CAPÍTULO XXII

MÉTODO DE LAS LENGUAS

1. Las lenguas se aprenden, no como parte de la erudición o sabiduría, sino como instrumento para aumentar la erudición y comunicarla a otros. Por lo tanto, deben aprenderse: 1. No todas, porque es imposible; tampoco muchas, porque es inútil, puesto que se roba el tiempo debido para otras cosas, sino las necesarias solamente. Son necesarias: la propia, respecto a la vida doméstica; las lenguas vecinas, en cuento a la comunicación con los países limítrofes, como a los polacos, por un lado la alemana y por otros la húngara, válaca y turca; y con el fin de leer los libros sabiamente escritos: la latina, para la erudición general; la griega y arábiga, respecto a los filósofos y médicos, y la griega y la hebrea, en lo tocante a la Teología.

2. No deben aprenderse todas completamente a la perfección, sino conforme a la necesidad. No es tan necesario hablar el griego o el hebreo con igual facilidad que la lengua usual, puesto que no tenemos con quien conversar; basta, por tanto, aprenderlas lo suficiente para leer y entender los libros.

3. El estudio de las lenguas debe ir paralelo al conocimiento de las cosas, principalmente en la juventud, a fin de que aprendamos a entender y expresar tantas cosas como palabras. Pretendemos formar hombres, no loros, como hemos dicho en el capítulo XIX, fundamento VI.

4. De donde se deduce: Primero, que no deben aprenderse los vocablos separadamente de las cosas, ya que éstas ni existen ni se entienden solas, sino que, según están unidas, unas y otros existen aquí o allí, hacen esto o lo otro, Esta consideración fue la que nos movió a escribir la PUERTA DE LAS LENGUAS, en la cual las palabras que forman las frases expresan también la estructura de las cosas con feliz acierto (según se afirma).

5. En segundo lugar, tampoco es necesario a nadie conocer completamente y por entero cualquier lengua, y sería pedante e inútil quien tal hiciera. Pues ni el mismo Cicerón llegó a saber la lengua latina por completo (y eso que es tenido como supremo Maestro en ella) cuando confiesa que ignoraba muchas voces referentes a las artes: nunca, seguramente, conversó con los zapateros remendones para conocer todas sus labores y aprender los nombres de todo lo que manejan, y por lo demás, ¿de qué le iba a servir el aprenderlo?

6. Esto no lo tuvieron en cuenta algunos de los que ampliaron nuestra Puerta de las lenguas, los cuales incluyeron en ella voces muy poco usadas de cosas completamente fuera del alcance de los niños. La puerta no debe ser otra cosa sino entrada, dejando lo demás para después, especialmente todo aquello que casi nunca hay ocasión de conocer, y si esta ocasión se presentase podría acudirse a los libros suplementarios. (Vocabularios, léxicos, tratados de botánica, etc.) Por igual razón, yo también interrumpí el Postigo de la latinidad (que había empezado a formar de todas aquellas voces olvidadas o poco usadas).

7. En tercer lugar, para formar a la vez el entendimiento y el lenguaje deberán proponerse a los niños cosas infantiles, dejando para la edad adulta lo propio de dicha edad; evidentemente trabajan en balde los que proponen a los niños opiniones de Cicerón o de otros grandes autores que tratan de materias que están fuera del alcance de las inteligencias infantiles. Porque, si no comprenden las materias tratadas, ¿cómo van a darse cuenta del ingenioso modo de expresarlas? Con mucha mayor utilidad se empleará el tiempo en cosas más modestas, a fin de que tanto la lengua como el entendimiento se desarrollen de un modo gradual. La naturaleza no da saltos y tampoco el arte que no es sino imitación de la naturaleza. Antes hay que enseñar al niño a andar que adiestrarle en el baile; antes cabalgará en una vara de caña que guiará enjaezados caballos; antes balbuceará que hablará, y antes hablará que pronunciará elocuentes discursos; ya negaba Cicerón que se pudiese enseñar oratoria a quien no supiera hablar.

8. En cuanto a la poliglotía (πολυγλωττιαν), con este método se conseguirá el resultado breve, y con poco trabajo, de aprender muchas lenguas por medio de las ocho reglas que siguen:

9. Cada lengua debe aprenderse por separado.

En primer lugar, desde luego, la lengua corriente: luego aquellas que se emplean con frecuencia en lugar de la usual, como son las de los países circundantes. (Estimo que deben anteponerse las lenguas que sean vulgares a los doctos.) Luego la latina y después de ésta la griega, hebrea, etc., una después de otra, no al mismo tiempo, de lo contrario se confundirían unas con otras. Sin embargo, una vez que ya estén firmemente sabidas por el uso podrán útilmente compararse por medio de Diccionarios comunes, gramáticas, etc.

