Por la mañana le dieron las gracias al ogro y prosiguieron su búsqueda, mientras Crunch, ansioso, se internaba en el bosque muerto para despertar a su hermosa prometida: aquella del cabello como ortigas y la piel como gachas blandas.
Tenían cosas nuevas en las que pensar. Ahora ya sabían lo que había matado a los árboles…; pero ¿qué era de los demonios malignos que moraban en el lago y poseían unas maldiciones tan devastadoras? ¿Había algún Mago entre ellos, se hallaba cerca de ellos la fuente de la magia?
El Mago Humfrey se hallaba particularmente pensativo. O no había estado del todo dormido durante la noche anterior, o había utilizado su magia informativa para calibrar la situación. Debía saber que el demonio Beauregard se había marchado.
—¿Qué magia —murmuró— puede devastar todo un bosque viviente disipando tan sólo una maldición? ¿Por qué no he sabido esto antes?
—Nunca pensaste en informarte —repuso Chester, sin tapujos.
—Lo estamos haciendo ahora —indicó Bink—. La magia debe ser más poderosa cerca de su fuente.
Crombie graznó.
—La magia poderosa es una cosa, la maldición de un Mago otra. Voy a comprobarlo otra vez. —Realizó de nuevo su ritual.
Avanzaban en la dirección correcta. El terreno parecía normal; los grandes árboles se cernían sobre los intrusos, mientras que los pequeños se apartaban todo lo que podían. Las moscas de las frutas zumbaban en el aire: cerezas, frambuesas y uvas flotaban como si buscaran otros recipientes de ensalada de frutas. Aparecieron, en los terrenos de los árboles ahorcadores, zonas tentadoras, que el grupo evitó sin pensárselo dos veces. ¡En Xanth, muy pocas veces el camino fácil era el mejor! Vieron rastros de dragón, con marcas de fuego que mostraban sus límites territoriales. Cuando te perseguía un dragón, el lugar más seguro era el territorio marcado por otro dragón; cualquier intromisión produciría un enfrentamiento entre ambos animales.
No obstante, el camino no tardó en hacerse más difícil. Zarzas de brillantes extremos y disposición amenazadora cubrían grandes zonas, y una orgullosa hueste de hormigas león patrullaba otras. Una hilera de arbustos de hedor rodeaba la mayor parte del camino libre que quedaba; pertenecían a una especie particularmente grande y potente. El grupo intentó pasar por entre ellos, pero el olor se hizo tan intenso que incluso el ogro habría vacilado. Jadeantes, retrocedieron.
Contemplaron las alternativas: las zarzas o las hormigas león. Bink trató de abrir un hueco con su espada por entre las plantas, pero, cada vez que realizaba un corte, otras ramas se apresuraban a cerrarlo, amenazando su cuerpo. Eran unas zarzas con una disposición excepcionalmente alerta; el lustre de sus puntas sugería la existencia de veneno. Bink se retiró. De nuevo se enfrentaba a la posibilidad de que su talento le protegiera, dejando que sus amigos murieran.
Se acercó a la parte ocupada por las hormigas. Las hormigas con cabeza de león habían abierto con sus bocas senderos limpios, eliminando sin piedad todos los peligros que se les presentaban. Todos menos ellas mismas.
La espada de Bink quizá pudiera eliminar a una león, y las flechas y los cascos de Chester tal vez pudieran con dos o tres más; y, en su forma de grifo, Crombie podría, como máximo, con cuatro…; sin embargo, las criaturas atacarían a docenas, sin miedo ni piedad. Casi con toda seguridad, y por alguna extraordinaria coincidencia, Bink emergería del conflicto intacto, pero…, ¿y los otros?
Se volvió…, y sus ojos vagaron hacia el cielo, donde descubrió un sendero por encima de las copas de los árboles.
Se frotó los ojos. ¿Un sendero en el cielo? Sin embargo, ¿por qué no? Con la magia, se recordó por enésima vez, todo era posible. La pregunta era: ¿podrían los hombres y los mediohombres recorrerlo? Y, en caso afirmativo, ¿adónde conduciría?
No obstante, era la ruta más prometedora. Si cabalgaba sobre Chester, su talento no les permitiría recorrer el camino celeste si no iba a sostenerlos a los dos. El grifo, el Mago y el golem pesaban mucho menos, de modo que estarían seguros si les seguían.
—Creo que veo un camino —comentó Bink.
Lo intentaron. Localizaron el lugar donde el sendero mágico descendía hasta el suelo, y Crombie giró y señaló para descubrir si existía algún peligro a lo largo de este camino de acceso limitado. No lo había. Subieron y lo siguieron por encima de los árboles. Lo extraño era que el sendero, sin importar las circunvoluciones que diera, siempre era recto. Sin embargo, el bosque giraba en círculos frenéticos a su alrededor. En ocasiones el sol quedaba hacia abajo, en otras a un costado, mientras que los árboles adoptaban diversos ángulos. Bink, con curiosidad, extendió el brazo para tocar el follaje de un árbol cuyo tronco ascendía hacia el suelo de arriba; era sólido. Por supuesto, sabía que el que se encontraba boca abajo era él; el sendero establecía su propia orientación. Mirando hacia atrás, vio que el grifo avanzaba en una inclinación diferente de la suya; supo que, para el grifo, el Mago y el golem, el que iba inclinado era el centauro. Una magia desconcertante, aunque inofensiva. De momento.
Mientras tanto, disfrutó del viaje y del paisaje. El sendero cruzaba el bosque, y la nueva vista de la que disponía desde el aire era refrescante. Lo atravesaban rayos de sol y columnas de niebla ligeramente coloreados. Se veía a través de una perspectiva única, intermedia entre la que ofrecerían los ojos de un hombre y la de un pájaro. El camino pasaba sin peligro por encima del alcance de las hormigas león y por debajo del de los predadores voladores. Bink pudo observar varios dragones voladores, una arpía y un roc en la lejanía; aunque ninguno se acercó al sendero.
También las plantas eran inusualmente pasivas. Los tentáculos constrictores colgaban cerca del sendero, pero jamás se posaban en él; ninguna rama lo bloqueaba. No había dudas de que este camino estaba encantado, y eso era sospechoso; los mejores senderos, casi por definición, eran los peores. Bink recordó lo fácil que le resultó cruzar el bosque que rodeaba el Castillo Roogna, en la época en que era un proscrito, y lo arduo que le fue escapar de él. ¿En qué se estaban metiendo ahora?
