Bink despertó desnudo y magullado, aunque no sentía frío. Yacía en la orilla de un lago cálido y brillante. Sacó rápidamente los pies del agua, temeroso de que hubiera predadores.
Oyó un gemido. A poca distancia estaba tendido el centauro, con las extremidades proyectadas en seis direcciones. Había sido un descenso sumamente violento; si no hubieran tenido las pastillas para respirar en el agua, seguro que se habrían ahogado. Bink se puso en pie con dificultad y trastabilló hasta donde se hallaba su amigo.
—¡Chester! ¿Estás…?
Se detuvo. A medio camino entre ellos descubrió el resplandor de una estrella o una joya. Tontamente, se agachó para cogerla; una baratija de esas no le serviría para nada. Sin embargo, resultó ser un fragmento de cristal.
Chester volvió a gemir y alzó la cabeza.
—Hace falta algo más que un simple vórtice para acabar con un centauro —dijo—. Aunque no mucho más…
Bink completó la distancia que los separaba y trató de ayudar a incorporarse a su amigo.
—Hey, ¿acaso tratas de cortarme? —preguntó Chester.
—Oh, lo siento. Recogí este fragmento de… —Bink se detuvo otra vez y lo miró—. ¡Hay algo en su interior! Es…
Chester se puso de pie.
—Déjame verlo. —Bajó una mano para coger el fragmento. Abrió los ojos, sorprendido—. ¡Ese es Humfrey!
—¿Qué? —Bink creyó que le había oído mal.
—Es difícil ver en esta penumbra, pero es él, no hay duda. Debe tratarse de un trozo del espejo mágico, que ha sido lanzado a la costa por coincidencia. ¿Qué le pasó al Buen Mago?
—¡Perdí la botella! —exclamó Bink, con horror—. Estaba en mi bolsillo… —Su mano tocó carne allá donde antes había estado el bolsillo.
—Llevaba el espejo consigo. ¿Cómo pudo siquiera un solo fragmento salir de la botella, a menos…?
—A menos que la botella se hubiera roto —acabó Bink—. En cuyo caso…
—En cuyo caso quedaron libres. Pero ¿dónde…, y en qué condición? No disponían de las pastillas para respirar en el agua.
—Si salieron en el momento en que esa maldición atacó…
Chester miró de cerca el fragmento de cristal.
—Humfrey parece encontrarse en buen estado…, y veo al grifo detrás de él. Creo que todavía siguen en el interior de la botella.
Bink miró.
—¡Están! Distingo las paredes curvas de cristal y el mobiliario. Se han sacudido un poco, pero la botella nunca se rompió. —Se sintió aliviado. La rotura de la botella podría haber significado el fin de sus amigos—. ¡Tienen otro fragmento de cristal! —Alzó la mano en un saludo—. ¡Hola, compañeros!
En silencio, Humfrey le devolvió el gesto.
—¡Él nos ve en su fragmento! —exclamó Chester—. Eso es imposible, ya que el espejo roto está aquí.
—Con la magia, cualquier cosa es posible —repuso Bink. Era un tópico; sin embargo, ahora tenía sus dudas.
—¡Mira el desorden que hay! —comentó Chester—. Esa botella tiene que haber chocado contra una pared.
—Y el espejo se rompió, y un trozo voló hasta aquí —explicó Bink, no muy seguro—. Justo donde nosotros pudiéramos encontrarlo. Esa sí que es una coincidencia, aunque creyéramos en la posibilidad.
—¿En qué otra cosa podemos creer? —exigió Chester.
Bink no podía debatirlo. Su talento funcionaba a través de coincidencias aparentes; debía haber tomado parte en el asunto. ¿No habría sido más fácil hacer que la botella del Mago flotara hasta la orilla en lugar de un trozo de cristal?
—Podemos verles, pero no oírles. Quizá si escribiéramos un mensaje… —Sin embargo, no disponían de nada con que hacerlo.
—Si encontramos la botella, podríamos liberarlos —indicó Chester. Parecía que se hallaba mejor físicamente.
—Sí. —Bink acercó el fragmento a la cara y emitió las palabras con lentitud y precisión—. ¿Dónde estáis?
Humfrey extendió las manos. Señaló la pared de la botella. En su exterior, la turbulenta agua remolineaba, su fosforescencia creaba vetas claras. La botella se hallaba en algún lugar de un río, y estaba siendo arrastrada por la corriente…, ¿adonde?
—Creo que el espejo no es de mucha utilidad —dijo Chester—. Crombie podría localizarnos…, pero no puede llegar hasta nosotros. Nosotros podríamos llegar a la botella…, pero no podemos encontrarla.
—Tendremos que seguir el río corriente abajo —repuso Bink—. Su nacimiento debe hallarse en el emplazamiento del vórtice que hay en el lago, y de ahí bajará hacia cualquiera que sea su destino. No obstante, si lo seguimos…
—Retrasamos nuestra búsqueda de la fuente de la magia —finalizó Chester.
Bink quedó pensativo.
—La búsqueda tendrá que esperar —decidió—. Hemos de salvar a nuestros amigos.
—Supongo que sí —corroboró Chester—. Incluso ese grifo arrogante…
—¿De verdad no soportas a Crombie?
—Bueno…, es un camorrista, como yo. Imagino que no puedo culparle por ello. Sin embargo, me gustaría que alguna vez nos enfrentáramos, aunque no sea más que para probar su fuerza.
Competición de hombres. Bink lo entendía, ya que él mismo a veces lo experimentaba.
No obstante, ahora les acuciaban asuntos más importantes.
—Tengo sed —dijo Bink. Caminó hasta la orilla del lago.
—¿Te has dado cuenta —comentó Chester— de que no hay vida en este lago? Ningún pez, ni monstruos, ni plantas, ninguna criatura en la playa…
—No hay vida —repitió Bink—. Pero nosotros estamos bien, así que…
—Aún no hemos bebido el agua. O, si lo hicimos, fue el agua fresca del vórtice, cuando teníamos las pastillas.
—Es verdad —reconoció Bink, incómodo.
—Me pregunto si el corcho de la botella de Humfrey se aflojó y él obtuvo una muestra de esta agua, y si fijó de nuevo el corcho justo cuando se rompió el espejo.
—Puede ser —corroboró Bink—. Será mejor que no nos arriesguemos. Pronto necesitaremos también comida. Echemos un vistazo por los alrededores. No podremos rescatar al Mago si no nos cuidamos a nosotros mismos.
—Correcto —aceptó Chester—. Y lo primero que tenemos que hacer es…
—Encontrar mis ropas —finalizó Bink.
Quiso la suerte que se hallaran en el otro extremo de la playa, junto con la espada de Bink. Sin embargo, lo que la suerte no quiso fue que la botella estuviera con ellas. Chester se encontraba bien, ya que había retenido la espada y la cuerda.
Continuaron por los pasajes cavernosos, dejando el sospechoso río detrás, y sus ojos se fueron acostumbrando a la apagada superficie subterránea. Bink esperaba que no se toparan con niquelpiés aquí, aunque se cuidó muy mucho de no comentar su deseo. No tenía ningún sentido alarmar a Chester. Intentaron señalizar su camino marcando una X en el suelo cada cierto tiempo; pero Bink no estaba seguro de que eso sirviera para algo. Pasó el tiempo, y el camino era interminable…, en especial porque no sabían hacia dónde se dirigían.
En un principio, la sed de Bink era normal; sin embargo, ahora que sabía que no había agua, se hizo acuciante. ¿Durante cuánto tiempo podrían continuar antes de que…?
De repente vieron una luz…, una luz verdadera, no el resplandor del pasadizo. Se apresuraron a alcanzarla con cautela…, y descubrieron que se trataba de una linterna mágica suspendida de un saliente rocoso. Su suave fulgor era algo agradable…, pero no había nada más.
—¿Será de gente… o de goblins? —preguntó Bink, nervioso y esperanzado a la vez.
Chester la bajó y la estudió.
—Me parece que es trabajo de hadas —dijo—. A los goblins, en realidad, no les hace falta la luz, y de cualquier forma es una linterna demasiado elaborada.
