CAPÍTULO XXXII

DEL ORDEN GENERAL DE LAS ESCUELAS RECTAMENTE GUARDADO

1. Hemos venido hasta ahora disertando con amplitud acerca de la necesidad de reformar las escuelas. No ha de resultar inoportuno que concretemos sumariamente nuestros deseos y advertencias. Por lo tanto, a continuación vamos a exponerlo.

2. Es nuestro deseo que el método de enseñar alcance tal perfección, que entre el usual y corriente, hasta ahora, y este nuevo procedimiento didáctico, exista igual diferencia que la que admiramos entre el arte antiguo de multiplicar los libros, mediante la copia, y el arte tipográfico, recientemente descubierto y ya extraordinariamente usado. Pues de igual modo que el arte de la tipografía, aunque más difícil, costoso y trabajoso es, sin embargo, más adecuado para copiar los libros con mayor rapidez, exactitud y elegancia, así también este nuevo método, aunque asuste al principio por sus dificultades, una vez implantado, servirá para instruir a muchísimos con aprovechamiento más seguro y mayor complacencia que con el actual y corriente desorden (αμεδοδεια).

3. Es fácil suponerse qué exigua utilidad parecían reportar al principio los ensayos de los inventores del arte tipográfico sobre el arraigado, extendido y hábil manejo de la pluma; pero, poco a poco nos fue mostrando la práctica las extraordinarias ventajas que dicha invención nos proporciona. En primer lugar, dos muchachos pueden producir tipográficamente más ejemplares de cualquier libro que casi doscientos jóvenes por medio de la pluma en el mismo espacio de tiempo. Segundo, dichos manuscritos variarán completamente en cuanto al número, forma y lugar de los folios, páginas y renglones; los impresos, en cambio, corresponderán exactamente unos con otros, de manera que no será un huevo tan semejante a otro como estos ejemplares lo son entre sí; y esto produce grata sensación de elegancia y primor. Tercero, para asegurarse de que está correctamente escrito lo que se copia a mano, es necesario revisar, cotejar y corregir con solícita atención todas y cada una de las copias, lo que ocasiona un trabajo y fastidio extraordinario. En los impresos, enmendado un solo ejemplar, se corrigen de una vez todos los demás aunque sean miles: lo que es rigurosamente cierto, aunque parezca imposible, al que desconoce el arte. Cuarto, para la escritura que se hace a mano no sirve cualquier clase de papel sino el que sea fuerte y no se corra; en la imprenta queda impreso todo, aunque sea un papel fino y que se corra, un lienzo, etc. Por último, con la imprenta pueden escribir libros elegantemente, aun aquellos que no saben escribir con elegancia, porque llevan a cabo su trabajo, no con su propia mano, sino con caracteres dispuestos para ello ingeniosamente e incapaces de equivocarse.

4. No ocurrirá, seguramente, cosa distinta, si organizamos con acierto cuanto se refiere a este nuevo y universal método de enseñar (no llego a afirmar que este nuestro método sea así, pero alabo su general artificio (παμμεθοδεια) de manera que: (1) con menor número de preceptores, se instruya mayor número de alumnos que por los procedimientos en la actualidad empleados; (2) saldrán verdaderamente instruidos; (3) con erudición perfecta y llena de belleza; (4) esta cultura puede alcanzar, incluso a quienes están dotados de entendimiento mas torpe y sentidos más tardos. (5) Por último, todos serán aptos para enseñar, incluso aquellos que carecen de condiciones naturales, porque no ha de necesitar ninguno investigar por su propio esfuerzo lo que debe enseñar y el procedimiento para ello, sino que le será suficiente inculcar a la juventud la erudición que se le ofrece preparada, mediante procedimientos, que asimismo dispuestos, se ponen al alcance de su mano. Es decir, que de igual manera que un organista cualquiera canta con soltura cualesquiera melodías, guiándose por el papel de música, que probablemente no es capaz de componer ni de cantar de memoria a voz sola o en el órgano, ¿por qué no ha de poder el maestro de la escuela enseñar todas las cosas si tiene redactado como en un cartel todo lo que debe enseñar y los procedimientos para ello?

