Bink, que volvía a dar cabezadas, se vio despertado de golpe. Cherie frenaba con tanta brusquedad que se vio lanzado contra su espalda humana. La rodeó la cintura con los brazos para no caerse, evitando sujetarse más arriba.
—¿Qué…?
—Casi lo olvido. No he amamantado a Chet en horas.
—¿Chet? —repitió Bink, medio atontado. Oh, el potrillo.
Le hizo un gesto al jovencito, que en el acto se acercó a ella. Bink se excusó rápidamente alegando una llamada de la naturaleza. Los centauros no tenían ninguna inhibición acerca de las funciones naturales; de hecho, realizaban algunas mientras galopaban. Los humanos eran más recatados, por lo menos en público. Ello le permitió darse cuenta de una de las razones por las que Cherie ya no parecía tan hermosa: sus pechos se habían vuelto enormes para poder amamantar a su potrillo. Los centauros pequeños requerían una gran cantidad de leche, en especial cuando gastaban grandes cantidades de energía.
Después de lo que creyó un intervalo adecuado, Bink regresó lentamente. El potro seguía mamando; sin embargo, Cherie descubrió a Bink.
—Oh, no seas tan malditamente humano —restalló—. ¿Qué crees que estoy haciendo…, magia?
Bink, sintiéndose embarazado, no pudo evitar reírse. Ella tenía razón; al igual que Cherie, ya no podía esgrimir ninguna justificación para permitir que sus inhibiciones interfirieran con la situación imperante. Las definiciones que él mantenía acerca de lo que era obsceno no tenían más sentido que las de ella. Se acercó, aunque con cierta timidez. En ese momento pensó que los centauros estaban perfectamente adaptados a sus funciones; si Cherie hubiera poseído una ubre, similar a la de una yegua normal, al potrillo le habría resultado bastante incómodo alimentarse. Era un muchacho erguido, cuya parte humana no podía doblarse como el cuello de un caballo.
—Vamos en la dirección equivocada —explicó Cherie.
¡Oh, no!
—¿Te has salido del sendero? ¿Nos hemos perdido?
—Nos encontramos en el camino correcto. Pero no deberíamos dirigirnos hacia el Castillo Roogna. Nadie allí podrá ayudarnos.
—Pero el Rey…
—El Rey es ahora un hombre normal. ¿Qué puede hacer?
Bink suspiró. Había supuesto que el Rey Trent dispondría de algún tipo de respuesta; no obstante, Cherie tenía razón.
—¿Qué puede hacer nadie sin…? —Trató de ahorrarle el uso de la palabra obscena, aunque sabía que era una tontería.
—Mientras alimentaba a Chet, he meditado —repuso ella, acariciando la cabeza del potrillo con amor—. Aquí está mi vástago, el potro de Chester, un representante de la especie dominante de Xanth. ¿Qué hago yendo en la dirección opuesta a la que se encuentra Chester? Chet necesita a un pura sangre de verdad para que le enseñe lo que es la vida. Nunca me lo perdonaría si…
—¡Pero no le abandonas! —protestó Bink—. Vamos a ver al Rey para tratar de averiguar lo que hay que hacer con la ausencia de…, cómo podremos…
—¡Oh, adelante, dilo! —exclamó ella, furiosa—. ¡Magia! Con tu manera humana torpe, me has enseñado que es una parte necesaria e integral de nuestro modo de vida, incluida mi vida privada, maldito seas. He llevado los motivos más allá aún. No podemos ir a casa y lamentarnos con los antiguos Magos; tenemos que hacer algo. Ahora, de inmediato, antes de que sea demasiado tarde.
—Ya es demasiado tarde —dijo Bink—. El Demonio se ha marchado.
—Sin embargo, tal vez no se haya ido muy lejos. Quizás olvidó algo y vuelva a recogerlo; entonces, dispondremos de una oportunidad de atraparlo…
—No, no sería correcto. Mi intención fue verdadera cuando lo solté, aunque no me guste el resultado de su liberación.
—Eres íntegro, Bink, aunque a veces eso resulte un grave perjuicio. Tal vez podamos llamarle de vuelta, hablar con él, convencerle para que nos dé unos pocos hechizos…
Bink sacudió la cabeza.
—No, nada que podamos hacer influirá al Demonio Xanth. No le preocupa en lo más mínimo nuestro bienestar. Lo comprenderías si lo hubieras conocido.
Ella giró la cabeza para mirarle.
—Entonces, lo mejor será que le conozca.
—¿Qué tengo que hacer para que se te meta en tu cerebro equino? —gritó Bink, exasperado—. ¡Te he dicho que se ha marchado!
—No importa, quiero ver dónde estuvo. Quizás haya dejado algo. Algo que a ti se te pasó por alto. No quiero ofenderte, Bink, pero tú sólo eres humano. Si existiera alguna forma en la que nosotros…
—¡No hay ninguna! —exclamó Bink. Chester había sido bastante cabezota; sin embargo, esta yegua…
—Escucha, Bink. Me restregaste por la nariz el hecho de que necesitaba la magia. Y ahora yo te restriego por la tuya el hecho de que debemos hacer algo, en vez de rendirnos. Puede que te convenzas a ti mismo de que vas en busca de ayuda; pero, en realidad, sales corriendo. La solución de nuestro problema se halla en la prisión del Demonio, no en el palacio del Rey. Quizá fracasemos…; no obstante, nuestra obligación es regresar e intentarlo. —En ese momento emprendió la marcha por el camino por el que habían venido—. Tú has estado allí; indícame cómo ir.
Corrió de modo involuntario al lado de ella, tal como lo hacía el potrillo.
—¿A la cueva del Demonio? —le preguntó, incrédulo—. Está llena de goblins, y de dragones sin magia, y de…
—¡Al infierno con toda esa obscenidad! —relinchó ella—. ¿Quién sabe lo que le puede estar pasando a Chester ahora?
Ahí radicaba todo: su lealtad definitiva a su pareja. Al pensarlo de esa forma, su propia actitud le pareció inferior. Quizá su humanidad le hiciera imperfecto. ¿Por qué no se había quedado el tiempo suficiente para encontrar a su amigo? Porque tuvo miedo de lo que pudiera hallar. ¡No cabía duda de que había salido corriendo!
Tal vez consiguieran sacar a Chester del líquido preservador y salvarlo sin la ayuda de la magia. Quizás el Buen Mago Humfrey hubiera sobrevivido. Evidentemente, era una posibilidad muy remota…, pero, mientras existiera una mínima probabilidad, Bink había renunciado al deber hacia sus amigos al no realizar todos los esfuerzos posibles para encontrarlos. Sentía la enfermiza certeza de que estaban muertos; no obstante, incluso esa confirmación sería mejor que ocultarse de la verdad.
Volvió a montar sobre Cherie, y ella emprendió el galope. Ganaron terreno de forma sorprendente. Pronto dejaron atrás el lugar donde se habían encontrado, y ella siguió galopando por el terreno que Bink le señalaba. Un centauro podía correr deprisa…; aun así, era como si existiera algún encantamiento mágico que les facilitara el avance. Por supuesto, se trataba de una ilusión, y no mágica. La respuesta radicaba en la motivación de Cherie por salvar a su semental, sin importar lo inútil que resultara esa ambición. Bink la guió hacia la grieta del árbol ahorcador, dando un rodeo para no pasar por el poblado del polvo mágico.
Mientras avanzaban hacia él, a Bink le pareció que el ahorcador se movía levemente. Tenía que tratarse de una ilusión producida por la menguante luz, ya que sin la magia el monstruo era impotente.
Cherie frenó ante la rama que llegaba hasta el borde del abismo.
—Descender por un árbol ahorcador…, resultará bastante difícil. —Se interrumpió—. ¡Bink, se ha movido! ¡Lo he visto!
—Es el viento —gritó Bink, con una repentina inspiración—. ¡Agita sus extremidades!
—¡Claro! —admitió ella, aliviada—. Durante un momento casi pensé…; aunque sabía que no podía ser.
Bink se asomó por el borde y escudriñó la grieta que había en su base, allá donde la atravesaba la enorme raíz del árbol. En realidad, no deseaba volver a bajar, aunque no quería reconocerlo.
—Yo…, eh…, puedo descender colgado de un tentáculo. Pero tú…
—Yo también puedo hacerlo —dijo ella—. Esa es la razón de que los centauros posean brazos fuertes y buenos músculos pectorales; hemos de cargar con un peso mayor. Vamos, Chet. —Cogió un tentáculo grueso y se colgó de él.
Seguro que fue capaz de bajar sosteniéndose con las manos y utilizando sus patas delanteras como frenos. Su trasero osciló ampliamente en una espiral descendente hasta que llegó a la base. El potro siguió su ejemplo, aunque con tanta dificultad que ella se apresuró a cogerlo poco antes de que llegara al fondo. Avergonzado por sus proezas, Bink también bajó. ¡Él tendría que haber sido el primero, en vez de dejar que abrieran el camino una yegua y un potrillo!
En la base del árbol, mirando por el enorme agujero negro que era la entrada al mundo subterráneo, Bink experimentó malos presentimientos.