—Ni siquiera las hadas han de ser necesariamente amistosas —comentó Bink—. No obstante, prefiero ese riesgo a morirnos de hambre aquí solos.
Cogieron la linterna y avanzaron, con la sensación de que sus perspectivas habían mejorado ligeramente. Pero no ocurrió nada más. Al parecer, algo o alguien había encendido una linterna, la había abandonado y se había marchado. Extraño.
Cansados, sucios, hambrientos y desagradablemente sedientos, se detuvieron por fin en una roca grande.
—Hemos de hallar comida o, como mínimo, agua —dijo Bink, en un tono que pretendió que sonara casual—. Parece que en este pasadizo principal no hay nada, pero… —Se detuvo y escuchó—. ¿Es eso…?
Chester inclinó la cabeza.
—Sí, creo que sí. Un gotear de agua. ¿Sabes?, no quise decir nada, pero tengo la lengua seca. Si pudiéramos…
—Creo que se encuentra detrás de esta pared. Quizá si…
—Apártate.
El centauro dio la vuelta para que su mejor mitad quedara de cara a la pared en cuestión. Luego lanzó una patada.
Una parte de la pared se derrumbó. El sonido se hizo más intenso: agua que fluía por las piedras.
—Deja que entre ahí —repuso Bink—. Si pudiera reunir un puñado…
—Por si acaso —comentó Chester, sacando la cuerda que llevaba y enroscándola alrededor de la cintura de Bink—. No sabemos lo que podemos hallar en estas cámaras oscuras. Si te cayeras en un agujero, yo tiraría de ti.
—De acuerdo —aceptó Bink—. Dame la linterna mágica.
Trepó en el agujero. Una vez que dejó atrás los escombros, se encontró en una caverna más grande e irregular, cuyo suelo descendía hacia la oscuridad. El sonido del agua provenía de allí.
Avanzó, pisando con cuidado, arrastrando la cuerda tras él. El ruido del agua se hizo tentadoramente alto. Bink lo rastreó hasta una grieta en el suelo. Sostuvo la linterna en alto. Por fin pudo ver el destello de un riachuelo. Metió los dedos y, en el momento en que su hombro chocaba con el borde de la grieta sus dedos rozaron el agua.
¿Cómo podría tenderse un poco más? Después de pensarlo durante un momento, arrancó un pedazo de tela de su ya destrozada manga y la hundió en el agua. Dejó que se empapara todo lo que pudiera y, luego, la sacó a la superficie.
Mientras estaba ocupado en ese proceso oyó un distante canto. Se puso rígido y se alarmó. ¿Los demonios del lago les habían seguido hasta aquí? No, no parecía muy probable; eran habitantes del agua, no de las rocas, y, tal como había admitido el señor del castillo, desconocían la existencia de esta región intermedia. Tenía que tratarse de alguna criatura de las cuevas. Tal vez fuera el propietario de la linterna mágica.
Para cuando se hubo llevado la tela chorreante a la boca, el canto se hallaba bastante cerca. Percibió el aroma de flores frescas. Bink se llevó el extremo del trozo de tela a la boca y lo estrujó. Cayó un líquido frío y claro. ¡Era la mejor agua que jamás había probado!
Entonces, algo extraño le ocurrió. Bink experimentó un mareo…, no de enfermedad, sino maravillosamente agradable. Se sentía vivo, vibrante y lleno del calor del espíritu humano. ¡Era un agua realmente buena!
Metió de nuevo la tela en la grieta, empapándola para Chester. No era una forma eficaz de beber, aunque era mucho mejor que nada. Mientras estaba allí tumbado, volvió a oír el canto. Se trataba de una ninfa: su voz era imperfecta, pero sonaba joven, dulce y alegre. Un placentero escalofrío recorrió su cuerpo.
Bink sacó el jirón de tela y lo depositó en el suelo de la cueva. Alzó la linterna y se dirigió hacia donde provenía la voz. Venía de una parte más allá del agua; no obstante, Bink llegó pronto al límite de la cuerda. La desató, dejándola caer de su cintura, y prosiguió andando.
Entonces espió un haz de luz que emanaba de otra grieta. La cantante se hallaba en la cámara que había del otro lado. En silencio, Bink se arrodilló y acercó un ojo a la hendidura.
Se encontraba sentada en un banco de plata, rebuscando en un barril lleno de piedras preciosas. Los colores se reflejaban con un gran brillo, decorando todas las paredes de la sala. Era una ninfa típica: alta y de piernas desnudas, con una falda diminuta que apenas le cubría el trasero; era de cintura estrecha, caderas amplias, ojos grandes y rostro inocente. El cabello le refulgía como un cometa de joyas. Muchas veces había visto ninfas parecidas; todas estaban asociadas con los árboles o las rocas, la corriente o el lago de una montaña; no obstante, tenían un rostro y unos rasgos tan uniformes que su belleza se había convertido en algo corriente. Era como si algún Mago hubiera establecido el aspecto de la mujer humana ideal y lo hubiera diseminado por toda la Tierra de Xanth como algo decorativo, emplazando unidades individuales en regiones específicas para que la distribución resultara uniforme. De modo que no era nada especial. En contraste, las piedras preciosas sí que resultaban un tesoro impresionante.
Pese a ello, Bink apenas prestó atención a las piedras. Su mirada quedó fija en la ninfa. Se sintió atrapado por una adoración total.
¿Qué estoy haciendo?, se preguntó a sí mismo. ¡Chester esperaba el agua…, Bink no tenía nada que hacer aquí! Como respuesta, emitió un suspiro de añoranza.
La ninfa lo oyó. Alertada, alzó los ojos e interrumpió su inocente melodía; pero no pudo verle. Perpleja, sacudió sus femeninas trenzas y volvió a su trabajo, con la conclusión evidente de que lo había imaginado.
—¡No, estoy aquí! —gritó Bink, sorprendiéndose a sí mismo—. ¡Detrás de la pared!
Ella lanzó un adorable gritito, dio un salto y huyó asustada. El barril se volcó, esparciendo joyas por todo el suelo.
—¡Espera! ¡No corras! —exclamó Bink.
Le dio un puñetazo a la pared con tanta fuerza que la piedra se resquebrajó. Agrandó el agujero arrancando más fragmentos; acto seguido entró de un salto en la habitación. Resbaló sobre algunas perlas y estuvo a punto de caer; pero, haciendo malabarismos, mantuvo el equilibrio.
Entonces se quedó quieto y escuchó. Había un olor extraño en la atmósfera, que le recordó el aliento de un dragón, de uno que estuviera atacando a una persona, casi listo para caer sobre ella. Nervioso, miró a su alrededor, aunque no vio ninguno. Todo estaba en silencio. ¿Por qué no escuchaba los pasos de ella al correr?
En un segundo obtuvo la respuesta. Ella podía huir asustada; sin embargo, era poco probable que dejara su tesoro desprotegido. Estaba claro que se había ocultado en algún rincón y ahora le observaba desde su escondite.
—Por favor, señorita —llamó Bink—. No quiero hacerle daño. Sólo deseo…
Abrazarte, besarte…
Aturdido, contuvo sus pensamientos en mitad de la oración. ¡Era un hombre casado! ¿Qué hacía persiguiendo a una ninfa desconocida? Debería regresar con Chester, llevarle al centauro su magra ración de agua…
De nuevo detuvo sus pensamientos. ¡Oh, no!
No obstante, apenas podía dudar de su repentina emoción. Acababa de beber de una fuente y se había enamorado de la primera doncella que vio después. ¡Tenía que tratarse de una fuente de amor!
Sin embargo, ¿por qué su talento le había dejado beber?
La respuesta era penosamente obvia. Deseó no haber formulado la pregunta. A su talento no le importaban sus sentimientos ni los de los demás. Únicamente protegía su bienestar físico y personal. Debió haber llegado a la conclusión de que su esposa, Camaleón, representaba una amenaza, razón por la que le estaba buscando otro amor. No quedó satisfecho con separarle temporalmente de Camaleón; ahora buscaba que esa separación fuera permanente.
