4
El castillo del Mago

El castillo del Buen Mago Humfrey seguía igual que siempre. Alto y esbelto, con firmes murallas exteriores y una elevada torre interior protegida por troneras y parapetos y todo lo habitual en los castillos. Era más pequeño de lo que Bink recordaba, pero sabía que no había cambiado. Quizás el problema radicaba en que el recuerdo que guardaba del interior era mayor que el del exterior. Con la magia, era posible hacer que el interior fuera más grande que la fachada.

Sin embargo, las rutas mágicas de acceso habían sido cambiadas, y el hipocampo o caballo marino ya no estaba en el foso, posiblemente debido a que su tiempo de servicio había expirado. Seguro que había otra criatura de guardia dentro, en el puesto de la mantícora que Bink había conocido, la misma que asistió a la Fiesta de Aniversario. Incluso los monstruos tenían que dar un año de su vida como pago por las Respuestas del Buen Mago y, normalmente, realizaban las tareas de guardianes del castillo. A Humfrey no le gustaban las intrusiones casuales.

Cuando se acercaron al foso, la naturaleza del nuevo guardián se dio a conocer. ¿Un monstruo? ¡Muchos monstruos! El agua bullía con secciones serpentinas, algunas blancas, otras negras, deslizándose una al lado de la otra de forma interminable.

—Pero ¿dónde están las cabezas, las colas? —inquirió Chester, perplejo—. Lo único que veo son anillos.

Los tres se detuvieron ante el foso, pensativos. ¿Qué habría querido preguntarle al Buen Mago toda una flota de serpientes marinas, que necesitaron con tanta ansiedad su Respuesta que todas estuvieron dispuestas a pagar su tarifa? ¿Cómo habían llegado hasta aquí? Parecía que Bink y sus amigos no lo descubrirían.

Afortunadamente, este no era un peligro al que tendrían que enfrentarse. Bink se hallaba en una misión del Rey y, tan pronto como hiciera notar su presencia, sería admitido en el castillo.

—¡Mago Humfrey! —llamó.

No obtuvo ninguna respuesta del castillo. No había dudas de que el Buen Mago estaría absorto ante un buen libro de magia, ajeno a lo que ocurriera fuera.

—¡Mago, soy Bink, en una misión real! —volvió a llamar.

Siguió sin recibir respuesta alguna.

—El viejo gnomo debe tener mal los oídos —murmuró Chester—. Déjame intentarlo a mí. —Juntó las manos ante su boca y rugió—: ¡MAGO: COMPAÑÍA!

El rugido creó una serie de ecos en las almenas, pero el castillo siguió en silencio.

—Debería estar en casa —dijo Bink—. Nunca sale a ninguna parte. No obstante, podemos comprobarlo. Crombie, ¿dónde se encuentra el Buen Mago?

El grifo realizó su acto y señaló…, directamente hacia el castillo.

—Debe estar al otro lado —dijo Chester—. Siempre que tu talento no empiece a fallar otra vez.

Crombie graznó, y se le erizaron de nuevo las plumas de color azul. Se incorporó sobre sus patas traseras y fintó unos movimientos de boxeo con las delanteras, desafiando al centauro a pelear. Chester pareció dispuesto a complacerlo.

—¡No, no! —gritó Bink, interponiéndose entre los dos—. ¡No queremos causar una mala impresión!

—Infiernos, yo quería causar una buena impresión… en su plumífera cara —gruñó Chester.

Bink sabía que tenía que separar a las dos combativas criaturas.

—Rodea el castillo y, desde la parte opuesta, trata de localizar al Mago —le dijo a Crombie.

—Triangula —indicó Chester.

¿Triangular? Bink, acostumbrado a las maneras bruscas de su amigo, había olvidado lo educados que eran los centauros. La triangulación era una forma de localizar algo sin ir a buscarlo directamente. Chester, cuando le apetecía mostrarlas, poseía una buena mente y un montón de información.

El grifo, tras pensar unos instantes, concluyó que la palabra no era un insulto escatológico y voló hacia un lado del castillo y señaló de nuevo. Hacia el castillo. No había ninguna duda: el Mago estaba en casa.

—Será mejor que te acerques volando y le informes de que nos encontramos aquí —dijo Bink—. No deseamos meternos con esos monstruos del foso.

Crombie emprendió de nuevo el vuelo. Había un pequeño descansillo entre la zona del foso y el castillo, pero ninguna abertura en el muro, de modo que el grifo se dirigió hacia las altas torres. Sin embargo, parecía que allí no existía ninguna entrada para una criatura de su tamaño, razón por la que sobrevoló la torre dos veces y regresó.

—Ahora lo recuerdo —comentó Bink—. Las ventanas tienen barrotes. Un pájaro pequeño podría entrar, pero no un grifo. Creo que tendremos que atrevernos con el foso.

