Como un relámpago, el Demonio quedó libre al instante. La filtración del entorno cercano a X(A/N)th no era nada comparado con la magia completa de su liberación. Hubo un brillo cegador, un ruido ensordecedor, y una explosión que lanzó a Bink al extremo de la cueva. Chocó con un fuerte impacto contra una pared. A medida que sus sentidos se aclaraban, percibió el derrumbamiento de la caverna en cámara lenta, tanto en visión como en sonido. Piedras enormes cayeron al suelo y se pulverizaron en arena. Todo parecía estar colapsándose en el espacio que había ocupado el Demonio. Bink no había anticipado esta reacción: no la destrucción por voluntad propia de X(A/N)th, no el tedio de la pérdida de la magia, sino la indiferente extinción ante el despertar del Demonio. Era verdad: al Demonio no le importaba.
Mientras el polvo casi le ahogaba y la única luz provenía de las chispas de las rocas al chocar, Bink se preguntó qué había hecho. ¿Por qué no le prestó atención a la advertencia del cerebro de coral y dejó al Demonio en paz? ¿Por qué no había cedido al amor de Joya y…?
Incluso ante la masacre que se avecinaba, mientras esperaba el fin de su vida, ese pensamiento le hizo detenerse, sorprendido. ¿Amor? ¡No! ¡Ya no estaba enamorado de Joya!
Eso significaba que la magia había desaparecido de verdad. La poción de amor había sido anulada. Su talento ya no le protegería. La Tierra de Xanth era ahora igual que Mundania.
Bink cerró los ojos y lloró. Había un montón de polvo que flotaba en el aire y que sus ojos necesitaban limpiar; además, sentía un miedo atroz…; sin embargo, había mucho más. Lloraba por Xanth. Había destruido la peculiaridad única del mundo que conocía; aunque sobreviviera al derrumbamiento de la cueva, ¿cómo podría vivir con las consecuencias?
Desconocía cómo reaccionaría la sociedad a la que pertenecía. ¿Qué les ocurriría a los dragones, a los árboles ahorcadores, a los zombies? ¿Cómo podría la gente vivir sin magia? Era como si toda la población hubiera sido bruscamente exiliada al terrible reino de los que no poseían talento.
La acción cesó. Bink vio que su cuerpo estaba cubierto de costras de polvo rocoso, magullado, pero con las extremidades y la espada intactas. Milagrosamente, había sobrevivido.
¿Y los demás? Escudriñó a través de los escombros. Una débil luz descendía desde un agujero a una gran distancia del techo; evidentemente se trataba de la ruta de partida del Demonio. X(A/N)th debió haber salido en línea recta hacia el exterior, abriéndose camino ajeno al obstáculo rocoso. ¡Qué poder!
—¡Mago! ¡Joya! —gritó Bink, pero no obtuvo respuesta.
La caída de las rocas había sido tan completa que únicamente la parte en la que se hallaba él permanecía en parte limpia. Justo antes de que se desvaneciera, su talento debió salvarle. No obstante, ya no podría depender jamás de él; quedaba claro que los hechizos habían sido los primeros síntomas de la magia en desaparecer.
Salió de los escombros. Se alzó un remolino de polvo que lo cubrió todo. Bink se dio cuenta de que, aunque había sido consciente del proceso completo de la marcha del demonio, en realidad quizás hubiera permanecido sin sentido durante algún tiempo. ¡Había caído tanto polvo! Sin embargo, no tenía ningún golpe en la cabeza, ni tampoco le dolía. No obstante, la explosión física y mágica de la liberación del Demonio podía justificar muchos efectos incongruentes.
—¡Mago! —volvió a llamar, sabiendo que era inútil.
Él, Bink, había sobrevivido…, pero sus amigos carecían de la protección crítica de la que gozó él en el momento crucial. En algún lugar, debajo de ese montón de rocas…
Vislumbró un destello, un reflejo débil apenas visible entre dos rocas oscuras. Las separó, y allí estaba: era la botella que contenía a Crombie. La cubrían unos jirones. Bink alzó el frasco y dejó que la tela cayera… y vio que se trataba de lo que quedaba de Grundy, el golem. La pequeña figura-hombre debía su animación a la magia; ahora sólo era un simple trozo de tela inanimado.
Bink volvió a cerrar los ojos y experimentó una nueva sensación de angustia. Hizo lo que le había parecido correcto… Sin embargo, no calibró en su verdadera medida las consecuencias de su acto. Las definiciones de la moralidad eran cosas intangibles; la vida y la muerte sí eran tangibles. ¿Con qué derecho había condenado a estos seres a la muerte? ¿Resultaba moral para él condenarlos en nombre de su propia moralidad?
Se guardó el trozo de tela en el bolsillo, junto con la botella. Estaba claro que el último acto del golem había sido aferrarse a la botella para protegerla con su cuerpo. El resultado fue positivo, y así, Grundy dio su vida por la del grifo al que servía como traductor. Se había preocupado y, de ese modo, había conseguido su realidad…, justo en el momento en que le era arrebatada por las circunstancias. ¿Dónde radicaba la moralidad de eso?
Sacudido por otro pensamiento, Bink sacó la botella del bolsillo. ¿Se hallaba Crombie aún en su interior? ¿Bajo qué forma? En un mundo sin magia, podría estar muerto…, a menos que en el frasco tapado quedaran algunos residuos mágicos…
¡Mejor que no la abriera! La única posibilidad que le quedaba a Crombie residía en esa botella. Si la abría y la magia se disipaba en el aire…, ¿emergería Crombie otra vez como un hombre, o con la forma de grifo, o simplemente como una masa comprimida en el interior de una botella? Bink, al liberar al Demonio, había corrido un riesgo enorme; no pensaba hacer lo mismo con la vida de su amigo. Se guardó de nuevo la botella.
Qué mal se sentía en las profundidades de ese agujero. Solo con una botella, un golem muerto y su propia angustia. Ya no veía tan claro el principio ético en el que había basado su decisión. El Demonio Xanth permaneció prisionero durante mil años. Podría haber seguido así durante un siglo más sin sufrir daño alguno, ¿no?
Bink descubrió que, después de todo, no se hallaba en el fondo del agujero. Los escombros conducían todavía más abajo, donde se veía un agua oscura. ¡El lago! Sin embargo, su nivel había bajado de forma drástica; distinguió débilmente los grises círculos de una estructura que anteriormente había estado sumergida. ¡El cerebro de coral! También se hallaba muerto; no podía existir sin la potente magia del Demonio.
—Temo que tenías razón, coral —comentó Bink, con tristeza—. Me dejaste llegar hasta aquí, y yo te destruí. A ti y a nuestro mundo.
Le llegó un olor a humo…, no se trataba del olor limpio de un fuego, sino de los rescoldos acres de la vegetación quemada a medias. Seguro que la partida del Demonio había incendiado algunos arbustos, siempre que existiera alguno aquí abajo. Debió causarlo la magia intensa, dejando a su estela un fuego real. Con toda probabilidad, no ardería demasiado tiempo en esta atmósfera cerrada; pero, no cabía duda de que estaba apestando el lugar.
Entonces escuchó un delicado gemido. ¡No podía provenir del coral! Trastabilló por entre las piedras en dirección al sonido…, y encontró a Joya, atrapada en una grieta vertical; sangraba de un corte en la cabeza, pero estaba viva. Rápidamente, la sacó de la hendidura y cargó a medias con ella hacia un lugar más despejado. La apoyó contra una roca y le dio unas palmaditas en la cara para tratar de reanimarla.
Ella se agitó.
—No me despiertes, Bink. Deja que muera en paz.
—Los he matado a todos —repuso él, sombríamente—. Por lo menos, tú podrás…
—¿Volver a mi trabajo? No puedo realizarlo sin magia.
Había algo extraño en ella. Bink se concentró hasta que lo descubrió.
—¡No hueles!
—Era debido a la magia —contestó ella. Suspiró—: Si estoy viva, supongo que seguiré viva. Aunque, de verdad, me gustaría que me dejaras morir.
