CAPÍTULO XXIV

MÉTODO DE INCULCAR LA PIEDAD

1. Aunque la PIEDAD es un don de Dios y nos viene del cielo, siendo maestro y doctor de ella el Espíritu Santo; como éste obra ordinariamente por medios ordinarios y elige como auxiliares suyos a los padres, preceptores y ministros de la Iglesia para que planten y rieguen con sumo cuidado las plantas del Paraíso (1. Cor., 3. 6, 8), es necesario que éstos conozcan el fundamento de sus obligaciones.

2. Anteriormente hemos explicado lo que quiere decir el nombre de Piedad: esto es, que (instruidos rectamente sobre las materias de la Fe y la Religión) sepa nuestro corazón buscar a Dios (a quien la Sagrada Escritura llama escondido, Isaías, 45. 15, y rey invisible, Hebreos, 11. 27, es decir, que se oculta con el velo de sus obras, y presente invisiblemente en todo lo visible lo rige también de moda invisible); donde quiera que lo halle, seguirle, y una vez seguido, gozarle. Lo primero se hace con el entendimiento, la segundo con la voluntad y lo tercero con el placer de la conciencia.

3. Buscamos a Dios comprobando las huellas de su divinidad en todo lo creado. Seguimos a Dios entregándonos por entero a su voluntad en todo, tanto para obrar coma para padecer lo que fuere su beneplácito. Gozamos a Dios descansando en su amor y favor de tal manera, que nada pueda haber ni en el Cielo ni en la Tierra que nos sea más deseable que Dios mismo; nada más agradable que pensar en Él; nada más dulce que su amor, de modo que se inflame nuestro corazón en amor suyo.

4. Para saciar por completo este afecto tenemos una fuente triple y tres también son los modos o grados de beber de ella.

5. Las fuentes son: LA SAGRADA ESCRITURA, EL MUNDO y NOSOTROS MISMOS. En lo primero, la palabra de Dios; en la segunda, sus obras; en nosotros, su inspiración. Está fuera de duda que puede sugerirnos la Sagrada Escritura el conocimiento y el amor de Dios. En cuanto al mundo, la prudente observación de las admirables obras divinas despierta en nosotros el sentimiento de la piedad, como lo confirman los mismos gentiles, los cuales fueron arrebatados a la veneración de la divina inteligencia por la sola contemplación del mundo. Lo prueba el ejemplo de Sócrates, Platón, Epicteto, Séneca y otros; aunque este amor fuese imperfecto y apartado de su fin, en hombres que no estaban ayudados por la divina revelación. Pero aquéllos que buscan con empeño el conocimiento de Dios en sus palabras y obras, quedan abrasados de ardiente amor, como vemos en Job, Eliu, David y otros piadosos varones. Lo que también se revela en su particular providencia con nosotros mismos (que admirablemente nos forma, nos conserva y nos dirige), como David (salmo 139) y Job (capítulo 10) demuestran con su ejemplo.

6. El modo de obtener la Piedad de estas tres fuentes es igualmente triple: Meditación, Oración y Prueba o tentación. Lutero afirmó que estas tres formaban al Teólogo, pero también podemos decir que solamente estas tres forman al Cristiano.

7. Meditación es la frecuente, atenta y devota consideración de las obras, palabras y beneficios de Dios: cómo suceden todas las cosas con el beneplácito divino (ya operante, ya permitente) y por qué caminos tan admirables llegan a sus fines las decisiones de la divina voluntad.

8. Oración es la frecuente y en cierto modo perpetua plegaria a Dios, y la imploración de su misericordia para que nos sostenga y nos dirija con su espíritu.