—Este descenso es mucho más complicado; no creo que Chet pueda lograrlo. Además, ¿cómo podréis subir de nuevo? Casi me mato cuando lo ascendí, y tu peso…, no quiero ofenderte…
—Chester podrá subirlo —repuso Cherie con confianza—. Entonces, él podrá tirar de nosotros.
Bink visualizó los músculos del torso humano de Chester y recordó el poderío colosal del centauro. Únicamente un monstruo como el ogro poseía más fuerza en los brazos. Quizá, sólo quizá, fuera posible, si preparaban una cuerda doble y los demás tiraban del otro extremo para ayudar a Chester en su ascensión. Sin embargo, eso presuponía que encontrarían a Chester y lo rescatarían. Si fracasaban, Cherie estaría perdida, ya que Bink jamás podría alzarla. Tal vez pudiera ayudar al potro, pero ese era su límite.
Cherie ya se hallaba probando los tentáculos del ahorcador en busca del más resistente. Poseía una fe que hacía que desapareciera toda duda; Bink la envidió por ello. Bink siempre había creído que Chester era el inamovible en sus ideas; sin embargo, ahora comprendió que la verdadera fuerza de la familia radicaba en Cherie. Chester era simple masilla mágica en manos de ella —¡oh, un concepto obsceno!—, y también, eso parecía, lo era Bink. No deseaba regresar a los horrores que acechaban en las profundidades, luchar inútilmente contra los medio goblins y las serpientes-dragones en la oscuridad. No obstante, supo que lo haría, porque Cherie iba a rescatar a su pobre pura sangre muerto, o por lo que fuera.
—Este es resistente —anunció, tirando de un tentáculo grueso y recio que pendía desde la misma copa del árbol—. Bink, trepa y córtalo con tu cuchillo.
—¿Eh? Oh, sí, claro —aceptó con un entusiasmo titubeante. Entonces se sintió avergonzado de sí mismo. ¡Si iba a participar en la empresa, por lo menos debería hacerlo con buen espíritu!—. Sí, por supuesto. —Y comenzó a trepar por el terrible tronco.
Experimentó una extraña animación y júbilo. Era como si le hubieran quitado un peso de su cuerpo. De inmediato comprendió de qué se trataba: consciencia. Una vez que había tomado su decisión, sabiendo que era la correcta, aunque fuera suicida, se encontraba en paz con su consciencia, lo cual le hacía sentirse maravillosamente bien. Era lo mismo que había experimentado Cherie cuando casi atravesó el yermo volando, su fuerza aumentada hasta el límite. Incluso sin la magia, existía magia en la actitud que adoptaba una persona.
Llegó hasta el lugar en el que los tentáculos crecían como cabellos grotescos desde la cima del tronco, se sujetó con las piernas cruzadas alrededor de él, y empezó a cortar el tentáculo elegido. Sintió un temblor en el árbol, que le recordó al que padeció el ahorcador al que Crombie atacara tanto tiempo atrás.
¡No!, exclamó de inmediato en su interior. No era magia. El árbol aún seguía vivo, simplemente había perdido su magia, convirtiéndose en un árbol mundano. Podía sentir el dolor producido por el corte y reaccionaba a él, pero era incapaz de mover a voluntad sus tentáculos.
Lo cercenó y vio cómo caía. Luego cortó un segundo y un tercero, para asegurarse de que tendrían suficientes.
Sin embargo, el árbol seguía temblando mientras él bajaba, y los restantes tentáculos parecían temblar más de lo que razonablemente se le podía achacar a la acción del viento. ¿Era posible que un ahorcador reviviera sin la magia? No; debía tratarse del efecto de su ascenso y la sacudida que le imprimía al tronco, lo cual hacía que se movieran las lianas.
Ataron el primer tentáculo a la raíz con bastante dificultad debido a su diámetro, y lo dejaron caer. Osciló libremente, con una elasticidad maravillosa, así que volvieron a subirlo. Con cuidado, anudaron otro a su extremo, aumentando su extensión efectiva. Esta vez oyeron el ruido seco que produjo al golpear contra la roca de abajo.
—Yo descenderé primero —comunicó Bink—. Luego mantendré la guardia con la espada mientras tú bajas a Chet. Hay goblins…, esto, ¿tenemos algo con lo que iluminarnos? Necesitamos fuego para ahuyentar a…
Cherie le miró fijamente.
—Si fueras un goblin, ¿te meterías con un potro centauro? —Pateó varias veces el suelo para que comprendiera lo que quería decir.
Bink recordó cómo había esquivado sus ataques hacía poco tiempo, cuando la obligó a que se enfrentara al concepto obsceno. Y su altura doblaba la de un goblin, además de estar armado con una espada y conocer a los centauros. Sin contar, lo más importante, con el hecho de que sabía que, independientemente de la ira que sintiera Cherie en aquel momento, era su amiga y no le heriría de verdad. Ningún goblin poseía esa certeza…, y una yegua centauro que protegiera a su vástago podía ser algo terrible.
—No me metería con un potro centauro ni aunque fuera un dragón —dijo.
—Cuando me veo obligada, puedo ver un poco en la oscuridad —continuó ella—. Y puedo oír los ecos de mis cascos, de modo que me haré una idea del contorno aproximado de cada cueva. Llegaremos.
Sin pronunciar otra palabra, Bink se inclinó, cogió el tentáculo que les serviría como cuerda y se metió en el agujero. Descendió hacia las profundidades con rapidez, sintiéndose mucho más fuerte que durante el ascenso. Con sorprendente velocidad, dejó el nudo que unía los dos tentáculos atrás y llegó al suelo.
—Ya está…, ¡he llegado!
La cuerda se agitó hacia arriba a medida que Cherie tiraba de ella. Los centauros poseían un excelente equilibrio para este tipo de cosas, ya que podían plantar las cuatro patas en el suelo y dedicar toda la fuerza de sus brazos a realizar la tarea. Pronto Chet comenzó su oscilante descenso, con la cuerda enroscada alrededor de su lomo mientras se aferraba con firmeza con las manos. Durante todo ese tiempo no había pronunciado ni una sola palabra de exigencia o queja; Bink estaba seguro de que eso cambiaría a medida que madurara. Bink desató al pequeño cuando llegó abajo y le dio una palmadita en la espalda.
—¡Chet está bien! —gritó.
Ahora le tocaba el turno a Cherie. En la primera grieta no había tenido ningún problema; pero este iba a ser un descenso por un lugar más estrecho, oscuro y largo, con una cuerda mucho menos segura; interiormente, Bink se sentía preocupado.
—Apártate, por si… oscilo.
Bink supo que estuvo a punto de decir «caigo». Era muy consciente del peligro, pero tenía valor.
Descendió sin ningún contratiempo, bajando las manos una tras otra hasta que se encontró cerca del suelo. En ese momento el tentáculo más fino se rompió, y ella cayó los últimos centímetros. Sin embargo, las cuatro patas tocaron la base al mismo tiempo y no sufrió ningún daño. Bink se relajó.
—Muy bien, Bink —comentó de inmediato—. Súbete a mi lomo y señálame por dónde ir.
En silencio, Bink se acercó a ella para montar…, y en medio del silencio oyó algo.
—¡He oído movimientos! —exclamó, sorprendido de descubrir lo nervioso que estaba—. ¿Y Chet?
—A mi lado —contestó ella.
Aguzaron el oído…, y lo oyeron con claridad. Un sonido metálico, como de arrastrarse, que provenía de arriba, hacia un lado. Definitivamente, no se trataba de ninguno de ellos. No obstante, tampoco parecían ser goblins.
En ese momento, Bink distinguió la silueta de una cosa que se parecía a una serpiente y que se deslizaba entre ellos y el agujero.
—Es una raíz del ahorcador…, ¡y se mueve! —exclamó.
—Seguro que la arrancamos inadvertidamente de la tierra —explicó ella—. Su propio peso la ha soltado, y su forma hace que se retuerza mientras cae.
—Sí. —Pero Bink no quedó muy convencido.
Se parecía demasiado a un movimiento voluntario. ¿Estaría reanimándose el ahorcador? Si ese fuera el caso, ¡esta vía de escape se les había cerrado!
Emprendieron la marcha por el sendero de la cueva. Bink descubrió que lo recordaba bastante bien, incluso en la oscuridad…, y notó que podía ver un poco. Quizá quedaran resabios del antiguo resplandor. En realidad, parecía que se volvía más brillante a medida que sus ojos se acostumbraban al entorno.
—El brillo… está regresando —comentó Cherie.
—Pensé que se trataba de mi imaginación —murmuró Bink—. Quizás quede algo de magia residual aquí abajo.
Continuaron su avance con un paso más vivo. Si el ahorcador retornaba a la vida, si el resplandor cobraba más intensidad, ¿significaría ello que la magia estaba volviendo?, se preguntó Bink. Las implicaciones eran…
De repente, el pasadizo desembocó en… una cámara palaciega tan amplia que no pudo abarcarla con la vista. Por doquier destellaban las joyas, que flotaban refulgentes en el aire. Una fuente de agua clarísima fluía de abajo hacia arriba, como si las gotas cayeran de regreso al techo. Serpentinas de papel de color formaban remolinos y espirales que recorrían la estancia como por voluntad propia, inclinándose a un lado o enroscándose para volver a enderezarse de nuevo. Hacia donde mirara veía maravillas distintas, demasiadas para asimilarlas de golpe; en todo ello había una exhibición de la magia más poderosa que Bink contemplara jamás.