10. Cada lengua tenga su tiempo determinado.

No hay tampoco que convertir en una gran obra estos adornos y perder con los vocablos el tiempo que necesitamos para las cosas. La lengua corriente, como se refiere a las cosas que poco a poco van presentándose al entendimiento, requiere necesariamente varios años; pongamos ocho o diez, esto es, toda la infancia y parte de la puericia. De ésta podemos pasar a otra lengua vulgar, cualquiera de las cuales puede muy bien aprenderse en el espacio de un año: el estudio de la latina puede hacerse en dos años; uno basta para el griego y un semestre para el hebreo.

11. Toda lengua debe aprenderse más con el uso que por medio de reglas.

Esto es, oyendo, leyendo, volviendo a leer, copiando y haciendo ejercicios de palabra y por escrito con la mayor frecuencia posible. Véase lo que se ha dicho en el capítulo precedente, reglas I y XI.

12. No obstante, las reglas servirán para ayudar y afirmar el uso.

Esto es lo mismo que hemos dicho en el capítulo anterior, regla segunda, etc. Desde luego, esto es de extraordinaria aplicación a las lenguas sabias que forzosamente hemos de aprender en los libros; pero también puede entenderse respecto de las lenguas vulgares. Pues tanto la italiana, como la francesa, alemana, bohemia y húngara pueden estar contenidas en reglas y preceptos, y de hecho ya lo están.

13. Los preceptos referentes a las lenguas deben ser gramaticales, no filosóficos.

Es decir, no deben investigar con sutileza las razones o causas de las voces, frases o enlaces, por qué es necesario que sea así o de otro modo, sino que deben explicar, sin arte alguno, cómo y qué ha de hacerse. La especulación sutil de las causas y enlaces, semejanzas y diferencias, analogías y anomalías que afectan a las palabras y a las cosas es propia de la filosofía, y no hace sino entretener al filólogo.

14. La lengua más conocida ha de ser la norma de los preceptos que para la nueva lengua se escriban, de manera que solamente se haga notar la diferencia de la una a la otra.

Repetir lo que es común, no solamente es inútil, sino que ocasiona perjuicio, porque asusta a la inteligencia con la idea de una prolijidad y discordancia mayor de la que efectivamente existe. Por ejemplo: no hay necesidad alguna de repetir en la gramática griega las definiciones de nombres, verbos, casos, tiempos, etc., ni las reglas de sintaxis, que no aportan nada nuevo, porque todo esto se supone ya sabido. De manera que solamente hay que hacer notar aquello en que la lengua griega se aparta de la latina, que ya conocemos. Entonces la gramática griega se quedará reducida a unas cuantas hojas, y todo aparecerá más claro, fácil y seguro.

15. Los primeros ejercicios de la nueva lengua han de hacerse sobre materia conocida.

De este modo no tendrá necesidad el entendimiento de aplicarse conjuntamente a las palabras y al asunto y por ello distraerse y disminuir su intensidad, sino solamente atenderá a las palabras y con más facilidad y prontitud se adueñará de ellas. La referida materia podrá ser algún capítulo del Catecismo, o un relato bíblico o cualquiera otra cosa por el estilo de antemano conocida. [Si agrada pueden emplearse nuestros Vestíbulo y Puerta, aunque ésta es más a propósito para aprender de memoria por su brevedad, y el primero para leer y releer por la frecuente repetición de las mismas voces, gracias a la cual se hacen más familiares éstas al entendimiento y la memoria.]

16. Todas las lenguas pueden aprenderse con el mismo y único método.

Esto es con el uso; añadiendo preceptos muy fáciles que señalen tan sólo las diferencias respecto a la lengua conocida, y con ejercicios sobre materias que sean también conocidas, etc.

17. Sobre el aprendizaje perfecto de las lenguas.

Ya dijimos al comienzo de este capítulo que no todas las lenguas que se aprenden han de serlo con igual cuidado. Únicamente en la lengua propia y en el latín debemos fijar con preferencia nuestra atención para obtener en ellas la mayor perfección posible. El estudio de estas dos lenguas debemos dividirlo en cuatro edades:

Primera

Infantil, balbuciente:

De cualquier modo.

Segunda

edad, ha

pueril, adolescente:

en la cual

Con propiedad.

Tercera

de ser

juvenil, florida:

aprenderán a hablar.

Con elegancia.

Cuarta

viril, potente:

Con energía.

18. Sólo se marcha rectamente cuando se camina por grados; de otro modo todo es confusión, dislocación y disgregación, como en nosotros mismos hemos experimentado muchas veces. Los aficionados a las lenguas irán adelante con facilidad por medio de estos cuatro grados, si saben escoger con cuidado los instrumentos para aprender las lenguas; esto es, los libros, ya didácticos, que deben darse a los que aprenden; ya informadores, compuestos para el maneje de los que enseñan, ambos breves y metódicos.

