Dance y TJ estaban en el despacho de Charles Overby. Sentado detrás de su mesa, el director del CBI asentía con la cabeza mientras miraba una foto en la que aparecía junto a su hijo pescando un salmón. O quizás estuviera mirando el reloj de la mesa. La agente no estaba segura. Eran las ocho y media de la noche. El director llevaba dos días seguidos saliendo tarde. Todo un récord.
—Vi todo el interrogatorio. Conseguiste algunas cosas interesantes. Indiscutiblemente. Pero Kellogg es muy resbaladizo. En realidad no reconoció nada. No fue una confesión, que digamos.
—Es un altomaquiavélico con personalidad antisocial, Charles. No es de los que confiesan. Le estuve sondeando para ver cómo se defendía y cómo estructuraba sus respuestas. Destruyó archivos informáticos al darse cuenta de que podían implicarlo en ese suicidio sospechoso de Los Ángeles. Hizo uso de munición sin autorización. Y se le disparó la pistola accidentalmente, apuntando hacia mí. Un jurado primero se partiría de risa y luego le declararía culpable. El interrogatorio fue un desastre para él.
—¿En serio? Parecía estar muy seguro de sí mismo.
—Sí, y como acusado hará un papel excelente en el juicio si es que sube al estrado. Pero tácticamente su caso tiene todas las de perder.
—¿Estaba deteniendo a un asesino armado y tú alegas que su móvil es que su hija murió por culpa de una secta? Eso no es nada concluyente.
—Los móviles no me preocupan especialmente. Si un hombre mata a su mujer, al jurado no le interesa si fue porque le sirvió un filete quemado o porque quería cobrar el dinero de su seguro. Un asesinato es un asesinato. Parecerá todo mucho más serio cuando demostremos la vinculación de Kellogg con los demás homicidios.
Le habló de ellos: de la muerte sospechosa sucedida en Chicago la semana anterior, y de otras acaecidas en Fort Worth y Nueva York; del suicidio de Los Ángeles y de otro ocurrido en Oregón; y de un caso especialmente preocupante, en Florida, donde unos meses antes Kellogg había colaborado con las autoridades locales del condado de Dade en la investigación de un secuestro. Un latino de Miami tenía una comuna a las afueras de la ciudad. Contaba con seguidores entregados, algunos de ellos acérrimos. Kellogg le había pegado un tiro durante una redada, al parecer cuando el líder del grupo intentaba apoderarse de un arma. Más tarde se supo, sin embargo, que la comuna también gestionaba un comedor benéfico y mantenía un grupo de estudios bíblicos muy respetado, y que estaba recaudando fondos para crear en el barrio una guardería para hijos de madres solteras trabajadoras. Los cargos de secuestro, promovidos por la esposa del fallecido, habían resultado infundados.
La prensa local seguía investigando las circunstancias de su muerte.
—Es interesante, pero no estoy seguro de que nada de eso vaya a ser admisible —comentó su jefe—. ¿Qué hay de las pruebas materiales encontradas en la playa?
Dance lamentó que Michael O’Neil no estuviera allí para exponer los pormenores técnicos del caso. (¿Por qué no le devolvía las llamadas?).
—Encontraron la bala que Kellogg le disparó a Kathryn —respondió TJ—. Es de su SIG, no hay duda.
—Un disparo accidental —rezongó Overby—. Relájate, Kathryn. Alguien tiene que hacer de abogado del diablo.
—Los casquillos del arma de Pell encontrados en la playa estaban más cerca del lugar que ocupaba Kellogg que del suyo. Es probable que fuera el federal quien disparó para que pareciera un caso de defensa propia. Ah, y el laboratorio ha encontrado arena en las esposas de Kellogg. Eso significa que…
—Sugiere que —puntualizó Overby.
—Sugiere que Kellogg desarmó a Pell, le hizo salir al descubierto, arrojó las esposas al suelo y le mató cuando iba a recogerlas.
—Mira, Charles —dijo Dance—, no digo que vaya a ser pan comido, pero Sandoval puede ganar el caso. Yo puedo declarar que Pell estaba indefenso cuando murió. La postura del cuerpo lo deja claro.