¡Antes no había existido una cueva como esta! Cherie miraba a su alrededor, tan sorprendida como él.
—Es…, ¿podría tratarse de la obra de tu Demonio Xanth?
Cuando pronunció su nombre, el Demonio X(A/N)th se materializó. Estaba sentado en un trono de diamante sólido. Sus resplandecientes ojos se concentraron en Bink, que todavía montaba sobre Cherie, mientras que el potrillo se había pegado a su costado.
—Tú eres el que quiero —exclamó X(A/N)th—. Tú, estúpida nulidad, que te lanzaste a ti y a toda tu cultura al peligro sin la posibilidad de obtener ningún beneficio. Semejante idiotez merece la pena que acarrea.
Bink, aunque atontado, trató de defenderse.
—Entonces, ¿por qué has vuelto? ¿Qué deseas de mí?
—Han cambiado el sistema de nomenclaturas —replicó X(A/N)th—. Ahora funcionan con diferenciales. Tendré que estudiar ese sistema durante uno o dos eones, para no correr el riesgo de emplearlo torpemente; por lo tanto, de momento pienso instalarme otra vez en este lugar que ya conozco.
—¿Un momento-eón? —preguntó Bink, incrédulo.
—Aproximadamente. Te he traído hasta aquí para asegurarme de que mi intimidad se vea preservada. Todo ente de este mundo que conozca mi existencia ha de ser abolido.
—¿Abolido? —repitió Bink, atontado.
—No se trata de nada personal —le garantizó el Demonio—. En realidad, vuestra existencia no me importa en absoluto. Sin embargo, si se llegase a saber de mi presencia, tal vez otros parásitos desearan buscarme…, y mi deseo es que no se me moleste. Razón por la que tengo que abolirte a ti y a los demás que me conocen, manteniendo así mi secreto. La mayoría ya han sido eliminados; sólo quedáis tú y la ninfa.
—Deja a Joya al margen —rogó Bink—. Es inocente; únicamente vino aquí por mí. No merece…
—Esta yegua y su vástago también son inocentes —indicó el Demonio—. La cuestión es irrelevante.
Cherie se volvió para mirar a Bink. Su torso humano giró de aquella forma espléndida que recordaba de antaño, y su belleza había recuperado su esplendor original. ¡No cabía duda de que la magia la favorecía!
—Liberaste a esa cosa…, ¿y muestra esta actitud? ¿Por qué no se va a otra parte donde nadie pueda encontrarle?
—Ha filtrado un montón de magia aquí —explicó Bink—. Sin él, permanece dormida; sin embargo, mientras haya seres mágicos como los dragones y los centauros, sabremos que no se ha marchado definitivamente. Toda la Tierra de Xanth se ha visto bañada por él, lo cual debe resultarle más cómodo. Igual que un zapato ya usado, amoldado al pie, en vez de uno recién arrancado de un árbol y que, al principio, te lo irrita. El Demonio no es como nosotros; no siente gratitud. Lo sabía cuando lo liberé.
—Se producirá una breve demora antes de que termine con vosotros —dijo el Demonio—. Poneos cómodos.
A pesar del peligro inmediato que corría, Bink sintió curiosidad.
—¿A qué se debe?
—La ninfa se ha escondido, y no pienso gastar magia de forma estúpida para localizarla.
—Pero eres omnipotente; ¡el gasto no tendría que significar nada para ti!
—Cierto…, soy omnipotente. Pero hay una proporción en todas las cosas. Molesta a mi sensibilidad el emplear más magia de la requerida en una situación dada. Esa es la causa de que esté minimizando el esfuerzo aquí. He amplificado tu persona. Ella te ama, no pretendo saber cuál es el significado de ese término, y vendrá a buscarte, en la creencia de que te encuentras en un peligro que ella puede evitar. Entonces podré aboliros cómodamente a todos juntos.
Así que el retomo de la magia a la Tierra de Xanth significaba el fin de Bink y de sus amigos. No obstante, el resto de Xanth se beneficiaría, por lo que no sería una pérdida total. Sin embargo…
—Supongo que no quedarás satisfecho si te prometemos no revelar tu presencia o tomar una poción de olvido, ¿verdad?
—No serviría —dijo una voz desde el bolsillo de Bink. Se trataba de Grundy, el golem, que había recobrado la forma con la restauración de la magia. Trepó hasta aposentarse en el hombro de Bink—. Jamás podrías mantener esa promesa. La magia te obligaría a contarlo. Aunque bebieras una poción de olvido, sería neutralizada y, entonces, la información quedaría expuesta.
—Con un hechizo de la verdad —admitió Cherie—. Debí fiarme de mi primera opinión. La magia es una maldición.
Bink se negó a rendirse.
—Tal vez lo que deberíamos hacer sería invertir el proceso —le propuso al Demonio—. Extender la noticia de que te encuentras aquí y que destruirás al que ose buscarte…
—De esa forma alentarás a noventa y nueve de cada cien a que acepten el desafío —indicó Cherie—. El Demonio se vería constantemente molestado, y tendría que desperdiciar su magia aniquilándolos uno a uno.
El Demonio la miró con gesto aprobador.
—Posees un trasero equino, pero un cerebro sapiente —observó.
—Así somos los centauros —corroboró ella.
—¿Y qué piensas tú de mí?
—Eres el epítome absoluto de la obscenidad.
Bink se quedó helado; sin embargo, el Demonio prorrumpió en una carcajada. El sonido retumbó de modo ensordecedor. La decoración mágica del palacio se hizo añicos y llenó el aire de escombros, aunque ni un solo trozo les rozó.
—¿Sabes algo? —intervino Grundy—. Está cambiando…, como yo.
—Cambiando… como tú —repitió Bink—. ¡Claro! Mientras su magia se filtraba por toda la Tierra de Xanth, parte de nuestra cultura se filtró en él, transformando un poco su forma de ser en la nuestra. Por ello se siente a gusto aquí. Por ello puede reírse. Posee algunos toscos sentimientos.
Cherie añadió:
—Lo que significa que tal vez responda positivamente a un desafío interesante. ¿Se te ocurre alguno?
—Lo intentaré —dijo Bink. Entonces, cuando se relajó la diversión del Demonio, repuso—: Demonio, conozco una forma de proteger tu intimidad. Tenemos una piedra-escudo, que se utilizó para evitar la intrusión a Xanth de Mundania. Valoramos nuestra intimidad tanto como tú la tuya. Ningún ser vivo puede atravesar ese escudo. Lo único que he de hacer es comunicarle tu existencia al Rey Trent, y él se encargará de activarlo para que nadie pueda bajar hasta aquí. El escudo nos funcionó durante más de un siglo; también te servirá a ti. Entonces, poco importará quién esté al corriente de tu presencia; cualquier tonto que trate de llegar hasta ti morirá de forma automática.
El Demonio lo meditó.
—Es una idea atractiva. Sin embargo, la mente y la motivación humanas me resultan desconocidas. ¿Cómo podré estar seguro de que tu Rey cumplirá tu pedido?
—Sé que lo hará —garantizó Bink—. Es un buen hombre, honesto, y un político sagaz. Al instante comprenderá la necesidad de preservar tu intimidad, y se ocupará de ello.
—¿Cuánta seguridad tienes de que será así? —inquirió el Demonio.
—Apostaría mi vida.
—Tu vida es insignificante comparada con mi comodidad —repuso seriamente el Demonio.
—Pero mi talento es importante en términos humanos —discutió Bink—. Actuará a mi favor incitando al Rey a que…
—Tu talento no es nada para mí. Podría invertirlo con un simple chasquido de mis dedos. —El Demonio chasqueó los dedos, produciendo un sonido como el de una cereza bomba al estallar. Bink notó una horrible sacudida interior—. Sin embargo, tu desafío me fascina. Hay en él un cierto elemento de azar que es inexistente cuando yo emprendo uno. Por lo tanto, me permitiré un poco de emoción. Has dicho que apostarías tu vida por tu capacidad para mantener mi intimidad. En realidad, no tiene mucho valor, ya que tu destino está decidido, pero lo aceptaré. ¿Jugamos?
—Sí —aceptó Bink—. Si con ello logro salvar a mis amigos, emprenderé cualquier…
—Bink, esto no me gusta nada —comentó Cherie.
—Aquí se encuentra el laboratorio de pruebas —repuso el Demonio, señalando un agujero enorme que apareció a un gesto de su mano. A su alrededor se hallaban distribuidas media docena de puertas. Las paredes de piedra eran verticales, demasiado altas y resbaladizas para poder ascenderlas—. Y aquí está el intruso. —Apareció un monstruo en el centro; era un minotauro, con la cabeza, el rabo y las patas de un toro y el cuerpo de un hombre grande y fuerte—. Si logra salir de esa cámara con vida, se entrometerá en mi intimidad. Tendrás que detenerlo, si puedes.
—¡De acuerdo! —exclamó Bink. Saltó hacia la arena, desenfundando su espada.
