Los tres días de investigación transcurridos habían diezmado buena parte de nuestras capacidades de resistencia. Bajo la luz tamizada de su despacho, Del Piero carburaba con nicotina y cafeína. Los post-it se acumulaban en las paredes, la pizarra, el marco del ordenador; las carpetas se apilaban tanto como las horas de sueño que había que recuperar. Las presiones padecidas por la jerarquía, el paludismo y nuestras pequeñas preocupaciones personales no eran de ninguna ayuda.
El inspector Sánchez estaba a mi lado, encorvado, el rostro cansado y las manos juntas sobre las rodillas. Le ofrecí un cigarrillo, que rechazó. Quise llevarme un pitillo a los labios, pero me eché atrás. Encender la llama de un mechero sería la mejor manera de atraer la atención sobre mis dedos… y de hacer evidente que seguían temblando.
—La parada fantasma de Haxo se extiende en varios kilómetros —explicó Del Piero marcando una línea sobre un plano de archivo de la RATP—. La compañía del metropolitano tenía pensado, a principios de los años mil novecientos, explotar con mejor criterio las líneas tres y siete, especialmente con la extensión de los metros Pré-Saint-Gervais de la línea siete hasta la Puerta de las Lilas. Entonces se construye una parada, de vía y andén únicos. Haxo… No se construyó nunca ninguna boca exterior, ningún viajero cogió esa línea. La utilizaban, hace aún unos años, como garaje de metros, y luego se tapiaron de forma definitiva los accesos.
Señaló una cruz roja.
—La línea olvidada pasa cerca de Haxo y el cementerio de Belleville. Según el mapa, la parte superior del túnel se sitúa, de media, a cuatrocientos metros bajo tierra. Dicho de otro modo, a partir de un lugar ya profundo, como un sótano o una tumba, si se cava un poco debe alcanzarse fácilmente la bóveda.
Hubo un chasquido seco que me sobresaltó.
—¿Me está escuchando, Sharko? —preguntó subiendo el tono.
Asentí.
—Bueno… Además de los sótanos, parece ser que se puede penetrar por los conductos de ventilación, que conectan Haxo con las líneas tres y siete. Los cerraron del lado de Haxo, pero los podrían haber destruido perfectamente… Si existen esos pasadizos, son muy peligrosos, porque dan a túneles de vía única por los que circulan metros.
Giré el plano y observé la zona subrayada.
—Valdez dice no conocer el punto de entrada, cada vez le vendan los ojos. Según él, hay que andar tres o cuatro minutos, subir, bajar escaleras, incluso salir al exterior, quizás a través del cementerio. Sin duda, la razón de esos… mercados ilegales durante la luna nueva. Oscuridad absoluta, no hay riesgo de que los descubran… —La comisaria se echó una mecha pelirroja hacia el lado. Su moño, perfecto durante el día, parecía ahora una nebulosa que hubiera estallado—. Disponemos de muy pocos elementos y recursos para peinar el perímetro —observó bajo los pliegues inquietos de su frente—. Esas tiendas, esas casas contiguas a la línea, son fuentes potenciales de acceso ilícito. Si baja ahí, nadie le apoyará. Es una operación extremadamente arriesgada que… me preocupa.
—Soy consciente de ello, pero…, pero tenemos un medio inesperado de contactar a esos vendedores de insectos asesinos. Hay que arriesgarse, es la noche de luna nueva.
Polo Sánchez soltó, avergonzado:
—Perdonadme… Pero ¿qué pinto yo aquí?
Me giré hacia él:
—Eres mi llave del santuario.
El joven inspector me miró sin entender nada. Le tendí el teléfono móvil de Valdez.
—Según las informaciones de las que dispone la comisaria sobre Valdez, pasó cinco años en la prisión de Fresnes por tráfico de estupefacientes, en el noventa y cinco. Voy a hacerme pasar por uno de sus compañeros de chirona delante de Opium. Me espabilaré para camelarlo, pero seguro que desconfía. Y seguro que llamará a este móvil, para que el mexicano confir… —Una gota de sudor me escoció de repente la retina. Me despegué de la silla—. ¡Joder! ¡Joder! ¡Joder! ¡Estoy más que harto de este puto calor!
