Si queremos reformar las escuelas conforme a las normas verdaderas del cristianismo, hemos de prescindir de los libros de los gentiles o, por lo menos, usarlos con más cautela que hasta el presente.
Tenemos necesidad extraordinaria e ineludible de conseguir por todos los medios lo que dejamos probado en el capítulo precedente. Porque si queremos tener escuelas verdaderamente cristianas, es necesario alejar de ellas la turba de doctores gentiles. Sobre lo cual, expondremos primero las causas más importantes, y después demostraremos la precaución que hay que tener con esos sabios mundanos, para hacer nuestro lo que ellos pensaron, dijeron o efectuaron rectamente.
2. El amor por la gloria de Dios y la salvación del hombre, nos fuerza a vigilar sobre esta materia, sobre todo viendo que las principales escuelas de los cristianos sólo siguen a Cristo en el nombre, teniendo, por el contrario, en gran estimación a los Terencios, Plautos, Cicerones, Ovidios, Cátulos y Tibulos, Musas y Venus. De donde se sigue que sabemos más del mundo que de Cristo, y es necesario buscar verdaderos cristianos en medio de la cristiandad. Ciertamente, porque para algunos eruditísimos varones Teólogos, peritos en la divina sabiduría, Cristo les proporciona solamente la máscara, y Aristóteles, con toda su cohorte pagana, el espíritu y la sangre. Lo cual es un horrendo abuso y una torpe profanación de la libertad cristiana, a la vez que una cosa en extremo llena de peligros.
3. En primer lugar, porque nuestros hijos nacidos en Cristo han vuelto a nacer por el Espíritu Santo; por lo tanto, deben ser hechos ciudadanos del Cielo, y dárseles, ante todo, conocimiento de las cosas celestes, Dios, Cristo, los ángeles, Abraham, Isaac, Jacob, etc. Y es conveniente hacerlo antes que todo lo demás, que habrá de suspenderse entretanto, ya por la incertidumbre de la vida para que nadie sea llevado desprevenido, ya también porque las primeras impresiones se graban profundamente y (si son tantas) hacen más firmes y seguras las que vienen después.
4. Además, DIOS, mirando por su pueblo escogido, no le señaló la escuela, sino en sus atrios; donde se constituyó en Doctor nuestro, nos hizo sus discípulos, y la doctrina, la voz de sus oráculos. Así habla por medio de Moisés: Oye, Israel, tu Señor Dios es uno solo. Así, pues, amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas. Y pondrás en tu corazón estas palabras que yo te ordeno hoy, y las narrarás a tus hijos y meditarás sobre ellas sentado en tu casa y andando por el camino, durmiendo y levantándote, etcétera. (Deuter. 6. 4., etc.) Y por Isaías: Yo soy el Señor tu Dios que te enseña lo útil y te dirige por el camino que andas (48. 17). Y en otro lado: ¿Por ventura el pueblo consultará a su Dios? (8. 19). Y Jesucristo: Escudriñad las Escrituras (Juan. 5. v. 39).
5. Que esta misma voz suya es la refulgente luz de nuestro entendimiento, la regla perfectísima de nuestras acciones y el auxilio eficaz de nuestra impotencia en uno y otras, lo atestigua suficientemente con estas palabras: ¡He aquí que yo os enseñé estos estatutos y leyes! Los observaréis y cumpliréis. Pues ésta es vuestra sabiduría y prudencia a los ojos de los pueblos que una vez que lo hayan oído, dirán: ¡Qué pueblo tan sabio y prudente es esta gente! (Deut. 4. 5. 6). Así dice también a Josué: El libro de esta ley nunca se apartará de tu boca, sino que meditarás acerca de él días y noches. Y entonces adelantarás en tus caminos, y todo te saldrá bien (Josué 1. 8). Y por David: La doctrina de Jehová es íntegra, y da fuerza al alma; testimonio veraz de Jehová, que da sabiduría a los ignorantes (Salmo 19. 8). Por último, el Apóstol afirma que la Escritura inspirada por la divinidad es útil para la doctrina, etc., para hacer perfecto al hombre de Dios (2. Tim. 3. 16. 17). Lo que igualmente conocieron y practicaron los más sabios de los hombres (quiero decir los cristianos verdaderamente iluminados). Crisóstomo dice: Todo lo que es necesario aprender o ignorar lo aprendemos en las Escrituras. Casiodoro: La Sagrada Escritura es escuela celeste, erudición vital, auditorio de la verdad, enseñanza ciertamente singular, la cual ocupa a los discípulos con fruto, no con inútil gasto de palabras, etc.
6. Expresamente prohibió Dios a su pueblo la enseñanza y costumbres de los gentiles. No aprendáis los caminos de los gentiles (dice Jeremías 10. 2). Además: ¿Acaso no está Dios en Israel, para que vayáis a consultar a Belcebú, dios de Akarón? (Rey. 1. 3). ¿Acaso el pueblo exige a su Dios la visión? ¿Consulta a los muertos por medio de los vivos? A la ley principalmente y al testimonio; si no lo dijeren conforme a esto no tendrán la luz de la mañana. (Isaías, 8. 19. 20). ¿Por qué esto, sino porque toda la Sabiduría procede de Dios y permanecerá con Él por los siglos? De la contrario, ¿a quién está reservada la raíz de la Sabiduría? (Eccl. 1. 1. 16). Aunque vieron la luz y habitación sobre la tierra, no conocieron el camino de la ciencia, ni comprendieron sus sendas, etc. No ha sido oída en la tierra de Canaam, ni vista en Theman; los hijos de Agar, que buscan la prudencia que viene de la tierra, historiadores y depuradores de la inteligencia, desconocieron la verdadera Sabiduría.
