa jungla. Era la ruta de descenso del viento que transportaba el polvo mágico, tal como Trolla les había advertido, aquí florecía la magia. Monstruosos matorrales de espinos crecían a ras del suelo, pinchando a cualquiera que se aventurase demasiado cerca; estalagmitas vivas se proyectaban desde los matorrales, y sus pétreas puntas brillaban con la humedad que les caía desde arriba. Masas flotantes de aceite se unían en los lugares donde había depresiones adecuadas. El aceite era lo más resbaladizo de todo y, al mismo tiempo, lo más tenaz.
—Esos árboles tanque no deberían lanzar sus residuos a la superficie —murmuró Chester—. Deberían enterrarlos, como lo hacen las criaturas civilizadas.
Sin embargo, la vegetación más grande no parecía mejor; los enormes troncos de metal de los árboles de acero se arracimaban alrededor de los troncos calcinados. El óxido y las cenizas permeaban el suelo a su alrededor. Aquí y allí, los tallos toro bufaban y movían sus ramas cuernos de forma amenazadora. Aún era peor arriba; ortigas oruga se arrastraban por el camino, escudriñando el suelo con ávida anticipación, y los hongos vómito colgaban en festones grasientos. ¿Dónde había un pasaje seguro?
—¡Awk! —dijo la guía, mostrándoles el camino.
Se deslizó más allá de un matorral de siseantes serpientes, por entre dos afiladas hojas de pino cortador, por encima de los escalones de un arbusto escalera que se había caído. Los demás la siguieron, alertas pero a toda velocidad.
La atmósfera era sombría, casi oscura, a pesar de que el día se deslizaba hacia la tarde. El dosel encima de sus cabezas, no satisfecho con bloquear el sol, se contrajo como si fuera de goma hasta que pareció que los encerraba en una estrecha burbuja. ¿Como si fuera de goma? Bink, gracias a una enorme rama elástica que se extendía entre el resto del follaje, pudo ver que era de goma. La goma no era una amenaza seria para gente que portara espadas o cuchillos; no obstante, podía resultar una gran molestia.
Parecía que en esta parte habitaban algunas criaturas grandes y muchas pequeñas. Estaba llena de bichos. Bink pudo reconocer algunos: chinches eléctricas que lanzaban sus descargas (de aquí debían haber sacado a la luciérnaga que utilizaron de demostración en el pueblo), escarabajos soldado que marchaban en formaciones precisas camino de su vivaque, seguidos de moscas que revoloteaban a su alrededor de la forma inmemorial que lo hacen las hembras de la virtud fácil en las proximidades de los ejércitos. Casi debajo mismo de los cascos de Chester, un escarabajo tigre se lanzó sobre un escarabajo ciervo, llevando a cabo la matanza con una despiadada eficiencia. Bink apartó los ojos, disgustado, aunque sabía que esa actividad era natural.
Entonces observó a Humfrey. El hombre miraba como si estuviera encantado: una preocupante señal.
—¿Te encuentras bien, Mago? —preguntó Bink.
—¡Maravillosamente! —murmuro el hombre, embobado—. ¡Es un tesoro de la naturaleza!
—¿Te refieres a los bichos?
—Allí hay un escarabajo con alas de plumas —comentó Humfrey. Para corroborarlo, pasó volando un bicho con dos plumas resplandecientes por alas—. Y una mosca búho. ¡Y dos alas red! —Bink observó al bicho encopetado y de grandes ojos perchado sobre una rama, contemplando agitarse las dos redes voladoras. No estaba claro cómo podían volar las alas red, ya que, obviamente, las redes no podían coger aire. Pero, con la magia, ¿qué importaba?—. ¡Y una mosca cuadro con alas! —exclamó el Mago, realmente entusiasmado—. Creo que se trata de una especie nueva; debe haber mutado. Deja que lo consulte. —Rebuscó a toda velocidad en un frasco. El vapor salió y formó un libro, enorme que el Mago equilibró precariamente entre las alas dobladas del lomo del grifo, mientras volvía las páginas—. CUADRO CON ALAS —leyó—. Pastoral, Bucólico, Naturalista, Surrealista, Cubista, Acuarela, Óleo, Carbonilla, Tinta… ¡Tenía razón! ¡Esta es una especie de Crayón de Dibujo, que no figura en el libro! ¡Bink, verifícalo para asegurarnos!
Bink se inclinó para mirar de cerca. El bicho estaba posado en la oreja derecha del grifo; tenía las alas extendidas y cubiertas de ilustraciones cerosas.
—Me parece que es crayón —confirmó.
—¡Sí! —gritó Humfrey—. ¡He de anotarlo! ¡Qué extraordinario descubrimiento!