El minotauro lo estudió con frialdad. El retorno de la magia le había devuelto la energía a Bink, haciendo que se sintiera otra vez fuerte…, aunque nunca fue un debilucho físicamente. A través de su maltrecha camisa se veían los músculos de sus brazos, y su cuerpo estaba equilibrado y preparado ante cualquier orden que pudiera comunicarle. La espada respondía con suave eficacia, y el acero encantado resplandecía. El monstruo llegó a la decisión de evitar el placer de la lucha. Giró sobre un casco y se encaminó hacia la salida más alejada de donde se hallaba Bink.
Bink lo persiguió.
—¡Da media vuelta y lucha como un monstruo! —gritó, puesto que no deseaba atacarlo por la espalda.
En vez de eso, el ser empezó a correr. Sin embargo, el ímpetu de Bink le permitió ir más deprisa; alcanzó al minotauro antes de que llegara a la salida. Lo cogió del rabo y le hizo chocar contra una pared. Bink apoyó la punta de la espada contra su cuello.
—¡Ríndete! —ordenó.
El minotauro se estremeció…, y se convirtió en un bicho monstruoso, con pinzas tremendas, aguijón y mandíbulas. Bink, perplejo, retrocedió. Estaba luchando contra un monstruo mágico… ¡uno que podía cambiar de forma a voluntad! Iba a ser un desafío mucho más difícil de lo que él, en su ingenuidad, había supuesto.
¡Qué idiota había sido al contener su espada pensando que esa cosa iba a rendirse! Seguro que su vida, como la de él, estaría perdida si caía derrotado en la contienda. Tenía que matarlo pronto, antes de que le matara a él… o se marchara, lo cual, en definitiva, sería lo mismo.
Incluso mientras se daba cuente de eso, el bicho se arrastraba ya hacia la salida. De un salto, Bink fue detrás de él, con la espada en alto. Pero la cosa poseía antenas con ojos que no habían dejado de vigilarle…, de hecho, en ese momento se transformó en una babosa gigantesca que, al arrastrarse, dejaba detrás de sí un sendero viscoso. La espada de Bink pasó por encima de su cabeza sin hacerle nada.
Sin embargo, él podía avanzar mucho más rápidamente que una babosa, aunque fuera tan enorme como esta. Bink dio un salto por encima de ella y llegó primero a la salida, impidiéndole el paso. Apuntó cuidadosamente y le lanzó un golpe empuñando la espada con ambas manos, con la intención de partirle la cabeza en dos. No obstante, la espada rebotó contra la concha de un caracol. El monstruo había vuelto a transformarse en la variante más próxima de su condición anterior para protegerse. Debía encontrarse en apuros, o carecía de imaginación.
Bink no le dio respiro alguno que le permitiera pensar. Lanzó una estocada directamente a la parte desguarnecida de la concha. En esta ocasión acertó…, clavando el acero en la substancia de una enorme medusa de color verde. La hoja la atravesó y salió por el otro extremo chorreando líquido, aunque no había conseguido herirla seriamente. Asqueado, tiró de su espada hacia arriba para liberarla. ¿Cómo podía matar a una masa gelatinosa que se volvía a cerrar después de un corte?
Olisqueó el aire. Entonces reconoció el olor que emanaba la cosa: lima. Una gelatina con sabor a lima. ¿Sería comestible? ¿Podría destruir al monstruo devorándolo?
No obstante, mientras lo pensaba, la cosa cambió a la forma de un buitre de color púrpura del tamaño de un hombre. Bink se lanzó sobre él con la intención de matarlo antes de que pudiera alejarse volando…, y resbaló sobre los restos viscosos de lima que quedaban en el suelo. ¡Vaya coincidencia desastrosa!
¿Coincidencia? No…, se trataba de su talento, operando a la inversa. El Demonio, como al descuido, lo había invertido. Ahora, las coincidencias aparentes estarían siempre en contra de Bink, no a su favor. Se había convertido en su propio peor enemigo.
Aun así, se defendió a la perfección cuando su talento permaneció durante bastante tiempo cancelado por el cerebro de coral. Lo que tenía que hacer era minimizar el elemento azar que pudiera participar de la batalla. Su talento, al no funcionar abiertamente, se veía restringido, a la espera de la oportunidad de ser operativo. Debía planear hasta el mínimo detalle cada uno de sus movimientos, de modo que no dejara prácticamente nada al azar. De ese modo, no podría actuar en su contra.
El pájaro no voló; corrió hasta el centro de la arena. Bink se arrastró hasta que pudo incorporarse y le persiguió, vigilando dónde apoyaba los pies. Aquí había una piedra con la que podría haber tropezado, allí otra mancha de grasa. Su anterior patinazo en la gelatina se debió en su mayor parte al descuido. Podía mitigar todos esos peligros. Pero ¿por qué el pájaro no emprendía el vuelo mientras Bink preparaba con tanto celo sus movimientos?
Bink persiguió al buitre, alerta ante cualquier gesto que pudiera realizar hacia la salida. Para huir tendría que darle la espalda, momento que él aprovecharía para matarlo. En ello no existía ningún elemento casual, de modo que su talento invertido no podría interferir. Su infancia y su juventud, cuando aún desconocía la existencia de su talento, le habían preparado para actuar sin uno. Sus aventuras más recientes, cuando había sido neutralizado o eliminado por completo, le devolvieron aquella vieja costumbre de no depender de un talento. El monstruo tendría que luchar en vez de contar con la posibilidad de que Bink estropeara todas sus acciones.
De repente, se convirtió en un hombre…, fornido y grande, con el pelo enredado y vestido con ropas destrozadas, con una resplandeciente espada en la mano. El hombre parecía eficiente; de hecho, le resultaba familiar.
De hecho… ¡se trataba de una réplica del mismo Bink! El monstruo había empezado a actuar de forma inteligente, oponiendo una espada contra otra espada.
—¡Perfecto! —exclamó Bink, y lanzó su ataque.
Tal como supuso, el monstruo no era un espadachín. Podía asemejarse a Bink, ¡pero no se hallaba capacitado para luchar como él! ¡La batalla acabaría pronto!
Bink realizó una finta, luego enganchó el otro acero y lo hizo volar de la mano del monstruo. Lo acorraló contra una pared, dispuesto a rematarlo.
—¡Bink! —gritó con angustia una mujer.
Bink reconoció la voz. ¡Era Joya! Atraída por el hechizo que había conjurado el Demonio, llegaba en el momento más inoportuno. Seguro que se trataba de la maquinación de su talento invertido, que interfería en el instante justo para salvar a su enemigo de la destrucción. Como no actuara inmediatamente…
—¡Bink! —gritó ella de nuevo, lanzándose a la arena e interponiéndose entre él y el monstruo. Olía a una tormenta de verano—. ¿Por qué no permaneciste fuera de las cuevas, donde estarías a salvo? —Entonces se detuvo, sorprendida—. ¡Los dos sois Bink!
—No, él es el monstruo —repuso el monstruo, antes de que Bink pudiera hablar—. ¡Trata de matar a un hombre desarmado!
—¡Qué vergüenza! —centelleó Joya, encarándose con Bink. La tormenta se había convertido en un huracán, con el viento transportando el olor de una fuerte ventisca, polvo y ladrillos pulverizados—. ¡Márchate, monstruo!
—Salgamos de aquí —le dijo el monstruo a ella, cogiéndola del brazo y dirigiéndose hacia la salida.
—¡Por todos los diablos! —gritó Cherie desde arriba—. ¡Saca a esa estúpida ninfa de ahí!
Sin embargo, Joya permaneció al lado del astuto monstruo, escoltándole hacia la salida… y hacia un desastre que jamás podría imaginar. Bink se quedó petrificado, incapaz de actuar en contra de Joya.
—¡Bink, ella también morirá si dejas que él se marche! —aulló Cherie.
Esas palabras le devolvieron la determinación. Bink se lanzó en pos de la pareja, cogiéndolos a ambos por la cintura y tirándolos al suelo. Pretendía separarlos, ensartar al monstruo con su espada, y luego explicarle todo el asunto a Joya.
Pero, cuando se irguió, se dio cuenta de que sujetaba a una ninfa en cada brazo. El monstruo se parecía ahora a Joya…, y a Bink le resultaba imposible distinguirlas.
Con la espada preparada, se puso de pie de un salto.
—¡Joya, identifícate! —gritó.
El monstruo no podía ser tan inteligente como para haber pensado en ese curso de acción por cuenta propia; seguro que el talento de Bink había decretado semejante elección fortuita de aspectos. Bink no le proporcionó ninguna posibilidad de que le pillara en algún accidente, así que había decidido actuar sobre el monstruo. La coincidencia adoptaba muchas formas.
—¡Soy yo! —exclamaron las dos ninfas al unísono, al tiempo que se ponían de pie.
¡Oh, no! También sus voces eran iguales.
—Joya, estoy luchando con un monstruo que tiene la capacidad de cambiar de forma —gimió él, dirigiéndose a las dos—. Si no lo mato, él me matará a mí. Uno de los dos caerá. He de saber cuál de vosotras es. —Suponiendo que el monstruo fuera un macho. Bink tenía que hacerlo, ya que no quería matar a una mujer.
—¡Es él! —gritaron las dos ninfas, señalándose mutuamente. El olor de mofetas col inundó la atmósfera. Las dos se separaron de la otra, y también de él.
¡Cada vez era peor! Su talento le tenía cogido por el cuello, decidido a que no venciera. Sin embargo, tenía que matar al monstruo y salvar a Joya. No se podía permitir el lujo de actuar al azar.
