Con todo lo que estaba pasando nadie prestó mucha atención a nuestros movimientos. Si hubieran mirado con atención el rostro de Nyla Bowquist quizás hubieran visto en él algo que les motivara a preguntarle qué le ocurría… al menos hasta que le dije que sonriera. Sonrió. Junto a la despensa había un cuarto de baño y al lado de éste una puerta que llevaba a las escaleras.
Nadie nos vio cruzar esa puerta.
—Esperaremos aquí un minuto, Bowquist —dije mirándola. Era atractiva. Me llevaba dos o tres kilos de ventaja, esos kilos que yo había eliminado sudando y matándome en las máquinas de ejercicios y sobre las colchonetas de judo, pero a ella no le sentaban mal. No estaba gorda, sólo algo más llenita que yo y con más curvas. Además olía de un modo totalmente distinto. Yo uso perfume de vez en cuando. ¿Por qué no? A los hombres les encanta y a mí me gusta tener hombres alrededor cuando pretendo acostarme con alguno. Pero ella lo llevaba como si fuera algo imprescindible; y también estaba el modo en que se había arreglado el cabello. Lo tenía bastante más largo que yo y su peinado hacía algo así como suaves remolinos. — ¿Quién es Bowquist? —le pregunté.
—Ferdinand Bowquist es mi esposo —dijo. No parecía asustada aunque probablemente lo estaba. En su lugar, yo lo hubiera estado.
—Ya lo había pensado. Pero me pareció que se pegaba mucho a ese senador.
A eso no hubo respuesta. Bueno, yo tampoco hubiera respondido a esa observación, pero no sé por qué razón me alegró mucho ver que aquella mujer guapa y respetable también podía tontear un poco de vez en cuando.
—¿Qué piensas hacer conmigo? —me preguntó.
—Muy poca cosa, cariño —dije yo—. Oí decir que tenías una habitación en este hotel. Lo único que pienso hacer es pedirla prestada durante un rato.
La puerta se abrió. Yo había estado esperando que se abriera. Y por ella apareció Moe con los dos Larry, tal y como había esperado. El otro Larry parecía sumido en la desesperación pero mi viejo compañero de cama estaba más bien enfadado.
—Nyla —me dijo—, ¿estás loca o qué? No sé lo que intentas hacer, pero no puedes…
—Cállate, encanto —le dije—. Vamos a dar un breve paseo.
No fue breve y tampoco fue lo que se dice exactamente un paseo. Se trataba de bajar las escaleras y había catorce pisos (es decir, veintiocho tramos de peldaños) mientras que, incluso en el corazón del hotel, se empezaba a oír el tiroteo en las calles, y de vez en cuando también en los vestíbulos, fuera de las puertas de incendio ante las que pasábamos.
Bastaba para alterar a cualquiera. Incluso mi Larry se puso nervioso. —Nyla, por el amor de Dios —le oí jadear detrás de mí—. ¿En qué nos estás metiendo? ¡Estos tipos van a disparar primero y preguntar después!
A mí también se me estaba acabando el aliento y agradecí la oportunidad de pararme un minuto.
—Eso es algo que nadie hace, gilipollas —le contesté—. Primero se quedarán mirándonos y luego nos harán preguntas y luego, ¿sabes lo que pasará? Pues que sean del bando que sean nosotros no estamos en el otro bando, ¿verdad? —excepto Nyla Bowquist, añadí mentalmente; pero ¿quién iba a dispararle a ella?—. De todos modos, ya sólo faltan tres pisos.
Y así era, pero yo no había contado con que en aquel tiempo Washington debía de ser un área con elevado índice de criminalidad. Las puertas del final de la escalera eran de ese tipo que sólo puede abrirse desde un lado y, lo que era aún peor, se trataba de puertas contra incendio, puro acero, con unos goznes capaces de resistir incluso las llamas. Miré a Moe con cierta duda.
—¿Crees que podrás abrirlas? —le pregunté.
No me respondió, a menos que un gruñido desanimado pueda considerarse como una respuesta. Retrocedió todo lo que pudo y se lanzó corriendo hacia delante, propinándole una patada a la puerta, justo en la cerradura, con todo su peso, que era considerable…
La puerta no cedió. El estruendo fue magnífico pero los resultados nulos. Moe empezó a dar saltitos sosteniéndose sobre un solo pie y frotándose el otro, mirándome con expresión de amargura. Me encogí de hombros.