Del Piero me miró fijamente, los labios apretados, sin decir palabra. Me quedé de pie y seguí con las explicaciones.
—Per… donadme. Eres…, eres de origen hispano. Más o menos tienes el mismo acento que ese mierda de Valdez. Te harás pasar por él.
Blandí un documento de identidad falso, que conservaba desde mis años en la unidad de lucha contra las bandas.
—Me llamo Tony Shark. Recuerda bien ese nombre…
Sánchez separó los brazos.
—¡Pero no sé nada de ese puto mexicano!
—¡Pues espabílate, joder! ¡Te queda una hora antes de que me plante ahí! ¡Ve a la sala de interrogatorios, habla con él, capta sus entonaciones de voz! ¡Actúa! ¡Tampoco es tan complicado!
La mirada que intercambió con Del Piero no me gustó nada. Dijo, al salir:
—Haré lo que pueda…
En cuanto hubo salido de la sala, la poli se masajeó las sienes.
—Lamento decirle esto, pero está hecho una pena, Franck. Tiene los nervios a flor de piel, le… tiemblan las manos. No creo que esta noche esté en estado de…
Inspiré profundamente.
—¿Usted también va a dárselas de psicóloga? Al contrario, mi… estado será una ventaja. Seré más creíble, más lejos de mi personaje de comisario.
Golpeteaba con un boli.
—Siempre tiene una respuesta para todo, ¿no? ¿Cuánto tiempo resistirá?
—Más que usted.
Hizo caso omiso del comentario.
—Ese Opium seguramente ha estado en contacto con nuestro asesino. Deberíamos interpelarlo a bocajarro, en grupo.
—¿Sin saber de qué va? Corremos el riesgo de montar un pollo increíble. Antes déjeme husmear.
Agitó la boca de izquierda a derecha.
—¿Qué sabemos de Opium?
—Senegalés, cabeza rapada, cachas, con un aro en la nariz. Valdez no ha querido decir nada más.
Afinó sus ojos de felino.
—Ya ha dicho mucho. Ese tipo tiene pinta de ser cualquier cosa menos un trozo de pan y, sin embargo, he visto la manera en que le miraba fijamente. Como… si le temiera a usted. Chasqueé las mandíbulas, como un tiburón.
—El efecto Sharko, seguramente…
Se obligó a sonreír y desplegó un mapa del este parisino.
—¡Bueno! Apostaremos dos hombres en la esquina de la avenida Gambetta y dos más en la calle Haxo. También voy a desplazar ahí una brigada de intervención, por si surge algún problema. Pero…, ¡sobre todo, nada de exceso de celo! Baja, localiza a los vendedores turbios, y vuelve a subir. Los interceptaremos cuando salgan, con tranquilidad, con la esperanza de que nos lleven hasta el asesino. Es… el guión más optimista…
Asentí con la cabeza. Me calibró enseguida, el puño bajo la barbilla, y añadió:
—¿Y si el asesino se encuentra ahí abajo? ¿Y si, de una manera u otra, le descubren? ¿Y si las cosas se ponen feas? ¡Ni siquiera tendrá un arma! Franck, ¡es muy peligroso!
—Esto es lo que me gusta de este oficio. Además, ¿tenemos otra alternativa?
Apretó la mandíbula.
—Me voy a poner en contacto con la Brigada de Represión del Bandidaje. Mientras tanto, coja a sus hombres y vaya tirando. Pero… Sea extremadamente prudente… Estaré en contacto por radio con los equipos del exterior.
Le dediqué una risita nerviosa.
—Debería ir a acostarse un par de horas. Mañana puede ser un día muy duro.
—¿Y dejar mi investigación? ¿Está loco o qué?
Se hundió en su sillón, el rostro tragado por la sombra.
—No sé si debería decirle esto, pero… Tengo una mala intuición… Una muy mala intuición…