Las ninfas se encaminaban hacia salidas diferentes. Ya era demasiado tarde para cogerlas a las dos. De su elección dependía su propia vida y la de sus amigos…, y seguro que su talento infernal le empujaría a realizar la elección errónea. No importaba la decisión que tomara, de alguna forma sería la equivocada. No obstante, si no se decidía, también significaría la muerte.
Bink comprendió que la única forma que tenía de salvar todo lo demás era matándolos a los dos: al monstruo y a la ninfa-mujer que le amaba. ¡Una elección horrible!
A menos que, de algún modo, consiguiera engañar al monstruo para que se delatara. (Piensa en él como en una cosa: ¡así resultará más fácil liquidarlo!)
—¡Tú eres el monstruo! —exclamó, y cargó contra la ninfa de la derecha, blandiendo la espada en el aire.
Ella echó una mirada por encima del hombro, lo vio, y aulló, poseída por un terror mortal. El olor del aliento de un dragón, que representaba la esencia del horror, resultó abrumador.
Bink completó el arco de su espada, desviándola cuando ella se encogió para protegerse, y la lanzó contra la segunda ninfa, que ya se encontraba casi ante la otra salida. La que él decidió que era el monstruo.
Pero la ninfa que tenía al lado, dominada por el miedo, alzó las manos a la defensiva. Una rozó el brazo con el que Bink sostenía la espada justo en el momento en que arrojaba el arma, entorpeciendo su puntería. ¡De nuevo actuaba su talento, utilizando a su amiga para estropear su ataque al enemigo!
No obstante, nada había terminado. El monstruo, viendo el acero que se le acercaba, saltó a un lado… en la dirección en que iba la espada. La hoja golpeó su pecho y lo atravesó, tal era la fuerza con la que Bink había lanzado su espada encantada. Empalado, el monstruo cayó. ¡Dos actos de mala suerte se habían cancelado mutuamente!
Mientras tanto, Bink se arrojó sobre Joya, inmovilizándola en el suelo.
—Lo siento —se disculpó—. Tuve que hacerlo, para evitar que…
—No importa —repuso ella, debatiéndose por ponerse de pie.
Bink se incorporó y la cogió por el codo para ayudarla. Sin embargo, tenía clavados los ojos en el monstruo moribundo o muerto. ¿Cuál era su forma natural?
El monstruo no se metamorfoseó. Seguía con el mismo aspecto de Joya, pechos plenos, cintura estrecha, caderas proporcionadas, piernas ideales, y un cabello lustroso…, y la sangre que fluía alrededor del acero que la había atravesado. Qué extraño. Si el monstruo se hallaba mortalmente herido, ¿por qué no cambiaba a su forma original? Y, si no lo estaba, ¿por qué no se arrastraba hacia la salida y escapaba?
Joya se apartó de él.
—Deja que vaya a lavarme, Bink —le pidió. En ese momento, no olió a nada.
¿A nada?
—Produce algún olor —le ordenó Bink, sujetándola por un brazo.
—¡Bink, suéltame! —gritó ella, tirando hacia la salida.
—¡Produce algún olor! —rugió él, retorciéndole el brazo a la espalda.
De repente, se halló sujetando a un árbol ahorcador. Sus tentáculos se retorcieron con el fin de atraparlo; sin embargo, carecían de la fuerza de un ahorcador de verdad, incluso del de la especie enana. Bink rodeó el tronco con los brazos y apretó con todas sus fuerzas.
El árbol se transformó en una plana serpiente de mar. Bink agachó la cabeza y siguió apretando. La serpiente se volvió un lobo de dos cabezas y sus fauces buscaron morder las orejas de Bink. Apretó más fuerte; no le importaba perder una oreja si con ello ganaba la batalla. El lobo se convirtió en un lirio tigre y rugió de forma espantosa, pero Bink le estaba aplastando el tallo.
Al final, tuvo una idea inteligente. Se metamorfoseó en un cacto de agujas. Las agujas se clavaron en los brazos y el rostro de Bink…, pero él no lo soltó. El dolor que sentía era terrible; no obstante, sabía que, si le daba un mínimo respiro al monstruo, se convertiría en algo que él no pudiera sujetar; o su propio talento se encargaría de estropearlo todo de forma fortuita. Además, le dominaba la cólera: debido a esta cosa había matado a una ninfa inocente, cuyo único pecado fue amarle. Supuso que los infortunios se habían cancelado cuando su espada mal dirigida la atravesó, y no fue así. ¡Qué tremenda fuerza podía emplear su talento! Le sangraban las manos y la cara, y una aguja se le estaba clavando en un ojo; sin embargo, Bink estrujó ese torso de cacto con una pasión de puro odio hasta que escupió un fluido blanco.
La cosa se disolvió en una viscosidad hedionda. Bink ya no pudo agarrarla; no había nada que sujetar. Pero empezó a despedazarla con las manos, lanzando masas viscosas por toda la arena; luego, con los pies, aplastó la parte principal. ¿Podría el monstruo sobrevivir al desmembramiento, incluso bajo esa faceta?
—Basta —dijo el Demonio—. Le has vencido.
Con un gesto negligente, hizo que Bink quedara limpio y sano, sin rastro alguno de heridas…; y, de algún modo, supo que su talento había vuelto a la normalidad. El Demonio le había estado probando a él, no a su talento. Sí, había ganado…; pero ¿a qué precio?
Corrió hacia Joya —la verdadera Joya—, y recordó aquella vez en la que Camaleón recibiera una herida similar. En aquella ocasión fue por obra del Mago Maligno; mientras que, esta vez, la culpa era de Bink.
—¿La deseas? —le preguntó el Demonio—. Tómala.
Y Joya apareció intacta y hermosa, oliendo a gardenias, como si acabara de ser sumergida en un elixir curativo.
—¡Oh, Bink! —exclamó…, y huyó de la arena.
—Déjala marchar —repuso sabiamente Cherie—. Sólo el tiempo podrá curar la herida invisible.
—Pero no puedo permitir que crea que yo quería…
—Sabe que tu intención no fue matarla, Bink. O lo sabrá con el tiempo, cuando pueda meditarlo. Sin embargo, también sabe que contigo no tiene ningún futuro. Es un ser de las cuevas; la vastedad del mundo de la superficie únicamente conseguiría aterrarla. Aunque tú no estuvieras casado, no podría abandonar su hogar por ti. Ahora que tú te encuentras a salvo, ha de marcharse.
Bink contempló el camino que cogiera Joya.
—Me gustaría que hubiera algo que yo pudiera hacer.
—Dejarla en paz —contestó con firmeza Cherie—. Tiene que desarrollar su propia vida.
—Una buena sensatez equina —estuvo de acuerdo Grundy.
—Te permitiré que realices a tu manera la tarea acordada —le informó el Demonio a Bink—. No me importas tú ni tu bienestar; pero sí respeto las condiciones de una apuesta. Lo único que deseo de tu sociedad es que no se entrometa en mis aposentos privados. Si lo hace, quizá me vea obligado a llevar a cabo algo que lamentaréis…, como cauterizar toda la superficie del planeta con una sola onda ígnea. ¿He expuesto mi orden de forma lo suficientemente clara como para que tu insignificante intelecto la pueda comprender?
Bink no consideraba que su intelecto fuera insignificante comparado con el del Demonio. Era omnipotente, no omnisciente: era todopoderoso, pero no poseía todos lo conocimientos existentes. Sin embargo, no sería diplomático comentarlo en este momento. A Bink no le cabía la más mínima duda de que, si el Demonio se irritaba, podría exterminar toda la vida de la Tierra de Xanth. Por lo tanto, le interesaba mantener al Demonio contento, y asegurarse de que ningún idiota parecido a él husmeara en sus asuntos. Así que su talento se dedicaría a esa tarea…, como a buen seguro debía saberlo X(A/N)th.
—Sí.
Entonces Bink tuvo una idea brillante.
—No obstante, resultaría más fácil mantener tu intimidad si no hubiera cabos sueltos, como Magos perdidos o centauros embalsamados…
Cherie se irguió, alerta.
—¡Bink, eres un genio!
—¿Este Mago? —inquirió Xanth. Alargó el brazo más allá del techo y trajo un esqueleto en un estado horripilante—. Puedo reanimarlo para ti…
Bink, pasada su impresión inicial, vio que ese esqueleto era mucho más largo que el de Humfrey.
—Oh, no me refiero a ese —comentó con alivio—. Es más pequeño, parecido a… un gnomo. Y estaba vivo.
—Oh, este —comentó X(A/N)th. Metió la mano por una pared y sacó al Buen Mago Humfrey, desmelenado pero intacto.
—Ya era hora de que me sacaras de ahí —gruñó Humfrey—. Me estaba quedando sin aire bajo todos aquellos escombros.
En ese momento, el Demonio metió el brazo por el suelo y trajo de vuelta a Chester, envuelto por una brillante capa de agua del lago. Cuando soltó al centauro, la capa que le rodeaba estalló; el agua se evaporó, y Chester miró a su alrededor.
—¡Así que te fuiste a nadar sin mí! —exclamó Cherie con severidad—. Yo me quedo en casa cuidando a tu potrillo, mientras tú te dedicas a recorrer mundo…
Chester hizo una mueca.
