12
El demonio Xanth

—Por aquí —indicó Humfrey.

Bink, mientras seguía al Mago, mantuvo la espada desenfundada. Joya, que llevaba al golem, caminaba en silencio detrás de él.

—De paso —le comentó el Mago—, quiero decirte que Crombie no te engañó. El antídoto que buscas se encuentra en la dirección del lago…; pero mucho más lejos. Si las cosas se arreglan, el coral te podrá ayudar a conseguirlo.

—No tengo ningún interés en que el enemigo me soborne —replicó Bink, secamente.

—¿No quieres conseguirlo? —inquirió Joya—. ¿No deseas el antídoto?

—Lo siento…, no pretendí dar a entender que ya no lo deseaba —le explicó Bink—. Es una cuestión de principios. No puedo permitir que el enemigo me condicione, aunque tampoco deseo cargarte con mi amor durante más tiempo…

—No es ninguna carga, Bink —le interrumpió ella—. Jamás vi nada tan valeroso como…

—Pero, ya que el antídoto se encuentra más allá de nuestro alcance, no tiene ningún sentido que te obligue a seguir con nosotros. Lamento haberte molestado por nada. Eres libre de marcharte.

Ella le cogió el brazo. Bink, de forma automática, apartó la espada.

—Bink, yo…

Bink, que ya no podía resistir su deseo, la besó. Para su sorpresa, ella le devolvió el beso con ardor. Les envolvió la fragancia de rosas amarillas. Entonces, él la apartó con suavidad.

—Cuídate mucho, ninfa. Este tipo de aventura no es la adecuada para ti. Me gustaría pensar que siempre estarás a salvo y feliz con tus gemas y el trabajo que desempeñas.

—Bink, no puedo marcharme.

—¡Tienes que hacerlo! Aquí, lo único que nos espera es el horror y el peligro, y no tengo derecho alguno a obligarte a que corras esos riesgos. Debes irte sin descubrir la fuente de la magia; de este modo, no te crearás ningún enemigo.

El aire se llenó del olor a pinos en un día caluroso, intenso y fuerte, levemente embriagador. El elixir también había curado la afonía de su voz y borrado las ojeras que habían marcado sus ojos de no haber dormido. Estaba tan hermosa como la primera vez que la vio.

—Tampoco tienes derecho a decirme que me vaya —expuso ella.

Humfrey avanzó. Bink alzó la espada en advertencia. Joya, asustada otra vez, retrocedió.

—No te preocupes —indicó el Mago—. Nos estamos aproximando a la fuente de la magia.

Bink, suspicaz, no se atrevió a creerle.

—No noto nada especial.

—¿Ves esa roca? —le preguntó Humfrey, señalándola—. Se trata de la roca mágica que, lentamente, a lo largo de cientos de años, se infiltra hacia la superficie a través de una grieta en los estratos rocosos. Una vez arriba, se convierte en el polvo mágico. Parte de la conversión natural o mágica de la corteza terrestre. —Señaló hacia abajo—. Ahí… es donde se carga. La fuente de la magia.

—Bien, pero…, ¿cómo se carga con magia? —exigió Bink—. ¿Por qué el coral se opuso tan encarnizadamente a que yo me acercara?

—Pronto lo sabrás. —El Mago le indicó una rampa natural en forma de túnel que se curvaba y descendía—. ¿Notas la fuerza que intensifica la magia en este lugar? El talento más insignificante se transforma en el de un Mago…; sin embargo, todos los talentos se ven en gran parte anulados por la atmósfera. Paradójicamente, es como si la magia no existiera, debido a que no puede ser diferenciada de forma adecuada.

Bink no le encontró mucho sentido a todo aquello. Prosiguió el descenso, atento a cualquier posible traición, percibiendo a su alrededor la presión de la magia. ¡Si una luciérnaga de fuego produjera una chispa ínfima, causaría una explosión suficiente como para volar la cima de la montaña! No cabía duda de que se acercaban a la fuente, pero…, ¿se trataba también de una trampa?

La rampa desembocó en una cueva enorme, cuya pared más alejada se hallaba tallada con la forma del rostro gigantesco de un demonio.

—El Demonio Xanth, la fuente de la magia —expuso concisamente Humfrey.

—¿Esa estatua, esa simple máscara? —preguntó Bink, incrédulo—. ¿Qué clase de broma es esta?

