Permanecieron fuera del castillo, del otro lado del foso, mientras el Mago protegía su residencia de las polillas. A la ouroboros y a las demás criaturas que se hallaban a su servicio se les concedieron permisos y ya se habían marchado. Humfrey rebuscó entre sus ropas, dejando ver un pesado cinturón con muchos compartimientos, del que extrajo un frasco pequeño o una botella estrecha. La descorchó con los pulgares de las manos.
Flotó un humo remolineante que subió alto en el cielo. Luego se solidificó y cobró la forma de la polilla más grande que jamás hubiera imaginado Bink, con una envergadura de alas que sumergió todo el castillo en su sombra. La criatura voló y se detuvo sobre el castillo, dejando caer una bola. Cuando la bola se aproximó a la torre más alta, estalló. Cayeron serpentinas de color blanco grisáceo formando una esfera enorme, que se fue extendiendo hasta tocar cada parte del castillo. Entonces se tensaron y, de repente, la totalidad del edificio quedó cubierto por una red sedosa, con el aspecto de una tienda gigantesca. Un olor frío y amargo emanaba de ella, con un ligero aroma a desinfectante.
—Ya está —repuso Humfrey con satisfacción—. Si es necesario, se mantendrá cien años.
—¡Cien años! —exclamó Chester—. ¿Crees que durará tanto esta misión?
—Vamos, vamos, estamos perdiendo el tiempo —masculló el Buen Mago.
Bink, a horcajadas sobre el centauro, miró al grifo.
—Lo que quiere decir, Crombie, es que nos urge saber la dirección en que se encuentra la fuente de la magia. Con tu ayuda, la misión debería completarse en unos días.
El grifo graznó con ira.
—Bueno, ¿por qué el viejo tonto no lo dijo así? —tradujo con presteza el golem.
Compartía el lomo del grifo con el Mago, ya que, los dos juntos, pesaban la mitad que Bink.
—Bien dicho, soldado —murmuró Chester.
Crombie giró y estuvo a punto de desmontar a sus jinetes.
—Por ahí —repuso Grundy, señalando… en un círculo que no cesaba; su diminuto brazo no se detenía en ningún lugar.
—Oh, no —musitó Chester—. Su talento se ha vuelto a desbocar.
—No funciona mal —restalló Humfrey—. Formulaste la pregunta equivocada.
Bink arrugó la frente.
—Ya hemos pasado por el mismo problema. ¿Cuál es la pregunta adecuada?
—Esta búsqueda es asunto tuyo —comentó Humfrey—. He de conservar mi información para las emergencias.
Se acomodó confortablemente entre las plumas de la espalda del grifo y cerró los ojos.
El Buen Mago seguía siendo igual de taciturno. No tenía la costumbre de ayudar a nadie sin cobrar sus emolumentos habituales, ni siquiera cuando él mismo podía beneficiarse con esa ayuda. Ahora Bink se hallaba en el mismo dilema; tenía que dilucidar cómo hacer que funcionara el talento de Crombie…, mientras el Mago roncaba.
Antes, en la grieta de los niquelpiés, Crombie se había embarullado porque no existía una única vía de escape. ¿Se les planteaba el mismo caso: no había una única fuente de magia? Si era así, sería muy difícil de localizar. Las miradas del grupo se centraron en él; tenía que actuar deprisa. Estaba claro que el Buen Mago no le había hecho un favor especial cuando dejó a Bink el mando de la expedición.
—¿Dónde se encuentra la ruta más directa hacia la fuente de la magia?
En esta ocasión, el ala del grifo señaló en ángulo hacia abajo.
Esa era la causa de que no hubiera una dirección horizontal; la fuente se hallaba bajo la superficie. No obstante, eso no era de gran ayuda. No podrían excavar profundamente a una velocidad razonable. Tendrían que conseguir a alguien cuyo talento fuera la excavación mágica, lo cual les causaría una gran demora e incomodidades. Su grupo ya era más grande de lo que él había anticipado. Mejor que buscaran una ruta natural.
—¿Dónde hay, desde la superficie, un acceso a esa ruta? —preguntó Bink.
El ala comenzó a vibrar hacia delante y hacia atrás.
—¡La más cercana! —corrigió Bink rápidamente.
El ala se estabilizó, señalando parcialmente hacia el sur.
—El corazón del yermo inexplorado —comentó Chester—. Debí haberlo supuesto. Quizá lo mejor será que reciba mi Respuesta ahora y me marche.
Crombie graznó.
—Boquita de pico dice que si pides tu estúpida Respuesta ahora, no puedes> marcharte, trasero de caballo.
Chester se envaró, iracundo.
—¿Boquita de pájaro dijo eso? Tradúcele que si su cerebro está compuesto de excremento de pájaros y si…
—Tranquilo —le avisó Bink al centauro—. Crombie no necesita que le traduzcan tus palabras.
—En realidad, te llamó asno —acotó Grundy, solícito—. Supongo que se refería a tu trasero, que es tan asnal como…
El grifo graznó otra vez.
—Oh, ha sido un error mío —repuso el golem—. Se refería a tu delantera.
—¡Escúchame, cerebro de pájaro! —gritó Chester—. ¡No me hace falta tu opinión ignorante! ¿Por qué no la coges y te la metes por…?
Pero Crombie graznaba al unísono. Los dos se encararon con agresividad. El centauro era más grande y mucho más musculoso que el grifo; sin embargo, el grifo era, probablemente, un luchador más mortífero, ya que poseía la mente de un soldado humano entrenado en el cuerpo natural de una criatura de combate.
—¡Squawk! —gritó Bink—. ¡Quiero decir, basta! Es el golem el que causa los problemas. Está claro que la palabra que utilizó Crombie fue «centauro». ¿No es verdad, Crombie?
Crombie graznó afirmativamente.
—Aguafiestas —murmuró Grundy, hablando consigo mismo—. Justo cuando la cosa se ponía interesante.
—No te preocupes por eso —repuso Bink—. ¿Reconoces que yo tenía razón, golem?
—Un centauro es un asno…, por delante y por detrás —replicó Grundy con hosquedad—. Todo depende de cómo lo estés definiendo, si intelectual o físicamente.