—¡Si me voy por ahí es porque tú te pasas todo el tiempo pendiente del potro!
—Eh, creo que no hace falta que… —intervino Bink.
—No te metas en esto —le murmuró ella haciéndole un guiño. Luego, dirigiéndose furiosa a Chester, añadió—: ¡Porque es igual que tú! No puedo evitar que tú arriesgues tu estúpida cola en aventuras peligrosas e insensatas, patán; pero, por lo menos, lo tengo a él para recordarme a…
—¡Si me prestaras más atención, me quedaría más tiempo en casa! —replicó él.
—Bien, a partir de ahora te prestaré más atención, cabeza de caballo —dijo ella, besándole a medida que la arena se convertía en una cámara más coqueta a su alrededor—. Te necesito.
—¿De veras? —preguntó él, agradecido—. ¿Para qué?
—¡Para tener otro potrillo, imbécil! Uno que se parezca a mí y que puedas llevar contigo a cabalgar…
—Sí —aceptó él con una repentina iluminación—. ¡Empecemos ya! —Entonces miró a su alrededor, recordando dónde estaba, y se ruborizó. El golem realizó un gesto burlón—. Bueno, a su debido momento.
—Y también podrás correr un poco con Chet —continuó ella—. Y ayudarle a que descubra su talento.
No dejó entrever nada de la incomodidad que debió sentir al decir esa palabra.
Chester se la quedó mirando.
—¿Su…? ¿Quieres decir que tú…?
—Oh, vamos, Chester —restalló ella—. Tú te equivocas diez veces al día. ¿No puedo equivocarme yo una vez en la vida? Mentiría si reconociera que me gusta; pero, como parece que la magia pertenece a la herencia de los centauros, tendré que vivir con ello. Después de todo, la magia puede ser útil…, te trajo de regreso a mí. —Se detuvo, mirándole de reojo—. De hecho, quizá fuera más dócil con un poco de música de flauta.
Sorprendido, Chester la miró, luego observó a Bink, y se dio cuenta de que alguien se había ido de la lengua.
—Eso tiene solución…, en una intimidad decente. Después de todo, somos centauros.
—Eres un bestia —le dijo ella, moviendo la cola delante de él. Bink contuvo una sonrisa. ¡Cuando Cherie aprendía una lección, la aprendía bien!
—Parece que, a pesar de lo aburrida que resultó, la situación se ha aclarado —dijo el Demonio—. Si ya estáis dispuestos a marcharos y a no regresar jamás…
Sin embargo, Bink no se sentía satisfecho del todo. Desconfiaba de la repentina generosidad del Demonio.
—¿De veras te sientes contento de permanecer aislado para siempre de nuestra sociedad?
—Vosotros no podéis aislarme —indicó el Demonio—. Yo soy la fuente de la magia. Os aislaréis vosotros. Observaré y participaré en ella cuando lo desee…, lo cual, con toda probabilidad, no sucederá nunca, ya que vuestra sociedad carece de interés para mí. Una vez que os hayáis marchado, os olvidaré.
—Como mínimo deberías agradecerle a Bink el que te liberara —intervino Cherie.
—Se lo agradezco salvándole su ridícula vida —contestó X(A/N)th; si Bink no lo supiera mejor, habría creído que el Demonio estaba irritado.
—¡Se ganó su vida! —le devolvió ella—. ¡Tú le debes mucho más!
Bink intentó aplacarla.
—No le provoques —murmuró—. Con un simple parpadeo nos puede borrar de la existencia…
—Sin siquiera parpadear —corroboró el Demonio. Movió un párpado, como si fuera a cerrarlo.
—Bien, y Bink podría haber dejado que te pudrieras durante mil años más también sin parpadear —gritó ella, sin prestarle atención—. Sin embargo, no lo hizo. Porque posee lo que tú jamás podrás comprender: ¡humanidad!
—Yegua, me tienes intrigado —musitó X(A/N)th—. Es verdad que soy omnipotente, no omnisciente…; sin embargo, creo que, si me concentrara, podría comprender las motivaciones humanas.
—¡Te reto a que lo hagas! —gritó ella.
Hasta el mismo Chester se puso nervioso.
—¿Qué intentas hacer, Cherie? —le preguntó—. ¿Deseas que nos extermine a todos?
El Demonio miró a Grundy.
—Media cosa, ¿tiene algún sentido su desafío?
—¿Qué obtendré a cambio de contestarte? —quiso saber el golem.
El Demonio alzó un dedo. La luz se solidificó alrededor de Grundy.
—Eso.
La luz pareció penetrar en el golem…, y de pronto el golem dejó de ser una cosa de arcilla y paja. Se erguía sobre piernas reales, y mostraba un rostro con vida. Se había convertido en un elfo.
—¡Soy… soy real! —gritó. Luego, notando la mirada del Demonio sobre él, recordó la pregunta—: ¡Sí, tiene sentido! Es un componente de un ser que puede sentir. Tienes que reír, llorar, experimentar la pena y la gratitud, y…, es lo más maravilloso que hay…
—Entonces lo meditaré —aceptó el Demonio—. En uno o dos siglos, cuando haya aprendido el cambio de nomenclatura. —Volvió a dirigirse a Cherie—. ¿Te satisfaría un regalo, yegua sensible?
—No necesito nada —repuso ella—. Ya tengo a Chester. Bink es el elegido.
—Bien. Le concedo a Bink un deseo.
—¡No, no se trata de eso! Has de mostrar que lo entiendes dándole algo agradable en lo que él mismo no haya pensado.
—Ah, otro reto —comentó el Demonio. Se quedó pensativo. Entonces, alargó el brazo y alzó a Cherie en una mano. Bink y Chester se sobresaltaron, alarmados. Pero no se trataba de un movimiento hostil—. ¿Bastará con esto?
El Demonio se la llevó a la boca. De nuevo Bink y Chester se revolvieron; sin embargo, el Demonio sólo le murmuraba algo al oído; fue un susurro tan enorme que sacudió todo su cuerpo. Aun así, los demás no pudieron escuchar las palabras.
Cherie se irguió.
—¡Claro que será suficiente! ¡Ahora comprendes! —exclamó.
—Fue una simple interpolación de los gestos que observé entre los de su especie. —El Demonio la depositó en el suelo y, después, movió otro dedo. En el aire apareció un pequeño globo que se dirigió hacia Bink, que lo cogió. Parecía una burbuja sólida—. Ese es tu deseo…, el que tú has de elegir por ti mismo —indicó el Demonio—. Mantén la esfera delante de ti y pronuncia tu deseo; cualquier cosa que haya dentro del reino de la magia, se te concederá.
Bink alzó el globo.
—Deseo que los hombres de piedra que fueron devueltos a la vida por la ausencia de la magia, y regresaron al poblado del polvo mágico, permanezcan de carne y hueso ahora que ha vuelto la magia —dijo—. Y que el grifo hembra no se convierta otra vez en oro. Y que todas las cosas que murieron por la falta de magia, como el cerebro de coral…
El Demonio realizó un ínfimo gesto de impaciencia.
—Como puedes ver, la burbuja no ha estallado. Lo que significa que tu deseo no se cualifica. Hay dos razones para ello. La primera es que no es egoísta; con él, tú no obtienes nada. Y la segunda es que esos hechizos de piedra y de oro sólo pueden ser reinstaurados al aplicarlos otra vez; cuando son interrumpidos, desaparecen. Ninguna de esas personas se han vuelto de nuevo en piedra u oro, y ninguno de los hechizos similares de tu tierra ha sido empleado nuevamente. Tan sólo la vida mágica se ha restaurado, como la del golem y la del coral. Los otros hechizos son como el fuego: una vez que se inician, arden de forma continua; pero, cuando se los apaga, permanecen desactivados. Por lo tanto, no hagas que pierda mi tiempo con tales redundancias; tu deseo ha de tener un objetivo egoísta.
—Oh, —repuso Bink, desconcertado—. No se me ocurre ningún deseo de ese tipo.
—Sin embargo, fue una idea generosa —le murmuró Cherie.
El Demonio hizo un gesto con la mano.
—Llevarás el deseo contigo hasta que lo utilices. Ya basta; me han aburrido estas trivialidades.
El grupo se encontró de pronto en el bosque del que habían partido Bink, Cherie y el potrillo. Era como si el Demonio nunca hubiera existido…, a excepción de la esfera. Y que los amigos de Bink habían sido recuperados. Y que la magia forestal había renacido. Incluso Cherie parecía satisfecha ahora con la magia.
Bink sacudió la cabeza y se guardó el globo del deseo en el bolsillo. Todo lo que deseaba en este momento era regresar a casa junto a Camaleón, y para ello no le hacía falta magia alguna.
—Yo llevaré a Bink, como siempre —comunicó Chester—. Cherie, tú carga con el Mago… —se detuvo—. ¡Crombie! ¡Nos olvidamos del grifo bocazas!
Bink tanteó en su bolsillo.
—No, lo tengo aquí, en la botella. Ya puedo liberarlo…
—No, deja que se quede un poco más en su interior —decidió Chester. Estaba claro que todavía no había perdonado por completo al soldado por la salvaje lucha que habían librado.
—Quizá sea lo mejor —aceptó Cherie—. Estaba en una lucha a vida o muerte cuando quedó confinado. Tal vez al salir reanude la pelea.