—No se trata de ninguna broma, Bink. Sin la presencia del Demonio, nuestra tierra sería igual que Mundania. Una tierra sin magia.

—¿Esto es lo único que tienes que mostrarme? ¿Cómo pretendes que lo crea?

—No espero que lo hagas. Tienes que escuchar el motivo para que sea así. Sólo entonces podrás vislumbrar el enorme significado de lo que ves… y apreciar el peligro incalculable que tu presencia aquí significa para nuestra sociedad.

Bink sacudió la cabeza con resignación.

—Te dije que escucharía. Y lo haré. Lo que no te garantizo es que crea en tu historia.

—No podrás evitarlo —dijo Humfrey—. Pero el riesgo radica en si la aceptarás. La información se emite de esta forma: hemos de caminar alrededor de la cámara, interceptando unos pocos vórtices mágicos de los pensamientos del Demonio. Entonces lo comprenderemos.

—¡No deseo experimentar ninguna magia más! —protestó Bink—. Lo único que quiero es conocer la naturaleza de la fuente.

—¡La conocerás, la conocerás! —exclamó Humfrey—. Camina conmigo, eso es todo. No existe otra forma. —Echó a andar.

Bink le acompañó con cierta suspicacia, ya que no deseaba dejar que el Mago se alejara del alcance inmediato de su espada.

Repentinamente, sintió vértigo; era como si estuviera cayendo, aunque sus pies se posaban firmes sobre el suelo. Se detuvo y se apoyó en algo que no sabía qué era. ¿Otro ataque de locura? Si esto resultaba ser la trampa…

Vio estrellas. No se trataba de las insignificantes motas que aparecían en un cielo nocturno normal, sino monstruosas bolas extrañas y llameantes que, sin embargo, eran de una sustancia que no ardía, de un gas más denso que la roca, y de olas sin agua. Se encontraban tan alejadas entre sí que un dragón no podría haber volado de una a otra ni en toda su vida; y eran tan numerosas que un hombre jamás podría contarlas en toda su vida; sin embargo, su totalidad resultaba visible al mismo tiempo. Entre esas increíbles cosas enormes-pequeñas, lejanas-cercanas, volaban los Demonios omnipotentes, tocando una diminuta (enorme) estrella aquí para hacerla parpadear, otra enorme (diminuta) allí para que brillara de color rojo; y, en alguna ocasión, de un soplido creaban el cegador resplandor de una nova. El reino de la estrellas era el lugar de recreo de los Demonios.

La visión desapareció. Atontado, Bink miró la cueva y la tremenda e inmóvil cara del Demonio.

—Te saliste de ese vórtice de pensamiento en particular —le explicó Humfrey—. Aunque profundos, cada uno es extremadamente estrecho.

—Eh, sí —admitió Bink.

Dio otro paso… y quedó de cara a una hermosa Demonesa, con unos ojos tan profundos como los vórtices de los demonios del lago y un cabello que se extendía como la cola de un cometa. No se trataba precisamente de una hembra, ya que los Demonios no se reproducían y, por lo tanto, no mantenían ninguna relación sexual, salvo por placer; eran eternos. Siempre existieron y, mientras la existencia tuviera algún significado, siempre existirían. Sin embargo, por amor a la variedad, a veces jugaban con las variaciones del sexo y adoptaban el aspecto de machos, hembras, neutros y anónimos. En ese momento, ella se encontraba bastante próxima a una categoría que no era la de macho.

—-dijo, formulando un concepto tan bastamente espacioso que Bink no logró registrarlo en su mente.

No obstante, su portento era tan significativo que conmovió profundamente a Bink. Sintió un repentino impulso de urgencia hacia…; pero, de ser posible o incluso concebible, algo semejante habría resultado tan obsceno en términos humanos. Después de todo, su categoría no era la más cercana a la femenina.

Bink salió del remolino de pensamiento y vio que Joya se hallaba de pie, traspuesta, inmersa en otra corriente. Tenía los labios entreabiertos, y su pecho oscilaba a causa de su entrecortada respiración. ¿Qué experimentaba? Bink padeció una reacción a un nivel cuádruple: horror de que estuviera viviendo un pensamiento tan crudo y sofisticadamente compulsivo como el que acababa de experimentar él, ya que era una ninfa inocente; celos de que reaccionara de forma tan arrebatada a algo que no fuera él mismo, en especial si se trataba de una noción tan sugerente como la que había absorbido él; culpa por sentirse de ese modo con una ninfa a la que no podría tener, aunque no hubiera deseado el concepto de tenerla así; y una intensa curiosidad. Supón que un anónimo le hiciera una propuesta…, ¡oh, horrible! Sin embargo, sería tan tentadora también.

