2
La búsqueda del tesoro

Ahora se enfrentaba a un desafío, aunque fuera superficial. Tenía que empezar con su cerebro. Millie no tenía que hallarse necesariamente, per se, en un armario. Sus huesos tenían que estar en algún lugar de palacio, ya que su fantasma moraba aquí…; sin embargo, podía tratarse de cualquier rincón, incluidos el foso y el jardín. Lejos de las zonas que se recorrían con regularidad. A menos que sus huesos estuvieran enterrados bajo un suelo o entre unas paredes. No parecía muy probable; la estructura del palacio era bastante sólida, reforzada por hechizos de durabilidad; sería un esfuerzo ímprobo abrir el suelo o la pared. Presumiendo que Millie hubiera muerto repentinamente y bajo circunstancias sospechosas (de lo contrario, no se habría convertido en un fantasma), el asesino apenas habría dispuesto de tiempo para ocultar el cuerpo. ¡Nada de reconstruir las paredes para taparlo! El Viejo Rey Roogna no hubiera tolerado nada semejante.

¿Dónde se podía haber ocultado un cuerpo disponiendo sólo de unos minutos…, tan bien que resistiera el escrutinio de los siglos? Las reformas del Rey, cuando lo convirtió en el palacio real del presente reinado, habían abarcado cada parte del Castillo Roogna; los artesanos restauradores no habrían pasado por alto algo así. De modo que esa proeza parecía mecánicamente imposible. No podía haber ningún esqueleto en los armarios.

Bink vio que ya había otros hombres ocupados rebuscando en el interior de los armarios. No tenía ningún sentido competir directamente con ellos, aunque el esqueleto se hallara allí.

Mecánicamente imposible…, ¡ah, ahí radicaba la clave! ¡No mágicamente imposible! Los huesos fueron transformados en algo diferente, inocuo, que no hiciera pensar en algo tan grave. La pregunta era: ¿qué? Había miles de artefactos en el palacio, y podía tratarse de cualquiera. Sin embargo, la transformación era una magia de las importantes; ¿qué Mago se dedicaría a tontear con una simple doncella? Así que, tal vez, sus huesos siguieran en su estado original; o quizá fueron desintegrados en disolvente o machacados hasta convertirlos en polvo. No importaba; tenía que haber alguna pista que los identificara. ¡Sí, se trataba de un rompecabezas muy intrigante!

Bink se acercó a la mesa de los refrescos. Había pasteles, galletitas y tartas y diversas clases de bebidas. Chester se atiborraba. Bink rodeó la mesa en busca de algo que le atrajera. Cuando se aproximó al pastel del Aniversario, el gato adobador le siseó, lanzándole una advertencia. Tenía el cuerpo de un gato, y sus ojos estaban húmedos por la salmuera. Durante un momento se sintió tentado de acercársele, de probar su magia contra la del animal. La magia no podía herirle; sin embargo, el felino trataría de ponerlo en salmuera. ¿Qué ocurriría?

No…, él no era un jovencito intrépido que se sintiera obligado a probarse a sí mismo con hazañas estúpidas. ¿Por qué forzar su talento a que trabajara de forma innecesaria?

Localizó una pasta con forma de rostro sonriente y la cogió. Cuando se la acercó a la boca, la sonrisa se convirtió en una O de horror. Bink dudó, sabiendo que esta era otra de las ilusiones de la Reina; no obstante, se resistió a morderla. La pasta frunció el rostro, anticipando su espantoso final; luego, cuando no recibió el mordisco, abrió con lentitud un ojo cubierto de alcorza.

—Toma, gatito…, cógela —ofreció Bink, alcanzándole la galletita a la atada bestia.

Se escuchó un breve ¡zoop! y la pasta fue adobada, con uno de sus ojos abierto y el otro cerrado. Ahora apestaba a salmuera. La depositó en el suelo, y el gato adobador avanzó despacio y cogió la pasta adobada con la boca. Bink perdió el apetito.

—Tu hechizo se está curando —comentó una mujer a su lado. Se trataba de la anciana doctora en hechizos, que disfrutaba de su inesperada participación en la fiesta. El baile, en teoría, estaba abierto a todos; no obstante, pocos ciudadanos corrientes tenían el valor de asistir—. Pero es demasiado potente para que yo lo arregle. ¿Eres un Mago?

—No, sólo una nulidad altamente talentosa —contestó Bink, con la esperanza de que sonara tan gracioso como él deseaba decirlo.

Ella se concentró.

—No, me equivoqué. Tu hechizo no se encuentra enfermo, únicamente está parado. Creo que padece falta de ejercicio. ¿Lo has usado durante el último año?

—Un poco —repuso Bink, recordando su reciente escapada de los monstruos del foso—. No mucho.

—Has de usar la magia, o de lo contrario la pierdes —expuso ella con sabiduría.

—¿Y si no hubiera ocasión para utilizarla?

—En Xanth… siempre hay alguna ocasión.

En su caso eso no parecía ser cierto, por lo menos aquí en palacio. Su talento le protegía de casi todo daño…; y lo mismo hacía el favor del Rey. De modo que apenas podía ejercitarlo, y tal vez sí se estuviera ablandando. El duelo que libró con la espada animada había sido la primera ocasión, en mucho tiempo, en que pudo manifestarse su talento, y había evitado invocarlo. De modo que sólo surgió en su remojón en el foso. Aún seguía un poco mojado, pero la decoración acuática lo ocultaba. ¿Acaso tendría que buscar el peligro para mantener su talento en buenas condiciones? Sería irónico.

La mujer se encogió de hombros y se alejó a probar otra delicia de la mesa. Bink miró a su alrededor…, y captó el fantasmal ojo de Millie.

Se acercó a ella.

—¿Cómo va la búsqueda? —le preguntó diplomáticamente.

De cerca, se podía escuchar al fantasma. Quizá ayudó el movimiento de sus blancos labios.