—¡Déjalo salir! —exclamó entonces Chester, beligerante.
—Creo que lo más atinado es que aguardemos —dijo Bink—. Por las dudas.
Estaba anocheciendo, pero ellos avanzaban con rapidez. Los monstruos de la noche, después de la experiencia vivida, no ofrecían terror alguno. Bink sabía que, si fuera necesario, podría emplear su deseo para evitarles el peligro. O podría liberar a Crombie y dejar que él se ocupara de la situación. La mayoría de las criaturas del yermo aún no se había recuperado del impacto de la pérdida temporal de la magia, razón por la que no se comportaban agresivamente.
Sin embargo, Chester tenía un problema.
—He pagado mi servicio por una Respuesta —le recordó al Buen Mago—. No obstante, descubrí mi talento por mis propios medios. Ahora podría preguntar cuál es el talento de Cherie…
—Yo ya lo conozco —comentó Cherie, ruborizándose un poco por la confesión casi obscena—. ¡No desperdicies tu Pregunta en eso!
—¿Sabes cuál es tu talento? —repitió Chester, sorprendido—. ¿Cuál…?
—Te lo contaré en otra ocasión —repuso ella con pudor.
—Pero eso me deja sin un deseo…, quiero decir, sin una Respuesta —insistió—. Pagué por ella con mi vida, y no sé qué preguntar.
—No hay problema —comentó Humfrey—. Si quieres, te indico qué pregunta formular.
—¿Podrías? —Entonces Chester se dio cuenta de la trampa—. ¡Y así acabarías tu servicio! Si me dices la Pregunta, anularías la Respuesta… ¡Y yo me quedaría sin Respuesta a mi Pregunta!
—Sí, parece que se plantea un inconveniente —admitió Humfrey—. Tal vez desees pagarme con otro servicio…
—¡Ni por un cabello de tu hermosa cola! —gritó Cherie—. ¡Se acabaron las aventuras lejos de casa!
—Creo que ya se está acabando mi libertad —musitó Chester, aunque no parecía muy disgustado.
Bink oyó todo aquello con aire sombrío. Le alegraba ir a casa; sin embargo, aún se sentía culpable por lo que le había ocurrido a Joya. Poseía la posibilidad de un deseo…, aunque sabía que no podía hacer que Joya dejara de amarle. Su amor era real, no mágico, y no podía ser finalizado mágicamente. Además, ¿cómo reaccionaría Camaleón ante esto? Tendría que contarle…
Cuando cayó la noche galoparon al palacio. Los terrenos se hallaban iluminados por brillantes polillas luna, cuyo aletear de verde resplandor le daba al palacio una belleza alienígena.
Estaba claro que la Reina Iris sabía de su llegada, ya que, a medida que hacían su entrada, se alzaron tres lunas que iluminaron vivamente el palacio, y se escuchó una fanfarria de trompetas invisibles. De inmediato se les condujo a la biblioteca, la estancia favorita del Rey.
Sin ningún tipo de ceremonia, Bink narró su historia. El Rey Trent escuchó sin interrumpirla. Cuando Bink hubo concluido, asintió.
—Me encargaré de que se active el escudo tal como sugieres —comentó por fin el Rey—. Creo que no haremos pública la presencia del Demonio, aunque nos encargaremos de que nadie le moleste.
—Estaba seguro de que lo veríais de esta forma —repuso Bink, aliviado—. Yo…, no tenía ni idea de que mi búsqueda acarrearía semejantes consecuencias. Debió ser terrible la falta de magia aquí, en el castillo.
—Oh, no tuve ningún problema —contestó el Rey—. Recuerda que pasé veinte años en Mundania. Todavía mantengo ciertas costumbres que no necesitan para nada la magia. No obstante, Iris estuvo a punto de sufrir una crisis nerviosa, y el resto del reino no lo pasó mucho mejor. Sin embargo, creo que el efecto ha sido positivo; ahora los ciudadanos aprecian de verdad la magia que poseen.
—Supongo que sí —admitió Bink—. Nunca me di cuenta de lo importante que era la magia hasta ver a Xanth sin ella. Aunque en nuestro grupo aún permanecen algunos cabos sueltos perturbadores. Chester dispone de una Pregunta que todavía no ha empleado, y yo tengo un deseo que no puedo utilizar, y Crombie se halla confinado…
—Ah, sí —repuso el Rey—. Será mejor que le devolvamos su forma en este momento.
Bink descorchó la botella y liberó a Crombie. El grifo se hizo sólido.
—¡Squawk! —proclamó.
—Ya era hora —tradujo Grundy.
El Rey Trent miró al grifo…, y este se convirtió en un hombre.
—Bien —comentó Crombie, palpándose para asegurarse de su condición—. No te hizo falta mantenerme embotellado. Durante todo el tiempo pude escuchar lo que hablabais. —Se volvió hacia Chester—. Y tú, masa con cabeza de casco…, luché contigo sólo porque el coral me controlaba. Una vez que eso se arregló, no tenías que temerme.
Chester se envaró.
—¡Temerte a ti! Cerebro de plumas…
—Cuando quieras que nos batamos de nuevo, cola de caballo…
—Ya es suficiente —intervino con voz suave el Rey, y los dos, aunque a regañadientes, callaron.
El Rey Trent sonrió, mirando de nuevo a Bink.
—A veces pasas por alto lo obvio, Bink. Deja que Chester te dé su Respuesta.
—¿A mí? Pero es suya…
—Claro, te la ofrezco —dijo Chester—. A mí no me hace falta.
—Pero yo ya dispongo de un deseo que no puedo emplear, y…
—Y, ahora, emplea la Pregunta de Chester para formularle al Mago lo que debes hacer con tu deseo —aconsejó el Rey.
Bink se volvió a Humfrey. El hombre roncaba apagadamente, hundido en un cómodo sillón. Se produjo una extraña pausa.
Grundy se acercó al Mago y tiró de su tobillo.
—Ponte a trabajar, enano.
Humfrey se despertó con un leve sobresalto.
—Dáselo a Crombie —contestó el Mago antes de que Bink abriera la boca, y volvió a quedarse dormido.
—¿Qué? —exclamó Chester—. ¿La Respuesta por la que tanto sudé le da un deseo gratis al pájaro?
Lo mismo se preguntó Bink; sin embargo, le tendió la burbuja-deseo a Crombie.
—¿Puedo preguntarte en qué vas a utilizarlo?
Crombie meditó durante un instante, algo inusual en él.
—Eh, Bink, ¿recuerdas a aquella ninfa, la que…?
—Joya —corroboró Bink—. Me aterra tener que explicarle esa cuestión a…
—Bueno, pues…, yo, eh, tenía un fragmento del espejo mágico conmigo en la botella, y lo utilicé para ver a Sabrina, y…
—Me temo que la constancia nunca ha sido su fuerte —intervino el Rey—. De todas formas, no creo que fuerais el uno para el otro.
—¿Qué pasa con ella? —preguntó Bink, perplejo.
—Me estaba engañando —contestó Crombie con una mueca—. Casi cuando me tenía a punto…, pero el otro hombre está casado, así que pensaba decirme que el niño era mío, y…, ¡sabía que no podía confiar en una mujer!
Así que Sabrina había abandonado a Crombie del mismo modo que a Bink, justo antes de conocer a Camaleón. No obstante, planeaba casarse con Crombie…, que le había prometido que se casaría con ella a menos que antes se casara con otra.
—Lo siento —repuso Bink—. Creo que lo más sensato es que lo olvides. No tiene ningún sentido que desperdicies un deseo en la venganza.
—No, no es eso lo que tenía en mente —le aseguró Crombie—. Ahora no confiaría en ninguna mujer. Sin embargo, creo que podría amar a una ninfa…
—¿Joya? —inquirió Bink, sorprendido.
—No espero que lo creas —dijo Crombie seriamente—. Ni yo mismo me lo creo. Pero un soldado ha de enfrentarse a la realidad. Perdí la batalla antes de que empezara. Allí estaba yo, tendido en la grieta en la que me heriste, Bink. No te culpo por ello; fue una buena lucha, pero la herida me dolía como no te lo puedes imaginar. Y, de repente, apareció ella, oliendo a pino y a gardenias, con el elixir curativo. Nunca en mi vida vi algo tan dulce. Era débil y titubeante, como una ninfa. No representaba amenaza alguna para un hombre, y menos aún para un soldado. Ninguna competencia. La clase de mujer con la que de verdad podría llevarme bien. Y la forma en que permaneció a tu lado… —Crombie sacudió la cabeza—. Esa es la causa por la que, después de señalarte la dirección del antídoto, retorné al interior de la botella. No haría nada que lastimara a esa ninfa y, si te hubiera matado, la habría destrozado también a ella. Pero, si tú conseguías el antídoto, te desenamorarías de ella, que era lo que yo quería que sucediera. Es preciosa y leal. Sin embargo, como aún te ama…
—Es inútil —dijo Bink—. Nunca más la veré y, aunque me encontrara de nuevo con ella… —Se encogió de hombros—. No puede haber nada entre los dos.
—Así es. Por lo tanto, si a ti no te importa, aceptaré esta esfera y desearé que ella beba un poco de la poción de amor…, y que sea yo la primera persona a la que vea. Entonces, ella sentirá lo mismo que tú sentiste por ella. Sólo que yo estoy libre. Y he llegado a la conclusión de que tendré que casarme con alguien.