Bink nunca había visto al hombre tan excitado. De repente, comprendió algo importante: para esto vivía el Buen Mago. El talento de Humfrey era la información, y el descubrimiento y la clasificación de cosas vivas se asociaba directamente con lo suyo. Para él, no existía nada más importante que la adquisición de hechos y, naturalmente, se hallaba resentido de que le sacaran de su tarea. Ahora, la casualidad le había devuelto a su trabajo. Por primera vez, Bink veía al Mago animado. Humfrey no era un individuo frío o calculador; era tan dinámico y sensible como los demás… cuando lo mostraba.
Bink sintió un tirón en su espada. Llevó ambas manos a la empuñadura… y dos moscas ladronas se alejaron zumbando. ¡Habían intentado robarle la espada! Entonces, Chester dio un salto que estuvo a punto de desmontarle.
—Casi piso a un escarabajo ampollador —explicó el centauro—. ¡No me gustaría tener que retirarme en este momento con un casco ampollado!
El grifo hembra miró hacia atrás, girando la cabeza sin volver el cuerpo, a la manera común de los grifos.
—¡Awk! —exclamó con impaciencia.
—¡Date prisa, enano! —tradujo el golem—. Nos acercamos a la zona de la locura.
—¡Squawk! —replicó con irritación Crombie.
—Estamos haciendo lo que podemos. ¿Por qué no nos conduces por un sendero mejor, cerebro de pájaro?
—¡Escucha, cola de gato! —graznó ella en contestación—. ¡Sólo hago esto como un favor hacia vosotros! Si vosotros, idiotas, os hubierais quedado en el poblado, que es el lugar al que pertenecéis…
—¿Quedarnos en un pueblo de mujeres? ¡Te has vuelto loca!
En ese momento tuvieron que dejar de intercambiar graznidos para esquivar a una mosca serpiente que bajaba con la boca abierta, dispuesta a morder. Esta vez Chester sí que pisó un escarabajo… de hedor. Flotó hacia ellos un olor terrible, que hizo que se apresuraran para escapar de él. El paso del grifo hembra despertó a un enjambre de moscas ciervo, tres saltadores, polillas tigre y una gorda mosca de manteca que salpicó al Mago con su fluido.
Una hermosa polilla de oro aleteó debajo de la nariz de Bink.
—¡Quizá también esta sea una especie nueva! —gritó, dejándose arrastrar por el entusiasmo mostrado por el Mago. Intentó cogerla pero, en ese momento, Chester trastabilló, lo cual se lo impidió—. ¡Se dirige hacia ti, Mago! —exclamó—. ¡Cógela!
Sin embargo, Humfrey se apartó.
—¡Es una polilla midas! —gritó, horrorizado—. ¡No la toquéis!
—¿Una polilla midas?
—Todo lo que toca se convierte en oro. —La polilla volaba alrededor del Mago, buscando un lugar donde aterrizar.
—¡Eso es maravilloso! —dijo Bink—. Hemos de capturarla. ¡Podemos usar el oro!
—¡No si nosotros mismos nos convertimos en oro! —restalló Humfrey. Se agachó tanto que se cayó del grifo. La polilla midas se preparó para ocupar su lugar.
—¡Crombie! —aulló Bink—. ¡Cuidado!
En ese instante el grifo hembra chocó contra Crombie, apartándolo del camino con su hombro leonino. Él escapó…, pero la polilla midas aterrizó sobre ella.
En un segundo se convirtió en una estatua de oro. La polilla alzó el vuelo y se alejó…, ya había dejado de ser una amenaza. No obstante, el daño estaba hecho.
—Son muy raras, y muy pocas veces aterrizan —comentó Humfrey desde el matorral en el que había caído—. Me sorprende que nos hayamos encontrado con una. Tal vez estuviera enloquecida por el polvo. —Se incorporó.
—Quizá nos la enviaron —dijo Bink—. Primero apareció cerca de mí.
Crombie, con la agilidad de los de su clase, rodó hasta ponerse de pie.
—¡Squawk!
—Lo hizo por mí…, para salvarme la vida —tradujo Grundy—. ¿Por qué?
—Debe ser cierto lo de la locura —contestó con aspereza Chester.
Bink contempló la estatua.
—Igual que los efectos de la gorgona —musitó—. Oro en vez de piedra. ¿Será posible restaurarla?
Crombie giró y señaló.
—¡Squawk!
—La respuesta se encuentra en la misma dirección que nuestra búsqueda —repuso Grundy—. Ahora, pico de pájaro tiene una razón personal para completarla.
—Primero hemos de atravesar la locura…, sin un guía —indicó Chester.
Bink miró hacia delante con desesperación. Bruscamente, la situación se había vuelto mucho más seria…, y no era que antes se la hubieran tomado a broma.
—¿Cómo podremos recorrer nuestro camino con seguridad a través de esta selva, incluso sin locura?