—¡Es tan excitante! —exclamó ella, en tonos apenas audibles—. ¡Estar completa otra vez!

—¿Tienes la seguridad de que ser mortal lo vale? —inquirió él—. A veces, cuando una persona alcanza su sueño, este se marchita. —¿Le hablaba realmente a ella…, o se dirigía a sí mismo?

Ella le contempló con simpatía. Al ser translúcida, él podía ver a los otros invitados moviéndose detrás de ella. Era difícil concentrarse en su figura. Sin embargo, de una manera especial, era hermosa: no sólo su rostro y su cuerpo, sino su total amabilidad y la preocupación que sentía por otras personas. Millie había ayudado mucho a Camaleón, mostrándole dónde se encontraban las cosas, qué frutas eran comestibles y cuáles eran peligrosas, enseñándole el protocolo del castillo. Fue Millie la que, sin proponérselo, le había mostrado al mismo Bink otra faceta del Mago Trent, en la época en que Bink creyó que el hombre era maligno.

—Sería tan agradable si tú encontraras mis huesos —comentó Millie.

Bink se rió, turbado.

—¡Millie, soy un hombre casado!

—Sí —reconoció ella—. Los casados son los mejores. Están… disciplinados, poseen experiencia, son amables, de fiar, y no hablan gratuitamente. Para mi regreso a la vida, para mi primera experiencia, sería tan agradable que…

—No lo entiendes —explicó Bink—. Yo amo a mi esposa, Camaleón.

—Sí, claro que eres fiel —replicó Millie—. No obstante, en este momento, ella se encuentra en su fase fea, y en su noveno mes de embarazo; y su lengua es tan afilada como el aguijón de la mantícora. Este es el momento en el que necesitas desahogarte y, si yo recupero mi vida…

—¡Por favor, basta! —exclamó Bink. El fantasma daba justo en el blanco.

—Yo también te amo, ¿sabes? —prosiguió ella—. Me recuerdas a… al que amé de verdad cuando vivía. Sin embargo, él lleva ochocientos años muerto y enterrado. —Miró pensativa sus nebulosos dedos—. Cuando te conocí, no podía casarme contigo, Bink. Lo único que podía hacer era mirarte y añorar. ¿Sabes lo que realmente se siente cuando lo ves todo y no puedes participar en ello? Podría haber sido tan buena contigo, si sólo… —Se detuvo, ocultando su rostro; toda su cabeza se convirtió en neblina ante la mirada de él.

Bink se sintió aturdido y emocionado.

—Lo siento, Millie, no lo sabía. —Apoyó la mano en su tembloroso hombro; pero, por supuesto, pasó de largo—. Nunca se me ocurrió que se te pudiera restaurar la vida. Si lo…

—Sí, claro —lloriqueó ella.

—Vas a ser una muchacha muy bonita. Estoy seguro de que habrá muchos jóvenes…

—Cierto, cierto —admitió ella, temblando con más intensidad. Ahora todo su cuerpo se estaba volviendo neblinoso. Los demás invitados comenzaban a mirarles. Esto se iba a poner incómodo.

—Si hay algo que yo pueda hacer… —murmuró Bink.

Millie se iluminó al instante, y su imagen se aclaró de forma pareja.

—¡Encuentra mis huesos!

Afortunadamente, no era algo que se pudiera conseguir con facilidad.

—Los buscaré —aceptó Bink—. Pero no dispongo de ninguna ventaja sobre los demás.

—Sí, la tienes. Sabes cómo hacerlo; lo único que necesitas es dedicar tu maravillosa mente al problema. Yo no puedo decirte dónde están; sin embargo, si tú te esfuerzas de verdad… —Le miró con una ardiente urgencia—. Han pasado tantos siglos. Prométeme que lo intentarás.

—Pero, yo… ¿Qué pensará Camaleón si…?

Millie hundió el rostro entre las manos. Las miradas de los invitados se endurecieron a medida que el contorno de Millie se suavizaba.

—De acuerdo, trataré de hallarlos —prometió Bink.

¿Por qué su talento no le había protegido de esta situación? Ya conocía la respuesta: su magia le protegía del daño físico causado por la magia. Millie era mágica, pero no física…, y lo que planeaba para él cuando volviera a disponer normalmente de su cuerpo no era visto como un daño. Su talento nunca se había preocupado con las complicaciones emocionales. Bink tendría que resolver este triángulo por sí mismo.

El fantasma sonrió.

—No tardes mucho —dijo, y se marchó; sus pies no rozaban el suelo.

Bink vio a Crombie y se le unió.

—Empiezo a entender tu punto de vista —dijo.

—Sí, me di cuenta de cómo te trabajaba —admitió Crombie—. Lleva un tiempo con su ojo secreto fijo en ti. A un hombre apenas le queda alguna salida cuando una de esas zorras se pega a él.

—Cree que podré localizar el primero el emplazamiento de sus huesos…, y ha hecho que me comprometiera a buscarlos. Pero a buscarlos de verdad, nada de fingir.

—Es un juego de niños —comentó Crombie—. Están por ahí. —Cerró los ojos, y señaló en un ángulo hacia arriba.

—¡No te pedí tu ayuda! —restalló Bink.

—Oooh, lo siento. Olvida el lugar que te indiqué.

—No puedo. Ahora tendré que mirar ahí, y, por todos los demonios, seguro que allí estarán los huesos. Creo que Millie sabía que yo iba a consultártelo. Quizás ese sea su talento: saber las cosas antes de que ocurran.

—Entonces, ¿por qué no se escabulló antes de que la asesinaran?

Buena pregunta.

—Quizás estuviera dormida cuando…

—Bueno, tú no estás dormido. Tú puedes escabullirte. Los encontrará otra persona, en especial si yo le doy una pista.

—¿Por qué no localizas los huesos tú? —preguntó Bink—. Podrías seguir la dirección que señale tu dedo y hacerlo en un instante.