—¡Hemos venido en una misión encomendada por el Rey! —exclamó Chester, colérico. Su feo rostro era ideal para hacer muecas—. ¡No tenemos por qué atravesar todos los peligros!

El mismo Bink se hallaba enojado. No obstante, sabía que los podría pasar gracias a su talento.

—Es responsabilidad mía. Veré si puedo sortear los obstáculos del castillo y llamar su atención; luego os dejará entrar.

—¡No dejaremos que te enfrentes solo al peligro del foso! —protestó Chester, y Crombie graznó su acuerdo.

Los dos podían tener rivalidad mutua, pero, en última instancia, sabían dónde yacía su lealtad.

La situación era peculiar. Ellos no poseían una protección mágica.

—Prefiero ir solo —repuso Bink—. Soy más pequeño que vosotros y, con toda seguridad, me resultará más fácil entrar. Si cayera en el foso, podéis arrojarme una cuerda y sacarme a toda velocidad. Sin embargo, yo nunca podría sacaros a vosotros…

Crombie comenzó a protestar otra vez, pero Bink le cortó con rapidez.

—En una emergencia, él podría llevarme tu cuerda. De veras, creo que esta es la mejor forma. Me podéis ayudar con mayor eficacia si tratáis de adivinar qué clase de monstruos hay en el foso. ¿Existe alguna palabra en el léxico de los centauros para las serpientes sin cabeza?

—Algunas…; sin embargo, los anillos no encajan con el esquema. Tienen más el aspecto de partes de… —Chester se detuvo, sorprendido—. ¡Lo es! ¡Es una ouroboros!

—¿Una ouroboros? —repitió Bink, sin comprender—. ¿Qué es eso… una flota de monstruos marinos?

—Se trata sólo de un monstruo, una serpiente de agua que se sujeta su propia cola entre los dientes. La mitad es de color blanco, y la otra mitad negro. El simbolismo es…

—¡Pero el foso está lleno de segmentos! Algunos en las cercanías del castillo y otros aquí en el borde. Mira…, ahí hay tres, alineados de forma paralela. ¡No pueden ser porciones del mismo monstruo!

—Sí que pueden —repuso Chester juiciosamente—. La ouroboros se enrosca alrededor del castillo…

—Pero eso explicaría sólo una línea de…

—Se enrosca varias veces, y la cabeza se sumerge por entre sus anillos hasta agarrarse la cola. Es algo parecido a una cinta de Moebius. De manera que…

—¿Parecido a qué?

—Olvídalo. Es magia especializada. Acepta mi palabra: esa cosa del foso es un único monstruo…, y no puede morder debido a que no soltará su cola. Si tienes buen equilibrio, puedes caminar por encima de él hasta llegar al castillo.

—¡Ningún segmento emerge más de metro y medio por encima del agua! ¡Me caeré si trato de saltar de segmento a segmento!

—No saltes —explicó Chester, con una paciencia inusual en él—. Camina. Incluso enroscada varias veces alrededor del castillo, la cosa es demasiado grande para el foso, razón por la que tiene que realizar repliegues verticales. Y nunca pueden enderezarse; tan pronto como una se hunde, otra tiene que salir, lo cual da como resultado una ondulación progresiva. Esa es la forma en que se mueve la ouroboros en este sitio tan restringido. No tienes necesidad siquiera de llegar a mojarte; lo único que has de hacer es seguir una parte de la cosa hasta el final.

—¡No tiene ningún sentido para mí! —repuso Bink—. Estás hablando en centaurés. ¿Podrías simplificar?

—Simplemente, salta sobre el primer anillo y quédate ahí —aconsejó Chester—. Lo entenderás en cuanto lo hagas.

—Sientes más confianza en mí de la que yo mismo tengo —comentó Bink, dubitativo—. Espero que sepas lo que estoy haciendo.

—Confié en ti para que nos sacaras de la grieta de los niquelpiés en la que nos metió Crombie —dijo Chester—. Ahora tú confiarás en mí para atravesar ese foso. No me digas que nunca antes has cabalgado encima de un monstruo.

—¡Squawk! —gritó Crombie, señalando con un ala al centauro. Bink sonrió; había estado cabalgando sobre el centauro. Primer punto para el soldado.

—Pero no te caigas —continuó Chester, con el mismo tono de voz—. Los anillos te aplastarían.

—Hum —aceptó Bink, tranquilizándose.

Incluso con el apoyo de su talento, no le gustaba. ¿Caminar por el lomo de un monstruo marino en movimiento? ¡Del mismo modo podía caminar por las alas de un roc en vuelo, ya que estaba en ello!

Como solía hacer siempre que buscaba una ruta de escape cuando sabía que no existía, miró a su alrededor…, y descubrió otro montón de tierra. Irritado, dio unos pasos y lo pisó, aplastándolo.

