11
Cerebro de coral

Bink despertó de una sacudida cuando el excavador se detuvo.

—Creo que hemos llegado —murmuró Joya. Tenía la voz ronca de cantar durante horas.

—¡Deberías haberme despertado antes! —dijo Bink—. Te habría relevado en el canto para conducir al gusano.

—La sensación de tu cabeza en mi espalda era tan agradable que no quise molestarte —musitó ella—. Además, vas a necesitar todas tus fuerzas. A medida que avanzamos, siento como la magia se intensifica.

Bink también lo percibió: un sutil cosquilleo en su piel, como el causado por el polvo mágico. Por todo lo que podía saber, quizá la roca por la que viajaban fuera una piedra de polvo mágico antes de emerger a la superficie. Sin embargo, el misterio seguía latente: ¿qué era lo que imbuía a las rocas con magia?

—Oh, gracias —comentó, perturbado—. Eres una ninfa dulce.

—Bien… —ella giró la cabeza, facilitándole el que la besara.

Olía a rosas especialmente delicadas: también su magia se veía aumentada por el entorno. Bink se inclinó hacia delante, inhaló la deliciosa fragancia, acercó sus labios a…

Fueron interrumpidos por la visión de la botella. Flotaba en la resplandeciente superficie de otro lago. Había algo pegado a ella, un trozo de paja o brea…

—¡Grundy! —gritó Bink.

El golem alzó la vista.

—¡Ya era hora de que llegaras! Coge la botella antes…

—¿Es seguro nadar en el lago? —preguntó Bink, alerta por el fulgor. Tal vez ayudara a mantener alejados a los goblins; sin embargo, no tenía por qué hacerlo seguro para la gente.

—No —repuso Joya—. El agua es lentamente venenosa para la mayoría de las formas de vida. Un trago en su nacimiento, donde está bastante diluida por el flujo fresco de la superficie, no te daña mucho, si sales pronto. No obstante, aquí abajo ya ha absorbido mucha magia horrible…

—De acuerdo. No nadaré —dijo Bink—. Chester, ¿puedes cogerla con tu lazo?

—Se encuentra fuera de mi alcance —comentó el centauro—. Si los remolinos de la superficie la acercaran a la costa, la podría capturar con facilidad.

—Será mejor que os deis prisa —llamó Grundy—. Hay algo debajo del lago, y…

—Los demonios vivían debajo de un lago —comentó Chester—. ¿Crees que el enemigo…?

Bink comenzó a quitarse la ropa.

—Creo que iré a coger la botella ahora mismo. Si el lago me hiere, el Mago podrá darme un poco de su elixir curativo. Al estar aquí, también ha de ser más potente.

—¡No lo hagas! —gritó Joya—. Este lago…, creo que jamás llegarás a la botella. Haré que el excavador entre en fase con el agua. Nada le puede herir cuando se halla en fase.

Dirigido por ella y por su ronca canción, el gusano se deslizó en el agua, sacando su pestaña circular para erigir un túnel temporal a través del líquido, como si se tratara de roca. Avanzó con lentitud hasta que surgió la flauta de Chester, que interpretó un ritmo enérgico y de marcha. La flauta parecía más brillante y grande que antes, su sonido más alto: más magia aumentada. El excavador adquirió velocidad, expandiéndose y contrayéndose al ritmo de la música. Decidido, se dirigió hacia la botella.

—Oh, gracias, centauro —susurró Joya.

—¡Rápido! ¡Rápido! —gritó el golem—. El coral sabe que…, está intentando… ¡SOCORRO! ¡VIENE A COGERME!

Entonces Grundy emitió un grito horrible, como si se hallara padeciendo un dolor humano.

—Todavía no soy lo suficientemente real —jadeó, una vez que el grito hubo salido de su sistema—. Sigo siendo un golem, sólo una cosa de paja y pegamento. Puedo ser controlado. Yo…

Se interrumpió y lanzó otro grito; luego reanudó con más calma su monólogo:

—Me he marchado.

Bink no entendía nada; pero experimentó la dolorosa sensación de que tendría que haber ayudado al golem a resistir… ¿qué? Haberle dado un poco de aliento, recordarle los sentimientos que, evidentemente, Grundy poseía. Tal vez el golem podría haber vencido su horror personal e íntimo si…

El gusano casi había llegado hasta la botella. Con rapidez, Grundy rodeó el corcho con sus brazos de paja, apoyó los pies contra el cuello del frasco y tiró.

—¡Por el poder del coral cerebral, sal! —jadeó.

El corcho saltó. El humo flotó fuera de la botella, giró en un remolino y, luego, se solidificó en las formas del Buen Mago y el grifo.

—¡Grundy los rescató! —exclamó Chester, mientras su flauta se desvanecía.

—¡Vuela hasta la playa! —gritó Bink—. ¡No toquéis el agua!

Humfrey se agarró a Crombie, que extendió las alas y se elevó. Se inclinaron durante un momento, carentes de equilibrio; luego se enderezaron y avanzaron con suavidad.

Bink corrió a su encuentro cuando aterrizaban en la playa.

—¡Estábamos tan preocupados por vosotros, temíamos que el enemigo llegara antes!

—Y lo hizo —comunicó Humfrey, metiendo la mano en su chaqueta en busca de un frasco—. Da la vuelta, Bink; abandona tu búsqueda y no recibirás ningún daño.

—¡Abandonar mi búsqueda! —gritó Bink, sorprendido—. ¿Justo cuando estoy a punto de completarla? ¡Sabes que no lo haré!

—Sirvo a un nuevo amo; pero mantengo mis escrúpulos —explicó Humfrey. Algo siniestro emanaba de él ahora; seguía siendo un hombre pequeño, con aspecto de gnomo; no obstante, ya no había humor en esa caracterización. Su mirada se parecía más a la de un basilisco que a la de un hombre: una mirada fría, mortífera—. Es necesario que lo comprendas. La botella fue abierta por el agente del enemigo que yace en el fondo de este lago, una criatura de inteligencia, magia y consciencia tremendas, que carece de la capacidad de moverse. Es el coral cerebral, que se ve obligado a operar a través de otros agentes para conseguir su noble objetivo.

—¿El… enemigo? —inquirió Bink, con desesperación—. ¿El que envió la espada mágica, el dragón y el serpenteador…?

—E innumerables obstáculos más, la mayoría de los cuales quedaron anulados por tu magia antes de poder manifestarse. El coral no puede controlar a una entidad consciente, inteligente y viva; ha de operar a través de sugerencias mentales que parecen las propias ideas de la criatura. Esa es la razón de que el dragón te persiguiera, y el serpenteador te espiara, y la razón de que otras complicaciones, en apariencia coincidentes, ocurrieran. Sin embargo, tu talento te permitió resistirlas casi sin ningún perjuicio. La sirena te tentó; no obstante, la gorgona no te encantó en piedra; la polilla midas fue desviada hacia otro blanco, la maldición de los demonios no te alcanzó. Y ahora, en el corazón de la magia del coral, por fin te ves detenido. Has de dar media vuelta, porque…

—¡Pero no puede controlarte a ti! —protestó Bink—. ¡Eres un hombre, un hombre inteligente, un Mago!

