MÉTODO DE LAS COSTUMBRES
1. Hasta ahora hemos tratado solamente del modo de enseñar y aprender, con la posible rapidez, el conocimiento de las ciencias, artes y lenguas. Acerca de lo cual se nos viene a la memoria el dicho de Séneca (Epístola 89): No debemos aprenderlo, sino haberlo aprendido. Porque, efectivamente, sólo constituyen la preparación para más altas empresas, como él mismo dice: Son nuestros rudimentos, no nuestras obras. ¿Cuáles serán, pues, estas obras nuestras? El estudio de la Sabiduría, que nos tornará sublimes, fuertes y magnánimos. Esto es lo que en los capítulos primeros hemos designado con el nombre de Costumbres y Piedad, mediante las cuales nos elevamos sobre todas las criaturas y nos acercamos más a Dios.
2. Hay que tener un especial empeño en que este arte de inculcar las buenas costumbres y la piedad se ponga en práctica con toda exactitud y sea introducido en todas las escuelas, para que éstas sean de modo cierto verdaderos talleres de hombres, como ordinariamente se les llama.
3. El arte de formar las buenas costumbres puede expresarse en 16 reglas. La primera de las cuales es: Todas las virtudes, sin exceptuar ninguna, deben ser inculcadas a la juventud.
Nada puede suprimirse en la rectitud y honestidad sin causar vacíos o desconcierto.
4. En primer lugar, las virtudes fundamentales que llaman cardinales: PRUDENCIA, TEMPLANZA, FORTALEZA y JUSTICIA.
No puede construirse un edificio sin cimientos o sin apoyar a plomo sobre ellos las demás partes de la obra.
5. PRUDENCIA se conseguirá en una recta enseñanza, aprendiendo las diferencias verdaderas de las cosas y su exacto valor.
El adecuado juicio sobre las cosas es el verdadero fundamento de toda virtud. Muy hermosas son las palabras de Vives: La verdadera sabiduría consiste en juzgar con rectitud acerca de las cosas, de manera que estimemos cada una de ellas tal y conforme es; para no correr tras las viles, creyéndolas preciosas, ni rechazar las preciosas, juzgándolas viles; no menospreciar lo que debe alabarse, ni ensalzar lo que debe ser vituperado. De aquí nacen todos los errores y vicios en la mente de los hombres: no hay en la vida humana nada tan funesto como la perversión de los juicios que impide dar a cada cosa su justo valor. Débese, por tanto, continúa, inculcar la costumbre desde niño de procurar adquirir la verdadera apreciación de las cosas, que irá creciendo al mismo tiempo que la edad. Practique lo bueno y huya de lo malvado para que la costumbre del bien obrar forme parte de su naturaleza, etc.
6. TEMPLANZA se inculcará a los niños y se acostumbrarán a guardar al tomar la comida y la bebida, en el sueño y la vigilia, en los trabajos y recreos, hablando y guardando silencio, durante todo el tiempo de su educación. Para lo cual es regla de oro que siempre deben tener presente todos los jóvenes, la de Nequid nimis: nada con exceso, para detenerse en todo ante la hartura y el fastidio.
7. FORTALEZA se adquiere al dominarnos a nosotros mismos; conteniendo nuestro deseo de pasear o divertirnos fuera de tiempo o con exceso; reprimiendo la impaciencia, murmuración o la ira.
El fundamento de esta virtud estriba en que todo debe hacerse movido por la razón, no por la pasión o el deseo. El hombre es animal racional, luego debe acostumbrarse a dejarse conducir por la razón, deliberando en todas sus obras, el qué, porqué y cómo debe proceder en cada una de ellas. De este modo el hombre será efectivamente rey y señor de sus acciones. Y como los niños no son todavía capaces (a lo menos no todos) de proceder con tal deliberación y raciocinio, debe ser nuestro más notable empeño el de inculcarles la fortaleza y el dominio de sí mismos, si se les acostumbra a que ejecuten la voluntad de otro antes que la suya: esto es, obedeciendo a los superiores con toda prontitud en todas las cosas. El que doma potros, dice Lactancio, lo primero que les enseña es obedecer al freno: el que pretende educar niños debe procurar, en primer lugar, que atiendan a lo que se les dice. ¡Oh, qué esperanza tan grande de que se traigan a mejor camino las confusiones humanas que inundan el mundo entero se aparece ante nuestros ojos, si desde la más tierna edad se acostumbran todos a ceder ante los demás y guiarse en todas sus cosas por la luz de la razón!