Pero el que todo lo sabe la conoció; halló el camino de la disciplina, y la entregó a Jacob, su hijo, y a Israel, su amado (Bar. 3 v. 20, 21, 22, 23, 32, 36, 37). No hizo así con gente alguna, por lo cual no conocieron sus leyes (Salmo 147.20).
7. Cuando su pueblo se apartó de su ley para entregarse a las quimeras de la humana fantasía, acostumbró Dios a reprenderle, no sólo su mal proceder al dejar la fuente de la Sabiduría (Bar. 3. ver. 12), sino su redomada malicia al despreciar el manantial de las aguas vivas y cavar cisternas disolutas que no contienen el agua (Jer. 2. 13). Y al quejarse por Oseas de que su pueblo tenga demasiado trato con los gentiles, exclama: Tomaron como cosa ajena los múltiples documentos de mi ley, que les escribí (Oseas 8. 12). ¿Y qué otra cosa hacen los cristianos que no dejan caer de su mano, día y noche, los libros de los gentiles? ¿No cuida nadie del código sagrado de Dios, como si se tratase de cosa ajena que no le afecta? Siendo así que Dios mismo asegura que no se trata de asunto insignificante que se pueda impunemente abandonar, sino de nuestra misma vida (Deut. 32. 47)
8. Por eso la verdadera Iglesia y los verdaderos devotos de Dios no erigieron ninguna escuela, sino en la palabra de Dios, para sacar de allí la verdadera y celestial Sabiduría, que está por encima de toda la del mundo. Así exclama David, hablando de sí: Con tus mandamientos me hiciste más sabio que mis enemigos y más inteligente que todos mis doctores, porque tus testimonios son mi meditación, etc. (Salm; 119. 98, etc.) Igualmente Salomón se declara el más sabio de los mortales: Dios da la sabiduría; DE SU BOCA procede la prudencia y la ciencia (Prov. 2. 6).
Así lo atestigua Sirach, en el prólogo de su libro, que su sabiduría esclarecida fue adquirida en la lectura de la ley y de los profetas. De aquí aquellas alegrías de los Santos al ver la luz en la luz de Dios (Salmo 36.49). Felices somos, oh Israel, porque conocemos lo que agrada a Dios (Bar. 4. 4). Señor, ¿a quién iremos? Tú sólo tienes las palabras de vida eterna (Juan 6. 68).
9. Los ejemplos de todos los siglos demuestran que cuantas veces la Iglesia se ha apartado de estas fuentes de Israel, otras tantas ha incurrido en errores. Ya nos es bastante conocido lo que se refiere a la Iglesia de Israel y por las lamentaciones de los profetas; en cuanto a la Iglesia Cristiana, claramente se deduce de las historias que, mientras por los Apóstoles y varones apostólicos se exhortó con la doctrina del Evangelio solamente, se mantuvo viva la sinceridad de la fe; pero en cuanto los gentiles empezaron a ingresar en la Iglesia en tropel, se enfrió el ardor primitivo y la atención en separar lo puro de lo impuro, porque empezaron a leerse con frecuencia los libros paganos, primero en privado y luego en público, originándose la mezcla y confusión de doctrinas que ahora vemos. Se perdió la clave de la ciencia aun para aquellos mismos que se jactaban de ser sus únicos poseedores; de aquí salieron infinitas opiniones erróneas por artículos de la fe; de aquí las discusiones y controversias cuyo fin aún no se vislumbra; por esto se enfrió la piedad y se extinguió la caridad y bajo el nombre de Cristianismo revivió y reina el gentilismo. Conviene tener presente la conminación de Jehová de que no tendrían la luz de la mañana los que no procurasen hablar conforme a la palabra de Jehová (Isaías, 8. 20). Por eso el Señor les infundió espíritu de sopor y cerró sus ojos a fin de que fuese toda visión para ellos como palabras de libro sellado, etc., porque temieron a Dios en los mandatos y doctrinas de los hombres, etc. (Isaías, 29. vers. 10, 11, 13, 14). ¡Oh, cuán ciertamente se cumple en éstos lo que el Espíritu Santo declaró acerca de los filósofos gentiles que se desvanecieron en sus pensamientos y se obscureció su insípido corazón! (Rom. 1. 21). Por todo lo cual, si la Iglesia ha de limpiarse felizmente de tanta hediondez, no tiene otro camino más seguro que, abandonando los seductores comentarios de los hombres, volver a las únicas puras fuentes de Israel, y buscar en Dios y su palabra la enseñanza y dirección nuestra y de nuestros hijos. De este modo llegará a efectuarse lo que ya fue predicho: que todos los hijos de la Iglesia sean enseñados por el Señor. (Isaías, 54. 13).