—Imposible. Estoy de guardia. —Crombie sonrió con satisfacción—. Gracias a ti, ya tengo suficientes problemas con las mujeres.

Oh. Bink le había presentado al misógino a su antigua novia, Sabrina, una hermosa y talentuda muchacha que Bink había descubierto que no amaba. Parecía que esa presentación había desembocado en una relación. Ahora Crombie se vengaba.

Bink cuadró los hombros y siguió la dirección indicada. Los huesos debían encontrarse en algún sitio de arriba. No obstante, quizá no estuvieran a la vista. Si él se esforzaba al máximo y no podía localizarlos…

Sin embargo, ¿tan triste sería esa cita con Millie? Todo lo que había comentado era verdad; Camaleón se hallaba en una época muy mala, y lo único adecuado parecía ser dejarla en paz; hasta que retornara a su fase de belleza, a ese aspecto dulce, y pariera al niño.

No, por ese camino vendría el desastre. Él había sabido lo que era Camaleón cuando se casaron, y que habría buenos y malos ratos. Lo que tenía que hacer era navegar con timón firme a través de los malos, sabiendo que pasarían. Ya lo había hecho antes. Cuando surgía alguna tarea o problema difíciles, su fase inteligente era de una gran ayuda; a veces, reservaban los problemas para que ella los solucionara durante esa fase. No podía permitirse el lujo de divertirse con Millie o cualquier otra mujer.

Se orientó hacia la habitación que estaba en la línea que Crombie había señalado. Era la Biblioteca Real, donde estaba almacenado el conocimiento de siglos. ¿Se encontraba allí el esqueleto fantasmal?

Bink entró…, y allí estaba sentado el Rey.

—Oh, lo siento, Vuestra Majestad. No me di cuenta…

—Pasa, Bink. —En ningún momento perdía su compostura de monarca, ni siquiera cuando se hallaba medio inclinado sobre una mesa, como en este momento—. Me encontraba meditando en un problema personal y, tal vez, tú hayas sido enviado para proporcionarme la respuesta.

—Ni siquiera tengo la respuesta para mi propio dilema —repuso Bink, con cierta falta de confianza—. No creo que esté preparado para comentar algo sobre el vuestro.

—¿Tu problema?

—Camaleón es difícil, y yo me siento desasosegado, y alguien trata de matarme, y Millie, el fantasma, quiere hacer el amor conmigo.

El Rey Trent se echó a reír…, y se detuvo de inmediato.

—De repente me doy cuenta de que no se trata de una broma —dijo—. Camaleón mejorará y tu desasosiego disminuirá. Sin embargo, lo otro…, ¿quién pretende tomar tu vida? Te aseguro que no existe ningún permiso real para eso.

Bink le describió su encuentro con la espada. El Rey quedó pensativo.

—Tú y yo sabemos que sólo un Mago podría herirte por ese medio, Bink…, y sólo existen tres personas de esta clase en Xanth, de las cuales ninguna te desea ningún daño y ninguna posee el talento de animar las espadas. De modo que no te encuentras en un peligro real. No obstante, reconozco que puede ser bastante irritante. Lo investigaré. Como has atrapado la espada, podremos rastrear su imperativo hasta su origen. Si alguien ha cogido alguna de las armas de mi arsenal…

—Oh, creo que proviene de ahí —repuso Bink—. Pero Chester Centauro la vio y se la quedó…

—Oh. Bueno, olvidémonos de eso, entonces; la alianza de los centauros es importante para mí, del mismo modo que lo ha sido para todos los Reyes de Xanth a lo largo de su historia. Chester puede quedarse con la espada, aunque creo que deberemos desactivar su imperativo de automotivación. Sin embargo, se me ocurre que existe cierta similitud en este caso con tu propia magia: sea lo que fuere lo que se opone a ti, está oculto, y emplea otra magia, no la suya, para atacarte. La espada no es tu enemiga; simplemente fue el instrumento del poder hostil.

—Una magia como la mía… —repitió Bink—. Supongo que puede ser. No sería idéntica, ya que la magia no se repite en Xanth, pero sí similar… —Alarmado, miró al Rey—. ¡Eso significa que puedo encontrarme con problemas en cualquier lugar, ante cualquier cosa, y que todo parezca una coincidencia!

—De un zombi, de una espada, de los monstruos del foso o de un fantasma —admitió el Rey—. Quizás haya un esquema aquí. —Se detuvo, pensativo—. Sin embargo, ¿cómo podría un fantasma…?

—Una vez encuentre su esqueleto, le será devuelta la vida…, y tal vez se halle en esta misma habitación. Lo que más me molesta es que me siento tentado a buscarlo.

—Millie es una figura femenina muy tentadora —repuso el Rey Trent—. Puedo comprender perfectamente la tentación. Yo mismo la estoy sufriendo; ese es el tema de mi meditación actual.

—Seguro que la Reina puede llenar, hum, cualquier tentación —comentó con cautela Bink, no deseando revelar lo libre que era la especulación sobre ese tema en palacio. La vida privada del Rey debería ser privada—. Si lo desea, puede parecerse a…

—Por eso mismo. Desde que mi esposa murió, no he tocado a la Reina ni a ninguna otra mujer. —Para el Rey Trent, la palabra «esposa» sólo significaba la mujer con la que se había casado en Mundania—. Pero recibo presiones para darle al trono de Xanth un heredero, por nacimiento o por adopción, en caso de que no hubiera disponible un Mago adecuado si la ocasión lo requiriera. ¡De veras que espero que haya un Mago! A pesar de todo, me siento obligado a intentarlo, ya que esta es una de las estipulaciones tácitas con las que estuve de acuerdo cuando acepté la corona. Por ética, ha de estar involucrada también la Reina. De forma que lo haré, aunque no la amo ni nunca la amaré. La cuestión es: ¿qué forma le hago adoptar cuando surja la ocasión?

