Timothy McGarren, un hombre de setenta y tres años, trabajaba de portero en Lakeshore Towers desde que el complejo abrió sus puertas y él se jubiló de la Metropolitan Transport Authority. Ambas cosas ocurrieron el mismo día, diez años atrás. Había ido del vestíbulo al ascensor tantas veces que hubiera podido hacer el viaje dormido o de espaldas. A veces, como en ese momento, mientras le sostenía la puerta a la señora Spiegel del 26-A, llegaba efectivamente a andar de espaldas, buscando con el pie el peldaño. Sólo que esa vez no parecía haber peldaño. Perdió el equilibrio, intentó agarrarse a la barandilla, falló y cayó al agua, con las luces de los rascacielos lejanos de Chicago haciéndole guiños al reflejarse en el lago Michigan.