Capítulo 6

El doctor en teología vivía en el lindero de un bosque, en el hueco de relieves tejidos de senderos salvajes y de eriales murmurantes. Su caserón neogótico respiró lentamente bajo la iluminación de mis faros.

Sentado sobre los peldaños de la entrada, Paul disfrutaba del gran pulmón forestal, pipa en los labios, su cara pesada matizada por la palpitación de un quinqué.

—¿Es que no duermes nunca? —bromeé tendiéndole la mano.

Me contestó con una sonrisa acompañada de una palmada en el hombro, y luego me invitó a seguirle.

Nos instalamos en una terraza rodeada de troncos tensos y hierbas prietas. Uno se habría creído bajo una noche tropical, en el corazón de una sauna malsana, de lo mucho que el trasudor mancillaba las camisas y embadurnaba las frentes.

Paul me sirvió un brandy con hielo, que acogí como una liberación.

Una vez la cazoleta de la pipa reavivada con aspiraciones minuciosas, se metió de lleno en el meollo del asunto.

—No he podido captar tu texto globalmente, pero he descubierto algunas claves que te interesarán. Hablemos primero de esa «Cortesana» y su «tímpano». ¿Te has fijado en la mayúscula de «Cortesana»?

—Exacto.

—Cuando habla de la «Cortesana», nuestro hombre habla de la Iglesia. Desde hace años, grupos de expertos de diversas nacionalidades analizan con detenimiento los treinta y nueve libros de la Biblia hebraica. Han descifrado los emblemas, las imágenes, los códigos ocultos. Desde el punto de vista simbólico, se representa a Cristo como el esposo de la Iglesia. En la recopilación final, el Apocalipsis, san Juan desmenuza el tema del adulterio. Para él, una Iglesia corrompida se considera como una Cortesana, ya que engaña a su marido, Cristo.

Mi lengua chasqueó bajo el ámbar delicado del brebaje, mientras los músculos se me distendían un poco.

—Es curioso —observé—. Uno de mis colegas interrogó a un cura, que pretendió no entender nada de esas frases. No entiendo muy bien cómo un hombre de fe podía ignorar eso.

Paul trazó un amplio arabesco con la mano derecha.

—Todo depende del ángulo de visión, del punto de vista. Tu cura predica y transmite la palabra santa, utiliza la Biblia como vector de su vocación… Nosotros, los especialistas, nos pasamos la vida en yacimientos arqueológicos, en las bibliotecas de los institutos católicos, en centros de estudios semíticos. Intentamos descifrar el simbolismo de los escritos bíblicos, pero sin por ello dejar de ir al culto todos los domingos. Así que, sí, tu sacerdote podía perfectamente ignorarlo…

Se bebió el alcohol de un trago y me ofreció otra copa, que rechacé.

—Perdona mi falta de cultura, pero ¿por qué «el tímpano de la Cortesana»?

Legendre enjugó su frente de acantilado con un pañuelo blanco. El calor nocturno rondaba bajo sus carnes húmedas, incendiando su rostro con un rojo de brasa.

—¡Consulta el diccionario! Un tímpano es una escultura, un fresco que se encuentra en la entrada de numerosas iglesias romanas, encima de la puerta. Materializa un mensaje de acogida, el paso del mundo terrestre a un lugar divino.

—¡«El tímpano de la Cortesana»! ¡La entrada de la iglesia de Issy! ¡Oculta algo! ¡Otro mensaje!

¡Lo habíamos conseguido! Pensaba en las inscripciones incomprensibles, descubiertas por el forense en el tubito, escondido en «el tímpano» de la víctima. Incompletas porque el otro trozo se escondía tras otro «tímpano», el de la iglesia de Issy. «Tímpano» de oreja, «tímpano» de iglesia. La carne, el espíritu. Solté, con el tono de un niño impaciente:

—¡Explícame el resto! ¡«El abismo y sus aguas negras», «la plaga», «el mal aire»!

Paul sonrió, mostrando los viejos dientes amarillos de fumador de pipa.

—Despacio, Franck, despacio. ¿Crees que te voy a traer a tu tipo en bandeja? Esas frases siguen siendo, en su significado general, un misterio, un amasijo de sinsentidos, pero no creo equivocarme al afirmar que tu… cliente se toma por un mesías o una figura religiosa con poderes… divinos.

Con la calma de una lápida, el teólogo bamboleaba el vaso delante de él.

—Ilumíname más, Paul. ¿Qué más has descifrado?

—No he descifrado, tan sólo he constatado. Parece ser, pues, que tu cómico se ha inspirado en el último libro de la Biblia, el Apocalipsis de San Juan. ¿Conoces esa recopilación?

—Tan sólo de nombre… Seis, seis, seis, la cifra de la Bestia. El fin de los tiempos. Paul utilizaba profusamente el lenguaje de las manos. Rotaciones, barridos, brazadas de aire.

