Capítulo 14

Tras visitar a Von Bart, informé de ello a Del Piero, quien de inmediato mandó equipos al lugar. Por su parte, exigió que regresara a la central, donde me esperaban dos tipos para hablar del caso Patrick Chartreux. Empezaban los fuegos artificiales.

Primero uno de la Inspección General de los Servicios. No tenía aspecto de ser del oficio, el tipo. Tan delgado como una cerilla. Pero un asesino de primera. Preguntas deflagrantes, mirada penetrante. Un detector de mentiras sobre patas. Así que me limité a contarle la verdad, omitiendo el pequeño rodeo por Saint-Malo. Después de todo, sólo había pasado ahí media jornada, en el camino de regreso… Nada premeditado. Me había topado con Chartreux por la mayor de las casualidades, le había dado una paliza. Nada del otro mundo…

El peor era el otro. Un loquero. Una perrería de Leclerc, que quería asegurarse del equilibrio de mi salud mental. No había durado más de un cuarto de hora, me parecía. Un cuarto de hora durante el cual no había abierto la boca. A los gilipollas se les responde con silencio…

Salí de ahí un pelín irritado, por no decir francamente colérico.

Sibersky no me dio tiempo a regresar a mi despacho, se coló frente a mí para bloquearme el paso.

—Me pidió que investigase sobre los insectos. No existen tiendas que los vendan, hablando con propiedad. Los únicos establecimientos en este ámbito son las tiendas de terrariofilia. Reptiles, anfibios, saurios, invertebrados, como la migala…

—Eso ya lo sabía. ¿Qué más?

—A unos cincuenta kilómetros de aquí está el CARAT, el Centro de Aclimatación y de Reproducción de Animales Tropicales. Una granja de cría especializada en la reproducción de reptiles, insectos y arácnidos, que luego se venden a particulares, laboratorios o facultades de ciencia. Vigilado de cerca por los servicios de salud, con controles muy estrictos. Cámaras, recuento diario de especímenes, fecundaciones limitadas. Yo creo que el fallo no viene de ahí.

Encendí un cigarrillo entre mis dedos temblorosos. La primera calada me recubrió la garganta de un terciopelo deseado. Maldita droga.

—¿Y sobre los mercadillos de insectos?

—No hay gran cosa. Se organizan todas las semanas, un poco por todo París. Las mercancías que se venden son legales e inofensivas, se llevan a cabo comprobaciones con frecuencia. También existe un gran volumen de intercambios por Internet. He husmeado en los foros públicos que tratan el tema. A priori, nada irregular. Te cedo mi mantis religiosa, me das tu mariposa. Sánchez y Madison están hurgando a mayor profundidad, nunca se sabe. —Sibersky sacó de una carpeta un montoncito de multas—. He guardado lo mejor para el final. La tenencia ilegal de animales…

—¡Suéltalo!

—Boas, pitones, lagartos, hay centenares y miles, pero sólo he recogido los casos más interesantes en la región, los más cercanos a… nuestros objetivos.

Me tendió la hoja superior.

—Éste se sale del lote.

—Ahora empiezas a gustarme.

—Me he puesto en contacto con el oficial de la policía de los animales, encargado del caso en esa época. Se remonta al año pasado. Una mujer, hospitalizada tras violentos accesos de fiebre, alucinaciones, náuseas graves. Los médicos observan, en su pantorrilla, dos agujeros minúsculos…

Sibersky se inclinó sobre mi mesa, apoyándose sobre el papel.

—Los exámenes toxicológicos fueron formales, a la señora mayor la había picado en su apartamento una… viuda negra europea, una de las arañas más peligrosas de Europa, ¡que no existe en nuestras regiones! De inmediato, la abuela piensa en su vecino de rellano. Ya lo ha visto entrar con cajitas atiborradas de saltamontes. Cuando los polis se plantan en su casa, sólo encuentran viveros poblados, en efecto, por saltamontes, documentos sobre insectos, pero nada más. Sin embargo, al registrar las basuras, en el sótano, descubren dos ratones muertos, afectados por venenos muy violentos. ¡Tras los análisis, se concluyó que se trataba de atraxina y robustina, proteínas características del veneno de la Atrax robustus, un arácnido australiano mortal para el ser humano!

—Muy, pero que muy interesante. Y acabó en…

—En nada. El tipo, Amadore, lo negó de plano. Biólogo, pretendió haber traído la pareja de conejillos de indias de su laboratorio. «Experimento sobre las neurotoxinas», decía. La investigación no prosperó mucho más, por falta de pruebas. No encontraron ni la viuda negra europea ni la Atrax robustus, y la legislación acerca de receptación ilícita de animales está tan sólo en fase de balbuceo… No se veía por qué se le podía realmente incriminar. Me hundí en el sillón, con expresión de complacencia.

—¡Buen trabajo! La red de detenciones ilegales de animales… No se me había ocurrido…

—Tan sólo he hecho mi trabajo.

—¿Sabes más de ese tal… Vincent Amadore?

—Biólogo en el laboratorio de zoología de artrópodos del Museo de Historia Natural de París. Vientiocho años, físico endeble. Desde que ocurrió ese cirio, se mudó y ahora vive al norte de París, en una aldea cuyo nombre es… Rickebourg. Vive en un antiguo… palomar…

—¿Un palomar?

—Sí, extraño, pero no sé más… Pero, bueno, está en su casa. He llamado y simulado un error de marcación…

Cerré durante un instante los ojos.

—Según tu documento, el incidente se produjo en octubre de 2003. Haz unas llamadas al museo. ¿Hay colegas de Amadore que hayan tenido noticias de un viaje a Australia? Pero creo que conozco la respuesta. Desde mi punto de vista, una persona o una red organizada pasa bichos peligrosos en nuestro entorno…

Chasqueé los dedos, mientras él ya desaparecía por el pasillo.

—¡Espera! Déjame todas las demás multas, les echaré un vistazo.

—Por cierto, el tío del IGS… ¿Qué tal ha ido?

Le dediqué una sonrisa discreta.

—Sin problemas…

Una vez cerrada la puerta, bajé las persianas, puse en marcha el ventilador y engullí tres vasos de agua. Un loquero… Atreverse un loquero a darme una azotaina… A Leclerc no le faltaba audacia…

Tuve apenas el tiempo de cerrar los párpados, que Del Piero se plantó sin llamar, el rostro deformado por un desamparo de alienada.

—¡Comisario! ¡Venga enseguida!

—¡Qué! ¿Qué pasa ahora? ¿Otro interrogatorio chapucero?

Plantó el puño sobre la mesa.

—¡Que venga!

Giró en el pasillo y me empujó delante de ella. La puerta de su despacho, que era contiguo al mío, estaba cerrada.

—Han…, han entrado por la ventana, ¡hay una decena detrás de esa puerta! ¡Entre y mire a qué juega ese maldito desgraciado!

—¿De qué está hablando?

—¡Empuje esa puerta, por Dios!

Abrí con prudencia y me saltaron a la cara, hirientes en su blancura de mármol.

Las calaveras. Me rozaron antes de abatirse sobre la cabellera de Del Piero, que daba manotazos en todos los sentidos.

Entonces las grandes esfinges negras se pusieron a gritar…