—Tomó control del golem, lo cual le resultó posible sólo porque la realidad de Grundy no estaba completa y porque nos hallamos en la región más poderosa del poder del coral. Hizo que el golem abriera la botella. No importa que el frasco se halle ahora flotando en medio del lago del coral; la conjuración se realizó en nombre del coral cerebral, y me ata.

—Pero… —protestó Bink, incapaz de proseguir, ya que no podía formular su pensamiento.

—Fue el duelo más feroz de esta campaña —continuó Humfrey—. La lucha por la posesión de la botella. El coral consiguió que cayera de tus ropas; pero tu magia hizo que el corcho se destapara, momento en el que comenzamos a salir. Fue gracias al impacto de la maldición de los demonios, que te ayudó en lo que parecía una coincidencia increíble. Sacudió la botella en el interior del vórtice. No obstante, el coral empleó una fuerte corriente de remolino para colocar el tapón en su sitio, atrapando a Grundy en el exterior. Tu magia consiguió resquebrajar el espejo mágico a mitad de camino, con fragmentos que quedaron dentro y fuera, lo que nos permitió establecer una especie de comunicación. Entonces, la magia del coral hizo que perdieras tu fragmento de cristal. Sin embargo, tu magia te guió hasta Beauregard, que restableció la comunicación. Cuando hiciste que tu enamoramiento de la ninfa se convirtiera en un elemento activo, estuviste a punto de llegar a tiempo a la botella, ¡tu talento manipuló muy bien al coral en esa ocasión!; no obstante, en este lugar, la magia del coral es más fuerte que la tuya, razón por la que llegó primero a la botella. Por muy poco. De hecho, vuestros talentos se han cancelado mutuamente. Pero ahora el coral, a través del poder del frasco, nos controla a Crombie y a mí. Todos nuestros poderes están a su servicio, y tú has perdido.

Chester se situó al lado de Bink.

—Así que os habéis convertido en el enemigo —comentó lentamente.

—En realidad no. Ahora que tenemos acceso a la perspectiva del coral, sabemos que se halla del lado de la razón. Bink, tu búsqueda es peligrosa, y no sólo para ti, sino para toda la tierra de Xanth. ¡Debes desistir, créeme!

—No te creo —repuso sombríamente Bink—. En este momento, no. No ahora que habéis cambiado de bando.

—Lo mismo opino —dijo Chester—. Conjuraos de regreso al interior de la botella, y deja que rescatemos el frasco y os liberemos a nuestras órdenes. Entonces, si puedes repetir esa declaración, te escucharé.

—No.

—Es lo que pensaba —repuso Chester—. Emprendí esta misión como un servicio para ti, Mago; sin embargo, nunca recibí mi Respuesta. Puedo dejar tu servicio cuando lo desee. No obstante, no renunciaré a esta búsqueda sólo porque un monstruo oculto te haya asustado para que cambies de parecer.

—Tu postura es comprensible —comentó Humfrey, con sorprendente suavidad—. Ya no tengo, como bien has señalado, necesidad de tu servicio. Pero me veo en la obligación de comunicaros a los dos que, si no podemos convenceros con la razón, nos opondremos por la fuerza.

—¿Quieres decir que de verdad lucharías contra nosotros? —inquirió Bink, incrédulo.

—No deseamos tener que emplear la fuerza —contestó Humfrey—. Sin embargo, es imprescindible que desistas. Marchaos ahora, abandonad la búsqueda, y todo acabará bien.

—¿Y si no la dejamos? —preguntó Chester de forma beligerante, observando a Crombie.

Estaba claro que al centauro no le disgustaría mucho probar su poderío contra el del grifo. Durante todo el trayecto había existido entre ellos una especie de rivalidad.

—En ese caso, tendríamos que anularos —respondió Humfrey seriamente.

Quizá fuera pequeño; no obstante, seguía siendo un Mago, y su declaración envió un frío estremecimiento al cuerpo de Bink. Nadie podía permitirse el lujo de tomar a la ligera la amenaza de un Mago.

Bink se sentía desgarrado entre alternativas desagradables. ¿Cómo podía enfrentarse con sus amigos, los mismos para rescatar a los cuales había luchado tan arduamente? Sin embargo, si se encontraban bajo el hechizo del enemigo, ¿cómo podía ceder a sus exigencias? Si tan sólo pudiera llegar hasta el cerebro de coral, el enemigo, y destruirlo; entonces sus amigos quedarían libres de su horrible influencia. Pero el coral se hallaba en las profundidades del agua venenosa, inalcanzable. A menos que…

—¡Joya! —gritó—. ¡Haz que el excavador se sumerja y agujeree el coral!

—No puedo, Bink —contestó la ninfa con tristeza—. El excavador nunca regresó después de que lo enviáramos a buscar la botella. Estoy anclada aquí con mi cubo de gemas. —Lanzó con ira un diamante al agua—. ¡Ahora, ni siquiera puedo plantarlas de modo adecuado!

—El gusano ha sido enviado lejos de aquí —dijo Humfrey—. Lo único que puede destruir al coral es la culminación de vuestra misión…, junto con toda la Tierra de Xanth. Idos ahora, o ateneos a las consecuencias.

Bink miró a Chester.

—No deseo hacerle daño. Tal vez, si consiguiera que perdiera el conocimiento y le apartara del alcance del coral…

—Mientras, yo me ocuparé de pico de pájaro —repuso Chester, lamentándolo únicamente de palabra.

—¡No quiero derramamiento de sangre! —gritó Bink—. Son nuestros amigos, a quienes debemos rescatar.

—Supongo que sí —admitió Chester a regañadientes—. Intentaré inmovilizar al grifo sin lastimarlo demasiado. Quizá sólo le arranque algunas plumas.

Bink comprendió que este era el compromiso máximo al que podía llegar Chester.

—Muy bien. No obstante, detente en el momento en que se rinda. —Se volvió de nuevo hacia Humfrey—. Tengo la intención de continuar con mi búsqueda. Te pido que te marches y que evites interferir. Me apena la simple idea de que podamos enfrentarnos; pero…

Humfrey rebuscó en el cinturón donde llevaba los frascos. Extrajo uno.

—¡Oh, oh! —gritó Bink, abalanzándose contra él.

Sin embargo, el horror que sentía ante la posibilidad de practicar cualquier tipo de violencia contra sus amigos le hizo ser lento y llegar demasiado tarde. El corcho saltó, y el vapor salió de la botella. Cobró la forma de… un poncho de color verde, que aleteó durante unos instantes en el aire antes de depositarse en el suelo.

—La botella equivocada —musitó el Mago, y descorchó otra.

Bink, momentáneamente petrificado, se dio cuenta de que no podría dominar al Mago hasta que no lo separara de su arsenal de frascos. Quizás el talento de Bink ayudara a que el Mago confundiera las botellas; sin embargo, después de la primera vez, no se podía contar de nuevo con esa clase de error. Bink desenfundó la espada con la intención de cortar el cinturón que sujetaba los frascos a la cintura del Mago…, pero comprendió que parecería un ataque asesino. Una vez más titubeó…, y se detuvo ante el vapor que se solidificaba. Repentinamente, tuvo ante sí a trece gatos negros que sisearon con ferocidad.

