La grieta abierta en la pantalla era muy pequeña. Al principio, lo único que dejó pasar fue aire con un leve olor a tomates y el aroma dulzón, como de heno recién cortado, de los tallos de maíz. En las enormes extensiones de Leavitt-Chicago, en las que no había crecido cosecha alguna durante los últimos veinte años, eso sólo despertó una pasajera curiosidad. Luego, un pájaro logró cruzar sin que nadie se diera cuenta. Revoloteó de un lado a otro buscando infructuosamente a sus crías y nunca logró encontrarlas. Luego, siguiendo sus instintos de pájaro, prosiguió con su principal ocupación: comer y excretar. No causó el menor cambio en el mundo… sólo que en su propio tiempo había comido semillas de kudzu.[6]