—Creo que estrujaré esa estruendosa bocaza tuya en una bolita silenciosa —dijo Chester, alargando el brazo hacia el golem.
—¡No puedes hacer eso, cara de mulo! —protestó Grundy—. ¡Estoy al servicio del enano!
Chester se detuvo al ver que el Buen Mago se agitaba.
—¿Al servicio de quién?
—¡Al servicio de este pequeñín! —repuso Grundy, indicando a Humfrey con un rígido dedo.
Chester miró a Humfrey, fingiendo perplejidad.
—Señor, ¿cómo es que aceptas semejantes insultos de una criatura que trabaja para ti?
—Ooh —murmuró el golem, descubriendo la trampa que le habían tendido—. Creí que dormía.
—El golem no posee una realidad personal —explicó Humfrey—. Por lo tanto, sus palabras no tienen tampoco una responsabilidad personal. Uno podría enfadarse igual con un trozo de arcilla.
—Así se habla, diablillo —estuvo de acuerdo Grundy; pero parecía escarmentado.
—Prosigamos con nuestra búsqueda —sugirió Bink, mientras el Buen Mago cerraba de nuevo los ojos.
En su interior, se preguntó cómo podía un ser irreal, como el golem, encontrarse en deuda con el Mago. Grundy debió hacerle una Pregunta, y recibió una Respuesta…; no obstante, ¿qué podía haber motivado a esta entidad mágica a buscar semejante información?
Luego, Bink tuvo una inspiración menor a medida que viajaban hacia el sur.
—Crombie, alguien o algo ha intentado matarme. Creo que ese es el motivo de que el dragón nos persiguiera. ¿Podrías señalar la dirección en la que se encuentra ese enemigo?
—¡Squawk! —graznó Crombie.
Giró, y el Buen Mago rebotó en su espalda, pero no se despertó. Cuando el ala se estabilizó, señaló… en la misma dirección de la fuente de la magia.
—Parece —comentó Chester con gravedad— que tu enemigo se opone a la misión. ¿Afecta eso en algo tu actitud?
—Sí —respondió Bink—. Hace que redoble mi determinación. —Aunque recordó que la espada le había atacado antes de iniciar la búsqueda. ¿Había podido anticiparle su enemigo? Eso serían malas noticias, ya que ello implicaría que había de por medio algo más que una magia o estrategia normales—. Continuemos.
En las cercanías del castillo del Mago el terreno era bastante tranquilo; pero, a medida que se adentraban en el yermo, fue cambiando. Crecían matorrales altos que obstaculizaban la vista y, cuando pasaban al lado de alguno, surgía una descarga de estática del follaje que hacía que el vello, el pelaje, las plumas y la paja se erizaran horriblemente en sus cuerpos. Sobresaliendo por encima de los matorrales había una antena, que, sin lugar a equívocos, se orientaba hacia el grupo; Bink nunca dispuso de la oportunidad de acercarse lo suficiente a esas cosas como para descubrir lo que eran, y no pensaba hacerlo ahora. ¿Por qué las antenas observaban desde tan cerca y, no obstante, no actuaban?
La aparición de unos mosquitos de sudor hizo que todos se sintieran miserables hasta el momento en que se despertó Humfrey; entonces, sacó un pequeño frasco y lo abrió. De él emergió un vapor que, de inmediato, comenzó a extenderse por el aire, atrapando en su interior a los mosquitos…; bruscamente regresó a la botella con los mosquitos cogidos.
—Ya casi era la hora de la comida de Niebla —explicó el Buen Mago, guardando el frasco.
No ofreció ninguna explicación adicional, y nadie tuvo el valor de pedirla. Humfrey se quedó dormido otra vez.
—Debe ser agradable ser un Mago —comentó Chester—. Tiene la respuesta a todos sus problemas, ya sea en una botella o en otra.
—Seguro que se trata de adquisiciones por antiguos servicios —dijo Bink.
Entonces se metieron en un sendero plagado de erizos de la maldición. Tenían esas cosas por todas las piernas, y picaban incesantemente. Sólo había una manera de deshacerse de esos erizos; debían ser desterrados con una maldición. El problema radicaba en que ninguna maldición podía usarse por dos veces en el mismo día; tenían que ser distintas.
A Humfrey no le gustó que le volvieran a despertar. Parecía que esta vez la solución no la llevaba en una botella.
—¡Por las barbas de mi tío Humbug, desaparece! —exclamó el Buen Mago, y el erizo al que se dirigió cayó atontado—. ¡Por el hocico de una serpiente marina, desaparece! —y cayó otro.
Chester fue más directo, ya que tenía a varios erizos enganchados en su hermosa cola.
—¡Al infierno contigo, cara de vinagre! ¡Os aplastaré como a un niquelpiés! ¡Fuera, fuera, maldito erizo! —Abrumados, tres erizos cayeron.
—Déjame a mí —dijo Bink, envidiando la imaginación de los otros—. ¡Vete a picar a un dragón!
Sus erizos comenzaron a caer, aunque con menos rapidez que los atontados por las duras maldiciones de los demás. Bink, simplemente, no poseía el toque.
Sin embargo, Crombie estaba en un problema. Los grifos no eran nativos de esta región de Xanth, y los erizos, evidentemente, no comprendían sus graznidos. Entonces el golem empezó a traducirlos, y cayeron a puñados.
—¡Por las malditas bocas de un campo de cabezas de dragón, meted vuestros traseros feos y de color púrpura en el más cercano y apestoso orinal! ¡Si vuestras caras fueran flores, envenenaríais todo el jardín! ¡Meteos vuestros picantes tallos rosas por el…! —El golem se detuvo, sorprendido—. ¿Es posible? No creo que pueda traducirlo.
Pero los erizos de la maldición lo entendieron y, de inmediato, las plumas brillantes del grifo se vieron libres de ellos. ¡Nadie podía maldecir como un soldado!
No obstante, era imposible esquivar a todos los erizos de la zona, y, cuando finalmente pudieron escapar, sus maldiciones se habían vuelto inverosímiles. En algunos casos tuvieron que emplear dos o tres juramentos para deshacerse de un solo erizo.
Por entonces sintieron hambre. No había nada como unos buenos juramentos para abrir el apetito.