8. JUSTICIA aprenderán no dañando a nadie, dando a cada uno lo que es suyo; huyendo de la mentira y el engaño y comportándose atenta y amablemente.
Para todo lo cual, como para lo arriba dicho, bastará observar cuanto prescriben las reglas que siguen:
9. Son especies de la Fortaleza la honesta desenvoltura y la constancia en los trabajos, sumamente necesarios a la juventud.
Como hay que pasar la vida hablando y trabajando, deben enseñarse los niños a soportar la presencia de los hombres y los trabajos honestos para no convertirse en huraños o misántropos, holgazanes, carga inútil para la tierra. La virtud se fomenta con hechos, no con palabras.
10. La honesta desenvoltura se consigue con el trato frecuente con personas honradas y la ejecución en su presencia de todo lo que nos sea ordenado.
Aristóteles educó así a Alejandro, de tal modo que a los doce años de edad estaba acostumbrado a tratar con los Reyes, Legados de los Reyes o del Pueblo, doctos e indoctos, urbanos o campesinos, artesanos, etc., y preguntaba o respondía en medio de ellos sobre cualquier materia de que se trataba. Para imitar esto en nuestra educación general, debe enseñarse a todos la manera de conversar y practicarla a menudo, hablando con los padres, condiscípulos, preceptores, servidumbre, etc., y deberá en ello acentuarse la atención del preceptor para que corrija con sumo cuidado lo que note de abandono, imprudencia, rusticidad, orgullo, etc.
11. Los jóvenes tendrán resistencia para los trabajos si están siempre haciendo alguna cosa, ya en serio, ya por recreo.
A este propósito no interesa el qué y cómo se haga, sino que se haga. Puede muy bien aprenderse por recreo una cosa, que sea de gran utilidad si llega la ocasión. Y (como ya dijimos en otra parte) lo que ha de hacerse se aprende haciéndolo, así también trabajando se aprende a trabajar, a fin de que la ocupación constante (aunque siempre moderada) del alma y del cuerpo engendre la destreza y haga intolerable la indolente ociosidad al hombre diligente. Así será verdad lo que dice Séneca: El trabajo produce ánimos generosos.
12. Desde el primer momento hay que inculcar en los niños aquella otra virtud hermana de la justicia: la prontitud y buen deseo de ser útil a los demás.
Mancha nuestra corrompida naturaleza un negro vicio, el egoísmo (φιλαυτια), por el cual sólo piensan todos en su propio provecho sin tener presente el interés de los demás. De aquí se origina mucha confusión en las cosas humanas, por cuanto cada uno tiene solamente cuidado de sus cosas posponiendo el bien público. Hay, por tanto, que inculcar con firmeza en la juventud el conocimiento del fin de nuestra vida; esto es, que no hemos nacido para nosotros solos, sino para Dios y el prójimo, es decir, para la sociedad del género humano, a fin de que seriamente persuadidos de ello, se acostumbren desde niños a imitar a Dios, los ángeles, el sol y otras generosas criaturas, procurando ser útiles a los más. Mejor sería el estado de los asuntos públicos y privados si todos aspirasen al bien común y cada uno supiese y quisiese ayudar a los demás en todo. Sabrán y querrán si para ello son educados.
13. La educación de las virtudes debe comenzar desde la primera edad, antes que los vicios se apoderen del espíritu.
Pues si no siembras con buena semilla el campo, ciertamente que producirá hierbas; ¿pero cuáles?, la cizaña y otras malas hierbas. Si tienes propósito de hacerle producir, con más facilidad lo cultivarás y podrás esperar con segura esperanza buena cosecha si al comienzo de la primavera le aras, rastrillas y labras.