10. Tampoco permite nuestra majestad de Cristianos (hechos por Cristo, hijos de Dios, sacerdocio real y herederos de la vida futura), que nos rebajemos y prostituyamos tanto nosotros y nuestros hijos, hasta el punto de trabar tan estrecho consorcio con los profanos gentiles y tenerlos en tanta estimación. Ciertamente que a los hijos de los Reyes y Príncipes no suele dárseles por preceptor a un truhán, bufón o vagabundo, sino a graves, sabios y piadosos varones, y nosotros no hemos de tener reparo en escoger por preceptores para los hijitos del Rey de los Reyes, hermanitos de Cristo, herederos de la eternidad al jocoso Plauto, al lascivo Cátulo, al impuro Ovidio, al impío Luciano, escarnecedor de Dios, al obsceno Marcial y a todos los demás de esa turba, sin conocimiento de temor del verdadero Dios; la que por vivir sin esperanza de otra vida mejor y revolcarse tan sólo en el lodo de esta vida presente, no puede menos de arrastrar consigo en sus mismas inmundicias a quienes buscan su compañía. ¡Basta ya, ah; basta ya de locuras, oh, Cristianos! ¡Hagamos punto aquí! ¡Dios nos llama para cosas mejores, y es conveniente seguir a quien nos llama! Cristo, la Sabiduría eterna de Dios, abrió escuela en su morada para los hijos de Dios, en la que es Rector y supremo Director el Espíritu Santo; Profesores y Maestros los Profetas y Apóstoles, santos varones, instruidos todos en la verdadera Sabiduría, mostrando todos con su palabra y ejemplo el camino de la verdad y la salvación; en donde los discípulos son únicamente los elegidos de Dios, primicias compradas para Dios de entre los hombres por el Cordero; los Inspectores y custodios los Ángeles, y los Arcángeles, los Principados y Potestades de los cielos (Efes. 3. 10). Cuanto en ella se enseña confiere ciencia verdadera por encima de todos los raciocinios del cerebro humano, cierta, perfecta y que se extiende a todos los usos de esta vida y de la otra. Solamente la boca de Dios es la fuente de donde fluyen todos los arroyos de la Sabiduría, sólo el rostro de Dios es el luminar que esparce los rayos de la verdadera luz; sólo la palabra de DIOS es la raíz de donde proceden las semillas de la verdadera inteligencia. ¡Bienaventurados, pues, aquellos que pueden mirar el rostro de Dios, atienden a su boca, y guardan sus palabras en el corazón! Porque este es el único, solo, verdadero e inefable camino de la verdadera y eterna sabiduría, fuera del cual no hay otro.
11. No debemos pasar en silencio el rigor con que prohibió Dios a su pueblo los residuos de gentilidad y cómo amenazó a quienes no hiciesen caso de sus advertencias. Dios apartará a estas gentes de tu presencia, etc. Tú quemarás en el fuego sus estatuas; no codiciarás la plata y el oro de que están hechas, ni tomarás nada de ello para ti porque no tropieces, pues es abominación al Señor tu Dios. No introducirás en tu casa nada perteneciente al ídolo, para que no caigas en anatema, como ello mismo es. (Deut. 7. 22. 25. 26). Y en el capítulo 12: Cuando el Señor destruyo en tu presencia a esas gentes, ¡guárdate de tropezar al seguirlas! Después de destruidas, no intentes imitar sus ceremonias, diciendo: Como ellas hicieron, así haré yo. Sino por el contrario, haz solamente lo que yo te ordeno, sin aumentarlo ni disminuirlo. (Deut. 12. 29. etc.) Después de la victoria, Josué se lo recordó y aconsejó que se apartasen de los ídolos (Jos. 24. 23), y como no le hicieron caso, fueron para ellos estos resabios gentiles el lazo que les hizo caer continuamente en la idolatría hasta la destrucción de ambos reinos. ¿No nos enmendaremos y haremos más precavidos con el ejemplo ajeno?
12. Pero los libros no son los ídolos, habrá alguno que diga. A lo que responderé: Es cierto, pero son residuos de aquellas gentes, a las que Dios nuestro Señor borró de la vista de su pueblo cristiano, como en otro tiempo, pero más peligrosas aún. Entonces solamente caían en sus lazos aquellos cuyo corazón se embrutecía (Jer. 10. 14), hoy los más sabios pueden ser engañados (Col. 2. 8). Antes eran obras de las manos humanas (como Dios dice a veces para probar la necedad de la idolatría), hoy son producciones del entendimiento. Allí deslumbraban a los ojos con el resplandor del oro y de la plata; aquí ofuscan a la inteligencia con el elogio de la sabiduría carnal. ¿Y qué? ¿Niegas ahora que los libros de los gentiles son ídolos? ¿Pues quién apartó de Cristo al Emperador Juliano? ¿Quién hizo perder el juicio al Papa León X, hasta el punto de tener por fábula la historia de Jesucristo? ¿Qué espíritu inspiró al Cardenal Benito para disuadir a Sadolet de la lectura de los libros sagrados (porque no cuadraban a tan elevado varón esas futilidades)? ¿Qué es lo que precipita hoy en el ateísmo a tantos sabios italianos y de otros países? ¡Ojalá no haya en la Iglesia reformada de Cristo quienes se dejen arrastrar por Ovidio, Plauto, Cicerón, etc., que apartan de las Escrituras con su letal perfume!