—Tú conoces esta zona —le dijo Chester al Mago, antes de que cayera otra vez dormido—. ¿Dónde hay algo para comer?
—No me molestes con detalles —restalló Humfrey—. Yo he traído mi propia comida…; es algo que, de haber tenido cierta previsión, deberíais haber hecho también vosotros.
Abrió otro frasco. Esta vez, el vapor salió para solidificarse en forma de una tarta, con su correspondiente alcorza. El Mago la cogió del aire, partió una porción con forma de cuña perfecta, y comió mientras el resto del pastel se disolvía y retornaba como niebla a la botella.
—Comprendo que hemos sido remisos en traer provisiones —comentó Bink—. ¿Podrías compartir, por esta única ocasión, algo de tu comida?
—¿Por qué tendría que hacer algo así? —preguntó Humfrey con curiosidad.
—Bueno, tenemos hambre, y ello nos ayudaría a…
El Mago eructó.
—Ve a buscar tu propio alimento, mangante —tradujo el golem.
A Bink se le ocurrió que el Buen Mago no era un compañero tan agradable como lo había sido el Mago Maligno, la última vez que se adentró en el yermo de Xanth. Sin embargo, sabía bien que las apariencias podían engañar.
Crombie graznó.
—Boquita de pájaro dice que en los alrededores hay algunos árboles frutales. Los señalará.
Y el grifo realizó sus movimientos acostumbrados, indicando la dirección.
Al instante divisaron un árbol de frutas. La planta tenía el aspecto de un bol abierto, lleno a rebosar de variadas frutas. El grupo corrió con alegría hasta allí…, y, para su asombro, las frutas salieron volando, llenando el aire de colores.
—¡Oh, no…, se trata de frutas aladas! —exclamó Bink—. Nos tendríamos que haber acercado con sigilo. ¿Por qué no nos lo advertiste, Crombie?
—No lo preguntaste, cabeza de sebo —replicó el golem.
—¡Cogedlas! —gritó Chester, que dio un brinco y extendió el brazo para atrapar una manzana del aire. Bink, a punto de ser arrojado al suelo, desmontó.
Durante un momento, un melocotón maduro flotó sobre su cabeza. Bink dio un salto y lo cogió con una mano. Las alas batieron desesperadamente al intentar escapar y, luego, se rindieron. Se trataba de hojas, verdes y corrientes, adaptadas para esa misión específica. Las arrancó sin piedad para que su fruta no pudiera escapar y fue en busca de otra.
Tropezó con algo y cayó de bruces justo al lado de una granada podrida. Irritado, miró el obstáculo que le había tirado al suelo. Era otro de los ubicuos montones de tierra fresca. En esta ocasión, se incorporó y lo aplastó con el pie. Luego se lanzó en persecución de más frutas.
En poco tiempo logró reunir una pequeña colección: manzana, melocotón, ciruela, dos peras (por supuesto), varias uvas y un plátano. Este último, volando con unas monstruosas alas-hojas de buitre, le había plantado una resistencia terrible; pero resultó delicioso. Bink no se sentía muy a gusto consumiendo estas frutas, ya que se asemejaban demasiado a criaturas vivas; sin embargo, sabía que las alas sólo eran una adaptación mágica, que permitía a las plantas lanzar sus semillas a mayor distancia. Las frutas, supuestamente, existían para ser comidas; en realidad, no eran conscientes ni sentían. ¿O no era así?
Bink apartó ese pensamiento de su mente y miró a su alrededor. Se encontraban en el borde de un bosque de árboles muertos. Humfrey se despertó.
—Tengo ciertos presentimientos —regaló—. No desearía tener que desperdiciar mi magia descubriendo lo que mató a esos árboles. Será mejor que demos un rodeo.
—¿De qué sirve ser un Mago si no empleas tu magia? —exigió Chester, impulsivo.
—He de conservar rigurosamente mi magia para las emergencias —repuso Humfrey—. Hasta ahora, sólo nos hemos enfrentado con meras molestias, irrelevantes para mi magia.
—Así se habla, imbécil —remachó el golem.
Chester no pareció muy convencido, pero aún sentía el suficiente respeto por el Mago como para no cuestionarlo.
—Está anocheciendo —dijo—. ¿Dónde hay un buen lugar para pasar la noche?
Crombie se detuvo y giró con tanta energía que casi tiró a sus jinetes.
—¡Hmph! —exclamó Humfrey.
El golem, solícito, tradujo:
—¡Torpe felino alado! ¡Deposita tus gatunas patas en el suelo!
La cabeza del grifo giró por completo hasta que sus peligrosos ojos y pico quedaron invertidos.
—¡Squawk! —repuso Crombie con autoridad.
El golem no lo tradujo, pero pareció intimidado. Crombie finalizó sus movimientos y señaló hacia una dirección que se desviaba ligeramente de la que mantenían.
—No está muy lejos del camino; iremos allí —decidió Chester; nadie le contradijo.
La ruta que siguieron rodeaba el bosque; fue algo fortuito, ya que, aparte de ello, pocos peligros había. Fuera lo que fuese lo que había matado al bosque, también había aniquilado la magia asociada con él, buena o maligna. Sin embargo, la curiosidad de Bink se interrogó acerca de los enormes árboles que había a un lado. No tenían ninguna marca, y la hierba que crecía, debido al sol que penetraba por entre las ramas muertas, era exuberante. Eso sugería que la tierra no había sido envenenada por ningún monstruo. Hasta se veía que crecían raíces nuevas y pequeñas, que comenzaban la larga tarea de repoblar el bosque. Algo había atacado, matado, y se había marchado sin dejar más huellas de su presencia.
Para distraerse de la irritación que le producía la imposibilidad de solucionar el rompecabezas, Bink se dirigió al golem.
—Grundy, si no te importa contarlo…, ¿cuál fue la Pregunta que le hiciste al Mago?
—¿Yo? —preguntó sorprendido el golem—. ¿Te interesas en mí?
—Claro que sí —repuso Bink—. Eres una… —estuvo a punto de decir «persona», pero recordó que el golem, técnicamente, no era una persona— entidad —finalizó, con poca convicción—. Percibes las cosas, sientes…
—No, no siento —corrigió Grundy—. Sólo estoy hecho de paja, arcilla y madera, animado por la magia. Hago lo que me dicen, sin ningún interés en ello ni ninguna emoción.