9. Tentación o prueba es la exploración frecuente de nosotros mismos para mayor aprovechamiento en la virtud, bien se efectúe por nosotros o por otros, en lo que consisten cada una en su estilo, las tentaciones humanas, diabólicas y divinas. Pues el hombre debe tentarse a sí propio, si está en fe (2 Corintios 13.5), y con qué cuidado ejecuta la voluntad de Dios, y también es necesario que seamos probados por los hombres, amigos y enemigos. Lo cual se realiza cuando los que nos dirigen investigan con vigilante atención y por medios patentes u ocultos cuánto hemos aprovechado; y cuando Dios coloca a nuestra diestra un adversario que nos obliga a refugiarnos en Él y nos hace ver la firmeza de nuestra fe. Finalmente, Dios suele enviarnos al mismo Satanás, o le permite levantarse contra el hombre, para que se descubra lo que hay en su corazón. Todas estas cosas deben ser inculcadas a la juventud cristiana, para que, mediante todo cuanto existe, se hace y ha de venir, se acostumbren todos a elevar su espíritu a Aquél que es el principio y fin de todo y hallar descanso a sus almas en Él sólo.

10. Este método especial puede expresarse en las 21 reglas siguientes:

El cuidado de inculcar la piedad debe comenzar en la primera infancia.

No solamente porque diferirlo no es práctico, sino porque es peligroso. La razón misma nos aconseja que conviene hacer antes lo que es primero, y con mayor empeño lo que tiene más importancia. Y ¿qué es lo que tiene mayor importancia y es antes que la Piedad, sin la cual todo otro ejercicio, sea el que fuere, es de escaso valor, y ella sola tiene la promesa de esta vida presente y de la venidera? (1. Tim 4.8) Lo ÚNICO NECESARIO es buscar el Reino de Dios (Luc. 10. 42.), que a quien por él se afana todo lo demás le será dado por añadidura (Mat. 6.33). También es peligroso diferirlo, porque si las almas de los párvulos no son criadas en el amor de Dios, con mayor facilidad sobrevendrá el desprecio tácito de la divinidad y la irreligión en el transcurso de la vida pasada, sin cuidado de Dios, durante algún tiempo, hasta el punto de que, después, sólo con gran trabajo, o tal vez nunca, podrá lograrse la enmienda.

Así, el Profeta, dolorido por el horrendo diluvio de impiedad que inundaba su pueblo, dice que no quedaba nadie a quien Dios enseñase, fuera de los apartados y quitados de los pechos, esto es, los párvulos (Isaías 28. 9). De otros, dice otro Profeta, que no podían ser corregidos para obrar bien, porque estaban habituados a obrar mal (Jerem. 13.23).

11. Desde que por vez primera saben usar sus ojos, lengua, manos y pies, deben aprender a mirar a los cielos, a tender sus manos hacia lo alto, a nombrar a Dios y a Cristo, a doblar la rodilla ante su invisible majestad y a rendirla toda veneración.

No son los niños tan incapaces de esto como imaginan aquellos que tratan este asunto con negligencia, sin tener en cuenta cuán necesario es librarnos de Satanás, del Mundo y de nosotros mismos. Aunque al principio no entiendan lo que hacen, ya que es endeble todavía el uso de su razón, sin embargo es conveniente que aprendan a ejercitarse con el uso para que sepan qué debe hacerse. Después que con el ejercicio hayan aprendido lo que deben hacer, con mayor facilidad podrá inculcárseles lo que inmediatamente sigue, que empiecen a comprender lo que se hace por qué y cómo puede hacerse rectamente. Dios mandó en su ley que se le dedicasen todas las primicias, ¿por qué no, también, las primicias de los pensamientos, lenguaje, movimientos y acciones nuestras?

12. A medida que los niños puedan ir siendo educados, debe, ante todo, hacérseles comprender que no estamos aquí por esta vida, sino que tendemos a la eternidad; esto solamente es un tránsito, a fin de que, convenientemente preparados, seamos dignos de entrar en las eternas mansiones.

Lo cual es muy fácil de enseñar mediante los ejemplos cotidianos de aquellos a quienes nos arrebata la muerte y pasan a la otra vida, lo mismo niños que adolescentes, jóvenes o ancianos. Con frecuencia se debe recordar todo esto, a fin de inculcar la consideración de que nadie puede, en modo alguno, fijar aquí su morada.