El talento de Crombie no había señalado ningún peligro en la dirección que seguía el camino…; no obstante, el talento de Crombie podía ser demasiado literal. Para Bink, cualquier cosa que pudiera retrasar la finalización de la búsqueda representaba una amenaza. Uno, sencillamente, no podía permitirse el lujo de confiar en la magia extraña. Sería mejor que lo hablara con el Buen Mago.
—Claro que es seguro, Bink —contestó Humfrey, irritado—. ¿Crees que, de lo contrario, me hubiera metido aquí?
¡Bink ni siquiera le había formulado aún la pregunta! El Mago retenía su talento especial, aunque su malhumorada negativa a utilizarlo en beneficio del grupo hacía que su compañía resultara a veces poco más valiosa que la de un arpía. ¿De que servía tener a un Mago, si nunca empleaba su magia para facilitar las cosas? Hasta el Mago Maligno había usado su magia desinteresadamente cuando el peligro amenazó con…
—Esa es la cuestión, Bink —dijo Humfrey—. De momento, no existe peligro. Cuando la situación cambie, gastaré mi magia cuidadosamente acumulada. Tú todavía eres joven; disipas sin medida tus recursos, y te metes en líos que deberías haber evitado.
¡Lo tenía bien merecido por dejar que sus pensamientos vagaran con libertad! Mentalmente, se calló y continuó disfrutando de la marcha. Después de un rato, el sendero empezó a descender hacia un bonito y pequeño poblado que tenía unas casas con techos de paja y paredes de arcilla coloreada, con cuidados caminos que las unían.
—¿Te das cuenta —inquirió Chester— de que la construcción local no tiene magia? Sólo está compuesta por materiales mundanos.
—Es cierto —repuso Bink, sorprendido—. Si vamos en dirección de la fuente de la magia, a través de un sendero mágico, ¿no debería de haber más magia en vez de menos? —Se volvió hacia el grifo—. Crombie, ¿estás seguro de que esta es…?
Crombie graznó.
—Boquita de pájaro está seguro de que es la dirección correcta —tradujo el golem—. Quizá el poblado únicamente sea algo que se encuentra en el camino, no nuestro objetivo.
Una vieja arpía arrugada aleteó para cruzarse en el camino del grupo a medida que llegaban al pie del sendero de tierra. Conociendo la fama de las arpías, todos se aprestaron para enfrentarse al problema. No obstante, esta, aunque era adecuadamente espantosa, estaba limpia y no mostraba agresividad.
—Bienvenidos, viajeros —saludó, sin siquiera tomarse la molestia de insultarles. ¡Una arpía bastante contenida!
—Oh, gracias —contestó Bink—. Estamos buscando… un lugar donde pasar la noche. No causaremos ninguna molestia.
Nunca había oído hablar de una arpía que se comportara con educación, de modo que no bajó la guardia y siguió con la mano en la espada.
—Y lo tendréis —concedió—. ¿Sois todos machos?
—Sí —repuso Bink, con incomodidad—. Vamos en busca de la fuente de la magia. Tu poblado parece hallarse cerca. Nosotros…
—Cinco machos —exclamó la arpía—. ¡Vaya regalo!
—No nos interesan vuestras hembras —intervino Chester, con parte de su agresividad normal.
Crombie graznó.
—Por lo menos, no sus cerebros —tradujo el golem.
Los labios de Chester se fruncieron con una facilidad casi equina. Bink tuvo que intervenir en el acto, antes de que surgiera entre ellos otra disputa.
—Estaremos muy complacidos de hacer algo a cambio de la comida y un techo seguro para la noche. Y mañana, si poseéis alguna información sobre la magia…
—Tendréis que comentarlo con Trolla —dijo la arpía—. Por aquí, por favor —y se marchó aleteando, murmurando de nuevo: «¡Hombres!», con una espantosa excitación.
—Tal vez tengas razón —le susurró Chester a Crombie—. Si nos hemos metido en un nido de arpías…
—… quizá sea mejor retornar al camino aéreo y volver por donde hemos venido —finalizó Bink, a la vez que echaba una ojeada hacia atrás.
Pero el sendero había desaparecido. No podían escapar por ahí.
Trolla resultó ser… una hembra troll. Era casi tan fea como la arpía; sin embargo, también ella fue muy educada.
—Noto que no estáis cómodos, atractivos visitantes machos —dijo Trolla—. Y tenéis motivos para ello, aunque no por causa de alguno de los residentes de este pueblo. Permitid que os ofrezca una cena mientras os explico la situación.
Bink intercambió una mirada con los demás. Tanto el centauro como el grifo mostraban una gran incomodidad; sin embargo, el Buen Mago parecía completamente despreocupado.
Trolla llamó con sus nudosas manos, y varias ninfas del bosque aparecieron portando bandejas. El cabello era de color verde, la piel marrón, los labios y uñas rojos: como los árboles floridos. No obstante, su contorno era humano; cada una era una belleza ágil, impertinente y de pechos desnudos. Todas miraron a Bink y a Humfrey con algo más que un interés casual. «Hambre» podría ser la palabra que mejor lo describiría.
La comida era, prácticamente, mundana: verduras y frutas sembradas en la región, acompañadas de filetes de dragón. La bebida eran unas vainas rellenadas en árboles lácteos; una buena leche, aunque nada especial.
—Podéis daros cuenta de que no hemos empleado la magia en la preparación de la comida —indicó Trolla—. Preferimos utilizar la menor magia posible, ya que en esta zona se concentra la mayor magia de todo Xanth. Quizás este comentario no tenga mucho sentido para vosotros…
—Es muy lógico —repuso Humfrey, sirviéndose otro filete.
Trolla le miró.
—Debes ser un Mago, señor.
—Humph. —Parecía estar más interesado en la comida que en la charla. Bink sabía que eso no era verdad. Humfrey le prestaba atención a todo lo mágico.
—Si cualquiera de vosotros posee una magia poderosa, he de advertiros de que empleéis una precaución extrema en su uso —continuó ella—. Por favor, no me malinterpretéis; no es ninguna amenaza. No está en nuestro ánimo el que os sintáis incómodos aquí. Simplemente, toda la magia…, bueno, permitidme que os haga una demostración. —Dio unas palmadas y entró una ninfa, tan exuberante y desnuda como las otras—. Trae una luciérnaga —ordenó Trolla.