13. Si se le ocurriese decir a alguien: No debe imputarse el abuso a las cosas, sino a las personas; hay cristianos piadosos a quienes en nada perjudica la lectura de los paganos, responderé con las palabras del Apóstol: Sabemos que los ídolos no son nada; pero no en todos existe ciencia (esto es discernimiento). Procurad, pues, que vuestra licencia no sea un peligro para los débiles (1. Corint. 8. 4. 7. 9). Aunque Dios misericordioso preserva a muchos de la perdición, no tenemos, sin embargo, excusa alguna, si a ciencia y paciencia toleramos estos atractivos (me refiero a las diversas invenciones del cerebro humano o de la falacia de Satanás), disfrazados con el engaño de sutileza y elegancia, cuando es evidente que han hecho perder el juicio a muchos, por no decir a casi todos, y caer en las trampas de Santanás. Obedezcamos a Dios, y no introduzcamos a los ídolos en nuestra morada; no coloquemos al Dragón junto al Arca de la Alianza, ni mezclemos la sabiduría que viene de lo alto con esta otra terrenal, animal y diabólica, ni demos el menor motivo para concitar sobre nuestros hijos la ira de Dios.
14. Tal vez pueda aplicarse aquí sin asomo de inoportunidad lo que Moisés nos refiere que ocurrió: Nadab y Abiú, hijos de Aarón, sacerdotes novicios, no suficientemente impuestos de su obligación, pusieron en sus incensarios fuego extraño, es decir, común, en vez del fuego sagrado que estaba prescrito para insensar ante el Señor, y fueron heridos por el fuego de Dios, y murieron delante de Él. (Lev. 10. 1., etcétera). ¿Qué otra cosa son los hijos de los cristianos sino un sacerdocio novicio ya consagrado para ofrecer hostias a Dios? (I. Ped. 2. 5). Y si ponemos fuego extraño en sus incensarios, que son la inteligencia, ¿no quedarán expuestos al furor de la ira de Dios? ¿Por ventura, no será extraño en un cristiano, y deberá serlo todo lo que no proceda del espíritu de Dios? Esto son la mayor parte de los delirios de los Poetas y filósofos gentiles, según nos atestigua el Apóstol (Rom. 1. 21. 22. Colos. 2. 8. 9). Jerónimo, también llama, no sin fundamento, a la Poesía, Vino de los demonios, con el que se embriagan y adormecen las inteligencias incautas y fomenta en ellas los sueños de disparatados pensamientos, peligrosas tentaciones y horrendas concupiscencias. Es conveniente guardarse de estos filtros de Santanás.
15. Si no tomásemos todas estas precauciones que Dios nos aconseja, quedaríamos muy por abajo de aquellos efesios que, tan luego como se vieron iluminados por la luz de la sabiduría divina, arrojaron al fuego todos aquellos libros de entretenimiento, que ya como Cristianos no necesitaban. (Act. 19. 19). Y la Iglesia moderna de los griegos, que aunque tiene escritos en su elegante y hermoso idioma los libros filosóficos y poéticos de sus antepasados, considerados la nación más civilizada del mundo, ha prohibido bajo pena de excomunión su lectura. A esto sin duda obedece que, no obstante haber caído en gran ignorancia y superstición por la barbarie que la invadió, se haya visto hasta ahora preservada por Dios del lodazal anticristiano de los errores. Debemos, pues imitarlos resueltamente en esto, a fin de que, con el mayor estudio de las Sagradas Letras, puedan más fácilmente desterrarse las tinieblas de confusión que aún persisten como residuos de Gentilidad; sólo en la luz de Dios se ve claridad (Salm. 36. 9). Venid vosotros, morada de Jacob, y caminemos en la luz de nuestro Dios (Isaías. 2. 5).
16. Veamos ahora los razonamientos que, contra lo que dejamos expuesto, se esfuerza en presentar la razón humana, retorciéndose a modo de una serpiente para no verse obligada a dejarse cautivar por la obediencia de la Fe y entregarse por completo a Dios. De esta manera argumenta.
