CAPÍTULO XV

FUNDAMENTOS DE LA PROLONGACIÓN DE LA VIDA

1. En cuanto a la brevedad de la vida, pregunta Aristóteles con Hipócrates, reprochando por ello a la Naturaleza, ¿por qué se ha otorgado a los ciervos, cuervos y otros brutos seres un espacio de vida tan extenso, y en cambio se contiene dentro de reducidos límites la vida del hombre, nacido para muy elevados fines? Pero sabiamente responde Séneca: No recibimos breve la vida, sino que la hacemos, y no somos escasos de ella, sino pródigos. La vida es larga si sabes usarla. Y en otro lugar: Bastante larga es la vida y nos ha sido ampliamente otorgada para el cumplimiento de grandes cosas si se emplea bien. (De Brevitate vitae, C. 1 et 2.)

2. Y si esto es cierto, como lo es, es culpa nuestra el que la vida no nos sea suficiente para la ejecución de grandes cosas, puesto que sin duda alguna prodigamos nosotros mismos la vida destrozándola en parte, con lo que hacemos que se extinga antes de su término natural, y gastando el resto en cosas de ningún valor.

3. Muy acertadamente escribe un insigne autor (Hipólito Guarinonio), y lo prueba con argumentos, que el hombre de temperamento endeble tiene en sí vitalidad para llegar al sexagésimo año, y aquéllos de complexión más fuerte son capaces de vivir ciento veinte años. Si algunos mueren antes de estos límites (¿quién ignora que muchos mueren en la infancia, adolescencia y virilidad?) es por culpa de los mismos hombres, que con sus excesos, o la negligencia de los cuidados de la vida, comprometen su salud y aun la de sus hijos y aceleran su muerte.

4. Esta misma duración tan limitada de la vida (cincuenta, cuarenta, treinta años) puede servirnos para las mayores cosas si sabemos emplearla rectamente. Nos lo prueban los ejemplos de aquellos que llegaron antes de la plenitud de su virilidad a lo que otros no pudieron conseguir a pesar de su larguísima existencia. Alejandro Magno murió a los treinta y tres años, siendo no solamente instruido en las letras de un modo maravilloso, sino vencedor del mundo entero, al que subyugó no tanto por la fuerza de las armas como por sus sabios consejos y admirable rapidez para ejecutar las cosas (οδεν ανα βαλομενος). Juan Pico de la Mirándola no llegó siquiera a la edad de Alejandro, y se elevó tanto en el estudio del conocimiento de todas las cosas que el ingenio del hombre puede comprender, que fue considerado como un milagro del siglo.

5. Y para no tomar el ejemplo de otra parte, el mismo Jesucristo Nuestro Señor sólo vivió sobre la tierra treinta y cuatro años y llevó a cabo la magna obra de nuestra Redención; sin duda para darnos ejemplo (pues todas sus obras son místicas) de que cualquiera que sea la edad que alcance el hombre es suficiente para preparar el refugio de la eternidad.

6. No puedo por menos de citar aquí las hermosas frases de Séneca en este sentido (Epist., 94): He encontrado muchos —dice— propicios contra los hombres; contra Dios, ninguno. Diariamente nos indignamos contra el hado, etc. ¿A qué viene querer salir tan de prisa de donde hemos de salir de todos modos? La vida es larga, si está llena. Se llena cuando el alma procura su bien y se hace dueña de sí misma. En otro lugar: Ten presente, Lucilio mío, que debemos obrar de manera que nuestra vida sea como las cosas preciosas, que no se manifieste mucho, pero que pese mucho. Midámosla por las acciones, no por el tiempo. Y luego: Alabemos, pues, y coloquemos en el número de los felices a aquél que gastó bien el tiempo que le correspondió. Vio la verdadera luz, no fue uno más entre muchos, sino que vivió y floreció. Además: De igual modo que en la menor cantidad de cuerpo puede haber un hombre perfecto, así en el menor espacio de tiempo puede hallarse una vida perfecta. La edad figura entre las cosas externas. Me preguntas, ¿cuál es la mayor duración de la vida? Vivir hasta la sabiduría. El que a ella llega consigue un fin no larguísimo, sino máximo.