—¡Dejarte morir! ¡Jamás lo haría! Yo…
Ella alzó los ojos y le miró. A pesar de que el polvo se le había pegado a la cara junto con la sangre, estaba preciosa.
—La magia ha desaparecido. Tú ya no me amas.
—No obstante, mi obligación es llevarte a tu hogar —dijo Bink.
Miró hacia arriba en busca de una ruta adecuada, y no pudo captar la expresión enigmática de ella.
Buscaron entre los escombros durante un tiempo; sin embargo, no pudieron hallar al Mago. En cierto sentido, Bink se sintió aliviado; ahora podía mantener la esperanza de que Humfrey hubiera sobrevivido, marchándose antes que él.
Bink escudriñó la salida que había abierto el Demonio.
—Nunca conseguiremos llegar ahí arriba —afirmó lúgubremente—. La mayor parte es una pared vertical.
—Conozco un camino —comentó Joya—. Será difícil sin la ayuda del excavador; pero existen pasadizos naturales…, ¡oh! —se interrumpió de repente.
Había un monstruo que les bloqueaba el camino. Se parecía a un dragón, aunque carecía de alas y de fuego. Se asemejaba más a una serpiente con patas.
—Creo… que se trata de un dragón de los túneles —explicó Joya—. No obstante, falta algo.
—La magia —repuso Bink—. Se está transformando en una criatura mundana… y no lo comprende.
—¿Quieres decir que yo me transformaré en una mujer mundana? —preguntó ella, sin mucho disgusto.
—Creo que sí. En realidad, no hay una gran diferencia entre una ninfa y una…
—Usualmente no molestan a la gente —continuó ella, incómoda. Antes de que Bink pudiera reaccionar, aclaró—: Son dragones muy tímidos.
Oh. La típica incongruencia de las ninfas. Bink mantuvo la mano cerca del pomo de la espada.
—Se trata de una ocasión poco usual.
Tal como había supuesto, la serpiente con patas cargó contra ellos, con las fauces completamente abiertas. Aunque, por tratarse de un dragón terrestre, era pequeño, ya que su morfología estaba preparada para introducirse por pasajes estrechos, seguía siendo una criatura formidable. Su cabeza era más ancha que la de Bink, y su cuerpo poderosamente sinuoso. Bajo las condiciones que presentaba la cueva, Bink no podía empuñar libremente la espada, de modo que la mantuvo recta delante de él.
La serpiente cerró la boca sobre el acero…; una tontería, ya que la hoja encantada le partiría las mandíbulas en dos. Los dientes se cerraron…, y la espada saltó de las manos de Bink.
Entonces recordó: sin la magia, el encantamiento de la espada ya no existía. Tenía que empuñarla y manejarla él.
La serpiente arrojó el acero a un lado y volvió a abrir las fauces. De su labio inferior manaba sangre; la hoja le había causado un corte menor. Sin embargo, ahora Bink se enfrentaba al monstruo desarmado.
La cabeza se lanzó hacia delante. Bink retrocedió. Pero, cuando falló el golpe y la cabeza descendió, Bink golpeó a la serpiente con el puño. La cosa siseó con furiosa sorpresa cuando dio con la barbilla contra el suelo. Pero el pie de Bink ya se encontraba sobre su cuello, tratando de aplastarlo. Las patas de la serpiente arañaron el suelo en un intento por liberarse. Sin embargo, Bink la tenía inmovilizada.
—¡Mi espada! —gritó. Joya la recogió con rapidez y se la alargó, con el extremo puntiagudo hacia él. Bink extendió la mano para cogerla antes de percatarse, lo cual casi hizo que perdiera el equilibrio cuando frenó su gesto—. ¡Por el otro lado! —restallo.
—Oh.
A ella no se le había ocurrido que él tendría necesidad de agarrarla por la empuñadura. Era totalmente inocente en lo referente a las armas. Con cuidado, la cogió por la hoja y se la dio, con el pomo en su dirección.
Pero, cuando la cogía, la serpiente logró soltarse. Bink saltó hacia atrás, con la espada alzada.
La cosa ya había tenido suficiente. Retrocedió —una maniobra extraña en su arrastrarse— y se metió por un agujero lateral.
—¡Eres tan valiente! —exclamó Joya.
—Fui un estúpido al permitir que me desarmara —repuso él, malhumorado. No se sentía muy orgulloso del encuentro con el animal; fue todo torpeza, ni un ápice de elegancia. Una bravuconada titubeante y estúpida—. Marchémonos antes de que cometa un error más grave. Te saqué de tu hogar, y te llevaré a salvo de nuevo a él antes de dejarte. Es mi obligación.
—Tu obligación —repitió ella en voz baja.
—¿Ocurre algo?
—¿Qué voy a hacer sin la magia? —centelleó ella—. ¡No funcionará nada!
Bink meditó.
—Tienes razón. He arruinado tu vida. Será mejor que te lleve a la superficie conmigo.
El rostro de ella se iluminó, para apagarse de inmediato.
—No, tampoco funcionará.
—No hay problema. Te dije que la poción ya había perdido su efecto. No te amo; no te molestaré. Podrás establecerte en uno de los poblados, o tal vez trabajar en el palacio del Rey. Sin magia no será gran cosa, pero sí mejor que esto —abarcó con un gesto las sombrías cuevas.
—Supongo que sí —murmuró ella.
Reanudaron la marcha. Una vez que lograron salir de la cámara del Demonio, Joya conocía bastante bien los laberintos que recorrían las cuevas; con constancia, aunque dando bastantes rodeos, lo condujo hacia arriba. Más allá de la región inmediata del vacío dejado por el Demonio no se habían producido muchos daños. Sin embargo, la magia había desaparecido en todas partes, y los animales estaban enloquecidos. Las ratas trataron de atacarles con su magia roedora y, al fracasar, utilizaron los dientes. No estaban más acostumbradas a emplear los dientes desnudos como armas que Bink a utilizar una espada sin encantamiento, de modo que se hallaban en una situación de equilibrio. Las hizo retroceder con movimientos cortantes de su espada. Quizás el acero no poseyera más magia, pero su borde seguía afilado; podía herir y matar.
A pesar de ello, manejar la espada requería bastante esfuerzo y energía, y su brazo comenzó a cansarse. La espada también había poseído un encantamiento que la hacía más ligera y maniobrable, sin llegar a tener voluntad propia, como la que atacó a Bink en los jardines del Castillo Roogna. Las ratas, en cantidades crecientes, se acercaban a ellos, permaneciendo justo fuera del alcance de su acero y, cada vez que subía, se lanzaban para morderle los tobillos. Joya no se hallaba en mejor situación; ni siquiera disponía de un cuchillo con el que defenderse, razón por la que tuvo que coger el de Bink. Se podía matar a un monstruo; sin embargo, estos animales más pequeños parecían inagotables. Afortunadamente, no eran niquelpiés, aunque se les parecían.
—El camino… estará oscuro en algunos lugares —comentó Joya—. No pensé…, sin la magia no existe resplandor que los ilumine. Le tengo miedo a la oscuridad.
Antes había habido un ligero brillo residual, pero comenzaba a desaparecer. Bink miró a las ratas, cada vez más próximas.
—No te faltan motivos —replicó—. Hemos de ver contra lo que luchamos. —Se sentía desnudo sin su talento, aunque únicamente le protegía contra la magia…, una protección que en este momento hubiera sido irrelevante. Para todos los efectos, su situación no había cambiado, ya que ninguna magia le amenazaba. Y nunca más lo haría—. Fuego…, necesitamos fuego con que iluminar la cueva. Antorchas. Si pudiéramos hacer antorchas…
—¡Sé dónde hay algunas piedras de fuego! —exclamó Joya. Pero de inmediato lo pensó mejor—. Aunque creo que, sin la magia, no funcionarán.
