DE LA DISCIPLINA ESCOLAR
Cierto es aquel proverbio tan repetido y popular entre los bohemios; Escuela sin disciplina es molino sin agua. De igual manera que si quitas el agua a un molino, se parará al momento, si suprimes la disciplina en una escuela, forzosamente han de retardarse todas las cosas. Como si un campo no se escarda, nace en él la cizaña perniciosa para la mies, y si no se podan los árboles, echan mucha madera y producen brotes inútiles. No hay que inferir tampoco de esto que la escuela debe estar siempre llena de gritos, golpes y cardenales, sino por el contrario, colmada de vigilancia y atención, tanto por parte de los que aprenden como de los que enseñan. ¿Qué es la disciplina sino un modo cierto, en virtud del cual los discípulos se hacen verdaderos discípulos?
2. Será conveniente que todo formador de la juventud conozca bien el fin, la materia y la forma de la disciplina, para que no ignore por qué, cuándo y de qué manera debe emplear una beneficiosa severidad.
3. En primer lugar, pienso que ante todo debe hacerse constar que la disciplina sólo ha de aplicarse a los que se apartan del recto camino. Pero no porque alguno se haya extralimitado (lo hecho ya no puede anularse), sino para que no se vuelva a extralimitar. Hay que emplearla sin pasión, ira u odio; con tal candor y sinceridad, que el mismo que la sufre se dé cuenta de que se aplica en su provecho y proviene del amor paternal que por él sienten los que le dirigen; y, por lo tanto, debe aceptarla como se toma la medicina amarga que el médico receta.
4. La disciplina más rigurosa no debe emplearse con motivo de los estudios o las letras, sino para corrección de las costumbres. Porque si los estudios se organizan rectamente (como antes hemos preceptuado), serán por sí mismos estímulos para los entendimientos, y atraerán y arrebatarán todos con su dulzura (exceptuando los monstruos humanos) Si acontece lo contrario, no es por culpa de los que aprenden, sino de los que enseñan. Porque si desconocemos la manera de llegar a las inteligencias, en vano intentaremos aplicar la fuerza. Los azotes y los golpes no tienen eficacia alguna para despertar en las mentes el amor a las letras; poseen, por el contrario, la virtud de engendrar en gran cantidad el tedio y odio del espíritu hacia ellas. Por lo cual si alguna vez se advierte la enfermedad del espíritu, que repugna los estudios, debe tratarse con régimen y remedios dulces, mejor que exacerbarla más con asperezas. De cuyo prudente proceder nos da patente ejemplo el mismo Sol, que no emplea de pronto toda su fuerza sobre las plantas nuevas y tiernas en la primera parte de la primavera, ni desde el principio las quema y adelanta con su ardor, sino que poco a poco, insensiblemente, las va caldeando y las robustece, y, por último, aplica toda su intensidad sobre las adultas, que maduran sus frutos y semillas. Procedimiento parecido sigue el arboricultor al tratar suave y blandamente a las plantas nuevas y tiernas, y no emplea la raedera, cuchillos ni podaderas hasta que no son suficientemente fuertes para resistir las heridas. Igualmente el músico, si están destempladas las cuerdas del laúd, cítara o lira, no las golpea con el puño ni con un bastón, ni las arroja contra la pared, sino que aplica todo su arte hasta que consigue que formen perfecta armonía. Así, pues, también hay que condescender pasa traer las inteligencias a la armonía y amor hacia los estudios si no queremos hacer forzados de los descuidados y brutos de los simplemente embobados.
5. Si en alguna ocasión hay necesidad de aguijón y espuela, pueden emplearse otros medios mejor que los golpes. Unas veces con ásperas palabras y públicas amonestaciones; otras, alabando y ensalzando a otros: ¡Aquí tenéis a éste o aquél, qué bien atiende, con qué seguridad aprende todo! ¿Estás tú embobado? Otras veces hay que estimular por medio del ridículo: ¡Mira que simple eres! ¿No entiendes una cosa tan sencilla? ¿Estás en tu juicio? También pueden organizarse certámenes semanales o mensuales acerca del primer puesto o de algún premio de la manera que anteriormente dijimos. Pero hay que procurar que esto no sea un verdadero juego y pasatiempo, y, por lo tanto, resulte inútil, sino que el deseo de la alabanza y el miedo al vituperio o a ser expulsado sirva de poderoso estímulo a la diligencia. Por lo cual es absolutamente necesario que el Preceptor esté presente y lleve el asunto con toda seriedad y sin engaños, amonestando y castigando a los holgazanes y alabando públicamente a los diligentes.
6. Hay que hacer sentir la disciplina más severa y rigurosa a los que cometan faltas contra las costumbres. A saber: 1. Por alguna manifestación de impiedad, como blasfemia, obscenidad o cualquiera otra cosa que se estime contra la ley de Dios. 2. Por contumacia y malicia deliberada, si alguno desprecia los mandatos del Preceptor o cualquier otro superior, y conocedor de lo que debe hacer no quiere de propósito cumplirlo. 3. Por soberbia y altanería o envidia y pereza, en virtud de la cual alguno rogado por su condiscípulo rehusa ayudarle en su estudio.