Un momento más tarde, la ninfa regresó con la luciérnaga. Era muy pequeña, de la clase que apenas podía generar un destello, inofensiva. Se aposentó sobre la mesa, hermosa a su manera, con las alas del color del fuego plegadas y las patas separadas.
—Ahora, observad lo que ocurre cuando la asusto —comentó Trolla.
Golpeó la mesa con un puño parecido a una pezuña. La luciérnaga dio un salto, sobresaltada, y emitió su momentánea luz. Un chorro de luz y calor emanó de ella, y un remolino de humo ascendió hacia el techo. En la mesa apareció una mancha chamuscada del diámetro de una mano. La propia luciérnaga había desaparecido.
—¡Se agotó hasta arder ella misma! —exclamó Chester.
—Y no era esa su intención —explicó Trolla—. Era una luciérnaga normal de Xanth, que no estaba aclimatada a esta región. Aquí, tan cerca de la fuente, su magia se ve multiplicada cien veces. Por eso, su pequeño fuego se convirtió en una bola incandescente de autoinmolación. Hasta que vosotros, machos, os aclimatéis, os aconsejo que no utilicéis vuestra magia en el poblado. Valoramos vuestra presencia, y no desearíamos que os ocurriera alguna desgracia.
Bink miró a Humfrey, pero el Buen Mago siguió comiendo.
—Eh, ninguno de nosotros posee una magia inflamatoria —contestó Bink, comprendiendo que era él quien tenía que responder por el grupo. Sin embargo, se preguntó qué haría su talento si algo le amenazaba. Lo que podía pretender ser una anulación fortuita podía convertirse en algo mucho peor—. Pero será mejor que… que nada amenace nuestro bienestar.
—Desafortunadamente, existe una amenaza extrema para vuestro bienestar —repuso Trolla con voz grave—. Porque sois machos. Os habréis dado cuenta de que no tenemos ningún macho en nuestro pueblo.
—Lo hemos notado —admitió Bink—. Vuestras ninfas parecen bastante intrigadas con nosotros.
Las ninfas revoloteaban tan cerca de ellos que el codo de Bink, mientras comía, rozaba sus estómagos.
—Nuestro problema es el siguiente —prosiguió Trolla—: una sirena ha hecho que nuestros machos, atraídos por la tentación, se marcharan. Al principio éramos un pueblo humano normal, salvo por nuestra única y crítica tarea. Entonces vino la sirena y nos quitó a nuestros hombres. Como no podíamos descuidar nuestro trabajo, emprendimos, con un gran riesgo personal, la construcción de la ruta de acceso encantada por la que vosotros llegasteis, con lo que pretendíamos alentar la inmigración. Sin embargo, muy pronto nos fueron arrebatados también los nuevos hombres. Expandimos nuestra búsqueda a gente no humana; esa es la razón por la que yo vine aquí junto a mi esposo troll. No obstante, el extraño drenaje no cesó; pronto me vi convertida en una viuda…, y no por las razones lógicas.
Bink sintió una repentina alarma. Algunas mujeres troll devoraban a sus maridos. Se decía que lo único que temía un troll era a su esposa…, y con excelentes motivos. ¿Estaba buscando esta mujer predadora otro marido?
—Nuestro pueblo, ahora, esta compuesto por toda clase de mujeres inteligentes —prosiguió Trolla—. Y animales de granja. La ruta de acceso mágico sólo transporta a gente inteligente; no obstante, algunos animales logran llegar a través de la jungla. Pero la sirena…, es lo que quería explicaros acerca del peligro que corríais. Una vez oigáis su llamada, desapareceréis en el bosque y jamás retornaréis. Si pudiéramos os ahorraríamos eso, pero nos encontramos imposibilitadas, a menos que recurramos a medidas desproporcionadas.
—¿Y cuáles serían? —preguntó con nerviosismo Bink.
—Podríamos dejaros sordos para que no la oyerais —explicó Trolla—. O castraros, para que no reaccionarais a…
—¿Por qué no salen algunas de vuestras mujeres y matan a la sirena? —inquirió Chester—. No pretendo ofenderte, señora, pero tú, seguramente, la podrías manejar.
—Me encantaría despedazar en persona a la sirena y comerme sus sangrantes pedazos —dijo Trolla—. Pero no puedo ir más allá del árbol ahorcador. La sirena ha hecho un trato con el ahorcador; el árbol deja pasar a los hombres pero atrapa a las mujeres.
—Entonces, lo que necesitas es eliminar al árbol —comentó Bink—. Con una magia tan fuerte como la que hay aquí, ha de ser una tarea sencilla. Unas pocas luciérnagas, o una pinas bomba…
—No se trata de un ahorcador corriente —indicó Trolla—. Hemos intentado destruirlo pero, aunque se encuentra fuera del pueblo, ya ha absorbido la suficiente magia adicional como para frenar nuestros intentos. Después de todo, sólo somos mujeres…, y los hombres no se opondrán a él, ya que están atrapados en la llamada de la sirena. —Trolla sacudió la cabeza con tristeza—. Es amable por tu parte creerlo —concluyó—, pero la sirena no lo permitirá.
La sirena desconocía el talento de Bink. Como la sirena y el árbol ahorcador eran entidades mágicas, su propia magia le protegería de ellos. De alguna forma. Pero, considerando la potencia de la magia aumentada que había en este lugar, sería mejor que se enfrentara él solo al árbol. No quería que sus amigos salieran heridos de rebote. Quizá pudiera escabullirse por la noche, mientras los demás dormían.
Crombie graznó.
—¿Cuál es el trabajo del pueblo, anciana? —tradujo el golem.
—Nos hallamos situados sobre el filón de la fuente de la magia —dijo Trolla—. Aquí está el origen de la magia de Xanth. El polvo se halla altamente cargado de magia y, si le permitiéramos que se acumulara, la mayor parte de Xanth, poco a poco, se volvería mundana, al mismo tiempo que el pueblo acumularía una cantidad fatal. Por lo tanto hemos de dispersar el polvo, manteniendo un equilibrio razonable. —Miró a su alrededor—. Parece que ya hemos terminado la jornada. Dejad que os muestre nuestras operaciones.
—Umph —aceptó Humfrey.
En ese momento Bink supo que el Mago sólo fingía desinterés, como era su costumbre; ¡la conclusión de su búsqueda estaba al alcance de la mano! No obstante, Bink notó que se hallaba molesto; había esperado enfrentarse a un desafío mucho mayor para la consecución de ese conocimiento.