13. Como consecuencia de lo anterior, se les debe hacer observar que nada debe hacerse aquí sino prepararse para la vida que sigue.

De lo contrario, sería necio preocuparse de cosas que hemos de dejar, y descuidar en cambio las que han de acompañarnos por toda una eternidad.

14. Hay que enseñarlos que la vida a la que van los hombres desde ésta, es de dos modos: bienaventurada, con Dios, y desgraciada, en el infierno, y una y otra por toda la eternidad.

Con el ejemplo de Lázaro y del Epulón, cuyas almas fueron llevadas, la del primero, al cielo, por los ángeles, y la del segundo, al infierno, por los demonios.

15. Dichosos una y mil veces son aquellos que disponen su vida de tal modo que son considerados dignos de ir a Dios.

Pues fuera de Dios, fuente de luz y de vida, sólo hay tinieblas, horrores, tormentos y perpetua muerte sin muerte; que más valdría no haber nacido a quienes se apartaron de Dios y se precipitaron en el abismo del destierro eterno.

16. Serán, ciertamente, llevados a DIOS los que aquí dirigen sus pasos con ÉL.

Como Enoch y Elías, vivos ambos y otros después de su muerte (Génesis 5. 24, etc.).

17. Dirigen sus pasos con Dios quienes siempre le tienen ante su vista, le temen y guardan sus mandamientos.

Esto afecta al hombre entero (Eclesiastés 12. 15). Lo que Jesucristo afirmó que era la única cosa necesaria (Lucas 10. 42). Todos los cristianos deben aprender a tenerlo siempre en la boca y en el corazón, a fin de que no se preocupen demasiado con la afanosa Marta de los cuidados de esta vida.

18. Así, pues, todo cuanto en este mundo ven, oyen, tocan, hacen y padecen, deben acostumbrarse a dirigirlo a Dios, ya inmediata, ya mediatamente.

Lo aclararemos por medio de ejemplos. Los que se aficionan a los estudios literarios o a la vida contemplativa deben entregarse a ello para admirar por doquier el poder, sabiduría y bondad de Dios, y por este medio encenderse en su divino amor, uniéndose a Él en este amor más y más para no separarse en toda la eternidad. Aquellos que emprenden trabajos externos, la agricultura, oficios, etc., y en ello buscan el pan y todo lo demás necesario para la vida, a fin de vivir cómodamente, deben emplear esta vida cómoda en servir a Dios con tranquila y alegre conciencia, sirviéndole agradarle, y agradándole unirse a Él eternamente. Los que se conducen con las cosas con otros fines se apartan de la intención de Dios y de Dios mismo.

19. Desde la primera edad hay que aprender a ocuparse cuanto sea posible en todo aquello que conduce inmediatamente a Dios: la lectura de la SAGRADA ESCRITURA, el ejercicio del culto divino y las buenas obras externas.

La lectura de la Sagrada Escritura excita y aumenta el recuerdo de Dios; el ejercicio del culto divino revela al hombre la presencia de Dios y le une a Él; las buenas obras afirman esta unión, porque hacen ver que caminamos por los mandatos divinos. Estas tres cosas deben ser recomendadas seriamente a los candidatos a la Piedad (que es toda la juventud cristiana, consagrada a Dios por el Bautismo).