Bink nunca había visto antes un gato de verdad en carne y hueso. Pensaba que se trataba de una especie extinguida. Permaneció inmóvil allí, contemplando la súbita desextinción, incapaz de formular un pensamiento coherente. Si mataba a esos animales, ¿estaría reextinguiendo la especie?

Mientras tanto, el centauro se enzarzó en su batalla con el grifo. Su encuentro fue feroz desde el principio, a pesar de las promesas de Chester. Tenía el arco en la mano, y una flecha silbó en el aire. Sin embargo, Crombie, que era un soldado veterano, no esperó que llegara. Dio un salto y desplegó las alas para cerrarlas otra vez con fuerza, creando una ráfaga de viento. Se elevó en ángulo, y la flecha pasó por debajo de sus plumas traseras. Luego frenó cerca del techo de la caverna y descendió en dirección del centauro, gritando y con las garras abiertas.

Chester reemplazó al instante el arco por la cuerda. Arrojó un lazo que se cerró alrededor del torso del grifo, plegándole las alas. Tiró con fuerza, y Crombie se desvió en un cuarto de círculo. El centauro tenía una corpulencia tres veces mayor que su oponente, lo cual le permitió controlarlo de esa manera.

Un gato negro se lanzó al rostro de Bink, obligándole a prestar atención a su propia batalla. Alzó la espada de forma refleja… y cercenó limpiamente al animal por la mitad.

Bink quedó de nuevo paralizado por el horror. ¡No había pensado en matarlo! Una criatura tan rara como esa…, quizás estos gatos eran los únicos que existían en toda la Tierra de Xanth, preservados por la magia del Mago.

Entonces, dos cosas cambiaron su actitud. La primera fue que las dos partes cortadas del gato no murieron; se metamorfosearon en dos gatos más pequeños. No se trataba de un gato verdadero, sino de uno falso, modelado con arcilla de vida, y al que se le había dado un imperativo felino. Cualquiera de sus partes se convertía en otro gato. Si se hubiera formado a un perro con el mismo material, también se habría dividido en más perros. De modo que Bink no tenía por qué preocuparse por la preservación de la especie. La segunda fue que otro gato le estaba mordiendo el tobillo.

En una cólera repentina, mezcla de alivio y furia, Bink los despedazó con la espada. Cortó gatos en mitades, cuartos y octavos…, y cada segmento se convirtió en un felino más pequeño, que le atacaba con renovada ferocidad. Era como luchar contra la hidra…, salvo que en esta ocasión no disponía de ninguna madera inversora de hechizos que arrojarles, y no existía ninguna cuerda para hacerles caer. Pronto tuvo cien gatos diminutos que se lanzaban sobre él como ratas; luego, mil que le atacaban como si fueran niquelpiés. Cuanto más luchaba, peor se volvía la situación.

¿Estaba relacionada esta magia con la de la hidra? Aquel monstruo estaba representado por el siete, mientras que los gatos eran trece; sin embargo, se duplicaban con cada corte que recibía uno de sus miembros. Si hubiera alguna clave, algún contrahechizo que pudiera anular la magia duplicadora…

—¡Sé listo, Bink! —gritó Chester, aplastando a varios gatos que se habían adentrado en su territorio—. Arrójalos al agua.

¡Claro! Bink se agachó y, con la parte plana de su acero, empujó a docenas de gatos del tamaño de la uña del pulgar al lago. Cuando cayeron en su interior comenzaron a sisear como si fueran un montón de piedras calientes y, luego, se hundieron hasta el fondo. No sabía si se estaban ahogando o si eran envenenados por el agua; sin embargo, no volvió a emerger ninguno.

Mientras barría su camino hacia la victoria, Bink vislumbró el imparable combate del centauro y el grifo. No podía observarlo todo, pero consiguió llenar los huecos bastante bien. Debía seguir el desarrollo del combate porque, si algo le ocurría a Chester, Bink tendría otro enemigo al que enfrentarse.

Crombie, inicialmente incapacitado por la cuerda, inclinó la cabeza y partió limpiamente su atadura con un movimiento de su agudo pico. Extendió las alas de forma explosiva, emitió un graznido desafiante, y lanzó una carga de tres puntas contra la cabeza de Chester: pico y garras delanteras y traseras.

El centauro, que se vio desequilibrado por el repentino relajamiento de la cuerda, trastabilló. Poseía una estabilidad mejor que la de un hombre, aunque había estado tirando con fuerza. Su parte posterior equina chocó contra una estalagmita y la partió, en el momento en que el grifo establecía el contacto. Bink hizo una mueca…, pero la estalagmita resultó más un problema para Crombie que para Chester. El extremo puntiagudo cayó sobre el ala izquierda del grifo y la empujó hacia el suelo, lo que obligó a Crombie a aletear con vigor su otra ala para recuperar el equilibrio.

Chester se incorporó; tenía un corte en el rostro, allá donde el grifo había fallado el golpe dirigido al ojo. Entonces sus poderosas manos cogieron al grifo por las patas delanteras.

—¡Ya te tengo, pajarraco! —gritó.

Sin embargo, en esa postura no podía emplear la espada, por lo que intentó aplastar al grifo contra la base rota de la estalagmita.

Crombie graznó y alzó sus patas traseras para lanzar un tajo doble que, de haber conectado, le habría abierto las entrañas a la parte humana del centauro. Chester lo soltó rápidamente, arrojándolo con violencia lejos de sí. Entonces cogió una vez más el arco y la flecha. Sin embargo, el grifo abrió las alas para frenar su vuelo y se lanzó de nuevo sobre el centauro, antes de que pudiera arrojar el proyectil. Ahora era una lucha mano a garra.

Bink ya había limpiado su zona de gatos pequeños…; no obstante, el Buen Mago había dispuesto del tiempo suficiente para organizar sus frascos y abrir el siguiente. Se convirtió en un montón de apiladas cerezas bomba. ¡Oh, no! Bink ya había tenido experiencia con esas violentas y pequeñas frutas, puesto que en el jardín de palacio había un árbol donde crecían. De hecho, casi con toda probabilidad estas procedían de aquel árbol. Si alguna llegaba a darle…

Se lanzó sobre Humfrey, sujetando el brazo del Mago antes de que pudiera lanzar ninguna. Humfrey se debatió con desesperación contra la fuerza superior de Bink. Bink seguía conteniéndose, ya que odiaba la violencia del momento, aunque no veía otra alternativa. Los dos cayeron al suelo. El cinturón del Mago se abrió, desparramando una colección de frascos por la superficie rocosa. Algunos se descorcharon. El ordenado montón de las cerezas bomba se deshizo; rodaron y cayeron al lago, donde detonaron con explosiones inofensivas y nubes de vapor. Una se introdujo en el cubo de gemas de Joya.

La explosión lanzó piedras preciosas volando por toda la caverna. Los diamantes pasaron rozando las orejas de Bink; una enorme perla chocó contra el pecho del Mago; algunos ópalos se metieron debajo de los cascos de Chester.