Trolla les condujo a un edificio grande hecho de piedra, al estilo mundano. En su interior únicamente había un enorme agujero de grava, donde pequeñas mujeres elfas, gnomos y hadas cavaban y extraían arena con sus pequeños picos y palas. Lo depositaban todo en vagones con ruedas que empujaban centauros hembras, una mantícora y una esfinge pequeña. La piel de Bink se le erizó al acercarse a la arena; ¡no había duda de que estaba asociada a una magia fuerte! No obstante, era la primera vez que se encontraba con magia inanimada. Esa arena no realizaba ninguna magia propia, no proyectaba encantamientos; simplemente, era mágica, y aguardaba que la dirigieran. Bink no estaba muy seguro de creerlo.
La arena era transportada a otra estructura, donde tres enormes hefalunfos la aplastaban hasta convertirla en polvo. Los hefalunfos eran animales, normalmente criaturas salvajes del yermo, aunque estos, evidentemente, estaban domesticados y recibían buenos cuidados, y parecían felices. Luego, un ave roc cautiva lanzaba el polvo al aire batiendo poderosamente sus monstruosas alas. Tan fuerte era la corriente, que en la turbulencia se formaban pequeños tornados.
—¡Las tormentas de granizo multicolor! —exclamó Bink—. ¡Residuos de esta operación!
—Exacto —admitió Trolla—. Intentamos lanzar el polvo muy alto en el cielo, para que sea transportado por todo Xanth por las corrientes elevadas de aire antes de volver a caer; sin embargo, las tormentas locales hacen que se deposite prematuramente. La región que se halla corriente abajo, pegada a la nuestra, es inservible para la vida inteligente; la concentración de polvo aerotransportado rompe la ecología local y lleva a la locura. Por ello, existen riesgos asociados a nuestra operación…, pero hemos de proseguir adelante. Nos agradaría que vosotros, machos, os quedarais aquí, para darles ánimos a nuestras hembras…; no obstante, sabemos que tenéis que marcharos antes de que suene el canto de la sirena. Lamentablemente, nuestra ruta de acceso va en una sola dirección; hemos estado demasiado ocupadas para construir una rampa de salida. Vuestra única escapatoria pasa por la Tierra de la Locura. Aun así, es preferible a la sirena. Os ayudaremos en todo lo que podamos, pero…
—No hasta que hagamos nuestro servicio —repuso Bink—. Poseemos varios talentos, y seremos capaces de arreglar esta situación.
Interiormente, no se sentía tan seguro; le resultaba difícil pensar que vencerían allá donde tantos hombres habían fracasado. De nuevo se preguntó por qué la fuente de la magia de Xanth había permanecido en el anonimato durante tantos siglos, si esta gente la conocía desde el principio. Quizá se debiera al hecho de que nadie parecía poder abandonar este pueblo y seguir vivo…, o, tal vez, que el polvo mágico nublara la magia restante, de modo que cosas como los espejos mágicos no podían centrarse en esta zona. Con toda probabilidad, había aún muchos secretos en la Tierra de Xanth que tenían que ser descubiertos…
—Habrá una reunión del poblado esta noche —dijo Trolla—. Algunas de nuestras hembras más jóvenes jamás han visto a un hombre, y merecen esa oportunidad. Conoceréis a todo el mundo, y planearemos la mejor forma de ayudaros a escapar de la sirena. Hasta el momento, no se ha hallado ninguna forma de bloquear su llamada de los oídos de los machos, a pesar de que las hembras no podemos escucharla. Con vuestro permiso, podríamos encerraros en celdas para que no pudierais responder a…
—¡No! —exclamaron al unísono Bink y Chester; Crombie graznó.
—Sois hombres verdaderos, siempre dispuestos a un nuevo desafío —repuso Trolla, con triste aprobación—. De cualquier forma, en algún momento os tendríamos que permitir marcharos y, entonces, la sirena os atraparía; por lo tanto, las celdas no solucionan nada. ¡Hemos de deshacernos de la sirena! —Durante un instante, su rostro mostró el odio salvaje que era normal en los trolls. De inmediato se suavizó—. Os enseñaré vuestro alojamiento y pasaré a buscaros al anochecer. Por favor, sed condescendientes con nuestras habitantes; vuestra presencia representa un acontecimiento importante, y las muchachas no están educadas en el decoro social.
Cuando quedaron solos, Bink se dirigió al Mago.
—Aquí ocurre algo extraño. ¿Usarás tu magia para descubrir toda la situación?
—¿Tengo que hacer todo? —se quejó Humfrey.
—¡Escucha, gnomo enano! —restalló Chester—. Nos hemos dejado el pellejo a lo largo del camino mientras tú holgazaneabas.
Humfrey no se inmutó.
—En el momento que decidas recibir el pago por tus esfuerzos…
Bink decidió interceder, aunque sentía una considerable simpatía hacia la posición del centauro. ¡Nunca había pensado en los problemas que acarreaba el liderazgo!
—Parece que hemos llegado a nuestro objetivo, que es la fuente de la magia. Pero ha sido demasiado fácil, y esas pueblerinas son demasiado amables. Sólo tú puedes decirnos si de verdad hemos completado nuestra búsqueda, o si nos hemos metido en una trampa especial para hombres. Si puedes ser generoso, no hay duda de que esta es una ocasión para que emplees tu magia.
—Oh, de acuerdo —aceptó Humfrey, de mala gana—. No lo merecéis, después de la forma en que dejasteis escapar a Beauregard, pero echaré una ojeada.
El Mago extrajo un espejo.
—Espejito, espejito, ¿eres el mejor de la tierra?
El espejo se nubló, adquiriendo una tonalidad de un rojo profundo.
—¡Vamos, deja de sonrojarte! —exclamó Humfrey—. Sólo te estaba probando.
Bink recordó un espejo similar. Únicamente respondía con imágenes, y de manera indirecta; una pregunta demasiado directa sobre algún asunto demasiado delicado podía resquebrajarlo.
—¿Eres consciente de la fuente de la magia de Xanth? —inquirió el Mago.
Apareció la figura sonriente de un bebé. Evidentemente, eso significaba «Sí».
—¿Puedes decirme dónde se encuentra el emplazamiento de esa fuente? —En un aparte, murmuró a los otros—: Este es un punto crucial. En casa, el espejo nunca pudo revelar esa información; pero aquí, con una magia más poderosa…
El bebé sonrió de nuevo. Humfrey reflejó la sonrisa, anticipando la victoria.