Sin embargo, al ver un anillo que le pareció conveniente, Bink saltó y mantuvo el equilibrio con los brazos, de la misma forma en que se movía un árbol molino. El segmento del monstruo se hundió un poco bajo su peso, luego se estabilizó neumáticamente. Aunque brillaba por la humedad, la piel blanca no era resbaladiza. Bien; ¡quizá la caminata fuera posible, después de todo!

La carne onduló. La sección que había delante de él se sumergió en el agua.

—¡Gira! —gritó Chester desde el borde—. ¡Manténte en ella!

Bink giró, moviendo de nuevo los brazos para ayudarse. Allí, detrás/delante de él, el anillo se extendía. Avanzó por su superficie, apresurándose a medida que el agua le llegaba a los talones. Era como un camino mágico, que se abría delante de él mientras se cerraba detrás. Quizás este fuera el principio básico de esos senderos de sentido único: ¡en realidad eran lomos de monstruos! No obstante, y a pesar de que parecía que la serpiente se movía hacia la espalda de Bink, el anillo se mantuvo en su sitio y se deslizó levemente hacia delante. Caminaba a toda velocidad para avanzar despacio.

—De esta forma nunca atravesaré el foso —se quejó—. Ni siquiera camino en la dirección del castillo.

—Llegarás —gritó Chester—. Sigue moviendo los pies.

Bink siguió caminando, y el centauro y el grifo avanzaron lentamente por el borde del foso para mantenerse a su altura. De repente, entre Bink y sus amigos surgió un anillo.

—¡Hey, he cruzado a un anillo interior…, pese a que nunca he dejado este! —exclamó Bink.

—Te encuentras en una espiral interna —explicó Chester—. No existe ninguna otra forma de avanzar. Cuando llegues al borde interior, salta.

Bink continuó, casi lo estaba disfrutando ahora que se había acostumbrado al movimiento y entendía el mecanismo. Siempre que mantuviera su posición, no había nada que le impidiera llegar hasta la otra orilla. Pero era un rompecabezas bastante ingenioso; ¿lo podría haber solucionado sin la ayuda de Chester?

Bruscamente, el segmento se estrechó. ¡Estaba llegando al final de la cola! Entonces, la cabeza de la ouroboros apareció a la vista, con los dientes firmemente cerrados sobre su cola. Sintiéndose nervioso otra vez, a Bink no le quedó más alternativa que caminar por esa cabeza. ¿Supón que, por una sola vez, decidiera soltar la cola y agarrarlo a él? Los enormes ojos de la serpiente le observaron durante un breve momento, haciendo que todo su cuerpo sintiera un escalofrío.

Pero la cabeza desapareció, prosiguiendo su ondulación por debajo del agua, y Bink se encontró caminando por el masivo cuello que, comparado con la delgada cola, era tan ancho como un camino. En apariencia, esta serpiente o lo que fuera no necesitaba aire; podía mantener la cabeza sumergida de forma indefinida en el agua. Pero ¿cómo comía, si nunca soltaba su cola? No podía estar comiéndose a sí misma, ¿verdad? Quizás esa había sido la Pregunta que le había formulado al Mago: ¿Cómo podía soltar su cola y devorar a los idiotas que caminaban a lo largo de su cuerpo? No; si hubiera obtenido la respuesta a esa Pregunta, ya se habría zampado a Bink mientras pasaba.

—¡Salta, Bink! —le advirtió Chester.

Oops…, ¿había cambiado de idea la serpiente y regresaba para devorarlo? Bink miró hacia atrás, pero no vio nada especial. Luego, miró hacia delante…, y descubrió que el cuerpo se deslizaba, retorciéndose, por debajo de la sección de la espiral. ¡Se acabó el camino! Saltó a la orilla en el momento en que desaparecía su sostén.

Ahora se encontraba en el otro extremo de la almena del castillo. Buscó la gigantesca puerta que había encontrado la primera vez que vino al castillo, antes de que Trent fuera Rey…, y descubrió una cascada.

¿Una cascada? ¿Cómo había llegado eso hasta aquí? Tanteó hacia arriba y halló una palanca; el agua salía de algo que no estaba a la vista y caía por encima de la puerta.

¿Existía alguna abertura detrás de la lámina de agua? A Bink no le seducía la idea de mojarse aquí, después de haber atravesado seco el foso; sin embargo, tenía que echar una ojeada. Se quitó la ropa y la depositó a un lado para que no se empapara y, acto seguido, se metió en la cascada.

El agua estaba fresca, pero no fría. Había un pequeño espacio de aire detrás, seguido por la lámina de madera del portal. Exploró la superficie con las manos, presionando aquí y allí, pero no halló ningún segmento suelto. En este lugar no había ninguna entrada.

Retrocedió fuera de la cascada, sacudiendo la cabeza para que no chorreara agua. ¿A dónde podía ir desde aquí? El reborde rodeaba todo el castillo, pero él sabía que el muro estaba compuesto por roca sólida. Por ese lado no encontraría ningún acceso al interior.