7. Las faltas de la primera especie van contra la majestad de Dios; las segundas socavan la base de todas las virtudes (Humildad y Obediencia), y las de la tercera clase dificultan y retardan el aprovechamiento rápido en los estudios, Aquellas que contra Dios se dirigen son pecados y deben ser expiados con durísimo castigo; las que se cometen contra los demás hombres y contra sí mismo, son injusticias que deben corregirse con áspera enmienda, y la que va contra los libros y trabajos es mancha que se borra con la esponja de la reprimenda. En una palabra: la disciplina debe dirigirse a mantener la reverencio respecto a Dios, la afabilidad para con el prójimo y la constancia en los trabajos y ocupaciones de la vida, y afirmarías con el uso y práctica continuados.
8. El sol del cielo nos enseña el modo mejor de ejercitar la disciplina, porque da a todo lo que nace (1) siempre luz y calor; (2) a menudo la lluvia y el viento; (3) raras veces el rayo y el trueno, aunque éste es consecuencia del otro.
9. A imitación de lo cual, el director de una escuela procurará contener a la juventud en sus deberes:
1. Con ejemplos continuos, mostrándose él mismo vivo modelo de todo aquello en que pretende educarla. Si esto falta, todo lo demás es absolutamente inútil.
2. Con palabras educadoras, de estímulo o de reprimenda, teniendo especial cuidado en que, ya enseñe, ya exhorte, bien ordene, bien reprenda, procure efectuarlo ostensiblemente, con afecto paternal, para edificar a todos sin perder a ninguno. Si los discípulos no advierten este afecto claramente y no se persuaden de él, la disciplina se relajará con facilidad y los ánimos se predispondrán en contra suya.
3. No obstante, si estos procedimientos suaves no son suficientes para algunos de entendimiento tan desgraciado, habrá necesidad de recurrir a remedios más violentos, debiendo intentarse todo antes de abandonar a alguno por inepto para la educación y como caso desesperado. Tal vez hoy podrá aplicarse a muy pocos el famoso dicho: El frigio sólo se enmienda a fuerza de golpes. Por lo menos, si no al rebelde, será de gran provecho a los demás este rigor de la disciplina por el miedo que cause. Hay, sin embargo, que tener cuidado de no utilizar este procedimiento sin justa causa o con excesiva frecuencia, no sea que demos fin a los remedios extremos antes que los casos los requieran.
10. El resumen de lo dicho y de lo que podarnos decir es el siguiente: la disciplina ha de encaminarse a tener con aquellos que firmamos para Dios y su Iglesia un temple de las afecciones semejante al que Dios requiere para sus hijos, encomendados a la escuela de Cristo para que se alegren con temblor (Salmo 2.10), ocupándose de su salvación con temor y temblor (Filip. 2.12), gozándose siempre en el Señor (íd. 4.4); esto es, para que puedan y sepan reverenciar y amar a sus educadores, y no solamente dejen de buen grado que se les guíe adonde conviene guiarlos, sino que lo deseen con entusiasmo. Y este temple en los afectos no puede conseguirse por otros medios que los que ya hemos indicado: buenos ejemplos, palabras suaves y afecto sincero y franco continuamente; sólo de un modo extraordinario, fulminando y tronando con acritud, y al mismo tiempo con la intención de que la severidad motive siempre el amor en cuanto sea posible.
11. ¿Acaso (séanos permitido aclarar lo expuesto con un ejemplo), acaso ha visto alguno que el batidor de oro forme la joya deseada de un solo golpe? Nadie, seguramente. Las funde en vez de golpearías; y si les sobra algo por excesivo e inútil, no lo golpea furiosamente con el martillo el artista entendido, sino que lo va reduciendo suavemente con un martillo pequeño, o lo desgasta con la lima o lo corta con la tenaza, pero siempre con sumo cuidado, y, por último, al final no deja de pulirlo y bruñirlo. ¿Y hemos de esperar nosotros que la imagen de Dios vivo, la criatura racional, puede ser educada con irracional procedimiento?
12. También el Pescador cuando pretende efectuar la pesca en aguas profundas con una red grande no se le ocurre aplicar plomos a la red para que se sumerja hasta el fondo y la obliguen a arrastrarse por él, sino que por un lado sujeta esponjas ligeras para que por aquel lado la levanten hasta la superficie del agua. De igual manera el que intenta la pesca de las virtudes con la juventud tendrá necesariamente que deprimir la humilde obediencia por la severidad hasta el miedo, por un lado, y por el otro levantar la constancia alegre hasta el amor, por medio de la afabilidad. ¡Felices los artistas que sepan utilizar este temple! ¡Dichosa la juventud con educadores de esta clase!
13. Aquí viene bien el juicio que el gran varón D. Eilhardo Lubino, Doctor en Sagrada Teología, inserta con estas palabras en el prólogo al Nuevo Testamento, editado en griego, latín y alemán, al tratar de la reforma de las escuelas.
Otra cosa es que todo cuanto se proponga a la juventud con arreglo a su capacidad se le exija con tanta mesura que nada haga contra su voluntad, sino con entera espontaneidad y buen ánimo. Por lo cual pienso, que tanto las varas, como los azotes, no deben emplearse en las escuelas, antes bien, deben irse desterrando de ellas como instrumentos serviles que no convienen en modo alguno a los ingenuos, sino que son propios de mancipios y malos siervos. Hacen su aparición muy pronto en las escuelas, y cuanto antes deben desaparecer de ellas, no solamente por engendrar torpeza de carácter, que suele ser propia del entendimiento servil, sino por la maldad que lleva añeja las más veces: y que empleándolos a menudo como ayuda de las artes o la enseñanza, se convierten en instrumentos de crueldad y serán espadas en manos de locos furiosos con las que se matarán ellos mismos y a los demás. Hay otras clases de castigos que aplicar a los niños libres y de ánimo generoso, etc.