17. En los libros de los Filósofos, Oradores y Poetas se contiene grandísima sabiduría. Respondo: Dignos son de la oscuridad los que apartan sus ojos de la luz. Ciertamente la lechuza considera mediodía el crepúsculo, pero los animales que nacieron para vivir en la claridad del día lo estiman de manera bien diferente. ¡Oh, vanidad humana, si buscas luz clara en las tinieblas del raciocinio humano; levanta tus ojos hacia lo alto! ¡Del cielo desciende la verdadera luz, del Padre de toda claridad! Si hay algo que brille o reluzca en lo humano, sólo son menudas chispitas que nos parecen resplandecer y ser algo al estar sumergidos en la oscuridad; pero si nos han puesto en la mano hachas encendidas (la resplandeciente palabra de Dios), ¿para qué necesitamos aquellas chispas?) Pues si discurren acerca de la Naturaleza, ¿qué hacen sino lamer el vidrio del vaso sin llegar a su contenido? En cambio, el mismo dueño de la Naturaleza narra los magnos misterios de sus obras en la Sagrada Escritura, explicando las primeras y últimas razones de todas las criaturas visibles e invisibles. Si hablan los filósofos sobre las costumbres, les ocurre lo que suele acaecer a las avecillas con las alas impregnadas de liga que aunque se agiten y muevan con grandes esfuerzos no pueden ya volar. Pero la Escritura contiene las verdaderas descripciones de las virtudes con advertencias punzantes que penetran hasta la médula de los huesos y ejemplos vivos de todas ellas. Cuando los paganos pretenden inculcarnos la piedad, sólo enseñan superstición, puesto que no están instruidos en el conocimiento de Dios y de su voluntad divina. Las tinieblas inundarán la tierra y la oscuridad cubrirá los pueblos. Dios se levanta sobre Sión, y aquí se ve su gloria (Isaías 6°. 2). Es cierto que en algunas ocasiones pueden los hijos de la luz acercarse a los hijos de las tinieblas, para que al experimentar la diferencia se confirmen con mayor alegría en el camino de la luz y tengan compasión de la oscuridad de los otros; pero preferir sus pavesas a nuestra brillante luz, es una locura intolerable e injuriosa para Dios y nuestras almas. ¿Qué provecho se obtiene de adelantar en las doctrinas mundanas y marchitarse en las divinas? Seguir las ficciones deleznables y rehusar con fastidio los divinos misterios? Hay que guardarse de tales libros y rechazarlos por amor a las sagradas letras, ya que solamente brillan con la elocuencia exterior de las palabras y se hallan por dentro vacíos de virtud y sabiduría. ¡He aquí un elogio de estos libros! Son únicamente cáscara sin almendra. El juicio que de ellos tiene Felipe Melanchton es como sigue: ¿Qué enseñan los filósofos en todo el mundo, si es que algo llegan a enseñar, sino la confianza y amor de nosotros mismos? Marco Cicerón, en los límites de los bienes y de los males, deduce toda la razón de la virtud del amor nuestro y del prójimo. ¿Cuánta hinchazón y soberbia no hay en Platón? Y me parece que no es fácil contener algo el vicio en aquella ambición platónica si cae en su lectura un entendimiento altivo y vehemente por sí mismo. La doctrina de Aristóteles es un cierto prurito de disputar en todo, para no juzgarle en último lugar entre los autores de filosofía dialéctica, etc. (En el Hipot. de Teol.)
18. Asimismo dicen: Si es cierto que no sirven para el conocimiento de la Teología, enseñan, sin embargo, la Filosofía que no puede sacarse del Sagrado Código, dedicado solamente a nuestra salvación. Respondo: La fuente de la Sabiduría es la palabra de DIOS en las alturas (Ecles. 1. 5). La verdadera filosofía no es otra cosa que el exacto conocimiento de Dios y de sus obras, que no puede aprenderse con mayor pureza que de la misma boca de Dios. Por esto, Agustín, al cantar las alabanzas de la Sagrada Escritura, se expresa como sigue: En ella está la Filosofía, porque todas las causa de todos los seres naturales están en DIOS su Creador. En ella se encierra la Ética, porque la vida honesta y feliz no se consigue sino amando lo que debe amarse y conforme debe ser amado, esto es, DIOS y el prójimo. En ella se contiene también la Lógica, porque sólo DIOS es la Verdad y la luz del alma racional. En ella estriba la más laudable salvación de la República, pues no hay mejor custodia para una ciudad que la que descansa en el sostén de la fe y segura concordia, al amar el bien común, el cual, en su suprema realidad, es DIOS. Y otros muchos también en nuestros días han demostrado que los fundamentos de todas las ciencia y artes filosóficas no se encuentran en ninguna parte con mayor exactitud que en la Sagrada Escritura, siendo en todo admirable el divino magisterio del Espíritu Santo que, aun que principalmente intenta instruirnos acerca de lo invisible y eterno, nos descubre, no obstante, poco a poco y al mismo tiempo las causas de lo natural y artificial y no prescribe reglas para pensar y obrar sabiamente en todo. De lo cual apenas si podemos hallar la menor sombra en los filósofos gentiles. Si algún teólogo escribió con manifiesta verdad que la brillante sabiduría de Salomón estuvo únicamente en llevar la ley de Dios a las cosas, escuelas y clases; si nosotros procuramos inculcar a la juventud la ley de Dios en lugar de los escritos paganos, y deducimos de ella reglas para todo género de vida, ¿qué nos vedará que esperemos que renazca en nosotros la sabiduría de Salomón, esto es, la verdadera y celestial sabiduría? Trabajemos con empeño para conseguirlo, a fin de que tengamos a nuestro alcance lo que puede hacernos instruidos hasta en aquel conocimiento externo, y como si dijéramos civil, que llamamos Filosofía. Pasaron aquellos tiempos desgraciados en que los israelitas tenían necesidad de descender a los filisteos par afilar su reja, su razón, su hacha o su sacho, porque e toda la tierra de Israel no había herrero alguno (1. Sam. 13 v. 19, 20). Pero, ¿acaso fue siempre igualmente necesario estrechar y oprimir de tal manera a los israelitas? Siendo así que esto tiene el inconveniente de que así como entonces los filisteos consentían los azadones a los israelitas, pero en manera alguna les proporcionaban espadas contra sí, ahora de igual manera podrás encontrar en la filosofía pagana silogismos vulgares para el conocimiento y adornos para la oración; pero no busques, bajo ningún aspecto, espadas y lanzas para combatir las impiedades y supersticiones. Deseemos para nosotros los tiempos de David y Salomón, en los que los filisteos estén sometidos y reine Israel disfrutando sus bienes.