Pero Humfrey siguió avanzando, y Bink tuvo que ir con él. Se introdujo en una memoria eterna, tan larga que se parecía a una autopista mágica que se extendiera hacia el infinito en ambos sentidos. Su línea de visión —aunque la vista no era precisamente el sentido empleado— hacia el pasado desapareció en un resplandor de futuro distante, muy distante. El universo de los Demonios había comenzado con una explosión y terminaba con otra, y todo el tiempo y la materia no eran más que una simple pausa entre esos dos estallidos…, que, a su vez, sólo eran los aspectos de una única explosión. ¡Estaba claro que se trataba de un universo completamente alienígena del de Bink! Sin embargo, en la agonía de ese flujo relevante sin sentido, resultaba creíble. ¡Un sistema supermágico para los Demonios supermágicos!

Bink emergió de ese pensamiento.

—Pero ¿qué tienen que ver los Demonios con la fuente de la magia de Xanth? —preguntó, dolorosamente.

En ese momento penetró en otro flujo…, bastante complejo. Si cooperamos, podemos aumentar nuestro A, comunicó la pseudo Demonesa de forma seductora. Por lo menos, eso fue todo lo que Bink pudo comprender de su propuesta, que poseía unos niveles, resonancias y simbolismos tan numerosos como la miríada de estrellas que había contemplado, e igual de intensas, difusas y confusas. Mi fórmula es E(A/R)th, la tuya X(A/N)th. Nuestras Aes encajan[1]

Ah, sí. Considerando la situación, resultaba una buena oferta, ya que los elementos restantes diferían, haciendo que no fueran competitivos.

¡No mientras vivas!, protestó otro. Aumenta nuestra E, no la A. Se trataba de D(E/A)th, que se vería disminuido por la A potenciada.

Aumenta la D y la E, sugirió otro. Era D(E/P)th. D(E/A)th estuvo de acuerdo al instante, al igual que E(A/R)th, ya que ella también se beneficiaba un poco. Sin embargo, ese trato dejaba a X(A/N)th fuera.

Reduce nuestra N, recomendó T(E/N)th, pidiéndoselo a X(A/N)th. No obstante, T(E/N)th también mantenía tratos con los que estaban a favor de aumentar la E, lo cual le daba un beneficio desproporcionado con el acuerdo. Todos los tratos fallaron por la imposibilidad de obtener ventajas.

Bink salió de ese vórtice con el intelecto esforzándose por comprender la situación. ¿Los nombres eran fórmulas? ¿Las palabras valores? ¿Qué estaba ocurriendo?

—Ah, ya lo has visto —repuso Humfrey—. Los demonios no poseen nombres, sólo puntos de valor. La valoración de las variables son sustituidas y afectan al valor numérico…; aunque en realidad no se trata de números, sino de grados de conceptos, con unas dimensiones de gravedad, hechizos, luminosidad y otras que apenas podemos entender. La puntuación actual es la máxima.

La explicación que le proporcionó el Mago lo único que hizo fue incrementar el misterio.

—¿El Demonio Xanth es únicamente una puntuación en un juego?

—El Demonio cuya fórmula de puntuación es X(A/N)th…, tres variables y un exponente de clase, por lo menos hasta donde nosotros podemos comprenderlo —expuso el Mago—. Las reglas del juego se hallan más allá de nuestro entendimiento; sin embargo, nosotros vemos el cambio de sus puntuaciones.

—¡Eso no me importa! —gritó Bink—. ¿Qué sentido tiene?

—¿Qué sentido tiene la vida? —inquirió a su vez Humfrey.

—Cre… crecer, mejorar, realizar algo útil —replicó Bink—. No dedicarte a jugar con los conceptos.

—Lo ves de esa forma porque eres un hombre, no un Demonio. Esas entidades son incapaces de crecer o de mejorar.

—Pero ¿y todos sus números, el aumento de su velocidad, de su viscosidad…?

—Oh, creí que lo habías comprendido —dijo el Mago—. No se trata de la expansión del intelecto o el poder de un Demonio, sino de una posición social. Los Demonios no crecen; ya son omnipotentes. No existe nada en lo que no puedan pensar y que les impida poseerlo. Nada que no puedan conseguir. Esa es la razón por la que, según nuestras definiciones, no pueden mejorar o realizar algo útil, porque ya son absolutos. De este modo, no surge ninguna negación inherente, ningún desafío.