Se trataba de un problema mucho más personal del que Bink se sentía preparado para abordar.

—Supongo que la forma que más os plazca.

Una de las grandes ventajas que tenía la Reina era su capacidad de adoptar una forma nueva al instante. Si Camaleón pudiera hacerlo…

—Pero yo no deseo disfrutar. Lo único que quiero es lograr lo que hace falta.

—¿Y por qué no combinar las dos cosas? Dejad que la Reina adopte su forma más provocativa, o transformadla vos mismo. Cuando nazca un heredero, cambiadla de vuelta a su aspecto original. No hay ningún mal en disfrutar de vuestro deber, ¿o sí lo hay?

El Rey sacudió la cabeza.

—En una situación normal, eso sería verdad. Pero el mío es un caso especial. No estoy seguro de ser potente con una mujer hermosa, o con cualquier mujer…, salvo con una que se pareciera mucho a mi esposa.

—Entonces, dejad que la Reina se asemeje a vuestra esposa —repuso Bink, sin pensarlo.

—Mi preocupación es que pueda degradar el recuerdo que atesoro de ella.

—Oh, ya veo. Queréis decir que, si tuviera la imagen de vuestra esposa, podría parecer que la reemplaza y…

—Más o menos.

Con esas palabras se estableció una pausa. Si el Rey sólo podía ser potente con su esposa muerta, y no podía tolerar a ninguna otra mujer que se le asemejara físicamente, ¿qué iba a hacer? Este era el aspecto oculto del Rey que Millie le mostró a Bink hacía tiempo: la perpetua devoción a su primera familia. Después de enterarse de ello, le resultó difícil pensar en el hombre como en alguien maligno; y, en realidad, el Rey Trent no lo era. Era el Mago más espléndido de Xanth y, quizás, uno de los mejores hombres. Bink sería el último en desear perturbar ese aspecto del Rey Trent.

No obstante, el problema del heredero existía. Nadie deseaba que se repitiera el caos producido por la falta de una línea real bien definida. Tenía que haber un heredero que reinara hasta que apareciera un Mago adecuado, que le diera continuidad al gobierno.

—Parece que sufrimos del mismo dilema, Vuestra Majestad —comentó Bink. Intentó mantener la actitud de respeto adecuada, debido a la manera en que había conocido a Trent antes de que se convirtiera en Rey. Tenía que establecer un buen ejemplo—. Los dos preferimos mantenernos leales a nuestras primeras esposas; sin embargo, nos resulta difícil. Mi problema se solucionará, pero el vuestro… —Se detuvo, asaltado por una dudosa inspiración—. A Millie se le restaurará la vida al sumergir su esqueleto en agua curativa. Suponed que vos recuperarais los huesos de vuestra esposa, los trajerais a Xanth…

—Si eso funcionara sería un bígamo —señaló el Rey Trent. Pero pareció sacudido por la idea—. Sin embargo, si mi esposa pudiera vivir de nuevo…

—Podríais comprobar cómo funciona el proceso cuando lo intenten con Millie —repuso Bink.

—Millie es un fantasma…, no está muerta del todo. Se trata de un caso especial, como el de una sombra. Ocurre cuando ese espíritu tiene asuntos inconclusos que debe solucionar. Mi esposa no es un fantasma; nunca dejó nada inacabado, salvo su vida. Reanimar su cuerpo sin un alma…

Bink comenzó a lamentar el haber mencionado la idea. ¿Qué horrores se liberarían en Xanth si todos los huesos fueran renovados de forma indiscriminada?

—Podría convertirse en un zombie —dijo.

—Existen serios riesgos —decidió el Rey—. No obstante, me has proporcionado algo en lo que meditar. ¡Quizás aún me quede alguna esperanza! Está claro que no haré que la Reina adopte el aspecto de mi esposa. Tal vez, cuando lo intente y fracase, sólo consiga avergonzarme, pero…

—Es una lástima que no podáis transformaros a vos mismo —comentó Bink—. Entonces, podríais probar vuestra potencia sin que nadie supiera que erais vos.

—La Reina lo sabría. Fracasar con ella sería mostrar una debilidad cuyo lujo no puedo permitirme. Se sentiría superior a mí, sabiendo que lo que ella había creído que era un control férreo es, de hecho, impotencia. De ese conocimiento podrían surgir muchos males.

Bink, que conocía a la Reina, pudo apreciar las palabras del Rey. Sólo su respeto y su temor por la personalidad del Rey y su poder mágico la mantenían controlada. Su talento de transformación permanecería…; sin embargo, el respeto que sentía por su personalidad se resquebrajaría de forma inevitable. Entonces se volvería muy difícil de manejar, y eso no sería bueno para la Tierra de Xanth.

—¿Podríais, eh, experimentar con alguna otra mujer primero? De esa forma, si fracasarais…

—No —contestó el Rey con vigor—. La Reina no es mi amor, pero es mi esposa legal. No la engañaré…, ni a ningún otro miembro de mi reino, en este o en ningún otro asunto.

¡Ahí radicaba la esencia de su nobleza! Sin embargo, la Reina podría engañarle a él, si se le presentara la oportunidad y estuviera al corriente de su impotencia. A Bink no le gustó esa idea. Había visto el inicio del reinado del Rey Trent como el inicio de otra Edad de Oro; mirado desde ese punto de vista, ¡qué serie de responsabilidades tenía!

Entonces a Bink se le ocurrió otra inspiración.

—El recuerdo de vuestra esposa… No es únicamente su recuerdo lo que estáis preservando, sino el recuerdo de vos mismo. De vos cuando erais feliz. No podéis hacer el amor con otra mujer, o dejar que otra se le parezca. Pero, si dos personas distintas hicieran el amor, quiero decir, la Reina y un hombre que no se pareciera a vos, ningún recuerdo sería mancillado. De modo que, si la Reina cambiara vuestra apariencia…

—¡Ridículo! —restalló el Rey.