¿Sin interés o emoción? No parecía ser cierto.
—Creí que acababas de experimentar un interés personal cuando yo te manifesté mi curiosidad.
—¿Sí? Seguro que fue una emulación rutinaria de las reacciones humanas. Durante mi servicio de traducción he de realizar esas emulaciones.
Bink no quedó convencido, pero no lo discutió.
—Si no sientes ningún interés por los asuntos humanos, ¿por qué fuiste a ver al Buen Mago? ¿Qué le preguntaste?
—Le pregunté cómo podía volverme real —repuso el golem.
—¡Pero eres real! Estás aquí, ¿no es cierto?
—Quítame el hechizo que me formó, y no seré más que un montón de basura. Quiero ser real de la forma que lo sois vosotros. Real sin magia de por medio.
Real sin magia. Tenía sentido. Bink recordó cómo había sufrido él mismo, siendo joven y creyendo que no poseía un talento mágico. Esta era la otra cara del problema: la criatura que no tenía ninguna realidad sin la magia.
—¿Cuál fue la respuesta?
—Siente.
—¿Siente?
—Siente, pesado.
—¿Siente?
—Siente.
—¿Eso es todo?
—Todo.
—¿Toda la Respuesta?
—Toda la Respuesta, estúpido.
—¿Y por eso sirves un año?
—¿Crees que tienes el monopolio de la estupidez?
Bink se volvió hacia el Buen Mago, que parecía haberse despertado, aunque, astutamente, seguía en silencio.
—¿Cómo puedes justificar un precio así por semejante Respuesta?
—No tengo por qué hacerlo —comentó Humfrey—. Nadie está obligado a venir a ver al sabihondo gnomo viejo en busca de información.
—Sin embargo, todo aquel que paga un precio tiene derecho a recibir una Respuesta decente —dijo Bink, molesto.
—El golem recibió una Respuesta decente. Lo que no tiene es una comprensión decente.
—¡Bueno, pues tampoco yo! —exclamó Bink—. ¡Nadie podría sacarle algún sentido a esa Respuesta!
El Mago se encogió de hombros.
—Quizá formuló la Pregunta equivocada.
Bink se encaró con la parte humana de Chester.
—¿Te parece que esa es una Respuesta justa?
—Sí —contestó el centauro.
—Me refiero a la palabra «siente». ¿Nada más a cambio de un año de servicio?
—Sí.
—¿Tú te sentirías satisfecho si respondiera lo mismo a tu Pregunta?
Chester lo meditó.
—No creo que esa Respuesta esté relacionada.
—¡Así que no estarías satisfecho!
—No, me satisfaría si fuera mi Respuesta. Simplemente, no creo que lo sea. ¿Sabes?, yo no soy un golem.
Asombrado, Bink sacudió la cabeza.
—Entonces, creo que yo tengo una parte de golem. No considero que sea suficiente.
—Tú no eres un golem —dijo Grundy—. No eres lo bastante inteligente.
¡Vaya diplomacia! No obstante, Bink insistió.
—Chester, ¿podrías explicarnos esa Respuesta?
—No, yo tampoco la entiendo.
—Pero acabas de decir…
—Dije que pensaba que era una Respuesta justa. Si yo fuera un golem, seguro que sabría apreciar su referencia. Su importancia. Ciertamente, es más justo que creer que el Buen Mago no ha respondido en toda su extensión.
Bink recordó cómo el Mago le había comunicado a la mantícora que poseía un alma…, de tal forma que la criatura quedó satisfecha, tanto emocional como intelectualmente. Era una opinión convincente. Tenía que haber algún motivo para la Respuesta oscura que había recibido el golem.
Pero, ay, ¡qué frustración hasta que esa razón se aclarara!
Casi al anochecer, descubrieron una casa. El talento de Crombie les indicó que esta era su residencia para la noche.
El único problema era su tamaño. La puerta medía tres metros de alto.
—Es el domicilio de un gigante… o de un ogro —repuso Humfrey, frunciendo el ceño.
—¡Un ogro! —repitió Bink—. ¡No podemos quedarnos aquí!
—En un instante nos meterá en una olla y tendrá el fuego avivado —admitió Chester—. Los ogros consideran la carne humana como un plato exquisito.
Crombie graznó.
—El idiota afirma que su estúpido talento nunca se equivoca —informó Grundy.
—Cierto, ¡pero recuerda lo que no abarca su talento! —repuso Bink—. Le preguntamos por un buen lugar donde pasar la noche; no especificamos que debía ser seguro.
—Me atrevería a decir que una olla de agua caliente es tan buen lugar de reposo como otro cualquiera —comentó Chester—. Hasta que se calienta demasiado. Entonces, el baño se vuelve…
—Supongo que tendré que gastar parte de mi valiosa magia —se quejó Humfrey—. Es demasiado tarde para que vaguemos en busca de un alojamiento.
Extrajo otra pequeña botella y la descorchó. Era un corcho resistente, como suelen serlo los corchos, y cedió sólo a regañadientes, de modo que el proceso llevó cierto tiempo.
—Ejem…, ¿eso no es el contenedor de un demonio? —preguntó Bink, que creyó reconocer la forma del frasco. Algunas botellas eran más sólidas que otras, estaban más trabajadas, y llevaban inscripciones de símbolos mágicos—. ¿No deberías…?
El Mago se detuvo.
—Humph.
—Dice que estaba a punto de hacerlo, imbécil —tradujo el golem—. Piensa lo que quieras.
El Mago trazó un pentáculo en el suelo, depositó la botella en su interior, y masculló un encantamiento indescifrable. El corcho saltó, y del cuello de la botella surgió el humeante demonio, que se solidificó en la entidad con gafas que Bink reconoció como Beauregard.
El culto demonio ni siquiera esperó a que le formularan la pregunta.
—¿Me has llamado para esto, anciano? Claro que es segura; el ogro que la habita es vegetariano. Lo que no es seguro es tu misión.
—¡No te pregunté nada acerca de la misión! —centelleó Humfrey—. ¡Sé que es insegura! Por eso voy con ellos.