20. Por lo tanto, la Sagrada Escritura debe ser el principio y el fin en las escuelas cristianas.

Hyperio afirmó que el teólogo nace en la Escritura, y vemos también que el Apóstol Pedro lo amplía más al repetir en muchos lugares que los hijos de DIOS nacen de incorruptible semilla, por la palabra de Dios vivo y perpetuo para siempre (1. Pedro 1. 23). Así, pues, en las escuelas cristianas debe ocupar este libro de Dios el primer lugar sobre todos los demás libros, para que con el ejemplo de Timoteo, todos, todos, todos los cristianos adolescentes, instruidos desde niños en las letras sagradas, se hagan sabios para su salvación (2. Timot. 3.15), nutridos con las palabras de la fe (1. Tim. 4. 6). Con gran belleza disertó en su tiempo Erasmo acerca de esto en su Paraclesis, esto es, exhortación para el estudio de la Filosofía cristiana. La Sagrada Escritura, dice, se aplica a todos igualmente; se acomoda a los párvulos, atemperándose a su capacidad, alimentándolos con la leche nutriéndolos y sustentándolos, haciendo todo hasta que nos hagamos grandes en Cristo. Y lo mismo que no deja a los ínfimos, es también admirable para los mayores. Es pequeña con los pequeños, es sumamente magna con los grandes. No desdeña ninguna edad, ningún sexo, ninguna fortuna, ninguna condición. No es más común y útil a todos el sol que la doctrina de Cristo. No aparta de sí a ninguno, a no ser que él mismo se separe en su daño, etc. Añade: ¡Ojalá que todo esto se difundiese en las lenguas de todas las gentes para que pudiesen leerlo y conocerlo, no sólo los escoceses e irlandeses, sino los turcos y sarracenos! ¡Realícese, que aunque muchos se rían, otros tantos seguramente lo aprovecharán! ¡Ojalá cantase algo de esto el labrador que guía la esteva! ¡Ojalá el tejedor lo recitase entre los telares! ¡Y el caminante distrajese con ello la pesadez del camino! ¡Y todas las conversaciones de los cristianos versasen acerca de esto! Somos de ordinario lo que revelan nuestras diarias ocupaciones. Coja cada uno lo que pueda, y exprese lo que le sea posible. El que está detrás, no envidie al que va delante, y el que está antes, anime al que le sigue, no le desprecie. ¿Por qué hemos de limitar a unos pocos lo que debe ser profesado por todos? Y al final: Cuantos en el Bautismo hemos prometido sobre las palabras de Cristo (si lo juramos de verdad) debemos ser instruidos en los dogmas de Jesucristo entre los brazos de nuestros padres y en el regazo de nuestras madres. Profundísimamente se siembra y con tenacidad arraiga lo que llena por vez primera la vasija nueva del alma. El primer balbuceo sirva para nombrar a Cristo; en su Evangelio se forme la primera infancia, que yo desearía que se explicase para ser amado por los niños. Sobre esto versen sus estudios hasta que con tácitos aumentos crezcan en el varón robusto en Cristo. ¡Dichoso aquél a quien la muerte sorprende en estas enseñanzas! Procurémoslas todos con ansia; abracémoslas y besémoslas; dediquémonos a ellas con ahínco, y en ellas muramos y seamos transformados, ya que las costumbres siguen a las enseñanzas, etc.

El mismo Erasmo, en el Compendio de Teología, dice: No ha sido inútil a mi ciencia el aprenderme a la letra los libros divinos, y al no entenderlos, con el autor Agustín, etc.

Así, pues, en las escuelas cristianas no deben estar Plauto, ni Terencio, ni Ovidio, ni Aristóteles, sino Moisés, David, Jesucristo; y deben idearse los modos en virtud de los cuales la Biblia sea tan familiar como el alfabeto a la juventud consagrada a Dios (todos los hijos de los cristianos son santos, 1. Cor. 7.14.) Así como se construye toda oración con los sonidos y caracteres de las letras, así la estructura completa de la Piedad y Religión se forma con los elementos de las letras divinas.

21. Todo lo que se aprenda en la Sagrada Escritura deberá referirse a la Fe, la Caridad y la Esperanza.

Estos son los tres supremos órdenes a que se reduce todo lo demás con que hemos visto que Dios se manifiesta a nosotros. La primera nos da la revelación para que sepamos; la segunda manda para que hagamos, y la última nos promete para que esperemos en su benignidad en esta vida y en la futura. Nada hay en toda la Sagrada Escritura que deje de incluirse en alguno de estos tres capítulos. Por lo cual, deben todos ser enseñados a entenderlos para saber discurrir fundadamente acerca de los divinos oráculos.