—Supongo que sí —dijo Bink—. No debí mencionarlo.

—Lo intentaré.

—Lamento haberos molestado. Yo… —Bink se interrumpió—. ¿Lo haréis?

—De manera objetiva, sé que mi continua unión a mi esposa e hijo muertos no es razonable —dijo el Rey—. Me impide desarrollar eficientemente mi cargo. Tal vez un subterfugio irracional lo compense. Haré que Iris me dé el aspecto de otro hombre, y que ella sea otra mujer, y, como extraños, lo intentaremos. Bink, ten la cortesía de mantener el secreto.

—Sí, claro, por supuesto —repuso Bink, sintiéndose extraño.

Habría preferido que el Rey careciera de fallos humanos, a la vez que, de modo paradójico, lo respetaba por esas mismas debilidades. Sabía que se trataba de un aspecto del Rey que nadie más veía. Bink era su confidente, a pesar de lo incómoda que podía resultar esa posición a veces.

—Yo…, hum, se supone que debo localizar los huesos de Millie. Han de hallarse en algún lugar de esta biblioteca.

—No te detengas por mí. Prosigue tu búsqueda; yo iré a buscar a la Reina. —Y el Rey se incorporó con brusquedad y se marchó.

¡Así de simple! Bink se sorprendió de nuevo por la velocidad con que actuaba el hombre una vez tomaba una decisión. No obstante, y en contraste con Bink, esa era una de las cualidades que le hacían idóneo para gobernar.

Bink observó los tomos. Y, de repente, comprendió: los huesos de Millie podían haber sido transformados en un libro; ello explicaría la constante presencia de Millie aquí, y que no los hallaran durante siglos. Ella flotaba a menudo en el muro sur. La pregunta era: ¿qué libro?

Recorrió las abarrotadas estanterías, leyendo los títulos en los lomos de los volúmenes. Se trataba de una biblioteca excelente, con cientos de textos; ¿cómo podía elegir entre tantos? Y si, de alguna forma, encontraba el adecuado, ¿cómo se le podría devolver su forma original? Primero habría de ser transformado de vuelta a un esqueleto…, y ello requeriría la magia de un Mago. No dejaba de pensar que había demasiada magia involucrada en el asunto. Que él supiera, hoy en día no vivía ningún transformador de cosas inanimadas. Por lo visto, las esperanzas de Millie parecían inútiles. Pero, entonces, ¿por qué el Buen Mago le dijo que empleara simplemente el elixir curativo? ¡No tenía sentido!

No obstante, había prometido que lo intentaría, aunque ello complicara su vida personal. Lo primero que tenía que hacer era encontrar el libro; luego podría preocuparse por el siguiente paso.

La búsqueda le tomó cierto tiempo. Pudo eliminar algunos textos de inmediato, como La anatomía de los dragones de color púrpura o Tormentas de granizo: la magia contra lo mundano. Pero otros resultaban más problemáticos, como El estado de los espíritus en los aposentos reales o Cuentos de fantasmas. Tuvo que sacar estos y hojear sus páginas, buscando no sabía bien el qué.

Transcurrió más tiempo. No estaba avanzando. Nadie entró en la habitación; parecía que él era el único que había seguido esa pista en particular. Posiblemente se había equivocado al pensar que podría hallarse entre los libros. Había otra habitación encima de esta, en una pequeña torre, y la línea trazada por Crombie también la abarcaba. Quizás allí…

Entonces lo localizó. El esqueleto en el armario. ¡Tenía que ser ese!

Extrajo el libro de la estantería. Era demasiado pesado. La tapa era de arrugado cuero, sutilmente horrible. Lo abrió, y un olor extraño, desagradable, brotó de él; parecía el de la carne de un zombi expuesta demasiado tiempo al sol. En la primera hoja no había nada impreso, sólo una mezcolanza cromática que sugería los restos de un bicho aplastado.

Cerró el libro de inmediato. Ya no le quedaba ninguna duda.

El cubo con el elixir se encontraba abajo, en el salón de baile. Bink cogió el libro con las dos manos —era demasiado pesado para llevarlo durante un rato sólo con una— y se dirigió hacia abajo.

Se encontró con otro zombi o, quizá, se tratara del mismo de antes. ¡Era difícil distinguirlos! Subía por las escaleras. Sabía que este era real, ya que la Reina no había extendido la ilusión de la mascarada al interior de palacio, y ninguna a los pisos de arriba. Bink sospechó que el que había visto en el jardín también era verdadero. ¿Qué estaban haciendo los zombies fuera de sus lugares de reposo?

—¡Retrocede! —gritó Bink, mientras protegía el libro—. ¡Sal de palacio! ¡Regresa a tu tumba!

Avanzó con aire amenazador hacia el zombi, que retrocedió. Un hombre sano y fuerte, si lo intentaba, podía desmembrar con suma facilidad a un zombi. El zombi trastabilló en la escalera y cayó, rodando con una horrible indiferencia por los escalones. Trozos de huesos y limo quedaron desparramados por la escalera, y un oscuro líquido empapó la madera noble. El olor era tan fuerte que hizo que el estómago de Bink anhelara una pronta liberación de su contenido; se le humedecieron los ojos. Los zombies no poseían mucha cohesión.

Bink le siguió hacia abajo, frunciendo con desagrado los labios. Se asociaba a cierto número de zombies con el Castillo Roogna, y ellos habían sido una parte importante en la tarea de convertirlo en el palacio del Rey. Sin embargo, se suponía que ahora descansaban seguros en sus tumbas. ¿Qué espectral urgencia los traía a la fiesta?

Bueno, en su momento se lo notificaría al Rey. Primero tenía que ocuparse del esqueleto de Millie. Entró en el salón de baile…, y descubrió que el escenario subacuático había desaparecido. Las columnas y paredes normales habían regresado. ¿Había perdido la Reina el interés en su decorado?