—No es tu estilo ceder ante semejante estupidez, en especial cuando sufre tu comodidad personal —continuó Beauregard, ajustándose las gafas sobre la nariz—. ¿Es que, finalmente, estás perdiendo el juicio? ¿Te vuelves senil? ¿O lo que intentas es desaparecer en un resplandor de ignominia?
—¡Desaparece, espíritu infernal! Ya te invocaré cuando requiera tus inútiles conjeturas.
Beauregard sacudió la cabeza con tristeza y se disipó en el interior de la botella.
—Ese es otro espíritu que siente —comentó Bink, incómodo—. ¿Tienes que encerrarlo en un frasco tan pequeño?
—Nadie puede encerrar a un demonio —repuso con brevedad el Mago—. Además, aún no ha finalizado su año de servicio.
¡A veces era difícil seguir la lógica del hombre!
—Pero, la primera vez que te vi, hace más de un año, también estaba contigo.
—Formuló una Pregunta compleja.
—¿Un demonio de la información, que responde a las preguntas por las que tú cobras, tiene que pagarte por las Preguntas?
Humfrey no respondió. Bink oyó una leve risa atronadora y, al cabo de un momento, se dio cuenta de que provenía de la botella del demonio. Ciertamente, aquí había algo gracioso, pero no cómico.
—Será mejor que entremos antes de que oscurezca —dijo Chester, contemplando con ciertas dudas la puerta del ogro.
A Bink le hubiera gustado seguir discutiendo la situación del demonio; sin embargo, Chester tenía razón.
Se acercaron a la puerta. Era recia, compuesta por troncos enteros de árboles de madera de acero, limpios de toda corteza y unidos por lianas predadoras cortadas. Eso maravilló a Bink; la madera de acero no oxidada sólo podía ser recogida de árboles recién caídos, y ni siquiera un hacha mágica podía cortarla bien. ¿Y qué monstruo se atrevería a hacer acopio de las mortíferas lianas para unir los troncos? Esas lianas, normalmente, empleaban su poder de constricción para aplastar a sus presas; poseían una fuerza asesina.
Chester golpeó con fuerza. Se produjo una pausa cuando los ecos metálicos se desvanecieron. Luego oyeron unas lentas pisadas en el interior. La puerta se abrió con tal violencia que los goznes se calentaron y la succión del aire hizo que el centauro diera un paso adelante. La luz se proyectó, cegadora, y el ogro apareció en su terrible silueta. Medía el doble que Bink, e incluso hacía que la puerta pareciera enana; su cuerpo, en proporción, era ancho. Las extremidades contenían unos músculos parecidos a las nudosas ramas de los árboles.
—¡Ungh! —retumbó.
—Pregunta que qué demonios es este mal olor —tradujo el golem.
—¡Mal olor! —gritó Chester—. ¡Es él quien apesta!
Era cierto. Parecía que el ogro no creía en lavarse o en la magia limpiadora. La mugre estaba reseca en su carne, y hedía a vegetación podrida.
—No queremos pasar la noche a la intemperie —le advirtió Bink.
Crombie graznó.
—Boquita de pájaro dice que acabemos de una vez, lento.
—Boquita de pájaro pronto acabará —gruñó Chester.
El ogro rugió.
—Cara de piedra pregunta que si lo que huele mal es un grifo pútrido anormal.
El grifo se incorporó, alto e iracundo, y extendió a medias sus resplandecientes alas mientras graznaba.
—¿Te gustaría que corrigieran tu problema amputándote la narizota? —tradujo Grundy.
El ogro se hinchó, más impresionante que antes. Bramó.
—Usaré tu cabeza para beber cerveza —indicó el golem.
Se produjo una confusión de graznidos y rugidos, con el golem como un feliz intermediario en el diálogo.
—¡Sal fuera y repite eso, cabeza de chorlito!
—Entra en mi casa, picudo ratón, y bajo mi techo te romperé el corazón.
—¡Romperás tu techo si intentas pensar! —graznó Crombie.
—¿Todos los ogros hablan con rimas? —preguntó Bink, cuando se produjo una pausa para renovar el repertorio de insultos—. ¿O es una invención del golem?
—La miniatura no tiene cabeza ni hechura —dijo el golem; y al instante reaccionó colérico—. ¿Quién es una miniatura, cara de sapo de…?
—Los ogros varían, como todas las criaturas —interrumpió con suavidad Humfrey—. Este parece amistoso.
—¡Amistoso! —exclamó Bink.
—Tratándose de un ogro. Será mejor que entremos.
—¡Probaré vuestro sabor dulzón en mi fogón! —gruñó el ogro a través del golem. Sin embargo, el grifo se acercó a la puerta y el ogro, a regañadientes, le cedió el paso.
El interior era cerrado y sombrío, apropiado para la morada de un monstruo. La cegadora luz que había aparecido al abrirse la puerta ya no estaba; seguro que el propietario había cargado una nueva antorcha y se había consumido. El suelo estaba cubierto de paja húmeda, tiras de madera entrelazada ocultaban las paredes, y un caldero lleno burbujeaba como lava volcánica encima de un fuego encendido en un agujero en el centro de la habitación. Sin embargo, no parecía haber ningún montón de huesos apilados en un rincón. Por lo menos, eso era alentador. Bink nunca había oído hablar de un ogro vegetariano; pero seguro que el demonio Beauregard sabía lo que decía.
Bink, dándose cuenta de que las constantes amenazas eran faroles, se sintió avergonzado por imponerle su presencia al amable monstruo (para ser un ogro).
—¿Cómo te llamas? —le preguntó.
—Aquí crunch, enseguida buena comida.
Aparentemente, el bruto no había comprendido.
—Yo soy Bink; ¿cuál es tu nombre? —repitió.
—Puedo ver que de crunch nadie saber. —El ogro hundió una mano peluda y mugrienta en el caldero hirviente, rebuscó, cogió y sacó algo viscoso, lo volcó en un bol de madera nudosa que le presentó a Bink—. Bink apetito, come un poquito.
—Quiere decir que su nombre es Crunch —explicó Chester, captando la situación—. Te ofrece algo de comer. No hace distinción entre desayuno, almuerzo o cena; para él, todo es «comer».
—Oh. Uh…, gracias, Crunch —repuso Bink, incómodo.