22. Hay que enseñar prácticamente la Fe, la Caridad y la Esperanza.

Desde el primer momento es necesario formar cristianos prácticos, no teóricos, si pretendemos que sean verdaderos cristianos. La religión es cosa viviente, no fingida, y debe revelar efectivamente su vitalidad, de igual manera que germina la simiente colocada en tierra buena. Por esto la Escritura requiere una fe eficaz (Galat. 5. 6), sin lo cual la denomina muerta (Sant. 2. 20), exigiendo también esperanza viva (1. Ped. 1. 3). De aquí aquella voz tan frecuente en la ley al comunicar desde el cielo lo que se revelaba, para que lo hagamos. Y Jesucristo: Si sabéis estas cosas, bienaventurados seréis sí las hiciéreis. (Juan 13. 17 )

23. La Fe, la Caridad y la Esperanza serán fácilmente enseñadas a practicar, si acostumbramos a los niños (y a todos) a creer con firmeza lo que Dios nos revela, a ejecutar lo que nos manda y a esperar lo que nos promete.

Hay que hacer notar e inculcarlo diligentemente en la juventud, que si quieren que la palabra de Dios sea en ellos fuerza divina para su salvación, deben ofrecer su corazón humilde y devoto, dispuesto siempre y en todo a someterse a Dios y sometiéndose ya de hecho. Como el sol no comunica su luz sino a quien no quiere abrir sus ojos, ni los manjares nutren a quien se niega a comerlos, así la luz divina transmitida a las inteligencias; los mandatos que subordinan nuestras acciones y la bienaventuranza prometida a los que temen a Dios, serán en vano si no los rodeamos con fe expedita, ardiente caridad y firme esperanza. De igual manera que Abraham, padre de los creyentes, creía hasta lo increíble a la razón humana, teniendo confianza en las palabras de Dios; ejecutando lo que era penosísimo para la débil carne (como fue abandonar su Patria y sacrificar a su hijo, etc.), siguiendo los mandatos de Dios y confiando en sus promesas, esperaba basta lo que parecía no poder esperarse. Esta fe tan viva y eficaz le fue premiada en justicia. Todo lo cual hay que demostrar a los que se entregan a Dios para que lo experimenten en sí mismos y lo observen continuamente.

24. Todo aquello en que instruyamos a la juventud cristiana después de las Escrituras Sagradas (Ciencias, Artes, lenguas, etc.), debemos enseñarlo subordinándolo a dichas Escrituras, para que se pueda advertir y ver claramente que todo es simple vanidad si no se encamina a Dios.

Es alabado Sócrates, entre los antiguos, porque aplicó a las costumbres las desnudas y espinosas especulaciones filosóficas, y los Apóstoles procuraron llevar a los cristianos a la dulce caridad de Cristo, desde las intrincadas cuestiones de la ley (1. Tim. 1. 5. 6. 7., etc.), del mismo modo que algunos piadosos teólogos modernos tornan al cuidado y práctica de la conciencia desde las perplejas controversias, que más destruyen que robustecen a la Iglesia. ¡Oh, compadézcase Dios de nosotros y nos haga encontrar un procedimiento general, mediante el cual sepamos encaminar con eficacia a Dios todo cuanto llena el humano entendimiento fuera de Él, y enderezar a la consecución de la vida celestial todos los negocios de esta humana vida en que el mundo está engolfado! ¡Ésta sería la verdadera escala sagrada, por la que subirían sin trabajo nuestras inteligencias basta aquel supremo y eterno Gobernador de todas las cosas, inagotable manantial de la verdadera bienaventuranza!

25. Todos deben ser enseñados a practicar religiosamente el culto divino, tanto interno como externo, para que ni el interno se enfríe sin el externo, ni éste degenere en hipocresía sin el primero.