—¿Sabes dónde puede haber hierba seca…, quiero decir, paja, algo que podamos hacer arder? Y…; sin embargo, desconozco cómo encienden el fuego los mundanos, así que…
—Sé dónde hay fuego mágico… —Se interrumpió—. ¡Oh, esto es terrible! Sin magia… —Pareció a apunto de echarse a llorar.
Como Bink bien sabía, el verdadero carácter decidido no era una característica de las ninfas. Parecían haber sido creadas por la magia para cumplir los sueños más fantasiosos del hombre, no los más serios.
Aunque también él había llorado cuando comprendió la inmensidad de lo que había hecho. ¿Cuánto de la percepción que tenía de la naturaleza de las ninfas no se debía a un chauvinismo humano?
—Ya lo tengo —exclamó Bink, sorprendiéndose a sí mismo—. Había algo que estaba ardiendo…, lo pude oler antes. Si nos dirigiéramos allí y recogiéramos algo…
—¡Estupendo! —aceptó ella, con un destello de su entusiasmo de ninfa. O entusiasmo femenino, se corrigió mentalmente él.
Lo encontraron pronto, tras seguir el ruido que producía: eran los restos de un jardín mágico que los goblins debieron cuidar y que ahora se hallaba marchito. El follaje muerto humeaba, y el humo que ascendía creaba diferentes capas en el techo de la cueva del jardín. Por supuesto, los goblins ya se encontraban muy lejos de esta zona; habían sentido tanto miedo del fuego que ni siquiera intentaron apagarlo.
Bink y Joya reunieron lo que les pareció el mejor material, uniéndolo hasta formar una cuerda irregular, y encendieron su extremo. La cosa chisporroteó y lanzó un destello, apagándose de inmediato con una humareda de desagradable olor. Sin embargo, después de varios intentos, consiguieron que se mantuviera; era suficiente que lo dejaran quemarse hasta que necesitaran una llama, que podían crear, soplando, en el momento en que lo desearan. La portó Joya; le brindaba una sensación de seguridad que necesitaba desesperadamente; además, Bink tenía que mantener las manos libres para luchar.
En ese momento los peores enemigos resultarían los goblins, los cuales, evidentemente, detestaban que alguien penetrara en su jardín. No habían visto ninguna evidencia directa de su presencia antes…, pero, indudablemente, habían permanecido ocultos en las cuevas, mantenidos a raya por la magia y mucha luz. Con la ausencia de claridad, los goblins se volvían más atrevidos. Parecía que hubieran surgido de una mezcla de hombres y ratas. Ahora que la magia había desaparecido, el aspecto humano disminuiría y el roedor se haría más pronunciado. Bink se dio cuenta de que eso se notaba más en sus hábitos; físicamente, seguían pareciéndose a hombrecillos brutos y primitivos, con unos grandes pies suaves y unas cabezas pequeñas y duras.
Lo más peligroso de los goblins era que poseían la inteligencia de los hombres y los escrúpulos de los roedores. Se ocultaban fuera de vista, pero no eran cobardes. Simplemente, ni uno, ni tres, ni seis, podían enfrentarse a la espada de Bink, y no existía espacio suficiente para que se le pudiera aproximar un número mayor a la vez. Así que se mantuvieron alejados…; pero no se rindieron.
—Creo que saben que yo liberé al Demonio —musitó Bink—. Buscan venganza. Y no les culpo.
—¡Hiciste lo que pensaste que era correcto! —exclamó Joya.
Él le pasó el brazo por su estrecha cintura.
—Y tú estás haciendo lo que crees que es correcto al ayudarme a llegar a la superficie…, incluso cuando los dos sabemos que yo estaba equivocado. He destruido la magia de Xanth.
—No, no estabas equivocado —dijo ella—. Sentiste empatía hacia el Demonio, y…
Él la estrechó.
—Gracias por decirlo. ¿Te importaría si…? —Se detuvo—. ¡Lo olvidé! ¡Ya no estoy más enamorado de ti!
—De todas formas, no me importaría —contestó ella.
Pero él la soltó, avergonzado. Escuchó la risa maligna de un goblin. Se detuvo para recoger una piedra y lanzársela; claro está, falló.
Bink se armó con un puñado de rocas, y se dedicó a lanzar una cada vez que veía a un goblin. En poco tiempo consiguió una notable puntería, logrando que se apartaran más de ellos. Las piedras poseían una magia especial que no tenía nada que ver con la magia real; eran duras, puntiagudas, y abundaban; además, Bink tenía un brazo mucho más largo que el de cualquier goblin. No obstante, seguían detrás de ellos. La advertencia que le diera Beauregard había sido acertada: Bink jamás se había encontrado con goblins tan tenaces y valientes como estos.
Bink deseaba descansar, ya que se encontraba agotado, pero no se atrevía. Si se detenían corría el riesgo de quedarse dormido, lo cual podía resultar desastroso. Claro que podría hacer que Joya vigilara mientras él dormía…; pero, después de todo, ella únicamente era una ninfa…, no, una mujer joven, y temía que los goblins la abrumaran en la situación en que se hallaban. El destino que sufriría en manos de los goblins probablemente fuera mucho peor que el que padecería él.
La miró de reojo. La terrible prueba por la que pasaban se estaba cobrando su precio. Su cabello había perdido su lustre original y pendía en mechones apagados. De alguna forma, le recordó a Camaleón…; pero no en su fase hermosa.
Continuaron a duras penas y lograron avanzar. Cerca de la superficie, el ascenso se hizo más difícil.
—No existe mucha comunicación con el mundo de arriba —jadeó Joya—. Esta es la mejor ruta…; no obstante, cómo se puede subir por ella sin alas o sin una cuerda es algo que no sé.
Bink tampoco lo sabía. Si este hubiera sido un buen camino, Crombie lo habría señalado cuando entraron. El cielo diurno era visible a través de una grieta del techo…; sin embargo, las paredes se hacían cada vez más empinadas, y además eran resbaladizas por la humedad. Sin magia, resultaba imposible escalarlas.
—No podemos quedarnos aquí durante mucho tiempo —comentó Joya, preocupada—. Hay un árbol ahorcador cerca de la superficie, y sus raíces quizá lleguen a ser un serio obstáculo. —Se detuvo en el acto, sorprendida—. ¡No dejo de hacerlo! Ahora que no hay magia…
Comprendió que esa era la causa por la que el talento de Crombie no había indicado este sendero. ¡Un ahorcador! Pero la magia maligna había desaparecido junto con la buena.
—¡Vamos! —gritó.
Encontró las raíces del ahorcador, y las arrancó de la piedra; cuando no las podía soltar, las cortaba. Las unió rápidamente para formar una cuerda fuerte, aunque irregular. Las raíces de los ahorcadores eran resistentes; su función consistía en mantener inmóviles a las presas que se debatían. No había ninguna duda: ¡la cuerda que formó soportaría su peso!
—¿Cómo conseguiremos que llegue hasta arriba? —preguntó con ansiedad Joya.
—Hay un tronco de raíz que cruza por la parte más estrecha —repuso Bink—. Mira, ahí. —Señaló.
Ella alzó la vista.
—¡Nunca lo había visto! He venido aquí más de una docena de veces, para provocar al ahorcador y ver cómo era el mundo exterior. Se suponía que yo plantaba gemas… —Su confesión, al estilo de las ninfas, quedó en el aire—. Eres bastante observador.
—Me halagas. No te preocupes; esta vez llegarás a ver el mundo exterior. No te dejaré hasta que te encuentres a salvo en la superficie y en buenas manos. Quizás el lugar idóneo sea el poblado del polvo mágico.
Ella apartó los ojos, sin responderle. Él la miró, preocupado, escudriñando a través del humo de la antorcha de matorrales que sostenía.
—¿He dicho algo indebido?
Con una decisión repentina, ella volvió a mirarle.
—Bink, ¿te acuerdas de la primera vez que nos vimos?
Él se rió.