Aquí Crunch, enseguida buena comida…, ahora tenía sentido. En vez de tratarse de una amenaza, la onomatopéyica salivación de un ogro ansioso de comida, era la respuesta a una pregunta, un ofrecimiento de alimento. El ogro les sirvió a los demás unas raciones similares; su enorme mano parecía inmune al calor.
Bink miró con resquemor su porción. Era demasiado espesa para beber, y demasiado líquida para pinchar; a pesar del tremendo calor del caldero, no parecía demasiado ardiente. Era de una tonalidad púrpura intensa, con excrecencias de color verde. En realidad, olía bastante bien, aunque en su superficie flotaba una mosca hervida.
Chester olisqueó apreciativamente su ración.
—Vaya, pero si es caldo púrpura con nueces verdes…, ¡una exquisitez extraordinaria! Sin embargo, hace falta un proceso mágico para extraer el caldo, y sólo un elfo verde puede coger las nueces verdes. ¿Cómo lo conseguiste?
El ogro sonrió. El efecto fue espantoso, incluso en la penumbra.
—Un elfo trae las nueces, a veces —tradujo el golem.
Entonces, Crunch cogió un tronco de los que tenía apilados a un lado y lo sostuvo sobre el caldero. Sujetándolo por ambos extremos, torció las manos…, y la madera se enroscó sobre sí misma como si fuera una toalla húmeda. Un fino chorro de líquido púrpura cayó al caldero. Cuando el tronco estuvo seco, el ogro, indiferente, arrancó la madera a tiras y la lanzó al fuego, donde ardió de inmediato. Era una buena forma de utilizarla.
Bink nunca había presenciado semejante proeza de fuerza bruta. En vez de hacer algún comentario, sacó la mosca del bol, metió un dedo en el tibio pudín, extrajo un trozo cremoso y se lo llevó con tiento a la boca. Era delicioso.
—¡Es la mejor comida que he probado jamás! —exclamó.
—Tú ahora lo alabas; antes pensar que apestaba —gruñó Crunch, halagado.
Crombie graznó cuando probó la comida.
—Puede que tú apestes; pero esto es muy bueno —tradujo el golem.
Crunch, completamente satisfecho por el doble cumplido, se sirvió una burbujeante porción en su misma manaza. Se chupó los dedos, luego cogió otro puñado. Mientras los demás acababan sus platos, el ogro se los volvió a llenar con la misma mano. Nadie creyó conveniente protestar; después de todo, ¿qué gérmenes mágicos podían sobrevivir a esa temperatura?
Después de terminar la segunda ración, se acomodaron sobre la paja para pasar la noche. Los demás parecían contentos de poder dormir, pero Bink se hallaba perturbado por algo. En un segundo lo identificó.
—Crunch, entre nuestra especie, a cambio de la hospitalidad ofrecemos algún servicio. ¿Qué podemos hacer por ti para pagarte esa deliciosa comida y el alojamiento?
—Sí, es verdad —admitió Chester—. ¿Necesitas que te cortemos leña o algo por el estilo?
—No necesito madera, aunque aquí la veáis entera —gruñó el ogro. Aplastó un puño contra uno de los troncos, que explotó en pequeños fragmentos. Estaba claro que en esa cuestión no necesitaba ayuda.
Crombie graznó.
—Boquita de pájaro dice que puede señalar el lugar donde se encuentra cualquier cosa. ¿Qué deseas, cara de piedra?
—Pequeñajo eres pesado, quiero dormir descansado —farfulló Crunch.
—No hasta que te devolvamos el favor —insistió Bink.
—¡No necesito nada, pero nada de nada! —Crunch cogió un puñado de paja, cerró el puño, y apretó; cuando lo volvió a abrir, la paja se había unido en un solo palito. El ogro lo usó para escarbar en sus horribles dientes.
Chester, por una vez, recomendó cautela.
—No podemos obligarle a aceptar un servicio que no desea.
—Quizá no sepa que lo desea —repuso Bink—. Hemos de respetar el código.
—Está claro que eres un patán cabezota —dijo Grundy, hablando por primera vez en su nombre—. ¿Por qué buscarnos problemas?
—Es una cuestión de principios —contestó Bink, inseguro—. Crombie, ¿puedes señalar el emplazamiento de lo que desea Crunch?
El grifo graznó afirmativamente, giró, desordenando la paja, y señaló. Al Buen Mago Humfrey, que cabeceaba en una esquina, con una brizna de paja en la cabeza.
—Olvídalo —centelleó somnoliento el Mago—. No estoy disponible para ser consumido.
—¡Pero si es vegetariano! —le recordó Bink—. No puede ser que quiera comerte. Quizá quiera formularte una Pregunta.
—¡No por una miserable estancia de una noche! Tendría que servirme durante un año.
—Yo no tengo nada que inquirir ni tampoco sugerir —gruñó el ogro.
—Parece que le estamos imponiendo a nuestro anfitrión algo que no desea —dijo Chester, de forma sorprendentemente diplomática.
Evidentemente, la demostración con el tronco y la paja habían impresionado de forma profunda al centauro. No había duda de que el ogro era la criatura más fuerte con la que se había encontrado el grupo.
—Hay algo que Crunch desea, aunque ni él mismo lo sepa —dijo Bink—. Es nuestro deber localizarlo por él. —Nadie lo discutió, aunque sabía que todo el mundo deseaba que abandonara el tema—. Crombie, tal vez no quiera al Mago, sino algo que tiene el Mago. ¿Dónde señalaste exactamente?
Crombie graznó con cansada resignación. Señaló de nuevo. Bink alineó su propio dedo en la misma dirección, siguiendo el trayecto.
—¡Allí! —exclamó—. Algo en su entrepierna. —Entonces se detuvo, avergonzado—. Oh, quizá algo de su chaqueta.
Pero el Mago, cansado, se había quedado dormido. Su única respuesta fue un ronquido.
—¡Oh, vamos! —repuso Grundy—. Yo lo buscaré.
Trepó por el Mago y se introdujo en el interior de su chaqueta.
—No creo que… —empezó a decir Bink, sorprendido por su propia audacia.
—Ese es tu problema —repuso el golem desde dentro de la chaqueta—. Tiene que ser… esto.
