KARLSEFNI VIAJA HACIA EL SUR
Karlsefni navegó con rumbo sur ciñendo la costa, en compañía de Snorri, Bjarni y el resto de la expedición. Navegaron durante largo tiempo y el azar los llevó a un río que se deshacía en un lago, renacía y moría en el mar. Frente a la desembocadura del río se extendían amplios bancos de arena, por lo que sólo podían acceder a ella con la marea alta.
Karlsefni y sus hombres penetraron el estuario, y llamaron Hope (Bahía de la Marea) a aquel lugar[52]. Allí encontraron trigo silvestre que crecía en las tierras bajas, y vides en las tierras más altas. Los peces bullían en todos los arroyos.
Cavaron zanjas en la marca que había dejado la marea alta al retirarse; subió la marea, y cuando volvió a bajar había halibuts atrapados en las zanjas[53]. En los bosques vivía un gran número de animales de todas clases, y el ganado seguía con ellos.
Permanecieron allí durante quince días; olvidados de las penas gozaron de todo.
Pero una mañana temprano miraron en torno y distinguieron nueve canoas de cuero. Los hombres que iban en ellas agitaban palos que producían un sonido semejante al que hacen los mayales desgranando maíz; el movimiento de los palos seguía el camino del sol.
Karlsefni preguntó: «¿Qué puede significar esto?».
«Bien pudiera ser una señal de paz», respondió Snorri. «Cojamos un escudo blanco y vayamos con él a su encuentro». Así lo hicieron. Los recién llegados remaron hacia ellos y los miraron con asombro cuando llegaron a tierra. Eran pequeños y de malvada apariencia y su pelo descuidado; tenían ojos grandes y anchos pómulos. Se quedaron donde estaban durante un rato, maravillándose, y luego se alejaron remando hacia el sur y rodearon el promontorio.
Karlsefni y sus hombres habían construido su poblado sobre una cuesta que daba al lago; algunas de las casas tocaban casi el agua, otras estaban un poco más lejos. Pasaron allí todo aquel invierno. No nevó una sola vez y el ganado sobrevivió sin ayuda.