Crombie era un soldado valiente y un hombre atractivo. Tarde o temprano, el amor que comenzara la poción se volvería real. El dolor que sentía Joya por lo que Bink le había hecho cuando la derribó con la espada haría que la transición resultara más fácil. Salvo…
—Pero a ti te gusta viajar mucho —comentó Chester, antes de que Bink pudiera plantear la misma objeción—. Ella vive en el mundo subterráneo, plantando piedras preciosas. Es su trabajo; no lo abandonaría.
—Nos separaremos…, y nos volveremos a reunir —respondió Crombie—. La veré de vez en cuando, no todo el tiempo. Es como me gusta. Yo soy un soldado.
Y así, de forma sencilla, quedaba arreglado el problema de Bink.
—¿Y qué pasa conmigo? —inquirió Grundy—. Sin pico de pájaro, no tengo trabajo. Ahora soy real; no puedo desaparecer.
—De vez en cuando surge la necesidad de alguna traducción aquí en la corte —comentó el Rey—. Te buscaremos un trabajo. —Miró a todos—. Creo que con esto es suficiente por esta noche. Se os han preparado a todos unas cámaras en palacio.
Al concluir esas palabras, los escoltó fuera. Bink fue el último en marcharse.
—Yo…, siento todos los problemas que he causado —se disculpó—. El Buen Mago trató de advertírmelo, y lo mismo hizo el demonio Beauregard, pero no les presté atención. Sólo porque deseaba conocer la fuente de la magia…
—Olvídalo, Bink —le dijo el Rey, con una sonrisa tranquilizadora—. Yo era consciente de que existía un elemento de riesgo cuando te envié en esa misión…; yo sentía la misma curiosidad que tú por conocer cuál era la fuente de la magia, y pensé que la persona más idónea para descubrirla eras tú, que te verías protegido por tu talento. Estaba convencido de que tu magia te haría volver a salvo.
—Sin embargo, mi talento se perdió cuando desapareció la magia, y…
—¿De veras, Bink? ¿No te pareció curioso que el retorno del Demonio fuera tan fortuito?
—Bueno, quería un lugar privado para…
—Que podría haber buscado en cualquier sitio del universo. ¿Qué le trajo realmente de vuelta? He llegado a la conclusión de que fue tu talento, que todavía velaba por tu bienestar a largo plazo. Tu matrimonio estaba pasando un momento de crisis, así que tu magia preparó una situación extraordinaria para arreglarlo.
—Yo…, ¡no puedo creer que mi talento funcione para afectar al origen de la propia magia! —protestó Bink.
—Yo sí. El proceso se llama realimentación y, de hecho, puede, lo hace, reflejarse profundamente en el origen. La misma vida puede contemplarse como un proceso de realimentación. Pero, aunque ese no fuera el caso, tu talento podría haber anticipado la cadena de acontecimientos y establecer un curso de acción que, inevitablemente, haría que la magia regresara a la Tierra de Xanth, del mismo modo que una flecha que se dispara al aire está obligada a retornar…
—Eh, cuando luchamos contra las constelaciones, las flechas de Chester no…
El Rey sacudió la cabeza.
—Olvida mi inadecuada analogía. No te aburriré más con mi perspectiva Mundana. Me satisface el resultado de tu búsqueda, y tú también deberías estarlo. Sospecho que, si hubiera existido otro motivo para liberar al Demonio, X(A/N)th jamás habría regresado a nuestro reino. Aunque, en este momento, la cuestión es académica. Hemos de buscarte otra ocupación, pero no hay prisa. Ve a casa a ver a tu mujer y a tu hijo.
—¿Mi hijo?
—Oh, ¿no te lo mencioné? Al anochecer te convertiste en el padre de una criatura con poderes de categoría de Mago, mi posible sucesor al trono…, llegado el momento. Creo que el talento del niño es el regalo que eligió para ti el Demonio, y, tal vez, otra de las causas por las que tu talento te hizo emprender esta aventura.
—¿Qué talento posee el bebé? —preguntó Bink, un poco mareado. Su hijo… ¡un Mago declarado desde su nacimiento!
—¡No pienso estropearte la sorpresa diciéndotelo! —El Rey Trent le dio una amistosa palmada en el hombro—. ¡Tu vida hogareña ya no volverá a ser aburrida!
Bink emprendió la marcha hacia su casa. Los talentos jamás se repetían en la Tierra de Xanth, con la posible excepción de los demonios, así que su hijo no podía ser un transformador, como el Rey; o un amo de las tormentas, como el Rey anterior; o un adaptador mágico, como el Rey Roogna, que había construido el Castillo Roogna; o un ilusionista, como la Reina Iris. ¿Qué sería, que se manifestaba tan pronto?
A medida que se acercaba a su casa, situada en el borde de los terrenos de palacio, y olía el leve aroma residual del queso que la formaba, los pensamientos de Bink se centraron en Camaleón. Sólo había transcurrido una semana desde que la dejara, pero parecía un año. Ahora se hallaría en su fase normal, con un aspecto y una inteligencia corrientes: la que él prefería. Las preocupaciones que sintieron por la venida del bebé ya habrían acabado; el niño no cambiaba como ella, y tampoco poseía un talento oculto como el de Bink. El amor que sentía por ella experimentó una dura prueba con la poción de amor y la disponibilidad de una alternativa adorable. Qué alivio sentía al saber que Crombie iría en pos de la ninfa…, aunque bien podía tratarse de otra acción de su talento. De cualquier modo, ahora Bink sabía cuánto amaba a Camaleón. Si no hubiera vivido esta aventura, quizá nunca lo habría descubierto. El Rey tenía razón; él…
Alguien salió de la casa. Proyectaba una sombra triple bajo la luz de las tres lunas, y era hermosa. Corrió a su encuentro con una exclamación de júbilo, la abrazó y… descubrió que no era Camaleón.
—¡Millie! —exclamó, soltándola en el acto. Poseía una atracción sexual extraordinaria; pero a quien deseaba era a Camaleón—. ¡Millie, la fantasma! ¿Qué estás haciendo aquí?
—Cuidando de tu esposa —contestó Millie—. Y de tu hijo. Creo que me va a gustar ser niñera otra vez. En especial de una persona tan importante.
—¿Importante? —preguntó Bink, sin comprender.
—¡Habla con las cosas! —farfulló ella, con entusiasmo—. Quiero decir que les hace gú-gú, y las cosas le responden. Su cuna le canta, su almohada grazna como un pato, una roca me advirtió que no tropezara con ella para no tirar al Mago…
—¡Comunicación con lo inanimado! —jadeó Bink, comprendiendo la importancia que tenía—. Nunca se perderá, porque todas las rocas le indicarán el camino. Nunca padecerá hambre, porque un lago le comunicará el mejor lugar para pescar, o un árbol…, no, un árbol no, es un ser vivo…, alguna roca le dirá dónde encontrar fruta. Podrá aprender más que el propio Mago Humfrey, ¡y sin tener que establecer pactos con los demonios! Aunque algunos de mis mejores amigos son demonios, como Beauregard… Nadie podrá traicionarle, porque las paredes le revelarán cualquier intriga tramada contra él. Podrá…
Una forma sombría se cernió en la oscuridad, derramando trozos de tierra. Bink cogió su espada.
—¡Oh, no, no hay peligro! —gritó Millie—. ¡Se trata de Jonathan!
—No es un hombre… ¡es un zombi! —protestó Bink.
—Es un viejo amigo mío —dijo ella—. Le conocí cuando el Castillo Roogna era nuevo. Ahora que he vuelto a la vida, se siente responsable por mi bienestar.
—Oh. —Bink se dio cuenta de que aquí había una buena historia…, pero, de momento, lo único que deseaba era ver a su esposa y a su hijo—. ¿Es el mismo zombi con el que me encontré…?
—En el jardín —concluyó ella—. Se perdió en el laberinto de la Reina, la noche de la fiesta de aniversario. Luego fue a buscarme al interior, y resultó adobado. ¡Hizo falta un buen hechizo para cancelar al otro! Ahora estamos buscando un hechizo que le devuelva también la vida, para que… —Se ruborizó.
No había duda de que el zombi, en vida, fue algo más que un amigo. Millie, en aquella fiesta, había mostrado un interés embarazoso en el propio Bink; pero parecía que la aparición del zombi había acabado con ese deseo. Otro cabo suelto que el talento de Bink se había encargado de atar.
—Cuando mi hijo crezca, le podremos pedir que lo averigüe —señaló Bink—. En algún lugar debe de haber una roca que sepa el emplazamiento del hechizo que pueda restaurar a la vida a los zombis.
—¡Oh, sí! —exclamó Millie, extasiada—. ¡Oh, gracias!
Bink miró al zombi, aunque no le ofreció estrecharle la mano.
—Creo que tú fuiste otro presagio para mí, Jonathan. Cuando te vi la primera vez, anunciabas la muerte con todos sus horrores: la muerte de la magia. Sin embargo, a través de esa muerte, hallé una especie de renacimiento…, y lo mismo te ocurrirá a ti.
Bink se volvió hacia la puerta de la casa, dispuesto a reunirse con su familia.