No obstante, Bink recorrió el circuito, verificando sus sospechas. Ningún acceso. ¿Y ahora qué?

Le dominó una repentina cólera. Se hallaba en una misión real; ¿por qué tenía que pasar por todas estas estupideces? ¡El viejo Mago-gnomo se creía tan inteligente rodeándose con un laberinto! Bink ya estaba harto de laberintos. Primero el de la Reina, luego la grieta de los niquelpiés, y ahora este.

No obstante, la naturaleza de Bink era esencialmente práctica. Pasado un rato, la presión de su ira se mitigó como el vapor de un dragón al relajarse. Volvió a inspeccionar otra vez la cascada. No se trataba de ninguna montaña con un drenaje natural. El agua tenía que ser subida, ya fuera por medios mundanos o mágicos, hasta un nivel superior, para luego caer. Sin duda se trataba de un sistema circulatorio, que la extraía del foso para devolverla de nuevo allí. ¿Podría nadar en el sitio por el que salía el agua?

No. El agua podía ir por donde a él le resultaría imposible. Como por un tamiz. Si su cuerpo quedaba atrapado en el canal del agua, se ahogaría. No valía la pena arriesgarse.

La única otra opción que le quedaba era subir. ¿Podía escalar?

Sí. En ese momento vio pequeños asideros en la madera que enmarcaba la cascada.

—Ahí voy —murmuró.

Escaló. Cuando su cabeza se asomó por el borde superior, quedó inmovilizado. En el techo montaba guardia una gárgola. El agua se proyectaba de su grotesca boca.

Entonces se dio cuenta de que ese monstruo, al igual que la ouroboros, no podía ser peligroso si lo manejaba con cuidado. La gárgola, cuya misión era la de servir como espita para el agua, se mostraría reticente a perseguirle.

Bink trepó a la superficie del pequeño techo. Analizó la situación desde esa posición más firme. La gárgola tenía, más o menos, su misma altura; pero estaba compuesta en su mayor parte por la cara. El cuerpo era tan bajo que apenas servía para algo más que pedestal. La cabeza estaba tan distorsionada que Bink no supo distinguir si era de un hombre, un animal o cualquier otra cosa. Los enormes ojos eran saltones, su nariz como la de un caballo, las orejas se proyectaban enormes, y la boca ocupaba un buen tercio del total. Y el agua brotaba de ella como un vómito prolongado.

El muro del castillo seguía detrás del monstruo. No se veía ningún asidero y, aunque pudiera escalarlo, lo único que percibió más arriba fueron entradas con barrotes. Por aquí no había ninguna esperanza.

Bink contempló la gárgola. ¿Cómo había llegado hasta aquí? No poseía unas manos o unos pies verdaderos que la hubieran ayudado a subir como lo había hecho Bink. ¿Había una puerta a su espalda? Pareció razonable.

Tendría que apartar al monstruo de esa puerta. Pero ¿cómo? La cosa no le había atacado; no obstante, su actitud podía cambiar si la molestaba. La gárgola era más corpulenta que él; podía lanzarle fuera del techo. Era una pena que no dispusiera de su espada para defenderse; la había dejado con sus ropas, al lado del foso.

¿Debía bajar a buscarla? No, estaba seguro de que no sería prudente; delataría sus intenciones. La gárgola tendría el tiempo suficiente para acercarse hasta el borde y aplastarle los dedos mientras él subía con el arma.

Quizá pudiera engañarla.

—Apártate, cara asquerosa; me encuentro en una misión encomendada por el Rey.

La gárgola le ignoró. Esa era otra de las cosas que empezaban a irritar a Bink: el ser ignorado.

—¡Muévete, o te moveré yo mismo! —Avanzó hacia el monstruo.

No hubo ninguna reacción. ¿Cómo podía retroceder ahora? Confiando en que su talento le protegería, Bink se acercó al costado de la gárgola, manteniéndose apartado del río de agua que surgía de su boca, y apoyó las manos en su superficie. La grotesca cara parecía piedra al tacto, absolutamente dura. También era pesada; aunque lo intentó, no pudo moverla ni un centímetro.

Ese monstruo le estaba derrotando…, ¡y ni siquiera se había percatado de su presencia!

Entonces a Bink se le ocurrió una brillante idea. A veces, las criaturas eran vulnerables a sus propias especialidades. Y la de la gárgola era la fealdad.

Bink, con las piernas abiertas para que el río pasara entre ellas, se encaró a la criatura.

—Eh, fea…, ¡mira cuál es tu aspecto! —Se llevó los dedos a las comisuras de la boca y las estiró todo lo que pudo, mientras hinchaba los ojos.

La gárgola reaccionó. Frunció los labios para canalizar el agua hacia Bink. Bink saltó con agilidad a un lado.