—¡Oh, no! —gritó Joya, horrorizada—. ¡No es así como ha de hacerse! ¡Cada una ha de ser plantada exactamente en el lugar adecuado!

Bink lamentó lo de las gemas; sin embargo, tenía problemas más acuciantes. Las nuevas botellas escupían una sorprendente variedad de cosas.

Las primeras fueron un par de zapatos alados.

—¡Vaya, es ahí donde los dejé! —exclamó Humfrey.

No obstante, volaron lejos de su alcance antes de que pudiera cogerlos. El segundo frasco dejó libre un gigantesco reloj de arena, cuyos granos comenzaron a caer al exterior…, en este caso también resultó inofensivo. La siguiente fue una colección de semillas de aspecto exótico, algunas como enormes y chatos ojos de pez, otras como una mezcla de sal y pimienta, otras como moscas aladas. Zumbaron y mancharon un amplio trozo de piedra, aplastándose bajo los pies, rodando como canicas, pegándose como si fueran erizos. Sin embargo, no parecían representar una amenaza directa.

Lamentablemente, también los otros frascos soltaban su vapor. Produjeron un cubo de basura (esa era la manera en que el Mago limpiaba su castillo: ¡lo barría todo al interior de un frasco!), un saco de fertilizante de supercrecimiento, una tormenta de rayos en miniatura y una pequeña nova. Las semillas ya disponían de alimento, agua y luz. Repentinamente, comenzaron a germinar. Surgieron tallos, los cuerpos se hincharon, las vainas se abrieron, las hojas se extendieron. Las raíces se sujetaron a la roca y cogieron cosas de la basura; los tallos se alzaron para formar una densa alfombra. Especies distintas libraron sus propias batallas diminutas por el mejor territorio fertilizador. En unos momentos, Bink y el Mago se vieron rodeados por una pequeña selva en expansión. Las lianas se aferraban a los pies, las ramas se clavaban en los cuerpos y las hojas oscurecían la visión.

Pronto, las plantas comenzaron a florecer. En ese momento pudieron identificarlas. Las zapatillas de dama produjeron un calzado muy delicado, lo que hizo que Joya lanzara una exclamación de alegría y cogiera un par para ella. Las hierbas nudo formaron los nudos más complicadamente especializados: arco, acollador, ahorcador… Bink tuvo que pisar con cuidado para no verse atado. ¡Aquello podía costarle la victoria en el acto!

Mientras tanto, el Mago intentaba evitar las restallantes fauces de unas violetas dientes de perro y dientes de león, al tiempo que una hierba halcón realizaba pequeñas pasadas sobre su cabeza. Bink se habría reído…, pero tenía demasiados problemas propios. Una vara de oro trataba de empalarlo en su aguja metálica y un girasol le cegaba con su brillo. Ya no era necesaria la nova; la cueva refulgía como si estuvieran bajo la luz diurna, y seguiría así hasta que el girasol lanzara sus semillas.

Bink agachó la cabeza justo a tiempo para esquivar unas destellantes cabezas de flecha…; no obstante, su pie resbaló en una taza de mantequilla, que le envió al suelo con un duro golpe —uunnfff—, aplastando la cabeza de una col mofeta. De repente se vio bañado por la nauseabunda fragancia.

Bueno, ¿qué había esperado? Ahora poseía muy poco talento protector; el cerebro de coral enemigo había cancelado su magia. Bink dependía de sí mismo, y debía buscarse por sus propios medios la seguridad. Al menos, Humfrey no se encontraba mejor que él; en este momento sus pies estaban recibiendo un calor excesivo mientras pisaban una hierbas de fuego. Arrancó una flor de un lirio de agua y volcó el líquido para apagar el fuego. Al mismo tiempo, varios pinceles lo estaban decorando con rayas de color rojo, verde y azul. Tenía adheridos a la ropa unos diamantes perdidos de la colección de la ninfa.

¡Así no iría a ninguna parte! Conteniendo la respiración y cerrando los ojos al pasar al lado de unas amapolas que reventaron sobre su cabeza, Bink salió del pequeño entorno selvático. Sintió que algo cubría sus manos y tuvo que echar un vistazo: eran un par de guantes zorro. Una campánula azul repiqueteó en sus oídos; en ese momento logró salir. Allí estaba el cinturón del Mago, con los frascos que aún le quedaban. En el acto comprendió, que si lograba controlarlo, Humfrey estaría indefenso. ¡Toda su magia se hallaba contenida en esos frascos!

Bink avanzó hacia el cinturón…; sin embargo, en ese momento, el Mago emergió de la jungla con unos pies de cuervo pegados a su cuerpo. Se los quitó de encima con la mano, y los pies salieron corriendo. Un estirado y solitario rosal apartó sus flores de él. Humfrey se lanzó hacia su cinturón mágico, llegando al mismo tiempo que lo hacía Bink.

Bink colocó las manos sobre el cinturón. Hubo un tira y afloja. Cayeron más frascos. Uno se convirtió en una olla con sopa de cebada que se derramó por el suelo, siendo absorbida con ansiedad por las raíces de la selva. Otro se transformó en un paquete con una mezcla de nueces y truenos. Entonces, Bink encontró un humeante pudín de arroz, que se apresuró a arrojar al Mago…; no obstante, Humfrey acertó primero con un pastel de frutas. En total, se trataba de veinticuatro trozos que volaron de forma explosiva, ampliando aún más la zona de escombros. Los trocitos de fruta culebrearon en su cabello y por su cuello, nublando de forma parcial su campo de visión. Bink mantuvo a distancia al Mago con un movimiento circular de la espada mientras trataba de aclarar su visión. En ese momento, y de forma extraña, veía la lucha entre el centauro y el grifo mejor que la suya propia.

El torso humano de Chester mostraba líneas de sangre, producidas por los feroces desgarrones de las patas del grifo. Pero Crombie tenía rota una de sus patas delanteras, y a una de sus alas le faltaban la mitad de las plumas. ¡El combate mano a garra había sido salvaje!

Ahora, el centauro acosaba a su oponente con la espada en la mano, mientras el grifo volaba en círculos irregulares, justo fuera de su alcance, buscando una abertura en la defensa. A pesar de las precauciones de Bink, esos dos se lo habían tomado mortalmente en serio; buscaban la aniquilación del otro. ¿Cómo podría detenerlos Bink?

El Mago encontró un frasco y lo abrió. Bink avanzó con cautela; sin embargo, se trataba de otro error. Se manifestó un enorme cuenco lleno de yogur. Por su olor y su aspecto, había permanecido en el interior de la botella demasiado tiempo; estaba cortado. Flotó lentamente en dirección al lago; ¡que el cerebro de coral lo probara! Sin embargo, Humfrey ya tenía otro frasco en la mano. Los errores no eran el producto del talento de Bink, sino de un azar total y honesto; parecía que Humfrey poseía cien cosas en sus frascos (después de todo, su reputación se basaba en el hecho de que poseía cien hechizos), aunque sólo unas pocas servían para un combate inmediato, y se hallaban todas mezcladas. Las probabilidades estaban en contra de que algo realmente peligroso pudiera aparecer de un frasco elegido al azar.

