Una mujer que había enviudado recientemente y que dormía mal en la desacostumbrada soledad de su gran cama de matrimonio oyó medio en sueños algo que parecía un grito. Cuando estuvo totalmente despierta el grito seguía ahí. Asombrada, se acercó a la ventana, pero desde allí sólo pudo ver los tranquilos prados que rodeaban su casa. Abrió la ventana (no le fue fácil, pues la gente que vive en casas de ciento cincuenta mil dólares no suele dejar entrar el aire) y los gritos se hicieron más fuertes al momento, acompañados por el olor de algo podrido. ¿Estaban violando a alguien? ¿Le estañan matando? Vero ninguna de las dos cosas le pareció concebible en la tranquila elegancia de los Jardines Cabrini.