Por lo tanto es de gran importancia habituarse desde el principio, porque la vasija conserva durante largo tiempo el olor del líquido que cuando nueva contuvo.
14. Las virtudes se aprenden ejecutando constantemente obras honestas.
Ya hemos visto en los capítulos XX y XXI que lo cognoscible se aprende conociendo y lo que ha de hacerse haciéndolo. Y de igual manera que los niños se enseñan a andar, andando; a hablar, hablando; a escribir, escribiendo, etc. así aprenderán la obediencia, obedeciendo; la abstinencia, con la sobriedad; la veracidad, diciendo siempre la verdad; la constancia, perseverando en todo, etc., con tal que haya quien les dirija con la palabra y el ejemplo.
15. Continuamente se pondrán de relieve los ejemplos de la vida de los padres, madres, preceptores y condiscípulos.
Los niños son como los monos; cuanto ven, ya sea bueno ya malo, intentan al momento imitarlo, aun sin mandárselo y por eso aprenden antes a imitar que a conocer. Podemos entender igualmente los ejemplos vivos que los tomados de la historia; pero, no obstante, nos impresionan antes los vivos porque nos tocan más de cerca y con mayor fuerza. Será un medio eficaz para estimular a los discípulos hacia la vida honesta el ejemplo de los padres honrados, fieles guardianes de la disciplina doméstica, o de los preceptores, lo más escogidos de los hombres.
16. Deben, sin embargo, los ejemplos ir acompañados de preceptos y reglas de vida.
De esta manera, la imitación se corregirá, adicionará y asegurará. (Véase lo que se ha dicho en la regla IX del capítulo XXI.) Se tomarán estos preceptos de la Sagrada Escritura y de las sentencias de los sabios. Por ejemplo: ¿Por qué y cómo se debe huir de la envidia? ¿Con qué armas ha de defenderse el corazón de los dolores y desgracias humanas ¿Cómo deben moderarse las alegrías? ¿Cómo ha de contenerse la ira y huirse los amores ilícitos? y otras cosas por el estilo conforme a la edad y aprovechamiento de los alumnos.
17. Hay que guardar con toda diligencia a los muchacho de las malas compañías para que no se corrompan.
El mal siempre atrae con tenacidad y mayor facilidad causa de la corrupción de nuestra naturaleza. Hay por lo mismo que apartar de la juventud con decidido empeño te das las ocasiones de corrupción, como son las malas compañías, las conversaciones imprudentes y los libros necios. Le ejemplos viciosos que entran en nosotros por los ojos o los oídos son como veneno para el alma. También debe evitarse el ocio para no aprender a obrar mal, por no hacer nada, adquirir torpeza y dificultad de espíritu por lo mismo. Ser lo más conveniente estar siempre ocupado, ya en cosas serias, ya en alguna distracción, para no dejar ocasión alguna a la holganza.
18. Es absolutamente necesaria la disciplina para prevenir y contrarrestar las malas costumbres, puesto que apenas podemos estar tan sobre aviso que no nos veamos arrastrados por alguna maldad.
Satanás, nuestro enemigo, no solamente nos acecha cuando dormimos, sino cuando vigilamos, y al sembrar en las a mas la buena simiente, procura interponerse para mezclar la semilla de su cizaña, que la misma naturaleza corrompida hace brotar aquí y allá, de manera que es necesario valerse de la fuerza para detener el mal. Este se corrige eficazmente por medio de la disciplina, esto es, con reprimendas y castigos, con palabras y azotes, conforme la gravedad del asunto lo demanda: siempre a continuación de la falta, para sofocar en su primer brote al vicio que nace, o mejor, si es posible, arrancarle de raíz. Así, pues, debe mantenerse en las escuelas severa disciplina, no tanto para las letras (que rectamente enseñadas son goces y estímulos para el ingenio humano), cuanto para el fomento y guarda de las buenas costumbres.
Acerca de la Disciplina hablaremos más adelante en el capítulo XXXI.