19. A lo manos por la elegancia del estilo deberán leer a Terencio, Plauto y otros semejantes los que hayan de estudiar latinidad. Respondo: ¿Acaso, por igual razón, para que aprendan a hablar hacemos frecuentar a nuestros hijos las tabernas, posadas, figones, lupanares y otros parecidos lugares inmundos? Pues a fe mía, ¿por dónde sino por tales caminos llevan a la juventud Terencio, Plauto, Cátulo, Ovidio, etcétera? ¿Qué es lo que presentan a nuestros ojos sino burlas, chocarrerías, comilonas, borracheras, amores lascivos, deshonestidades, engaños de todas clases y otras cosas parecidas, de las que debe apartar la vista todo cristiano, cuando por casualidad se nos pongan delante? Pensamos que es el hombre en si poco depravado todavía para que sea conveniente enseñarle todo género de torpezas, proporcionarle estímulos y atractivos, y con deliberado propósito arrastrarle a su ruina? Me dirás: No es todo malo en esos autores. Es cierto; pero lo malo atrae siempre con mayor facilidad, y por eso es sumamente peligroso lanzar a la juventud a donde el mal está mezclado can el bien. Pues tampoco los que intentan asesinar a alguno le hacen ingerir el veneno solo, sino mezclado con los más exquisitos manjares o bebidas, y a pesar de todo el veneno ejerce su perniciosa influencia y ocasiona la muerte a quien lo toma. De igual modo el homicida antiguo, si quiere engañarnos ha de ocultar sus infernales tóxicos con la dulzura de su ingeniosa fantasía y el halago de su lenguaje; y sabiéndolo nosotros, ¿no desbarataremos tan infame maniobra? Me objetarás: No todos son impuros: Cicerón, Virgilio, Horacio y Otros son serios y honestos. Sin embargo, también son paganos ciegos que apartan del verdadero Dios las inteligencias de los lectores para dirigirlas a sus dioses y diosas (Júpiter, Marte, Neptuno, Venus, la Fortuna, etc., falsas divinidades suyas). Dios dijo a su pueblo: No recordéis el nombre de los dioses extranjeros, ni se oigan de vuestra boca (Éxodo 23. 13). Además, ¡qué confusión tan enorme de supersticiones, falsas doctrinas, concupiscencias mundanas, luchando entre sí de modos diversos! Ciertamente llenan ellos a sus discípulos de otro espíritu que el que inspira a CRISTO. CRISTO aparta del mundo; ellos sumergen más en él. CRISTO enseña la negación de sí mismo; ellos el amor propio. CRISTO nos incita a la humildad; ellos ensalzan la soberbia. CRISTO nos quiere mansos; ellos nos hacen fieros. CRISTO nos aconseja la sencillez de la paloma; ellos nos estimulan a la doblez de mil maneras. CRISTO nos predica la modestia; ellos nos entretienen en bromas. CRISTO ama a los crédulos; ellos a los suspicaces, disputadores y porfiados. Y para concluir, con pocas palabras, las mismas del Apóstol: ¿Qué comunión tiene la luz con las tinieblas? ¿Qué concordia Cristo con Belial? ¿Qué parte el fiel con el infiel? (2. Cor. 6. 14. 15). Con acierto dice Erasmo en los Símiles: la abeja se abstiene de libar en las flores marchitas; por lo mismo no hay que coger libro que tenga pestilentes doctrinas. Y en otra parte; Lo mismo que es completamente seguro dormir sobre los tréboles, porque dicen que en esta hierba no pueden ocultarse las serpientes, así debemos manejar aquellos libros en los que no hay temor de veneno alguno.
20. Pero, además, ¿qué es lo que tienen los escritores profanos que no se halle en nuestros sagrados autores? ¿Son por ventura, ellos solos los que nos muestran las elegancias del lenguaje? Perfectísimo artífice de la lengua es el que nos la concedió, el Espíritu de DIOS, cuyas palabras, según los santos de Dios nos revelan, son más dulces que la miel, más penetrantes que una espada de dos filos, más ardientes que el fuego que funde los metales y más fuertes que el martillo que desmenuza las piedras. ¿Son únicamente los gentiles, quienes nos refieren, historias memorables? Lleno está nuestro sagrado Código de las más verdaderas y maravillosas. ¿Son ellos tan sólo los que nos ofrecen tropos, figuras, alusiones categorías enigmas y apotemas? Gran cúmulo de todo ello poseemos nosotros. Viciosa es la imaginación que prefiere el Abana y Farfar, ríos de Damasco al Jordán y las aguas de Israel (4. Rey. 5. 12). Legañosos los ojos a los que el Olimpo, el Helicón y el Parnaso ofrecen mayor hermosura que el Sinaí, Sión, Hermón, Tabor y Oliveto. Sordos los oídos para los que suena mejor la lira de Orfeo, Homero o Virgilio que la cítara de David. Corrompido el paladar que encuentra mejor gusto en el falso néctar y ambrosía y las fuentes de Castalia que en el maná verdadero y las fuentes de Israel, Perverso el corazón que encuentra mayor delicia en los nombres de los dioses y diosas, las musas y las tres gracias que en adorar el santo nombre de JEHOVÁ, Dios de los ejércitos, de Cristo nuestro Salvador y de los Dones del Espíritu Santo. Ciega la esperanza que se extiende mejor por los Campos Elíseos que por los jardines del Paraíso. Todo es allí fábula y sombra de verdad aquí todo es realidad y la verdad misma.