5. Vamos a continuar el ejemplo del arte tipográfico ampliando la comparación que hemos hecho con el armónico artificio de este nuevo método, a fin de que se vea claramente que las ciencias pueden inculcarse en las inteligencias del mismo modo que se imprimen exteriormente en las hojas de papel. Esta es la razón de que no sea un despropósito inventar y aplicar a esta Didáctica nueva un nombre parecido al de Tipografía, llamándola Didacografía (διδαχογραφια). Pero vamos a exponer esta materia por partes.

6. El arte tipográfico tiene sus elementos y operaciones propias. Los elementos son principalmente: papel, tipos, tinta y prensa. Las operaciones: preparación del papel; composición de los tipos conforme al original; disolución de la tinta, investigación de las erratas; impresión; desecación, etc., para todo lo cual existen procedimientos infalibles que, rigurosamente observados, producen resultado eficaz.

7. De igual manera pasan las cosas en la Didacografía (séanos lícito conservar este nombre). El papel son los discípulos cuyas inteligencias han de ser impresas con los caracteres de las ciencias. Los tipos o caracteres, son los libros didácticos y demás instrumentos preparados para este trabajo, gracias a los cuales ha de imprimirse en los entendimientos con facilidad todo cuanto ha de aprenderse. La tinta es la voz viva del Profesor que traslada el sentido de las cosas desde los libros a las mentes de los discípulos. La prensa es la disciplina escolar que dispone y sujeta a todos para recibir las enseñanzas.

8. Todo papel sirve cualquiera que sea su clase; sin embargo, cuanto más limpio esté, con tanta mayor nitidez recibirá y reproducirá lo impreso. Así este método se adapta también a toda clase de inteligencias, pero producirá resultados mejores en las que se hallen más puras.

9. Los tipos o caracteres de bronce tienen una gran analogía con nuestros libros didácticos (conforme nosotros los preceptuamos). Pues de igual modo que es necesario fundir, pulimentar y disponer para el uso los tipos antes de comenzar la impresión de los libros, así se requiere disponer los instrumentos de este método antes de ponerle en práctica.

10. Es imprescindible la abundancia de tipos a fin de que sean suficientes para los trabajos; lo mismo ocurre con los libros y materiales didácticos porque es sumamente molesto, fastidioso y perjudicial empezar el trabajo y no poder avanzar por carencia de los elementos necesarios.

11. El perfecto tipógrafo tiene toda clase de tipos para que no le falte el que puede necesitar. Así, es necesario que nuestros libros contengan todo cuanto hace relación a la completa instrucción de las inteligencias, a fin de que nadie pueda dejar de aprender con ellos lo que debe saberse.

12. Para que los tipos estén siempre preparados para su rápido uso, no han de estar tirados aquí y allí, sino distribuidos ordenadamente en apartados y cajas. De igual manera no han de presentar nuestros libros de un modo confuso lo que ha de aprenderse, sino clasificado y separado con la mayor claridad en tareas anuales, mensuales, diarias y hasta por horas.

13. Se toman únicamente de las cajas aquellos tipos que se necesitan para el trabajo actual y los demás se dejan en ellas. Del mismo modo hay que dar a los niños aquellos libros únicamente que han de necesitar en su clase para que no se distraigan con los demás y sufran confusión.

14. Finalmente, así como el tipógrafo conserva la norma lineal, en virtud de la cual los caracteres forman las palabras, éstas los renglones y los renglones las columnas de manera que no haya desproporción alguna, también hay que poner en manos de los formadores de la juventud normas a las cuales ajusten sus trabajos, esto es, deben escribirse para su uso los libros informatorios que les indiquen lo que han de hacer, cómo y en qué momento, a fin de que no puedan equivocarse.

15. De dos maneras, pues, han de ser los libros didácticos: Reales, para los discípulos, e Informatorios, para los maestros, a fin de que sepan enseñar el uso de los anteriores.