—¡Lo tengo! —gritó, y los invitados se apiñaron a su alrededor—. ¿Qué le sucedió al agua?

—La Reina se marchó de repente, y su ilusión se desvaneció —respondió Chester, limpiándose del rostro migas de tarta verde. Parecía que los refrescos habían sido bastante reales—. Deja que te ayude con el libro.

El centauro bajó una mano y lo cogió con facilidad de los agotados brazos de Bink. ¡Oh, la fuerza de un centauro!

—Me refiero al agua curativa, al elixir —explicó Bink.

¡Ahora que lo pensaba, sabía lo que le había sucedido a la Reina! El Rey la había llamado.

—Aquí está —repuso Crombie, sacando el cubo de debajo de una mesa—. No quería que le cayeran migas. —Depositó el cubo en el suelo, al lado de la Tarta de Aniversario.

—Eso no se parece a un esqueleto —dijo la mantícora.

—Ha sido transformado…, o algo parecido —indicó Bink.

Abrió el libro mientras Chester lo sujetaba. Se oyó un murmullo general de sorpresa. ¡Vaya magia!

La doctora en hechizos lo escudriñó.

—No se trata de una transformación. Es magia topológica. Nunca antes había visto un caso tan extremo.

Tampoco los demás.

—¿Qué es la magia topológica? —inquirió Crombie.

—El cambio de la forma sin cambiarla —contestó ella.

—Vieja bruja, no hables tonterías —dijo Crombie, con su habitual diplomacia hacia el sexo opuesto.

—Hablo de magia, farsante —devolvió ella—. Se elige un objeto. Se lo estira. Se lo aplasta. Se lo dobla. Has cambiado su forma, pero no su naturaleza. Topológicamente, sigue siendo similar. Este libro es una persona.

—Y su espíritu fuera —comentó Bink—. ¿Dónde se encuentra Millie?

Silencioso, el fantasma hizo acto de presencia. Aún se hallaba bajo el hechizo, era incapaz de hablar sobre su cuerpo. ¡Qué terrible destino había sufrido durante todos estos siglos! Aplastada y doblada en la forma de un libro; imposibilitada de decírselo a nadie. Hasta que el concurso de la Reina le había abierto de forma casual el camino.

¿De forma casual? Bink sospechó que su talento había actuado.

—¿Debería supervisar la Reina la restauración? —preguntó la mantícora.

—La Reina se encuentra ocupada y no se la debe molestar —intervino Bink. En realidad, a quien protegía era al Rey—. Será mejor que prosigamos sin ella.

—Correcto —acordó Chester, y hundió el libro en el cubo.

—¡Aguarda! —gritó Bink, sabiendo que ya era demasiado tarde. Había pensado en una inmersión suave. Quizás esto fuera lo mejor.

El libro sumergido vibró. Millie, el fantasma, casi emitió un silencioso aullido al ser arrastrada hacia el cubo. Entonces, el libro se hinchó, absorbiendo el elixir con rapidez, y se abrió y se desdobló a medida que sus tejidos se llenaban. Las páginas se convirtieron en extremidades humanas, y la pesada tapa en una cabeza y un torso humanos; se hallaban aplastados de forma horrible, pero ya comenzaban a adquirir rasgos de muñeca. Se convulsionó de forma grotesca hasta cobrar la figura de un maniquí deforme, haciéndose más firme y llena, adoptando la semblanza de una mujer.

Millie, el fantasma, que aún seguía intentando gritar, flotó al interior de la masa, y su contorno se mezcló con el cuerpo que iba cobrando forma. De repente, los dos se unieron por completo. Se irguió con las piernas hundidas hasta las rodillas en el cubo, una ninfa tan adorable como se pudiera imaginar, y un contraste sorprendente con lo que acababan de ver.

—¡Estoy completa! —exclamó, maravillada.

—Por cierto que lo estás —asintió Chester—. Que alguien le traiga algo de ropa.

Hubo un movimiento. Una forma se adelantó trayendo una túnica podrida. Era un zombi. Las mujeres gritaron. Todo el mundo se apartó para evitarlo.

Crombie cargó, con una mueca en el rostro.

—¡Vosotros, los pútridos, no podéis entrar aquí! ¡Fuera, fuera!

El zombi retrocedió en dirección de la Tarta de Aniversario.

—¡Por ahí no! —gritó Bink, de nuevo demasiado tarde. El zombi entró en el campo de acción del gato adobador, que rugió.

Se escuchó un ¡zoop!, y el zombi fue convertido en salmuera. Chorreando jugos putrefactos, cayó sobre la tarta. El gato adobador atacó otra vez, adobando todo el pastel mientras el zombi desaparecía en él. La alcorza convertida en salmuera voló de forma explosiva, salpicando a los invitados. El gato adobador rompió la correa y dio un salto hacia la mesa de los refrescos, adobando todo lo que se ponía en su camino. Las mujeres gritaron de nuevo. Era una de esas tontas y encantadoras costumbres que tenían.

—¿Qué está ocurriendo aquí? —preguntó un joven desconocido, desde la entrada del salón.

—¡Apártate! —centelleó Bink—. ¡El maldito adobador de la maldita Reina se ha soltado!

En ese momento vio a una atractiva mujer joven detrás del extraño. Evidentemente, eran intrusos.

Crombie se dirigió hacia ellos.

—¡Haré que esos idiotas se aparten! —Extrajo su espada con un rugido.

El gato adobador prefirió presentarse a sí mismo y despejar su camino. A saltos, se encaminó directamente hacia los extraños. Se oyó un zap…; sin embargo, en esta ocasión fue el gato el que, en cierto modo, resultó adobado. Aterrizó en el suelo, sorprendido, y luego, aleteando, se elevó por los aires. Se había convertido en un ciervo volante, en un delicado y diminuto ciervo alado.

—¡Mi tarta! —exclamó la desconocida mujer joven.

