IDEA DE LA ESCUELA COMÚN
1. Dijimos en el capítulo IX que debería ser enviada a las escuelas públicas la juventud de uno y otro sexo. Ahora añadimos que debe enviarse a toda esta juventud a las escuelas comunes primeramente, en lo cual sostienen otros distinto parecer. Zepper, en el libro 1 de Polit. Ecles., cap. 7, Alstedio, Escolast., cap. 6, aconsejan que deben enviarse a la escuelas comunes solamente a aquellos muchachos y muchachas que en alguna ocasión han de dedicarse a las artes mecánicas; los niños que por designio de sus padres aspiran a más completa cultura no deben ir a esas escuelas, sino directamente a la latina. Alstedio añade: Disienta el que quiera: yo propongo el camino y el motivo que desearía que siguieran todos aquellos a quienes quisiera sumamente instruidos. Pero los principios de nuestra Didáctica nos obligan a disentir.
2. Efectivamente. 1º Nosotros pretendemos la educación general de todos los que han nacido hombres para todo lo que es humano. Por lo tanto deben ser dirigidos simultáneamente hasta donde puedan serlo para que todos se estimulen y animen mutuamente. 2º Queremos educar a todos en todas las virtudes, incluso la modestia, concordia y cortesía mutuas. Luego no deben ser separados tan pronto ni dar ocasión a nadie para estimar a unos y menospreciar a otros. 3º Parece excesiva ligereza querer determinar a lo seis años la vocación de cada uno para las letras o para lo oficios, porque todavía en esa edad no se han manifestado la capacidad del entendimiento ni la inclinación del espíritu, más tarde aparecen claramente una y otra, del mismo modo que no puedes conocer las yerbas que debes arrancar o dejar en tu jardín mientras están naciendo, sino después que han crecido algún tanto. Tampoco los hijos de los ricos, los nobles o los que dirigen el Gobierno son los únicos que bar nacido para dichas dignidades, y, por tanto, para ellos solos debe reservarse la escuela latina, dejando a todos los demás como inútiles y sin esperanza. El viento sopla por donde quiera y no comienza a soplar siempre en un tiempo determinado.
3. El cuarto motivo es que nuestro método universal no comprende solamente la lengua latina, ninfa tan vanamente amada por el vulgo, sino que abre el camino para el estudio de las lenguas propias de todos los países (a fin de que todas las almas alaben más y más al Señor), y no es conveniente alterar este propósito con el caprichoso salto de la escuela común.
4. En quinto lugar, querer enseñar una lengua extraña antes de conocer bien la propia, es igual que si quisieras enseñar a tu hijo la equitación antes de que sepa tenerse en pie. Conviene tener muy presente lo que se demostró en el cap. 16, fund. 4. De igual manera que Cicerón negaba que él pudiese enseñar a decir a quien no sabía hablar, así también nuestro método afirma que no se puede enseñar latinidad a quien desconoce su lengua propia, porque ésta es la que lleva de la mano para llegar a aquélla.
5. Por último, como nosotros pretendemos la erudición real, pueden fácilmente desenvolverse con el auxilio de los libros en lengua propia que contengan la nomenclatura de las cosas. De esta manera aprenderán la lengua latina con mayor facilidad, puesto que sólo habrán de adaptar la nueva nomenclatura a las cosas ya conocidas, y al conocimiento del qué (το οτι) añadirán la especulación del por qué (το διοτι) con suave y sencilla gradación.
6. Firme, pues, nuestra hipótesis sobre la necesidad de las cuatro clases de escuelas, diseñaremos de esta manera la escuela común. El fin y objeto de la escuela común es que toda la juventud entre los seis y los doce años (o trece), se instruya en todo aquello cuya utilidad abarca la vida entera. Esto es:
I. Leer con facilidad y expedición el idioma propio, ya impreso, ya manuscrito.
II. Escribir, primero despacio; luego más deprisa, y, por último, con propiedad, conforme a las leyes de la gramática propia, que deberán ser expuestas de modo claro y con arreglo a las cuales se dispondrán los ejercicios.
III. Numerar cifras y operaciones para las necesidades comunes.
IV. Medir, con arreglo al arte, longitudes, latitudes, distancias, etc.
V. Cantar melodías muy conocidas, y aquellos que tuviesen mayor aptitud comenzarán los rudimentos de la música figurada.
VI. Saber de memoria la mayor parte de las salmodias e himnos sagrados que use con más frecuencia la Iglesia de cada lugar, a fin de que, nutridos con las alabanzas de Dios, sepan (como dice el Apóstol) enseñar y estimularse a sí propios con los salmos, himnos y cánticos espirituales, cantando con fervor a Dios en sus corazones.
VII. Además del Catecismo sepan al dedillo las historias y principales frases de toda la Sagrada Escritura de modo que puedan recitarlos de memoria.
