El piloto de un vuelo de primera clase de la Transcontinental and Western Airline que se acercaba a Chicago procedente del sur anunció su llegada al aeropuerto de Megs. La ciudad estaba cubierta de nubes pero eso no le preocupaba Chicago no tenía aquellos edificios de cien pisos típicos de Nueva York; era algo relacionado con el hecho de que el subsuelo de la ciudad era aluvial y no rocoso, por lo que no era nada fácil construir rascacielos. Eso facilitaba las cosas a los pilotos de los grandes aparatos trimotores… pero esta vez, cuando miró hacia adelante, vio de pronto que tenía enfrente una torre colosal allí donde no debía haber nada. Viró desesperadamente para esquivarla. Cuando miró hacia atrás la torre se había esfumado y los treinta y ocho pasajeros bien provistos de riqueza y afán de aventuras que tenía detrás y que habían preferido siete horas de avión a quince de tren estaban maldiciendo a todos sus antepasados.