—Prueba otra vez —le dije, pero antes de que pudiera hacerlo o intentar discutir conmigo la puerta se abrió. En el umbral había un soldado con uniforme de combate que nos apuntaba con su rifle automático. Parecía asustado, pero no lo estaba tanto como yo.
—¿Quién diablos son ustedes? —nos preguntó.
No tengo una idea muy exacta de cómo habría manejado la situación. Quizás se tratara de que se encontraba en un ambiente extraño y eso le volvía más osado o quizás, simplemente, era el que jadeaba menos de todos nosotros pero, fuera cual fuese la razón, Moe se encargó del asunto.
—Eh, amigo, tenga cuidado con eso —le dijo sonriente, volviendo a apoyarse en los dos pies—. Son VIPS y estoy intentando alejarles del tiroteo. Yo soy del FBI. Voy a sacar mis credenciales del bolsillo para enseñárselas y voy a hacerlo con mucha lentitud…
Lo hizo; y el soldado era lo bastante joven y lo bastante idiota como para acercarse a examinarlas, y ése fue su error. Uuf, dijo al hundirle Moe el cuchillo en las tripas, antes de que yo pudiera intentar detenerle.
Por lo tanto, teníamos libre el camino hasta la habitación de Nyla Bowquist; teníamos también un arma y, por encima de todo, teníamos ahora el problema de que habíamos acabado por cometer un crimen que no iba a ser tomado precisamente a la ligera y por el que podíamos ser castigados en aquel lugar.
Había una nota prendida con un alfiler en la almohada del dormitorio de Nyla:
Querida Nyla,
Me hacen abandonar el hotel Intentaré llegar hasta la casa del senador Kennedy y esperarte allí ¡Espero que estéis todos bien!
Amy.
A decir verdad, no me importó demasiado la ausencia o presencia de Amy. Lo que sí me gustó fue ver el armario entreabierto repleto de vestidos, pantalones y blusas; por no mencionar el cuarto de baño, con una ducha que funcionaba. Dejé a Moe a cargo de los nerviosos rehenes y me di una ducha.
Era magnífico, y la ducha es el lugar donde siempre consigo pensar mejor. Me hacía falta pensar. La situación había tomado unos derroteros que no había previsto.
Que tuviéramos un arma era excelente. Nunca había visto antes aquel modelo pero tenía seguro, mira, gatillo y un cargador de munición, y estaba perfectamente convencida de que podría arreglármelas con él. Mucha gente cree que no puedo usar armas faltándome los pulgares. Hay bastantes que han llegado a perder dinero apostando por ello y uno o dos perdieron bastante más que dinero. Una vez que has disparado todas y cada una de las armas existentes en los almacenes del FBI no puedes tener demasiados problemas para entender cómo funciona un artefacto diseñado para que en uno de sus extremos explote la pólvora y por el otro salga disparada la bala del cañón.
No es una habilidad particularmente femenina, pero la verdad es que no he tenido mucho tiempo para concentrarme en ser femenina.
No estoy hablando de hacer el amor, porque podría reunir al menos una docena de hombres capaces de atestiguar que en lo tocante a ser mujer alcanzo el sobresaliente, fuere cual sea el sistema de puntuación elegido. Me refiero a otro tipo de cosas, el tipo de cosas que veía en Nyla Bowquist. Aquel cabello tan perfecto, cómo caminar llevando tacones altos igual que si anduviera descalza… Ése es el tipo de cosas que pienso cuando estoy bajo una ducha caliente y mi mente consciente está desconectada en más de un cincuenta por ciento, dejando que mi cabeza vague por donde quiera.
Esta vez no la dejé vagar mucho tiempo. Había demasiadas razones para hacerla volver a la realidad y en esa realidad casi todo tenía un aspecto muy feo.
Lo más feo era tener un cadáver por explicar.
