En el oeste de Iowa pasaron momentos muy malos. Los granjeros, que habían sufrido todo tipo de adversidades, acostumbrados a la sequía, la inundación y el continuo reajuste legislativo de las subvenciones a sus productos, se despertaron para encontrarse con un nuevo desastre. Desde Muscatine hasta la periferia de Quad Cities, cubriendo un área de más de treinta kilómetros, el cielo se oscureció con una nube de aspecto aceitoso y color verde grisáceo. Cuando la nube bajó sobre los campos, tapó tres cuartos de millón de acres de soja, trigo de primera y mung[1]con una alfombra de langostas. ¡Langostas! ¡Nadie había visto antes en Iowa un enjambre de langostas! Y cuando alzaron de nuevo el vuelo, detrás de ellas sólo quedaron rastrojos calcinados.