—¿Ningún desafío? ¿No resulta aburrido?

—En mil millones de años se hace mil millones de veces más aburrido —admitió el Mago.

—Así que los demonios se dedican a jugar, ¿verdad? —preguntó Bink con incredulidad.

—¿Qué mejor manera hay de pasar el tiempo y de recobrar el interés en la existencia? Como no tienen limitaciones reales, aceptan las que ellos mismos se imponen. La excitación del desafío artificial reemplaza la monotonía de la realidad.

—Quizá —repuso Bink, con ciertas dudas—. No obstante, ¿qué tiene que ver esto con nosotros?

—El Demonio X(A/N)th está cumpliendo un castigo por no poder completar la aplicación de una fórmula dentro de un límite —contestó Humfrey—. Debe permanecer aislado e inerte hasta que le liberen.

Bink permaneció en el lugar donde se hallaba para no interceptar más pensamientos.

—No veo ninguna cadena que le retenga. Y, en lo referente a su soledad…, este lugar está atiborrado de seres.

—Ninguna cadena podría retenerlo, ya que es omnipotente. Participa en el juego respetando las reglas. Y, claro está, a nosotros no se nos tiene en cuenta como compañía. En realidad, a ninguna porción de la Tierra de Xanth. Somos parásitos, no Demonios.

—Pero…, pero… —Bink buscó palabras con las que explicarse, sin encontrarlas—. ¡Dijiste que ese Demonio era la fuente de la magia!

—Así es. El Demonio X(A/N)th lleva confinado aquí más de mil años. De su cuerpo ha salido una cierta cantidad de magia que ha permeado todo el entorno. Para él, es algo tan insignificante que apenas lo ha notado…; se trata de una simple emanación de su presencia, del mismo modo que nuestros propios cuerpos irradian calor.

A Bink eso le pareció tan fantástico como los pensamientos vórtices del Demonio.

—¿Mil años? ¿Pérdida de magia?

—En ese período de tiempo, incluso una pequeña cantidad puede llegar a convertirse en algo considerable…, por lo menos así se lo parecería a un parásito —le aseguró el Mago—. Toda la magia de la Tierra de Xanth deriva de ese efecto…; y, si la juntáramos, no podría completar ni una palabra de la fórmula del Demonio.

—Aunque así sea…, ¿por qué el cerebro de coral intentó evitar que lo averiguara?

—Bink, el coral no tiene nada personalmente en contra tuya. Creo que hasta respeta tu determinación. No quiere que nadie descubra la verdad. Ya que cualquiera que se encuentre con el Demonio X(A/N)th puede sentir la tentación de liberarlo.

—¿Cómo podría un simple parásito…, quiero decir, una persona, liberar a un ente semejante? Dijiste que el Demonio permanece prisionero por propia elección.

Humfrey agitó la cabeza.

—¿Qué significa la elección, para un ser omnipotente? Está aquí por los dictados del juego. Es una cuestión muy distinta.

—¡Pero sólo participa en el juego para divertirse! ¡Puede abandonarlo cuando lo desee!

—El juego es válido mientras sean respetadas sus reglas. Después de invertir más de mil años en ese aspecto, y estando tan cerca del éxito de acuerdo con sus reglas, ¿por qué habría de romperlas ahora?

Bink sacudió la cabeza.

—¡Para mí no tiene ningún sentido! ¡Yo no me torturaría de esa forma!

Sin embargo, un pensamiento surgió desde el fondo de su mente. Él mismo se torturaba con la ninfa Joya, respetando la costumbre humana de su matrimonio con Camaleón. Eso, para un Demonio, podría carecer de sentido.

Humfrey simplemente lo miró, comprendiendo parte de lo que pasaba por su mente.

—Muy bien —repuso Bink, volviendo al tema principal—. El coral no quería que yo me enterara de la existencia del Demonio por miedo a que lo liberara. ¿Cómo podría liberar a una criatura omnipotente que no desea que la dejen en libertad?

—Oh, estoy seguro de que X(A/N)th quiere ser liberado. Lo que ocurre es que resulta imprescindible que se siga un protocolo. No podrías hacerlo dirigiéndote sin más al Demonio y diciéndole «¡Xanth, yo te libero!». Eso se encuentra al alcance de cualquiera, a excepción del Demonio mismo.