—¡No lo permitiré! —gritó en voz alta—. ¡Amo a Camaleón!
Lo cual era cierto. Las pociones de amor no desterraban las relaciones ya existentes. Sin embargo, ahora también amaba a la ninfa…, que era mucho más accesible.
¿Se hallaba en guerra con su talento? Él poseía una ética de la que, evidentemente, su talento carecía; él era civilizado, mientras que su magia era primitiva. ¿Quién iba a ser el amo?
Luchó interiormente, pero no pudo deshacerse del efecto de la fuente de amor. Si hubiera anticipado hacia dónde le conducía su talento, quizá habría podido detenerlo antes de beber; no obstante, ahora era la víctima de un fait accompli. Bueno, ya arreglaría la cuestión con su talento en una mejor ocasión.
Todo estaba permitido en la magia.
—¡Ninfa, ven aquí y dime cómo te llamas o, de lo contrario, robaré tu tesoro! —aulló.
Cuando ella no le respondió, enderezó el barril y comenzó a coger gemas. Había una variedad sorprendente: diamantes, perlas, ópalos, esmeraldas, zafiros…, demasiadas para clasificarlas todas. ¿Cómo había logrado la ninfa reunir semejante fortuna?
La ninfa se asomó en ese momento por una curva del túnel. Al mismo tiempo, Bink olió el leve aroma de flores silvestres.
—¡Yo necesito ese tesoro! —protestó.
Bink continuó con su trabajo. Las piedras resonaron en el interior del barril.
—¿Cuál es tu nombre? —exigió.
—¿Cuál es el tuyo? —Percibió el ligero olor de un asustado ciervo alado al borde de un claro.
—Yo te lo pregunté primero. —Lo único que deseaba era mantener la conversación hasta que pudiera cogerla.
—¡Pero tú eres el extraño! —indicó ella con lógica femenina.
Ah, bueno. Le gustó su lógica. Sabía que era por el efecto de la poción; sin embargo, quedó atrapado por su manera de ser.
—Me llamo Bink.
—Yo soy Joya —dijo ella—. La Ninfa de las Joyas, si insistes en saber la definición completa. Ahora, devuélveme mis piedras.
—Me encantará, Joya. A cambio de un beso.
—¿Qué clase de ninfa crees que soy? —protestó ella, a la manera típica de las ninfas. En ese momento percibió el olor a desinfectante de pinos.
—Espero averiguarlo. Háblame de ti.
Ella avanzó lentamente, desconfiando de él.
—Sólo soy una ninfa de las rocas. Me encargo de que las piedras preciosas sean plantadas adecuadamente en el suelo, de forma que los goblins, los dragones y los hombres, y otras criaturas voraces, puedan llegar a descubrirlas. —Bink olió los vahos entremezclados de los hombres y los goblins excavando—. Es muy importante, ya que, de otro modo, esas criaturas serían más feroces de lo que lo son en la actualidad. El trabajo de excavación los mantiene ocupados.
Esa era la forma en que se plantaban las joyas. Bink siempre se lo había preguntado, o lo habría hecho si hubiera pensado en ello.
—Pero, para empezar, ¿dónde las consigues?
—Oh, aparecen por arte de magia, claro. El barril nunca se vacía.
—¿Nunca?
—Mira, ahora mismo se está desbordando con las gemas que tratas de volver a meterle. No hay que hacerlo.
Bink observó, sorprendido. Así era. Había supuesto que el barril se hallaba vacío sin comprobarlo, ya que su atención estaba centrada en la ninfa.
—¿Cómo voy a poder procesar alguna vez esas piedras? —exigió con petulancia—. Normalmente lleva una hora colocar una; tú has tirado cientos.
Dio una patada en el suelo con su pequeño y delicado pie, sin saber cómo expresar de modo efectivo su irritación. Las ninfas habían sido diseñadas por su aspecto, no por sus emociones.
—¿Yo? ¡Tú las tiraste cuando huiste corriendo! —replicó Bink—. Estoy intentando recogerlas.
—Bueno, pero es culpa tuya, puesto que me asustaste. ¿Qué hacías detrás de la pared? Se supone que nadie va por ahí. Esa es la razón por la que se haya levantado el muro. El agua… —se detuvo con renovada alarma—. ¿No habrás…?
—Sí —contestó Bink—. Tenía sed y…
Ella volvió a gritar y huyó otra vez. Las ninfas, por naturaleza propia, eran seres huidizos. Bink prosiguió con la recogida de piedras, depositando el exceso de joyas al lado del barril, seguro de que ella volvería. De algún modo, se odiaba a sí mismo por no dejarla en paz; sin embargo, le resultaba imposible detenerse. Además, le debía arreglar todo el desorden.
Joya asomó la cara por una esquina.
—Si te marcharas y dejaras que reanudara mi…
—No hasta que no haya arreglado las que tiré —dijo Bink—. Tal como señalaste, es culpa mía.
Depositó un enorme ópalo con forma de huevo encima del montón…, y vio como todas las joyas volvían a rodar por el suelo, desparramándose. Así no iba a llegar a ninguna parte.
Ella se aproximó.
—No, tienes razón. Las tiré yo. De alguna forma recuperaré el ritmo. Tú…, simplemente vete. Por favor.
Como si una manada de centauros acabara de cargar por un camino reseco, el polvillo le hizo cosquillas en la nariz.
—¡Tu talento mágico! —exclamó Bink—. ¡Los olores!
—Yo… —dijo ella, modestamente ofendida. El olor del polvo se vio reemplazado por el del aceite al arder.
—Quiero decir que puedes…, que hueles como sientes en ese momento.
—Oh. —El aceite se transformó en perfume—. Sí. ¿Cuál es tu talento?
—No puedo decírtelo.
—¡Yo te acabo de exponer el mío! Lo justo sería…
Se acercó hasta quedar a su alcance. Bink la sujetó. Gritó de nuevo de forma adorable y se debatió sin muchas fuerzas. Ese era también otro aspecto de las ninfas: deliciosa e ineficazmente difíciles. Era muy agradable, sus labios tenían el sabor de la miel. Por lo menos, así olían.
—No ha sido muy amable por tu parte —le espetó ella cuando terminó de besarla; no obstante, no parecía demasiado enfadada. Emanaba un olor de tierra fresca recién removida.
—Te amo —declaró Bink—. Ven conmigo…
—No puedo marcharme contigo —repuso ella, oliendo a hierba recién cortada—. Tengo que cumplir con mi trabajo.
—Y yo con el mío —comunicó Bink.
—¿Cuál es?
—Voy en busca de la fuente de la magia.
—Pero eso se halla en el centro de la tierra, o muy cerca —dijo ella—. No puedes viajar hacia allí. Hay dragones y goblins y ratas…
—Estamos acostumbrados —repuso Bink.
—¡Yo no! ¡Le tengo miedo a la oscuridad! No podría ir, aunque…
Aunque lo deseara. Porque, estaba claro, ella no le amaba. No había bebido del agua de amor.
A Bink se le ocurrió una travesura.
—¡Ven y bebe conmigo! Entonces podremos…
Ella luchó por soltarse, y él la dejó ir. ¡Lo último que deseaba era herirla!
—No, no puedo permitirme el amor. Debo plantar estas joyas.
—¿Qué voy a hacer yo? Desde el instante en que te vi…
—Tendrás que tomar el antídoto —indicó ella, oliendo a una vela recién encendida. Bink reconoció la conexión: la vela simbolizaba su brillante idea.
—¿Existe un antídoto? —No lo había pensado.
—Ha de haberlo. Para cada hechizo existe un contrahechizo. En algún lugar. Has de encontrarlo.
—Sé quién puede hacerlo —repuso Bink—. Mi amigo Crombie.
—¿Tienes amigos? —preguntó ella, sorprendida, emanando el olor de aves asombradas.
—¡Claro que sí!
—Me refiero aquí abajo. Creí que estabas solo.
—No, iba en busca de agua para Chester y para mí. Nosotros…
—¿Chester? Pensé que tu amigo era Crombie.
—Chester Centauro. Crombie es un grifo. Y también está el Mago Humfrey y…
—¡Un Mago! —exclamó ella, impresionada—. ¿Todo para buscar la fuente de la magia?