—Evoca a la «Cortesana», luego una «trompeta»… «Entonces, al son de la trompeta, la plaga se extenderá». Me es imposible resumir ese argumento profuso y caótico que constituye el Apocalipsis, pero, a grandes rasgos, siete trompetas avisan a las siete Iglesias del Asia Menor de que van a extenderse siete plagas sobre la Tierra. A cada toque de trompeta, una plaga… En cuanto a «la onda se tornará roja», podríamos, de forma extrema, hacer una analogía con el castigo reservado a Satán, que sus propios discípulos tiraron, tras mil años de reino, en un pozo que se llena de lava. Una onda que se torna roja…

Las rarezas que Paul desvelaba me procuraban un placer peligroso, el frío curioso que siente el faquir tragasables.

—Siete plagas, siete Iglesias… Siempre esa cifra —observé frunciendo el ceño—. Descubrimos siete mariposas al lado de la víctima. Esfinges de la calavera. ¿Qué simboliza esa cifra?

—La perfección, la excelencia, la renovación. Es la cifra atribuida a las calidades de Dios, superior al seis, cifra de la Bestia. Se cita millones de veces en el Apocalipsis.

—Todo parece bastante inconexo.

—¡Te lo había advertido! Es un texto de códigos secretos, de mensajes ocultos. Todo está en profundidad, tras las palabras. Ese otro mensaje, entre tus manos, posee esa fuerza. Esa «profecía» contiene la dosis justa de indicios para hacerte avanzar, pero no muy deprisa. Y nuestro «profeta» quiere que progreses a la velocidad que te marca.

Hice rodar los trapecios, distendí la nuca cansada y le rogué a mi amigo que me volviese a servir un dedo de brandy. Me llenó el vaso.

—Háblame de esas siete plagas.

—El diluvio de granizo y fuego, que destruyó un tercio de la Tierra… El tercio de los animales marinos que muere… El tercio de la luna, el sol y las estrellas pulverizado… Un astro que cae del cielo, eliminando un tercio de las aguas de fuente… Nubes de langostas que se abalanzan sobre los seres humanos y los torturan… Otro tercio de seres humanos reducidos a polvo… Y, finalmente, los elementos que se desencadenan…

—A san Juan no le faltaba imaginación.

—Imaginación a medias. El miedo del cielo que cae sobre la cabeza ha recorrido todos los pensamientos, desde los celtas a nuestros más eminentes astrofísicos. Observa también que tu hombre habla de diluvio. «Bajo el diluvio, volverás aquí». ¿Hace referencia al Diluvio del libro del Génesis? ¿A la destrucción de toda la vida sobre la Tierra, salvo las especies del Arca? Todo es tan vago…

Paul añadió tabaco en la pipa, bajó de la terraza y se metió en el bosque. Su voz se perdía lejos en la negrura.

—Sígueme, Franck. Hablemos un poco de tu caso. Cuéntame más cosas. Las mariposas, esa muerta… Tu mundo de sangre me fascina…

Cogimos un camino de piedras que se adentraba en el corazón de los gigantes de madera, donde la oscuridad crecía bajo cada uno de nuestros pasos.

En un intercambio de cortesía, le conté el descubrimiento en el confesionario, la posición del cadáver, los primeros resultados de la autopsia, los símbolos sobre el calco encontrado en el tímpano.

Paul permanecía silencioso. Ya sólo distinguía la sombra de su sombra, el eco de su presencia.

Entonces, al ritmo de nuestro avance ralentizado, seguí explicando… El caso… Mi vida, mi soledad, mis miedos… Paul había conocido a mi mujer, mucho antes de su secuestro. No la había reconocido después. Uno no puede ocultar lo que desvela la mirada. En esa época, había discernido en la suya la ausencia de un destello, de esa pequeña chispa que ya no encendía cuando venía a visitarnos. Lástima… Había sentido lástima…

Me animó a seguir hablando, a confiarme a esa naturaleza abierta y compadeciente que sabía entenderme…

Y hablé, hablé, hablé…

Una vez de vuelta a la luz, me sequé una lágrima, azorado, debilitado. Paul me sirvió un vaso de zumo de frutas fresco.

—Era una dimensión de árboles que quería hacerte descubrir. Suministran oxígeno, lo que exacerba tu cerebro. Acércate a ellos cada vez que sientas la necesidad… Te escucharán…

Me bebí de un trago el zumo y respiré a pleno pulmón el aliento del bosque antes de pedir un último servicio. Paul me prestó una escalera, que amarré a la baca. Dirección «el tímpano de la Cortesana».

Cuando me despedí de Legendre, me puso un brazo en el hombro y me avisó:

—Ten cuidado, Franck. Si no me he equivocado y efectivamente encuentras la segunda mitad del código tras el tímpano, entonces serán el «Meritorio». «Luego, de las dos mitades, el Meritorio matará la otra mitad con sus manos sin fe…». Tu asesino se lo cree de verdad. Irá hasta el final de su misión.

De un brazo firme, me forzó a mirarlo a la cara.

—No eres creyente, Franck, ¿verdad?

—Lo fui, pero ahora «mis manos no tienen fe»…

Mientras cerraba la puerta, añadí:

—Las personas que más amaba en el mundo murieron ante mis ojos. ¿En qué podría seguir creyendo, actualmente?