No obstante, las probabilidades podían ser derrotadas. El siguiente frasco emitió el serpenteante tentáculo de un kraken, que onduló de forma agresiva hacia Bink. Pero este lo cortó en pequeños fragmentos con la espada; volvió a avanzar sobre el Mago. Bink sabía que en ese momento podía controlar la situación; nada que hubiera en las botellas de Humfrey podía compararse con la devastadora presencia de una buena espada.

Desesperado, Humfrey abrió botellas, buscando algo que defendiera su causa. Se materializaron tres hadas bailarinas, que flotaron con alas transparentes, de un color pastel; pero eran inofensivas, y pronto se alejaron hacia Joya para hablar con ella, que las puso a trabajar inmediatamente en la recolección de las gemas perdidas. Un grupo de gotas de tos cobró forma, estallando casi en el acto…; sin embargo, demasiado cerca del Mago, que se sumió en un paroxismo de tos. Entonces apareció un dragón alado.

Básicamente, los dragones alados eran pequeños…, aunque incluso el más diminuto de ellos resultaba peligroso. Bink se lanzó de un salto hacia él, apuntándole al cuello. Acertó…, pero las duras escamas del dragón alado desviaron el acero. Abrió la boca y le arrojó al rostro de Bink un chorro de vapor caliente. Bink trastabilló hacia atrás…, y ensartó bruscamente el extremo de la espada, con todas sus fuerzas, en el interior de la nube de vapor. El acero penetró por la boca abierta de la criatura, atravesó su paladar y salió por la parte superior de su cabeza. El dragón alado emitió un único grito de agonía y expiró en el momento en que Bink extraía la espada.

Bink reconoció que había tenido suerte…, y que se trataba de una suerte verdadera, no de la producida por su talento. Sin embargo, el problema con ese tipo de suerte era que no tenía favorito alguno; la siguiente racha podía ser en su contra. Debía acabar con la situación antes de que eso ocurriera.

No obstante, el Mago había dispuesto de tiempo para buscar más frascos. Quería localizar algo específico y, entre todo el caos, tenía bastantes problemas para hallarlo. Pero cada fallo le dejaba menos frascos entre los que elegir y, consecuentemente, una mayor probabilidad de éxito. Cuando Bink volvió a encararse con él, surgieron unos calzoncillos largos de invierno y unos cómics desgastados; también una escalera de madera, una bomba de hedor y un puñado de plumas mágicas para escribir. Bink tuvo que reírse.

—Bink…, ¡cuidado! —gritó Chester.

—Sólo se trata de un vestido de noche de señora —comentó Bink, mirando el siguiente ofrecimiento—. Es inofensivo.

—¡Detrás hay un ojo maligno! —exclamó Chester.

¡Problemas! ¡Eso era lo que había estado buscando durante todo ese tiempo Humfrey! Bink cogió el vestido y lo empleó como un escudo contra la némesis que había más allá.

Un haz de luz salió disparado y pasó a su lado…, y dio en el centauro. Medio atontado, Chester retrocedió ante el impacto…, y el grifo voló sobre él, dispuesto a matarlo. Su pico buscó los ciegos ojos de Chester, obligando a que el centauro siguiera retrocediendo.

—¡No! —aulló Bink.

De nuevo fue demasiado tarde. Bink comprendió que llevaba un tiempo excesivo apoyándose en su talento, por lo que sus reacciones ante los acontecimientos fortuitos se habían vuelto lentas. Los cascos posteriores de Chester cayeron del borde rocoso. El centauro emitió un sonoro relincho de desesperación, y su trasero se hundió en las malignas aguas del lago.

El agua se cerró cenagosamente sobre la cabeza de Chester. Sin ningún sonido de lucha, el centauro se desvaneció en sus profundidades. El amigo y aliado de Bink había desaparecido.

No quedaba tiempo para las lamentaciones. Humfrey había hallado otro frasco.

—¡Ya te tengo, Bink! ¡Este contiene una poción de sueño! —gritó, sosteniéndolo en alto.

Bink no se atrevió a cargar contra él, ya que el ojo maligno aún se interponía entre los dos, momentáneamente inmovilizado por el vestido de noche al que Bink se aferraba, empuñándolo como un débil escudo. Pudo ver a través de la nebulosa tela el difuso contorno del ojo; tenía que maniobrar continuamente para evitar cualquier contacto visual directo con él. ¡Pero esa poción de sueño no podría ser detenida por un simple trozo de tela!

—¡Ríndete, Bink! —gritó Humfrey—. Tu aliado ha desaparecido, y mi aliado se cierne sobre tu espalda, el ojo te mantiene a raya, y la poción de sueño puede alcanzarte ahí donde estás. ¡Ríndete, y el coral promete dejarte con vida!

Bink titubeó…, y sintió la ráfaga de aire producido por las alas del grifo, que se lanzó contra su espalda. Bink giró, viendo que la ninfa se hallaba de pie a unos metros, petrificada por el terror, y supo que, mientras el cerebro de coral le ofrecía con palabras clemencia, traicionaba esa oferta con la acción.

Hasta ese instante, Bink había estado librando una batalla que no deseaba, pero que era necesaria. Ahora, repentinamente, se sintió furioso. Su amigo había desaparecido, él mismo era traicionado…, ¿qué motivos poseía ya para contenerse?

—¡Mira el ojo maligno! —le gritó Bink a Crombie, al tiempo que hacía a un lado el vestido que lo cubría y se apartaba de la amenaza.

Crombie volvió la cabeza, negándose a mirar. Bink, que aún seguía dominado por la cólera, cargó contra el grifo con la espada alzada.

Ahora eran garras y pico contra espada…, y ninguno de los dos se atrevía a volver los ojos en la dirección del Mago. Bink agitó el vestido para distraerlo mientras lanzaba un corte a la cabeza del grifo; luego se enroscó la tela alrededor del brazo para protegerse de las garras. Crombie únicamente podía atacar con la pata delantera izquierda; sus maltrechas alas no le proporcionaban el suficiente equilibrio para maniobrar, razón por la que tenía que apoyarse sobre las patas traseras. Sin embargo, disponía del mortífero cuerpo de un grifo y de la mente adiestrada para el combate de un soldado; era uno de los enemigos más inteligentes y feroces con los que Bink se había enfrentado nunca. Crombie conocía a Bink, su estilo le resultaba familiar, y era un espadachín más competente que él. De hecho, Crombie había sido el instructor de Bink. Aunque con la forma de grifo no podía empuñar ninguna espada, no existía ninguna maniobra que Bink pensara realizar que Crombie no anticipara y pudiera contrarrestar. Resumiendo, Bink se veía superado.

Sin embargo, la ira le suministraba fuerzas. Atacó al grifo con determinación a las piernas y a la cabeza, tratando de atravesar su cuerpo, obligando a su oponente a enfrentarse con el ojo maligno. Enarboló el vestido con la intención de entorpecer el ala buena de Crombie; entonces, emitió un grito y golpeó con su hombro el resplandeciente pecho de Crombie. Bink era tan sólido como el grifo; la fuerza con la que lanzó su peso empujó a Crombie hacia las mortíferas aguas. Pero resultó inútil; justo cuando Bink pensó que había cobrado ventaja, Crombie se apartó y dejó que el impulso enviara trastabillando a Bink hacia el agua.