—Sí. El Rey desea conocerla.
—¿También hay un Rey en este asunto?
—No —comento Bink, momentáneamente exasperado—. El Rey me encomendó la misión. Sin embargo, tuvimos algunos problemas y nos vimos separados, y…
—Será mejor que te muestre dónde hay agua —decidió ella—. Y comida…, supongo que tendréis hambre.
—Sí —contestó él, alargando el brazo hacia ella—. A cambio, nos complaceremos en brindarte un servicio…
—¡Oh, no! —gritó ella, apartándose con un seductor movimiento de su anatomía y el aroma de humo de nueces—. ¡No hasta que bebas el antídoto!
Así de simple.
—En realidad, debo regresar a donde está Chester —dijo Bink—. Estará preocupado.
Ella meditó durante un momento.
—Bink, lo lamento. Ve a buscar a tus amigos y yo me encargaré de que se alimenten. Has de irte de verdad.
—Sí. —Bink se dirigió lentamente hacia el agujero en la pared.
—¡Por ahí no! —gritó ella—. ¡Hazlo por los pasadizos naturales!
—¡No sé cuáles son! No dispongo de ninguna luz. He de seguir la cuerda para regresar.
—¡Absolutamente no! —Sacó su propia linterna mágica, idéntica a la que Bink había encontrado antes, de un nicho en la pared, y cogió el brazo de Bink con firmeza—. Conozco toda la cueva. Lo hallaré por ti.
Bink se dejó conducir de buena gana. Sin contar la poción, comenzaba a distinguir rasgos admirables en ella. No era una de esas ninfas tontas asociadas a la espuma del océano o a las bayas silvestres; poseía una meta, era correcta y decente. No había duda de que su trabajo de plantar joyas la había ayudado a madurar. Aun así, con o sin poción, ¡no tenía nada que hacer con esa criatura! Una vez que sus amigos se hubieran alimentado, tendría que dejarla. Se preguntó cuánto tiempo tardaría en desaparecer el efecto de la poción. Algunos hechizos eran temporales; sin embargo, otros duraban toda la vida.
Rodearon pasadizos que se cruzaban. En un momento llegaron hasta donde se hallaba Chester, que aún le aguardaba al lado del agujero.
—¡Estamos aquí! —llamó Bink.
Chester se sobresaltó tanto que durante un instante tuvo los cuatro cascos en el aire.
—¡Bink! —exclamó, mientras devolvía sus cuatro patas al suelo—. ¿Qué sucedió? ¿Quién es esa ninfa?
—Chester, esta es Joya. Joya… Chester —los presentó—. Yo… —vaciló.
—Bebió una poción de amor —comentó con alegría Joya.
El centauro hizo un gesto como si fuera a arrancarse dos puñados de crin.
—¡El enemigo secreto vuelve a la carga!
Bink no lo había pensado. ¡Claro, era la explicación más razonable! Su talento no le había traicionado, aunque tampoco le protegió de esa amenaza que no era física. De este modo, su enemigo había dado en el blanco. ¿Cómo podría ir en busca de la fuente de la magia, si su corazón se encontraba anclado aquí?
Pero su corazón también estaba atado a su hogar, con Camaleón. Era parte del motivo por el que se encontraba en esta misión. Así que… lo mejor sería continuar la búsqueda.
—Si conseguimos reunimos con Crombie y el Mago, quizá Crombie pueda indicarnos el emplazamiento del antídoto —dijo Bink.
—¿Dónde están tus amigos? —inquirió Joya.
—Dentro de una botella —explicó Bink—. No obstante, nos comunicamos con ellos por medio de un fragmento de un espejo mágico. Te los presentaré. —Rebuscó en el bolsillo el trozo de cristal.
Sus dedos no hallaron nada.
—Oh, no…, ¡he perdido el fragmento!
Puso el bolsillo del revés. El afilado borde del cristal había abierto un agujero en la tela, por donde se había caído.
—Bueno, de alguna forma los encontraremos —comentó Bink, un poco atontado—. No cejaremos hasta que demos con ellos.
—Parece lo mejor —asintió con seriedad Chester—. Sin embargo, tendremos que llevarnos a la ninfa con nosotros.
—¿Por qué? —Bink sentía emociones encontradas.
—El objeto del contrahechizo ha de estar presente; es así como funcionan esas cosas. Te enamoraste de la primera mujer que viste después de beber la poción; has de desenamorarte de ella del mismo modo.
—¡No puedo ir con vosotros! —protestó Joya, aunque miraba a Chester como si deseara cabalgar sobre su lomo—. ¡Tengo mucho trabajo!
—¿Cuánto podrás realizar si Bink se queda aquí? —inquirió Chester.
Ella alzó las manos en un gesto de exasperación femenina.
—Venid a mi apartamento, los dos. Lo discutiremos más tarde.
El apartamento de Joya era tan atractivo como ella. Había alfombrado varias cuevas en su totalidad. La hierba alfombra cubría los suelos, subía por las paredes y recorría el techo sin ningún tipo de interrupción, salvo las redondas puertas. Era muy coqueto. No había sillas ni una mesa, tampoco una cama; parecía que ella se sentaba o se tumbaba en cualquier sitio, a cualquier hora, de forma perfectamente cómoda.
—Tendremos que hacer algo con esas ropas —le comunicó a Bink.
Bink se miró. Después de mojarse en el vórtice y el lago, ya casi se le habían secado sobre el cuerpo; brillaban de forma irregular.
—Pero son las únicas que tengo —se lamentó.
—Puedes limpiarlas en seco —sugirió ella—. Ve al lavabo y ponlas en la lavadora. Sólo tarda un instante.
Bink entró en el cuarto que ella le indicó y corrió las cortinas. Localizó la lavadora: una alcoba parecida a un horno a través de la cual una corriente de aire cálido recorrió su túnica y sus pantalones. Dejó su ropa ahí y se encaminó a la bañera, por la que descendía un pequeño arroyuelo. El techo era una superficie rocosa bien pulida: un espejo. ¡La vanidad de la mujer siempre necesitaba un espejo!
El verse reflejado fue un impacto: se hallaba en peor estado que sus ropas. Tenía el cabello enredado y pegado a la frente, y una barba en la fase de crecimiento más desagradable. A causa de haberse arrastrado por el agujero de la pared, parte de su cuerpo y rostro estaban manchados de barro. Su aspecto era el de un ogro joven. ¡Ahora comprendía por qué la ninfa se había asustado de él apenas verle!
Empleó el afilado acero de la espada para afeitarse, ya que no disponía de un cepillo de afeitado mágico con el que poder arreglarse adecuadamente las patillas. Luego se lavó y peinó. Encontró sus ropas limpias, secas y planchadas: no había duda de que aquello era algo más que aire caliente. La manga rota había sido cortada de forma precisa, de modo que ahora la ausencia de tela parecía intencionada. Se preguntó si por estas cuevas circulaba algo del polvo mágico, que potenciaba la función de cosas como las lavadoras en seco. La ninfa parecía disponer de muchas comodidades mágicas; llevaba un estilo de vida bastante confortable. No sería nada difícil acostumbrarse a semejante estilo…
Sacudió la cabeza. ¡Ese pensamiento provenía de la poción de amor, no de su sentido común! Tenía que mantenerse en guardia ante la racionalización. Él no pertenecía a este lugar subterráneo, y se marcharía en cuanto completara su misión, aunque dejara atrás parte de su corazón.
No obstante, se vistió…; incluso pasó sus botas por la lavadora. ¡Qué pena que la botella del Mago no hubiera recalado en la orilla en lugar de sus zapatos!
Cuando salió del lavabo, Joya le examinó con sorprendida admiración.
—¡Eres un hombre guapo!
Chester sonrió con ironía.
—Supongo que antes era difícil de imaginar. ¡Ojalá yo pudiera lavarme la cara y sufrir la misma transformación!
Los tres se rieron con cierta incomodidad.
—Debemos pagarte tu hospitalidad… y tu ayuda —comentó Chester cuando dejaron de reír.