7. Dos son los remedios para nosotros y nuestros hijos (y por tanto, las escuelas) que podemos aplicar a las quejas sobre la brevedad de la vida. Procurar en cuanto sea posible que:

I. El cuerpo se defienda de las enfermedades y la muerte.

II. Preparemos nuestro entendimiento para administrar sabiamente todas las cosas.

8. Estamos obligados a defender nuestro cuerpo de las enfermedades y peligros. Primero, porque es la morada del alma y única en efecto; destruida la cual, el alma se ve obligada a emigrar de este mundo; o si poco a poco se destroza, sufriendo ruina ya en una, ya en otra parte, ofrece a su huésped, el alma, una habitación incómoda. Hemos de procurar diligentemente conservar este tabernáculo del cuerpo si queremos encontrar agradable permanecer lo más duradera y cómodamente posible en este palacio del mundo, en el que hemos sido introducidos por la bondad de Dios. Segundo, porque el cuerpo no es solamente la morada del alma, sino su organismo, sin el cual no podemos oír, ver, hablar ni hacer nada ni siquiera pensarlo. Porque como nada hay en el entendimiento que antes no haya estado en el sentido, la mente toma de los sentidos los materiales de sus pensamientos, y la operación de pensar no se verifica sino por la sensación interna, esto es, por la especulación de las imágenes abstraídas de las cosas. De aquí resulta que lesionado el cerebro se lesione la facultad imaginativa, y atacados por el mal los miembros del cuerpo quede afectada la mente. Cierto es, por lo tanto aquello de:

Hay que procurar la mente sana en el cuerpo sano.

9. Nuestro cuerpo conserva toda su energía con una dieta moderada; acerca de lo cual diremos aquí muy poco, ya que este asunto compete al médico, valiéndonos del ejemplo de los árboles. El árbol necesita tres cosas para su perfecta existencia: 1. Humedad constante. 2. Transpiración frecuente. 3. Descanso alternativo. Necesita humedad porque si carece ella se marchita y seca. Esta humedad debe ser moderada, pues prodigada con exceso hace que la raíz se pudra. De igual manera es necesario el alimento para el cuerpo: si carece de él perecerá de hambre y sed, y tampoco debe suministrársele con exceso porque la potencia digestiva se recargará y fatigará. Cuanto más moderadamente se tome el alimento, con mayor seguridad y perfección se realizará la función digestiva. Por no atender ordinariamente a esto, mucha gente perjudica sus energías y su vida con el exceso de alimento. La muerte proviene de las enfermedades y las enfermedades de los malos humores; éstos se originan de la mala digestión, la cual tiene su causa en el exceso de los alimentos, porque cargando el estómago con más de lo que es capaz de digerir, tiene necesariamente que repartir por los miembros los jugos medio crudos, y de esto no puede menos de originarse la enfermedad. Muchos han muerto por la voracidad (dice el Eclesiástico); pero el que se guarda prolongará su vida (Syr. 3.7.34.)

10. Para conservar el vigor de la salud no hemos solamente de procurar que el alimento sea moderado, sino también que sea sencillo. El hortelano no riega sus árboles, por muy delicados que sean, con vino ni leche, sino con el líquido común a todos los vegetales, el agua. Deben procurar los padres no acostumbrar a los desarreglos de la gula a sus hijos, especialmente a los que están entregados a los estudios o a ellos han de dedicarse, porque no en vano está escrito: que Daniel y sus compañeros, jóvenes de sangre real, se hicieron con el uso de Zas legumbres y del agua más ágiles y corpulentos; y lo que es aún mejor, más inteligentes que todos los demás adolescentes que se alimentaban con regalo en la mesa del Rey. (Dan. 1. 12. &.) Pero ya trataremos en otra parte de esto con más minuciosidad.

11. El árbol también necesita transpiración y vegetación e frecuentes por los vientos, las lluvias y los fríos; de lo contrario, se marchita y seca fácilmente. Asimismo es de absoluta necesidad para el cuerpo humano el movimiento y la agitación y ejercicios serios o recreativos.