Bink intentó frenar, y casi lo consiguió. Se balanceó en el borde y vio… al golem Grundy, sentado a horcajadas en la botella que aún seguía a flote, muy cerca ya de la orilla.

—Sácame de aquí, Bink —gritó el golem—. El veneno no me afecta, pero estoy comenzando a disolverme. ¡Cuidado!

Ante la advertencia, Bink se dejó caer al suelo, con la cara a unos pocos centímetros del agua. Crombie, que no consiguió empujarle, pasó por encima de él, extendiendo las alas para sobrevolar el oscuro lago. Grundy ahuecó la mano y lanzó unas pocas gotas de agua a la cola del grifo…, la cola se marchitó en el acto. ¡Quedaba demostrado que el agua era mortal!

Crombie realizó un valiente esfuerzo, aleteando con tanto vigor que se elevó más allá del alcance del agua. Entonces se deslizó por el aire hacia la orilla opuesta del lago, donde aterrizó bruscamente, incapaz de controlar bien su vuelo debido al ala dañada y a la cola marchita. Bink aprovechó el respiro para extender su acero hacia el golem, que se aferró al extremo y se dejó remolcar hasta la orilla.

En ese momento, Bink recordó que Grundy había liberado a Humfrey y a Crombie…, en nombre del enemigo. El golem también era una criatura del cerebro de coral. ¿Por qué se ponía ahora del lado de Bink?

Había dos posibilidades: primero, que el coral sólo hubiera tomado prestado al golem, liberándolo posteriormente, de forma que Grundy podía aliarse ahora de nuevo con Bink. Sin embargo, en ese caso, el coral podía apoderarse otra vez del golem en cualquier momento, razón por la que no se podía confiar en Grundy. En el fragor de la batalla, quizás el coral se había olvidado de él; no obstante, a medida que la lucha se simplificaba, esa situación podía cambiar. Segundo, Grundy tal vez siguiera siendo un agente del enemigo. En cuyo caso…

Pero ¿por qué intentaría el coral engañar a Bink de esa forma? ¿Por qué no acabar con él sin darle ningún respiro? Bink no lo sabía, pero se le ocurrió que lo más inteligente sería seguirle la corriente, fingir que le había engañado. Quizás el enemigo tuviera alguna debilidad que Bink no había llegado a descifrar y, si utilizaba al golem como una pista para descubrirla…

El soldado no se había rendido. Incapaz de girar en el aire debido a su dañado sistema de orientación, Crombie se adentró en tierra firme, cogió carrera, y emprendió una vez más el vuelo para cruzar el lago.

—¡No me toques… estoy impregnado de veneno! —exclamó Grundy—. Yo localizaré el espejo para ti, Bink. Tú concéntrate en…

Contento por el pequeño aliado de que disponía, Bink le hizo caso. Mientras el grifo volaba hacia él, Bink dio un salto y, esgrimiendo la espada con ambas manos, lanzó un corte por encima de su cabeza. Crombie, incapaz de esquivarlo, recibió el golpe en su ala buena. El acero atravesó las plumas, el músculo, el tendón y el hueso, cortando a medias el ala.

Crombie cayó al suelo…; sin embargo, no estaba derrotado. Se puso en pie de un salto, revolviéndose con un graznido y lanzándose hacia Bink, con la garra delantera desplegada. Sorprendido por la insistente tenacidad del soldado, Bink retrocedió, tropezó con una piedra y cayó de espaldas. Cuando el grifo aterrizó sobre él, buscando su rostro con el pico, Bink empujó con violencia la espada hacia arriba.

En esta ocasión no fue el ala la que sufrió el impacto, sino el cuello. La sangre manó a chorros, empapándole y quemándole. Tenía que ser una herida mortal…; sin embargo, el grifo siguió luchando con tres patas, buscando las entrañas de Bink.

Bink rodó y se llevó la espada consigo. Pero se atascó en un hueso y se le desprendió de la mano. Entonces, se lanzó a la garganta de Crombie desde atrás y la rodeó con ambos brazos, con la intención de ahogarle y romperle el cuello. Hasta ese momento, Bink no podía imaginarse que intentaría nunca matar a su amigo…, pero la visión de la desaparición de Chester ardía en su mente, haciendo que se convirtiera en un asesino casi despiadado.

Crombie se arqueó poderosamente y se lo quitó de encima, Bink volvió a lanzarse sobre él, tratando de asir una de sus patas traseras del mismo modo que lo había hecho Chester. Semejante táctica jamás habría funcionado si el soldado tuviera su forma humana, ya que Crombie era un experto en la lucha cuerpo a cuerpo; sin embargo, ahora se hallaba en su forma animal, incapaz de emplear sus conocimientos humanos altamente especializados. Para evitar que el grifo se volviera, Bink tiró con fuerza de la pata trasera, agachando la cabeza y arrastrando la forma del soldado por la roca.

—¡No mires! —gritó Grundy—. ¡Tienes el ojo delante de ti!

¿Podía confiar en el golem? Seguro que no…; no obstante, sería una tontería mirar en la dirección en la que quizá se hallara el ojo. Bink cerró los ojos, afianzó su presa y, con el mayor esfuerzo realizado hasta ese momento, lanzó al grifo por encima de su cabeza. Crombie voló por los aires…, y no aterrizó. ¡Volaba otra vez o, al menos, lo intentaba! Lo único que había conseguido Bink había sido ayudarle; ¡ahora comprendía por qué el grifo no se había resistido!

—¡El ojo está dando un círculo y se encamina hacia tu cara! —aulló Grundy.

¿Creer o no creer? La primera declaración que resultara falsa delataría la afiliación del golem. Probablemente, Grundy diría la verdad hasta donde le resultara posible. Aunque parecía irónico, Bink podía confiar en él debido a que era un agente enemigo. Mantuvo los ojos cerrados y agitó el vestido de noche.

—¿Por dónde?

—¡Delante de ti, a la distancia de un brazo!

Bink abrió el vestido, lo sostuvo con ambas manos y dio un salto. Llevó la tela delante de él y tiró hacia abajo.

—¡Ya lo tienes! —gritó el golem—. ¡Envuélvelo con el vestido y tíralo al lago!

Es lo que hizo Bink. Notó cómo se debatía en el interior de la tela y sintió la ligera masa del ojo cautivo; el golem había dicho la verdad. Escuchó el ruido que produjo al caer en el agua y, con cautela, abrió un ojo. El vestido flotaba en la superficie, empapado; cualquier cosa que hubiera dentro había desaparecido.

Ahora ya podía mirar a su alrededor. Crombie sólo había volado una distancia corta antes de caer en una pequeña grieta; se hallaba atrapado allí…, sus heridas y la debilidad que sentía le impedían salir. Sin embargo, el Mago aún seguía activo.