—Mi hospitalidad la concedo libremente; cualquier pago la degradaría —dijo Joya—. Mi ayuda la habéis impuesto. No existe el pago para el trabajo de los esclavos.
—¡No, Joya! —exclamó Bink, profundamente herido—. ¡Yo no te obligaría a nada, ni te causaría pena alguna!
Ella se suavizó.
—Lo sé, Bink. Bebiste del agua de amor; no serías capaz de herirme. Aun así, estoy obligada a ayudaros a encontrar a vuestros amigos para que puedan localizar el contrahechizo, lo cual me apartará de mi trabajo…
—¡Entonces, hemos de ayudarte a realizar tu tarea! —exclamó Bink.
—No podéis. No sabéis nada sobre la selección de piedras preciosas ni dónde han de ser colocadas. Y, aunque lo supierais, el taladrador no trabajaría para vosotros.
—¿El taladrador?
—Mi bestia de carga. Se introduce en las rocas para indicarme dónde depositar las piedras en su lugar exacto. Sólo yo puedo controlarlo…, y únicamente cuando canto. Trabaja únicamente por una canción.
Bink intercambió una mirada con Chester.
—Después de comer, te mostraremos nuestra música —dijo Chester.
La comida que Joya les ofreció fue extraña, pero excelente. Les sirvió varias clases de champiñones y hongos…; eran cosas que crecían mágicamente, les explicó, y no necesitaban la luz. Algunos sabían a filete de dragón, y otros a patatas fritas arrancadas de un árbol de patatas calientes; el postre consistió en una tarta de chocolate que parecía recién ordeñada de una vaca marrón, tan redonda y suave que casi se salía del plato. También poseía una especie de polvillo blanco que mezcló con el agua, lo que dio como resultado una leche estupenda.
—¿Sabes? —murmuró Chester al oído de Bink—, no puedes quejarte de la ninfa que te encontraste después de beber el agua.
Bink no le respondió. Tras la bebida mágica, incluso se habría enamorado de una arpía; no le hubiera importado lo asquerosa que fuera. La poción de amor jamás tenía en cuenta las consecuencias. Era una magia sin consciencia. Tal como había descubierto para su horror, la historia de Xanth siempre se vio influida por esas fuentes de amor. La especies originales y mundanas se habían cruzado entre sí, produciendo cruces como las quimeras, las arpías, los grifos… y los centauros. ¿Quién podía decir que eso estuvo mal? ¿Dónde se encontraría ahora la Tierra de Xanth sin los nobles centauros? Sin embargo, el agua que bebió Bink resultó sumamente molesta de una forma personal. Si lo pensaba racionalmente, tenía que quedarse con su esposa Camaleón; pero, emocionalmente…
Chester terminó de comer. Se concentró, y la flauta de plata hizo su aparición. Sonó maravillosamente. Joya permaneció sentada, inmóvil, escuchando la plateada melodía. Luego comenzó a cantar, siguiendo la armonía de las notas. Su voz no podía aproximarse a la pureza de la flauta, pero era un bonito complemento del instrumento musical. Bink se hallaba casi en un trance…, y lo habría estado, se dijo a sí mismo, aunque no hubiera padecido el efecto de la poción.
Algo grotesco se asomó a la habitación. La flauta de Chester se detuvo en mitad de una nota; la espada apareció en su puño.
—¡Frena tu mano, centauro! —grito Joya—. ¡Es mi taladrador!
Chester no atacó; no obstante, la espada se mantuvo en guardia.
—¡Parece un gusano gigante!
—Sí —corroboró ella—. Está emparentado con los culebreadores y los serpenteadores; sin embargo, es mucho más grande y lento. Es un excavador…, no muy brillante, aunque inapreciable para mi trabajo.
Chester llegó a la conclusión de que no había peligro.
—Creí que conocía todo el léxico; sin embargo, me perdí a este. Veamos si podemos ayudarte en tu trabajo. Si le gusta mi música, y si tienes que colocar alguna piedra cerca del río…
—¿Estás bromeando? —preguntó Joya, con su peculiar modo ninfático—. Con la mitad del barril derramado, tengo docenas de piedras para el río. Bien podríamos comenzar allí mismo.
Bajo su dirección, montaron en el excavador. Joya se sentó casi en el extremo delantero del monstruoso gusano, con un cubo de piedras preciosas delante de ella. Bink se sentó detrás y Chester al final, con las cuatro patas en una posición incómoda para su situación. Estaba acostumbrado a ser montado, no a montar, aunque ya lo había hecho antes con el dragón.
—Este es el momento de producir música —indicó Joya—. Trabajará mientras le guste la melodía; no requiere muchas variaciones. Cuando canto yo, me canso pasadas unas horas; sin embargo, si la flauta del centauro…
Apareció la flauta. Emitió su música. El gran gusano comenzó a arrastrarse, llevándoles como si fueran simples moscas. No se revolvía ni se flexionaba, como lo hacía el dragón; estiraba y contraía el cuerpo por segmentos, de modo que la sección en la que montaban cambiaba continuamente de diámetro. Era un modo extraño de viajar; no obstante, era efectivo. Se trataba de un gusano muy grande, y se movía bastante deprisa.
Una pestaña surgió del segmento delantero del excavador y, a medida que abría el túnel en la roca, la pestaña aumentó su diámetro para que los jinetes también encajaran en el orificio. Bink pensó que esta magia era una variante del tipo de las pastillas para respirar en el agua que les había proporcionado el Buen Mago. La roca, como el agua, más que ser acanalada, estaba siendo cambiada momentáneamente con el fin de que ellos la pudieran atravesar sin hacer un agujero. Chester se vio obligado a agachar la cabeza para permanecer dentro de la fase; su flauta estaba constreñida también, aunque seguía interpretando sus cautivadoras melodías. Bink estaba seguro de que Chester se hallaba más que feliz con este pretexto para practicar con su recién descubierto talento, después de toda una vida de tenerlo reprimido.
—He de reconocer que me prestáis un servicio realmente positivo —comentó la ninfa—. Siempre pensé que los centauros no poseían magia.
—Lo mismo pensaban los centauros —repuso Bink, que la admiraba a hurtadillas desde atrás. Al infierno con la poción de amor; tenía un cuerpo con el que te hechizaba.
En ese momento el gusano, al encontrar un tipo de roca diferente, dio una sacudida, y Bink fue arrojado contra la ninfa.
—Oh, lo siento —se disculpó, enderezándose y sintiéndolo muy poco—. Yo, eh,…
—Sí, lo sé —dijo Joya—. Quizá lo mejor sea que me rodees la cintura con los brazos para poder sujetarte. A veces se dan muchos botes.
—Yo… creo que lo mejor es que no lo haga —replicó Bink.
—A tu manera, eres bastante noble —observó ella—. Podrías llegar a gustarme.
—Estoy… estoy casado —expuso Bink miserablemente—. Ne… necesito ese antídoto.
—Sí, por supuesto —admitió ella.
Repentinamente, el excavador emergió por una pared a una gran cámara.
—El río —indicó Chester.
Cuando habló, la flauta interrumpió su concierto. El gusano giró la cabeza, su hocico buscó la música desaparecida.
—¡No te detengas! —gritó Joya—. Se para cuando…
La flauta reanudó la melodía.
—Queremos ir río abajo —dijo Bink—. Si vemos una botella flotando…
—Primero he de colocar unas piedras —comentó ella con firmeza. Guió al gusano hacia una roca saliente, lo detuvo, y sacó un diamante enorme—. Ahí dentro —dijo—. Le tomará un millón de años al agua desgastar la roca y mostrarlo a la vista.
El excavador cogió la joya en su orificio y la introdujo en la roca. La cabeza se le ahusó hasta convertirse casi en un punto, con una boca más pequeña que la de un hombre, razón por la que no le resultó difícil sostener la piedra preciosa. Cuando sacó el hocico, el diamante había desaparecido y la formación rocosa estaba intacta. Bink quedó sorprendido; luego se dio cuenta de que no debería estarlo. Tampoco habían dejado un túnel a sus espaldas.
