Epílogo

Cuatro años después

En ese crepúsculo de primavera, la arena cruje tibia bajo mis pies, una suave caricia levantada por una ligera brisa me pesa un poco sobre los párpados. La jornada ha sido bonita, el mar arrastra olas tranquilas, que vienen a morir silenciosas sobre la costa del norte.

Tengo buen paso, la respiración suelta. En la gran semiluna dorada de la playa, acelero la cadencia. Mi cuerpo sigue sin tener un pelo de tonto, responde a la primera. Ah, por supuesto, he engordado un poco, sobre todo en el rostro, pero tengo esperanzas de recuperar ese contorno elegante de hace unos años. Y además, la motivación está ahí, con ese ímpetu que ruge en mi interior, ese ímpetu de vida y de grandes espacios. Cuando corro, ni Willy ni Eugénie encuentran fuerzas para seguirme. Con el pitillo en los labios, el negro vomita sus pulmones al cabo de diez metros, y la niña tiene las piernas demasiado cortas para pretender competir. En esas parcelas de evasión, por fin desaparecen de mi cabeza y no vuelven hasta bien entrada la tarde.

Si pudiese, atravesaría el planeta corriendo, sin pararme nunca, por las montañas majestuosas y los océanos infinitos.

Sólo por esa tranquilidad del alma.

El otro día, viví una situación realmente insólita con Willy, en una pared de escalada.

Es un verdadero mono, se arrima a mi cuerda de rápel detrás de mí y me sigue, subiendo con una mano, fumando con la otra. Incluso en el vacío, habla, más y más, se agita, hace el idiota, como siempre. ¡Si pudiese verle la gente!

Entonces cogí el cuchillo y corté la cuerda. Lo dejé realmente sorprendido, no pudo parar el golpe y los ojos se le hundieron de sorpresa. Al caer gritó:

—¡Me has pillado, tío! ¡Nos vemos luego, abajo!

Estos subterfugios, en su debilidad profunda, me permiten encontrar ese simple descanso que, a mis ojos, vale todas las perlas del mundo. Llevo a cabo un combate continuo, mi mente en pugna con mi mente.

Este anochecer, el sol se pone sobre un lecho de rojos maravillosos. Me siento sobre una roca y me deleito con la respiración tranquila del gran vacío. Las gaviotas vuelan alto, describiendo pequeños ochos impacientes.

Aprecio esta escapada en solitario más que nunca. Yo, solo frente al infinito.

Con rostros sonrientes como telón de fondo. Qué guapas están Suzanne y Éloïse en mi memoria… Ya no hay gritos, ni chillidos. Se acabaron las imágenes violentas. Sólo la pureza de lo que realmente fueron. Diamantes. Mis diamantes…

Hoy sé que «ellos» no existen, que «ellos» son fruto de mi imaginación, pero no puedo impedirles que me acosen. Así que los ignoro, en la medida de lo posible. Los comprimidos, esas decenas y decenas de comprimidos, me ayudan muchísimo en esta delicada empresa, aunque afectan un poco mi atención y me desconectan, a veces, de la realidad.

Existe un equilibrio entre la medicación y la abstinencia que, parece ser, es muy difícil de encontrar, a causa de la amenaza de las recaídas. Pero creo que avanzo por la buena vía. Me siento bien…

Me gusta mi nuevo oficio. Durante mi larga convalecencia, obtuve una diplomatura en Criminología con estudiantes que no tenían la mitad de mi edad. Un regreso hacia atrás necesario para obtener el diploma que actualmente me permite impartir clases en la Escuela de Policía de París. Mis relaciones en la DCPJ, el apoyo de Leclerc y mis colegas me permitieron obtener ese tan codiciado puesto. Ahora, tengo que dar muestras de mi aptitud, pero confío en mí mismo, ya que siempre he dado la talla hasta el final, fuese cual fuese mi misión. Debe de formar parte de mi naturaleza. Además, estoy tan bien en contacto con los jóvenes… De alguna manera, me devuelven a mi hija. En fin, lo que podría haber sido, quiero decir…

Enfrente, el sol enciende las últimas brasas del cielo. El día muere, mientras otro se prepara ya, detrás, más fuerte todavía. La naturaleza nos lo enseña cada día, hay que despedirse de las cosas pasadas, porque lo que apunta delante brilla con una belleza constantemente renovada.

Llevar luto, conservando sobre los labios el sabor de lo que fueron. Luto de miel…

No os olvidaré nunca.