Entonces, Bink lo captó.

—¡La Reina!

—¡Y el Rey! —señaló Crombie, asustado—. En disfraz de ilusión.

¿Cómo había llamado Bink a la Reina en su distracción? Y Crombie había desenvainado la espada ante el Rey.

Pero la Reina Iris ya se hallaba al lado de la tarta.

—Convertida en salmuera…, ¡y con un zombi en su interior! ¿Quién hizo esto?

En su cólera, dejó que su ilusión se desvaneciera. Apareció ante la multitud en su forma natural, revelando también al Rey. Los dos se hallaban en ropas interiores.

No obstante, Crombie, el misógino, tuvo un arranque de galantería. Enfundó la espada, se quitó la chaqueta y la colocó alrededor de los hombros de la Reina, cubriendo sus pechos de mediana edad.

—Aquí hace frío, Alteza.

Bink, presuroso, le ofreció su propia chaqueta al Rey, que la aceptó como si se tratara de lo más normal del mundo.

—Gracias, Bink —murmuró.

Millie salió del cubo, gloriosamente desnuda y sin nada de frío.

—Me temo que lo hice yo, Vuestras Majestades. El zombi se acercó a ayudarme, y el gato adobador se soltó…

La Reina contempló durante un largo momento el esplendor de Millie. Luego se miró a sí misma. Bruscamente, el Rey y la Reina estuvieron vestidos de forma real; ella con un cierto parecido a Millie; él, con su aspecto natural, que era bastante atractivo. Bink supo, al igual que todos los presentes, que los dos estaban con chaquetas prestadas y con perturbadoras partes de su anatomía al descubierto, pero en ese momento ya no se veían señales de ello. Y, en otro instante, Millie también fue vestida con ilusión, ataviada como la doncella que era; sin embargo, seguía siendo muy hermosa.

Bink asintió para sí mismo. Parecía que la sugerencia que le hiciera al Rey sobre cambiar su propia imagen para hacer el amor había surtido efecto. Salvo que la conmoción que rodeara la restauración de Millie lo había interrumpido.

La Reina observó la ruina de los refrescos. Luego miró de reojo al Rey. Decidió comportarse con gracia.

—¡Así que funcionó! ¡Ya no eres un fantasma! —Estudió de nuevo a Millie, apreciativamente—. Deberías estar vestida para la ocasión; hoy no trabajas. —Y Millie apareció con una arrebatadora túnica de noche, zapatillas transparentes y una deslumbrante tiara—. ¿Quién encontró tu esqueleto?

Millie sonrió radiante.

—Bink me rescató.

La Reina miró a Bink.

—Parece que tu nariz está en todas partes —murmuró. Luego, más alto, añadió—: Entonces, Bink recibirá el premio. La primera cita con…

Se detuvo, y bien que lo hizo. Detrás de ella, el zombi convertido en salmuera se había incorporado de la tarta. Ni siquiera adobándolo se podía matar a un zombi; estaban ya medio adobados por naturaleza propia. Trozos de carne con salmuera se derramaron junto a porciones de tarta adobada. Una masa pequeña había caído sobre el hombro de la Reina, atravesando su vestido de ilusión y aposentándose quién sabía dónde. Esta fue la causa de que interrumpiera su alocución.

Furiosa, la Reina se encaró con el zombi.

—¡Sal de palacio, pedazo de carne podrida! —Le lanzó una mirada al Rey—. ¡Trent, transforma a este monstruo! ¡Arruinó mi tarta!

Sin embargo, el Rey Trent se hallaba pensativo.

—Creo que el zombi se marchará por su propia voluntad, Iris. Consíguele otra cita a Millie; necesito los servicios de Bink para otras cosas.

—Pero, Vuestra Majestad… —protestó Millie.

—Haz que su sustituto tenga el aspecto de Bink —le susurró el Rey a la Reina—. Bink, ven a la biblioteca.

En la biblioteca, el Rey habló de lo que le preocupaba.

—Aquí en Xanth tenemos una jerarquía de la magia. Como el Mago más poderoso, yo soy el Rey, y la más poderosa hechicera es mi consorte. El Buen Mago Humfrey es nuestro mayor estadista. Pero tú, Bink…, tú estás en el anonimato. Posees una magia equivalente, pero es secreta. Lo que significa que no ostentas el cargo que tu talento merece. Quizás eso constituya una amenaza a tu bienestar.

—Sin embargo, no hay peligro…

—No es cierto, Bink. Quienquiera que te enviara esa espada constituye una amenaza para ti, aunque, con toda probabilidad, sea una amenaza menor. No obstante, tu talento es poderoso, no inteligente. Te protege de la magia hostil, pero tiene problemas con las amenazas intangibles. Tal como sabemos, tu situación en tu casa en este momento no es la ideal, y…

Bink asintió.

—Pero, como también los dos sabemos, pasará, Vuestra Majestad.

—Estoy de acuerdo. No obstante, quizá tu talento no sea racional. De modo que te procuró lo que creyó que era una mujer mejor…; yo le reprocho su ética, no su gusto. Entonces se detuvo cuando tú te diste cuenta del mal que ello causaría. De modo que te impidió tener tu cita con Millie. La reanimación del zombi forma parte de la trama. Probablemente el zombi te iba a ayudar a hallar el esqueleto; sin embargo, luego se vio obligado a invertir su iniciativa. No sabemos el mal que habría resultado si Millie y la Reina hubieran insistido en completar tu cita; lo que los dos sabemos es que el caos habría parecido fortuito, debido a que esa es la forma en la que opera tu talento. Tal vez todo el castillo nos cayera encima, o algún accidente infortunado habría convertido a Millie de nuevo en un fantasma.

—¡No! —gritó Bink, horrorizado.