—Una colocada —repuso con energía Joya—. Quedan novecientas noventa y nueve.
Sin embargo, Bink miraba el río, en busca de una botella. Era tal el poder de la poción, que casi deseaba no encontrarla. Una vez que localizaran al Mago y, después, al antídoto, ya no estaría enamorado de Joya…, lo cual le resultaba difícil de contemplar. Sabía qué era lo correcto; pero su corazón no participaba de ello.
Pasó el tiempo. Joya colocó diamantes, ópalos, esmeraldas, zafiros, amatistas, jades y granates en las rocas de la orilla del río; también esparció perlas en el agua para que las ostras pudieran hallarlas.
—A las ostras les encantan las perlas —explicó—. Las devoran.
Cantaba mientras trabajaba, alternándose con la flauta de Chester, al tiempo que la atención de Bink iba de ella al agua y, de nuevo, a ella. ¡Podría haber encontrado un sujeto peor para enamorarse!
Entonces, el río se abrió a un lago.
—Esta es la morada de los demonios, que pueden beber y usar el agua viciada —les advirtió Joya—. Los demonios me conocen; sin embargo, vosotros dos tendréis que obtener un permiso para atravesar su territorio. No les gustan los intrusos.
Bink notó el movimiento de Chester a su espalda, como si sus manos tocaran el arco y la espada. Ya habían experimentado problemas con otros demonios; ¡no querían tener nada que ver con ellos!
Las paredes de la caverna estaban talladas con el propósito de dar la impresión de edificios de piedra, con manzanas cuadradas y callejones entremedio: algo muy similar a una ciudad. En realidad, Bink jamás había visto una ciudad, salvo en imágenes; los primeros colonizadores de Xanth las construyeron; sin embargo, con el descenso de la población, fueron desapareciendo.
Bink y Chester desmontaron y caminaron por la calle al lado del gusano. Apareció un carro mágico. Se parecía a un carruaje tirado por monstruos, aunque sin estos últimos. Las ruedas las formaban unos donuts de caucho que iban dando botes, y la estructura parecía de metal. Del interior salía un ronroneo. Con toda probabilidad, dentro había un monstruo que pedaleaba para mover las ruedas.
—¿Dónde está el fuego? —preguntó el demonio desde el carruaje. Era de color azul, y la parte superior de su cabeza era redonda y chata como un plato.
—Aquí mismo, Acero Azul —comentó Joya, llevándose una mano al pecho—. ¿Les darías un ticket a mis amigos? Van en busca de la fuente de la magia.
—¡La fuente de la magia! —exclamó otra voz. En ese momento, Bink pudo comprobar que en el vehículo había dos demonios; el segundo poseía una tonalidad cobriza—. ¡Hemos de informárselo al Jefe!
—De acuerdo, Cobre —aceptó Joya.
Evidentemente, conocía lo suficientemente bien a estos demonios como para bromear con ellos. Bink sufrió un profundo aguijonazo de celos.
Joya los condujo a un edificio en el que se leía COMISARÍA y aparcó al gusano.
—Yo debo quedarme con el excavador para cantarle una canción —comentó—. Vosotros entrad a ver al Jefe; os esperaré.
En ese momento, Bink sintió miedo de que no aguardara su salida, de que aprovechara esa oportunidad para dejarles, para traicionarles con los demonios. Así se vería a salvo de la persecución, ya fuera por causas vengativas o románticas. No obstante, tenía que confiar en ella. Después de todo, la amaba.
El demonio que había en el interior del edificio estaba sentado detrás de un gran escritorio, leyendo un libro.
—Ah, sí…, el destino debía volver a reunimos —dijo.
—¡Beauregard! —exclamó Bink, sorprendido.
—Os daré los permisos, por supuesto —expuso el demonio—. De acuerdo con las reglas del juego, tú fuiste el instrumento específico de mi liberación, lo cual me hace sentir, de forma poco demoníaca, en deuda contigo. Pero deja que te agasaje adecuadamente, del mismo modo que tú lo hiciste conmigo en el domicilio del ogro. Antes de que sigas adelante con tu misión, has de recibir bastantes consejos.
—Bueno, hay una ninfa fuera que nos está esperando… —indicó Bink.
Beauregard sacudió la cabeza.
—De verdad que pareces gafado, Bink. Primero, pierdes la botella; luego, tu corazón. No temas; incluiremos a la ninfa en el grupo. Hospedaremos al excavador en nuestro aparcamiento; allí se encontrará a gusto. Conocemos bien a Joya; de hecho, no podrías haber tenido más suerte en tu infortunio.
Joya se les unió para cenar. Resultaba difícil creer que el amanecer les pillara a la entrada de la Región de la Locura, en un árbol, que el desayuno lo tomaran en el castillo del lago de los demonios, el almuerzo con la ninfa, y la cena aquí…, todo en un mismo día. En estos pasajes subterráneos, el día poseía un significado menor; sin embargo, había sido un período de tiempo ocupado.
La cena del demonio fue similar a la que les ofreció la ninfa, sólo que esta provenía de criaturas mágicas y diminutas llamadas levadura y bacterias. Parte de la comida era líquida, y había sido exprimida minutos antes; parte estaba compuesta por la pata asada de un cerdo de tamaño medio. El postre fue el ojo congelado de un pájaro aullador. La crema de ojo genuina era una exquisitez difícil de conseguir, igual que esta imitación de color amarillo.
—Una vez probé el ojo de un smilk —indicó Chester—. No era tan bueno como este.
—Tienes buen gusto —dijo Beauregard.
—¡Oh, no! Los ojos de los centauros tienen menos sabor —dijo Chester rápidamente.
—Eres demasiado modesto. —Sin embargo, el demonio sonrió de modo tranquilizador—. Los aulladores tienen más grasa que los smilks, razón que les da más sabor, como acabas de reconocer.
Una vez terminada la cena se retiraron a la cámara de Beauregard, donde ardía un fuego.
—Ahora os proporcionaremos unas excelentes habitaciones para la noche —expuso el demonio—. No interferiremos para nada en vuestra búsqueda. Sin embargo…
—¿Qué es lo que sabes que nosotros desconocemos? —le preguntó Bink con ansiedad.
—Conozco la naturaleza de los demonios —repuso Beauregard.
—¡Oh, no planeamos molestaros! Seguiremos camino hacia…
—Mira, Bink.
Beauregard extrajo una pequeña y llamativa botella, musitó una oscura palabra y realizó un gesto místico. El corcho saltó, el vapor emanó del frasco y se formó en la figura… del Buen Mago Humfrey.
Sorprendido, Bink únicamente pudo preguntar:
—¿Dónde está Crombie?
—En el interior de la botella —contestó Humfrey secamente—. Ayudaría si recuperaras el frasco pronto.
—Pero, si Beauregard puede rescatarte…
—Yo no lo he rescatado —comunicó el demonio—. Lo he conjurado. Ahora debe realizar mi voluntad.
—¡Tal como tú tuviste que cumplir la de él!
—Correcto. Todo depende de quién se encuentra confinado y quién posee la magia controladora. El Mago estaba versado en demonología; en este momento se halla sujeto a nuestra humanología.
—Pero ¿significa eso…?
—No, no abusaré de la situación. Mi interés radica en la investigación, no en las ironías. Simplemente, hago esta demostración para convencerte de que hay más profundidad en la magia de la que tú suponías, y que las consecuencias posibles de tu búsqueda pueden ser más amplias de lo que a ti te gustaría arriesgar.
—Ya estoy al corriente de algo que intenta detenerme —comentó Bink.
—Sí. Se trata de una especie de demonio…, y ahí reside el problema. La mayoría de los demonios no poseen más magia de la que tienen la mayoría de los humanos; sin embargo, los demonios de las profundidades son otra cosa. Con respecto a mí, son demonios corrientes, del mismo modo que los Magos son personas corrientes para gente como tú. No es sabio adentrarse en su territorio.
—Tú eres un demonio —dijo Chester con suspicacia—. ¿Por qué nos lo cuentas?
—Porque es un demonio bueno —intervino Joya—. Ayuda a la gente.