Cuando salió, sostenía entre los brazos un frasco. Para él era un peso excesivo.
—¡Es el demonio embotellado! —dijo Chester—. No juegues con…
Pero Grundy ya estaba tratando de abrir el corcho.
Bink se lanzó hacia él; sin embargo, como le ocurría siempre, llegó demasiado tarde. En esta ocasión el corcho no se resistió; saltó en el acto en el momento en que Bink cogía la botella.
—¡Ahora sí que la has hecho! —exclamó Chester—. Si Humfrey se llega a despertar…
Bink se quedó sujetando la botella mientras el demonio cobraba forma, libre de toda inscripción mágica o encantamiento.
—Que alguien… alguien… haga… un… —tartamudeó Bink.
Beuaregard se afirmó y quedó allí, erguido, con un enorme libro bajo el brazo. Espió a Bink por debajo de las gafas.
—¿Un pentáculo? —completó el demonio—. Mejor que no.
—¿Qué he hecho? —gimió Bink.
Beauregard hizo un gesto negligente con la mano libre.
—Tú no has hecho nada, Bink. Fue el estúpido golem.
—¡Fui yo el que le hizo actuar!
—Tal vez. Sin embargo, no te preocupes. Más bien considérate como el instrumento del destino. Has de saber que ni la botella ni el pentáculo me confinaban; respetaba esas convenciones únicamente para agradar al Mago, a quien le debía una cortesía profesional. El acuerdo que establecimos era que yo debía servirle como fuente de información de reserva, hasta que las circunstancias me liberaran por las reglas corrientes del control sobre los demonios. Esa casualidad acaba de ocurrir, tal como estaba predestinado. Un demonio confinado de verdad habría huido, por lo que me veo libre para marcharme. Te doy las gracias por el accidente; ahora debo irme. —Empezó a desvanecerse.
—¡Aguarda! —gritó Bink—. ¡Por lo menos responde la Pregunta de este amable ogro!
Beauregard se solidificó de nuevo.
—No tiene ninguna Pregunta. Sólo quiere dormir. Los ogros requieren mucho descanso, o de lo contrario pierden toda su vileza.
—Pero el talento de Crombie indicó…
—Oh, eso. Técnicamente, hay algo; sin embargo, no se trata de un deseo consciente.
—Es suficiente —comentó Bink. No se había dado cuenta de que los ogros pudieran tener deseos inconscientes—. Antes de marcharte, dinos qué es.
—Quiere saber si debe tomar una esposa —comentó el demonio.
El ogro rugió.
—¿Qué vida tendré, si una esposa tomaré? —explicó el golem.
—Eso es interesante —repuso Beauregard—. Un golem que paga con sus servicios una Respuesta que no puede comprender.
—¿Quién le encontraría sentido a una Respuesta de una sola palabra? —exigió Grundy.
—Sólo una criatura real —replicó Beauregard.
—Esa es la cuestión…, él no es real —intervino Bink—. Quiere saber cómo volverse real.
Beauregard se volvió hacia el centauro.
—Y tú quieres saber cuál es tu talento. Te lo podría decir, por supuesto; pero entonces estarías en deuda conmigo, y ninguno de los dos lo desearía.
—¿Por qué no te centras en la pregunta del ogro y te vas? —preguntó Bink, sin confiar del todo en el demasiado instruido demonio liberado.
—No puedo de una forma directa, Bink. Soy un demonio; él no aceptaría mi respuesta, aunque fuera totalmente racional. Pertenece a un especie irracional, como la vuestra; sois vosotros quienes debéis responderle.
—¡Yo! Yo… —Bink se interrumpió, ya que no deseaba hablar de su relación actual con Camaleón.
—Hablé en plural —corrigió Beauregard con cierta condescendencia—. Tú, Chester y Crombie deberíais discutir vuestras respectivas relaciones con vuestras mujeres; el consenso resultante le dará al ogro la perspectiva que necesita. —Se quedó pensativo—. De hecho, dentro de ese contexto, mi propia opinión puede resultar relevante. —Se sentó al lado de ellos sobre la paja.
Reinó el silencio.
—Oh, ¿cómo…, quiero decir, existe una ogresa…, eh, en tu mente? —le preguntó Bink a Crunch.
El ogro respondió con una andanada de gruñidos, bufidos y castañetear de amarillos dientes. El golem apenas pudo mantener el ritmo de traducción; no obstante, Grundy se mantuvo al nivel que la ocasión requería y se irguió en toda su altura:
—Una cruda y bonita mañana de mal tiempo vagué hasta que ni un grito ni un saludo me dieron un tiento. Estaba de buen humor y buscaba comida con ardor. No se veía a ninguna criatura tan lejos del hogar; ningún dragón, ningún monstruo, ni siquiera un gnomo por azar. Entré en un bosque alto y de enorme tamaño; los árboles eran tan grandes que yo parecía un niño de un año. El sendero era tan lioso que no era capaz de atravesarlo ni un oso. Pero se abrió de pronto en una adorable hendidura, llena de niquelpiés y alguna otra ricura, y agua estancada rica en manchas, donde me sentí por un tiempo a mis anchas, y luego llegué a un castillo escondido, con un sudario por bandera y un cuero cabelludo como borla prendido. El viento lo atravesaba con bonitos gemidos, y sus paredes eran de gigantescos huesos podridos. En la entrada dormía Puk, un pequeño dragón, guardando algo que me sorprendió un montón: una fuente llena de barro, púrpura de color, derramando chorros de brillante sangre roja con ardor. Miré tanto que parecí hipnotizado, la boca me babeaba tanto que hasta mis talones quedaron bañados. Pero yo sabía que el encantamiento se completaría en el momento en que a comer empezaría. Quería descubrir qué otros tesoros estaban ofrecidos al placer del héroe que había venido. Y en el centro, en una mugrienta cama, yacía una ogresa maravillosa como una dama. Tenía cabello como ortigas, piel como gachas blandas, y su cara haría que un zombi se ruborizara hasta las bandas. Su aliento apestaba a carroña, maravillosamente hediondo, y su olor era tan fuerte quise aullar y dar vueltas en redondo. Pensé que estaba enfermo con gusano en la tripa, pero supe era amor por esa espléndida tipa. Azoté su cara con mi peludo puño, que es la forma en que los ogros se conquistan en mi terruño. Luego la cogí por la pierna izquierda y a rastras me la llevé, mi huevo dorado del que nunca me separaré. Entonces el castillo todo despertó: goblin y troll y verde mandrágora se agitó. Celebraron unión de héroe y hermosa tirándonos frutas podridas como si tal cosa. Pero al salir activamos un hechizo de alarma en la morada de los demonios sin alma. Habían dormido al castillo durante cien años largos, esos demonios que odiaban los traseros de los ogros. Lanzaron un hechizo de tanto poder que tuvimos que huir asustados a todo correr. Yo lo esquivé siempre que me fue posible, pero nos alcanzó en el bosque de una forma terrible. Mientras golpeaba yo no dejaba de gritar: «No aplastaré más huesos lo puedo jurar». Se disipó en relámpago tan brillante, que todo el bosque que nos rodeaba calcinado quedó, atrás y adelante. Ahora yo más huesos ya no machaco, para que los demonios del lago no crean su maldición no acato. No quiero que me lancen un hechizo mayor, como el primero o quizá peor. Mi amor en el corazón del bosque yace dormida, perdiendo su doncellez, para mí perdida, Y una cosa dudo ahora: ella nunca me demostró mucho a ninguna hora. Así que todo lo que quiero saber es esto: ¿he de dejarla, o debo ir a buscarla?