Quizás como asunto práctico eso no fuera importante… había montones de cadáveres alrededor con tanto tiroteo. Pero seguía sin gustarme. Nunca me ha resultado fácil matar y no me gusta la gente a la que le entusiasma matar cuando no es absolutamente necesario. Tenía la intención de que, antes de que pasara mucho tiempo, Moe empezara a lamentar lo que había hecho.
No mucho tiempo, pero tampoco de inmediato, porque ahora mismo tenía otras cosas que hacer.
Cuando hube terminado de enjuagarme el pelo, me pareció que ya tenía un plan suficientemente pensado. Me envolví una toalla alrededor del pelo mojado sin molestarme en tapar el resto de mi cuerpo y abrí la puerta. Obtuve tres atentas miradas masculinas, las ignoré y me fui hacia Nyla Bowquist.
—Me gustaría coger prestada un poco de ropa interior —le dije con un tono bastante cortés.
—En el cajón —me contestó ella, señalando con un dedo. Estaba demasiado bien educada para hacer ningún comentario sobre mi desnudez, pero al abrir el cajón vi cómo intentaba no sonreír. Medias, pandes, sujetadores… todo limpiamente doblado y muy ordenado; Amy debía de ser un auténtico tesoro. Escogí un conjunto de seda blanca y empecé a ponérmelo mientras hablaba.
—Lo que vamos a hacer —dije—, es robar un portal. Luego nos iremos a casa. Eso cambió la expresión de todos los rostros, especialmente los masculinos. Me he dado cuenta de que, aunque a todos los hombres les interesa un cuerpo desnudo, hay algo especialmente excitante en uno que esté aún húmedo y rosado después del baño; les encanta tener la oportunidad de hacer que vuelva a sudar y ensuciarse. Pero muy pronto hice que olvidaran esos pensamientos. Moe asintió, aceptando lo que había dicho como una orden. El otro Larry puso cara de asombro. Y mi Larry puso cara de irritación.
—¡Por el amor de Dios, Nyla! —gruñó—. ¿Nunca sabes cuándo has ido ya demasiado lejos? ¡Quédate aquí! ¡Olvida eso de regresar!
Sacudí la cabeza.
—Quizás tú puedas olvidarlo, ricura —le dije—, porque, si debo decirte la verdad, no te espera un futuro demasiado brillante en casa. Pero yo trabajo para el FBI y ellos esperan algo de mí. Voy a cumplir con lo que esperan.
—Oh, Nyla, infiernos… —protestó—. ¿Quieres volver a ese sitio en el que puedes ir a la cárcel por llevar los pantalones unos cuantos centímetros por encima de la rodilla? ¡Aquí no se está tan mal! Cuando hayan logrado arreglar esta guerra… —luego su mente se dio cuenta de lo que estaba diciendo y la expresión de su rostro pasó de la irritación al temor—. ¿Qué has querido decir con eso de mi futuro?
—No pensarías que iba a protegerte para siempre, ¿verdad? —le dije en tono casi maternal—. Yo diría que has dejado de ser útil, encanto… ¿Puedes darme esos pantalones, Bowquist?
—Pero, Nyla… ¡Hay algo entre nosotros!
—Venga, Larry, ¿a quién crees estar engañando? Tú tenías tus propios negocios, una pequeña estafa por aquí, un poquito de chantaje por allá… No te culpo si llegaste a imaginar que el encontrarme a mí era tu gran oportunidad Tirarse a una agente del FBI era un modo estupendo para descubrir cuándo corrías peligro. Pero se acabó, cariño. Corrías peligro y yo no te lo dije.
—¡Nyla! —estaba empezando a sudar. En cambio, el otro Larry estaba empezando a parecer un poco más animado: cuanto peor se ponen las cosas para otra persona, menos asfixiantes le parecen a uno sus propios problemas. Los dos eran de la misma clase: atractivos, con encanto, escurridizos y totalmente carentes de escrúpulos en el fondo.
—No me guardes rencor —le dije, subiéndome la cremallera de los pantalones y admirándome en el espejo. No eran todo lo apretados que yo hubiera querido, pero al fin y al cabo intentaba no atraer la atención, y no lo contrario. Le di unas palmaditas en el hombro—. Ya sabes que yo también obtuve lo que deseaba. Pienso ponerte para siempre en el primer lugar de todos los hombres que han pasado por mi cama y desde el principio estuve segura de que acabarías sirviéndome como informador. Cosa que hiciste —me quité la toalla de la cabeza y me toqué el pelo. Aún estaba bastante húmedo—. Bowquist, ¿tiene algún secador que pueda coger prestado?