VIII. Retengan, comprendan y empiecen a practicar la doctrina moral encerrada en reglas e ilustrada con ejemplos al alcance de su inteligencia.
IX. Respecto al orden económico y político sólo deben conocer lo suficiente para darse cuenta de lo que ven hacer diariamente en la casa y en la ciudad,
X. No deben ignorar las generalidades de la historia de la creación del mundo, su pérdida y su restitución y el sabio gobierno de Dios en él hasta el día.
XI. Aprenderán lo principal de la Cosmografía, la redondez del Cielo, el globo de la tierra pendiente en medio, la extensión del Océano, la diversa situación de los mares y ríos, con las mayores partes de la Tierra y los principales Reinos de Europa y especialmente las ciudades, montes, ríos, etc., de su patria y lo que haya de notable.
XII. Por último, deben conocer lo más general de las artes mecánicas, con el solo fin de no ignorar, aunque sea muy por encima, lo que ocurre en las cosas humanas, y de esta manera podrá después manifestarse con mayor facilidad la inclinación natural de cada uno.
7. Si todo lo que dejamos indicado tuviese exacto cumplimiento en esta escuela común, no encontrarían los discípulos, al pasar a la escuela latina o al dedicarse a la Agricultura, Comercio, oficios, etc., nada que fuese para ellos tan nuevo que no hubiesen tocado en esta escuela, y, por lo tanto, todo cuanto ha de tratar cada uno en su oficio, lo que puede oír en las predicaciones sagradas o en otra parte cualquiera, lo que leerá en los diversos libros no será más que la ampliación de las cosas conocidas de antemano o la aplicación particular de alguna de ellas: y se sentirán aptos los discípulos, por lo mismo, para entender, ejecutar y juzgar todo ello con mayor seguridad.
8. Para llegar a conseguir este fin, podremos emplear los medios siguientes.
I. Los concurrentes a la escuela común, que deben permanecer en ella seis años, pueden dividirse en seis clases (si es posible, en lugar separado para no impedirse unas a otras).
II. A cada clase corresponderán sus libros propios que han de contener todo cuanto a dicha clase afecta (tocante a la materia literaria, moral y religiosa), de manera que no haya necesidad de ningunos otros libros mientras no salgan de este círculo, sino que infaliblemente lleguen al fin con su ayuda. Será necesario que estos libritos comprendan todo el idioma patrio, es decir, las denominaciones de todas las cosas que por su edad son capaces de comprender los niños y los principales y más corrientes modos de hablar.
9. Conforme al número de clases, los libritos serán también seis, y diferentes, no tanto en las materias como en la forma. Todos ellos versarán acerca de todo, pero los primeros tratarán solamente lo más general, conocido y fácil, y los posteriores guiarán el entendimiento a lo más particular, desconocido y difícil, o señalarán un nuevo modo de tratar las mismas cosas para procurar nuevas satisfacciones al espíritu, como luego se verá.
10. Debe ponerse cuidado en que todo ello esté adecuado a la índole de la edad pueril, que por su naturaleza se inclina a lo alegre, divertido y propio de juego, y mira con repugnancia lo serio y demasiado severo. Para que aprendan lo serio, o lo que más tarde ha de serlo, y con facilidad y de buen grado puede aprenderse, habrá que mezclar en todo lo útil a lo agradable, y con estos atractivos casi continuos se dominarán las inteligencias y se les llevará por donde se quiera.
11. Conviene designar a estos libros con unos títulos que deleiten a la juventud por su atractivo y que al mismo tiempo expresen claramente su contenido. Yo creo que pueden tomarse de las distintas clases de jardines. Como la escuela es comparable a un jardín, ¿por qué no se podría denominar Plantel de Violetas al libro de la primera clase; Rosaleda al de la segunda; Vergel al de la tercera, etc.?
12. En otro lugar hablaremos más especialmente de la materia y forma de estos libros. Ahora sólo diré: que puesto que se escriben en lenguaje usual, deben también designarse en dicho idioma los términos propios de las artes, sin emplear para ello el latín o el griego. Razones: 1ª Nos proponemos que la juventud comprenda todas las cosas sin tardanza, y desde luego las cosas extrañas necesitan ser explicadas antes que se entiendan, y a veces aun después de explicadas no se entienden, sino que se creen significar solamente lo que representar y se retienen con trabajo en la memoria. En las cosas de la casa, no hay necesidad de explicar ninguna otra cosa más que la significada; se entienden al momento y se graban bien en la memoria. Queremos evitar tardanzas y obstáculos en esta enseñanza primera para que todo fluya espontáneamente. 2ª Además queremos que se estudien las lenguas patrias, no al estilo de los galos, que conservan términos griegos y latinos ininteligibles para la plebe (en este sentido los critica Stevin), sino pudiendo expresarlo todo con voces que comprenda el vulgo. Así lo aconsejó Stevin a sus compatriotas los belgas (Geog. 1. 1.) y adelantó grandemente en las matemáticas.
