FREYDIS EN VINLANDIA
Se hablaba entonces con renovado interés de los viajes a Vinlandia, porque se pensaba que esas expediciones eran buenas fuentes de fama y fortuna.
El verano en que Karlsefni volvió a Vinlandia, arribó a Groenlandia, procedente de Noruega, un barco capitaneado por dos hermanos llamados Helgi y Finnbogi.
Pasaron el invierno en Groenlandia. Eran islandeses de origen, y provenían de los Fiordos del Este.
Un día Freydis Eiriksdottir (hija de Eirik) emprendió viaje desde su casa de Cardar para visitar a los hermanos Helgi y Finnbogi. Les preguntó si se unirían a ella, aportando su barco, para dirigirse a Vinlandia, y si estarían de acuerdo en compartir, a partes iguales, todos los beneficios que de la expedición pudieran derivarse. Ellos respondieron afirmativamente. Entonces ella marchó a ver a su hermano Leif y le pidió que le diera las casas que él había construido en Vinlandia; pero Leif dio la misma respuesta que la otra vez: se las prestaba gustosamente, pero no estaba dispuesto a regalárselas.
Los dos hermanos y Freydis llegaron al acuerdo de que cada parte debía reunir a bordo de su nave treinta hombres sanos de cuerpo, sin contar las mujeres. Pero Freydis traicionó el acuerdo inmediatamente añadiendo a su partida cinco hombres más, a los que mantuvo ocultos. Los hermanos no se enteraron de sus manejos hasta que llegaron a Vinlandia.
Así que se hicieron a la mar, no sin antes haber acordado que navegarían agrupados si ello era posible. Nunca les separó una gran distancia, pero los hermanos llegaron a Vinlandia un poco antes que Freydis, y ya habían transportado su carga a las Casas de Leif cuando Freydis desembarcó. La tripulación de ésta descargó su barco y trasladó todo a las casas.
«¿Por qué habéis metido aquí vuestros trastos?», preguntó Freydis.
«Porque habíamos pensado que nuestro acuerdo sería respetado en su totalidad», respondieron los hermanos.
«Leif me prestó estas casas a mí, y no a vosotros», dijo ella.
Entonces, dijo Helgi: «Nosotros, los hermanos, nunca podremos rivalizar contigo en maldad».
Sacaron fuera sus bienes y se construyeron su propia casa más al interior, a orillas de un lago, y allí se instalaron cómodamente. Entretanto, Freydis hacía que talaran árboles para ir formando su cargamento.
Cuando llegó el invierno los hermanos sugirieron la organización de juegos y otros entretenimientos[25]. Se ejercitaron en ellos durante algún tiempo, hasta que surgieron diferencias, y los malos sentimientos se interpusieron entre las dos partidas. Se abandonaron los juegos y cesaron las visitas entre las dos casas.
Este estado de cosas se prolongó durante casi todo el invierno.
Una mañana temprano Freydis se levantó y se vistió, pero no calzó sus pies.
Afuera el rocío lo humedecía todo. Se puso la capa de su marido y se encaminó a la puerta de la casa de los hermanos. Alguien acababa de salir dejando la puerta entornada. Ella la abrió del todo y permaneció en el umbral durante un rato sin pronunciar palabra. Finnbogi estaba echado en la cama más alejada de la entrada; estaba despierto y le dijo: «¿Qué buscas aquí, Freydis?».
«Quiero que te levantes y que salgas conmigo», le respondió. «Quiero hablarte». Caminaron hacia un tronco de árbol que yacía junto al muro de la casa, y se sentaron en él.
«¿Cómo te van las cosas?», preguntó ella.
«Me gusta este generoso país», respondió él, «pero me disgustan los malos sentimientos que se han interpuesto entre nosotros, porque no veo razón alguna que justifique su existencia».
«Tienes toda la razón», dijo ella, «y siento lo mismo que tú acerca de todo ello.
Pero el motivo por el cual vengo a verte es que quiero cambiar mi nave por la que es tuya y de tu hermano, ya que la vuestra es mayor que la mía y yo quiero irme de aquí».
«No me opondré a ello», respondió él, «si ello te hace feliz».
Y así se separaron. Finnbogi volvió a su cama y Freydis anduvo hasta su casa.
Cuando se metió en su lecho, tenía los pies fríos y su marido Thorvard se despertó, y le preguntó por qué estaba tan fría y mojada. Ella respondió con gran indignación: «Fui a ver a los hermanos para ofrecerme a comprar su barco, pues yo necesito uno mayor; y esto los enfureció de tal manera que me golpearon y me manosearon brutalmente. Pero tú, infeliz, nunca vengarás mi humillación ni la tuya propia. ¡Ahora me doy cuenta de lo lejos que estoy de mi hogar en Groenlandia! Y a menos que tomes venganza de esto, me divorciaré de ti[26]».
Thorvard no pudo aguantar por más tiempo sus puyas y ordenó a sus hombres que se levantaran inmediatamente y que cogieran sus armas. Así lo hicieron y fueron derechos a la casa de los hermanos; irrumpieron en ella cuando todos los hombres estaban dormidos, los agarraron y los ataron, y los arrastraron fuera uno a uno. Y Freydis los hizo matar a medida que iban saliendo.
Todos los hombres fueron asesinados de esta manera, y pronto sólo quedaron las mujeres, pero nadie estaba dispuesto a matarlas.
Freydis dijo: «Dadme un hacha».
Empuñó el hacha y ella misma mató a las mujeres, a las cinco que había.
Después de aquella monstruosa acción volvieron a su casa, y era evidente que Freydis pensaba que había dado prueba de su astucia haciendo lo que hizo. Se dirigió a sus compañeros: «Si alguna vez logramos volver a Groenlandia, haré matar a todo aquel que deje escapar una sola palabra acerca de lo que acaba de pasar. Contaremos que esta gente seguía aquí cuando nos fuimos».
Al principio de la primavera aparejaron la nave que había pertenecido a los dos hermanos y la cargaron con todos los productos que pudieron obtener y que el barco era capaz de transportar.
Hecho esto se hicieron a la mar. Tuvieron un buen viaje y arribaron a Eiriksfjord a comienzos del verano.
Karlsefni seguía allí cuando llegaron. Su nave estaba lista para navegar y lo único que esperaba para partir era un viento favorable. Se dice que ningún barco ha levado anclas en Groenlandia tan ricamente cargado como aquel que Karlsefni capitaneaba.