—Crombie, paso a paso, tendrá que señalarnos la mejor ruta —dijo Humfrey—. Mirad…, aquí hay un bastón. —Señaló el palo, que se hallaba sujeto por dos diminutos pies en su base, con su retorcido mango danzando de manera errática. El enorme libro había desaparecido; debió haberlo enviado de vuelta a su botella mientras Bink estaba distraído. Apenas lo necesitaba—. Es de caoba…, un espécimen muy fino.
Crombie señaló el camino, y avanzaron despacio, dejando al dorado grifo hembra donde estaba. No había nada que pudieran hacer por ella… salvo acabar su búsqueda y esperar hallar la magia que la pudiera devolver a su forma original.
Crombie miró dos veces hacia atrás y no graznó; parecía hallarse enfrascado en pensamientos íntimos. Para él, un misógino, el sacrificio de la hembra tenía que ser un terrible enigma, de mucho mayor significado que su cercano destino con la polilla dorada. Siendo un soldado, estaba acostumbrado al peligro, pero no al sacrificio personal.
Con demasiada rapidez, cayó la penumbra. De sus túneles en el suelo surgieron gusanos brillantes, y los bichos cama ya roncaban en sus catres. Una confundida cucaracha gallo cacareó, tomando el anochecer por el amanecer. Los tragacolas consumieron sus partes traseras y desaparecieron para la noche. Un puñado de moscas sierra aserraron láminas de madera para hacerse sus propias camas nocturnas.
Bink miró a su alrededor.
—En este momento no me importaría ser un bicho —dijo—. Aquí están como en casa.
Chester mostró su acuerdo.
—Ya he pasado otras veces la noche a la intemperie, pero jamás lo hice en el yermo profundo. No disfrutaremos de esta noche.
Bink buscó con los ojos a Humfrey. El Mago seguía absorto en su taxonomía.
—Hay un escarabajo rinoceronte que trata de derribar esas casas —comentó Humfrey—. ¡Esas moscas casa no lo van a pasar bien!
—Señor, va a ser peligroso dormir aquí. Si tu magia pudiera ayudarnos a elegir el mejor lugar…
—¡Y ahí vienen las hormigas carpinteras para guardar las astillas!
—Quizás algo de una de tus botellas, una especie de refugio temporal para la noche… —continuó Bink.
—¡Pero ese rinoceronte es demasiado estúpido para marcharse! Va a…
—¡Mago! —restalló Bink, perdiendo la paciencia.
Humfrey alzó la vista.
—Ah, hola, Bink. ¿Aún no te has preparado para la noche? —De nuevo bajó la vista—. ¡Mira! ¡Han contratado a un bicho asesino! Van a deshacerse de…
Era inútil. Al Mago le preocupaba más la información que la seguridad. Humfrey no era un líder, lo que explicaba la razón por la que se apresurara a dejarle esa tarea a Bink. Una vez más dependían de él.
—Tendremos que levantar una especie de refugio —decidió—. Y establecer turnos de guardia.
Se detuvo, analizando los problemas. ¿Cómo podrían construirse un refugio cuando cada trozo de madera, piedras o follaje sería tremendamente consciente de sus derechos? ¡Se hallaban en el yermo salvaje!
Entonces, su mirada descubrió una perspectiva posible: los enormes huesos curvos de un monstruo muerto. No sabía qué clase de animal había sido en vida, pero debió ser más grande que un dragón. Los huesos parecían demasiado sólidos para ser los de un roe, y no había señales de alas, por lo que, con toda probabilidad, se trataba de una esfinge terrestre. Con la altura de diez hombres. La única razón por la que las esfinges no gobernaban en la selva se debía a su escasez y a su desinterés por los asuntos normales. Los dragones eran corrientes; sin embargo, en muy contadas ocasiones se encontraba una esfinge. Bink se preguntó cuál sería el motivo, y qué podría matar a una esfinge en la cúspide de su potencia. Tal vez el aburrimiento.
—Crombie, señala la dirección del emplazamiento más adecuado o adaptable para establecer nuestro campamento —pidió, deseando comprobar su idea.
Crombie obedeció. Señaló hacia los huesos. ¡El presentimiento de Bink había sido bueno! Se sintió contento.
—Recogeremos algunas hojas manta y las extenderemos sobre aquellos huesos —dijo—. Nos proporcionarán un refugio decente y, en caso de ataque, nos servirán como fuerte. Crombie, indícanos las mantas más cercanas.
El grifo señaló…, justo al interior de las palpitantes cuerdas de un árbol predador. No se trataba de un ahorcador, aunque parecían emparentados; ¡no sería muy seguro introducirse en él!
—Bueno, creo que montaremos mejor la guardia si podemos ver todo el entorno —decidió Bink—. Chester, haz tú el primer turno. Despiértame cuando empieces a sentir sueño, luego yo despertaré a Crombie.
El centauro asintió. No cuestionó por qué Humfrey no realizaba ningún turno; estaba claro que el Mago no era de fiar allí para la guardia.