16. Hemos dicho que la tinta de la imprenta estaba representada en la enseñanza por la voz del Preceptor. Pues de igual manera que los tipos o caracteres tal y conforme son, secos, al imprimir el papel mediante la prensa no dejan en el sino leves huellas, que al poco tiempo desaparecen, y, por el contrario, impregnados de tinta dejan marcadísima y casi indeleble impresión; así todo lo que los libros, maestros mudos, exponen a la inteligencia de los niños es realmente confuso, arcano e imperfecto; pero al intervenir la palabra del Preceptor (explicándolo racionalmente conforme a la comprensión infantil y haciendo de ello las aplicaciones oportunas) se convierte en real y vivo y se imprime profundamente en el espíritu, de manera que entiendan perfectamente lo que aprenden y se den cuenta de que entienden lo que saben. Y así como la tinta de imprenta es diferente de la de escribir, porque no está formada con agua, sino con aceite (y los que se dedican con empeño al arte tipográfico emplean aceite purísimo con carbón de nueces pulverizado), también la palabra del Preceptor, merced a su manera suave y llana de enseñar, debe infiltrarse en el alma de sus discípulos a modo de aceite suavísimo, inculcando en ellos al mismo tiempo el conocimiento de todas las cosas.

17. Finalmente, lo que es la prensa en el arte tipográfico debe ser la disciplina en las escuelas, única capaz de conseguir que nadie deje de recibir la enseñanza debida. Como en la imprenta cualquier papel que ha de convertirse en libro no puede escaparse a la acción de la prensa (aunque los papeles más duros sean con más fuerza comprimidos y los más blandos requieran menor presión), así todo el que ingresa en las escuelas para ser instruido debe quedar sometido a la disciplina común. Esta tiene grados diversos. El primero es la atención constante. Como no hay que confiar nunca lo bastante en la diligencia e inocencia infantil (son descendencia de Adán) deben ser seguidos con la vista por donde quiera que se dirijan. El segundo, la reprensión, mediante la cual los que se extralimitan son traídos de nuevo al camino de la razón y el deber. Por último, el castigo, si se resisten a obedecer las indicaciones o advertencias. Pero en todo ello ha de observarse extremada prudencia; sin otra finalidad que estimular a todos para que cumplan sus deberes con viveza y entusiasmo.

18. Afirmé anteriormente que eran también necesarias determinadas OPERACIONES con arreglo a infalibles procedimientos. Procuraré exponerlo, aunque con alguna brevedad.

19. Conforme al número de ejemplares que han de obtenerse de cada libro, se toma igual número de hojas impresas con el mismo texto e iguales caracteres y se conserva dicho número de hojas, ni más ni menos, desde el principio hasta el fin del libro; de lo contrario, algunos ejemplares quedarían defectuosos. Obedeciendo a esta comparación, nuestro método didáctico exige necesariamente que todos los concurrentes a la escuela deban ser instruidos por el mismo Preceptor con arreglo a iguales preceptos; sean enseñados al mismo tiempo, pasando gradualmente desde el principio hasta el fin, sin admitir a nadie una vez comenzado el curso escolar ni dejar que se marche antes de terminarle. Así conseguiremos que un solo Preceptor sea suficiente para un numeroso grupo de discípulos y que todos aprendan cuanto se les enseñe sin deficiencias ni intermitencias. Sería muy conveniente que todas las escuelas públicas se abriesen y cerrasen una sola vez al año (nuestra opinión aconseja que esto se efectúe en el otoño mejor que en la primavera o en otra época), y de esta manera la labor de cada clase se llevaría a cabo por completo cada año, y llegando todos los alumnos al final a un mismo tiempo (salvo aquéllos cuya torpeza no lo permitiera) pasarían juntos a la clase siguiente, de igual manera que en tipografía, impreso el pliego A para todos los ejemplares, se pasa al B y luego al C, D, E, etc.