—¡Cómo podría olvidarlo! Tú eras tan hermosa, y yo estaba tan sucio…, ¡casi tanto como los dos ahora! Y acababa de beber… —Se encogió de hombros, no deseaba volver al embarazoso tema de la poción de amor otra vez—. ¿Sabes?, casi me da pena que se haya acabado. Eres una ninfa terriblemente agradable, y sin tu ayuda…
—Tú me amabas entonces, y yo no —comentó ella—. Eras taimado, y yo simple. Me tentaste para que me acercara, y me cogiste y me besaste.
Bink se puso nervioso.
—Lo siento, Joya. Yo…, no volverá a suceder.
—Eso es lo que tú crees —replicó ella, rodeándole con los brazos y plantándole un beso apasionado en su boca medio abierta.
Sucia como estaba, resultó una experiencia notable; él casi pudo sentir la fuerza de la poción de amor otra vez. La había amado antes, sin conocerla; ahora la conocía, y comprendía sus limitaciones de ninfa, y la respetaba por el esfuerzo que hacía para sobreponerse a ellas, y le gustaba mucho más de lo que era adecuado. Debajo del amor artificial se había estado desarrollando un afecto genuino, que permanecía. ¿Qué pensaría Camaleón si viera el abrazo en el que se fundieron?
Joya le soltó.
—El cambio de roles me parece justo —dijo—. Soy más compleja que hace unas horas, y tú más simple. Dedícate a preparar la cuerda.
¿Qué quería dar a entender con eso? Confundido, Bink enganchó una roca al extremo de la cuerda y la lanzó hacia el tronco. Quedó corto debido al peso de la cuerda. Lo intentó otra vez con más fuerza; pero seguía siendo demasiado pesada. Finalmente, decidió enrollarla y la lanzó toda; esta vez consiguió que llegara hasta el tronco…, aunque volvió a caer, ya que no consiguió que pasara por encima de la raíz. No obstante, había progresado y, después de varios intentos más, lo logró. La roca cayó por el otro lado, arrastrando consigo la cuerda. Se enganchó antes de quedar a su alcance, pero, tras varios tirones del otro extremo, la liberó. Bink anudó ambos lados, formando un lazo completo que no se soltaría.
—Yo treparé primero, luego tú podrás sentarte en la cuerda para que yo te suba —explicó él. Sabía que no existía la posibilidad de que ella pudiera ascender por sus propios medios; tenía los brazos demasiado delicados—. Haz que la antorcha arda lo suficiente para que los goblins no se acerquen.
Ella asintió. Bink inspiró profundamente varias veces, sintiendo como su sistema se preparaba para ese esfuerzo final. Luego cogió la cuerda y comenzó la ascensión.
Empezó mejor de lo que había supuesto, aunque pronto se hizo más arduo. Sus brazos, que desde el principio estaban casi entumecidos, se cansaron en seguida. Rodeó la cuerda con las piernas, apoyando todo su peso en ellas para darle un respiro a sus brazos, pero no consiguió que se recuperaran del todo. ¡Oh, lo que daría por un poco de elixir curativo! Sin embargo, Joya estaba esperando, al igual que las ratas y los goblins; no podía permitirse el lujo de perder mucho tiempo. Dolorosamente, se arrastró hacia arriba con movimientos cada vez más cortos de los brazos. Apenas podía respirar, sentía la cabeza ligera, y los brazos, por encima de los codos, parecían dos troncos de madera…; aun así, siguió subiendo.
De forma tan repentina que casi le pareció un milagro, se encontró en la cima. Quizá su mente también se había aislado para hacer que no sintiera la agonía del esfuerzo continuado, reviviendo en el momento de la llegada. Se aferró a la enorme raíz, que resultó un poco peluda: tal vez para coger mejor a sus presas. ¡Nunca, antes de esta aventura, habría pensado que se alegraría de abrazar a un árbol ahorcador!
Alzó una pierna para pasarla por la raíz, falló, y sintió que caía. ¡La relajación que sintió fue casi un alivio! Sin embargo, la cuerda seguía ahí; se rodeó con ella y permaneció colgado, jadeando. ¡Faltaba tan poco, y era tan difícil!
Un saliente nudoso sobresalía cerca de la raíz. Bink apoyó los pies allí, empleó los músculos relativamente frescos de sus piernas para alzarse y, de algún modo, consiguió montarse sobre el tronco. En ese momento notó que había una corteza áspera debajo del pelaje de la raíz, lo cual ayudaba a que se aferrara a ella y pudiera arrastrarse por su superficie. Lo hizo y, finalmente, consiguió llegar hasta el extremo más alto, donde quedó jadeando débilmente, demasiado exhausto incluso para sentir alivio.
—¡Bink! —gritó Joya desde abajo—. ¿Estás bien?
Eso le despertó. ¡Sus esfuerzos aún no habían concluido!
—¡Tendría que ser yo el que te lo preguntara! ¿Se mantienen a distancia las ratas? ¿Puedes sentarte en la cuerda para que te suba?
No tenía idea de cómo podría alzar su peso en sus actuales condiciones; pero no podía decírselo.
—No estoy bien. No voy a subir.
—¡Joya! ¡Cógete a la cuerda! ¡Si coges el extremo contigo, las ratas no te podrán alcanzar!
—No se trata de ellas, Bink. Yo he vivido aquí abajo toda mi vida; puedo ocuparme de las ratas, incluso de los goblins, siempre que mantenga encendido el fuego. Es por ti. Eres un hombre atractivo.
—¿Por mí? ¡No lo entiendo!
Aunque comenzaba a comprenderlo. No se refería a su aspecto del momento, que era más feo que el rostro de Chester (Oh, noble centauro…, ¿en qué estado se hallaría ahora?). Los signos habían sido visibles todo el tiempo, pero él se había negado a interpretarlos.
—Cuando bebiste la poción, seguiste siendo una persona honesta —gritó Joya—. Eres fuerte, más que cualquier ninfa. Nunca utilizaste la poción como una excusa para traicionar tu búsqueda o a tus amigos. Respeté y envidié esa cualidad tuya, e intenté usarla como un modelo a seguir. La única excepción fue ese beso que me robaste, razón por la que yo también te lo robé. Te amo, Bink, y ahora…
—¡Pero tú nunca bebiste de ella! —protestó él—. Y aunque lo hubieras hecho, una vez desaparecida la magia…
—Nunca bebí de la poción —admitió ella—. Por lo tanto, la pérdida de la magia no puede arrebatarme mi amor. Me vi obligada a madurar, dejando a un lado mi inocencia de ninfa. En este momento percibo la realidad, y sé que para mí no existe ningún antídoto, sólo el tiempo. No puedo irme contigo.
—¡Ahí abajo ya no tienes ninguna vida! —gritó Bink, irritado. El amor de él por ella había sido mágico; el de ella por él era real. Ella amaba mejor de lo que él lo hizo nunca. Ciertamente, había dejado atrás su estado puro de ninfa—. Ha de haber alguna forma de que lo solucionemos…
—La hay, y es la que estoy utilizando. Cuando vi cómo me sacrificaste cuando estabas dominado por el hechizo de amor, comprendí que no tendría ninguna esperanza cuando se desvaneciera. Es una ironía que mi amor se desarrollara cuando tú me hiciste a un lado, porque me abandonaste. Te mantuviste fiel a tus principios y a tu primer compromiso. Ahora es el momento de que yo sea fiel al mío. ¡Adiós, Bink!
—¡No! —aulló él—. ¡Sube! Tiene que haber una forma mejor…
Pero la soga se estaba deslizando, rebotando por la superficie de la raíz. Ella la había desatado y la desenganchaba. Intentó asirla, aunque demasiado tarde. El extremo pasó por la raíz y cayó hacia la oscuridad.
—¡Joya! —gritó—. ¡No lo hagas! No te amo, pero me gustas. Yo…
Era un callejón sin salida. Ella tenía razón: aun cuando la había amado, supo que jamás podría tenerla. Y la situación no había cambiado.