—¡Sin embargo, desde su punto de vista, nosotros no contamos para nada! ¡Sólo somos parásitos!

—Yo no he creado las reglas, únicamente las interpreto, aunque la comprensión de todo el esquema la fue recibiendo el cerebro de coral a lo largo de siglos —repuso el Mago, extendiendo las manos—. Está claro que nuestra interpretación no es adecuada. Pero mi hipótesis es que, así como nosotros dos podemos hacer una apuesta para determinar si una mota de polvo caerá cerca de mí o de ti, los Demonios apuestan a si un parásito determinado dirá las palabras adecuadas en el momento exacto. Le brinda al procedimiento un divertido toque de azar.

—Entonces, con todo su poder, ¿por qué Xanth no hace que uno de nosotros las pronuncie?

—Eso sería lo mismo que si lo hiciera él. Sería una trampa. Por las propias reglas del juego, está obligado a no influir en ningún otro ser para que actúe a su favor, del mismo modo que nosotros no permitiríamos que el otro soplara la mota de polvo para cambiar su curso. No se trata de una cuestión de poder, sino de convenciones. El Demonio conoce todo lo que ocurre aquí, incluyendo la conversación que mantenemos ahora; sin embargo, en el momento en que interfiera, perdería el punto. Razón por la que observa y espera, sin hacer nada.

—Salvo pensar —dijo Bink, sintiéndose nervioso por el escrutinio del Demonio. Si Xanth estaba leyendo los pensamientos de Bink mientras Bink leía los pensamientos de Xanth, en especial en el caso del recuerdo de la Demonesa… ¡Ay!

—Se permite pensar. Se trata de otra función inherente, como su colosal magia. Él no ha intentado influir en nosotros a través de sus pensamientos; los hemos interceptado nosotros por iniciativa propia. El coral, al estar más cerca del Demonio durante este último milenio, ha interceptado más magia y pensamientos de X(A/N)th que cualquier otro nativo, motivo por el que le comprende menos imperfectamente que el resto de los parásitos. De este modo, el cerebro de coral se ha convertido en el guardián del Demonio.

—¡Y, por celos, impide que cualquier otro ser consiga una magia similar de información! —exclamó Bink.

—No. Ha resultado ser una tarea necesaria y tediosa, que el coral, gustoso, habría abandonado hace siglos. El deseo más ferviente del coral es residir en un cuerpo mortal, vivir y amar, odiar, reproducirse y morir como nosotros. Pero no puede hacerlo, a menos que el Demonio quede libre. El coral posee la longevidad del Demonio, sin sus poderes. No se trata de una situación envidiable.

—¿Quieres decir que el Demonio Xanth habría quedado en libertad siglos atrás si no hubiera sido por la acción del coral?

—Así es —repuso el Mago.

—¡Por todos los diablos! ¿Y el Demonio lo tolera?

—El Demonio lo tolera, a menos que desee perder el punto.

—Bien, pues a mí me parece una violación atroz de los derechos civiles del Demonio, ¡y pienso remediarlo de inmediato! —exclamó Bink, con justificada cólera. Sin embargo, titubeó—. ¿Qué gana el coral al mantener encadenado al Demonio?

—No lo sé con seguridad, pero puedo emitir alguna hipótesis —repuso Humfrey—. No lo hace por su propio beneficio, sino para mantener el status quo. Piensa, Bink: ¿cuál sería la consecuencia de la liberación del demonio?

Bink meditó.

—Supongo que volvería a su juego.

—¿Y qué ocurriría con nosotros?

—Quizás el cerebro de coral se vería en problemas. ¡Sé que yo estaría irritado si alguien me hubiera retenido durante siglos! Sin embargo, el coral debía estar al tanto de los riesgos antes de meterse en esto.

—Por supuesto. El Demonio carece de emociones humanas. Acepta la interferencia del coral como parte del riesgo que conlleva el juego; no buscará venganza. No obstante, podría haber otra consecuencia.

—Si Xanth carece de emociones humanas —dijo lentamente Bink—, ¿qué le detendría de destruirnos a todos inadvertidamente? Sería una forma fría, e incluso sensata, de asegurarse de que no volvía a quedar atrapado.

—Ahora empiezas a comprender la preocupación del coral —corroboró Humfrey—. Nuestras vidas penden de un frágil equilibrio. Aunque el Demonio nos ignore y emprenda su camino, seguro que habrá una consecuencia a su liberación.