—¡Si das un paso, soltaré la poción del sueño! —gritó.

Bink ya había tenido suficiente.

—¡Si la liberas, serás el primero en sentir su efecto! —comentó, dirigiéndose hacia Humfrey—. ¡Puedo contener la respiración más tiempo que tú! —La espada estaba en el suelo, donde había caído de las heridas de Crombie. Bink se detuvo para recogerla y limpió parte de la sangre que la manchaba con sus ropas, empuñándola, dispuesto al ataque—. En todo caso, dudo que surta efecto antes de que te alcance. Y, aunque lo hiciera, el golem no se vería afectado. Entonces, ¿de qué lado estaría? Ya sabes que en parte es real; el coral jamás podrá estar plenamente seguro del control que ejerce sobre él.

El Mago, prescindiendo de las palabras de Bink, descorchó la botella. El vapor salió. Bink saltó hacia delante, moviendo la espada en un arco a medida que la substancia se solidificaba…, y golpeó un frasco pequeño.

¿Una botella que se materializaba de una botella?

—¡Oh, no! —gritó Humfrey—. Era mi suministro de pastillas de inteligencia, que durante la última década creí perdidas.

¡Qué ironía! El Mago, distraídamente, había almacenado sus pastillas de inteligencia en el interior de otra botella y, sin ellas, había sido incapaz de descubrir dónde las había guardado. Ahora, y debido a una permutación de talentos bélicos, aparecían… en el momento equivocado.

Bink tocó el pecho del Mago con la punta de su espada.

—No te hace falta ninguna pastilla de inteligencia para saber lo que te ocurrirá si no te rindes en el acto.

Humfrey emitió un suspiro.

—Parece que te subestimé, Bink. Nunca creí que derrotaras al grifo.

¡Bink esperaba no tener que intentarlo otra vez! Si Crombie no se hubiera encontrado cansado y herido…; sin embargo, no tenía ningún sentido preocuparse por lo que podría haber ocurrido.

—Estás al servicio de un amo enemigo. No puedo confiar en ti. Ríndete, y te exigiré un solo servicio; luego, te haré volver a la botella hasta que concluya mi búsqueda. De otra forma, me veré obligado a matarte para que tu cerebro de coral quede incapacitado. —¿Se trataba de un farol? No deseaba matar al Mago; no obstante, si la lucha se reanudaba…—. Elige.

Humfrey se detuvo; evidentemente, se hallaba en comunión con otra mente.

—Los goblins no pueden venir; hay demasiada luz; además, odian al coral. No hay disponible nada más en un radio cercano. Me es imposible contrarrestar tu mate. —Se detuvo de nuevo. Bink comprendió que la palabra «mate» se refería al juego que practicaba a veces el Rey Trent y que se llamaba ajedrez; un mate era una amenaza personal directa. Un término adecuado—. El coral no posee honor —prosiguió Humfrey—. Pero yo sí. Creí que la oferta anterior que te hice era válida; no sabía que el grifo te atacaría en ese momento.

—Me gustaría creerte —repuso Bink; su cólera menguaba, pero no así su cautela—. Sin embargo, no me atrevo. Sólo puedo ofrecerte mi palabra con respecto a mis intenciones.

—En estas circunstancias, tu palabra es mejor que la mía. Acepto tus condiciones.

Bink bajó la espada, aunque no la enfundó.

—¿Y qué hay del golem? —exigió—. ¿De qué lado está?

—Es… uno de nosotros, como bien sospechaste. Por mi reacción de hace unos momentos, me obligaste a reconocerlo. Eres bastante inteligente, Bink.

—¡Olvida los halagos! ¿Por qué me ayudó Grundy?

—El coral me lo ordenó —respondió el golem.

—¡No tiene ningún sentido que el coral luche contra sí mismo! ¡Si te hubieras puesto del lado de Crombie, me podría haber derrotado!

—Y quizá podría haber perdido —comentó Humfrey—. También el coral te subestimó seriamente, Bink. Pensó que, una vez que cancelara tu talento, que sigue tremendamente fuerte y astuto, lo cual hace que se le preste atención, serías fácilmente dominado por medios físicos. En vez de eso, luchaste con una ferocidad y una habilidad crecientes a medida que aumentaba la presión. Lo que en un principio parecía una certeza se volvió una incertidumbre. Así, la posibilidad de que el coral se impusiera por medio de la fuerza disminuía, mientras que la probabilidad de prevalecer por el empleo de la razón aumentaba.

—¡La razón! —exclamó Bink con incredulidad.

—Por lo tanto, el coral le ordenó al golem que se comportara como tu amigo…, para que fuera su agente infiltrado en tu bando. Entonces, si tú vencías en la batalla física y yo moría, estarías dispuesto a escucharle.

—Bueno, pues no lo estoy —dijo Bink—. Nunca confié en el cambio de lado de Grundy, y le habría arrojado de vuelta al lago en el instante en que me traicionara. De momento, sin embargo, tengo otros asuntos más acuciantes. Busca el frasco que contiene el elixir curativo. Sé que aún no ha sido abierto.

El Mago se agachó para buscar en las botellas desparramadas en el suelo.

—Es este.

—¡Joya! —gritó Bink.

Vacilante, la ninfa se aproximó a él.

—Te tengo miedo cuando estás así, Bink.

También había sentido miedo durante la lucha. Le habría servido de mucho su ayuda cuando el ojo maligno le acosaba, en vez de verse obligado a depender de la muy dudosa ayuda del golem. En ese aspecto, era una ninfa típica, incapaz de realizar alguna acción decisiva en un período de crisis. El comportamiento de Camaleón, incluso en su fase de mayor estupidez, era distinto; aun a costa de su propio sacrificio personal, había actuado para salvarle. Las amaba a las dos…; pero se quedaría junto a Camaleón.

—Coge este frasco y derrama una gota sobre el grifo —le indicó.

Ella estaba sorprendida.

—Pero…

—Crombie se halla controlado por el enemigo y debido a ello se ha comportado de un modo horrible, pero es mi amigo. Voy a curarle y a hacer que el Mago lo devuelva al interior de la botella, al igual que a él, hasta que todo haya acabado.

—Oh.

Tomó el frasco y se dirigió hacia el grifo herido. Bink empujó al Mago con la punta de su espada para que siguieran a Joya más despacio. Humfrey le había dicho a Bink que había ganado; no obstante, Bink sabía que la lucha aún no había concluido. Por lo menos, no hasta que el Mago, el grifo y el golem regresaran al interior de la botella y Bink tuviera control sobre ella. El coral haría todo lo que estuviera a su alcance para mantenerlos fuera del frasco.

Joya se detuvo al borde de la grieta y bajó la vista. Se llevó la mano libre a la boca en un gesto muy femenino, que Bink halló extrañamente conmovedor. No, no tenía nada de extraño; la amaba, y por lo tanto reaccionaba ante cualquier gesto suyo de una forma especial. Sin embargo, intelectualmente, no se engañaba.

—¡Está bañado en sangre! —protestó ella.