No obtuvo ninguna respuesta de abajo. La ninfa había realizado la única acción honrosa que le quedaba, y siguió sola su camino, dejándole a él en libertad. En las mismas circunstancias, es lo que él hubiera hecho.
El camino que le quedaba ahora era marcharse a casa.
—¡Adiós, Joya! —se despidió, con la esperanza de que ella pudiera oírle—. Puede que no tengas mi amor, pero sí mi respeto. Ya eres una mujer.
Descansó sobre el tronco, tratando de escuchar, pero no oyó nada de ella. Por fin, se incorporó en la raíz y miró a su alrededor. Se hallaba en una grieta profunda que reconoció como parte del Desfiladero, el gran abismo que dividía en dos la Tierra de Xanth. El árbol se hallaba anclado en el fondo, pero llegaba hasta la superficie, con una rama que se extendía por encima del borde. Ante la ausencia de la magia, no había peligro en trepar por él. De hecho, el terreno, ahora, apenas presentaría alguna amenaza. Podía dirigirse directamente hacia el palacio del Rey y llegar en un día.
Bink descubrió algunos bichos. Yacían en una zona bañada por la luz, con las pinzas retorciéndose. Sintió compasión por ellos, y con un pie los empujó con suavidad hacia la sombra más próxima. ¡Pobres cosas!
En ese momento los reconoció. ¡Eran niquelpiés sin magia! ¡Cuánto habían caído!
Cuando se alzó del último tentáculo del ahorcador y llegó a la superficie, esta no le resultó familiar. La grieta iba en dirección norte-sur, no este-oeste, a menos que la pérdida de la magia hubiera cambiado el sol. Tenía que tratarse de un abismo distinto, no del Desfiladero. Después de todo, sí que estaba perdido.
Ahora que lo pensaba, dudaba de que hubiera podido llegar tan hasta el norte, allá donde se hallaba el emplazamiento del Desfiladero. Probablemente se encontraba en alguna otra parte al sur, y al sur del palacio. Lo más seguro sería viajar hacia el norte hasta que se topara con el Desfiladero o alguna otra zona conocida.
El trayecto resultó más difícil de lo que había anticipado. Cierto que no había ninguna magia hostil…; sin embargo, tampoco existía la magia benefactora. La naturaleza del paisaje había cambiado de forma drástica, haciéndose mundana. No había frutas voladoras, ni árboles de zapatos o matorrales de vaqueros con los que pudiera cambiar su vestimenta destrozada; tampoco melones de agua con los que saciar su sed. Tenía que encontrar comida y agua corrientes, y no sabía cómo buscarlas. Los animales, atontados por la pérdida de su magia, le evitaban; no eran lo suficientemente inteligentes como para darse cuenta de que también a él le había sido arrebatada. Lo cual resultaba una bendición.
Había caído la tarde. No estaba seguro de las horas o días que había pasado en los subterráneos, pero aquí, con el sol a la vista, podría mantener de nuevo la cuenta. Tendría que pasar la noche en el bosque. Parecía bastante seguro; podría dormir en un árbol.
Buscó uno grande. Muchos de los árboles de este bosque parecían muertos; quizá sólo estuvieran aletargados en este nuevo invierno de la ausencia de magia. Tal vez llevara meses o años calibrar los destrozos que causaría ese invierno. Algunos árboles florecían; debía tratarse de las variedades mundanas, libres de la competencia mágica. ¿Dónde estaría mejor, en un saludable árbol mundano o en uno mágico muerto?
Bink sintió un escalofrío. Estaba refrescando, y ya no podía disponer de la ayuda de ningún matorral de mantas. Sin embargo, no era sólo la temperatura lo que le afectaba. Se hallaba cansado y se sentía solo, lleno de remordimientos por lo que había hecho. Mañana tendría que enfrentarse con sus amigos en palacio y contarles…
Aunque seguro que ya habrían descubierto su culpa. No le perturbaba la confesión, sino el castigo. Joya fue sabia al esquivarlo; no disponía de futuro alguno en casa.
Había una cierta familiaridad en esta zona. Se veían senderos por entre los arbustos como los causados por las hormigas león, zarzas, y lugares de plantas olorosas…
—¡Claro! —exclamó—. Es el sitio que cruzamos por el sendero mágico en dirección del poblado del polvo mágico.
Escudriñó a través del moribundo follaje. Allí estaba…, una pasarela construida con troncos y lianas, suspendida de los árboles más recios. No giraba en el aire… porque ya no era mágica.
Subió al escalón más bajo y comenzó a andar por ella. La cosa parecía peligrosamente frágil, se hundía bajo su peso y oscilaba de forma alarmante; no obstante, resistió. Pasado un tiempo, le llevó hasta el poblado.
Temió encontrarse con una escena de desolación. Pero parecía como si todo el pueblo estuviera festejando una celebración. Ardía otro gran fuego, y hombres y mujeres de todas clases bailaban a su alrededor.
¿Hombres? ¿Cómo habían llegado hasta allí? ¡Era un poblado de mujeres! ¿Se trataría de otra Oleada de conquista desde Mundania, con hombres brutales divirtiéndose en este poblado habitado por indefensas mujeres?
Sin embargo, no se percibía una atmósfera de amenaza. Los hombres estaban felices, por supuesto…, pero también las mujeres. Bink entró en el pueblo en busca de Trolla, su gobernanta.
Un hombre le vio cuando descendía de la pasarela colgante.
—¡Hola, amigo! —le llamó el hombre—. ¡Bienvenido a casa! ¿Cuál es tu viuda?
—¿Viuda? —preguntó Bink, sin comprender.
—Tu mujer…, antes de que la gorgona te atrapara. Se sentirá feliz por tu regreso.
¡La gorgona! De repente, Bink comprendió.
—¡Sois los hombres de piedra! ¡Fuisteis liberados por la pérdida de la magia!
—¿Y tú no? —El hombre se rió—. Será mejor que vengas a ver al cacique.
—Trolla —dijo Bink—. Si aún sigue aquí…
—¿Quién anda buscando a Trolla? —preguntó alguien.
Se trataba de un troll enorme y feo. Bueno, un troll normal; todos eran enormes y feos.
La mano de Bink se acercó a la empuñadura de su espada.
—Sólo deseo hablar con ella.
—No hay problema —repuso el troll, de buen humor. Se llevó las manos a la boca, formando un altavoz—. ¡Perra, ven aquí!
Una docena de mujeres jóvenes miraron en su dirección, sorprendidas, creyendo que se dirigía a ellas. Bink contuvo una sonrisa.
—Eh, ¿qué ocurrió con la gorgona? —inquirió.
—Oh, íbamos a ahorcarla, ya sabes, después de lo que… —explicó el troll—. Era una marrana de buen ver, salvo por ese manojo de cabello serpenteante. Sin embargo, se lanzó al lago y, antes de que nos diéramos cuenta de que ya no había monstruos en él, se hallaba demasiado lejos para que pudiéramos cogerla. Lo último que vimos de ella fue que se dirigía hacia el norte.
Al norte. Hacia el castillo del Mago Humfrey. Bink se alegró de que escapara, aunque sabía que no encontraría al Mago en casa. Ese era otro aspecto de la tragedia que había causado Bink.
Trolla, sensible a la llamada, se acercó.
—¡Bink! —exclamó—. ¡Lo conseguiste!
—Sí —corroboró él, con semblante grave—. Abolí la magia de la Tierra de Xanth. La convertí en otra Mundania. Ahora regreso a casa a cumplir mi castigo.
—¡Castigo! —gritó el troll—. ¡Nos liberaste a todos! ¡Eres un héroe!
Bink no había pensado en eso.
—Entonces, ¿no estáis enojados por la pérdida de la magia?
—¿Enojados? —repitió Trolla—. ¿Enojada porque mi esposo haya vuelto y sea bueno para comer?
Abrazó al troll con una fuerza que hubiera partido varias costillas normales. Él no tuvo problema alguno en resistirlo, aunque pareció momentáneamente incómodo por algo.