—Sé que tú no le desearías eso a una criatura tan agradable. Yo tampoco. Por ello intervine. Simplemente hemos de aceptar el hecho de que no te puedes ver con Millie, aunque tu talento la trajera de nuevo a la vida. Creo que, de momento, he solucionado el problema. Está claro que el talento de Millie es la atracción sexual; lo que explica su prematura desaparición en circunstancias fantasmales. No le faltará la compañía masculina…, que no será la tuya.

—¡La atracción sexual! —exclamó Bink—. ¡Por eso la doctora en hechizos se mostró tan divertida! ¡Ella sabía la clase de problemas que surgirían cuando restaurara el hechizo! Y esa es la razón por la que yo me vi tan tentado por su oferta, a pesar de…

—Precisamente. Yo también lo sentí…, y acababa de completar mi relación con la Reina, gracias a tu sugerencia. Toma, aquí tienes tu chaqueta —y el Rey se la devolvió con gesto grave.

—Es culpa mía que todo el palacio se haya enterado…

—De que soy viril además de real —acabó Trent—. No es ninguna vergüenza. Ahora, Iris nunca conocerá la debilidad que, de otro modo, podría haber mostrado. Está claro que, en un momento así, no tendría que haber sentido la atracción de ninguna otra mujer. Pero la sentí con Millie. Por lo que supe que la magia estaba involucrada en el asunto. Sin embargo, tú, con una situación hogareña difícil, y el evidente deseo que Millie tiene por ti… Bink, creo que es necesario que te saquemos de esta región por una temporada, al menos hasta que consigamos que Millie se establezca.

—Pero…, no puedo dejar sola a Camaleón…

—No te preocupes. La invitaré a palacio, y será atendida por mis sirvientes. De hecho, creo que la misma Millie será una excelente doncella para ella, hasta que encontremos una situación mejor. Lo único que necesitamos es sacarte de la tensión y la tentación que, necesariamente, surge con tu presencia aquí. Ya que tu talento es poderoso, pero perturbador para la vida de palacio, le proporcionaré un camino. Bink, te encomendaré que comiences tu misión real: localiza la fuente de la magia de Xanth.

El Rey Trent se detuvo, y Bink aguardó. No ocurrió nada.

—Creo que mi talento está de acuerdo —repuso por fin Bink.

—Bien —comentó el Rey, relajándose de forma visible. Sólo él sabía el peligro que conllevaba ir en contra del talento de Bink—. Te brindaré todo lo que necesites. Alguien que te proteja, ya que quizá te internes en territorio peligroso y te enfrentes a amenazas no mágicas; y alguien que te guíe… —Chasqueó los dedos—. ¡Chester, el centauro! Su situación es muy parecida a la tuya, y ambos sois amigos. Puedes cabalgar encima de él, y no podrías esperar tener un mejor aliado para las situaciones arriesgadas.

—Pero los centauros no son hombres; tal vez decida no ir.

—Es cierto que mi poder, en el caso de los centauros, sólo es nominal. No puedo ordenarle que te acompañe. No obstante, creo que, como mínimo, irá hasta el castillo del Buen Mago Humfrey.

—¿Por qué? —preguntó Bink, perplejo.

—Porque únicamente Humfrey le podrá decir cuál es su talento mágico.

¡Vaya si el Rey se mantenía al tanto de las cosas!

—¡Pero esa respuesta le puede costar un año de sus servicios!

El Rey se encogió de hombros.

—Sin embargo, no le hará ningún mal hablar con Humfrey. Chester quizá decida ir contigo para hacerte compañía e, incidentalmente, conversar un rato con el Buen Mago mientras estéis en su castillo.

Lentamente, Bink esbozó una sonrisa.

—¡Y Cherie Centauro nunca tendrá por qué saberlo!

—De todos modos, puedes discutir ese aspecto de la cuestión con Chester. —El Rey permaneció pensativo durante un momento—. Y Crombie…, él te podrá indicar el camino.

—No creo que Crombie pueda mantener el ritmo de Chester —comentó Bink—. Ningún hombre puede mantener la velocidad regular de los centauros en tierra. Y Chester no querrá llevar a dos personas…

—¡Eso se arregla fácilmente! Transformaré a Crombie en una forma que pueda seguir a Chester. Un dragón…

—Asustaría a la gente y llamaría la atención…

—Cierto. Muy bien, en un grifo. Existen unos pocos dóciles, de modo que la gente no sentirá demasiada curiosidad. Eso le impedirá hablar, pero le dará el poder del vuelo; un cambio justo. Y hay muy pocos animales que sean mejores luchadores que los grifos. Con la compañía de un centauro y un grifo, no habrá ninguna amenaza mundana que tengas que temer. —Se detuvo otra vez—. Aun así, creo que será mejor que consultes con Humfrey para un consejo específico. Quizás haya más factores involucrados de los que hemos pensado.

Bink se sintió excitado otra vez. ¡De nuevo la aventura!

—Majestad, encontraré la fuente de la magia para vos; ¿cuándo puedo comenzar?

—Mañana al amanecer —contestó el Rey Trent, sonriendo—. Ahora ve a casa y dile a tu esposa la misión que te he encomendado. Pero no le menciones a Millie, la ex fantasma.

—¡No lo haré! —acordó Bink, esbozando también una sonrisa. A punto de irse, se le ocurrió algo—. ¿Sabéis que hay un topo mágico por los alrededores?

El Rey aceptó esa pregunta con gracia.

—No estaba al tanto de ello. No me opongo, siempre y cuando no perturbe las tumbas de los zombies. —Entonces lo asoció—. Aquel zombi…

—Había otro en los jardines, donde vimos el montón de barro. Quizá fuera el mismo.

—En su momento haré que se investigue el asunto. —Inmovilizó a Bink con una mirada tolerante—. ¿Algún otro dato importante que comunicarme?

—Oh, no —repuso Bink, repentinamente avergonzado.

¿Qué estaba haciendo hablándole al Rey de una cuestión de tan poca talla? ¡Había perdido todo sentido de la proporción!