—Yo no puedo apartar mi atención del Mago —repuso Bink; y, mentalmente añadió: tampoco del golem—. Si en ese frasco no se encuentra el elixir curativo, le mataré en el acto. —Eran palabras enérgicas que utilizaba para reforzar su menguante voluntad—. Tendrás que aplicárselo tú. Necesitamos al grifo para que nos indique el emplazamiento del antídoto para la poción de amor.

—Yo…, sí, por supuesto —aceptó, en voz muy baja. Forcejeó con el corcho—. Está… Hay tanta sangre…, ¿por dónde…?

Crombie logró incorporarse un poco. Su cabeza de águila giró débilmente sobre el cortado cuello, haciendo que escapara otro chorro de sangre.

—¡Squawk!

—Dice que no lo hagas —tradujo Grundy—. Si se recupera, tendrá que matarte.

Bink colocó la espada en un ángulo determinado para que el acero reflejara un destello de luz en los vidriosos ojos del grifo. El girasol había brillado más antes; ahora se apagaba lentamente, ya que se aproximaba el momento de su recolección.

—No espero que un sirviente del enemigo posea honor o sienta gratitud por la ayuda prestada —comentó sombríamente—. He establecido una especie de tregua con el cerebro de coral, y pienso reforzarla con esta espada. Crombie tendrá que obedecerme… o el Mago morirá. No lo dudes.

¿Cómo no iban a hacerlo, si él mismo dudaba? No obstante, si volvía a desatarse la violencia, no permitiría que el coral se adueñara fácilmente de la situación.

Crombie posó su torturada mirada en Humfrey.

—Lo que dice Bink es verdad —corroboró el Mago—. Nos ha derrotado, y ahora nos exige un servicio a cambio de nuestras vidas. El coral ha accedido. Cumple ese servicio y soporta el confinamiento en la botella…, o yo moriré, y tú tendrás que luchar con él de nuevo.

El grifo graznó débilmente una vez más.

—¿Qué servicio? —tradujo Grundy.

—¡Ya sabes cuál es! —exclamó Bink—. Que me señales el lugar más cercano y seguro donde haya magia inversora de amor.

¿Acaso estaban perdiendo el tiempo, a la espera de que la luz del girasol se desvaneciera y aparecieran los goblins?

Otro graznido. Entonces, la noble cabeza cayó al suelo.

—Está de acuerdo, aunque se siente muy débil para indicártelo —comentó Grundy.

—En realidad, no nos hace falta el antídoto… —repuso Joya.

—Adelante —dijo con voz rechinante Bink. Tenía unos cortes profundos allá donde las garras del grifo habían rasgado su cuerpo, y ahora que la violencia de la acción se había acabado sentía un cansancio atroz. Debía arreglar este asunto antes de que se derrumbara—. ¡Rocíalo!

Joya consiguió por fin abrir la botella. Se derramó un fluido precioso, salpicándola a ella, a las rocas y al grifo. Una gota cayó sobre el golem, que de inmediato quedó curado de su condición parcialmente disuelta. Sin embargo, ninguna rozó a Bink…, era una ironía que sólo comprendía el coral.

Crombie se incorporó de la prisión que representaba para él la grieta. Una vez más resplandecía y aparecía hermoso; extendió las alas y se volvió hacia Bink. Los músculos de Bink se tensaron con gran dolor. Mantenía al Mago como rehén; sin embargo, si el grifo le atacaba en ese momento…

De un salto, Joya se interpuso entre Bink y Crombie.

—¡No te atrevas! —le gritó al grifo. El aire se impregnó con el olor de papel quemado.

Durante un largo momento Crombie la miró, con sus llamativas alas parcialmente abiertas, aleteando en un movimiento lento. Era una muchacha tan frágil, armada únicamente con la botella del elixir; no existía forma alguna en la que pudiera detener al magnífico animal. Su cuerpo temblaba de nerviosismo; con un solo graznido que escuchara, se pondría a llorar.

Sin embargo, había realizado el gesto de defenderle. Se trataba de un acto extraordinario para una ninfa verdadera. Intentaba defender aquello en lo que creía. ¿Podía condenarla porque su valentía no fuera mayor que su fuerza?

Entonces, Crombie dio la vuelta, alargó en toda su extensión un ala y señaló. Hacia el lago.

Bink suspiró.

—Conjúralo al interior de la botella —le dijo al Mago—. Hazlo bien a la primera. Si tratas de conjurarme a mí, morirás.

Se produjo un retraso mientras Joya iba en busca de la botella, que se encontraba en la orilla del lago, donde aún seguía flotando. Tuvo que recogerla con sumo cuidado, evitando que la humedad rozara su piel; la secó y la puso al alcance del Mago.

Humfrey realizó su encantamiento. El grifo se disolvió en vapor y fue succionado al interior de la botella. Tardíamente, a Bink se le ocurrió que el Mago podría haberle hecho lo mismo a él en cualquier momento de la lucha que mantuvieron…, si se le hubiera ocurrido. ¡La pérdida de esas pastillas de inteligencia sí que debió dolerle! Sin embargo, resultaba difícil pensar en lo obvio con una espada delante. Además…, entonces no tenía a su alcance la mejor botella, la que sirvió de residencia al demonio.

—Ahora es tu turno —le ordenó Bink al Mago—. A la misma botella…, tú y el golem.

—El coral ha estado pensando —dijo Humfrey—. Cree que, si supieras toda la historia, estarías de acuerdo con su punto de vista. ¿Quieres escucharla?

—Lo más probable es que el coral esté perdiendo el tiempo hasta que puedan llegar más sicarios suyos —repuso Bink, recordando a los goblins.

Quizá no se llevaran bien con el coral; no obstante, si llegaban a un acuerdo…

—¡Pero conoce el emplazamiento y la naturaleza de la fuente de la magia! —exclamó Humfrey—. Escúchalo, y te guiará.

—¡Que me guíe primero, luego escucharé!

—De acuerdo.

—¿De acuerdo?

—Confiamos en ti, Bink.

—Yo no confío en ti. Sin embargo, lo acepto…, haré el trato. Sólo espero no estar cometiendo un error fatal. Muéstrame dónde se encuentra la fuente de la magia, y no con un acertijo que no pueda comprender, y luego dispondrás de la oportunidad de contarme por qué el cerebro de coral ha intentado detenerme con tanta vehemencia.

—Primero te sugiero que te rocíes tú mismo con una gota del elixir —comentó el Mago.

Sorprendida, Joya se volvió.

—¡Oh, Bink…, tú debiste ser el primero en recibirla!

—No —contestó Bink—. Podía tratarse de la poción del sueño.

Humfrey asintió.

—Si hubiera intentado traicionarte, lo habrías notado al tratar al grifo —dijo—. Te protegiste contra toda posible traición de una forma muy eficiente. He de decir que, incluso con tu talento cancelado, te has defendido muy bien. Ya no queda nada en ti del imberbe que fuiste.

—¿Acaso no ocurre con todos nosotros? —gruñó Bink, que aún mantenía la mano en el pomo de la espada.

Joya le salpicó con una gota del elixir. Sus heridas se curaron al instante, y de nuevo se sintió fuerte. Sin embargo, la sospecha que le producía el Buen Mago no desapareció.