—¡Nyaa! —aulló, inflando las mejillas para crear otra cara absurda.

El monstruo tembló de furia. Le lanzó otro chorro de agua. Rozó a Bink, y casi lo arrojó por el borde del techo. ¡Después de todo, era una misión arriesgada!

Abrió la boca y sacó la lengua.

—¡Ja! —gritó, incapaz de articular nada mejor mientras mantenía la misma expresión.

La gárgola estaba iracunda ahora. Abrió la boca hasta que le abarcó media cara. Pero, con los labios tan abiertos, el agua salió a baja presión, goteando por la fea barbilla.

Bink se lanzó hacia delante…, directamente a esa boca. Trepó corriente arriba por la lenta agua…, y salió a un tanque de reserva en el interior del castillo. En un segundo braceó a la superficie y salió de ahí. ¡Se hallaba dentro!

Sin embargo, aún no estaba a salvo. Un gigantesco gato cacto se hallaba aposentado en el borde del tanque de reserva. Tenía la mitad de la altura de Bink y un rostro normal de felino; sin embargo, el pelaje de su cuerpo estaba compuesto por espinas. En las orejas eran muy largas y rígidas, como pequeñas lanzas. Pero las armas verdaderas del gato se hallaban en sus patas delanteras: huesos tan afilados como cuchillas. No las podía emplear como dagas, pero, como rebanadores, era mortales.

El pelaje de espinas estaba surcado por unas rayas horizontales de color verde y marrón, y terminaban en el extremo de sus tres colas. Una criatura hermosa, pero peligrosa; una a la que ninguna persona inteligente palmearía en la cabeza, diciéndole: «Gatito bonito».

¿Se trataba de otro guardián del castillo o era, simplemente, un invitado? Los gatos cacto, usualmente, corrían salvajes por las praderas, cortando los cactos con sus cuchillas y alimentándose de la savia que fermentaba. Sin embargo, los cactos de aguja se enfrentaban a ellos, puesto que disparaban sus agujas a cualquier cosa que les molestara; eran enemigos naturales de los gatos cacto. ¡Se decía que los encuentros que mantenían eran dignos de verse! No obstante, aquí no había cacto alguno de ninguna clase. Quizá se tratara de un animal que solicitaba una Respuesta del Buen Mago.

Bink trató de rodearlo, pero el gato, con gran elasticidad, se dirigió a la única salida aparente que había y se tumbó allí. Por lo que podía ver, parecía que tendría que plantarle cara.

De repente, Bink se enfureció. Estaba harto de tantas obstrucciones. No venía a suplicar nada, ¡estaba en una misión del Rey!

—¡Gato, apártate de mi camino! —exclamó en voz alta.

El animal comenzó a roncar. Bink supo que se despertaría instantánea y violentamente si intentaba deslizarse delante de él. Los gatos eran astutos. Esta criatura jugaba al gato y al ratón con él…, y eso le encolerizó aún más.

¿Qué podía hacer? Él no era un cacto de agujas y no disponía de cien proyectiles que poder lanzarle. ¿Cómo podía atacar a este inaguantable gato?

Agujas. Existían otros proyectiles además de las agujas.

—¡Atente a las consecuencias! —restalló Bink.

Se inclinó sobre el borde del tanque e introdujo la mano en la superficie, lanzándole con violencia un chorro de agua. Las gotas volaron en un arco por la habitación y chocaron contra la pared, al lado del durmiente gato.

La criatura se incorporó con un rugido de pura furia felina. Sus orejas resplandecieron. La mayoría de los gatos odiaban el agua, salvo la poca que usaban para beber, y los gatos del desierto se volvían locos con ella. La cosa cargó contra Bink, sus cuchillas delanteras destellando.

Bink le arrojó otro puñado. El gato dio un salto, horrorizado, y dejó que pasara por debajo de él. ¡Oh, ya se hallaba poseído por una furia casi divina!

—Podemos solucionar esto de dos maneras, cacto —le dijo Bink con calma, la mano dispuesta en el agua—. O te empapo por completo, o te haces a un lado y me dejas pasar…, o cualquier combinación de esas dos.

El gato rugió. Miró a Bink, luego al agua. Finalmente, fingió perder el interés, a la manera de los felinos que se ven detenidos por algo, y se apartó a un lado; tenía los tres rabos tiesos.

—Muy bien, cacto —dijo Bink—. Pero te lo advierto: si me veo atacado mientras camino, lo único que tengo que hacer es agarrar a mi antagonista y lanzarme con él al agua, ahogándole, sin importar lo que ello me cueste. Será molesto, y espero que no sea necesario.

El gato fingió no oírle. Se tumbó de nuevo para dormir.

Bink se dirigió hacia la puerta, fingiendo una despreocupación parecida a la del gato cacto; no obstante, estaba alerta. Afortunadamente, lo había engañado; el gato no se movió.