—¿Me dirás dónde es?
Otra vez la sonrisa de querubín. Bink notó que el pulso le latía frenéticamente. Se dio cuenta de que el Mago encaraba el tema con una extrema cautela. El espejo tomaba cada pregunta de forma literal; no ofrecía nada por propia voluntad. Esta aproximación oblicua cuidaba de que el espejo no se viera abrumado por un desafío tan brusco.
—Por favor, muestra el emplazamiento en tu pantalla.
El espejo se oscureció.
—Ooh —murmuró Bink—. ¿Se ha roto?
El espejo se aclaró. Apareció un bebé que lloraba.
—Te responde que no —centelleó Humfrey—. Ten la amabilidad de permitirme que prosiga con mi investigación. —Se volvió hacia el espejo—. ¿Me mostraste una escena subterránea?
El bebé sonrió.
—Resumiendo, ¿verificas que la fuente de la magia no se encuentra en el poblado en el que nos encontramos en este momento?
Apareció un gran signo de interrogación.
—¿Me indicas que la fuente de la magia está en este pueblo? —preguntó con tono autoritario el Buen Mago.
Volvió el signo de interrogación.
—Hummm, se nos plantea un problema de resolución —musitó Humfrey—. El espejo no puede escoger entre las verdades. ¿A alguien se le ocurre otra forma de averiguarlo?
—Es una cuestión de perspectiva —dijo Chester—. Si el polvo mágico es la fuente, puede que se encuentre en más de un sitio. Posiblemente se trate de un canal por el que surja desde las profundidades. Por lo tanto, la fuente posee una definición múltiple, dependiendo de si piensas en la fuente de la superficie o en la fuente de la fuente.
—He aquí una criatura con una mente disciplinada —aprobó Humfrey—. Si tan sólo la disciplinara más a menudo en vez de pelearse con el soldado. —Miró al espejo—. ¿Es correcto el análisis del centauro?
El bebé sonrió.
—Bien —continuó el Mago—. ¿Eres consciente de las motivaciones que mueven a las mujeres del pueblo? —Cuando recibió la sonrisa, inquirió—: ¿Tienen buenas intenciones hacia nosotros? —La sonrisa lo confirmó. Bink se sintió aliviado—. ¿Y Trolla dijo la verdad sobre la maldición de la sirena? —Otra sonrisa.
Humfrey alzó la vista.
—Ahora es cuando se hace difícil —comentó, aparentemente satisfecho. Bink comprendió que también este hombre disfrutaba con los desafíos. La habilidad mágica que el Buen Mago había guardado en reserva estaba siendo empleada en ese momento, y era una buena magia—. Hasta este instante sólo hemos confirmado lo que ya sabíamos. Ahora hemos de adentrarnos en lo desconocido. —Se volvió hacia el espejo—. ¿Puedes comunicarnos cómo enfrentarnos con el problema de las pueblerinas?
El querubín sonrió.
—Está respondiendo de una forma inusual —repuso Humfrey, en un aparte—. De verdad que la magia aumentadora local está multiplicando el poder del espejo. Ahora disponemos de una importante herramienta de investigación. —De nuevo se dirigió al espejo—. Bien…
—Hombres, ¿estáis preparados? —preguntó Trolla desde la puerta.
Se sobresaltaron. Bink estuvo a punto de explicarle lo que habían averiguado cuando vio el veloz gesto negativo de Humfrey. El espejo había desaparecido. El Buen Mago no deseaba revelarle el secreto de su magia a las pueblerinas; por lo menos, todavía no.
Bueno, ya habían descubierto bastante, y podrían volver a utilizar el espejo cuando les resultara conveniente.
—Llevas un bonito vestido —le dijo Bink a Trolla.
No era ninguna mentira; el vestido era muy bonito, aunque ella seguía siendo un troll hembra. Evidentemente, se celebraría una fiesta. La siguieron fuera.
El círculo central del pueblo había sido transformado por medios carentes de magia. Ardía un fuego de genuina madera, que lanzaba chispas y humo al cielo. Casi había anochecido, y las estrellas empezaban a ser visibles. Era como si las chispas ascendieran hasta el cielo para convertirse en esas estrellas…; quizá, pensó Bink, la potente magia de esta región hacía que fuera así. Las estrellas tenían que llegar allí arriba de alguna forma, ¿cierto?
Las mujeres del pueblo estaban adorables con sus atuendos festivos. Había muchas más jóvenes de las que había notado antes y, una vez que habían terminado con sus turnos de trabajo, estaban más que ansiosas de mezclarse con los extraños invitados. Bink se vio rodeado por ninfas, duendes y doncellas humanas, mientras que Humfrey se veía acosado por hadas y elfas. Tres arrebatadoras yeguas centauro atendían a Chester. Un par de hembras grifo miraban a Crombie, pero apenas tenían alguna oportunidad con este misógino transformado. Después de todo, eran animales. Incluso había un golem hembra para Grundy.
Qué aspecto de tristeza mostraban las otras hembras…, la mantícora, la esfinge y las arpías. No disponían de ningún hombre al que seducir.
—Oh, chicas…, soy un hombre casado —protestó Bink, a medida que el grupo que le rodeaba se apretaba más contra él.
—Ella nunca lo sabrá —le informó una rolliza muchacha de cabello de color azul—. Nosotras te necesitamos más que ella.
Y le plantó un beso en el ojo izquierdo, la única parte de él que pudo alcanzar, debido a la densidad de las otras chicas.
—Sí, ningún hombre deja este poblado, salvo por el canto de esa perra —añadió otra belleza con una enorme mata de pelo—. Es nuestro deber retenerte aquí, salvarte la vida. ¿Tu mujer no preferiría que te usaran en vez de que murieras?
¡Extraña pregunta! ¿Qué sentiría Camaleón al respecto? En su fase adorable y estúpida se mostraría dolida, confusa, y le perdonaría; en su fase fea e inteligente, comprendería la situación y sería realista. Por lo tanto, aceptaría lo que hubiera que aceptar y, ciertamente, no querría que él muriera. Sin embargo, no sentía deseo o intención de ceder con cualquiera de estas…
Algo le distrajo. Era un sonido leve y peculiar que despertó su curiosidad.
Intentó escuchar, pero el clamor de las muchachas casi lo ahogó.