21. Cierto es que ellos contienen elegancias que son a propósito para nosotros y frases, refranes y sentencias morales y honestas; pero, ¿hemos de entregarlos a nuestros hijos solamente por esos adornos? ¿Acaso es lícito despojar a la egipcios y vestirse con sus adornos? No sólo es lícito, sino conveniente, por mandato de Dios (Exodo 3. 22). A la Iglesia corresponde de derecho toda la propiedad de las gentes. Necesario es, por tanto, me dirás, conocer todo esto para apoderarnos de ello. A lo cual te contesto: Manasés y Efraín para ir a ocupar la tierra de los gentiles, para Israel, llevaron a los varones armados solamente, dejando en lugar seguro los niños y la multitud débil e inerme (Jos. 1. 14). Hagamos nosotros lo mismo. Aprovechemos los varones ya firmes robustos en la erudición, juicio y piedad cristiana todo lo que deba ser tomado a los escritores gentiles; pero no expongamos a sus peligros a la juventud. ¿Por qué, si pueden destrozarla, herirla o esclavizarla? ¡Hartos ejemplos tenemos, por desgracia, de muchos a quienes la filosofía de la turba pagana apartó de Cristo y precipitó en el ateísmo! Más seguro hubiera sido enviar gente bien armada que se hubiese apoderado de todo el oro, plata y cuanto de precioso tengan estos malditos con el divino anatema y lo distribuyesen en la heredad del Señor. ¡Oh, quiera Dios revelar heroicos ingenios que diseminen por los jardines de la Filosofía cristiana todas las florecillas de las elegancias recogidas por aquellos vastos desiertos, a fin de que no haya nada que desear entre nosotros!
22. Finalmente, si alguno de los gentiles ha de ser admitido, séalo Séneca, Epicteto, Platón y otros parecidos maestros de virtudes y honestidad en los cuales hay menos supersticiones y errores que hacer notar. De esta opinión fue el gran Erasmo, que al probar que la juventud cristiana debe nutrirse en los mismos libros sagrados, añade al final:
Que si hubiera que detenerse en los libros profanos, preferiría que se hiciese en aquellos que son más afines a los libros misteriosos. (Erasmo en Comp. Teol.) Pero aun éstos no se deberían entregar a la juventud, sino cuando ya tuviese su espíritu firme en el cristianismo, y además bien corregidos antes, para suprimir los nombres de los dioses y cuanto en ellos huela a superstición. Con esta condición DIOS permitió tomar por mujeres a las vírgenes paganas, si se rapaban los cabellos y cortaban sus uñas (Deut. 21. 12). Para que claramente se nos comprenda no es que prohibamos a los cristianos en general los escritos de los profanos, puesto que no ignoramos el privilegio celestial que Jesucristo concedió a los que creen en Él (nótalo bien, los que ya creen en Él) de manejar impunemente las serpientes y los venenos (Marc. 16. 18), sino que rogamos y queremos precaver que no sean arrojados a estas serpientes los hijitos de Dios con su fe todavía tierna ni ofrecerlos temerariamente ocasiones de ingerir aquellos venenos. Con la leche pura de la palabra divina deben ser alimentados los hijitos de Dios, ha dicho el Espíritu de Cristo (1. Pet. 2. 2. — 2. Tim. 3. 15).
23. Pero aun dicen los que defienden incautamente la causa de Satanás contra Cristo que los libros de la Sagrada Escritura son demasiado difíciles para la juventud, por lo cual hay que proporcionar otros libros hasta que crezca su juicio.
Respondo: 1º El lenguaje de los que así afirman revela que desconocen la Sagrada Escritura y el poder de Dios, y lo demuestro de tres maneras: Primero, conocida es la historia de Timoteo, célebre músico de la antigüedad, que siempre que admitía un nuevo discípulo acostumbraba a preguntarle si había tenido ya otro maestro para empezar su enseñanza. Si la contestación era negativa, le recibía por un médico estipendio; si era afirmativa, doblaba el precio, porque decía que era doble su trabajo, puesto que había que hacerle olvidar lo mal aprendido y volvérselo a enseñar bien. Teniendo nosotros a Jesucristo, doctor y maestro de todo el género humano, fuera del cual nos está prohibido buscar otro (Mat. 17. 5; 23. 8), y que dijo: Dejad que los niños se acerquen a mí, y no se lo impidáis (Marc. 10. 14). ¿Intentaremos guiarlos de otro modo contra su voluntad? Acaso hemos temido que Cristo estuviese ocioso enseñándolos fácilmente sus costumbres, y, por lo tanto, los llevaremos primeramente por las escuelas ajenas de aquí para allí, como antes dije, por las tabernas, posadas y otros estercoleros, y una vez corrompidos e infectos los llevaremos a Cristo para que los reforme. ¿Qué es lo que proponemos a esta juventud desgraciada y por su parte inocente? O tener que emplear toda su vida en la tremenda empresa de enmendarse de todo aquello que en su primera edad aprendían, o apartarse completamente de Cristo y entregarse a Satanás para ser educada. ¿No será abominable a Dios lo que está consagrado a Moloch? Todo esto es horrible; pero no por eso es menos verdadero. Yo ruego encarecidamente, por la misericordia de Dios, que ya por fin y con todo empeño atiendan a esto los Magistrados cristianos y Rectores de las iglesias, para que la juventud cristiana, nacida para Cristo y consagrada por el Bautismo, no continúe por más tiempo siendo ofrecida a Moloch.