—Eso creo —aceptó Bink—. Si Xanth es la fuente de la magia de toda nuestra tierra… —Irritado, se interrumpió a sí mismo—. ¡Podría significar el fin de la magia! Nos convertiríamos en…

—Exactamente. Seríamos como Mundania —terminó Humfrey—. Quizá no ocurriera de inmediato; haría falta cierto tiempo para que la magia acumulada de mil años se disipara. O tal vez la pérdida fuera instantánea y absoluta. No lo sabemos. Pero, sin lugar a dudas, se produciría un desastre de mayor o menor magnitud. Por fin has comprendido el peso con el que ha cargado durante todo este tiempo el coral. Salvó nuestra tierra de un destino peor que el de la destrucción.

—Sin embargo, quizás el Demonio no se vaya —dijo Bink—. Tal vez le guste estar aquí…

—¿Te gustaría apostar tu sistema de vida sobre esa presunción?

—¡No!

—¿Sigues condenando al coral por oponerse a ti?

—No; supongo que, en su lugar, yo habría hecho lo mismo.

—Entonces, ¿te marcharás sin liberar al Demonio?

—No estoy seguro —comentó Bink—. Acepté escuchar los motivos del coral, y así lo he hecho. Sin embargo, he de decidir por mí mismo lo que es correcto.

—¿Existe alguna duda cuando todo el bienestar de nuestra tierra está en juego?

—Sí. También el bienestar del Demonio está en juego.

—Pero, para X(A/N)th, todo esto no es más que un juego. Sin embargo, para nosotros es la vida.

—Sí —admitió Bink, evasivamente.

El Mago comprendió que era inútil discutir.

—Este es el gran riesgo que no quisimos correr…, el juego del resultado de la crisis de consciencia de un individuo. El futuro de nuestra sociedad depende de ti.

Bink supo que era verdad. Nada que Humfrey o el coral pudieran decir le afectaría antes de que musitara las palabras que soltarían al Demonio. Podría meditarlo durante un segundo, o una hora, o un año; dependía de él, libre de toda presión. No deseaba cometer un error.

—Grundy —llamó Bink, y el golem corrió hacia él, sin verse afectado por los vórtices de pensamiento—. ¿Deseas liberar al Demonio Xanth?

—Yo no puedo tomar decisiones semejantes —protestó Grundy—. Yo sólo soy paja y cuerdas, una criatura de la magia.

—Como el mismo Demonio —dijo Bink—. Tú no eres humano, no estás del todo vivo. Quizás estés construido como un Demonio en miniatura. Pensé que tal vez tuvieras un presentimiento.

Grundy caminó por el suelo de la cueva, meditando seriamente.

—Mi especialidad es la traducción. Puede que yo no experimente la emoción que vosotros sentís, pero tengo una idea terriblemente clara del Demonio. Es como yo de la misma forma que un dragón se parece a un niquelpiés. Puedo decirte lo siguiente: carece de consciencia o compasión. Practica su juego y sigue sus reglas de forma rigurosa; no obstante, si le liberas, no recibirás premio o agradecimiento alguno. De hecho, si te proporcionara alguna ventaja por el servicio que le prestaras, sería una trampa por su parte, ya que podría influir en la decisión que tomes. Sin embargo, si la concesión del premio fuera legítima, no te lo daría. Tan pronto como te viera, te aplastaría.

—Es igual que tú —repitió Bink—. Tal como eras tú antes de empezar a cambiar. Ahora te encuentras a medio camino de ser real. De algún modo… te preocupas.

—Ahora soy un golem imperfecto. Xanth es un Demonio perfecto. Para mí, la humanización es un escalón a subir; para él, sería como la pérdida de gracia. No es como vosotros.

—Sin embargo, a mí no me preocupa la similitud de clases o el agradecimiento, sino la justicia —repuso Bink—. ¿Es correcto que se libere al demonio?

—Según su lógica, serías un perfecto idiota si lo hicieras.

El Buen Mago, que se mantenía a un lado, asintió en señal de conformidad.

—Joya —llamó Bink.

La ninfa alzó la vista; emitía un olor a huesos viejos.

—El Demonio me asusta más que nada —dijo—. Su magia…, con sólo parpadear un ojo, nos podría borrar de la existencia.

—Entonces, ¿tú no lo liberarías?