Ya había atravesado los obstáculos. Exploró el castillo hasta que localizó al Buen Mago Humfrey. El hombre tenía su habitual aspecto de gnomo, allí de pie sobre tres volúmenes para poder ganar la altura suficiente que le permitiera investigar un cuarto volumen. Era viejo, tal vez el hombre más viejo de la Tierra de Xanth, con la piel arrugada y manchada. Sin embargo, era un Mago honesto y capaz, y Bink sabía que, bajo esa capa de irritabilidad, era un individuo amable.

—¡Mago! —exclamó Bink, que aún estaba molesto por los desafíos de la entrada—. ¿Por qué no te enteras de quiénes te visitan? Tuve que pasar por todos tus peligros infernales…, y ni siquiera vengo a formular pregunta alguna. Me encuentro en una misión del Rey.

Humfrey alzó la vista, frotándose un enrojecido ojo con una pequeña y nudosa mano.

—Ah, hola, Bink. ¿Por qué no has venido a verme antes?

—¡Te estuvimos aullando desde el foso! ¡Nunca nos contestaste!

Humfrey frunció el ceño.

—¿Por qué habría de contestarle a un grifo transformado que grazna de un modo que haría que un grifo de verdad enrojeciera? ¿Por qué habría de reconocer el rugido de un pesado centauro? El primero no tiene ninguna Pregunta, y el segundo no quiere pagar por la suya. Los dos me hacen perder el tiempo.

—¡De modo que notaste nuestra presencia todo el tiempo! —exclamó Bink, medio enojado, medio admirado. ¡Qué personalidad tenía el Mago!—. Dejaste que luchara innecesariamente a través de toda la ruta…

—¿Innecesariamente, Bink? Vienes en una misión que me costará una incalculable cantidad de tiempo, y que amenazará el mismo bienestar de Xanth. ¿Por qué tendría que alentar semejante tontería?

—¡No necesito aliento! —gritó Bink con vehemencia—. Lo único que me hace falta es un consejo…, y sólo porque el Rey consideró que era lo mejor.

El Buen Mago sacudió la cabeza.

—El Rey es un cliente con una notable inteligencia. Necesitas mucho más que consejos, Bink.

—¡Bien, pero lo único que necesito de ti es consejo!

—Y lo tendrás, sin ningún cargo: Olvida la misión.

—¡No puedo olvidar la misión! He sido enviado por…

—Ya lo has dicho. Y yo te dije que necesitabas más que consejos. Eres tan pesado como tus amigos. ¿Por qué no dejaste a ese pobre dragón en paz?

—¿Dejar al pobre…? —comenzó Bink, indignado. Luego se rió—. ¡Eres un caso, Mago! Deja de jugar conmigo y dime por qué, ya que está claro que has contemplado todo mi avance y pese a ello no nos dejaste entrar en el castillo por el camino más fácil.

—Porque odio que me importunen por asuntos insignificantes. Si mis defensas rutinarias te hubieran detenido, habría quedado claro que no poseías la suficiente determinación para llevar a cabo tu misión de forma adecuada. Pero, como me temía, perseveraste. Lo que comenzó como una distracción menor con un fantasma de bonita figura se ha convertido en una búsqueda seria…, y los resultados, incluso para mi magia, no se ven con claridad. Le pregunté a Beauregard sobre el tema, y se irritó tanto que tuve que embotellarlo de nuevo antes de que sufriera una crisis de nervios.

Beauregard…, era el demonio erudito con gafas atrapado en un frasco. Bink comenzó a sentirse incómodo.

—¿Qué puede agitar tanto a un demonio?

—El fin de Xanth —repuso Humfrey con sencillez.

—Pero yo estoy buscando la fuente de su magia —protestó Bink—. No haré nada que pueda dañarla. Amo a Xanth.

—Tampoco ibas a instalar al Mago Maligno en el trono, la última vez que estuviste por aquí —le recordó Humfrey—. Tus pequeñas búsquedas personales poseen una especial predisposición a descontrolarse.

—¿Quieres decir que la presente misión será peor que la anterior? —preguntó Bink, sintiéndose excitado e irritado a la vez. Lo único que había intentado en la primera ocasión era encontrar su talento mágico.

El Mago asintió con seriedad.

—Eso parece. No me imagino de qué manera amenazará tu búsqueda a Xanth, pero estoy convencido de que los riesgos son extraordinarios.

Bink pensó en abandonar la misión y regresar junto a Camaleón, fea y de lengua afilada tal como estaba, con Millie la ex fantasma por las inmediaciones. Pero, de repente, se sintió mucho más interesado por la fuente de la magia de Xanth.

—Gracias por tu consejo. Continuaré adelante.

—¡Menos prisas, Bink! Ese no fue mi consejo mágico; simplemente fue sentido común, por el que no suelo cobrar. Sabía que lo ignorarías.

A veces, a Bink le resultaba difícil no impacientarse con el Buen Mago.