24. Es falso lo que están repitiendo siempre, que la Escritura es demasiado sublime y excede a la capacidad de la edad infantil. ¿Acaso Dios no entendió que su palabra es acomodada a nuestro entendimiento? (Deut. 31. 11. 12. 13). ¿Por ventura, no asegura David que la ley del Señor confiere sabiduría a los párvulos? (Fíjate bien, a los párvulos). (Salmo 19. 7). ¿Es que no dice Pedro que la palabra de Dios es leche para regenerar a los infantes del Señor, que se les da para que mediante ella crezcan y se desarrollen? (1. Pet. 2. 2). ¡He aquí que el divino jugo, suavísimo, dulcísimo y saludable en extremo, alimento para los párvulos de Dios, recién engendrados, es la palabra de Dios! ¿Cómo nos complacerá contradecir a Dios, mucho más cuanto que la doctrina de los gentiles en vianda dura, que necesita dientes, y aun los rompe? Por eso el Espíritu Santo, por boca de David, invita a los párvulos a su Escuela: Venid, hijos, oídme; os enseñaré el temor de Dios (Salmo 34. 11).
25. Por último, es cierto que hay profundidades en la Sagrada Escritura, lo confesamos; pero de tal naturaleza, que en ellas se hunden los elegantes y nadan los corderos; como dice Agustín con gran elegancia, cuando quiere hacer resaltar la diferencia entre los sabios mundanos que, llenos de presunción, intentan penetrar en las Escrituras y los párvulos de Cristo que a ellas se acercan con espíritu dócil y humilde. ¿Pero qué necesidad hay de lanzarse desde el primer momento a alta mar? Puede llegarse por grados. Primeramente recorreremos las riberas de la enseñanza catequística, caminando por lo más breve, aprendiendo sagradas historias, sentencias morales y cosas parecidas que no estén fuera de su alcance, pero que sirvan para llegar a lo más difícil que viene después. Más adelante ya estarán en disposición de bucear en los misterios de la fe. De este modo, instruidos desde la infancia en las Sagradas letras, estarán más fácilmente preservados de las corruptelas mundanas, y se harán sabios para su salvación por la fe que hay en Jesucristo (2. Tim. 3. 15). En efecto, es imposible que deje de influir el Espíritu de la gracia para encender la luz de la verdadera sabiduría, y mostrar con claridad los caminos de la salud en todo aquél que se entrega a Dios y rendido a los pies de Cristo, aplica sus oídos a la sabiduría que viene de arriba.
26. Por lo contrario, aquellos autores (Terencio, Cicerón, Virgilio, etc.), ofrecidos a la juventud cristiana en vez de la Biblia, son precisamente, como dicen que es la Sagrada Escritura, difíciles en extremo, y menos inteligibles para los jóvenes. Y es que no están escritos para los muchachos, sino para los hombres adultos que frecuentan la escena o el foro. Ni tampoco aprovechan a los demás, como lo revela ello mismo. En efecto, cualquier varón ya formado, y que esté habituado a negocios viriles, sacará más provecho de una lección de Cicerón que un niño, aunque se lo aprenda todo a la mayor perfección. ¿Por qué, pues, no han de diferir el conocerlo para su tiempo oportuno aquellos a quienes interesa, si es que de veras les interesa? Mayor importancia tiene la consideración que anteriormente hicimos de que en las escuelas cristianas deben formarse ciudadanos para el cielo, no para el mundo; y, por tanto, hay que procurarlos Maestros que inculquen más lo celestial que lo terreno, más lo santo que lo profano.
27. Concluyamos, pues, con las palabras angélicas: No puede sostenerse humano edificio en el lugar en que comienza a levantarse la ciudad del Altísimo (4. Efd. 10. 54). Y puesto que Dios quiere que nosotros seamos Árboles de justicia y plantaciones de Jehová, donde Él sea glorificado (Isaías 61. 3), no conviene que nuestros hijos sean arbolillos de la plantación aristotélica o platónica, de Plauto o de Tulio, etc. Por lo demás, la sentencia ya está pronunciada: Toda plantación que no haya plantado mi Padre celestial, será arrancada de raíz (Mat. 15. 13). Horrorízate si no cesas de hablar y dejarte guiar contra la ciencia de Dios (2. Cor 10. 5).