12. Por último, tiene también el árbol necesidad de descanso durante determinados períodos. Es decir, no debe siempre estar produciendo semillas, flores y frutos, sino que a veces debe atender a sus operaciones internas, elaborar su savia y fortalecerse. Por esto quiso Dios que tras el estío viniese el invierno para proporcionar descanso a todo cuanto crece sobre la tierra y a la tierra misma, de igual modo que ordenó en su ley dejar descansar la tierra cada siete años.(Lev. 25.) Asimismo dispuso la noche para los hombres (y también los demás animales), a fin de que durante ella se reparasen las fuerzas gastadas en las fatigas del día, no solamente mediante el sueño, cuanto por el reposo de los miembros. Aun en el breve intervalo de las horas hay que dar, tanto al entendimiento como al cuerpo, alguna quietud para que nada se haga con violencia, que es contraria a la naturaleza. En medio de los trabajos diarios hay que procurar algún respiro, conversación, juegos, recreos, música u otras cosas parecidas que distraen los sentidos externos e internos.

13. Todo aquél que guarde estos tres principios (nutrir su cuerpo con moderación, ejercitarle y dar ayuda a la naturaleza) conservará seguramente por largo tiempo su salud y vida, exceptuando los casos que puedan provenir de lo alto. Gran parte de la buena organización de las escuelas será la acertada distribución del trabajo y el reposo, o sea de las labores y las vacaciones y recreos.

14. Hablemos del prudente empleo del tiempo destinado al trabajo. Parece corto y se dice fácilmente: treinta años; y, sin embargo, se encierran en ellos muchos meses, muchos días, muchas horas. En tal espacio de tiempo se puede adelantar mucho con tal de moverse, aunque sea despacio. Veamos si no el desarrollo de los árboles, a los que no se ve crecer ni aun con la vista más sagaz, puesto que su crecimiento se verifica insensiblemente; pero después de algunos meses ves que han crecido y al cabo de treinta años adviertes su grande y total desarrollo. Igual se puede decir de nuestro cuerpo en cuanto a su estatura: no le vemos crecer, vemos que ha crecido. Los versos que siguen demuestran que no es otro el proceso que sigue nuestra mente para adquirir el conocimiento de las cosas:

Aumenta un poco a lo poco y al poco añade un poquito

Así en breve tiempo reunirás un gran montón.

15. Fácilmente lo advierte el que conoce la fuerza del progreso. Mientras en el árbol sale cada año de cada una de sus yemas un solo tallo, durante los treinta años tendrá miles de ramas grandes y chicas e innumerables hojas, flores y frutos. ¿Y ha de parecer imposible que la industria del hombre se extienda en cualquier longitud y latitud durante veinte o treinta años? Pensémoslo un poco.

16. El día natural tiene veinticuatro horas; de las que, divididas en tres partes para el uso de la vida, ocho corresponden al sueño, otras tantas para los actos externos (cuidado de la salud, tomar los alimentos, vestirse y desnudarse, recreos honestos, conversaciones de amigos, etc.) y quedan otras ocho para los trabajos serios, que han de hacerse intensamente y sin desmayo. Semanalmente (dejando el séptimo día íntegro para el descanso) se tendrán cuarenta y ocho horas dedicadas al trabajo y al cabo de un año dos mil cuatrocientas noventa y cinco; ¿qué cantidad no tendremos durante diez, veinte o treinta años?

17. Y si en cada hora aprendes ya un solo teorema de cualquier ciencia, bien una regla ingeniosa de operación, ya una sola historieta o sentencia (lo que es evidente que puede hacerse sin ningún trabajo), ¿cuanto aumentará, pregunto yo, el tesoro de tu erudición?

18. Verdadero es lo que afirma Séneca: Bastante larga es la vida si sabemos emplearla, y si toda se utiliza bien, es suficiente para la ejecución de grandes cosas. En esto estriba todo: en que conozcamos el arte de utilizarla bien. Y esto es lo que hemos de investigar.