El culto externo de Dios es la oración acerca de Él, la predicación y explicación de su palabra, la adoración de rodillas, el cántico de sus alabanzas en los himnos, el uso de los sacramentos y otros ritos sagrados, tanto públicos como privados. El culto interno es el pensamiento perpetuo de la Presencia divina, el temor y amor de Dios, la abnegación y resignación propias en sus manos, en una palabra, la voluntad decidida de hacer y padecer cuanto agrade al Señor. Uno y otro culto debe practicarse conjuntamente, no por separado; no solamente por ser de justicia glorificar a Dios con nuestro cuerpo y nuestra alma, que son suyos (1. Cor. 6. 20.), sino porque no pueden separarse sin gran peligro. Dios aborrece los ritos externos, sin la veraz intención interna. ¿Quién pide esto de vuestras manos?, etc. (Isaías 1. y en otros lugares). Y porque Dios es espíritu y quiere ser adorado con espíritu y verdad (Juan 4.) Además, como nosotros no somos únicamente espirituales, sino dotados de cuerpo y sentidos, es necesario estimular externamente a nuestros sentidos, para que hagan lo que internamente ha de hacerse con espíritu y verdad. Por lo tanto, aunque Dios exige principalmente la adoración interna, nos ordena juntamente la externa, y quiere que se guarde. El mismo Cristo, aunque liberó de ceremonias el culto del Nuevo Testamento, enseñó que había de servirse a Dios con espíritu y verdad. Adoraba al Padre con el rostro inclinado, y pasaba noches enteras en aquella adoración; frecuentaba los lugares sagrados, oía e interrogaba a los Doctores de la ley; predicaba la palabra de Dios; cantaba sus himnos, etc. Al educar a la juventud para la religión, hemos de hacerlo íntegramente, externa e internamente para no formar o hipócritas, es decir, superficiales, fingidos, simulados devotos de Dios, o fanáticos, aferrados a sus delirios y destructores del decoro y orden de la Iglesia, con desprecio del ministerio externo, o, por último, tibios, si en ellos el culto externo no sirve de estímulo al interno, ni éste da vida al exterior.

26. Hay que acostumbrar con todo cuidado a los niños a la práctica de las obras externas, ordenadas por la divinidad, para que sepan que el verdadero cristianismo consiste en manifestar la fe por medio de las obras.

Estas obras exteriores son la templanza, justicia, misericordia y paciencia, cuyo ejercicio no debe jamás ser interrumpido. Si nuestra fe no produce tales frutos, será señal de que está muerta (Sant. 2) — Pero conviene que esté viva, si ha de salvarnos.

27. También aprenderán a distinguir con precisión los límites de los beneficios y juicios de Dios, para que sepan usar legítimamente de todos, sin abusar de ninguno.

Fulgencio (Ep. 2. a Gala) divide en tres clases los beneficios de Dios. Unos dice que son eternamente duraderos; otros sirven para alcanzar la eternidad, y otros, por último, solamente para el uso de la vida presente. Los de la primera clase son: el conocimiento de Dios, el gozo en el Espíritu Santo y la caridad divina que se derrama en nuestros corazones. De la segunda clase dice que son: la fe, la esperanza y la misericordia para con el prójimo; y de la tercera, la salud, riquezas, amigos y todo lo demás externo, que por sí no hacen al hombre ni feliz ni desgraciado.

De igual manera, los juicios o castigos divinos son de tres géneros: Unos (a los que Dios perdona en la eternidad) los sufren en esta vida y se ejercitan con su cruz para purificarse y limpiarse (Dan. 11. 35.-Apoc. 7. 14.), como ocurrió. Otros son tolerados aquí para ser castigados en la eternidad, como el rico Epulón. Las penas de otros empiezan en esta vida, para continuar después en la otra, por siempre jamás, como acaeció a Saúl, Antioco, Herodes, Judas, etc. Deben enseñarse los hombres a establecer verdadera distinción en todas las cosas, a fin de que no antepongan las que sólo a esta vida respectan, engañados por los bienes sensuales; deben también temer, no tanto los males presentes, sino los del infierno, no sólo aquello que puede matar el cuerpo y no tiene poder para más, sino lo que puede perder el cuerpo y arrastrar el alma a la eterna perdición (Luc. 12).