—Porque me preocupo por el bienestar de Xanth —repuso Beauregard—. Si tuviera la convicción de que Xanth estaría mejor sin la gente, trabajaría para conseguir ese objetivo. Pero, aunque a veces lo dudé, hasta ahora creo que la especie del hombre es beneficiosa. —Miró al Mago—. Incluidos los gnomos como él.
Humfrey se limitó a guardar silencio.
—Entonces, ¿por qué no lo liberas? —inquirió Bink, que no confiaba del todo en el demonio.
—No puedo hacerlo. Solamente tiene la capacidad de liberarlo quien posea su contenedor.
—¡Pero él está aquí! ¡Le llamaste de tu botella!
—Mi magia me ha permitido disponer de él en un servicio temporal. Puedo conjurarlo muy brevemente, me es imposible retenerlo. Si yo tuviera su botella, entonces sí que podría controlarlo, ya que fue lo suficientemente tonto como para confinarse a sí mismo de ese modo. Esa es la razón por la que tú debes recuperar su botella antes de que…
—¡Antes de que se rompa! —exclamó Bink.
—Nunca se quebrará. Se trata de una botella encantada; lo sé porque yo la ocupé, y me preocupé de asegurarla. No, el peligro radica en que tu enemigo la recupere primero.
Bink se irritó.
—¡El enemigo!
—Ya que, en ese momento, el enemigo mantendrá control sobre el Mago, y todo el poder de Humfrey estará al servicio de ese enemigo. En cuyo caso las posibilidades de supervivencia de Humfrey serán muy pobres…, casi tanto como las tuyas.
—¡He de conseguir esa botella! —gritó Bink—. ¡Si tan sólo supiera dónde se encuentra!
—Ese es el servicio que requiero —dijo Beauregard—. Mago, infórmale a Bink de tu emplazamiento preciso, para que pueda rescatarte.
—Latitud veintiocho grados al noroeste, longitud cien…
—¡No de esa forma, idiota! —interrumpió Beauregard—. ¡Díselo de modo que pueda usar la información!
—Oh, sí —acordó Humfrey—. Quizá será mejor que se lo encarguemos a Crombie.
—Hazlo —restalló el demonio.
El grifo apareció al lado del Mago.
—Vaya, claro —comentó Bink—. Si nos señalas vuestra dirección desde aquí, quiero decir, nuestra dirección desde allí, podremos invertirla para alcanzaros.
—No funcionará —comentó Beauregard.
No obstante, Crombie ya había empezado a girar. El ala se detuvo señalando directamente hacia Bink.
—Perfecto —repuso Bink—. Iremos en esa dirección.
—Intenta cruzar mi madriguera —dijo Beauregard—. Grifo, mantén el punto.
Perplejo, Bink caminó de un lado hasta el otro. Crombie no se movió; sin embargo, el extremo de su ala siguió apuntando a Bink.
—¡Se trata de una imagen! —exclamó Bink—. No importa desde dónde le mires, siempre te mira a ti.
—Precisamente —estuvo de acuerdo el demonio—. En algunos aspectos, esta conjuración es una imagen. Siempre aparece la misma forma, sin importar la orientación del observador. Centrarse en la conjuración es inútil; necesitamos el original.
—Eso se arregla fácilmente, demonio —centelleó Humfrey—. Crombie, señala el emplazamiento de nuestra botella visto desde el lugar de la conjuración.
¡Qué sencillo! La conjuración se hallaba aquí, de modo que así indicaría la dirección adecuada de allí. Pero ¿funcionaría?
El grifo giró y señaló otra vez. En esta ocasión, el ala se apartó de Bink y apuntó hacia abajo.
—Ese es el camino que debéis seguir —repuso con seriedad Beauregard—. Ahora bien, antes de que destierre la imagen, ¿tenéis alguna otra pregunta que formular?
—Sí —comentó Chester—. Con respecto a mi talento…
Beauregard sonrió.
—Muy inteligente, centauro. ¡Creo que tienes la mente de un demonio! Cierto que es posible, en esta situación, que obtengas la información que buscas sin tener que pagar los honorarios del Mago, siempre que tu ética te permita semejante explotación.
—No —dijo Chester—. ¡Mi intención no es fraudulenta! Mago, ya sé cuál es mi talento. Sin embargo, he pagado parte de los honorarios, y estoy comprometido hasta el final.
Humfrey sonrió.
—Yo nunca especifiqué la Pregunta que respondería. Elige otra por mi servicio. Eso formaba parte del acuerdo.
—Estupendo —repuso Chester, contento como un potrillo que tuviera acceso repentino a las praderas más lejanas y verdes. Meditó durante unos instantes—, Cherie…, me encantaría saber cuál es su talento, si es que tiene alguno. Me refiero a uno mágico.
—Posee un talento —dijo Humfrey—. ¿Deseas recibir la Respuesta ahora?
—No. Quizá pueda descubrirlo de nuevo por mí mismo.
El Mago extendió las manos.
—Como prefieras. No obstante, no estamos protegidos contra los accidentes del destino. Si tú no lo resuelves, y Bink no encuentra la botella antes de que lo haga el enemigo, tal vez me vea obligado a renegar del pacto. ¿Piensas arriesgarte?
—¿Qué quieres decir con eso de que antes de que lo haga el enemigo? —exigió Bink—. ¿A qué distancia está de…?
—Es lo que discutíamos antes —intervino Beauregard—. Parece que el Mago no puede ser protegido de su propio talento de información. Tiene razón: la botella ha sido transportada muy cerca de la región en la que habita tu enemigo, y es muy probable que este lo sepa. Por lo tanto, no se trata de una búsqueda rutinaria de la botella, sino de una carrera contra una oposición activa.
—Pero ¿cuál es la naturaleza del enemigo? —preguntó Bink.
—Desvanécete, Mago —dijo Beauregard. Humfrey y Crombie se transformaron en humo y remolinearon de regreso a la botella—. Yo no pudo responder a esa Pregunta directamente, salvo para recordarte que el enemigo debe ser una especie de demonio. Por lo tanto, me ahorro la vergüenza de confesar mi ignorancia en presencia de mi doble humano en lo que atañe a la investigación. Podrías llamarlo rivalidad profesional.
—¡Me importa un bledo la rivalidad profesional! —exclamó Bink—. El Buen Mago y Crombie son mis amigos. ¡He de salvarlos!
—Eres una persona leal —comentó Joya, admirativa.
—Lo que tienes que comprender —continuó Beauregard— es que, a medida que te acerques a la fuente de la magia, la magia del entorno inmediato se hará más fuerte, en una función parecida a una progresión logarítmica. Por lo tanto…
—No lo entiendo —cortó Bink, que no había entendido bien—. ¿Qué tienen que ver la rítmica con todo esto?
—Quiere decir que la magia se hace más fuerte a medida que más te aproximas a ella —explicó el centauro. Los centauros poseían una excelente comprensión matemática.
—Correcto —corroboró el demonio—. Por lo tanto, nosotros, los demonios, al encontrarnos más cerca de la fuente, tendemos, aquí en la frontera, a ser criaturas más mágicas que vosotros. Sin embargo, en la vecindad inmediata de la fuente, la magia es mucho más poderosa de lo que podemos imaginar. Así, me veo incapacitado de identificar a tu enemigo específico o de describir su magia…; aunque es muy probable que se trate de algo mucho más fuerte que lo que hayas encontrado hasta ahora.
—Me he topado con magia bastante poderosa —afirmó Bink, incrédulo.
—Sí, lo sé. Y tú mismo posees una extremadamente fuerte. Sin embargo, esta…, bueno, aunque nunca he podido calibrar la naturaleza precisa de tu talento, mi anterior comentario de que eras un individuo corriente se refería a lo que los datos empíricos sugieren y que se relacionan con tu bienestar personal. No obstante, la fuente…
—Espera, ahora lo comprendo —dijo Bink—. La magia es más fuerte que la mía en el lugar al que me dirijo.
—Sí. Razón por la que serás vulnerable como nunca jamás lo habías sido. A medida que avanzas, tu propia magia se ve incrementada; pero sólo en proporción geométrica. Por lo tanto, no podrá…
—Quiere decir que la magia del enemigo se vuelve más fuerte de modo más rápido que nuestra magia —explicó Chester—. Así que, proporcionalmente, perdemos poder.