—Oh, Bink…, jamás. —Vaciló, hermosa—. Sé que bebiste la poción, por lo que esto no es justo; sin embargo, siento tanto miedo por lo que ese demonio podría hacer, que realizaría cualquier cosa que me pidieras si no lo liberas.

De nuevo el Buen Mago asintió. Las ninfas eran criaturas simples, directas, que no se veían perturbadas por los diferentes estratos de la consciencia o la estrategia social. Una mujer de verdad quizá sintiera lo mismo que Joya, pero se expresaría con mucha más sutileza, brindando una razón que superficialmente resultara más convincente. La ninfa había establecido su precio.

Así que sus consejeros lógicos y emocionales le advertían en contra de la liberación del Demonio X(A/N)th. No obstante, Bink seguía inseguro. Había algo acerca de este ente super enorme, super mágico, que jugaba…

Lo descubrió. El honor. Dentro del esquema del Demonio, este era honesto. Nunca se saltó el código del juego…, ni en el más mínimo detalle, aunque no había nadie de su clase que pudiera observarle, y nunca lo hubo en mil años. Una integridad más allá de la capacidad humana. ¿Tenía que ser castigado por ello?

—Te respeto —le comunicó por fin Bink a Humfrey—. Y también respeto el motivo del cerebro de coral. —Se volvió hacia el golem—. Creo que te mereces la oportunidad de conseguir la plena realidad. —Y a la ninfa—: Y te amo, Joya. —Se detuvo—. Pero no respetaría nada, ni amaría nada, si no respetara y amara la justicia. Si permito que los lazos y deseos personales prevalezcan sobre mi integridad básica de propósito, perdería mi derecho de distinción como un ser moral. He de hacer lo que creo que es correcto.

Los otros no le respondieron. Únicamente le miraron.

—El problema —prosiguió Bink, pasados unos momentos— radica en que no estoy seguro de lo que es correcto. Los motivos del Demonio Xanth son tan complejos, y la consecuencia de la pérdida de la magia es tan grande para nuestro mundo…, ¿dónde está lo bueno y lo malo? —Se detuvo de nuevo—. Desearía que Chester estuviera aquí para que compartiera su emoción y su lógica conmigo.

—Puedes recuperar al centauro —indicó Humfrey—. Las aguas del lago de coral no matan, sólo preservan. Se halla suspendido en el líquido, incapaz de escapar; pero vivo. El coral no puede soltarle, ya que también a él le preserva de la misma forma. Sin embargo, tú, si mantienes la magia de nuestra tierra, podrías utilizar el extraordinario poder de esta zona y sacarle.

—Me ofreces otra tentación que se halla unida a lazos personales —dijo Bink—. ¡No puedo permitir que influya en mí! —Acababa de darse cuenta de que aún no había ganado la batalla contra el cerebro de coral. Se había impuesto físicamente, pero, intelectualmente, la cuestión era dudosa. ¿Cómo podía sentirse seguro de que la decisión que tomara sería la suya? Entonces, se le ocurrió una idea brillante—. ¡Defiende el caso opuesto, Mago! Dime por qué habría de liberar al Demonio.

Sorprendido, el Mago puso pegas.

—¡No deberías liberarle!

—Eso es lo que tú crees. Es lo que el coral cree. No estoy seguro de si esa creencia es realmente tuya o sólo un reflejo de la voluntad de tu amo. Así que ahora tú defenderás el caso opuesto, y yo defenderé la postura de dejarle encadenado. Quizá de este modo consigamos que surja la verdad.

—Tú mismo eres una especie de demonio —musitó Humfrey.

—Ahora reconoceré si estos amigos míos son más importantes que un Demonio impersonal —repuso Bink—. No sé lo que es justo para X(A/N)th, pero sí sé que mis amigos merecen lo mejor. ¿Cómo puedo justificar el traicionarlos al liberar al Demonio?

Humfrey puso un aspecto como si se hubiera tragado el ojo maligno; sin embargo, se prestó al juego con rapidez.

—No se trata de una cuestión de traición, Bink. Ninguno de tus amigos habría experimentado jamás la magia, de no haber sido por la presencia del Demonio. Ahora, ya se ha cumplido la pena de encarcelamiento de X(A/N)th, y ha de ser puesto en libertad. Si realizaras cualquier otra cosa, traicionarías el papel que cumples en el juego del Demonio.