—Vamos, dame entonces tu Respuesta mágica.

—¿Y qué me ofreces como pago?

—¡Pago! —expuso Bink—. Esta es…

—Una misión del Rey —acabó el Mago—. Sé realista, Bink. El Rey se está deshaciendo de ti durante una temporada, hasta que tu vida hogareña se suavice. No puede permitir que le destroces el palacio cada vez que se vaya a acostar con la Reina. Eso no justifica que yo renuncie a mis emolumentos.

Sólo un tonto trataba de discutir con un Mago cuyo talento era la información. Bink lo hizo.

—Lo que ocurre es que el Rey sincronizó la misión en el momento adecuado. Mi tarea siempre ha sido la búsqueda de la fuente de la magia; sólo me llevó cierto tiempo iniciarla. Para el Rey es importante disponer de ese conocimiento. Ahora que ya he emprendido la misión, me respalda la autoridad del Rey, y él puede requerir tus habilidades cuando quiera. Tú lo sabías cuando le ayudaste a ser Rey.

Humfrey sacudió la cabeza.

—Trent se ha vuelto arrogante con su poder. Utiliza despiadadamente los talentos de otras personas para conseguir sus fines. —Entonces sonrió—. En otras palabras, es exactamente la clase de monarca que Xanth necesita. Nunca pide, ordena. Yo, como ciudadano leal, he de apoyar ese ejercicio del poder. —Miró a Bink—. Sin importar lo caprichosa que pueda ser la forma. De este modo, renuncio a mi pago por el bien de Xanth, aunque en este caso me temo que sea en su mal.

Esta rendición fue demasiado repentina y amistosa. Tenía que haber algo oculto en ella.

—Entonces, ¿cuál es tu Respuesta?

—¿Cuál es tu Pregunta?

Bink se atragantó.

—¿Qué necesito para mi búsqueda? —farfulló.

—Tú misión no tendrá éxito como no lleves contigo a un Mago.

—¡Llevar a un Mago! —exclamó Bink—. Sólo hay tres personas con categoría de Mago en Xanth, ¡y dos de ellas son el Rey y la Reina! —Se detuvo, captando las intenciones del otro—. ¿Tu?

—¡Te advertí que esto me costaría tiempo! —gruñó Humfrey—. Todas mis investigaciones arcanas interrumpidas, mi castillo invadido por las polillas…, y únicamente porque tú no puedes aguardar unos días hasta que tu esposa dé a luz y se vuelva bonita y dulce de nuevo.

—¡Viejo truhán! —gritó Bink—. ¡Quieres venir!

—No creo haber hecho esa afirmación —repuso el Mago con amargura—. La verdad es que esta búsqueda es demasiado importante para dejar que la estropee un aficionado, como bien entendió el Rey cuando te envió aquí. Ya que no hay disponible nadie más con la capacidad idónea, me veo obligado a realizar el sacrificio. Sin embargo, no estoy obligado a aceptarlo con gracia.

—¡Pero tú podrías buscar la fuente de la magia en cualquier momento! No tenías que encargarte de la expedición justo…

—No me encargo de nada. Es tu búsqueda; yo simplemente te voy a acompañar, como un recurso de emergencia.

—¿Quieres decir que no la conducirás tú?

—¿Para qué quiero el liderazgo? Me mantendré en mis asuntos, dejando que tú te encargues de los detalles insignificantes de la conducción, hasta que mis recursos sean necesarios…, lo que espero que no sea demasiado pronto o a menudo.

Bink no estaba seguro de la seriedad del Mago. No cabía duda de que un hombre que se especializaba en información mágica se hallaría seriamente interesado en la fuente de la magia…, pero, ciertamente, al Buen Mago le gustaban su conveniencia e intimidad, tal como lo demostraban su castillo y su forma de actuar. Con toda probabilidad, Humfrey se sentía desgarrado entre su deseo de aislamiento y conocimiento, lo que le impulsaba a reaccionar de forma negativa, a la vez que hacía lo que consideraba correcto. No tenía ningún sentido agravar la situación. El hombre sería una ayuda incalculable en una búsqueda semejante.

—Lamento ser el agente de tantas molestias para ti, pero me agrada contar con tu ayuda. Tu capacidad es mucho más amplia que la mía.

—Umph —acordó Humfrey, tratando de no parecer apaciguado por ese comentario—. Empecemos de una vez. Ve a decirle al troll que baje el puente levadizo para que entren tus compañeros.

—Oh, hay otra cosa —dijo Bink—. Quizás alguien esté tratando de matarme…

—Y quieres saber quién es.

—Sí. Y por qué. No me gusta…

—Esa no es una misión del Rey. Tendrá que ser cubierta por una tarifa separada.