—Correcto —admitió el demonio—. La naturaleza de las curvas sugiere que la diferencia no se hará notoria hasta que os encontréis muy cerca de la fuente, de modo que, quizá, ni siquiera os incomode u os deis cuenta de ello. Sin embargo…
—Si continúo —repuso Bink con lentitud—, me enfrentaré con un enemigo cuya magia será más fuerte que la mía.
—Sí. Porque la fuente del campo mágico de Xanth varía de forma inversa a la distancia, tanto en una base individual como de medio ambiente…
—¿Y qué pasa con el polvo mágico? —exigió Chester.
—Ayuda a incrementar la magia en su proximidad —afirmó Beauregard—. No obstante, no es el canal principal de la distribución mágica. Básicamente, el polvo es un elemento de convección, mientras que la magia lo es de conducción. Si el pueblo que la distribuye decidiera detener su funcionamiento, la magia de Xanth apenas lo notaría.
—Así que podrían tomárselo con calma —dijo Bink.
—Para continuar con lo que exponía: debido a la proporción inversa, el enemigo fue incapaz de herirte en la superficie, aunque lo intentó con persistencia y astucia demoníacas. Razón por la que estoy convencido de que te enfrentas a un demonio. Sin embargo, en las regiones intermedias, el enemigo puede, y lo hará, desencadenar una magia abrumadora. Por lo tanto, es una tontería que prosigas adelante con tu búsqueda.
—Soy humano —dijo Bink.
—Lamentablemente, así es. Un demonio sería más racional. Como tú eres un humano tonto del tipo exacto que mi tesis de investigación describe, seguirás, inevitablemente, hacia tu muerte…, por amor a tus ideales y amistades.
—Yo debo de ser más humana que demonio —comentó Joya—. Considero que es noble.
—No me halagues —le advirtió Bink—. Lo único que consigues es exagerar el efecto de la poción.
Pareció aturdida; luego adoptó un aspecto hermosamente decidido.
—Siento que la poción tenga que…, quiero decir, eres un hombre tan agradable, atractivo, valeroso y decente que yo…, no puedo decir que lamente que haya ocurrido. Cuando regresemos, quizás yo misma beba un poco.
—Uno de los motivos por los que necesito al Mago es para que encuentre un antídoto —señaló Bink—. Me refiero, más allá de la amistad que tengo con él. De hecho, deberíamos haberle pedido a Crombie que nos indicara el emplazamiento del antídoto, así…
—Puedo llamarlos de nuevo —comunicó Beauregard—. Sin embargo, no lo recomiendo.
—¿Por qué no? —preguntó Bink.
—Porque si el enemigo aún no es consciente del lugar exacto en el que se encuentra la botella, no tendríamos que despertar su interés para que lo investigue. Ahora que su serpenteador ya no está, desconocemos de qué mecanismos dispone para observarte; no obstante, no podemos permitirnos el lujo de descartarlos. Será mejor rescatar primero a tus amigos y, luego, prestar atención a tus asuntos más personales.
—Sí, es verdad —aceptó Bink. Se volvió hacia la ninfa—. Joya, lamento molestarte todavía más, pero la lealtad por mis amigos es lo primero. Te prometo que, tan pronto como los rescatemos…
—Está bien —repuso ella, que no parecía nada molesta.
—Podría esperar aquí —aconsejó Chester—. O reanudar su trabajo habitual. Una vez que consigamos el antídoto, podemos traerlo y…
—No, únicamente el excavador podrá transportaros a vuestro destino con la suficiente rapidez —dijo Joya—. Y sólo yo puedo conducirlo. Existe mucha magia mala en el canal del río; sin embargo, muy poca en la roca sólida. Iré con vosotros.
—Esperaba que lo dijeras —comentó Bink—. Claro está que mis sentimientos no cuentan, ya que…
Joya se adelantó y le besó en la boca.
—También me gusta tu honestidad —repuso—. Emprendamos la marcha.
Bink, atontado momentáneamente por la fuerza de ese primer beso voluntario, obligó a su mente a que se concentrara en la misión.
—Sí…, hemos de darnos prisa.
—En las zonas más profundas, los goblins son muy malos —intervino Beauregard—. En los últimos años han perdido su ferocidad en la superficie; no obstante, la siguen teniendo ahí abajo. Nunca os habéis encontrado con goblins parecidos.
—No es una cuestión que podamos elegir —dijo Bink—. Hemos de ir.
—Cuando no estéis en fase en el interior de las rocas, permaneced en los senderos bien iluminados. Al igual que los niquelpiés, no les gusta la luz. Si se ven obligados, la soportan; pero, usualmente, la evitan.
Bink se volvió hacia la ninfa.
—¿Es esa la razón por la que le tengas miedo a la oscuridad? ¿Puedes mantenernos en la luz?
Ella asintió.
—Sí…, sí —contestó a las dos preguntas.
Bink tuvo la impresión de que le podría haber formulado preguntas más personales y haber obtenido las mismas respuestas. ¿O sólo se trataba de un vuelo de la imaginación romántica nacido del efecto de la poción?
—Por lo menos, descansad bien esta noche —aconsejó Beauregard—. Nosotros no necesitamos dormir; sin embargo, vosotros, los humanos, os volvéis muy irritables si…
—No, será mejor que nos marchemos ahora mismo —dijo Bink—. Unas pocas horas podrían significar mucha diferencia.
—Igual que la fatiga —indicó Beauregard—. Cuando os enfrentéis con la gran magia, necesitaréis poder disponer de todas vuestras facultades.
—Me parece una evasiva demoníaca —comentó Chester.
Beauregard extendió las manos.
—Quizá sea así, centauro. Hay algo que no os he contado.
—Si piensas decírnoslo, hazlo ahora —repuso Bink—. Porque vamos a marcharnos de inmediato.
—Es lo siguiente —replicó a regañadientes el demonio—: No estoy nada convencido de que vuestra búsqueda sea adecuada.
—¡Adecuada! —estalló Bink—. ¿Rescatar a mis amigos?
—Buscar la fuente de la magia de Xanth.
—¡Lo único que deseo es información! ¡Tú, de entre todos los demonios, deberías comprenderlo!
—Demasiado bien —confirmó Beauregard—. La información puede resultar lo más peligroso. Piensa en el poder de tu Mago, que se especializa en ella. Supón que estuviera armado con el conocimiento completo sobre la naturaleza definitiva de la magia. Entonces, ¿dónde estarían los límites de su poder?
—Humfrey no le causaría ningún daño a Xanth —protestó Bink—. Es un buen Mago.
—No obstante, una vez que se conociera la naturaleza de la fuente de la magia, ¿qué detendría a un Mago maligno de conseguirla? Con la magia más poderosa de todas, podría gobernar Xanth… o destruirlo.
Bink meditó sobre aquello. Recordó cómo un Mago Maligno se había apoderado de la corona de Xanth…, demostrando que no era maligno después de todo. Pero esa había sido una situación especial. ¿Y si un hombre verdaderamente maligno —o una mujer— conseguían un poder ilimitado?
—Veo a dónde quieres llegar. Lo pensaré. Quizá no recorra todo el camino hacia la magia. Pero, a pesar de todo, tengo que rescatar al Mago.
—Sí, claro —aceptó Beauregard, que, para un demonio, daba la sensación de encontrarse incómodo.
Montaron en el excavador y siguieron la dirección que señalara Crombie.
—No conozco tan bien las zonas más profundas —comunicó Joya—. No obstante, hay un montón de roca sólida, ya que no vamos muy pegados al río. Le diré al excavador que permanezca en su interior hasta que lleguemos…, y que sólo salga cuando haya luz. Creo que podrías dormir un poco mientras viajamos y yo le canto al gusano.
—Eres maravillosa —agradeció Bink.
Apoyó la cabeza contra la espalda de ella, y su canción, amplificada y más dulce por el contacto, le ayudó a quedarse dormido. Y el gusano descendió.