—Por favor, deseo escuchar…, hay una melodía…
—¡Es la sirena! —exclamó un hada—. ¡Cantad, chicas, cantad! ¡Tapemos la voz de la perra!
Cantaron en voz alta, apasionada y atonalmente. No obstante, esa insidiosa melodía penetró entre el ruido, esa única melodía clara cortó la cercana cacofonía, impulsando a que Bink respondiera. Se dirigió hacia la dirección de la que provenía.
De inmediato, las chicas lo retuvieron. Lo rodearon con sus brazos, tirándolo al suelo y haciendo que retrocediera, sepultándolo entre sus expuestas pieles suaves. Bink cayó entre una maraña de brazos, piernas, pechos y diversos aspectos de la anatomía femenina que no se molestó en definir.
Las intenciones de las muchachas eran buenas…, pero el llamado de la sirena no podía ser negado. Bink se revolvió y captó imágenes de otros montones de cuerpos, sus compañeros varones que luchaban. Bink era más fuerte que cualquiera de las ninfas, ya que estas eran delicadas y con una forma exquisita; no deseaba lastimarlas. No obstante, tenía que librarse de su sofocante abrazo. Las lanzó lejos de su cuerpo a empujones. Se escucharon exclamaciones, gritos y risitas, todo dependía del tipo de contacto que establecía; entonces, se incorporó y comenzó a correr.
Chester, Crombie y el Mago se pusieron a su lado, todos impulsados por ese atrayente sonido.
—¡No, no! —gritó Trolla a sus espaldas, con desesperación—. ¡Vais hacia la muerte! ¿Sois hombres civilizados o cosas irracionales?
El comentario perturbó a Bink. ¿Para qué necesitaba a una tentadora mágica? Sin embargo, no podía resistirse a la sirena. Su seducción poseía una cualidad no terrestre que se introducía en el mismo origen de su masculinidad, por debajo del corazón de su inteligencia. Era un hombre, y por lo tanto respondía.
—Dejad que se marchen, están perdidos —comentó Trolla con pena—. Lo intentamos, como siempre…, y hemos fracasado.
Aunque se hallaba esclavizado por la sirena, sintió al mismo tiempo simpatía por Trolla y las muchachas. Ellas ofrecían vida y amor; no obstante, su destino era ser rechazadas; su orientación positiva no podía competir con la compulsión negativa de la sirena. ¡Las habitantes del pueblo padecían una maldición tan espantosa como la de los hombres! ¿Se debía al hecho de que eran muchachas agradables, que sólo hacían promesas que podían mantener, mientras que la sirena no se imponía ningún límite?
Crombie graznó.
—Igual que todas las mujeres, siempre fallan —tradujo Grundy, en respuesta a la tristeza de Trolla—. Aunque no sé por qué ninguno de nosotros habría de molestarse con la llamada de esta perra… —El grifo agitó las alas, como encogiéndose de hombros, y siguió adelante.
¿Hasta el golem lo sentía? Seguro, ya que no protestaba.
Bajaron a la carrera por un sendero que se abrió mágicamente ante ellos. Era un camino perfecto, exactamente igual a los que siempre conducían hacia algo enorme, inmóvil y predador, como un árbol ahorcador. Claro está que este ahorcador en particular no les atacaría, ya que eran hombres atrapados por el canto de la sirena. Ella, a su manera, se encargaría de ellos.
¿Cuál sería?, se preguntó Bink. No podía imaginársela, pero la posibilidad era tremendamente excitante.
—¡Qué forma de desaparecer! —jadeó.
El árbol apareció a la vista. Era monstruoso, incluso para los de su clase. Sus ondulantes tentáculos eran tan gruesos como las piernas de un hombre, muy largos y elásticos. La tentadora fragancia que emitía le rodeaba como un vestido de noche de mujer, dándole un aspecto deseable. De su follaje emanaba una música suave, agradable, nada parecido a la llamada de la sirena: la clase de música que hacía que una persona quisiera tumbarse y relajarse.
Sin embargo, no engañaría a ningún veterano del yermo de Xanth. Se trataba de una de las formas de vida más mortíferas. ¡Ni siquiera un dragón se aventuraría en las proximidades de un árbol ahorcador!
El sendero pasaba justo debajo de él, lugar en el que la cortina de tentáculos se abría simétricamente y crecía la suave hierba. Pero, salvo por esa parcela, estaba rodeado de huesos, testimonio de sus pasadas víctimas. Huesos de hermosas mujeres, sospechó Bink, y sintió otro remordimiento de culpabilidad.
Y la sirena seguía llamándoles, y ellos siguieron adelante. Se colocaron en fila, ya que el sendero que pasaba por debajo del árbol era estrecho. Chester galopó primero, luego Crombie, debido a que sus cuerpos eran los más rápidos; Bink y el Mago les seguían como podían. No se había presentado la ocasión de que montaran encima de ellos para acelerar el viaje.
Chester se detuvo debajo del terrible árbol, y los tentáculos vibraron con ansiedad contenida, pero no le cogieron. Era verdad: ¡la canción de la sirena anulaba el reflejo del ahorcador! La distante música era ahora más fuerte y tentadora: contenía la esencia misma de la seducción femenina. Las ninfas del pueblo eran bonitas y dulces; sin embargo, la promesa de la sirena era vital; parecía como si toda la atracción sexual de la mujer hubiera sido destilada y condensada en…
De repente, el grifo se detuvo delante de Bink.
—¡Squawk! —exclamó Crombie.
—¿Qué estoy haciendo aquí? —tradujo el golem, mientras se detenía tras él; si uno analizaba su tamaño, poseía una velocidad sorprendente—. ¡La sirena no es más que una maldita y aprovechada mujer que persigue mi sangre!
Literalmente cierto, pero los otros le ignoraron. ¡Claro que la sirena era una mujer aprovechada…, la mujer definitiva! ¿Qué importancia podía tener? ¡Había que contestar a la llamada!
Sin embargo, el misógino decidió ponerse difícil.
—¡Quiere atraparme! —graznó—. ¡Todas las mujeres son trampas! ¡Muerte a todas!
Clavó con ferocidad el pico en lo que tenía más cerca…, que dio la casualidad de ser el extremo de un ágil tentáculo.
Si se hubiera tratado de un pajarito, ese picotazo sólo habría sido una molestia. No obstante, Crombie era un grifo. Su pico poseía el filo de una espada, fuerte como un tornillo, un arma capaz de cercenar la pierna de un hombre a la altura del tobillo con un solo golpe. En este caso, el tentáculo tenía el diámetro de un tobillo, por lo que el ataque lo cortó limpiamente. El extremo cercenado cayó al suelo, retorciéndose como una serpiente verde sin cabeza.