Un grifo hembra se deslizó hacia ellos.
—¿Awk? —preguntó.
—Y aquí está la que fue vuestra guía, libre del hechizo de midas —comentó Trolla—. ¿Dónde se encuentra vuestro grifo tan atractivo?
A Bink le pareció que era mejor no hablar de la botella.
—Se halla… confinado. En realidad, se trataba de un hombre transformado. Le encantó el grifo hembra, pero… lamenta no haber podido venir.
El grifo hembra, desilusionada, se marchó. Parecía que no tenía un macho propio. Quizá pronto consiguiera encontrar una pareja de su clase…, aunque, con la lenta alteración de forma que padecían esas criaturas mágicas, Bink se preguntó si ese macho se asemejaría más a un águila o a un león. ¿O los grifos ya existentes retendrían su forma original, mientras que sus vástagos se decantarían por la figura de las águilas y los leones? Y, si Crombie emergiera de la botella conservando su aspecto de grifo, ¿consideraría entonces a esta hembra hermosa? Si fuera así, ¿cómo serían sus hijos? ¡La pérdida de la magia planteaba tantos interrogantes como su existencia!
—Vamos, esta noche recibirás un trato real, ¡y nos narrarás toda la historia de tu aventura! —repuso Trolla.
—Yo…, hum, estoy bastante cansado —objetó Bink—. Preferiría no contarla. Mi amigo, el Buen Mago…, ha desaparecido, y también el centauro; los recuerdos…
—Sí, necesitas que te distraigan —admitió Trolla—. Disponemos de unas cuantas hembras libres, hijas de mujeres mayores. En este momento se encuentran muy solas, y…
—Oh, no, gracias, por favor —se apresuró a decir Bink. ¡Ya había roto demasiados corazones!—. Sólo quisiera un poco de comida y un lugar donde poder pasar la noche, si hay sitio…
—Andamos un poco escasos de espacio; nuestra población acaba de duplicarse. Pero las chicas se encargarán de ti. Las mantendrá ocupadas. Les encantará compartir sus habitaciones.
Bink se hallaba demasiado cansado para seguir protestando. Pero, como descubrió más tarde, las «chicas» resultaron ser una variedad de hadas y elfas que le prestaron una atención que le halagó, aunque no se sentían atraídas por él como hombre. Convirtieron en un juego el turnarse para alimentarle, y cada una le ponía en la boca pequeños bocados directamente desde sus delicadas manos, divertidas. No le permitían que sostuviera un plato lleno; cada cosa que probara debía ser traída por etapas desde otra habitación. Cuando acabó de comer, se tumbó en una cama compuesta por treinta cojines pequeños de diversos colores, mientras las hadas revoloteaban en el aire a su alrededor, y el movimiento de sus alas cumplía la función de levantar una breve brisa. Pronto les sería imposible volar, por supuesto, y sus alas se caerían a medida que regresaban a formas más mundanas; sin embargo, en ese momento eran preciosas. Se durmió contando las criaturas que saltaban alegremente por encima de él, jugando al juego que habían establecido de seguir al jefe.
No obstante, por la mañana tuvo que enfrentarse de nuevo con la realidad: el duro viaje a casa. Se alegró de que, por lo menos, su búsqueda hubiera causado felicidad en el poblado; tal vez su talento, antes de ser anulado por la pérdida de la magia, lo había planeado de esta forma, con el fin de que pudiera disfrutar de un lugar bueno y seguro donde pasar la noche. Sin embargo, en lo referente a toda Xanth…, ¿qué esperanza le quedaba?
El grifo hembra le acompañó durante un trecho, guiándole otra vez, y, en un período sorprendentemente breve de tiempo, se encontró ante el bosque muerto: a mitad de camino de un territorio que le resultaba familiar. Ya no difería mucho del resto del yermo. Le dio las gracias, le deseó toda clase de venturas, y continuó solo en dirección norte.
La soledad se cernió sobre él. ¡La falta de magia era tan omnipresente y le deprimía tanto! Todas las pequeñas amenidades a las que estaba acostumbrado habían desaparecido. No se veía a los sapos azules sentados sobre sus banquetas de hierba, ninguna pipa india que humeara. Ningún árbol apartaba las ramas de su camino o le lanzaba un hechizo de evasión. Todo era irremediablemente mundano. Se sintió nuevamente cansado, y no sólo por la marcha. Sin la magia, ¿valía la pena la vida?
Bueno, Camaleón quedaría fija en su fase «normal», la que a él más le gustaba: ni hermosa ni inteligente, más bien agradable en todos los aspectos. Sí, podría vivir con ello durante un tiempo antes de que se hiciera aburrido, suponiendo que le permitieran…
Se detuvo. Escuchó un clip-clop como de cascos resonar por un sendero. ¿Sería un enemigo? Apenas le importaba; ¡por lo menos, tendría compañía!
—¡Holaaa! —gritó.
—¿Sí? —Era la voz de una mujer. Se dirigió en su dirección.
Allí, erguida en mitad de un sendero, se hallaba un centauro hembra. No era especialmente bonita; sus flancos aparecían sin lustre, su cola estaba enredada con erizos (claro que una dama no podía deshacerse de ellos entre maldiciones), y su torso y rostro humanos, aunque claramente femeninos, no se hallaban bien proporcionados. La seguía un potrillo, que no sólo era poco agraciado sino abiertamente feo, a excepción de sus suaves partes traseras. De hecho, se parecía…
—¡Chester! —exclamó Bink—. ¡Es el potrillo de Chester!
—Vaya, si eres Bink —repuso la yegua.
En ese momento la reconoció: se trataba de Cherie, la pareja de Chester. Sin embargo, no se parecía en nada a la belleza sobre la que había cabalgado. ¿Qué había ocurrido?
Aún le quedaba el suficiente sentido común como para no preguntarlo de un modo directo.
—¿Qué haces aquí? Pensé que residías en el pueblo centauro hasta que… —Eso también era una trampa, ya que Chester jamás regresaría.
—Troto a palacio para averiguar quién es el responsable de este milagro —explicó ella—. ¿Te das cuenta de que la obscenidad ha sido desterrada de Xanth?
Bink recordó: Cherie pensaba que la magia era obscena, al menos cuando se manifestaba en los centauros. La toleraba en los demás como un mal necesario, ya que se consideraba a sí misma como una yegua de mente liberal, aunque prefería discutirlo como algo clínico.
¡Bueno, se lo había dicho! Le alegraba que al menos a una persona le gustara el cambio.
—Temo que yo soy el responsable —murmuró.
—¿Tú aboliste la magia? —preguntó ella, sorprendida.
—Es una larga historia —contestó Bink—. Y bastante dolorosa. No espero que los demás la acepten tan bien como tú.
—Súbete a mi espalda —ofreció ella—. Tú viajas demasiado lento. Te llevaré a palacio, y así podrás narrarme toda la historia. ¡Me muero por conocerla!
Quizá muriera de forma literal cuando se enterara de la verdad sobre Chester. No obstante, tenía que decírselo. Bink montó, y se sujetó cuando ella empezó a trotar. Había anticipado que le esperaba un día de marcha, pero ya no sería necesario; ella les llevaría hasta palacio antes de que oscureciera.
Le contó la historia. Se percató de que entraba en detalles que iban más allá de lo requerido, comprendiendo que temía llegar al momento en que Chester había librado y perdido su terrible batalla. Cierto que podría haber vencido si el ojo maligno que se dirigía hacia Bink no le hubiera atontado…; sin embargo, eso no resultaría un gran consuelo para ella. Cherie era una viuda…, y le correspondía a él comunicárselo.
Su narración se vio interrumpida por un rugido. Ante ellos sobrevoló un dragón…, pero se trataba de un monstruo miserable. Las escamas, que una vez fueran brillantes, se habían vuelto de un gris manchado. Cuando emitió su llama, sólo emergió polvo. El bicho estaba demacrado y con aspecto enfermo; dependía de la magia para su caza.