—¡No tengo ninguna obligación hacia el juego del Demonio! —exclamó Bink, adentrándose cada vez más en la lógica que seguía—. ¡El azar me trajo hasta aquí!

—Ese es su papel. El que tú, como ser sapiente, no influenciado por la voluntad del Demonio, llegues por propia iniciativa o casualidad a liberarle. Luchaste contra todos nosotros para conseguir tomar esta decisión, y venciste; ¿vas a tirarlo ahora todo por la borda?

—Sí…, si se trata de lo mejor.

—¿Cómo puedes presumir de saber lo que es mejor para un ente como X(A/N)th? Libérale y deja que se labre su propio destino.

—¿A costa de mis amigos, de mi tierra y de mi amor?

—La justicia es absoluta; no puedes sopesarla con factores personales.

—¡La justicia no es absoluta! Depende de la situación. Cuando existe el bien y el mal a ambos lados de la escala, la preponderancia…

—Bink, no puedes sopesar el bien y el mal en una escala —cortó Humfrey, cada vez más vehemente en su papel de abogado del Demonio. Bink ya estaba seguro de que el que hablaba era el Buen Mago, no el cerebro de coral. El enemigo tuvo que liberar a Humfrey, por lo menos hasta ese punto, para permitirle practicar el juego que habían comenzado. La mente y la emoción del Mago no habían sido borradas, y eso formaba parte de lo que quería saber Bink—. El bien y el mal no se encuentran en las cosas o en las historias, y tampoco pueden ser definidos adecuadamente, ya sea en términos humanos o demoníacos. Simplemente, son aspectos de un punto de vista. La cuestión es si ha de permitírsele al Demonio emprender su búsqueda a su propia manera.

—Está siguiéndola a su propia manera —enfatizó Bink—. Si no le libero, ello también responderá a las reglas de su juego. ¡No me impulsa ninguna obligación!

—El honor del Demonio le impulsa a cumplir unas pautas que ningún hombre soportaría —dijo Humfrey—. No me sorprende que tu propio honor esté por debajo de ese estándar perfecto.

Bink sintió como si hubiera sido golpeado de lleno por la maldición devastadora de bosques. ¡El Mago era un adversario imponente, incluso en una causa a la que se oponía! Aunque quizás esta fuera la verdadera postura del Mago, que el coral se había visto obligado a permitirle mostrar con el fin de mantener la discusión.

—Mi honor me impulsa a seguir el código de los de mi clase, aunque sea imperfecto.

Humfrey extendió las manos.

—No puedo discutirte eso. La única guerra verdadera entre el bien y el mal es la que se libra en tu propia alma…, seas quien fueres. Si eres un hombre, haz de actuar como tal.

—¡Sí! —acordó Bink—. Y mi código me dice… —Se detuvo, sorprendido y mortificado—. Me dice que no puedo dejar que un ser que vive y siente sufra por culpa de mi inacción. Poco importa que el Demonio no me liberara si nuestras posturas estuvieran invertidas; yo no soy un Demonio, y no actuaré como uno. Lo que importa es que un hombre no permanezca al margen y permita que un mal que él percibe continúe. Y menos cuando puede corregirlo tan fácilmente.

—¡Oh, Bink! —gritó Joya, oliendo a mirra—. ¡No lo hagas!

La miró de nuevo, tan adorable incluso en su aprensión, aunque tan falible. Camaleón le hubiera apoyado en su decisión, y no porque deseara complacerle, sino porque era un ser humano que creía, igual que él, que había que hacer lo correcto. Sin embargo, y a pesar de que Joya, como todas las ninfas, carecía de una consciencia social importante, era una persona tan buena como su estado le permitía.

—Te amo, Joya. Sé que se trata de algo más que ha intentado el coral para detenerme, pero…; bueno, si no hubiera bebido la poción, y si no estuviera casado, habría sido muy fácil amarte de todas formas. Supongo que no te ayudará a sentirte mejor el hecho de que también arriesgo a mi esposa y a mi hijo nonato, y a mis padres, y a todos aquellos a los que amo. Pero he de hacer lo que debo.

—¡Idiota perdido! —exclamó Grundy—. Si yo fuera real, cogería a la ninfa y mandaría al infierno al Demonio. ¡No recibirás ningún premio por parte de X(A/N)th!

—Lo sé —repuso Bink—. No recibiré las gracias de parte de nadie.

Entonces se dirigió al enorme rostro del Demonio.

—Yo te libero, Xanth —pronunció.