Durante un instante, todo el árbol quedó inmóvil por el impacto. ¡Nadie cortaba a un ahorcador! La parte superior del tentáculo truncado chorreó un líquido oscuro mientras se sacudía, como si buscara su extremidad. La suave música de fondo perdió su tranquilidad.
—Creo que la tregua ha sido rota —dijo Bink. En realidad, no le importaba, ya que la canción de la sirena seguía sonando en sus oídos, arrastrándole hacia cosas mejores—. Muévete, Crombie; estás bloqueando mi camino.
El árbol ahorcador se sacudió. Entonces, furioso, reaccionó. La música se convirtió en un ensordecedor estallido de cólera, y los tentáculos buscaron al grifo…, y al centauro, al hombre y al Mago.
—¡Ahora sí que la has armado, cerebro de pájaro! —gritó Chester por encima del estruendo.
Cogió el primer tentáculo que le rozó y lo retorció entre las dos manos, del mismo modo que el ogro había estrujado el tronco de madera. A pesar de que los tentáculos eran poderosos cuando apretaban, poseían muy poca resistencia cuando se los cortaba u oprimía; Chester, en un momento, lo inutilizó.
Súbitamente, la atracción de la sirena se vio ahogada por la ira del árbol, momento en el que tuvieron que luchar por sus vidas. Bink desenfundó la espada y cortó los tentáculos que se lanzaban sobre él. A su lado, Crombie utilizaba el pico y las garras con ferocidad. Cortes enormes aparecieron en los tentáculos que tocaba, y un viscoso fluido verde manó de ellos. No obstante, no cesaban de aparecer nuevos tentáculos, ya que se hallaban en el centro mismo del poder del árbol.
Chester retrocedió hasta el tronco y utilizó su arco. Disparó flecha tras flecha a las extremidades superiores de las ramas, inmovilizándolas. Pero…
—¡No, Chester! —gritó Bink—. Aléjate de…
Demasiado tarde. Las enormes fauces del árbol se abrieron en el tronco, los labios de corteza se extendieron para devorar el atractivo trasero del centauro.
Bink dio un salto para ayudar a su amigo. Pero un tentáculo atrapó su tobillo, arrojándole al suelo. Sólo pudo aullar:
—¡Patea, Chester, patea!
Entonces se vio sepultado entre los tentáculos, tan firmes, redondeados y neumáticos como las extremidades de las muchachas del pueblo, aunque no tan agradables. El brazo que sostenía la espada quedó paralizado; lo único que podía hacer era morder, y eso no era de gran eficacia. ¡El líquido verde tenía un sabor espantoso!
Chester empezó a dar coces. La coz de un centauro era demoledora. Bajó la cabeza y los hombros para balancear su trasero, y todo la fuerza de su extraordinario cuerpo se canalizó a través de sus dos cascos posteriores. Conectaron en el interior de las fauces del árbol contra la garganta de madera; el suelo se sacudió con el doble impacto. Unos huesos viejos cayeron de las ramas superiores. Sin embargo, la boca de madera se mantuvo firme. Soltó jugos de savia para comenzar la digestión de la excelente carne del centauro. El instinto de Chester habría funcionado con cualquier árbol al usar el tronco inerte como protección de su valioso pero vulnerable trasero; pero con este era el desastre.
Chester pateó otra vez, y otra, con violencia. Ni siquiera este árbol predador podría soportar el castigo durante mucho tiempo. Usualmente, sus presas estaban inconscientes o indefensas una vez que llegaba a la fase del consumo, no le coceaban ni le atacaban. Lentamente, a regañadientes, la corteza cedió, y el centauro se liberó. Su flanco, que había sido hermoso, se hallaba descolorido por la saliva de savia; un casco se le había agrietado debido al impacto contra la madera. Pero, por lo menos, estaba vivo. En ese momento extrajo la espada y avanzó para ayudar a Bink, que se ahogaba en el abrazo de los tentáculos.
Mientras tanto, el Mago Humfrey se enfrentaba a sus propios problemas. Intentaba descorchar uno de sus frascos pequeños, pero los tentáculos le rodeaban a mayor velocidad de la que salía el corcho. ¡El árbol les estaba abrumando a todos!
Crombie se había abierto camino hasta el límite del árbol con su pico y sus garras. De repente, logró alejarse del alcance de los tentáculos.
—¡Estoy libre, monstruo vegetal! —graznó, exultante—. ¡Apuesto a que tú eres otra hembra! —¡Estaba lanzándole su peor insulto! El golem se había subido encima de él, razón por la que podía traducirle—. ¡No puedes cogerme!
Cierto que el árbol no podía atraparle, ya que había afianzado sus raíces en aquel lugar. Crombie desplegó las alas y se alejó volando, escapando de él.
¿Qué pasaría con los otros? Como si se hubiera encolerizado aún más por la pérdida, el árbol se concentró en las presas que le quedaban. Tentáculos como pitones se enroscaron alrededor de extremidades y cuerpos, estrujando con fuerza. Chester trataba de ayudar a Bink, pero no se atrevía a cortar demasiado cerca con la espada por temor a rebanar partes de Bink junto con un tentáculo. Bink, que ya se hallaba más próximo al tronco, vio que le estaban arrastrando de cabeza hacia el terrible orificio.
Humfrey, por fin, consiguió destapar su botella. El humo salió del cuello del frasco y se expandió y se solidificó en… una tarta de queso picante.
—¡Maldición! —gritó el Mago—. ¡El frasco equivocado!
Chester le dio una patada a la tarta. Se deslizó por la hierba hacia el interior de la babeante boca del árbol. Los labios de corteza se cerraron sobre ella. No habría conseguido una patada más certera aunque lo hubiera intentado adrede.
El árbol se atragantó. Se oyó un paroxismo de toses, seguidas por un estornudo selvático. Del orificio volaron trozos de queso.
—Las especias de esa tarta son un poco fuertes —murmuró Humfrey mientras rebuscaba otro frasco.
La cabeza de Bink ya se hallaba delante de las fauces. La corteza se retorcía, tratando de quitarse el sabor del queso picante. A este monstruo le gustaba la carne fresca, no los productos lácteos procesados. La savia chorreó por nudos parecidos a dientes, limpiando la boca. En un instante estaría preparado para Bink.