Overby paseó la mirada por su mesa y fue a posarla en otra fotografía de pesca.
—¿Y el motivo?
¿Es que no había oído lo que le había dicho? Seguramente no.
—Su hija, claro. Está matando a todo aquel que tenga relación con…
El director del CBI levantó la vista. Tenía una mirada aguda e inquisitiva.
—No, el motivo de Kellogg para matar a Pell, no. El nuestro. Para llevar adelante el caso.
Ah. Ya. Se refería, naturalmente, a las razones de Kathryn. ¿Era acaso una revancha por que Kellogg la hubiera traicionado?
—Saldrá a relucir, ¿sabes? Y habrá que tener preparada una respuesta.
Ese día su jefe estaba en vena.
Pero ella también.
—El motivo es que Winston Kellogg cometió un asesinato dentro de nuestra jurisdicción.
Sonó el teléfono del despacho. Overby se quedó mirándolo mientras sonaba tres veces; luego contestó.
—Es un buen motivo —comentó TJ en voz baja—, comparado con que te sirvan un filete asqueroso.
Overby colgó y se quedó mirando la fotografía del salmón.
—Tenemos visita. —Se enderezó la corbata—. Ha llegado el FBI.
*****
—Charles, Kathryn.
Amy Grabe cogió la taza de café que le ofrecía la ayudante de Overby y se sentó. Saludó a TJ con una inclinación de cabeza.
Dance eligió una silla de respaldo recto cerca de la agente especial al mando de la delegación del FBI en San Francisco, una mujer atractiva pero con cara de pocos amigos. No optó por el sofá, cómodo pero más bajo, situado justo enfrente de Grabe: sentarse por debajo de otra persona, aunque sea sólo un par de centímetros, le sitúa a uno psicológicamente en desventaja. Procedió a informar a la agente de los últimos detalles del caso relativos a Kellogg y a Nimue.
Grabe conocía la historia, pero no toda. Permaneció inmóvil mientras escuchaba con el ceño fruncido, no como Overby, que no paraba de moverse. La mano derecha de Grabe descansaba sobre la manga opuesta de su elegante traje burdeos.
Kathryn expuso sus argumentos:
—Es un agente en servicio activo y está matando gente, Amy. Nos mintió. Montó un asalto cuando no había necesidad de hacerlo. Por su culpa pudo resultar herida cerca de una docena de personas. Algunas pudieron haber muerto.
El bolígrafo de Overby rebotaba como la baqueta de un tambor y los gestos de TJ parecían decir: «Esto es un momento incómodo».
Debajo de sus cejas perfectas, los ojos de Grabe escudriñaban a todos los presentes.
—Es todo muy complicado y muy difícil —dijo—. Eso lo entiendo. Pero fuera lo que fuese lo que pasó, he recibido una llamada. Quieren que Kellogg sea puesto en libertad.
—¿Una llamada de la central?
Grabe asintió.
—Y de más arriba. Kellogg es una estrella. Tiene una hoja de servicios impresionante. Ha salvado a cientos de personas de esas sectas. Y va a hacerse cargo de casos de fundamentalismo. De fundamentalismo terrorista, quiero decir. Pero, por si os sirve de consuelo, he hablado con ellos y van a abrir una investigación interna. Revisarán los casos de muerte para ver si se excedió en el uso de la fuerza.
—La pistola más potente del mundo —canturreó TJ, y se quedó callado al ver la mirada fulminante de su superior.
—¿Que van a revisarlos? —preguntó Dance, incrédula—. Estamos hablando de muertes sospechosas, de falsos suicidios, Amy. Venga, por favor. Es una venganza, lisa y llanamente. Dios mío, incluso en el caso de Pell. Y quién sabe qué más habrá hecho Kellogg…
—Kathryn —dijo su jefe en tono de advertencia.
—El hecho es —respondió la representante del FBI— que es un agente federal que investiga delitos cuyos responsables son particularmente hábiles y peligrosos. En algunos casos se han resistido y han muerto. Esas cosas pasan continuamente.