20. Los libros bien impresos tienen distintamente separados sus capítulos, columnas, párrafos mediante espacios, ya marginales, ya interlineales (bien obedeciendo a la necesidad o a la mayor claridad). Del mismo modo es necesario que el método didáctico contenga períodos de trabajo y de descanso, con algunos espacios de tiempo para honestas diversiones. El trabajo está distribuido para cada año, cada mes, cada día y aun cada hora; y si con rigor se observa esta distribución, con toda seguridad podrá recorrer cada clase el curso de su trabajo anual y llegar al lugar designado cada año. Con gran abundancia de razones se puede sostener que son suficientes cuatro horas diarias para los ejercicios públicos: dos por la mañana y otras tantas por la tarde. Si quitamos las dos de la tarde del sábado y dedicamos el domingo completo al culto divino, podremos obtener cada semana veintidós[2] y al año (deducidas las fiestas más solemnes) cerca de mil, durante las cuales ¡cuánto se puede enseñar y aprender si se procede siempre ordenadamente!

21. Después que se ha compuesto con los tipos la forma de lo que ha de imprimirse, se toman los rollos de papel y se disponen en pilas de hojas para que estén extendidas y colocadas a mano a fin de evitar retrasos en el trabajo. Así también el Preceptor debe colocar a los discípulos ante sus ojos a fin de verlos siempre a todos y que ellos le vean. En el capítulo XIX, cuestión I, indicamos cómo debía hacerse.

22. Pero para que el papel reúna mejores condiciones para recibir la impresión, se le suele humedecer y ablandar; asimismo en la escuela debe excitarse la atención de los discípulos por los procedimientos que anteriormente reseñamos.

23. Una vez hecho esto, se impregnan de tinta los tipos de bronce para que dejen clara y persistente su impresión. A semejanza de lo cual, el Preceptor explicará con su palabra el ejercicio de cada hora, leyendo, releyendo y desmenuzándolo para que todo pueda comprenderse con claridad.

24. En seguida se someten a la prensa las hojas de papel una tras otra, a fin de que la forma real de bronce imprima su imagen en todas y cada una de ellas, igualmente el Preceptor, una vez explicado suficientemente el sentido de la lección y conseguida facilidad de imitación con algunos ejemplos, interrogue a algunos para que lo que uno empiece otro continúe y se esfuercen en aprender por medio de los mismos discípulos.

25. Cuando las hojas ya están impresas se exponen aire para que se sequen. La desecación de las inteligencias efectúa en las escuelas mediante los repasos, exámenes concursos, hasta que se adquiera la certeza de que se halla profundamente impreso.

26. Finalmente, después de salir de la prensa, se toman todas las hojas ya impresas y se colocan por orden de modo que constituyan ejemplares completos sin faltas; en disposición de venderse, repartirse, encuadernarse y utilizarse. Es viene a ser lo que representan los exámenes públicos a fin de año, cuando los visitadores de las escuelas investigan la solidez y coherencia del aprovechamiento de los discípulos con el exclusivo propósito de poner de manifiesto que se ha aprendido absolutamente todo lo que debió aprenderse.

27. Cuanto hemos dicho hasta ahora ha de entenderse de un modo general, reservando para las ocasiones particulares la exposición de las especialidades que a cada una se refieran. Basta en el momento presente haber demostrado que de igual manera que una vez descubierta la tipografía se han multiplicado los libros, vehículos de erudición inventada también la didacografía (διδαχογραφια) o método universal (παμμεδοδια) se podrán igualmente multiplicar los eruditos con gran progreso para el mejoramiento de los asuntos humanos, conforme a aquello de: La multitud de sabios es la salud del orbe de las tierras (Sab. 6. 26). Y con intentamos multiplicar la erudición cristiana para implantar la piedad, después de las letras y honestas costumbres, todas las almas consagradas a Cristo, podremos esperar como nos lo enseñan los divinos oráculos, que llegue a realizarse que la tierra sea llena del conocimiento del Señor como cubren la mar las aguas (Isaías 11. 9).