No obstante, el dragón cargó contra ellos, concentrado en devorar al centauro, al jinete y al potrillo. Bink desenfundó la espada y Cherie se encabritó levemente, dispuesta a lanzar coces. Incluso un dragón tan alicaído de este tamaño era terrorífico.
Entonces Bink descubrió una cicatriz en el cuello del dragón.
—Dime…, ¿no te conozco? —inquirió.
El dragón se detuvo, luego alzó la cabeza en señal de reconocimiento.
—Chester, Crombie y yo nos encontramos con este dragón y pactamos una tregua —explicó Bink—. Luchamos contra los niquelpiés juntos.
—Los niquelpiés son ahora inofensivos —dijo Cherie—. Sus pinzas han perdido su… —frunció los labios con desagrado—. Su magia. Bajé directamente al Desfiladero y los aplasté con mis cascos; no pudieron herirme.
Bink lo sabía.
—Dragón, la magia ha desaparecido de Xanth —le contó Bink—. Tendrás que aprender a cazar y a luchar sin la ayuda de tus llamas. Con el tiempo, te transformarás en tu componente mundano dominante, o tal vez lo hagan tus vástagos. Supongo que se tratará de una serpiente. Lo siento.
El dragón le miró horrorizado. Luego, giró en redondo y se alejó medio al galope, medio a rastras.
—Yo también lo siento —expuso Cherie—. Ahora me doy cuenta de que Xanth, en realidad, no es la misma sin la magia. Los hechizos tienen su lugar aquí. Seres como ese…; para ellos, la magia es algo natural.
Tratándose de ella, era una gran concesión. Bink reanudó su narración. Ya no podía seguir dilatándola, así que se preparó y dijo lo que tenía que exponer.
—Tengo a Crombie en el interior de esta botella —concluyó. Esperó, notando una terrible tensión en el cuerpo de ella.
—Pero Chester y Humfrey…
—Siguen allí abajo —repuso él—. Debido a que yo liberé al Demonio.
—Sin embargo, no sabes si están muertos —murmuró ella; su cuerpo seguía tenso, haciéndole incómoda la cabalgata—. Se les puede encontrar, traerlos de vuelta…
—No sé cómo —contestó Bink, sombrío. No le gustaba nada la situación.
—Lo más probable es que Humfrey se encuentre perdido; ese es el motivo por el que no pudiste hallar su cuerpo. Quedó atontado por el derrumbamiento. Sin la ayuda de su magia de información, se le puede confundir con un goblin. Y Chester…, es demasiado testarudo para…, para… No está muerto; dijiste que se trataba de un lago de preservación…
—Así es —admitió Bink—. Yo…; fue drenado, y pude ver las espirales del cerebro de coral.
—¡No fue drenado por completo! Él se encuentra ahí abajo, lo sé, del mismo modo que el grifo está en la botella. Podemos localizarlo, revivirlo…
Bink sacudió la cabeza.
—Sin magia, no.
Ella lo desmontó con un corcoveo. Bink se encontró volando por el aire, vio que el suelo se dirigía hacia su cabeza, supo que su talento no haría nada…, y aterrizó en los brazos de Cherie.
—Lo siento, Bink. Lo que ocurre es que la obscenidad me molesta. Los centauros no…
Lo depositó en el suelo, de pie, sin llegar a acabar la frase. Puede que ya no fuera hermosa, pero retenía la fuerza de los centauros.
Fuerza, no belleza. En los tiempos de la magia, había poseído unos pechos magníficos; ahora seguían siendo portentosos, pero le colgaban un poco, del mismo modo que les ocurría a las mujeres humanas o humanoides con esas medidas. Su rostro había sido deliciosamente fresco; ahora era vulgar. ¿A qué podía deberse el cambio repentino…, salvo a la pérdida de la magia?
—Deja que aclare esto —repuso Bink—. Tú sientes que toda la magia es obscena…
—No toda la magia. Para algunos de vosotros parece algo natural…, pero es que sólo sois humanos. Para un centauro es diferente. Nosotros somos civilizados.
—¿Y si los centauros también poseyeran magia?
Su cara manifestó un desagrado controlado.
—Será mejor que reanudemos nuestra marcha antes de que se haga demasiado tarde. Nos queda una buena distancia que recorrer.
—Como Herman el Ermitaño, el tío de Chester —insistió Bink—. Podía invocar fuegos fatuos.
—Fue exiliado de nuestra sociedad —dijo ella. Su expresión hosca le recordó a Chester.
—Supón que otros centauros poseyeran magia…
—Bink, ¿por qué estás siendo tan ofensivo? ¿Acaso quieres que te deje aquí en el yermo?
Llamó con un gesto al potrillo, que trotó rápidamente hasta situarse a su lado.
—¿Y si tú misma poseyeras un talento mágico? —preguntó Bink—. ¿Seguirías pensando que es obsceno?
—¡Lo has conseguido! —bufó ella—. No toleraré un comportamiento tan desagradable, ni siquiera de un humano. Vamos, Chet. —Se alejó al trote.
—¡Maldición, yegua, escúchame! —gritó Bink—. ¿Sabes por qué Chester se unió a mi misión? Porque deseaba descubrir cuál era su talento mágico. Si niegas la magia en los centauros, le niegas a él…, porque él posee magia, y muy buena, que…
Ella giró en redondo y alzó los cascos delanteros para golpearle. Podía tratarse de una yegua pero, si le alcanzaba, le mataría en el acto.
Bink retrocedió.
—Una magia buena —repitió—. Nada tan estúpido como volver las hojas verdes de color púrpura, o tan negativo como darle a la gente pies calientes. Toca una flauta mágica, una flauta de plata, e interpreta la música más hermosa que he oído en mi vida. En su interior, es una persona muy hermosa; sin embargo, lo ha reprimido porque…
—¡Pienso aplastarte por completo con mis cascos! —relinchó ella, lanzándole una coz con sus patas delanteras—. No tienes derecho ni siquiera a sugerir…
No obstante, él ya se había calmado, mientras que ella estaba medio ciega de ira. Esquivó sus golpes del mismo modo que lo haría con un unicornio furioso, sin darle la espalda en ningún momento o retrocediendo más de lo necesario. Seis veces la podría haber ensartado con su espada, pero en ningún momento la desenfundó. El debate que mantenían era académico, ya que toda la magia había desaparecido de Xanth; sin embargo, él mantenía una perversa determinación en que ella admitiera la verdad.
—Y tú, Cherie…, tú también tienes magia. Haces que te vean del modo que deseas aparecer, te potencias a ti misma. Es un tipo de ilusión restringido a…
Dominada por la cólera, ella le lanzó una coz con las dos patas delanteras al mismo tiempo. La estaba ofendiendo en su sensibilidad más profunda al decirle que ella misma era obscena. No obstante, él se hallaba preparado y anticipaba sus reacciones, evitándolas. Su espada era su voz, y no pensaba fallar al emplearla. Ya había tenido suficientes engaños, en especial los propios; dejaría completamente limpia la pizarra. En cierto sentido, se atacaba a sí mismo: su vergüenza por lo que le había hecho a Xanth al liberar al Demonio.
—Te desafío —le gritó—. Mírate en las aguas de un lago. Observa la diferencia. ¡Tu magia ha desaparecido!
Incluso poseída por la furia, ella se dio cuenta de que no llegaba a ninguna parte.
—¡De acuerdo, miraré! —exclamó—. ¡Luego pienso mandarte a la luna de una patada!
Por casualidad, hacía poco que habían pasado al lado de un pequeño estanque. Regresaron en silencio hasta donde se encontraba. Bink ya empezaba a lamentar lo que le estaba haciendo cuando Cherie se contempló a sí misma. Ella sabía lo que vería; no obstante, era lo suficientemente honesta como para que su certeza quedara destrozada por la realidad.
—¡Oh, no! —gritó, sorprendida—. ¡Soy fea, horrible, más fea que Chester!