Los otros permanecieron en silencio durante un rato después de ese notable recital. Por fin, Crombie graznó.
—Fue un romance y una aventura considerables —repuso Grundy por él—. Aunque puedo apreciar las arrebatadoras cualidades de tu amiga, he de decir, desde mi propia experiencia, que todas las mujeres son criaturas infernales, cuyo único propósito en la vida es engañar, atrapar y hacer que los hombres se sientan miserables. Por lo tanto…
El gruñido del ogro interrumpió al grifo en mitad de su graznido.
—¡Je, je, je, je, je, je! —tradujo Grundy, interrumpiéndose a sí mismo—. ¡De inmediato la buscaré!
Chester sonrió.
—A pesar de las recomendaciones de mi amigo, he de darte unas palabras de advertencia. Sin importar todo lo que la yegua incordie al semental, y lo irracionalmente que se comporte, llega un momento en que pare su primer potrillo. Entonces, la dama pierde el interés en…
—¿Y deja de incordiar? Eso es malo de soportar —rugió Crunch, decepcionado.
—Pero, en el momento justo —repuso Bink—, retorna a la normalidad, a menudo con una astucia sumamente cortante. De cualquier forma, pienso que es mejor que te incordien un poco a que no lo hagan nada. Así que, ¿por qué no despiertas a tu belleza y le das una oportunidad? Quizá consiga que tu vida se vuelva del todo miserable.
Los ojos del ogro se iluminaron como antorchas.
—Estoy de acuerdo —dijo Beauregard—. Esta conversación me ha proporcionado unas revelaciones de lo más intrigante sobre las emociones humanas, animales y ogrescas. Me servirán para concluir mi disertación.
—¿Tu qué? —inquirió Bink.
—Mi tesis doctoral acerca de la falibilidad de la vida inteligente en la superficie de Xanth —explicó Beauregard—. Busqué información del humano Mago Humfrey, y él me aseguró que una temporada de servicio en su botella me proporcionaría las revelaciones que necesitaba, ya que la naturaleza de una persona puede ser mejor analizada a través de las preguntas que considera más vitales. Y ese ha sido el caso; ahora, prácticamente, sé que conseguiré mi título. Ello me cualificará para formar una relación permanente con la demonesa de mi elección; esfuerzo que creo que ha valido la pena. Siento una especie de júbilo demoníaco. Por lo tanto, os daré unas pequeñas muestras de gratitud extraídas de mis investigaciones.
El demonio se volvió hacia Chester.
—Prefiero no informarte directamente sobre tu talento mágico, por las razones antes expuestas; pero te daré una pista: refleja el aspecto contenido de tu carácter. Puesto que tú, como la mayoría de los centauros, has descreído de la magia, aspectos enteros de tu personalidad se han visto soterrados, como si los ocultaras bajo tierra. Cuando seas capaz de superar este condicionamiento, tu talento se manifestará de forma natural. No desperdicies un año de tu vida por la Respuesta del Buen Mago; simplemente, permítete a ti mismo más autoexpresión.
Se volvió a Crombie.
—No puedes escapar de tu destino de esta manera. Cuando regreses de la búsqueda, si regresas, Sabrina te atrapará en un matrimonio desdichado a menos que logres un compromiso más adecuado con otra persona antes de que la veas a ella. Por lo tanto, disfruta ahora; echa tu última cana al aire y no te preocupes por el mañana, porque será peor que el presente. Sin embargo, el matrimonio, después de todo, no es para ti un destino peor que la muerte; lo descubrirás cuando te enfrentes a la muerte.
Dejó al abatido grifo y se volvió al golem.
—El sentido de la Respuesta que el Mago te dio es el siguiente: la gente siente; los objetos inanimados, no. Sólo cuando experimentes sentimientos genuinos que se impongan a tu lógica serás real. Podrás llegar a esa altura únicamente si te esfuerzas…; pero cuidado, porque las emociones de las cosas vivas, en muchos casos, son extremadamente dolorosas.
Se volvió a Crunch.
—A ti te digo, ogro: ve a buscar a tu dama. Parece una buena compañera para ti, una perra horrible en todos los aspectos.
Crunch quedó tan conmovido que casi se sonrojó.
Beauregard se volvió hacia Bink.
—Nunca he sido capaz de descubrir tu magia, pero ahora la siento operar. Es muy poderosa…; sin embargo, lo que estás buscando es infinitamente más poderoso aún. Si persistes en ello, corres el riesgo de que te destruya, y que destruya todo aquello que tú más quieres. No obstante, persistirás, razón por la que te ofrezco mis condolencias. Hasta que volvamos a vernos… —Se desvaneció.
Los miembros que quedaban del círculo intercambiaron miradas.
—Vámonos a dormir —dijo Chester.
Parecía ser la mejor idea de toda la noche.