13. Pueden algunos argumentar, y a ello acostumbran, que no son todas las lenguas tan ricas que puedan traducir fielmente el griego y el latín. Además, aunque pudieran traducirse, no habrían los eruditos de abandonar sus términos, acostumbrados como están a ellos, y por último, conviene que los niños que han de irse iniciando en la lengua latina se vayan acostumbrando a la lengua de los eruditos para que no tengan luego necesidad de aprender los términos técnicos.
14. Respondo. No es culpa de las lenguas, sino de los hombres, si la lengua es obscura, deficiente o imperfecta para la expresión de todo lo que haga falta. Los latinos y los griegos tuvieron también que inventar vocablos al principio, que luego fueron recibidos por el uso; también parecieron entonces ásperos y obscuros, hasta el extremo de dudar ellos mismos que pudiesen suavizarse; pero una vez que se admitieron nada hay más significativo. Como aparece en las palabras, ente, esencia, substancia, accidente, cualidad, etc. No faltará nada a ninguna lengua si los hombres no carecen de inventiva.
15. En cuanto a lo segundo, quédense en buen hora los eruditos con todo lo suyo; nuestro propósito es que los que nada saben puedan alcanzar el conocimiento de las artes liberales y las ciencias, y para esto no hemos de hablarles en términos extraños ni lenguas extranjeras.
16. Por último, los niños que aprendan después otros idiomas, apenas hallarán dificultad para ello porque conozcan los términos técnicos en la lengua patria y porque hayan aprendido a nombrar a Dios Padre en su idioma antes que en el latino.
17. El tercer requisito será un método fácil para hacer aprender a la juventud estos libros, y este método podemos expresarle en las cuatro reglas que siguen:
I. No dedicar a los estudios públicos más que cuatro horas, que se distribuirán: dos por la mañana y otras dos por la tarde. Las horas restantes del día quedarán para las ocupaciones domésticas (principalmente entre los pobres) o para honestos recreos y diversiones.
II. Las horas de la mañana se dedicarán al cultivo y desarrollo del entendimiento y la memoria, y las de por la tarde, al ejercicio de la mano y la palabra.
III. Durante las horas matutinas, el Profesor leerá y volverá a leer, en medio de la mayor atención de todos, el trabajo correspondiente a aquella hora; explicando en lenguaje vulgar y clarísimo lo que necesite explicación, a fin de que no dejen de entenderlo todos. Luego hará que los discípulos lo vayan leyendo ordenadamente; de modo que mientras uno lee, los demás le sigan en silencio mirando sus libros respectivos. Continuado este ejercicio por espacio de media hora o más, se conseguirá que tanto los más vivos de ingenio como los tardos podrán casi recitar lo leído sin mirar al libro. Estos trabajos deberán ser muy breves y proporcionados al tiempo disponible y a la capacidad de los entendimientos infantiles.
IV. Todo lo cual se asegurará más y más durante las horas de la tarde, ya que en ellas no se tratará de nada nuevo, sino de la repetición de las cosas aprendidas, bien mediante la transcripción de los mismos libros impresos, bien por medio de concursos o certámenes sobre quién es el que recuerda antes y mejor todo lo ya explicado, o escribe, numera o canta con menos equivocación, etc.
18. No sin motivo preceptuamos que los niños copien de su puño y letra, y con la mayor limpieza, sus libros impresos de clase. Pues (1) esto servirá para grabar más profundamente en la memoria cuanto se haga por tener los sentidos largo tiempo ocupados con las mismas materias. (2) Se adiestrarán en este diario ejercicio de escritura, en la caligrafía, velocidad en la escritura y buena ortografía; hábito en extremo utilísimo para los sucesivos estudios y ocupaciones posteriores de la vida. (3) Será una prueba evidente para los padres de los alumnos de que en la escuela se hace todo lo qué debe hacerse, y podrán juzgar fácilmente de su aprovechamiento viendo cómo realizan su trabajo.
19. Ociamos para otra ocasión algunas particularidades sobre lo dicho. Por ahora hemos de aconsejar que si algunos niños han de dedicarse al estudio de las lenguas de los países vecinos, lo efectúen entre los diez, once o doce años de su edad; es decir entre la escuela común y la latina. Para que tengan en ello mayor facilidad debe enviárseles donde no se hable el idioma patrio, sino que se emplee ordinariamente el que deben aprender. Y también que los libros de la escuela común (conocidos ya anteriormente en cuanto a la materia) se lean en la nueva lengua, y que escriban, aprendan de memoria y hagan ejercicios verbales y escritos tomados de los mismos libros.