—En el cuarto de baño —dijo, poniéndose en pie para ir a buscarlo, pero yo la detuve con un gesto.
—Larry, ve a cogerlo y enchúfalo —le dije. Se puso en pie con cara resentida y le oí trastear ruidosamente por los armarios del baño—. Bueno, ahora vamos a hacer un trato. Tenemos algo que ellos quieren y ellos tienen algo que nosotros queremos.
—¿El qué, jefa? —gruñó Moe, frunciendo el ceño ante conceptos tan difíciles. —Lo que ellos tienen es un portal. Lo que nosotros tenemos son rehenes —sonreí amablemente a la otra Nyla y al otro Larry—. Supongo que a Bowquist es a quien tendrán más ganas de recuperar —dije—, juzgando por el modo en que la estaba estrujando su amiguito. Por desgracia, él no tiene un portal. Eso le deja a usted, doctor Douglas, en primer lugar. Supongo que tendrán muchas ganas de echarle las manos encima…
—¡Oh, no! —gritó—. ¡Oiga, no me entregue a ellos! Tengo una idea mejor.
—Soy toda oídos —le dije sonriendo.
—Tomaremos prestado un portal, quizás… no sé cómo pero ya me las arreglaré. Volveremos a su tiempo. ¡Les enseñaré a construirlos igual que hice con los otros! ¡Tal y como usted quería! ¡Trabajaré hasta caerme muerto de cansancio, se lo juro!
Lo pensé durante unos momentos.
—Quizás eso fuera más sencillo en ciertos aspectos —acabé admitiendo—. La cuestión es… ¿cómo conseguimos un portal? —me volví hacia Nyla Bowquist—. Quizás aquí es donde interviene usted —le dije—. ¿Cree que si habláramos amistosamente con su amiguito podría hacer que se nos permitiera usar un portal sólo un ratito?
—No tengo ni idea —dijo ella, muy fría y remota. Este tipo de trapícheos no formaban parte de su mundo. No tuve más remedio que sentir admiración por ella. Una parte de mí deseaba ser más parecida a ella; otra parte de mí se estaba quejando amargamente de que yo podía haber sido… de que hubiera sido como ella si las cosas me hubieran ido de un modo levemente distinto, porque después de todo yo era ella.
—¿Cómo?
—He dicho —repitió—, que a su amiguito parece haberle ocurrido algo —estaba mirando hacia la puerta del cuarto de baño.
Tardé un segundo en comprender de qué me estaba hablando. Luego me di cuenta de que tenía razón. Los ruidos procedentes del cuarto de baño habían cesado hacía cierto tiempo pero Larry no había vuelto. Llegué a la puerta en una fracción de segundo.
No había ningún sitio para esconderse ahí dentro: ni debajo de la pileta ni tan siquiera en el cubículo de la ducha, cuya cortina estaba descorrida, tal como la había dejado yo, mostrando el interior vacío.
No estaba ahí. De ningún modo podía haber salido. Pero no estaba ahí.
Por primera vez desde hacía muchísimo tiempo estaba realmente asustada. Me volví hacia Moe, que estaba en pie junto a la ventana, y empecé a abrir la boca para decirle que buscara debajo de la cama o algo parecido. Moe tenía cara de asombro…
Y de pronto no hubo en su rostro la menor expresión. Ni siquiera hubo un rostro capaz de expresar algo.
Así, en un instante.
Yo estaba mirándole y de pronto me encontré mirando a través de él. Ya no estaba. Vi la ventana y el arma que le había quitado al soldado muerto apoyada junto a la pared, pero del hombre que había estado allí en pie no quedaba ni el menor rastro.
De pronto me sentí desnuda, igual que me había sentido asustada. No me refiero a una simple desnudez corporal, como al salir antes de la ducha: quiero decir que me sentí indefensa por completo. Salté hacia el arma siguiendo un puro reflejo.
Jamás logré llegar hasta ella.
La habitación desapareció en un guiño…
Y yo también me esfumé.