19. Los libros didácticos habrán de ser cuatro, conforme a los grados de las edades:

I.

VESTÍBULO

II.

PUERTA

de la lengua (latina, por ejemplo)

III.

PALACIO

con los libros suplementarios

IV.

TESORO

20. El VESTÍBULO debe comprender lo referente al silabeo, con algunos centenares de vocablos distribuidos en refranes o proverbios, llevando anejos unos cuadros de declinaciones y conjugaciones.

21. La PUERTA contendrá todos los vocablos más comúnmente usados en el idioma, unos ocho mil, contenidos en sentencias breves, en las que se expresarán las cosas en su sentido natural. Aquí se añadirán algunos preceptos gramaticales breves y claros que expongan con toda sencillez la verdadera y genuina forma de escribir, formar, pronunciar y construir las voces de aquella lengua.

22. El PALACIO encerrará en sí diversos discursos acerca de todas las cosas, formados con frases de todas clases y adornos oratorios; con anotaciones marginales de los autores de quienes se toma cada trozo. Al pie deberán mencionarse las reglas acerca de los mil modos de variar y matizar las frases y oraciones.

23. El TESORO se llama a los autores clásicos que con gravedad y energía han escrito acerca de cualesquiera materias, anteponiendo las reglas para buscar y reunir los nervios de la oración y sustituir los idiotismos con toda propiedad. (Aquí se hace por vez primera.) Se escogerán algunos de estos autores para ser leídos en la clase, y con los demás se formará un catálogo a fin de que no se ignore quiénes son, si alguien tuviera después ocasión o gana de consultar los autores que traten de éste o el otro asunto.

24. Llamamos libros suplementarios a los que nos sirven para sustituir a los didácticos con expedición y mayor fruto. Son, a saber:

Al Vestíbulo, el Indice de todas sus voces usual-latino y latino-usual.

A la Puerta, el Diccionario etimológico, expresando las voces primitivas en latín y lengua usual, por sus derivados y compuestos, y exponiendo el por qué de las significaciones.

Al Palacio, el Diccionario fraseológico usual-corriente, latín-latino (y si es necesario griego-griego), reuniendo en una, con la expresión del lugar en que se hallan, las diversas frases, elegantes sinonimias y perífrasis que aparecen diseminadas en dicho Palacio.

Al Tesoro le servirá de suplemento y refuerzo el Prontuario universal, desarrollando de tal manera la riqueza de ambas lenguas (corriente y latina y luego latino-griega), que no haya nada que aquí no se encuentre, y concierten todas entre sí para expresar con propiedad el sentido directo: con metáforas, el figurado; jocosamente, lo jocoso, y proverbialmente, lo proverbial. No es verosímil que exista algún país cuya lengua sea tan pobre que no tenga suficiente riqueza de voces, frases, sentencias y refranes para disponerlos con inteligencia y aplicarlos a la lengua latina, y seguramente no habrán de faltar, si se tiene habilidad para imitarlos y construirlos, parecidos con los que más se asemejen.

25. Aún estamos esperando el dicho Prontuario universal. El jesuita polaco Gregorio Cnapio prestó un gran servicio a su país con su Tesoro, que llamó Polaco-Latino-Griego; pero en él son de notar estos tres defectos: Primero: Que no reunió todas las voces y frases de la lengua patria. Segundo: que no las dispuso en el orden que antes recomendábamos, para que conviniesen unas con otras; las propias con las propias, las figuradas con las figuradas, las anticuadas con las anticuadas (hasta donde pudiera hacerse), con lo cual aparecería por igual la propiedad, esplendor y riqueza de cada lengua. Por el contrario, hace corresponder a cada voz y frase polaca mayor número de voces latinas, y nosotros deseamos que a cada una corresponda otra, a fin de que todas las elegancias latinas tengan equivalencia en nuestro idioma, con lo cual será este Prontuario utilísimo para traducir cualquier libro del latín al idioma corriente y viceversa. Tercero: Querríamos en el Tesoro de Cnapio mayor cuidado al disponer la serie de las frases: esto es, que no se agrupen de cualquier manera, sino que precedan las formas sencillas e históricas de hablar; luego las oraciones más notables; después las poesías más sublimes o difíciles e insólitas y, por último, las antiguas.

26. Pero dejaremos para más adelante la completa crítica sobre la estructura de este Prontuario universal, así como también el enseñar a manejar el Vestíbulo, Puerta, Palacio y Tesoro, con tan estudiada manera y orden, que infaliblemente haya de resultar lo que es nuestro fin: la perfección de la lengua. El tratado especial acerca de todo esto corresponde a la peculiar organización de las clases.