—Pell no se estaba resistiendo. De eso puedo dar fe delante de un tribunal como testigo experta. Fue asesinado.
Overby se había puesto a golpear su inmaculado cartapacio con un bolígrafo. Era un manojo de nervios.
—Kellogg ha detenido a un montón de sujetos peligrosos. Porque a algunos los ha detenido, ¿sabes? Los que han muerto son solamente unos pocos.
—Está bien, Amy, podríamos seguir así horas y horas. Mi intención no es otra que plantearle a Sandy Sandoval un solo caso de homicidio, le guste o no a Washington.
—Federalismo en marcha —comentó TJ.
Tap, tap, seguía rebotando el bolígrafo. Overby carraspeó.
—Ni siquiera es un caso seguro —añadió Grabe. Al parecer había leído todos los pormenores durante el trayecto hasta la península.
—No tiene por qué ser un juego de niños. Pero Sandy puede ganarlo.
Grabe dejó su café. Volvió su plácido rostro hacia Overby y clavó los ojos en él.
—Charles, me han pedido que no sigas adelante.
Kathryn no iba a permitir que echaran tierra sobre el caso. Y sí, en parte era porque el hombre que la había invitado a salir, el hombre que había conquistado un pedazo de su corazón, la había traicionado.
Después… ¿Qué te parece?
Overby siguió observando las fotografías y los recuerdos desplegados encima de su mesa.
—Es una situación difícil. ¿Sabéis eso que decía Oliver Wendell Holmes? Decía que los casos difíciles hacen malas leyes. O puede que fuera que los casos más duros hacen malas leyes. No me acuerdo.
¿A qué viene eso?, se preguntó Dance.
—Kathryn —dijo Grabe en tono suave—, Daniel Pell era un hombre peligroso. Mató a varios policías, a personas que tú conocías, y mató a inocentes. Has hecho un gran trabajo en circunstancias imposibles. Paraste los pies a un criminal de la peor especie. Y Kellogg contribuyó a ello. Es un gran tanto para todo el mundo.
—Totalmente de acuerdo —intervino Overby. Dejó sobre la mesa el utensilio de escritura saltarín—. ¿Sabes a qué me recuerda esto, Amy? A cuando Jack Ruby mató al asesino de Kennedy. ¿Os acordáis? No creo que a nadie le molestara lo que hizo Ruby, cargarse a Oswald.
A Dance le rechinaron los dientes. Comenzó a frotar el índice y el pulgar. Su jefe estaba a punto de venderla otra vez, como había hecho al «tranquilizar» a Grabe respecto al papel que había desempeñado ella en la fuga de Pell. Al negarse a pasar el caso a Sandy Sandoval, Overby no sólo estaba cubriéndose las espaldas: era tan culpable de asesinato como el propio Kellogg. La agente se echó hacia atrás y deprimió los hombros ligeramente. Veía la mueca de TJ con el rabillo del ojo.
—Exacto —repuso Grabe—. Así que…
Overby levantó una mano.
—Pero ese caso tuvo una cosa curiosa.
—¿Qué caso? —preguntó la agente del FBI.
—El de Ruby. En Texas le detuvieron por asesinato. ¿Y sabes qué? Que Jack Ruby fue procesado y condenado a prisión. —Se encogió de hombros—. Me veo en la obligación de negarme, Amy. Voy a trasladar el caso Kellogg a la oficina del fiscal del condado de Monterrey. Por un delito de homicidio en primer grado, como mínimo. Ah, y el agravante de haber atacado a una agente del CBI. A fin de cuentas, Kellogg disparó a Kathryn.
A Dance le dio un vuelco el corazón. ¿Había oído bien? TJ la miró levantando una ceja.
Overby también la estaba mirando.
—Y creo que deberíamos acusarle además de mal uso de recursos policiales y públicos y de mentir a un agente de la ley en el curso de una investigación. ¿Qué te parece, Kathryn?
A la agente no se le había ocurrido.
—Excelente.
Grabe se frotó la mejilla con una de sus cortas uñas pintadas de rosa.
—¿De veras crees que es buena idea, Charles?
—Sí. Absolutamente.