—No, eres hermosa… con la magia —insistió Bink, queriendo paliar de algún modo la revelación que le había impuesto—. Porque la magia es algo natural en ti, como lo es en mí. No tienes ningún motivo para oponerte a ella más que a cualquier otra función natural, como comer, o dar a luz, o…
—¡Apártate de mí! —aulló ella—. Monstruo, tú…
En otro arranque de cólera, le lanzó una patada al estanque, salpicando por doquier. Pero el agua volvió a aquietarse, del modo que lo hace siempre, y las ondas se extendieron hasta desaparecer; la imagen retornó con un significado devastador.
—¡Escucha, Cherie! —gritó Bink—. Fuiste tú la que indicó que se podía rescatar a Chester. Mi exposición parte de tu aseveración. No me atrevo a abrir la botella en la que se encuentra Crombie porque para el proceso hace falta la magia, y ya no existe ninguna. Chester debe permanecer en el lago en animación suspendida por la misma razón. Necesitamos la magia. No importa si nos gusta o no. Sin ella, Chester está muerto. No iremos a ninguna parte mientras tú…
Con gran recelo, ella asintió.
—Creí que nada conseguiría que tolerara la obscenidad. Sin embargo, por Chester haría cualquier cosa. Incluso… —se atragantó y agitó la cola—. Incluso la magia. Pero…
—¡Necesitamos una nueva búsqueda! —exclamó Bink con repentina inspiración, mientras se lavaba en el estanque—. ¡Una búsqueda que le devuelva la magia a la Tierra de Xanth! Quizá, si todos uniéramos nuestros esfuerzos, los centauros y los humanos y todas las criaturas de Xanth, podríamos localizar otro Demonio…
Dejó la frase inconclusa al darse cuenta de la futilidad de la idea. ¿Cómo podían invocar a X(A/N)th, o a E(A/R)th, o a cualquier otro ente supermágico? Los Demonios no sentían ningún interés por este reino.
—Sí —aceptó Cherie, aferrándose a la esperanza al tiempo que Bink la perdía—. Quizás el Rey conozca el procedimiento a seguir. Monta de nuevo; vamos a galopar.
Bink se subió otra vez a su lomo y ella emprendió la carrera. No disponía del poder puro de Chester; sin embargo, Bink tuvo que sujetarse a su esbelta cintura mientras atravesaba a toda velocidad el bosque.
—Y con la magia, volveré a ser hermosa… —murmuró con melancolía al viento.
Bink, que se notaba agotado, asintió somnoliento mientras Cherie cruzaba el desolado yermo. Y, de pronto, casi se vio lanzado por encima de ella cuando Cherie frenó bruscamente.
Delante tenían una pareja de seres, enormes y peludos.
—¡Dejadnos pasar, monstruos! —gritó Cherie sin rencor. Después de todo, eso eran—. Estamos en un lugar público; ¡no podéis bloquearlo!
—No lo bloqueamos, hembra centaura —repuso uno de los monstruos—. Hazte a un lado para que pase nuestra aura.
—¡Crunch, el ogro! —exclamó Bink—. ¿Qué haces tan lejos de casa?
—¿Conoces a ese monstruo? —le preguntó Cherie a Bink.
—¡Claro que sí! ¡Y, lo que es mejor, puedo entenderle sin necesidad de que me lo traduzcan!
El ogro, que ahora se parecía a un hombre bestial, escudriñó a Bink por debajo de su estrecha frente.
—¿Eres el hombre que en una misión iba? Yo estoy en luna empalagosa con mi amada ¡hacia arriba!
—¿Luna empalagosa? —murmuró Cherie.
—¡Oh, así que esta es la Bella Durmiente! —comentó Bink, contemplando a la ogresa. Era el ser más feo que pudiera imaginar. No obstante, debajo de su mata de pelo, que se parecía a una fregona que acabara de ser empleada para limpiar un vómito, y su ancho y tosco vestido, parecía tener un contorno mucho más delicado del que uno podía esperar de una ogresa. Entonces recordó: no se trataba de una ogresa real, sino de una actriz, que interpretaba un papel en una de las producciones de los demonios del castillo en el agua. Si lo deseara, probablemente podría mostrar un aspecto hermoso. ¿Por qué, entonces, no lo hacía?—. Esto, una pregunta…
La hembra, que no era tonta, captó lo que iba a decir antes de que Bink lo soltara.
—Cierto, una vez yo tuve otra cara —le contó a Bink—. Me siento contenta de salir de aquella competencia rara. Me encontré un hombre mejor que cualquiera de aquellos diablos; me gusta más, para él soy la reina de todos los establos.
¡Así que la prima donna había encontrado un marido que mereciera su atención! Después de haber conocido a los demonios, Bink estuvo de acuerdo con su elección. Mantenía su disfraz de ogresa, que, de todas formas, era simplemente un reflejo físico de su personalidad normal, al tiempo que le enseñaba a Crunch a hablar de modo más inteligible. ¡Vaya demonesa inteligente!
—Oh, felicidades —dijo Bink. En un aparte, le explicó a Cherie—: Se casaron siguiendo nuestro consejo. El de Humfrey, Crombie, Chester, el del golem y el mío. Aunque Humfrey estaba dormido. Es toda una historia.
—Estoy segura —admitió Cherie con suspicacia.
—Sí, yo golpearle bien a mi manera —dijo la bonita ogresa—. Su cabeza es como la madera.
—Los ogros son muy apasionados —murmuró Bink.
Cherie, pasada su sorpresa inicial, se acopló perfectamente a la conversación.
—¿Cómo haces para mantener su amor? —inquirió, con cierta malicia femenina—. ¿No le apetece salir en busca de aventuras?
Bink se dio cuenta de que, tal vez inconscientemente, estaba pensando en Chester.
—Déjole marchar, jamás digo que no —repuso la ogresa, con la sabiduría de su sexo—. Cuando retorna, le golpeo yo. —Como ejemplo, le sacudió al ogro una tremenda bofetada con el dorso de la mano—. Le hago sentir como bestia que es, luego le doy fiesta del derecho y del revés.
El rostro de Crunch se retorció en una sonrisa de asentimiento. No había duda de que se sentía satisfecho. Y, posiblemente, mucho mejor que si estuviera con una ogresa de verdad, la cual habría aceptado su forma de ser como algo natural. Sin importar los fallos que pudiera tener la actriz, ciertamente sabía cómo manejar a su macho.
—¿Interfiere la pérdida de la magia con vuestro estilo de vida? —preguntó Bink. Los dos ogros le miraron sin comprender.
—¡No lo han notado! —exclamó Cherie—. ¡Ahí tienes el amor verdadero!
La pareja de ogros siguió su camino, y Cherie reanudó su carrera. Sin embargo, iba pensativa.
—Bink, como un ejemplo retórico…, ¿le gusta a un hombre sentirse como una bestia?
—A veces sí —afirmó Bink, y pensó en Camaleón. Cuando se hallaba en su fase estúpida-hermosa, parecía que sólo vivía para complacerle, lo cual hacía que él se sintiera extremadamente viril. Sin embargo, cuando se encontraba en su fase fea-inteligente, hacía que perdiera todo interés con su agudeza al igual que con su aspecto. En ese sentido, mostraba más inteligencia cuando era estúpida que cuando era inteligente. Claro está que todo eso ya había terminado; ahora permanecería siempre en su fase «normal», evitando los extremos. Ya nunca le aburriría…, ni le incitaría.
—¿Y un centauro… si se sintiera como todo un semental en casa…?
—Sí. Los hombres necesitan sentir que se les quiere, que se les necesita y que dominan la situación, incluso cuando no es así. En especial en casa. Esa ogresa sabe muy bien lo que hace.
—Eso parece —asintió Cherie—. Es una impostora total, una simple actriz; sin embargo, él es tan feliz que haría cualquier cosa por ella. No obstante, los centauros hembra, cuando tienen motivos, también pueden actuar…
A partir de ese momento, mientras galopaba, permaneció en silencio.