28. Adviértase que el camino más seguro de esta vida es el camino de la cruz, por lo cual Cristo es en ella el guía de la vida, invita a los demás a su cruz y guía con ella a aquellos a quienes ama.

El misterio de nuestra salvación terminó en la cruz y tiene su fundamento en ella: esto es, que en ella debe mortificarse el viejo Adán para que viva el nuevo conforme por Dios fue creado. Así, pues, Dios castiga y en cierto modo crucifica con Cristo a aquellos a quienes ama para que, resucitados con el mismo Cristo, puedan ser colocados a su diestra en los cielos. Y como la palabra de la cruz es potencia de Dios para salvar a los que creen (1 Cor. 1. 18), es necedad y estorbo de la carne que sea necesario inculcar una y otra vez en los cristianos que no pueden ser discípulos de Cristo sin hacer negación de sí mismos y ofrecer sus hombros para llevar la cruz de Cristo (véase Lucas, 14, vers. 26 al fin) y estar dispuestos durante toda su vida a seguir a Dios dondequiera que Él los lleve.

29. Hay que cuidar de que mientras se enseña todo esto no se den ejemplos contrarios.

Por lo tanto, se debe evitar que los niños oigan y vean blasfemias, perjurios, profanaciones varias del nombre divino y otras impiedades, sino, por el contrario, deben advertir en cualquier parte a donde vayan, reverencia a Dios, observancia de la religión y cuidado de la conciencia. Y si ocurre lo contrario, en la escuela o en su casa, vean que no se deja pasar impunemente, sino que se corrige con severidad, procurando especialmente que la pena por la ofensa a la divinidad sea más atroz que las del insulto a Prisciano u otro delito externo.

30. Finalmente, como en la corrupción de este mundo y naturaleza no aprovechamos tanto como debemos, y si aprovechamos algún tanto la misma depravada carne lo convierte en complacencia suya y soberbia espiritual, en lo que hay un peligro inmenso para nuestra salvación (porque Dios resiste a las soberbios), hay que enseñar a todos los cristianos que todas nuestras buenas obras y propósitos nada valen por su misma imperfección si no nos auxilia con su perfección Jesucristo, el cordero de Dios que quita los pecados del mundo, en el que el Padre tiene sus complacencias, etc. Sólo a Él hay que invocar y únicamente en Él hay que confiar.

Así pondremos en lugar seguro la esperanza de nuestra salvación si la prestamos con la fianza de Cristo, piedra angular, que como es la cúspide de toda perfección, en el cielo y en la tierra, así también es el solo y único iniciador y perfeccionador de la Fe, Caridad, Esperanza y salvación nuestra. Pues, efectivamente, el Padre le envió desde el cielo para que, hecho Emmanuel (Dios y hombre), uniese a los hombres con Dios, y viviendo santísimamente en la humanidad que había aceptado, ofreciese a los hombres el modelo de una vida divina, y al morir inocente expiase por sí mismo las maldades del mundo y lavase nuestros pecados con su sangre; finalmente, al resucitar, mostrase la muerte vencida por su muerte, y al ascender a los cielos y enviar el Espíritu Santo como prenda de nuestra salvación, habitase por él en nosotros como templos suyos y nos gobernase y guardase mientras permanecemos aquí en lucha, y después nos resucitase y llevase con él, para que donde Él esté estemos también nosotros y esperemos su gloria, etc.

31. Para este único Guardador eterno de todos, con el Padre y el Espíritu Santo sea la alabanza, honor, bendición y gloria por los siglos de los siglos. AMÉN.

32. Más adelante iremos prescribiendo el modo particular de poner en práctica rectamente todo lo dicho en cada una de las clases de escuelas.