Oh. Justo cuando Bink comenzaba a pensar que había una veta decente en el Buen Mago, recibía esta confirmación de la verdadera naturaleza mercenaria del hombre. ¿Un año de servicio por la Respuesta? Bink prefirió encontrar él mismo al enemigo y anularlo.

—Olvídalo —repuso.

—Ya está olvidado —replicó Humfrey con suavidad.

Ofendido, Bink bajó las escaleras, localizó al troll y le dio las instrucciones. El bruto bajó el puente. Bink no supo dónde se hallaba el mecanismo, ya que ni siquiera pudo descubrirlo desde fuera; el puesto del troll se encontraba en una cámara cercana al punto focal del castillo. Tenía que existir un contacto mágico entre lo que hacía el troll y lo que bajaba el puente. Pero funcionaba, y Chester y Crombie entraron, por fin, a través de una puerta que daba al centro mismo del castillo. ¿Cómo podía haber una abertura aquí, si no se veía ningún agujero en el muro? ¡Estaba claro que el Mago empleaba un montón de magia! Quizás algún técnico inteligente había venido a formular una Pregunta, y le construyó este mecanismo como forma de pago.

—¡Sabía que lo conseguirías, Bink! —comentó el centauro—. ¿Qué ha dicho el viejo gnomo sobre la búsqueda?

—Vendrá conmigo.

Chester sacudió la cabeza.

—Te encuentras en problemas.

El Mago bajó a reunirse con ellos.

—De forma que deseas conocer tu talento obsceno —le dijo al centauro—. ¿Qué le ofreces a cambio al viejo gnomo?

Por una vez, Chester se sintió aturdido.

—No estoy seguro de que yo…, los centauros no se supone que…

—¿No se supone que sean unos flojuchos? —preguntó Humfrey, cortante.

—Chester vino para cargar conmigo hasta aquí —intervino Bink—. Y para luchar contra los dragones.

—Bink todavía va a necesitar que alguien le lleve —comentó Humfrey—. Como ya estoy asociado con esta búsqueda, es lógico que piense en ella. Te ofrezco este trato: a cambio del año normal de servicio por una Respuesta, aceptaré tus servicios el tiempo que dure la misión.

Chester quedó perplejo.

—¿Quieres decir que poseo un talento? ¿Uno mágico?

—Sin la menor duda.

—¿Y tú ya sabes cuál es? ¿Qué es?

—Cierto.

—Entonces… —El centauro se detuvo—. Si fue tan fácil para ti, podré deducirlo por mí mismo. ¿Por qué habría de pagar por esa información?

—Ciertamente, ¿por qué? —acordó el Mago.

—Pero, si no lo logro, y si Bink se mete en problemas al encontrarse con un dragón y no estar yo presente…

—Me encantaría que siguieras meditando indefinidamente en tu dilema —cortó Humfrey—. Pero tengo prisa y Bink necesita que alguien le lleve, por lo que seré breve. Cumple con el servicio que necesito como pago adelantado por mi Respuesta. Si no logras descubrir por tus propios medios tu talento, te lo diré al finalizar la búsqueda…, o cuando tú me lo pidas. Si lo consigues, te daré una segunda Respuesta para cualquier otra pregunta que desees formularme. De este modo, tendrás dos Respuestas efectivas por el precio de una.

Chester consideró el asunto durante un momento.

—Hecho —aceptó—. De todos modos, me gusta la aventura.

El Mago se volvió hacia Crombie.

—Ahora bien, tú te encuentras bajo el servicio directo del Rey, de modo que te hallas comprometido todo lo que dure la misión. Te ha dado una forma adecuada, aunque eres incapaz de hablar de manera que se te comprenda. Creo que sería mejor para ti si pudieras comunicarte más. Por lo tanto, te presentaré a otro de mis sirvientes: Grundy, el Golem.

Apareció la figura diminuta de un hombre, que en toda su altura apenas alcanzaba el tamaño de la mano de un hombre normal. Parecía haber sido hecho de trozos de paja y arcilla, madera y otros desechos, pero era animado.

El grifo contempló al golem con un cierto desprecio asombrado. Un picotazo de su cabeza de águila podría desmembrar aquella figura.

—¡Squawk! —comentó Crombie.

—Lo mismo te digo, boquita de pájaro —dijo el golem sin ningún énfasis especial, como si no le importara.

—El talento de Grundy es la traducción —explicó el Mago—. Le asignaré la tarea de hacer que traduzca lo que diga el grifo a un habla humana, para que podamos comprenderle mejor. Como él ya nos entiende, al igual que la mayoría de los animales, no hará falta una traducción bilateral. El golem es lo suficientemente pequeño como para que cualquiera de nosotros lo transporte, de forma que eso no acarreará ningún problema. Bink cabalgará sobre el centauro, y yo iré sobre el grifo. Así haremos que el viaje sea más rápido.

Y de ese modo, muy eficientemente, todo quedó arreglado. La búsqueda de la fuente de la magia de Xanth había comenzado.