Chester aún intentaba ayudarle, pero tres tentáculos se le habían enroscado alrededor del brazo que sostenía la espada y otros se dirigían hacia sus demás extremidades. Ni siquiera su enorme fuerza podría prevalecer sobre el poderío unido del árbol.
—¡Y el soldado cobarde nos abandonó! —gruñó mientras se debatía—. Si alguna vez le pongo las manos encima… —Retorció otro tentáculo antes de que su brazo libre quedara inmovilizado.
Humfrey abrió otro frasco. Salió el vapor…, y cobró la forma de un murciélago vampiro volador. La criatura le echó una ojeada a su entorno, aulló aterrorizada, escupió sangre y se marchó aleteando. Un tentáculo se balanceó de forma casual y la derribó del aire. El árbol se estaba adueñando de la situación.
Limpió los últimos trozos de queso de su boca. El agujero se volvió a abrir para continuar con su negocio: Bink era el cliente. Vio los nudos interiores que le servían al monstruo como dientes, y la saliva de savia que se había formado. Desde las paredes de la boca y hacia dentro se extendían fibras con forma de diminutos tentáculos, dispuestas a absorber los jugos de la presa. De repente lo comprendió: ¡el ahorcador estaba emparentado con la hierba carnívora que crecía en algunas zonas del yermo! Añádele a esa hierba un tronco y tentáculos y…
Humfrey abrió otro frasco. Esta vez se formó un basilisco, que aleteó con sus pequeñas alas mientras escrutaba sombrío a su alrededor. Bink cerró los ojos para evitar la mirada directa, y Chester le imitó. El árbol tembló e intentó apartarse. ¡No existía criatura alguna en toda la Tierra de Xanth que se atreviera a devolverle la mirada a este pequeño gallo lagarto!
Bink escuchó cómo el aletear del basilisco se dirigía justo hacia la boca del ahorcador… y se detenía. Sin embargo, no ocurrió nada. Con cautela, Bink abrió un ojo. El árbol seguía todavía con vida. El basilisco no lo había destruido con una mirada.
—Oh…, un basilisco falso —comentó Bink, desilusionado.
—En algún sitio tengo un buen remedio para los ahorcadores —insistió Humfrey, que aún revolvía entre sus frascos. Siempre que se le acercaba demasiado un tentáculo, lo paralizaba con un gesto mágico. Bink no sabía que existieran semejantes gestos…, aunque él no era un Mago de la Información—. Están todos mezclados…
Los tentáculos empujaban a Bink hacia la boca. El hedor a carroña se hizo muy fuerte. Indefenso, contempló su perdición.
—¡Squawk! —sonó más allá del árbol—. ¡Cargad!
¡Crombie había regresado! Pero ¿qué podía hacer él solo?
Escuchó un sonido como el de muchos pies corriendo. El árbol ahorcador vibró de raíces a copa. Les llegó el olor de humo y vegetación chamuscada. Por el rabillo del ojo, Bink vio un destello de color anaranjado, como si el bosque estuviera ardiendo.
¡Antorchas! Crombie había reunido a las mujeres del pueblo del polvo mágico y estaban atacando al árbol con ramas encendidas, quemando sus tentáculos. ¡Qué esfuerzo tan valiente!
Ahora el ahorcador tenía que defenderse de una fuerza de ataque superior. Soltó a Bink, liberando el tentáculo para otra acción. Bink vio que atrapaba a una bonita ninfa, y oyó su aullido cuando la alzó en el aire.
—¡Squawk! ¡Squawk! —dirigió Crombie, y más mujeres se lanzaron al rescate de los cautivos, formando una pantalla de fuego. Otros tentáculos quedaron chamuscados; el árbol soltó a la ninfa.
Bink recuperó su espada y siguió dando tajos al árbol desde el interior de la cortina de tentáculos. Como el ahorcador se estaba concentrando en la amenaza de fuera, era vulnerable a la de dentro. Con cada corte Bink cercenaba otra rama, despojando poco a poco al árbol de sus mortales extremidades.
—¡Squawk! —chilló Crombie.
—¡Salid! —tradujo el golem.
Tenía sentido. Si el árbol se concentraba de nuevo en su interior, Bink, Chester y el Mago se hallarían en problemas. ¡Mejor que escaparan mientras pudieran!
En un instante se encontraron al lado del grifo.
—¡Squawk! —exclamó Crombie.
—¡Acabemos con el monstruo! —gritó Grundy por él.
Las damas aceptaron encantadas. Eran unas cincuenta alrededor del árbol, acosándole con el fuego, quemando cada tentáculo que atacaba. Si hubieran tenido el impulso y la decisión masculinas… podrían haber conquistado el árbol en cualquier momento, en vez de dejar que durante todos esos años las paralizara. ¡Qué irónico que Crombie, el misógino, fuera el catalizador que las organizara!
Sin embargo, quizá fuera lo adecuado. La paranoia que sentía Crombie acerca de los motivos de las mujeres le había hecho resistir la llamada de la sirena, lo cual le ayudó a romper el hechizo. Ahora empleaba a esas mismas mujeres en la única forma que un soldado podía comprender: como carne de cañón para la batalla. Tal vez ellas no habrían respondido tan bien con un hombre más «agradable». Tal vez necesitaban a alguien que las despreciara, alguien que estuviera dispuesto a brutalizarlas para su propio objetivo.
El árbol se encogía, tenía la mitad de sus extremidades amputadas o paralizadas. Llevaría tiempo matarlo, pero la victoria parecía segura. Gracias a Crombie y a las pueblerinas valientes y sacrificadas.
—Podría llegar a respetar a mujeres como estas —murmuró Crombie cuando cejó en sus esfuerzos y contempló el proceso final. En realidad, fue un graznido traducido, pero Bink ya estaba tan acostumbrado a él que no importaba mucho—. Obedecen bien las órdenes, y luchan casi con tanta destreza como un hombre, si contamos… —Se detuvo en mitad de un graznido para escuchar.
Entonces, como el ruido había cesado, también Bink oyó la llamada de la sirena. ¡Oh, no! Intentó resistirla…, pero no pudo. La sirena había recuperado su inevitabilidad.
Bink empezó a caminar en la dirección de la que provenía el sonido. Sus compañeros se le unieron en silencio. Las pueblerinas, concentradas en su exitosa campaña, no les vieron marcharse.